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1. La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa.
Presentando hábilmente la caída de una parte del sistema capitalista mundial como si fuera la desaparición final del marxismo y del comunismo, la burguesía, desde entonces, ha concluido, basándose en esa falsa hipótesis, que el capitalismo habría entrado en una nueva fase más dinámica de su existencia.
Desde ese punto de vista:
- por vez primera, el capitalismo sería un sistema global; la libre aplicación de las leyes del mercado ya no estaría entorpecida por los engorrosos obstáculos "socialistas" levantados por los regímenes estalinistas y sus imitadores;
- el uso de ordenadores y de la red Internet se habría revelado no solo ya como una enorme revolución tecnológica, sino además como una especie de mercado sin límites;
- la competencia entre naciones y las guerras se habrían convertido en cosas del pasado;
- la lucha de clases habría desaparecido, pues la propia noción de clase sería ya caduca; la clase obrera sería una especie de reliquia del pasado.
En este nuevo capitalismo dinámico, la paz y prosperidad estarían al orden del día. Se habría desterrado la barbarie; el socialismo se habría convertido en un absurdo total inaplicable.
2. En la realidad de los hechos, durante la década iniciada en 1991, todas esas patrañas han ido apareciendo como tales una tras otra.
Cada vez que se han sacado un nuevo tinglado ideológico para dar la prueba de que el capitalismo podría ofrecer a la humanidad un porvenir radiante, ha aparecido inmediatamente como una mala chapuza, como un juguete barato que se estropea nada más jugar con él. Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes.
La previsión marxista de que el capitalismo ha podido seguir viviendo después de haber dejado de ser útil a la humanidad quedó confirmada por las guerras mundiales y las crisis totales de la primera mitad del siglo XX. La continuación de este sistema senil en su fase de descomposición aporta nuevas pruebas a aquella previsión; esa descomposición sí que es el "nuevo" período cuyo inicio vino marcado por los acontecimientos de 1989-91.
Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva.
La lenta agonía de la economía capitalista
3. Todas las promesas hechas por la clase dirigente sobre la nueva era de prosperidad iniciada por "la victoria del capitalismo sobre el socialismo" han demostrado ser una tras otra puras burbujas llenas de aire:
- primero nos dijeron que el desmoronamiento del "comunismo" y la apertura de amplios y nuevos mercados en los países del ex bloque del Este iban a dar nuevo estímulo al capitalismo mundial. En realidad, esos países no estaban fuera del sistema capitalista, sino que eran sencillamente Estados capitalistas atrasados incapaces de rivalizar con los países del bloque del Oeste en un mercado mundial sobresaturado. El que no hubiera sitio para ninguna otra economía capitalista importante obligó a esos países a rodearse de murallas proteccionistas, mientras que su jefe, la URSS, se dedicaba a intentar hacerle la competencia en el plano militar a su rival occidental. La apertura de esas economías al capital de los países más industrializados no ha hecho sino subrayar sus debilidades intrínsecas y sólo ha servido para hundir a las poblaciones en una miseria todavía más profunda que la que soportaban bajo los regímenes estalinistas: hundimiento de sectores enteros de la producción, desempleo masivo, penuria de bienes de consumo, inflación, corrupción endémica, salarios no pagados desde hace meses, descalabro de los servicios sociales, convulsiones financieras cada día más importantes, y fracaso sistemático de todos los "paquetes de reformas" impuestos por Occidente. El ex bloque del Este no fue ni mucho menos un regalo navideño para las economías occidentales, sino que, al contrario, ha resultado ser una pesada rémora. Eso es evidente en Alemania, cuya parte oriental va a arrastras de toda la economía; pero también a gran escala, al considerar las masas enormes de capital que se han inyectado en el pozo sin fondo que son esas economías, capital sin retorno visible. Hay que añadir el flujo creciente de refugiados que intentan huir del caos económico y militar que son los Balcanes y los territorios de la antigua URSS.
