I - Hace 100 años, la revolución de 1905 en Rusia

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Hace 100 años, el proletariado entablaba en Rusia el primer movimiento revolucionario del siglo XX, conocido con el nombre de Revolución rusa de 1905. Por no haber salido victorioso como sí ocurriría 12 años más tarde con la revolución de Octubre, aquel movimiento ha caído prácticamente en el olvido. Por eso no ha sido objeto de las campañas de denigración y de calumnias como sí lo fue la Revolución rusa de 1917, especialmente tras el hundimiento del muro de Berlín, en el otoño de 1989. Si embargo, la Revolución de 1905 aportó toda una serie de lecciones, de esclarecimientos y de respuestas a las cuestiones que se planteaban al movimiento obrero en aquel entonces y sin las cuales la Revolución de 1917 no hubiera podido, sin duda, salir triunfante. Y aunque esos acontecimientos hayan ocurrido hace un siglo, 1905 está mucho más cerca de nosotros políticamente de lo que podría pensarse. Es necesario, para las generaciones de revolucionarios de hoy y de mañana volver a hacer suyas las enseñanzas fundamentales de aquella primera revolución en Rusia.

Los acontecimientos de 1905 ocurrieron en los albores de la fase de declive del capitalismo, marcados ya por ese declive, por mucho que, en aquel entonces, solo una ínfima minoría de revolucionarios fuera capaz de entrever su significado en medio de un profundo cambio que se estaba produciendo en la sociedad y en las condiciones de lucha del proletariado. Durante aquellos acontecimientos, se vio a la clase obrera desarrollar movimientos masivos, más allá de las fábricas, los sectores, las profesiones, sin reivindicación única, sin clara distinción entre lo económico y lo político como hasta entonces había sido entre la lucha sindical y la lucha parlamentaria, sin consignas precisas por parte de partidos o sindicatos. La dinámica de esos movimientos desembocó, por vez primera, en la creación por el proletariado de unos órganos, los soviets (o consejos obreros), que serán, en la Rusia de 1917 y en toda la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras la de Rusia, la forma de organización y de poder del proletariado revolucionario.

En 1905, el movimiento obrero consideraba todavía que era la revolución burguesa la que estaba al orden del día en Rusia puesto que la burguesía rusa no tenía el poder político, sino que seguía soportando el yugo feudal del zarismo. El papel dirigente asumido por la clase obrera en los acontecimientos iba a echar por los suelos ese punto de vista. La orientación reaccionaria que había comenzado a tener, con el cambio de período histórico que se estaba operando, la lucha parlamentaria y sindical, distaba mucho de esclarecerse y solo lo será mucho más tarde. Sin embargo, el papel totalmente secundario o nulo que los sindicatos y el Parlamento desempeñaron en el movimiento en Rusia, fue la primera expresión significativa de ese cambio. La capacidad de la clase obrera para tomar en sus manos su porvenir y organizarse por sí misma venía a poner en entredicho la visión de la socialdemocracia alemana y del movimiento obrero internacional sobre las tareas del partido, su función de organización y de encuadramiento de la clase obrera, y esclarecer con un nuevo enfoque las responsabilidades de la vanguardia política de la clase obrera. Muchos elementos de lo que iban a ser las posiciones decisivas del movimiento obrero en la fase de decadencia del capitalismo estaban ya presentes en 1905.

La revolución de 1905 fue objeto de numerosos escritos en el movimiento obrero de entonces. Las cuestiones planteadas fueron debatidas a fondo. Nos vamos a concentrar, en una corta serie de tres artículos, en algunas lecciones que nos parecen hoy centrales para el movimiento obrero y que siguen siendo actuales: la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su capacidad histórica intrínseca para enfrentarse al capitalismo y dar una nueva perspectiva a la sociedad; la naturaleza de los soviets, “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado” como así lo entendió Lenin; la capacidad de la clase obrera para aprender de sus experiencias, para sacar lecciones de sus derrotas, la continuidad de su combate histórico y la maduración de las condiciones de la Revolución. Para ello, hemos de tratar muy brevemente los acontecimientos de 1905, refiriéndonos a quienes, como Trotski, Lenin, Rosa Luxemburg, fueron entonces testigos y protagonistas de ellos y fueron además capaces, en sus escritos, no sólo de sacar sus grandes lecciones políticas sino, además, hacer vivir la intensa emoción suscitada por la fuerza de la lucha durante todos aquellos meses (1).

 

