Revueltas populares en América Latina: La indispensable autonomia de clase del proletariado

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La explosión masiva de luchas obreras de Mayo 68 en Francia, seguida por los movimientos en Italia, Gran Bretaña, España, Polonia y otros lugares, puso fin al periodo de contrarrevolución que tanto había pesado sobre la clase obrera internacional desde la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. El gigante proletario volvió a alzarse en la escena de la historia y no únicamente en Europa. Estas luchas tuvieron un inmenso eco en América Latina, empezando por “el cordobazo “ de 1969 en Argentina. Entre 1969 y 1976, en toda la región, de Chile, el sur, hasta México en la frontera con Estados Unidos, los trabajadores llevaron a cabo un combate intransigente contra las tentativas de la burguesía de hacerles pagar la crisis económica. En las oleadas de luchas que siguieron, entre la de 1977 hasta 1980, que culminarían en la huelga de masas en Polonia, las de 1983 a 1989 marcadas por movimientos masivos en Bélgica, Dinamarca e importantes luchas en otros numerosos países, el proletariado de América Latina también siguió luchando, aunque no fuera de manera tan espectacular, demostrando así que, cualesquiera que sean las condiciones, la clase obrera dirige un único y mismo combate contra el capitalismo, que ella es una sola y misma clase internacional.

Hoy, esas luchas en América Latina se asemejan a un sueño lejano. La situación social actual en la región no está marcada por luchas masivas, manifestaciones y confrontaciones armadas entre el proletariado y las fuerzas represivas, sino por una inestabilidad social generalizada. El “levantamiento” en Bolivia de Octubre 2003, las masivas manifestaciones callejeras que condujeron a cinco cambios, uno tras otro, en la Presidencia de Argentina en diciembre de 2001, la “revolución popular” de Chávez en Venezuela, la lucha altamente mediatizada de los zapatistas en México, esos acontecimientos, entre otros similares, han dominado la escena social. En ese torbellino de descontento popular, de revuelta social contra la pauperización y la miseria que se extiende, la clase obrera aparece como una capa descontenta en medio de otras que debe, para poder tener una mediocre oportunidad de defenderse contra la agravación de su situación, participar y fundirse en la revuelta de las demás oprimidas y empobrecidas capas de la sociedad. Frente a estas dificultades que enfrenta la lucha de clases, los revolucionarios no deben bajar los brazos sino mantener la defensa intransigente de la independencia de clase del proletariado.

“La autonomía del proletariado frente a las demás clases  de la sociedad es la condición esencial del desarrollo de su lucha hacia el objetivo revolucionario. Todas las alianzas, y particularmente con las fracciones de la burguesía, no pueden más que conducir a su desarme ante su enemigo haciéndole abandonar el único terreno en donde puede templar sus fuerzas: su terreno de clase” (punto IX de la Plataforma de la CCI).

Y ello, porque únicamente la clase obrera es la clase revolucionaria, únicamente ella es portadora de una perspectiva para toda la humanidad y ahora que está cercada por todas partes por las manifestaciones de la descomposición social creciente del capitalismo moribundo, con grandes dificultades para imponer su lucha como clase autónoma que tiene intereses propios que defender, más que nunca se debe recordar lo que escribía Marx:

“No se trata de saber qué objetivo se forja momentáneamente tal o cual proletario, e incluso todo el proletariado. De lo que se trata es de saber lo que el proletariado es y lo que históricamente estará obligado a hacer, conforme a su ser” (La Sagrada familia)..

La clase obrera en América Latina de 1968 a 1989

La historia de la lucha de clases en América Latina estos últimos 35 años, forma parte del combate de la clase obrera internacional; ha estado salpicada de ásperas luchas, de violentos enfrentamientos con el Estado, de temporales victorias y amargas derrotas. Los espectaculares movimientos de finales de los 60 y principios de los 70 abrieron la vía a luchas más difíciles y tortuosas, en dondela cuestión de fondo, cómo defender y desarrollar la autonomía de clase, se planteó con más fuerza todavía.

La lucha de los obreros de la ciudad industrial de Córdoba en 1969 fue particularmente importante. Ello dio lugar a una semana de enfrentamientos armados entre el proletariado y el ejército argentino, y constituyó un formidable estímulo por toda Argentina, América Latina y el mundo entero. Fue el inicio de una ola de luchas que culminó en Argentina en 1975, con la lucha de los metalúrgicos de Villa Constitución, el centro de producción de acero más importante del país. Los trabajadores de Villa Constitución se enfrentaron a la potencia plena del Estado, la clase dominante anhelaba dar un ejemplo con el aplastamiento de su lucha. Acabó en un alto nivel de confrontación entre la burguesía y proletariado:

“La ciudad quedó bajo la ocupación militar de 4000 hombres... El sistemático registro de cada barrio y el encarcelamiento de obreros (...) no hicieron más que provocar la cólera proletaria: 20 000 trabajadores de la región se pusieron en huelga y ocuparon las fábricas. A pesar de los asesinatos y del bombardeo a las casas obreras, se creó inmediatamente, un comité de lucha fuera del sindicato. En cuatro ocasiones, la dirección de la lucha fue encarcelada; pero, en cada ocasión, el comité resurgía, más fuerte que antes. Como en Córdoba en 1968, grupos de obreros armados tomaron a cargo la defensa de los barrios proletarios y pusieron fin a las actividades de las bandas paramilitares.”