- Le tocó después el turno a Extremo Oriente de los "tigres y dragones", fieras que iban a mostrar al resto del mundo el camino a seguir, gracias a sus impresionantes cifras de crecimiento. Esas economías han demostrado sobre todo que no eran más que un espejismo. Al principio, cuando había dos bloques, fueron artificialmente levantadas pieza a pieza por el capitalismo estadounidense para que sirvieran de cortafuegos ante la expansión del "comunismo"; su crecimiento espectacular de los años 80 y 90 se construyó en las mismas arenas movedizas que el resto de la economía mundial: recurso masivo al crédito, un recurso que ya era el resultado de la insuficiencia de nuevos mercados para el capital global. La crisis de 1997, tan espectacular como aquel crecimiento, fue la prueba: bastó que el pago de las deudas fuera exigido para que el castillo de naipes se viniera abajo. Y aunque una serie de medidas dirigidas por Estados Unidos, ha ido permitiendo que esa crisis quedara dentro de ciertos límites, impidiendo la recesión abierta en Occidente, el estancamiento duradero de la economía japonesa, durante largos años considerada como imbatible, es una prueba suplementaria de que Extremo Oriente no podrá proporcionar una nueva "locomotora" a la economía. El estado de la economía japonesa es tan peligroso que provoca periódicamente una oleada de pánico a través del mundo, como cuando el ministro japonés de Finanzas declaró el país en quiebra. A pesar de la reaparición, en versión adaptada, del mito del "peligro amarillo" de principios de siglo XX, hay todavía menos posibilidades de que China llegue a ser una especie de nuevo motor de desarrollo económico. Sea cual fuere el desarrollo económico en China, también está basado en un endeudamiento masivo; y tampoco ha impedido que millones de obreros se pudran en el desempleo de larga duración y que muchos otros millones no hayan sido pagados desde hace tiempo.
- la última gran esperanza del capitalismo se ha basado en los resultados de la economía de EEUU y sus "diez años de crecimiento ininterrumpido", y, especialmente, en su función motora en la nueva economía basada en Internet. La "net-economía" ha mostrado ser una promesa fallida; incluso los propios comentaristas burgueses han acabado burlándose de ella. Las "start-up" y demás "patrañas.com" han acabado quebrando a un ritmo de fórmula-1, demostrando la mayoría de ellas que no eran más que un timo especulativo, una especia de metáfora de la engañifa real de que el capitalismo podría salvarse a sí mismo funcionando como una gigantesca gran superficie electrónica. Además, la caída de la "nueva economía" no es sino el reflejo mismo de los problemas más profundos de la economía norteamericana entera. No es ya un secreto para nadie que el boom de EE.UU. se ha basado esencialmente en un despegue vertical de una deuda que ha llegado a ser inconmensurable, tanto para las empresas como para los particulares, lo cual ha hecho que la tasa de ahorro sea negativa por vez primera desde hace décadas. Las tasas de crecimiento considerables de las que alardea la burguesía se basan en realidad en un sistema financiero que la locura especulativa ha ido debilitando cada día más y en una agudización de los ataques contra las condiciones de vida de los obreros: aumento de los empleos precarios, reducción del salario social, desvío de una parte creciente de los ingresos de los trabajadores hacia la timba de la Bolsa;
- en todo caso, el boom ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las "punto.com", sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de booms especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España… pero sólo es para tranquilizarse a sí misma.
Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los "diez años de crecimiento de Estados Unidos" tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado.
4. El modo de producción capitalista entró en su crisis histórica de sobreproducción a principios del siglo XX. En realidad, es desde entonces que el capitalismo está "globalizado", "mundializado". Simultáneamente, alcanzó los límites de su expansión hacia el exterior y puso las bases de la revolución proletaria mundial. Pero el fracaso de la clase obrera en ejecutar la sentencia de muerte del sistema significó que el capitalismo haya podido sobrevivir a pesar del peso cada día mayor de sus contradicciones internas. El capitalismo no se para así como así en cuanto deja de ser un factor de progreso histórico. Al contrario, sigue "creciendo" y funcionando, aunque sea con una base corroída que ha acabado metiendo a la humanidad en una espiral catastrófica.
El capitalismo decadente entró en un ciclo de crisis-guerra-reconstrucción, que marcó los dos primeros tercios del siglo XX. Las guerras mundiales permitieron un reparto del mercado mundial y la reconstrucción que las siguió proporcionaron un estímulo temporal.
Pero también la supervivencia del sistema necesitó la intervención política creciente por parte de la clase dominante, la cual ha utilizado su aparato de Estado para esquivar las leyes "normales" del mercado, sobre todo mediante políticas de déficit presupuestario y la creación de mercados artificiales mediante el crédito. El krach de 1929 demostró a la burguesía que el proceso de reconstrucción de posguerra, por sí solo, no podía sino desembocar en crisis mundial general, tan solo una década después de terminada la Primera guerra. En otras palabras, ya no era posible volver a encontrar firme y duraderamente el nivel de producción capitalista mediante un retorno a una aplicación "espontánea" de las leyes comerciales. La decadencia del capitalismo es precisamente la expresión del antagonismo entre las fuerzas de producción y su forma mercantil; así pues, en aquel tiempo, la burguesía misma se vio obligada a actuar cada vez más en desacuerdo con las leyes naturales de la producción de las mercancías a la vez que tal producción seguía estando dictada por esas mismas leyes.