La naturaleza revolucionaria de la clase obrera

La Revolución rusa de 1905 fue una ilustración de lo más esclarecedor de lo que el marxismo entiende por carácter fundamentalmente revolucionario de la clase obrera. La capacidad del proletariado ruso para pasar de una situación en la que está ideológicamente dominado por los valores de la sociedad a una posición en la que, por medio de un movimiento masivo de luchas, va tomando confianza en sí mismo, desarrolla su solidaridad, va descubriendo su fuerza histórica hasta crear los órganos que le permitan apropiarse de su porvenir, es un ejemplo vivo de la fuerza material que es la conciencia de clase del proletariado cuando se pone en movimiento. En los años que precedieron 1968, la burguesía occidental nos explicaba que el proletariado se había “aburguesado”, y que de él no había ya nada que esperar. Los acontecimientos del 68 en Francia y toda la oleada internacional de luchas que vinieron después, fueron un desmentido radical. Acabaron con el periodo más largo de contrarrevolución de la historia, período que se había iniciado con la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, la burguesía no ha cesado de proclamar que el comunismo está muerto y que la clase obrera ha desaparecido; Las dificultades que hoy encuentra la clase parecen darle la razón. La burguesía siempre ha tenido el mayor interés en “enterrar” a su propio enterrador histórico. Pero la clase obrera sigue ahí, pues no hay capitalismo sin clase obrera. Los acontecimientos de 1905 en Rusia nos recuerdan cómo puede pasar la clase obrera de una situación de sumisión y confusión ideológica bajo el yugo del capitalismo a una situación en la que se convierte en sujeto de la historia, portadora de todas las esperanzas, pues lleva en su propio ser, el porvenir de la humanidad.

Breve historia de los primeros pasos de la revolución

 

Antes de interesarnos por la dinámica de la Revolución rusa de 1905, recordaremos brevemente el contexto internacional e histórico en el que la Revolución alzó el vuelo. Las últimas décadas del siglo xix se caracterizaron por un desarrollo económico muy marcado en toda Europa. Fueron años durante los cuales el capitalismo se desarrollaba con el mayor dinamismo; los países adelantados desde el punto de vista capitalista estaban en busca de una expansión hacia las regiones atrasadas, ya fuera para encontrar mano de obra más barata, ya para abrir nuevos mercados para sus mercancías. Fue en ese contexto en el que la Rusia zarista, país con una economía todavía muy marcada por un profundo atraso, se convirtió en el lugar ideal para una importante exportación de capitales con objeto de instalar industrias de media y gran dimensión. En pocas décadas se produjo una transformación profunda de la economía, siendo el ferrocarril el poderoso instrumento de la industrialización del país (2). Los datos de la industrialización de Rusia, citados por Trotski, comparados con los de otros países de estructura industrial más sólida, como la Alemania y Bélgica de entonces, muestran que, aunque la cantidad de obreros era todavía relativamente baja con relación a una población muy importante (1,9 millones y, en cambio, 1,56 en Alemania y 600 000 en la pe­queña Bélgica), Rusia poseía ya sin embargo una estructura industrial de tipo moderno que nada tenía que envidiar a las demás potencias del mundo. Creada a partir de nada, gracias a capitales procedentes en su mayoría del extranjero, la industria capitalista en Rusia no se construyó gracias a una dinámica interna sino a un verdadero trasplante de tecnologías y capitales procedentes del exterior. Los datos de Trotski muestran lo concentrada que estaba la mano de obra en Rusia, mucho más que en otros países, puesto que se repartía sobre todo entre grandes y medianas empresas (38,5 % en empresas de más de 1000 obreros y 49,5 % en empresas con plantillas entre 51 y 1000 obreros, mientras que en Alemania, esas cifras eran de 10 y 46 %). Son esos datos estructurales de la economía lo que explican la vitalidad revolucionaria del proletariado, aunque éste viviera en un país profundamente atrasado y en medio de una economía campesina preponderante.

Además, los acontecimientos de 1905 no surgen de la nada, sino que son el producto de una acumulación de experiencias sucesivas que agitaron a Rusia desde finales del siglo xix. Como lo dice Rosa Luxemburg,

“… esta huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso, en Bakú y que mantuvo a toda Rusia pendiente de ella. Y lo ocurrido en diciembre en Bakú no fue sino el último y poderoso eco de las grandes huelgas que, entre 1903 y 1904, como terremotos periódicos, habían sacudido todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo había sido la huelga de Batúm en el Cáucaso en marzo de 1902. En realidad, esta primera serie de huelgas, inscrita en la cadena continua de erupciones revolucionarias actuales, solo dista cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896 y 1897” (3).

El 9 (22) de enero de 1905 fue el llamado “domingo sangriento”, que marcó el inicio de una serie de acontecimientos en la vieja Rusia zarista que se desarrollaron durante todo el año 1905 y que terminaron con la represión sangrienta de la insurrección de Moscú en diciembre. La actividad de la clase fue constante durante todo un año, aunque las formas de lucha no fueran siempre las mismas y no tuvieran todas la misma intensidad. Hubo tres momentos significativos durante aquel año de revolución: enero, octubre y diciembre.

Enero

En enero de 1905, son despedidos dos obreros de las factorías Putílov de Petersburgo. Se desencadena un movimiento de huelgas de solidaridad, se elabora una petición por las libertades políticas, el derecho a la educación, la jornada de 8 horas, contra los impuestos, etc. que se decide presentar al zar en una manifestación masiva. La represión de esta manifestación será el punto de partida de la hoguera revolucionaria que va a extenderse por el país durante un año. El proceso revolucionario arrancó de una manera singular:

Miles de obreros, y de obreros no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales del zar, dirigidos por el cura Gapón, acuden desde todos los rincones de la ciudad hacia en centro de la capital, hacia la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos y el pope Gapón, su momentáneo dirigente, había escrito al zar para asegurarle que él garantizaba su seguridad personal y rogarle que se presentara ante el pueblo” (4).