“La acción de los obreros siderúrgicos y metalúrgicos que demandaban un aumento de salario del 70 % se benefició rápidamente de la solidaridad de los trabajadores de otras empresas del país, en Rosario, Córdoba y Buenos Aires. En esta última ciudad, por ejemplo, los obreros de Propulsora, que habían entrado en huelga por soli­daridad y que arrancaron todos los aumentos de salario que exigieron (130 000 pesos por mes), decidieron dar la mitad de su salario a los obreros de Villa Constitución” (“Argentina, seis años después de Córdoba”, World Revolution nº 1, 1975).

También será en defensa de sus propios intereses de clase si los obreros de Chile, a principios de los años 70, rechazaron los sacrificios que les exigía el gobierno de Unidad Popular de Allende:

“... la resistencia de la clase obrera a Allende empezó en 1970. En Diciembre de 1970, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga, exigiendo salarios más elevados. En julio de 1971, 10 000 mineros dejaron el trabajo en la mina Lota Schwager. Casi al mismo tiempo, nuevas huelgas se propagaron en las minas de El Salvador, El Teniente, Chuquicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de salario... En mayo-junio de 1973, los mineros se pondrían en movimiento, 10000 de entre ellos se lanzaron a la huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente exigieron un aumento del 40 %. Allende fue quien colocó a las provincias de O’Higgins bajo control militar, porque la paralización de El Teniente constituía una seria amenza para la economía” (“la irresistible caída de Allende”, World Revolution nº 268).

Se desarrollaron importantes luchas también en otras concentraciones proletarias significativas de América Latina. En Perú en 1976, huelgas semiinsurreccionales estallaron en Lima que serían ahogadas en sangre. Algunos meses después, los mineros de Centramín se pondrían en huelga. En Ecuador, tuvo lugar una huelga general en Riobamba. En México hubo una ola de luchas en enero del mismo año. En 1978, de nuevo huelgas generales en Perú. Y en Brasil, tras 10 años de pausa, 200 000 obreros metalúrgicos se pusieron a la cabeza de una ola de huelgas que duró de mayo a octubre. En Chile, en 1976, las huelgas se reanudaron en los empleados del Metro de Santiago y en las minas, En Argentina, a pesar del terror impuesto por la Junta militar, de nuevo estallan huelgas en 1976, en la electricidad, en los automóviles en Córdoba con violentos enfrentamientos con el ejército. En Bolivia, Guatemala, Uruguay, todos aquellos años estuvieron igualmente marcados por la lucha de clases.

Durante los años 80, el proletariado de América Latina participó también plenamente en la oleada internacional de luchas iniciadas en 1983 en Bélgica. Entre esas luchas, las más avanzadas estuvieron marcadas por los esfuerzos determinados por parte de los trabajadores por extender el movimiento. Este fue el caso, por ejemplo en 1988, de la lucha de los trabajadores de la educación en México que se batieron por aumentos de salario:

“... la reivindicación de los trabajadores de la educación planteó desde el inicio la cuestión de la extensión de las luchas, porque existía un descontento generalizado contra los planes de autoridad. Aunque el movimiento estaba decayendo en el momento en que empezó el movimiento en el sector de la educación, 30 000 empleados del sector público organizaron huelgas y manifestaciones fuera del control sindical, los mismos trabajadores de la educación reconocieron la necesidad de la extensión y de la unidad: al inicio del movimiento, los del sur de la ciudad de México enviaron delegaciones a otros trabajadores de la educación, los llamaban a unirse a la lucha, y ellos acudieron a las calles a manifestarse. Asimismo, se negaron a limitar la lucha únicamente a los profesores, agrupando a todos los trabajadores del sector educativo (profesores, trabajadores administrativos y manuales) en asambleas masivas para controlar la lucha”. (“México: luchas obreras e intervención revolucionaria” World Revolution, nº 124, mayo 1989).

Las mismas tendencias se manifestaron en otras partes de América Latina:

“Los propios medios burgueses hablaron de “ola de huelgas” en América Latina, con luchas obreras en Chile, Perú, México... y Brasil; aquí hubo huelgas y manifestaciones simultáneas contra el bloqueo de salarios, de los trabajadores de la banca, estibadores, de la salud y de la educación” (“El difícil camino de la unificación de la lucha de clases”, World Revolution, ídem).

De 1969 a 1989, la clase obrera de América Latina, con avances y retrocesos, con dificultades y debilidades demostró que se inscribe plenamente en la reanudación histórica de la lucha internacional de la clase obrera.