Por eso es por lo que Estados Unidos financió conscientemente la reconstrucción de 1945, usando ese mecanismo que parece irracional: prestó dinero a sus clientes para que construyeran un mercado para sus productos. Una vez alcanzados los límites de ese absurdo, a mediados de los años60, la burguesía mundial no ha cesado de llevar más lejos las cotas del intervencionismo. En los tiempos de los bloques imperialistas, esa intervención se coordinaba en general a escala de bloque; la desaparición de los bloques, a la vez que ha provocado peligrosas tendencias centrífugas tanto en lo económico como en el plano imperialista, no ha llevado a la desaparición de los mecanismos internacionales de intervención: han renacido e incluso reverdecido instituciones cada vez más identificadas como agentes principales de la "mundialización", como la OMC (Organización mundial del comercio). Estos organismos, aunque funcionan como un campo de batalla entre los principales capitales nacionales o como coaliciones entre agrupamientos geopolíticos particulares (TLCN: Tratado de libre comercio norteamericano; UE: Unión europea, etc.) expresan la necesidad fundamental para la burguesía de impedir la parálisis de la economía mundial. Esto se concreta, por ejemplo, en los esfuerzos constantes de EE.UU. por avalar a su rival económico principal, Japón, aunque ello signifique achicar las enormes deudas japonesas mediante deudas todavía mayores.
Ese trampeo organizado con la ley del valor mediante el capitalismo de Estado no suprime las convulsiones del sistema; sencillamente las va postergando o las desplaza. Las difiere en el tiempo, especialmente en las economías más avanzadas, evitando constantemente que resbalen hacia la recesión; y las desplaza en el espacio arrojando sus peores efectos hacia las regiones periféricas del planeta, más o menos abandonadas a su suerte, excepto cuando sirven de peones en el tablero interimperialista. Pero también en los países avanzados, ese aplazamiento de las recesiones abiertas o de depresiones se hace notar en la presión inflacionista, en las "mini quiebras" bursátiles, el desmantelamiento de partes enteras de la industria, el hundimiento de la agricultura y el deterioro de las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, servicios), fenómenos todos ellos en constante aumento. Este proceso incluye también recesiones declaradas, aunque la mayoría de las veces la profundidad real de la crisis es ocultada adrede mediante manipulaciones conscientes de la burguesía. Por eso, la perspectiva para los tiempos venideros es la de un descenso largo y lento hacia las profundidades, aderezado de vez en cuando con caídas cada vez más violentas. Pero no existe, en lo absoluto, una especie de punto sin retorno para la producción capitalista, en términos puramente económicos. Mucho antes de que ese punto se hubiera alcanzado, el capitalismo habría quedado destruido ya sea por la generalización de su tendencia a la barbarie, ya sea mediante la revolución proletaria.
La caída hacia la barbarie
5. A principios de los años 90 se nos dijo que la desaparición de la superficie del planeta del agresivo "comunismo" iba a abrir una nueva era de paz, puesto que el capitalismo, en su forma democrática, había dejado de ser imperialista desde hacía tiempo. Esta ideología se combinó después con el mito de la mundialización, con el cuento de que las rivalidades entre naciones era ya cosa del pasado.
Es cierto que el desmoronamiento del bloque del Este y la consecuente dislocación de su adversario occidental, suprimieron una condición fundamental para la guerra mundial, o sea la de la existencia de bloques constituidos (haciendo aquí abstracción de las condiciones sociales necesarias y previas a ese tipo de conflictos). Pero ese desarrollo no ha cambiado en nada la realidad esencial de que los Estados-nación capitalistas son incapaces de superar esa situación de lucha sin cuartel por dominar el mundo. De hecho, la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran avanzar sus peones en ventaja propia.