El cura Gapón había sido, en abril de 1904, el animador de una “Asamblea de obreros rusos de fábrica y oficinas de la ciudad de San Petersburgo”, autorizada por el gobierno y en connivencia con el policía Zubátov (5). Como dijo Lenin, el papel de esa organización, exactamente como hoy ocurre con otros medios, era contener y encuadrar el movimiento obrero de aquel entonces. Sin embargo, la presión en el seno del proletariado había alcanzado un punto crítico.

Y resulta que el movimiento zubatovista se salta los límites impuestos y, aunque suscitado por la policía para su propio interés de apoyo a la autocracia y para corromper la conciencia política de los obreros, se vuelve contra la autocracia y desemboca en una explosión de lucha de clase del proletariado” (6).

Todo se trama cuando, una vez llegados al Palacio de Invierno para depositar su petición al zar, los obreros son atacados por las tropas, las cuales

cargan sobre la muchedumbre con arma blanca; disparan también contra los obreros desarmados que suplican de rodillas que se les permita acercarse al zar. Según los propios informes de policía hubo ese día más de mil muertos y dos mil heridos. La indignación de los obreros fue indescriptible” (7). 

Esa indignación profunda de los obreros de San Petersburgo hacia quien ellos llamaban “Padrecito” y que había contestado con balas a sus súplicas, ultrajando así a quienes confiaban en él, desencadenará las luchas revolucionarias de enero. La clase obrera, que empezó suplicando detrás del cura Gapón y los iconos de la iglesia, ante el “Padrecito del pueblo”, demostró una fuerza inesperada en cuanto la revolución cogió ímpetu. Se produce un cambio muy acelerado en las mentes proletarias en ese período; es la expresión típica del proceso revolucionario durante el cual, los proletarios, a pesar de sus creencias y sus miedos, descubren y toman conciencia de que su unión hace la fuerza.

El país, de un rincón al otro, fue atravesado por una gigantesca marea de huelgas que sacudieron el cuerpo de la nación. Según un cálculo aproximado, la huelga se extendió a ciento veintidós ciudades y lugares, a varias minas del Donetz y a diez compañías ferroviarias. Las masas proletarias se vieron removidas hasta lo más profundo. El movimiento arrastraba a millones de seres. Sin plan determinado, a menudo sin formular ninguna exigencia, interrumpiéndose y volviendo a empezar, sólo guiada por el instinto de solidaridad, la huelga reinó en el país durante dos meses” (8).

El haber entrado en huelga sin una reivindicación específica, por solidaridad, porque “una masa de millones de proletarios descubre de pronto, con un agudo sentimiento de lo insoportable, lo intolerable que es su existencia social” (9) es, a la vez, una expresión y un factor activo de la maduración, en el seno del proletariado ruso de entonces, de la conciencia de ser una clase y de la necesidad de enfrentarse como tal a su enemigo de clase.

A la huelga general de enero le siguió un período de luchas constantes, que surgían y desparecían por el país entero, por reivindicaciones económicas. Este pe­ríodo, aunque menos espectacular, sí fue tan importante.

Las diferentes corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas… la gran tormenta de primavera y del verano siguiente y las huelgas económicas (…) desempeñan un papel insustituible.”

Aunque no hay “ninguna noticia sensacional del frente ruso”,”en realidad la revolución prosigue sin tregua día tras día, hora tras hora, con su inmensa labor subterránea que mina las profundidades del imperio entero” (Ibíd.).

Hay enfrentamientos sangrientos en Varsovia. Se levantan barricadas en Lodz. Se amotinan los marinos del acorazado Potemkin del mar Negro. Durante todo ese período se prepara el segundo tiempo fuerte de la revolución.

Octubre

Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste un carácter bastante diferente de la primera huelga de enero. La conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Es cierto que lo que desencadenó la huelga de masas fue algo accesorio y aparentemente fortuito: se trataba del conflicto entre los ferroviarios y la administración, a propósito de las Cajas de Pensiones. En cambio, el levantamiento general del proletariado industrial que siguió se afianzaba en un pensamiento político claro. El prólogo que fue la huelga de enero se debió a la súplica al zar para obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre ya era: “¡Acabemos de una vez con la comedia constitucional del zarismo!”. Y gracias al éxito inmediato de la huelga general que se tradujo en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no retrocedió por sí mismo como en enero, para volver al inicio de la lucha económica, sino que se desbordó hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recién conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa joven, discusiones públicas, represiones sangrientas para acabar con los “desórdenes”, seguidas de nuevas huelgas de masas y nuevas manifestaciones”(Ibíd.).

Un cambio cualitativo se produjo en ese mes de octubre que se plasmó en la constitución del soviet de Petersburgo y que marcará un hito en la historia del movimiento obrero internacional. Al extenderse la huelga de los tipógrafos a los ferrocarriles y telégrafos, los obreros toman le decisión en asamblea general de formar el soviet que se convertirá en centro neurálgico de la revolución:

El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una necesidad práctica, surgida de la situación coyuntural de entonces: se necesitaba una organización que poseyera una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara de entrada a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlaces; en esta organización debían confluir todas las corrientes revolucionarias del interior del proletariado; debía poseer una capacidad de iniciativa y controlarse a sí misma de manera automática” (10).