El desmoronamiento del muro de Berlín y la avalancha de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo” que le siguió, han engendrado un profundo reflujo de las luchas obreras a escala internacional cuya característica esencial ha sido la pérdida de su identidad de clase por parte del proletariado. En las fracciones del proletariado de los países de la periferia, como en Sudamérica, ese reflujo ha tenido efectos tanto más letales porque el desarrollo de la crisis y de la descomposición social arrastra a las masas empobrecidas, oprimidas y miserables hacia revueltas interclasistas, lo que hace que al proletariado le sea más difícil la tarea de afirmarse como clase autónoma y guardar distancias frente a las revueltas y las experiencias del poder “popular”.

.Los nocivos efectos de la descomposición capitalista y las revueltas interclasistas

El desmoronamiento del Bloque del Este, él mismo resultado ya de la descomposición del capitalismo, ha sido un considerable acelerador de ésta a nivel mundial con el telón de fondo de una crisis económica agravada. América Latina ha sido golpeada de lleno. Decenas de millones de personas ha sido obligadas a desplazarse de los campos hacia los barrios empobrecidos de las principales ciudades, en una búsqueda desesperada de inexistentes empleos, mientras que, al mismo tiempo, millones de jóvenes trabajadores son excluidos del proceso de trabajo asalariado. Un tal fenómeno, que está en marcha desde hace 35 años, ha conocido una brutal agravación en estos 10 últimos años llevando a las masas de la población, no explotadoras ni asalariadas, a reventar de hambre y a vivir un día tras otro al margen de la sociedad.

En América Latina, 221 millones de personas (41 % de la población) viven en la pobreza. Este número ha aumentado en 7 millones tan solo en el último año (entre estos, 6 millones se han hundido en una pobreza extrema) y en 21 millones desde 1990. Actualmente 20 % de la población latinoamericana vive en la más extrema pobreza (comisión económica para América Latina y el Caribe- CELAC).

La agravación de la descomposición social ha tenido su reflejo en el crecimiento de la economía informal, los pequeños oficios y el comercio callejero. La presión de este sector varía en función de la potencia económica del país. En Bolivia, en el 2000, la cantidad de personas “por cuenta propia” superó la total de asalariados (47,8 % contra 44,5 % de la población activa); mientras que en México la cifra era del 21 % contra 74,4 % (CELAC),

En todo el continente, 128 millones de personas, o sea el 33 % de la población urbana, vive en pocilgas (según la ONU –6 de octubre 2003–, esas villas miseria están cargando una “bomba de relojería”).

Estos millones de seres humanos se encuentran ante una ausencia casi total de sistema sanitario o de electricidad, y sus vidas, son envenenadas por el crimen, las drogas y las pandillas. Los cuchitriles de Río son, desde hace años el campo de batalla de pandillas rivales, una situación muy bien descrita en la película La Ciudad de Dios. Los obreros de América Latina, particularmente los que viven en chabolas, están además confrontados a las tasas de criminalidad más elevadas del mundo. El desgarramiento de las relaciones familiares ha llevado también a un enorme crecimiento del número de niños abandonados en las calles.

Decenas de millones de campesinos padecen cada vez más dificultades para arrancarle al suelo los miserables medios de subsistencia. Para sobrevivir, son empujados a un salvaje desmonte de algunas zonas tropicales, acelerando así el proceso de destrucción del medio ambiente del cual las compañías de explotación forestal son las primeras responsables. Esta solución no ofrece mas que una tregua temporal al hecho del rápido agotamiento del suelo al resultar una incontrolable espiral de deforestación.

El incremento de esas capas de harapientos ha tenido un importante impacto en la capacidad del proletariado para defender su autonomía de clase. Esto se reveló claramente a finales de los años 1980, cuando estallaron las revueltas del hambre en Venezuela, en Argentina y Brasil. En respuesta a la revuelta en Venezuela que ocasionó más de mil muertos y otros tantos heridos, nosotros pusimos en guardia contra el peligro que tales revueltas representan para el proletariado:

“El factor vital que alimenta este tumulto social es una rabia ciega, sin ninguna perspectiva, acumulada en el transcurso de largos años de ataques sistemáticos contra las condiciones de vida y de trabajo de los que aún tienen uno; expresa la frustración de millones sin empleo, de jóvenes que nunca han trabajado, y que son despiadadamente empujados hacia el pantano de la lumpenización por una sociedad que, en los países de la periferia del capitalismo, es incapaz de ofrecer a estos elementos tan siquiera una insignificante perspectiva a su vida...

“La falta de orientación política proletaria, que abra una perspectiva proletaria, ha significado que sean esa rabia y esa frustración la fuerza motriz de los motines, incendios de vehículos, importantes confrontaciones con la policía y, al cabo, saqueos de tiendas y de material eléctrico. El movimiento que se inició como una protesta contra el “paquete” de medidas económicas se transformó, pues, rápidamente en saqueos y en destrucciones sin ninguna perspectiva” (“Comunicado al conjunto de la clase obrera”, publicado en Internacionalismo, órgano de la CCI en Venezuela, reproducido en World Revolution nº 124, mayo 1989).