6. Desde el principio, los Estados Unidos, como gendarme del mundo se dieron cuenta del peligro de la nueva tendencia y tomaron medidas inmediatas para atajarla. Ése fue el sentido de la Guerra del Golfo de 1991, gigantesco despliegue de la supremacía militar de Estados Unidos, no dirigida, en primer término contra el Irak de Sadam Husein, sino destinada a intimidar a las grandes potencias rivales de EE.UU. y someterlas a su autoridad. Sin embargo, aunque EE.UU. logró temporalmente fortalecer su liderazgo mundial obligando a las demás potencias a participar en su coalición antiSadam, se puede juzgar el éxito verdadero de sus esfuerzos cuando se comprueba que diez años después, EE.UU. se sigue viendo obligado a usar la táctica del bombardeo a Irak, y cada vez que lo hace, tiene que enfrentarse a las críticas de la mayoría de sus aliados y también a verse obligado a efectuar despliegues de fuerza del mismo tipo en otras zonas conflictivas, especialmente en los Balcanes. A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta:
- en los Balcanes, región que, a pesar de las intervenciones masivas en 1996 y 1999, dirigidas por EE.UU., sigue siendo un hervidero de tensiones entre grandes potencias y susagentes locales. En 2001, en el"pacificado" Kosovo sigue corriendo cada día la sangre, y la brutal sangría étnica se ha extendido ahora a Macedonia, con la amenaza de una entrada en liza de varias potencias regionales:
- en Oriente Medio, con unos acuerdos de Oslo en quiebra total, la escalada del conflicto armado entre Israel y los palestinos es una patada a las esperanzas de EE.UU. de establecer su "Pax americana" en la región, dando oportunidades a las demás grandes potencias que, por otra parte, no poseen la menor capacidad de imponer una alternativa al orden americano;
- en Chechenia, en donde, aún con el apoyo activo de las demás grandes potencias a las cuales no les apetece lo más mínimo que la Federación Rusa de desgarre en múltiples movimientos nacionalistas, el Kremlin es incapaz de poner fin a la guerra;
- en Afganistán, en donde continúa la guerra entre diferentes fracciones musulmanas contra los talibanes por el control del país;
- en África, en donde ya las guerras no son solo endémicas, desde Argelia en el norte hasta Angola en el sur, sino que se han extendido en importancia para convertirse en verdaderas guerras regionales, involucrando a ejércitos de muchos Estados vecinos, como así ocurre en el Congo;
- en Extremo Oriente, países como Birmania y Camboya siguen desgarrándose en combates internos, con una China que tiende cada día más a hacer valer sus "derechos" a ser una potencia regional de primer orden;
- en el subcontinente indio, India y Pakistán se amenazan mutuamente agitando su panoplia nuclear y Sri Lanka sigue destrozándose con la guerra contra los separatistas tamiles;
- en Latinoamérica, en donde la tensión se ha agravado con la nueva "guerra contra la droga" que llevan los Estados Unidos, que no es otra cosa sino un intento más para volver a asentar su autoridad en su coto privado, ante la intervención creciente de sus rivales europeos (por ejemplo, a través del apoyo abierto de éstos a los zapatistas);
- en Irlanda, en donde otro "proceso de paz" es salpicado por el ruido de las bombas y en el País Vasco, en donde se ha roto la tregua, con una ETA que se ha lanzado a una escalada de actividades terroristas.
La lista podría alargarse, pero basta para esclarecer el cuadro. Lejos de aportar paz y estabilidad, la ruptura del sistema de bloques ha acelerado considerablemente la caída del capitalismo hacia la barbarie militar. La característica de las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia, pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente.
7. En todos esos conflictos, ha quedado más o menos enmascarada la rivalidad entre Estados Unidos y sus antiguas grandes potencias "aliadas". Más en el Golfo Pérsico y en los Balcanes, donde los conflictos han revestido la forma de una "alianza" de los Estados democráticos contra tiranuelos locales; menos en África, en donde cada potencia ha actuado más abierta y separadamente para proteger sus intereses nacionales. Oficialmente, los "enemigos" de Estados Unidos (los que citan los dirigentes de este país para justificar unos presupuestos militares cada vez mayores) son o pequeños Estados "sin escrúpulos", como Corea del Norte o Irak, o sus antiguos rivales directos de la época de la guerra fría, Rusia, o su rival primero y aliado después en esa misma época, China. A China, en particular, la identifican cada día más como potencialmente principal rival de Estados Unidos. De hecho, en los últimos tiempos, se ha podido observar un incremento de las tensiones entre EE.UU. y esas dos potencias, a propósito de la extensión de la OTAN hacia la Europa del Este, el descubrimiento de una red de espionaje ruso centrada en un antiguo responsable del FBI, y, sobre todo, con el incidente del avión espía en China. Existe además, en el seno de la burguesía norteamericana, una fracción importante que está convencida de que China es, sin lugar a dudas, el enemigo principal de Estados Unidos. Pero lo más significativo de lo acontecido en los últimos tiempos ha sido sin duda la multiplicación de declaraciones por parte de sectores de la burguesía europea sobre la "arrogancia" estadounidense, especialmente tras la decisión por parte de EEUU de rechazar los acuerdos de Kioto sobre la emisión de dióxido de carbono y de hacer avanzar su proyecto antimisiles "hijo de la guerra de las galaxias". Este proyecto es de hecho una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales.