Y se forman soviets, a su vez, en muchas otras ciudades.

El surgimiento de los primeros soviets pasó desapercibido para gran parte del movimiento obrero internacional. Rosa Luxemburg, quien tan magistralmente analizaría las características nuevas de la lucha del proletariado en los albores del nuevo período histórico, la huelga de masas, apoyándose precisamente en la Revolución de 1905, sigue considerando a los sindicatos como las formas de organización de la clase (11). Son los bolcheviques (y no inmediatamente) y Trotski quienes comprenden el paso adelante que para el movimiento obrero era la formación de esos órganos como órganos de la toma del poder. A esta cuestión dedicaremos un próximo artículo (12). Ahora diremos únicamente que fue precisamente porque el capitalismo estaba entrando en su fase de declive por lo que la clase obrera se ha visto desde entonces enfrentada a tarea de echarlo abajo; y así, tras 10 meses de luchas, de agitación socialista, de maduración de la conciencia, de transformación de relación de fuerzas entre las clases, la clase obrera acabó creando “naturalmente” los órganos de su poder.

En lo esencial, los soviets eran simplemente comités de huelga, como los que se constituyen siempre durante las huelgas salvajes. En Rusia, al estallar las huelgas en las grandes fábricas y extenderse muy rápidamente a ciudades y provincias, los obreros debían mantenerse en contacto de modo permanente. Se reunían y discutían en los talleres, (...) mandaban delegados a las demás fábricas (...) Pero esas tareas, en este caso, cobraban una mucha mayor importancia y amplitud que en las huelgas corrientes. Los obreros tenían que librarse de la aplastante opresión zarista y no ignoraban que los cimientos mismos de la sociedad rusa se estaban transformando gracias a su acción. Ya no solo era cosa de salarios, sino de todos los problemas planteados en la sociedad como un todo. Tenían que descubrir por sí mismos su vía segura en diferentes ámbitos y zanjar cuestiones políticas. Cuando la huelga, al intensificarse, se propagó por el país entero, una vez que hubo parado en seco la industria y los medios de transporte y hubo paralizado a las autoridades, los soviets se encontraron ante problemas nuevos. Debían organizar la vida so­cial, velar tanto por el mantenimiento del orden como por el buen funcionamiento de los servicios públicos indispensables, en resumen, hacer las funciones que, normalmente, son propias de los gobiernos. Lo que los soviets de­cidían, los obreros le ejecutaban” (13).

Diciembre

El sueño de la Constitución ha venido seguido de un despertar brutal. Y la sorda agitación acaba desencadenando en diciembre la tercera huelga general de masas que se extiende por el Imperio entero. Esta vez, su transcurso y su final son muy diferentes comparados con los dos acontecimientos anteriores. La acción política no deja el sitio a la acción económica como ocurrió en enero, pero tampoco obtiene una victoria rápida como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus experimentos de instaurar una libertad política verdadera, chocando la acción revolucionaria así, por primera vez, contra ese gigantesco muro inamovible: la fuerza material del absolutismo” (14).

La burguesía capitalista, amedrentada por el movimiento del proletariado cerró filas detrás del zar. El gobierno no aplicó las leyes liberales que acababa de acordar. Los dirigentes del soviet de Petersburgo son detenidos. Pero la lucha sigue en Moscú:

La Revolución de 1905 alcanzó su cénit con la insurrección de diciembre en Moscú. Una pequeña cantidad de insurgentes, obreros organizados y armados –apenas si llegaban a 8000– resistió durante nueve días al gobierno del zar. No podía éste fiarse de la guarnición de Moscú, sino, al contrario, tuvo que mantenerla encerrada y sólo gracias a la llegada del regimiento de Semiónovski, desde Petersburgo, pudo reprimir el levantamiento.” (15)

Naturaleza proletaria de la Revolución de 1905 y dinámica de la huelga de masas

Una vez trazados los datos históricos principales, queremos ahora subrayar un último dato: la Revolución de 1905 tuvo un protagonista fundamental, el proletariado ruso, y toda la dinámica de la revolución sigue estrictamente la lógica de la clase proletaria. Aún cuando el movimiento obrero internacional esperaba una revolución burguesa en Rusia, estimando que la tarea central de la clase obrera –como así había ocurrido en las revoluciones de 1789 et 1848– era participar en el derrocamiento del Estado feudal y estimular a la instauración de las libertades burguesas, no solo es la huelga de masas de la clase obrera la que vivifica todo el año 1905, sino que además es su dinámica la que lleva a la creación de los órganos del poder obrero. Lenin mismo lo deja claro cuando recuerda que aparte de su carácter “democrático burgués” debido a su “contenido social”,

La revolución rusa fue a la vez una revolución proletaria, no solo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos” (Ibíd.).

Pero cuando Lenin habla de huelga, no debemos imaginarnos acciones de 4, 8 o 24 horas como las que hoy proponen los sindicatos en todos los países del mundo. En realidad, en 1905, se desarrolla lo que luego habrá de llamarse huelga de masas, ese “océano de fenómenos” – como así la definió Rosa Luxemburg – o sea la extensión y la autoorganización espontáneas de la lucha del proletariado que van a ser características de los grandes momentos de lucha del siglo XX.