En los años 1990, la desesperación de las capas no explotadoras pudo ser utilizado de manera creciente por partidos de la burguesía y de la pequeña burguesía. En México, los Zapatistas se han hecho expertos en la materia, con sus temas sobre el “Poder Popular” y la representación de los oprimidos. En Venezuela, Chávez ha movilizado a las capas no explotadoras, particularmente los que habitan en chamizos, detrás de la idea de una “Revolución popular” contra el viejo régimen corrupto.

Estos movimientos populares han tenido un real impacto sobre el proletariado, en particular en Venezuela, en donde subsiste el peligro de ver algunas de sus partes ser reclutadas en una sangrienta guerra civil detrás de fracciones rivales de la burguesía.

El alba del siglo xxi no ha visto ninguna disminución del impacto destructor de la desesperación creciente de las capas no explotadoras. En diciembre del 2001, el proletariado de Argentina –uno de los más viejos y experimentados de la región– se vio prisionero en la tormenta de la revuelta popular que llevó a cinco presidentes a acceder y renunciar al poder en 15 días. En octubre del 2003, el sector principal del proletariado en Bolivia, los mineros, se encontró arrastrado en una sangrienta “revuelta popular”, dirigida por la pequeña burguesía y los campesinos, que produjo numerosos muertos y muchos heridos, ¡todo en nombre de la defensa de la reserva del gas boliviano y de la legalización de la producción de coca!

El hecho de que partes significativas del proletariado se vieran atrapadas en esas revueltas es de la mayor importancia, porque eso revela que la clase obrera ha perdido gran parte de su autonomía de clase. En lugar de considerarse como proletarios con sus propios intereses, los obreros en Bolivia y Argentina se vieron como ciudadanos que comparten intereses comunes con las capas pequeño burguesas y no explotadoras...

La absoluta necesidad de una claridad revolucionaria

Con la agravación de la situación, habrá otras revueltas de este tipo o, como puede ser el caso de Venezuela, puede también haber sangrientas guerras civiles, masacres que pudieran triturar ideológica y físicamente partes importantes del proletariado internacional. Frente a esa siniestra perspectiva, es deber de los revolucionarios centrar su intervención en la necesidad para el proletariado de luchar por la defensa de sus intereses específicos de clase. Desgraciadamente, no todas las organizaciones revolucionarias han estado a la altura de sus responsabilidades en ese plano. Así, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario (BIPR) ante la explosión de la violencia “popular” en Argentina se quedó sin brújula política, tomando la realidad por lo que no era:

“Espontáneamente los proletarios han salido a las calles, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y empobrecida como ellos mismos. Todos juntos han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y, sobre todo, supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como hornos de pan en la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez mas clasistas. Fueron atacados, incluso, los propios edificios gubernamentales, monumentos simbólicos de la explotación y del pillaje financiero” (“Lecciones de Argentina: toma de posición del BIPR: o partido revolucionario y socialismo, o miseria generalizada y guerra” Internationalist Communist nº 21, otoño-invierno de 2002).

Más recientemente, ante los disturbios sociales en Bolivia que culminaron en las masacres de octubre de 2003, Battaglia Comunista publicó un artículo subrayando las potencialidades de los “ayllu indígenas” de Bolivia (Comunidades de base):

“Los ayllu no habrían podido desempeñar un papel en la estrategia revolucionaria más que oponiéndose a las instituciones presentes gracias al contenido proletario del movimiento y tras haber superado sus aspectos arcaicos y locales, es decir, únicamente si hubieran reaccionado como un mecanismo eficaz para la unidad entre los indígenas, el proletariado mestizo y blanco en un frente contra la burguesía mas allá de toda rivalidad racial ... Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y de la movilización del proletariado indígena, pero, en sí, esto es insuficiente y muy precario para constituir la base de una nueva sociedad emancipada del capitalismo”.

Este artículo de Battaglia Comunista es de noviembre de 2003, cuando acababan de producirse los sangrientos acontecimientos de octubre en los cuales precisamente la pequeña burguesía indígena arrastró al proletariado y, en particular, a los mineros a un enfrentamiento desesperado con las fuerzas armadas. Una matanza durante la cual los obreros fueron sacrificados para que la burguesía y la pequeña burguesía indígena pudieran tener una parte mayor del pastel, llevándose la “parte del león” en la redistribución del poder y de las ganancias, gracias a la explotación de los mineros y de los trabajadores rurales. Según sus propios dirigentes, como Álvaro García, los indígenas como tales no albergan ninguna confusa quimera según la cual los ayllu serían el punto de partida de “otra” sociedad.

El entusiasmo del BIPR por los acontecimientos en Argentina es la conclusión lógica de sus análisis sobre la “radicalización de la conciencia” de las masas no proletarias en los países de la periferia.

“La diversidad de estructuras sociales, el hecho de que la imposición del modo de producción capitalista haya trastornado al viejo equilibrio y que el mantenimiento de su existencia esté basado y se traduzca en una miseria creciente para las cada vez mas numerosas masas proletarizadas y desheredadas; la opresión política y la represión que son, por tanto, necesarias para someterlas, todo esto conduce a un mayor potencial de radicalización de la conciencia en los países periféricos mayor aún que en las sociedades de las metrópolis (...). En muchos de estos países (periféricos), la integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía el fenómeno de masas como lo es en los países metropolitanos” (“Tesis sobre la táctica para la periferia del capitalismo”, consultables en el sitio del BIPR: www.ibre.org) (1).

Según este punto de vista, las manifestaciones populares violentas y masivas deben mirarse como algo positivo. Una “revuelta estéril y sin porvenir” en un contexto en donde el proletariado es tragado por una marea de interclasismo, esto se transforma en la imaginación del BIPR, en concreción “de las potencialidades para la radicalización de la conciencia”. Este enfoque del BIPR lo ha incapacitado para sacar las lecciones reales de acontecimientos como los de diciembre 2001 en Argentina.

En sus “Tesis” y en sus análisis de situaciones concretas, el BIPR comete dos errores importantes, bastante difundidos en el medio izquierdista y altermundialista. El primer error, es la visión teórica según la cual el movimiento de defensa de los intereses nacionales, burgueses o pequeño burgueses, directamente antagónicos a los del proletariado (como los recientes acontecimientos de Bolivia o los acontecimientos de diciembre 2001 en Argentina), podrían transformarse en luchas proletarias. El segundo error –éste, de un empirismo obtuso– es imaginar que esa transformación milagrosamente ocurrió en la realidad y tomar los movimientos dominados por la pequeña burguesía y las consignas nacionalistas por verdaderas luchas proletarias.

Ya hemos polemizado con el BIPR sobre su análisis político de los acontecimientos en Argentina en un artículo de la Revista Internacional nº 109 (“Argentina: sólo la afirmación del proletariado en su terreno de clase podrá hacer retroceder a la burguesía”). Al final de ése artículo, resumíamos así nuestra posición:

“Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el proletariado es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates. Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina- sólo ha habido una revuelta interclasista”.

El BIPR respondió a nuestra crítica (ver “Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI” en Internationalist Communist nº 21, otoño/invierno 2002) reafirmando su posición según la cual el proletariado dirigió ese movimiento y condenando la posición de la CCI:

“La CCI subraya las debilidades de la lucha insistiendo en su naturaleza interclasista y heterogénea, además y en su dirección izquierdista burguesa. Se queja de la violencia en el seno de la clase y de la dominación de ideologías burguesas como el nacionalismo. Para la CCI, esa falta de conciencia comunista hace del movimiento una “revuelta estéril y sin mañana””.

Es evidente que el BIPR no comprendió nuestro análisis, o más bien, lo interpreta en función de lo que le conviene. Dejamos a los lectores que se hagan su opinión sobre esos dos artículos.

Al contrario de esas afirmaciones, el Núcleo comunista internacionalista– grupo que se constituyó en Argentina a finales del 2003– analiza y saca lecciones muy diferentes de esos acontecimientos. En el segundo número de su boletín, el NCI polemiza con el BIPR sobre la naturaleza de los acontecimientos en Argentina:

“... [la declaración del BIPR dice erróneamente] que el proletariado ha empujado tras de sí a sectores estudiantiles, y otras capas sociales, esto constituye un error sumamente grosero que cometen dichos camaradas junto a los compañeros del GCI, y ello, es así, ya que las luchas obreras que se dieron a lo largo de todo el año 2001 demostraron la incapacidad del proletariado argentino, de asumir la dirección no solo de la totalidad de la clase obrera, sino también de ponerse a la cabeza como “caudillo” del movimiento social que salía a la calle a protestar, empujando al conjunto de las capas sociales no explotadoras. Ello no sucedió, aconteció todo lo contrario, fueron las capas no proletarias las que dirigieron las jornadas del 19 y 20 de diciembre, por lo que se puede decir que el desarrollo de las mismas no tenían ningún futuro histórico, tal como se ha demostrado un año después” (“A dos años del 19 y 20 de diciembre en Argentina”, Revolución comunista nº 2, publicación del Núcleo comunista internacional, diciembre de 2003).

Hablando de implicaciones proletarias en los saqueos, el GCI (2) dice:

“Si existía una voluntad de encontrar dinero y, por encima de todo, de echar mano de él al máximo en las empresas, los bancos..., había más que eso: fue un ataque generalizado contra el mundo del dinero, la propiedad privada, los bancos y el Estado; contra ese mundo que es un insulto a la vida humana. Esta no es únicamente una cuestión de expropiación, sino también de afirmación del potencial revolucionario, el potencial para la destrucción de una sociedad que destruye a los seres humanos” (“A propósito de la lucha proletaria en Argentina”, Comunismo nº 49).

Inscribiéndose en contra de semejante visión, el NCI presenta todo un análisis de la relación entre esos acontecimientos y el desarrollo de la lucha de clases:

“Las luchas argentinas en el periodo 2001/2002 no constituyen un acto único sino que tiene un desarrollo que podemos dividirlo en tres momentos:

“a) El primer momento es el año 2001, como se dijo más arriba, estuvo signado por una serie de luchas obreras de carácter típicamente reivindicativas, el común denominador de las mismas fue su aislamiento de los otros destacamentos proletarios, y la hegemonía que la dirección política de la burocracia sindical, como mediación contrarrevolucionaria, le imprimía.

“Pero a pesar de dicha limitación, ya se han desarrollado hitos muy importantes de auto-organización obrera en sectores como los mineros de Río Turbio, al sur del país, Zanón, en Neuquen, el Norte de Salta con la unidad de los obreros de la construcción y los ex obreros petroleros hoy desocupados. Estos pequeños destacamentos proletarios fueron vanguardia al proponer la necesidad de “UNIDAD” de la clase obrera y de los proletarios desocupados. […]

“b) Un segundo momento, son las jornadas especificas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que reiteramos, fue una rebelión dirigida no por los sectores proletarios, ni de los obreros desocupados sino una revuelta de carácter interclasista, siendo la pequeña burguesía el elemento aglutinador, ya que el golpe económico dado por el gobierno de De la Rúa fue directamente contra sus propios intereses, y contra la base electoral y de apoyo político, mediante el decreto de diciembre de 2001 que instauraba el congelamiento de los fondos. […]

c) Un tercer momento, y aquí debemos ser muy cuidadosos de no feticihizar ni de deslumbrarnos por las llamadas asambleas populares, que se llevaron a cabo en las barriadas de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires lejos de los centros o barrios obreros. Sino que este momento es cuando se da en el terreno proletario un aumento en las luchas con un comienzo muy humilde, y que va en aumento, sea los trabajadores municipales o docentes protestando por el cobro de sus salarios, sea obreros industriales luchando contra los despidos de la patronal (ejemplo camioneros).

“He ahí en dicho momento cuando los trabajadores ocupados y desocupados tenían frente a sí la posibilidad de entablar no solo una verdadera unidad, sino también de echar las simientes para una organización autónoma de la clase obrera, y que por el accionar de la burguesía en sus intentos de dividir y desviar al proletariado y la complicidad de lo que denominados la nueva burocracia piquetera, echaron por tierra el experimento que hubiera sido una gran arma en manos del proletariado como fueron las denominadas Asambleas nacionales de trabajadores ocupados y desocupados.

“Por ultimo consideramos un error intentar identificar las luchas que se desarrollaron a lo largo de los años 2001/2002 con las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, ya que ambas se diferencian entre sí, y una no es consecuencia de la otra.

“Ello es así, ya que las jornadas o la revuelta del 19 y 20 de diciembre no tuvo en absoluto un carácter obrero, toda vez que la misma fue dirigida no por el proletariado ni por los trabajadores desocupados, sino que estos últimos participaron como furgón de cola de las consignas y los intereses de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires, que diferían radicalmente con las metas y los objetivos del proletariado […]

“Es fundamental decir esto, porque en este período de decadencia del capitalismo, el proletariado corre el riesgo de perder su propia identidad y su confianza como el sujeto histórico y determinante en las transformaciones sociales, y ello está dado por el descenso de la conciencia proletaria como consecuencia del estallido del bloque estalinista y que la propaganda capitalista ha hecho mella en la mentes obreras acerca del fracaso de la lucha de clases, y ello lleva a estimular por parte de los capitalistas de una visión de no existencia de clases antagónicas, sino que las mismas están divididas o separadas conforme a si se han insertado en el mercado o están excluidos del mismo, tratando de borrar el río de sangre que separa proletarios de capitalistas.

“Este peligro se pudo observar en la Argentina durante los eventos del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde la clase obrera fue incapaz de transformarse en una fuerza autónoma que luchara por sus objetivos de clases, entrando en la vorágine de la revuelta interclasista bajo la dirección de capas sociales no proletarias.”

El NCI coloca los acontecimientos de Bolivia en el mismo marco: “ Partiendo de la premisa de saludar y solidarizarnos completamente con los trabajadores bolivianos en lucha, hay que dejar sentado también que la combatividad de la clase no es el criterio único para determinar el balance de las fuerzas entre la burguesía y el proletariado, ya que la clase obrera boliviana no ha sido capaz de desarrollar un movimiento masivo de toda la clase obrera que lleve tras de sí al resto de los sectores no explotadores en esta lucha, todo lo contrario ha sucedido, son los sectores campesinos, nucleados en la central obrera campesina, y los pequeños burgueses quienes están dirigiendo esta revuelta.

“Ello es así, ya que la clase obrera boliviana se ha diluido en un “movimiento popular” de características interclasista, y ello lo afirmamos por las siguientes razones:

“a) porque es el campesinado quien dirige esta revuelta con dos objetivos claros, la legalización del cultivo de la hoja de coca y la no-venta del gas a los EEUU;

“b) La utilización de la consigna de asamblea constituyente como salida de la crisis y como medio para “ la reconstrucción de la nación”

“c) y el no-planteamiento de una lucha contra el capitalismo.

“Los acontecimientos de Bolivia guardan un gran paralelismo con la Argentina en el año 2001/2002, donde el proletariado se encontró subsumido no solo con las consignas de la pequeña burguesía, sino también que dichos “movimientos populares” tenían en el caso argentino, y lo tienen en el boliviano, un signo bastante reaccionario, al plantear la reconstrucción de la nación bajo bases burguesas, o al proclamar la expulsión de los “gringos” y que los recursos naturales vuelvan al Estado boliviano […]

“[…] Los revolucionarios debemos hablar claramente y basarnos en los hechos concretos de la lucha de clases, no para ilusionarnos o para engañarnos a nosotros mismos, sino para adoptar una postura proletaria revolucionaria, y es por ello, que es un grave error confundir lo que es una revuelta social con un horizonte político estrecho, con una lucha proletaria anticapitalista” (“La revuelta boliviana”, Revolución comunista nº 1, octubre 2003)

Este análisis del NCI, que se apoya en hechos reales, pone claramente en evidencia que el BIPR toma sus deseos por la realidad cuando avanza la idea de la “radicalización de la conciencia” entre las capas no explotadoras. La realidad concreta de la situación en la periferia es la creciente destrucción de las relaciones sociales, la propagación del nacionalismo, del populismo y de otras ideologías reaccionarias similares, todo esto tiene un impacto muy serio en la capacidad del proletariado para defender sus intereses de clase.

Afortunadamente, sin embargo, esta realidad parece no haber pasado desapercibida para ciertas publicaciones del BIPR. En efecto, el número 30 de Revolutionary Perspectives (órgano de la Communist Worker Organization, grupo del BIPR en Reino Unido) presenta una imagen mucho más cercana a la realidad de los acontecimientos en Argentina y Bolivia, en su editorial “Las tensiones imperialistas se intensifican, la lucha de clases debe intensificarse”:

“... como en el caso de Argentina, esas protestas fueron interclasistas y sin objetivo social claro, y serían contenidas por el capital. Esto lo vimos en el caso de Argentina, en donde la agitación violenta de hace dos años abrió la vía a la austeridad y la pauperización (...) Mientras que la explosión de la revuelta demuestra la cólera y la desesperación de la población en muchos países periféricos, tales explosiones no podrían encontrar salida a la situación social catastrófica que existe. El único medio de avanzar es volver a la lucha de clase contra clase y vincularse a las luchas de los obreros de las metrópolis”.

Sin embargo, el artículo, desgraciadamente, no denuncia el papel del nacionalismo o de la pequeña burguesía indígena en Bolivia. Con todo, ya sabemos que la posición oficial del BIPR sobre esta cuestión es necesariamente la defendida en Battaglia Comunista según la cual: “Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y movilización del proletariado indígena”. La realidad es que los ayllu han sido el punto de partida para la movilización de los proletarios de origen indígena detrás de la pequeña burguesía indígena, de los campesinos y los cultivadores de coca en su lucha contra la fracción de la burguesía en el poder.

Esta aberración de Battaglia Comunista que atribuye potencialidades a los “consejos comunitarios indígenas” en el desarrollo de las luchas de clases, no pasó desapercibida para el NCI quien juzgó necesario escribir a esa organización sobre esta cuestión. Tras haber recordado lo que son los “ayllu”, “un sistema de casta dedicado a perpetuar las diferencias sociales entre la burguesía, sea esta blanca, mestiza o indígena, y el proletariado”, el NCI en su carta (de fecha 14 de noviembre del 2003) dirige la crítica siguiente a Battaglia:

“A nuestro entender dicha posición constituye un grave error, ya que tienden a atribuirle a dicha institución tradicional indígena una capacidad de ser el punto de partida de las luchas obreras en Bolivia, por más que luego planteen las limitaciones de las mismas. Consideramos que dichos llamamientos sobre reconstituir el mítico ayllu, por parte de los líderes de la revuelta popular, no es otra cosa que establecer diferenciaciones ficticias entre los sectores blancos de la clase obrera y los indígenas, como así también exigir a las clases dominantes una porción en la torta con respecto de la extracción de plusvalía que se le succiona al proletariado boliviano sin distinción de carácter étnico.

“Pero creemos firmemente, a contrario sensu de vuestra declaración, que el “ayllu” jamás podrá operar como “un acelerador e integrador en una sola lucha”, ya que en sí mismo tiene un carácter reaccionario, pues el planteo indigenista se basa en la idealización (falseamiento) de la historia de las comunidades, pues “en el incario, los elementos comunitarios del ayllu estaban integrados a un sistema opresivo de castas al servicio del estamento superior, los incas” (Osvaldo Coggiola, El Indigenismo boliviano). Por ello, considerar que el “ayllu” pueda operar como acelerador e integrador de las luchas en un grave error, atento lo manifestado anteriormente.

“Es cierto que la rebelión boliviana fue dirigida por las comunidades indígenas, campesinas y cultivadores de la hoja de coca, pero ahí radica no su fortaleza sino su extrema debilidad, ya que se trata pura y simplemente de una rebelión popular, donde los sectores proletarios jugaron un papel secundario, y por ende, dicha revuelta interclasista boliviana careció de una perspectiva obrera y revolucionaria. A contramano de lo que opinan corrientes del denominado campo trotskista y guevarista, esta revuelta no puede caracterizársela jamás como una “Revolución”, ya que las masas indígenas y campesinas no se propusieron el derrocamiento del sistema capitalista boliviano, sino más bien, como se dijo más arriba los sucesos de Bolivia tuvieron un carácter netamente chovinista: defensa de la dignidad nacional, no vender gas a los chilenos, y contra los intentos de la erradicación del cultivo de la hoja de coca”.

Ese papel desempeñado por los “ayllu” en Bolivia evoca la forma con la cual el EZLN (Ejército zapatista de liberación nacional) ha utilizado a las “organizaciones comunales” indígenas para movilizar a la pequeña burguesía indígena, a los campesinos y a los proletarios en Chiapas y en otras regiones de México, en la lucha contra la principal fracción de la burguesía mexicana (una lucha que también se integra en las tensiones interimperialistas entre los EE.UU. y ciertas potencias europeas.

Estos sectores de las poblaciones indígenas en América Latina que no fueron integrados ni en el proletariado ni en la burguesía han quedado reducidos a una pobreza y marginación extremas. Esta situación

“... ha conducido a intelectuales y corrientes políticas burguesas y pequeño burguesas a buscar el desarrollo de argumentos que explicarían por qué los indígenas son un cuerpo social que ofrecería una alternativa histórica y que les implicaría, como carne de cañón, en las supuestas luchas de defensa étnica. En realidad esas luchas encubren los intereses de fuerzas burguesas, como se le ha visto no únicamente en Chiapas, sino también en la ex-Yugoslavia, en donde las cuestiones étnicas han sido manipuladas por la burguesía para proporcionar un pretexto formal al combate de las fuerzas imperialistas” (“Sólo la revolución proletaria podrá emancipar a los indígenas”, segunda parte, Revolución mundial no 64, sept-oct. 2001, órgano de la CCI en México).

El papel vital de la clase obrera en los países centrales del capitalismo

El proletariado está confrontado a una muy seria degradación del entorno social en el que debe vivir y luchar. Su capacidad para desarrollar su confianza en sí mismo está amenazada por el creciente peso de la desesperación de las capas no explotadoras y la utilización de esta situación por las fuerzas burguesas y pequeño burguesas para sus propios fines. Sería un abandono muy grave de nuestras responsabilidades revolucionarias si subestimáramos, de la forma que fuere, ese peligro.

Sólo desarrollando su independencia de clase y reafirmando su identidad, fortaleciendo así la confianza en su capacidad para defender sus propios intereses, podrá el proletariado ser una fuerza que le permita unificar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.

La historia de la lucha proletaria en América Latina, demuestra que la clase obrera tiene tras sí, una larga y rica experiencia. Los esfuerzos por parte de los obreros argentinos en el 2001 y 2002, por encontrar el camino de las luchas independientes de clase (descritas en las citas del NCI (3)) demuestran que la combatividad del proletariado está intacta. Sin embargo, encuentra enormes dificultades que son la expresión de antiguas debilidades del proletariado de la periferia del capitalismo, pero también de la enorme fuerza material e ideológica del proceso de la descomposición en esa región. No es casualidad si las más importantes manifestaciones de autonomía de clase en América Latina nos remiten a los años 1960-1970, dicho en otros términos antes de que el proceso de descomposición debilitara la identidad de clase del proletariado. Una tal situación no hace más que reforzar la histórica responsabilidad del proletariado de las concentraciones industriales del corazón del capitalismo, ahí en donde se encuentran sus destacamentos más avanzados, los más capaces para resistir a los efectos letales de la descomposición. La señal del fin de 50 años de contrarrevolución, a finales de los años 60, sonó en Europa y enseguida encontró eco en Latinoamérica. Asimismo, la afirmación en la escena social de los batallones más concentrados y políticamente mas experimentados de la clase obrera, en primer lugar los de Europa occidental, será capaz de hacer que el conjunto del proletariado mundial vuelva a reintegrar unos combates cuya perspectiva sea el derrocamiento del capitalismo. Esto no significa que los obreros en Latinoamérica no tengan un papel vital que jugar en la futura generalización e internacionalización de las luchas. De todos los sectores de la clase obrera en la periferia del sistema, ellos son, ciertamente, los más avanzados políticamente, como lo testimonia la existencia de tradiciones revolucionarias en esta parte del mundo y la aparición actual de nuevos grupos en búsqueda de una claridad revolucionaria. Estas minorías son la cima de un iceberg proletario que amenaza con hundir al “insumergible” Titanic del capital.

Phil

1) Ver la crítica de estas Tesis por la CCI en la Revista internacional nº 100: “La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”.

2) El GCI (Grupo comunista internacionalista) es un grupo anarco-izquierdista, fascinado entre otras cosas, por la violencia en sí, bajo todas sus formas. Algunas de sus posiciones muy “radicales” inspiradas en el anarquismo se recubren de justificaciones teórico-históricas que las hacen parecerse a las posiciones de ciertos grupos del medio político proletario.

3) Ver igualmente Revolution internationale nº 315, septiembre de 2001.

 

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