Esos antagonismos se van a agudizar más todavía con la decisión de formar un "ejército europeo" separado de la OTAN. Aunque existe una fuerte tendencia a cargar la responsabilidad de la creciente ruptura en las relaciones entre Europa y Estados Unidos sobre la administración de Bush, este nuevo "antiamericanismo" no es más que el reconocimiento explícito de una tendencia que lleva obrando desde la desaparición del bloque occidental a principios de los años 90. Ideológicamente, refleja una tendencia que también se desató con el desmoronamiento de los bloques, otra manera de "cada uno para sí", la tendencia hacia un nuevo bloque antiamericano basado en Europa.
8. Está sin embargo muy lejos la formación de nuevos bloques imperialistas por razones a la vez estratégico-militares como político-sociales:
- ningún Estado ni grupo de Estados es capaz de compararse a la potencia de fuego de Estados Unidos. Alemania, el país que más se ha beneficiado del proceso de descomposición haciendo avanzar sus intereses hacia sus esferas de influencia tradicionales como Europa oriental, no posee el arma nuclear y, a causa de su pasado, está obligada a avanzar con cautela en su estrategia de expansión. Francia, con mucho la potencia europea más abiertamente antiamericana, es incapaz de presentarse como líder potencial de un nuevo bloque;
- "Europa" dista mucho de ser una "unión". En ella la tendencia "cada uno para sí" está tan viva como en otros continentes. Aunque Francia y Alemania pudieran ser el eje central de un bloque europeo, hay tensiones entre ellas, a la vez históricas e inmediatas. Por su parte, Gran Bretaña tiende a jugar a una contra la otra para impedirles volverse demasiado poderosas, a la vez que juega la baza de Estados Unidos contra ambas. Es importante no confundir cooperación económica entre Estados europeos y formación inmediata de una estructura de bloque, pues no hay una relación mecánica entre intereses económicos inmediatos e intereses estratégicos y militares;
- En el ámbito social, no es posible mantener una cohesión de la sociedad en torno a una nueva ideología de guerra comparable al antifascismo de los años 30 o al anticomunismo de la posguerra, pues la clase obrera no está movilizada, ni mucho menos, tras los estandartes de la nación. La base ideológica para la formación de nuevos bloques no se ha edificado todavía, por mucho que el nuevo antiamericanismo nos dé una idea de la forma que podría tomar en el futuro.
La guerra mundial no está, pues, en la agenda de un futuro más o menos cercano. Pero esto no minimiza en nada los peligros de la situación actual. La proliferación de guerras locales, el despliegue de conflictos regionales entre potencias con armas nucleares, como India y Pakistán, la extensión de esos conflictos hacia los centros vitales del capital (como testimonia la guerra en los Balcanes), la necesidad de EE.UU de reafirmar su liderazgo declinante, sin cesar y con todo su peso, así como las reacciones que esto podría acarrear por parte de las demás potencias, todo ello podría ocasionar una terrible espiral destructora que acabaría por arruinar las bases de una futura sociedad comunista, incluso sin que el capitalismo hubiera obtenido el alistamiento activo de los obreros en los lugares centrales del capital mundial.
9. La clase dominante tiende a reducir el significado global de las crecientes tensiones buscando para cada conflicto, causas específicas locales, ideológicas y económicas: aquí serán los odios raciales fuertemente arraigados, allá las discordias religiosas, en el Golfo, el petróleo, en Sierra Leona, los diamantes, etc. Esto acaba a menudo haciendo mella en las confusiones del medio político proletario, el cual cree con demasiada facilidad que hacer un análisis materialista es esforzarse simplemente por explicar cada conflicto imperialista por razones de la ganancia económica inmediata que se pueda sacar. Muchos de esos factores son reales, pero en nada explican las características generales del período en el que ha entrado el capitalismo. En el período de decadencia, la guerra ha sido, cada vez más, un desastre económico, una pérdida completa. El mantenimiento de cada conflicto particular acarrea costes que sobrepasan con mucho los beneficios que se puedan sacar de él. Por ello, aunque hubo fuertes presiones económicas que sin duda desempeñaron un papel clave para empujar a Zimbabwe a invadir el Congo, o Irak a invadir Kuwait, las complicaciones militares habidas después precipitaron a esos países en una ruina todavía más profunda. Esto quiere decir, hablando ya en general, que se terminó el ciclo crisis-guerra-reconstruccióbn, que daba una especie de apariencia de racionalidad a la guerra mundial en el pasado, pues ninguna nueva guerra mundial vendría seguida de la menor reconstrucción. Pero ninguno de esos cálculos de ganancias o pérdidas no impedirá que los Estados imperialistas tengan que responder a la necesidad de defender su presencia imperialista en el mundo, de sabotear las ambiciones de sus rivales, o de incrementar sus presupuestos militares. Al contrario, están todos entrampados en una lógica que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo que hace que la situación ante la que está enfrentada la humanidad sea tan peligrosa e inestable. Sobrestimar la racionalidad del capital equivale a subestimar la amenaza real de guerra en el período actual.