En aquel entonces, el ala derecha de la IIª Internacional, mayoritaria, sorprendida por la violencia de los acontecimientos no entiende nada de lo que acaba de ocurrir delante de sus ojos, y, en cambio, sí expresa con alharacas su reprobación y repugnancia ante el desarrollo de la lucha de clase, anunciando así el proceso que la va a llevar rápidamente al campo del enemigo de clase” (16).

El ala izquierda, con los bolcheviques, Rosa Luxemburg, Pannekoek, verá en Rusia 1905 la confirmación de sus posiciones (contra el revisionismo de Bernstein (17) y el cretinismo parlamentario) pero deberá empeñarse en una labor teórica con profundidad para entender plenamente los cambios en las condiciones de vida del capitalismo – la fase del imperialismo y de la decadencia – que serán determinantes de los cambios en objetivos y medios de la lucha de clases. Pero ya Luxemburg empezó a anticipar lo que se estaba perfilando:

La huelga de masas aparece no como un producto específicamente ruso del absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de la clase proletaria, determinada por la fase actual del desarrollo capitalista y las relaciones de clase (...) la revolución rusa actual ha estallado en un momento de la evolución histórica que ya está en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista” (18).

La huelga de masas no es un simple movimiento de las masas, una especie de revuelta popular que engloba a “todos los oprimidos” y que sería, por esencia, algo positivo como las ideologías izquierdistas y anarquistas de hoy quieren hacer creer. En 1905, Pannekoek escribía:

Si se considera la masa en su sentido general, el conjunto del pueblo, lo que aparece es que, al neutralizarse mutuamente las ideas y las voluntades divergentes de unos y de otros, no emerge aparentemente otra cosa sino una masa sin voluntad, antojadiza, entregada al desorden, versátil, pasiva, oscilando de acá para allá según los impulsos, entre movimientos incontrolados e indeferencia apática –resumiendo, como ya sabemos, el retrato del pueblo que tanto gusta pintar a los escritores liberales (...) Ellos no conocen las clases. En el extremo opuesto, ha sido la fuerza de la doctrina socialista la que ha dado un principio de orden y un sistema de interpretación de la infinita variedad de individualidades humanas, al haber introducido el principio de la división de la sociedad en clases (...) En cuanto se identifican las diferentes clases en los movimientos de masas históricos, inmediatamente surge de la espesa niebla la imagen clara del combate entre las clases, con sus fases sucesivas de ataque, de retirada, de defensa, de victoria y de derrota” (19).

Mientras que la burguesía y, con ella, todos los oportunistas en el movimiento obrero torcían un morro asqueado ante el movimiento “incomprensible” de 1905 en Rusia, la izquierda revolucionaria iba a sacar las lecciones de la nueva situación:

“… las acciones de masas son una consecuencia natural del desarrollo del capitalismo moderno hacia el imperialismo, son cada día más la forma de combate que se impone.” “Antaño, era necesario que los levantamientos populares vencieran plenamente, pues si no lograban hacerlo lo perdían todo. Nuestras acciones de masas [las del proletariado], en cambio, no pueden fracasar, pues incluso si no alcanzamos el objetivo que nos hemos dado, esas acciones no son vanas, pues incluso las retiradas temporales contribuyen en la victoria futura” (20).

La huelga de masas no es tampoco una receta ya preparada como la “huelga ge­neral” que proponen los anarquistas (21), sino el modo de expresión de la clase obrera, una manera de agrupar sus fuerzas para desarrollar su lucha revolucionaria.

En una palabra: la huelga de masas cuyo modelo nos ofrece la revolución rusa no es un medio ingenioso, inventado para reforzar el efecto de la lucha proletaria sino que es el movimiento mismo de las masas proletarias, la expresión de la lucha proletaria en la revolución” (22).

La huelga de masas es algo de lo que hoy no tenemos una idea directa, si no es, para quienes son menos jóvenes, gracias a lo que fue la lucha de los obreros polacos en 1980 (23). Sigamos refiriéndonos una vez más a Luxemburg, la cual proporciona un marco sólido y lúcido:

las huelgas de masas –desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles en San Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905– han pasado del ámbito de las reivindicaciones económicas al de las políticas, aunque ya sea difícil establecer fronteras entre aquellas y estas. Cada una de las grandes huelgas de masas dibuja en miniatura, por así decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, empezando por un conflicto sindical, puramente reivindicativo o, al menos, parcial, recorriendo después todos los niveles hasta el de la expresión política. (...) La huelga de masas de enero 1905 empezó por un conflicto interno de las factorías Putílov, la huelga de octubre con las reivindicaciones de los ferroviarios por su caja de pensiones, y la huelga de diciembre, en fin, con la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de coalición. El progreso del movimiento no se debe a que desparezca el factor económico, sino, más bien, por la rapidez con la que se van recorriendo todas las etapas hasta la expresión política, y por la posición más o menos extrema del punto final alcanzado por la huelga de masas. (...) El factor económico y el político ni se distinguen completamente ni se excluyen mutuamente, (...) sino que son en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clase proletaria en Rusia” (24).