10. La clase obrera debe pues encarar la posibilidad de verse arrastrada en una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Pero ése solo es un aspecto de la amenaza que representa el capitalismo en descomposición.
La última década ha visto todas las consecuencias de la descomposición transformarse poco a poco en mortíferas:
- en el ámbito de la vida social, especialmente con el fenómeno de "gangsterización" creciente: corrupción en las más altas esferas de los Estados, implicación cada día mayor de las mafias y de los cárteles internacionales de la droga en la vida política y económica de la burguesía, alistamiento de explotados y oprimidos en bandas locales, pandillas que en los países de la periferia se han convertido en instrumentos de las guerras imperialistas; a estos fenómenos se vincula la extensión de ideologías de lo más retrógrado, basadas en el odio racial o étnico, la "normalización" del genocidio y de la matanza interétnica como en Ruanda, Timor Oriental, Bosnia o Borneo;
- con el desmoronamiento de las infraestructuras de transporte y alojamiento, que afectan a cada vez más gente, provocando todavía más víctimas en todo tipo de accidentes y de desastres (accidentes de ferrocarril, inundaciones, terremotos y demás, etc.); estrechamente vinculado a ello, la crisis de la agricultura resultante de las nuevas erupciones de enfermedades que incrementan la crisis que las ha producido;
- más en general, a nivel del ecosistema planetario, cada día se van acumulando más pruebas del calentamiento global del planeta (subida de la temperatura de los mares, deshielo del banco polar, cambios climáticos bruscos, etc.), mientras que los fracasos repetidos de las conferencias internacionales sobre el clima muestran la incapacidad total de las naciones capitalistas para cambiar lo más mínimo.
El capitalismo ofrece hoy una anticipación cada vez más patente de lo que pudiera ser el hundimiento en la barbarie: una civilización totalmente desintegrada, estragada por tempestades, sequías a repetición, epidemias, hambres, envenenamiento irreversible del aire, de los suelos y del agua; una sociedad de hecatombe con sus conflictos asesinos y guerras de destrucción mutua que arruinan a países enteros, cuando no continentes; guerras que emponzoñan todavía más la atmósfera, que se vuelven más y más frecuentes y devastadoras a causa de lo desesperado de las peleas entre naciones, regiones o feudos locales por guardar sus reservas de unos recursos que disminuyen y de lo mínimo necesario; un mundo de pesadilla donde los últimos baluartes de prosperidad atrancan sus puertas a cal y canto ante las hordas de refugiados que huyen de guerras y catástrofes; en resumen, un mundo en el que la putrefacción se ha metido tanto que ya no habría posible vuelta atrás y en el que, finalmente, la civilización capitalista se hundiría en las arenas movedizas que ella misma ha creado. Ese paisaje apocalíptico tampoco está tan alejado de lo que hoy tenemos ante nuestros ojos; el rostro de la barbarie está tomando forma material ante nosotros. Lo único que queda por saber es si el socialismo, la revolución proletaria, sigue siendo una alternativa viva.