Rosa Luxemburg aborda aquí un aspecto central de la lucha revolucionaria del proletariado: la unidad inseparable de la lucha económica y de la lucha política. A la inversa de quienes, en aquel entonces, afirmaban que la lucha política significaba la cumbre, la parte noble por decirlo así, de la lucha del proletariado en sus enfrentamientos con la burguesía, Luxemburg explica claramente, al contrario, cómo la lucha económica va desarrollándose desde el terreno económico al político para después volver con una fuerza duplicada al terreno de la lucha reivindicativa. Todo esto queda muy claro cuando se leen los textos sobre la Revolución de 1905 y, en particular, lo referente a lo ocurrido en primavera y verano. Se observa cómo el proletariado, que había empezado con una manifestación política para reivindicar derechos democráticos en aquel domingo sangriento, a un nivel muy humilde, no sólo no retrocedió ante la dura represión, sino que salió de esa situación con una energía nueva y fortalecida para después ir hacia adelante por la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo. Y así, durante los meses siguientes, se multiplicaron las luchas,

aquí se lucha por la jornada de 8 horas, allí contra el trabajo por piezas; en el otro lado, llevan a los contramaestres brutales en carros después de haberlos atado con un saco; en otra parte se lucha contra el sistema infame de las multas; y por todas partes se lucha por mejoras de salarios, aquí y allá por la supresión del trabajo a domicilio”(Ibíd.).

Este período también fue muy importante pues, como lo subraya también Rosa Luxemburg, dio al proletariado la posibilidad de interiorizar, a posteriori, todas las enseñanzas del prólogo de enero y esclarecerse las ideas para el futuro. Efectivamente,

los obreros bruscamente electrizados por la acción política reaccionan inmediatamente en el dominio que les es más próximo: se rebelan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta que la lucha política es les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económi­cas”(Ibíd.).

Carácter espontáneo de la Revolución y confianza en la clase obrera

Un aspecto muy importante en el proceso revolucionario en la Rusia de 1905, fue su carácter marcadamente espontáneo. Las luchas surgen, se desarrollan y se refuerzan, haciendo surgir nuevos instrumentos de lucha como la huelga de masas y los soviets, sin que los partidos revolucionarios de entonces consigan enterarse de qué va la cosa, ni siquiera comprender enteramente, en aquel momento, las implicaciones de lo que está sucediendo. La fuerza del proletariado en el movimiento, en el terreno de sus propios intereses de clase, es asombrosa y posee en sí misma una creatividad inimaginable. Lenin mismo lo reconocería un año después al hacer balance de la Revolución de 1905:

De la huelga y de las manifestaciones se pasa a la construcción de barricadas aisladas. De las barricadas aisladas a la construcción de barricadas en masa y a las batallas callejeras contra las tropas. Pasando por encima de la cabeza de las organizaciones, la lucha proletaria de masas fue de la huelga a la insurrección. Esa es la gran adquisición de la Revolución rusa, adquisición debida a los acontecimientos de diciembre 1905 y realizada, como las anteriores, a costa de sacrificios enormes. De la huelga política general, el movimiento se alzó a un nivel superior. Forzó a la reacción a ir hasta el final de su resistencia: y ha sido así como el movimiento ha acercado extraordinariamente el momento en que la revolución, ella también, irá hasta el final en el empleo de sus medios ofensivos. La reacción no puede ir más allá del bombardeo de las barricadas, de las casas, de la muchedumbre. La Revolución, en cambio, puede ir más allá de los grupos de combate de Moscú, tiene campo abierto y ¡qué campo en extensión y profundidad! (…) El cambio de las condiciones objetivas de la lucha que imponía la necesidad de pasar de la huelga a l’insurrección, fue percibido por el proletariado mucho antes que por sus dirigentes. La práctica, como siempre, se adelantó a la teoría” (25).

Este pasaje de Lenin es especialmente importante hoy, pues muchas dudas en los elementos politizados y, hasta cierto punto, también en las organizaciones proletarias, se arraigan en la idea de que al proletariado no logrará jamás salir de la apatía en la que a veces parece haber caído. Lo ocurrido en 1905 es el desmentido más patente de todo eso. La fuerte impresión que produce comprobar ese carácter espontáneo de la lucha de la clase se debe, a veces, a la subestimación de los procesos que se desarrollan en lo profundo de nuestra clase, de esa maduración subterránea de la conciencia de la que ya hablaba Marx, cuando la comparaba al “viejo topo”. La confianza en la clase obrera, en su capacidad para dar una respuesta política a los problemas que afectan a la sociedad, es algo de la primera importancia hoy en día. Después del desmoronamiento del muro de Berlín y la campaña de la burguesía que vino después sobre la quiebra del comunismo y su falaz identificación con el infame régimen estalinista, la clase obrera ha encontrado muchas dificultades para reconocerse como tal clase y, por consiguiente, reconocerse en un proyecto, en una perspectiva, en un ideal por el que combatir. La falta de perspectiva produce automáticamente una caída de la combatividad, un debilitamiento de la convicción de que es necesario batirse, porque no se lucha por algo sino cuando hay un objetivo que alcanzar. Por eso es por lo que hoy, la ausencia de claridad sobre la perspectiva y la falta de confianza en sí misma por parte de la clase obrera están fuertemente relacionadas. Pero sobre todo es en la práctica donde puede superarse una situación así, a través de la experiencia directa que la clase obrera realizará de sus posibilidades y de la necesidad de luchar por una perspectiva. Esto es lo que se produjo precisamente en Rusia en 1905 cuando

en unos cuantos meses cambiaron las cosas de arriba abajo. Las pocas centenas de socialdemócratas revolucionarios fueron “de repente” miles y esos miles se volvieron dirigentes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia e incluso, en parte, un movimiento revolucionario, en lo más profundo de la masa de los cincuenta a cien millones de campesinos; el movimiento campesino tuvo repercusiones en los ejércitos, lo cual llevó a revueltas militares y oposiciones armadas entre las tropas” (26).