La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave del futuro
11. A lo largo de los años 70 y 80, el combate de la clase obrera en respuesta al resurgir de la crisis histórica del capitalismo fue una defensa contra el posible estallido de una tercera guerra mundial, la única verdadera defensa, pues el capitalismo ya tenía formados los bloques imperialistas que debían lanzarse a la guerra, y la crisis económica estaba ya empujando al sistema hacia esa "solución". Pero por una serie de razones relacionadas entre sí, algunas históricas, otras inmediatas, la clase obrera tuvo enormes dificultades para saltar de un nivel defensivo a una afirmación clara de su propia perspectiva política (el peso de las décadas anteriores de una contrarrevolución que diezmó su expresión política organizada, la naturaleza de una crisis económica que se eternizaba y que hacía difícil ver la situación catastrófica que ante sí tenía en mundo capitalista, etc.). La incapacidad de las dos clases principales de la sociedad para imponer su solución a la crisis hizo surgir el fenómeno de la descomposición, el cual, a su vez, se vio fuertemente acelerado por su propio resultado, o sea el desmoronamiento del bloque del Este. Este hundimiento ha sido la señal, para el capitalismo decadente, de la entrada en una fase en la cual la descomposición será la característica principal. Antes de esta fase, la lucha de la clase obrera estuvo marcada por tres oleadas internacionales sucesivas, con unos avances evidentes en la conciencia y en la autoorganización. En cambio, en esta nueva fase de descomposición, la lucha de la clase obrera ha caído en un hondo reflujo, tanto en conciencia como en combatividad.
La descomposición plantea dificultades a la clase obrera a la vez materiales e ideológicas:
- en lo económico y social, los factores materiales de la descomposición han tendido a socavar en el proletariado la conciencia de su identidad. Cada vez se han ido destruyendo más concentraciones tradicionales de la clase obrera; la vida social se ha ido atomizando cada día más (lo cual refuerza la tendencia a la gangsterización como falsa alternativa comunitaria); el desempleo de larga duración, sobre todo entre los jóvenes, refuerza esa fragmentación y destruye más todavía el vínculo con las tradiciones del combate colectivo;
- esos factores objetivos se han hecho más eficaces todavía con las campañas ideológicas incesantes de la clase dominante, vendiendo nihilismo, individualismo, racismo, ocultismo, fundamentalismos religiosos, todo para ocular la realidad de la sociedad cuyas divisiones básicas siguen siendo la división en clases; esas campañas han sido rematadas por el lavado de cerebro que acompañó el desmoronamiento del bloque del Este y que se ha mantenido después: fracasó el comunismo, ha sido rebatido el marxismo, la clase obrera ha dejado de existir. Este tema también ha sido propuesto por todas esas ideologías de la "novedad", las cuales explican de qué modo el capitalismo ha superado sus antiguas divisiones de clases ("nueva economía", "globalización" o "mundialización, "recom po sición de la clase obrera", etc.).
La clase obrera está hoy pues confrontada a una falta de confianza grave, no solo ya en su capacidad para cambiar la sociedad, sino incluso en su capacidad para defenderse a sí misma en lo cotidiano. Esto ha permitido a los sindicatos, que en los años 80 llegaron a desenmascararse como instrumentos del orden burgués, restaurar su control sobre las luchas de los obreros. Al mismo tiempo, ha aumentado la capacidad del capitalismo para desviar los esfuerzos obreros en la defensa de sus propios intereses hacia todo un tinglado de movimientos "populares" y "ciudadanos" en pos de una mayor "democracia".
12. La clase dominante explota, claro está, las dificultades evidentes que hoy la clase obrera debe encarar, para así dar consistencia a su mensaje sobre el final de la lucha de clases. Los hay que reciben bien este mensaje: aquellos que, aún viendo perfectamente el futuro de barbarie que el capitalismo nos está preparando, no creen que la clase obrera sea el sujeto del cambio revolucionario y se dedican a buscar "nuevos" movimientos para un mundo mejor. Esto ocurre, por ejemplo, con muchas personas involucradas en movilizaciones "anticapitalistas"). Los comunistas saben perfectamente que si la clase obrera estuviera acabada de verdad, ya no quedaría ninguna otra barrera para impedir que el capitalismo arrastre a la destrucción de la humanidad. Pero también son capaces de afirmar que esa barrera sigue ahí, que la clase obrera internacional no ha dicho su última palabra ni mucho menos. Esta confianza en la clase obrera no tiene nada que ver con una especie de fe religiosa, sino que se basa en:
- una visión histórica de la clase obrera, que no es una instantánea fotográfica inmediata, sino que es capaz de ver el vínculo verdadero entre los combates pasados, presentes y futuros de la clase y de sus organizaciones;
- un análisis de la última década en particular, que les permite concluir que a pesar de todas las dificultades que ha encontrado, la clase obrera no ha sufrido derrotas históricas a escala mundial, comparables a las que sufrió al término de la primera oleada revolucionaria.
13. La prueba de la certeza de esa conclusión viene dada por:
- el hecho de que, a pesar de las dificultades innegables habidas durante esta última década (aislamiento y dispersión y, por consiguiente, ausencia en general de la lucha de clases en el escenario social), la clase obrera de las concentraciones más importantes sigue conservando importantes reservas de combatividad y no ha aceptado los planes de austeridad que el capitalismo intenta imponerle. La combatividad conoce un desarrollo tortuoso pero real en respuesta a la degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera;
- los signos de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Contrariamente a la visión idealista según la cual la conciencia sería algo aportado desde fuera de la clase, o las teorías mecanicistas que solo ven desarrollarse la conciencia en los combates inmediatos y visibles, los comunistas siempre han sido plenamente conscientes de que las huelgas de masas o las revoluciones no brotan de la nada, sino que encuentran sus fuentes en procesos subterráneos que se van construyendo en largos períodos y que a menudo sólo se pueden discernir en explosiones repentinas o en la aparición de minorías combativas en el seno de la clase. Durante el período reciente, ha sido evidente la emergencia de esas minorías. Esto se ha notado en la ampliación de esa zona de transición política entre burguesía y proletariado y en el desarrollo de una minoría, poco numerosa pero importante, que se vincula al medio político proletario. Es muy significativo que muchos de esos elementos "en búsqueda" procedan no solo de ámbitos politizados desde hace tiempo, sino de una nueva generación de gentes que se plantean por vez primera problemas sobre el capitalismo;
- la clase obrera sigue ejerciendo un peso "negativo" en la clase dirigente. Esto se plasma, entre otras cosas, en la repulsión de la burguesía a admitir la verdadera amplitud de las rivalidades imperialistas entre las principales potencias y a arrastrar directamente a los trabajadores de esos países en las aventuras militares; se plasma en la preocupación de la clase dominante de que no aparezca claramente la amplitud de la crisis, evitando una crisis económica demasiado evidente que podría provocar una reacción masiva de la clase obrera; la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicados a sus campañas ideológicas contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada, son de las más ruidosas.
Los comunistas pueden seguir afirmando que el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto.
14. La clase obrera, en el difícil camino de reencuentro con su espíritu combativo y de recuperación de sus tradiciones del pasado y sus experiencias de lucha, topa, evidentemente, con la estrategia antiproletaria de la burguesía:
a) primero, el uso de los partidos de izquierda en los gobiernos, en donde siguen estando mejor situados en general que la derecha para:
- presentar los signos evidentes del hundimiento del capitalismo como únicamente resultantes de la acción de sectores particulares del capitalismo (sectores "egoístas", empresas irresponsables, etc.); así, la única alternativa sería la acción del Estado democrático defensor de los intereses de todos los ciudadanos;
- presentar la espiral de las guerras y el militarismo como resultado únicamente de los sectores "belicistas" ("halcones") del capitalismo, tales como Bush, Sharon, etc., contra quienes hay que oponer la "ley internacional" basada en los "derechos humanos";
- escalonar los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera, sobre todo en las concentraciones industriales más importantes, para así procurar retrasar y dispersar la combatividad obrera, crear la división en las filas proletarias, entre sectores "privilegiados" (trabajadores con contratos fijos, trabajadores de los países occidentales, etc.) y los sectores precarios (contratos temporales, inmigrados, etc.);
b) está después, en perfecta coherencia con todo eso, la actividad de los izquierdistas así como la del sindicalismo radical, destinada a neutralizar la desconfianza de los trabajadores hacia los partidos de centro-izquierda, desviándolos hacia una defensa radical de la democracia burguesa. El actual desarrollo en Gran Bretaña, por ejemplo, de la "Alianza socialista" es un buen ejemplo de esa función;
c) y, en fin, no menos importantes, nos encontramos con las actividades de los antimundialistas, a quienes los medios suelen presentar como la única forma posible de anticapitalismo. La ideología de estos movimientos, cuando no es la del "no futur" de la pequeña burguesía (defensa de la producción a pequeña escala, culto de la violencia ciega que refuerza el sentimiento de desesperanza, etc.), no es más que una versión más radical de lo que proponen sus hermanos mayores de la pretendida izquierda "tradicional": defensa del interés nacional contra los rivales. Esas ideologías no sirven más que para paralizar la evolución posible de nuevos elementos "en búsqueda" en la población en general y en el seno de la clase obrera en particular. Como ya dijimos, esas ideologías no contradicen la propaganda más general sobre la muerte del comunismo (que seguirá siendo utilizada como baza principal); son, en cambio, un complemento importante.
15. Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución.
Mayo de 2001