Y eso no solo era una necesidad para el proletariado en Rusia, sino para el proletariado mundial, incluido el más desarrollado, el proletariado alemán:

En la Revolución, en donde la masa misma aparece en el ruedo político, la conciencia de clase se hace concreta y activa. Y es así como un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa “educación” que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no han podido dar artificialmente al proletariado alemán. (…) Pero, a la inversa, también es cierto que en Alemania, en un período de acciones políticas enérgicas, se apoderará de las capas más amplias y profundas del proletariado un vivo instinto de clase revolucionario, deseoso de actuar; y esto se realizará tanto más rápidamente cuanto más fuerte haya sido la influencia educadora de la socialdemocracia” (27).

Podemos hoy decir, parafraseando a Rosa Luxemburg, que también es cierto que hoy, en el mundo, en un período de crisis económica profunda y ante la incapacidad patente de la burguesía para hacer frente a la quiebra de todo el sistema capitalista, un sentimiento revolucionario activo y vivo se apoderará de los sectores más maduros del proletariado mundial. Y así será sobre todo en los países de capitalismo avanzado, en los cuales la experiencia de la clase ha sido más rica y arraigada y en las que están más presentes unas fuerzas revolucionarias, eso sí, todavía débiles. Esta confianza en la clase obrera que hoy expresamos no es un acto de fe, ni procede de una especia de ceguera mística, sino que se basa precisamente en la historia de nuestra clase y en su capacidad de reanudación, a veces sorprendente, en medio de un aparente letargo. La dinámica con la que se produce la maduración de la conciencia proletaria es a veces oscura y difícil de comprender. Pero también es cierto que la clase obrera estará históricamente obligada, por el lugar que ocupa en la sociedad de clase explotada y a la vez revolucionaria, a levantarse contra la clase que la oprime, la burguesía, y en la experiencia de ese combate volverá a encontrar esa confianza en sí misma que hoy le falta:

Antes, teníamos una masa impotente, dócil, inerte como un cadáver, frente a la fuerza dominante, la cual sí está bien organizada sí sabe lo que quiere, y manipula a la masa a su conveniencia; y resulta que esa masa se transforma en humanidad organizada, capaz de decidir su propio sino ejerciendo su voluntad consciente, capaz de hacer frente con empecinamiento al viejo poder dominante. Era pasiva y se vuelve masa activa, organismo dotado de vida propia, cimentado y estructurado par sí mismo, dotado de su propia conciencia, de sus propios órganos” (28).

Paralelamente a la confianza de la clase obrera en sí misma, aparece necesariamente otro factor crucial de la lucha del proletariado: la solidaridad en sus filas. La clase obrera es la única clase verdaderamente solidaria por su propia esencia, porque en su seno no hay intereses económicos divergentes, contrariamente a la burguesía, clase de la competencia y cuya solidaridad sólo llega hasta los límites nacionales o, también, contra su enemigo histórico, el proletariado. La competencia en el seno del proletariado le viene impuesta por el capitalismo, pero la sociedad de la que es portador es una sociedad que acabará con todas las divisiones, una verdadera comunidad humana. La solidaridad proletaria es un arma fundamental de la lucha del proletariado; fue una de las bases del impresionante cambio que se produjo en 1905 en Rusia:

la chispa que provocó el incendio fue un conflicto corriente entre capital y trabajo: la huelga en una fábrica. Pero cabe señalar que la huelga de los 12 000 obreros de Putilov, desencadenada el lunes 3 enero, fue ante todo una huelga proclamada en nombre de la solidaridad proletaria. La causa de ella fue el despido de 4 obreros. ‘Cuando fue rechazada la petición de readmisión –escribe un camarada de Petersburgo el 7 enero– la factoría se paró de inmediato, por unanimidad total’” (29).

No es por casualidad si hoy la burguesía lo hace todo por degradar la noción de solidaridad presentándola como “humanitaria” o con los adornos de “la economía solidaria”, última moda del “nuevo movimiento” altermundialista, que lo ha­ce todo por desviar la toma de conciencia que se está fraguando en las entrañas de la sociedad sobre el callejón sin salida que es el capitalismo para la humanidad. Si la clase obrera en su conjunto no es hoy todavía consciente de la fuerza de la solidaridad, la burguesía, en cambio, no ha olvidado las lecciones que el proletariado le ha infligido en la historia.

1905 fue un magnífico acontecimiento del movimiento obrero, surgido de las entrañas revolucionarias del proletariado, que demostró la potencia creadora de la clase revolucionaria. Hoy, a pesar de todos los golpes que la burguesía agonizante le ha asestado, el proletariado sigue conservando, intactas, sus capacidades. Les incumbe a los revolucionarios hacer que su clase pueda volver a apropiarse de las grandes experiencias de su historia pasada y preparar sin descanso el terreno teórico y político del desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase hoy y mañana.

En la tempestad revolucionaria, el proletario, el padre de familia prudente, preocupado por asegurar su asistencia, se transforma en “revolucionario romántico” para el que el bien supremo mismo –la vida– y menos todavía el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de la lucha. Si es pues verdad que la dirección de la huelga le corresponde al período revolucionario en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de los problemas de mantenimiento, también es cierto que en un sentido muy diferente, la dirección en las huelgas de masas le incumbe a la socialdemocracia y a sus órganos directivos. (…) La socialdemocracia está llamada, en un período revolucionario, a tomar la dirección política. La tarea más importante de “dirección” en el período de huelga de masas, consiste en dar la consigna de la lucha, orientarla, ajustar la táctica de la lucha política de manera que en cada fase, en cada instante del combate se haga realidad y se ponga en actividad la potencia total del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla” (30).

Durante el año 1905, muy a menudo los revolucionarios (llamados en aquella época socialdemócratas) fueron sorprendidos, adelantados, superados por el ímpetu del movimiento, su novedad, su imaginación creativa y no siempre supieron darle las consignas de las que habla Luxemburg, “en cada fase, en cada instante” e incluso cometieron errores importantes.

Sin embargo, la labor revolucionaria de fondo que llevaron a cabo antes y durante el movimiento, la agitación socialista, la participación activa en la lucha de su clase fueron factores indispensables en la Revolución de 1905; su capacidad, después, para sacar las lecciones de esos acontecimientos preparó el terreno de la victoria de 1917.

Ezechiele (5-12-04)

 

(1) No podemos, en el marco de estos artículos, restituir toda la riqueza de los acontecimientos, ni el conjunto de cuestiones que en ellos se plantearon. Aconsejamos a nuestros lectores la lectura de los documentos históricos. Dejaremos también de lado una serie de puntos como la discusión sobre las tareas burguesas (según los mencheviques), la naturaleza “democrático-burguesa” (según los bolcheviques) de la Revolución rusa o “la teoría de la Revolución permanente” (según Trotski) los cuales, todos más o menos, tendían todavía a encarar las tareas del proletariado en el marco nacional impuesto por el período ascendente del capitalismo. Tampoco podemos abordar la discusión en la socialdemocracia alemana sobre la huelga de masas, sobre todo entre Kautsky y Rosa Luxemburg

  • L. Trotski, 1905.

  • R. Luxemburg: Huelga de masas, Partido y Sindicatos, 1906.

  • Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905, 9 (22) enero 1917.

  • Zubátov era un policía que había creado, en acuerdo con el gobierno, unas asociaciones obreras cuya finalidad era mantener los conflictos dentro de un marco estrictamente económico, separándolos de esta manera de todo cuestionamiento del gobierno.

    (6) Lenin: “La huelga de Petersburgo”, en Huelga económica y huelga política.

    (7) Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905.

    (8) L. Trotski, 1905.

    (9) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    (10) L. Trotski,1905.

  • Ver nuestro artículo “Notas sobre la huelga de masas” en la Revista internacional n° 27, 4º trimestre 1981.

  • Ver también nuestro artículo “Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para le proletariado” en la Revista internacional n°43, 4º trimestre 1985.

    (13) Anton Pannekoek, Los Consejos obreros (redactado en 1941-42).

    (14) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

  • Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.

  • Ver nuestro artículo “Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera” en la Revista internacional n° 26, 3er trimestre 1981.

    (17) Bernstein era, en la socialdemocracia alemana, el promotor de la idea de una transición pacífica al socialismo. Su corriente es conocida con el nombre de revisionismo. Rosa Luxemburg lo combatió como expresión que era de una peligrosa desviación oportunista que afecta al partido, en su folleto Reforma social o Revolución.

    (18) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    (19) “Marxismo y teleología”, publicado en Neue Zeit en 1905, citado en “Acción de masas y revolución” (1912).

    (20) Pannekoek, “Acción de masas y revolución”, Neue Zeit, en 1912.

    (21) Los anarquistas, por lo demás, no desempeñaron papel alguno en 1905. El artículo sobre la CGT en Francia, publicado en esta misma revista, subraya que 1905 no tiene ningún eco entre los anarcosindicalistas. Como lo pone claro Rosa Luxemburg, desde el principio, en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, “el anarquismo estuvo totalmente ausente en la Revolución rusa como tendencia política seria”. “La revolución rusa, esta misma revolución que ha sido la primera experiencia histórica de la huelga general, no sólo no rehabilita el anarquismo, sino que incluso ha significado su liquidación histórica.”

    (22) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    (23) Véase nuestro folleto sobre Polonia 80.

    (24) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    (25) Lenin, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, 1906.

    (26) Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.

    (27) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

    (28) Pannekoek, “Acción de masas et Revolución”, Neue Zeit, en 1912.

    (29) Lenin, Huelga económica y huelga política.

    (30) Huelga de masas, partido y sindicatos.

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Historia del Movimiento obrero: