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En tiempos como los actuales, en que la perspectiva de acabar con la barbarie capitalista parece, para la mayoría de los obreros, fuera de alcance, más que nunca los revolucionarios tienen que insistir en la naturaleza a largo plazo de su trabajo, y no empantanarse en consideraciones que atañen sólo a la situación inmediata. El trabajo de los revolucionarios siempre está implicado con la perspectiva futura y no únicamente con la defensa de los intereses inmediatos del proletariado. Como la historia ha mostrado, una revolución sólo puede triunfar si la organización revolucionaria, el partido, está a la altura de las tareas que tiene que desempeñar.
Sin embargo un tal partido, capaz de cumplir sus tareas, no se proclama ni surge espontáneamente, sino que es el resultado de una largo trabajo de años de construcción y combate. En este sentido, los revolucionarios de hoy ya están implicados en la formación del futuro partido. Sería fatal que los revolucionarios subestimaran el significado histórico de su propio trabajo.
A pesar de que las organizaciones revolucionarias actuales surgieron en condiciones distintas que las Fracciones de izquierda, los revolucionarios de hoy contribuyen a la construcción del puente indispensable al futuro. Pero para ello deberán al menos ser capaces de asumir esa responsabilidad, pues la historia nos enseña precisamente que no todas las organizaciones que la clase ha hecho surgir en el pasado fueron capaces de estar a la altura de tal responsabilidad especialmente ante la prueba que fueron las guerras imperialistas o el surgimiento de un período de revolución.
Muchas organizaciones degeneraron o se destruyeron bajo la presión de la sociedad burguesa y su veneno, el oportunismo. Hoy también la presión del oportunismo es muy fuerte y por eso las organizaciones revolucionarias tienen que llevar un combate permanente contra esta presión.
El ejemplo más famoso de cómo degeneró una organización anteriormente es el caso de la socialdemocracia alemana, el SPD, que después de haber sido la mayor organización de la clase obrera del siglo XIX, vio como sus líderes traicionaron los intereses de la clase obrera cuando la burguesía inició la Primera Guerra mundial en Agosto de 1914. Otro ejemplo famoso es el del Partido bolchevique, que habiendo sido la vanguardia de la revolución proletaria de Octubre 1917, se convirtió en un enemigo de la clase obrera cuando fue integrado al Estado soviético.
Sin embargo, cuando una organización revolucionaria degeneraba y traicionaba los intereses de la clase obrera, ésta fue capaz de generar una Fracción, que luchó contra la traición y la degeneración.
«La continuidad histórica entre el viejo y el nuevo partido de clase sólo puede hacerse a través del canal de la fracción, cuya función histórica consiste en hacer el balance político de la experiencia, en pasar por la criba de la crítica marxista los errores e insuficiencias del programa de ayer, en extraer de la experiencia los principios políticos que completen el viejo programa y sean la condición de una postura progresiva del nuevo programa, indispensable para la formación del nuevo partido. Al mismo tiempo que la fracción es un lugar de fermentación ideológica, el laboratorio del programa de la revolución en el período de retroceso, también es el terreno en que se forjan los cuadros, se forma el material humano, los militantes del futuro partido» (L’Etincelle nº 10, Enero 1946) ([1]).
En la primera parte de este artículo queremos recordar algunas de las lecciones principales de las degeneraciones anteriores y el combate de las fracciones. En la segunda parte trataremos más precisamente cómo se organizaron las fracciones para llevar a cabo ese combate contra la degeneración.
El problema de la Fracción en la II Internacional
Cuando el 4 de agosto de 1914 el grupo parlamentario de la socialdemocracia votó unánimemente a favor de los créditos de guerra y apoyó así plenamente la movilización guerrera del imperialismo alemán, por primera vez en la historia del movimiento obrero un partido de la clase obrera cometía traición. Para una organización política burguesa no puede haber traición de sus intereses de clase en beneficio del proletariado; esto podría ser cierto en caso de que, por razones circunstanciales, se negara en un momento dado a participar en la guerra imperialista. En cambio, rechazar el internacionalismo es la peor violación de los principios proletarios que pueda cometer una organización proletaria, sentenciando su paso al campo burgués.
En realidad, esta traición al campo proletario por parte de la dirección de la socialdemocracia fue la culminación de un largo proceso de degeneración. Aunque Rosa Luxemburg ([2]) fue una de las primeras en darse cuenta ya a finales del siglo XIX del proceso de fosilización oportunista, la amplitud de ese proceso no pudo reconocerse hasta la traición de 1914. Puede verse hasta qué extremo la mayoría de los revolucionarios no eran conscientes de la profundidad de la degeneración a través de la sorpresa total de Lenin cuando se enteró del voto del SPD a favor de los créditos de guerra, en agosto de 1914, que pensó que era una difamación, una falsa noticia, creyéndose también que el ejemplar del Vorwärts (periódico del SPD) que había recibido en Suiza era uno falso impreso por el gobierno alemán para engañar a los obreros.
¿Cómo ocurrió la degeneración del SPD?
Para que empiece un proceso de degeneración, tienen que existir las condiciones materiales que permitan tal dinámica y la clase obrera esté políticamente debilitada. A comienzos del siglo XX la clase obrera se dejo impactar por la ilusión sobre la posibilidad de una transición pacífica del capitalismo al socialismo. Años de crecimiento ininterrumpido (a pesar de altos y bajos coyunturales) pusieron las bases materiales para que crecieran esas ilusiones. Bernstein ([3]) representó esas ilusiones de la forma más extrema cuando afirmó que el capitalismo puede superarse a través de una serie de reformas y que “el fin no es nada y lo importante es el movimiento”.
Rosa Luxemburg percibía la gran confusión causada por ese incremento del oportunismo que comenzaba en el SPD, cuando escribía en marzo de 1899 en una carta a Leo Jogiches ([4]):
“El mismo Bebel ([5]) está viejo, y deja pasar las cosas; se siente aliviado si otros luchan, pero no tiene ni la energía ni el valor para tomar la iniciativa.
“Todo el partido está en mal estado, anda descabezado. Nadie dirige nada, nadie se siente responsable” (03.03.1899, Cartas a Leo Jogiches).
Poco tiempo después en otra carta a Jogiches, menciona las intrigas, el miedo y el resentimiento en el partido hacia ella, que apareció tan pronto como empezó a luchar contra ese proceso.
“No tengo intención de limitarme a criticar. Al contrario, me propongo urgentemente ‘impulsar’ en positivo, no a los individuos, sino al conjunto del movimiento... señalar nuevos caminos (...) luchar contra la dejadez general etc., en pocas palabras, ser una fuerza conductora permanente en el movimiento...
“... y por supuesto, la agitación oral y escrita, que se ha osificado en sus viejas formas y ya no tiene un impacto, tiene que recuperarse en una nueva onda, en general quiero dar un aliento de nueva vida a la prensa, los folletos y las reuniones del partido” (01/05/1899, idem).
Y cuando Rosa Luxemburg escribió Reforma o Revolución, en abril de 1899, mostró no sólo su determinación de combatir contra esas tendencias oportunistas, sino también que había comprendido que su lucha tenía que entenderse en toda su dimensión programático-teórica. Señaló que “Por ello muéstrase, en aquellos que no pretenden conseguir mas que resultados prácticos, la tendencia natural a pedir libertad de movimientos, esto es, a separar la “teoría” de la práctica, a independizarse de aquella... Está claro que esta corriente quisiera afirmarse frente a nuestros principios, llegando incluso a oponerse a la misma teoría, y en lugar de ignorarla, tratar de destruirla, confeccionando una teoría propia” (Reforma o Revolución, Ed. Fontamara, Barcelona 1975).
Así, la degeneración siempre se expresa a través de poner en cuestión el programa político, pero se confronta a la resistencia de una parte del partido que permanece fiel a los principios del partido.
La lucha del ala izquierda de la II Internacional por tanto, fue desde el principio una lucha política por la defensa del marxismo contra sus detractores, pero también fue un intento de sacar lecciones de las nuevas condiciones del capitalismo decadente. Percibiendo esas nuevas condiciones e intentando situarlas en un marco preciso, Rosa Luxemburg en Huelga de masas, partido y sindicatos, y Pannekoek ([6]) en Diferencias tácticas en el movimiento obrero, intentaron comprender las raíces más profundamente ancladas del oportunismo y su incapacidad para captar las nuevas condiciones de la lucha en la decadencia del capitalismo.
Pero el ala izquierda de la Socialdemocracia era una minoría, porque la mayoría del partido tenía graves dificultades para combatir contra las ideas revisionistas, puesto que el parlamentarismo y la integración creciente del aparato sindical en el Estado, permitió que esas ilusiones se extendieran y crearan un aparato leal al Estado y alejado de la clase obrera y hostil a ella.
Una degeneración siempre toma cuerpo en una parte específica de la organización, que por identificarse con los intereses de la clase dominante, paso a paso arroja por la borda los principios básicos del partido y actúa como leal defensora del Estado y del capital nacional. Esta parte degenerada de la organización está abocada a oponerse a cualquier debate, por su propia naturaleza es monolítica e intenta silenciar cualquier crítica. Así, la Socialdemocracia que, en tiempos de las leyes antisocialistas (1878-1890) había sido el centro de la vida proletaria y de muchos debates controvertidos, no sólo se había convertido cada vez más en un club para votar, sino que sofocaba los debates. Muchos artículos del ala izquierda eran sometidos a la censura de la dirección del partido, otros oponentes eran amordazados, la dirección intentó expulsar a la Izquierda de los equipos de redacción de los periódicos y en las votaciones en el parlamento, los diputados tenían que obedecer la disciplina.
Rosa Luxemburg vio y condenó esas tendencias con toda claridad, se comprometió a no abandonar el partido a su suerte, sino a luchar por su enderezamiento, porque el principio de los comunistas no es “salvar su pellejo” sino luchar por la organización.
En una carta a Clara Zetkin ([7]) del 16 de diciembre de 1906, le insistía:
“Soy muy consciente de todas las dudas y estrecheces mentales de nuestro partido y me duele mucho.
“Pero no puedo dejarme perturbar por estas cosas, porque he entendido con una claridad apabullante que no podemos cambiarlas y cambiar a la gente mientras no cambien las condiciones. Y aún entonces, y he pensado en esto con sosiego, con tranquilidad, y me he preparado para eso, tendremos que confrontar la inevitable resistencia de mucha gente si queremos llevar a las masas hacia delante. Tal y como están las cosas, Bebel y los otros han optado por el parlamentarismo y están plenamente dedicados a ello. Si hay cualquier cambio que trascienda los límites del parlamentarismo, lo desaprobarán totalmente, e incluso tratarán de llevarlo al terreno parlamentario, se opondrán con todas sus fuerzas a todo y a todos los que intenten ir más allá, tratándolos de ‘enemigos del pueblo’…
“Tengo la impresión de que las masas e incluso una gran cantidad de nuestros camaradas, han roto con el parlamentarismo. Todos celebrarían que hubiera una ráfaga de aire fresco, un rumbo nuevo de nuestra táctica; les pesan como un bulto a la espalda los viejos caciques, y sobre todo las altas capas de editores oportunistas, de diputados y líderes sindicales. Nuestra tarea es oponer la más firme protesta contra esas autoridades que se descomponen... Si empezamos una ofensiva contra el oportunismo, las viejas capas dirigentes estarán todas en nuestra contra... ¡Estas son tareas que sólo pueden cumplirse a lo largo de varios años!” (Rosa Luxemburg, Correspondencia).
A pesar de que el ala Izquierda se enfrentó a la resistencia creciente dentro del partido, a nadie se le ocurrió reagruparse en un cuerpo separado, ni mucho menos abandonar el partido a los oportunistas. El 19 de abril de 1912, Rosa Luxemburg expresó su punto de vista en una carta a Franz Mehring ([8]):
“Seguramente te darás cuenta de que se acercan tiempos en que las masas en el partido necesitarán una dirección enérgica, firme y generosa, y que nuestros dirigentes – Ejecutiva, órgano central, grupo parlamentario – cada vez son más miserables, cobardes, y cretinos parlamentarios. Claramente, tenemos que encarar ese atractivo futuro y ocupar y mantener todas las posiciones que nos permitan contrariar a la dirección oficial ejerciendo el derecho de crítica...
“Esto hace que nuestro deber sea aguantar hasta el final, y no hacerles a los jefes oficiales del partido el favor de plegar. Tenemos que estar preparados para luchas y fricciones continuas, particularmente cuando alguien ataque ese sancta santorum del cretinismo parlamentario... Pero a pesar de todo, no ceder una pulgada parece ser la consigna correcta”.
Marchlewski ([9]) señalaba (16.12.1913):
“somos de la opinión de que el partido está pasando una crisis interna mayor que cuando apareció el revisionismo por primera vez. Estas palabras pueden parecer duras, pero tengo la convicción de que la amenaza de un estancamiento completo se cierne sobre el partido si las cosas continúan como hasta ahora. En semejante situación, sólo hay una consigna para un partido revolucionario: la mayor y más severa autocrítica” (citado por Nettl en Rosa Luxemburg, traducido por nosotros).
De esta forma, la degeneración del SPD originó una corriente de izquierda dentro de la IIª internacional, que sin embargo se vio confrontada a diferentes condiciones en cada país. El SPD alemán fue uno de los partidos más impregnados por el oportunismo, pero sólo cuando la dirección del partido traicionó el internacionalismo proletario, la corriente de izquierda se dio una forma organizada.
En Holanda, el ala izquierda fue expulsada del SDAP (Partido obrero socialdemócrata) y formó el SDP (Partido socialdemócrata – Tribunistas –) en 1909. Sin embargo esta escisión ocurrió demasiado pronto – como señalamos en nuestro análisis de la Izquierda holandesa ([10]).
En Rusia, el Partido obrero socialdemócrata ruso se dividió profundamente entre bolcheviques y mencheviques desde 1903.
Tras las decisiones de la mayoría del Congreso en 1903, los mencheviques no reconocieron las decisiones del Congreso, y a través de una serie de maniobras, intentaron echar a los bolcheviques del partido. Los bolcheviques defendieron los principios del partido, que cada vez más eran socavados por los mencheviques, que a su vez comenzaban a estar infectados por el oportunismo. En la socialdemocracia rusa la penetración del oportunismo se manifestó primero en problemas de organización pero no tardó en manifestarse también en cuestiones de táctica, pues, en la Revolución de 1905 en Rusia, los mencheviques adoptaron en su gran mayoría una postura de apoyo sin más a la burguesía liberal, mientras que los bolcheviques propugnaban una política independiente por parte de la clase obrera. La mayoría de este ala oportunista del partido – agrupada bajo la bandera de los mencheviques – se pasó al campo de la burguesía en 1914 cuando traicionó también el internacionalismo proletario. Pero los bolcheviques lucharon casi durante 10 años dentro del mismo partido con los mencheviques, antes de que se produjera la escisión en 1912. Cuando estaban organizados como una fracción en el seno del POSDR, los bolcheviques, a pesar de las profundas divergencias con los mencheviques, no tuvieron que enfrentar un proceso de degeneración semejante al que ocurrió en el SPD. Sin embargo, al organizarse como una corriente separada, luchando resueltamente contra el oportunismo y permaneciendo fieles al programa marxista del partido, sentaron las bases para la ulterior formación del Partido bolchevique y del Partido comunista en 1917-18.
Así, antes de 1914, los bolcheviques, aunque trabajando en condiciones diferentes, también contribuyeron decisivamente a la experiencia de una fracción.
Podemos señalar una característica del trabajo de las corrientes de Izquierda antes de 1914: estas corrientes de izquierda no se reagruparon realmente a nivel internacional, ni tomaron una forma organizada – a excepción de los bolcheviques. Como apuntó Bilan:
«El problema de la Fracción tal y como la concebimos nosotros – es decir, como un momento de la reconstrucción del partido de clase – no tenía sentido, ni podía tenerlo, en el seno de la Iª y la IIª Internacional. Los que se llamaron entonces ‘Fracción’, o más comunmente, ‘ala derecha’, o ‘ala izquierda’, o ‘corriente intransigente’, o en fin, ‘revolucionaria’ o ‘reformista’, no fueron – en la mayor parte de los casos, a excepción de los bolcheviques – mas que ‘ententes’ fortuitos en vísperas o durante los congresos, con el fin de hacer prevalecer ciertos órdenes del día sin ninguna continuidad organizativa...” (Bilan, “La fraction dans les partis socialistes de la Seconde internationale”, nº 24, Oct. 1935, traducido por nosotros).
Aunque hubo momentos en que unieron sus fuerzas y presentaron mociones comunes o enmiendas en los congresos (por ejemplo en Sttugart en 1907, y en Basilea en 1912 sobre el peligro de guerra), no hubo una posición común de los grupos de izquierda.
Hay varios elementos que explican esta relativa dispersión. El primero son las diferentes condiciones materiales en los países en que se hallaban los partidos de la II Internacional.
Por ejemplo, debido al atraso económico de Rusia, en comparación con Alemania, los obreros en Rusia no habían podido arrancar las mismas concesiones del capital, el impacto del sindicalismo era más débil en Rusia; la presencia parlamentaria del partido obrero socialdemócrata ruso era mucho menor que la del SPD alemán, y las ilusiones democráticas y el cretinismo parlamentario incomparablemente menor. Otro elemento era la estructura federalista de la IIª Internacional – que hacía difícil para los revolucionarios tener un conocimiento profundo de la situación respectiva en cada uno de los países. Debido a la estructura federalista no había una verdadera centralización, y el concepto de una lucha común centralizada de las alas de izquierda aún no existía.
“El trabajo fraccional de Lenin, se desarrolló únicamente en el seno del partido ruso, sin que intentara plantearlo a escala internacional. Para convencerse basta con leer sus intervenciones en diferentes congresos, y se puede confirmar que ese trabajo quedó completamente desconocido fuera de las esferas rusas” (Bilan, Idem, citado en Revista internacional nº 64).
En cierto modo, la II Internacional era todavía una expresión de la fase ascendente del capitalismo, donde los diferentes partidos miembros podían existir a nivel federal, “cada uno por su lado”, en vez de estar unidos en un cuerpo único.
Los revolucionarios ante el reto de la guerra imperialista
El estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, la traición del SPD y la muerte de la II Internacional, ponían a los revolucionarios ante una nueva situación.
La Primera Guerra mundial significaba que el capitalismo mundial se había convertido en una sistema decadente en todo el mundo, confrontando a los revolucionarios con las mismas tareas en todas partes; esto requería una intervención de los revolucionarios que ya no fuera de tipo federal, sino centralizada – con el mismo programa y la necesidad de una unificación internacional de las fuerzas revolucionarias.
Tras la traición de la dirección de la Socialdemocracia, ¿tenían los revolucionarios que abandonar el partido y construir su propia organización inmediatamente?
La corriente de la Izquierda alemana, en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht comprendió inmediatamente la nueva situación:
- defendieron el internacionalismo proletario y se opusieron a la tregua firmada por los sindicatos con la burguesía, y llamaron a los obreros a emprender la lucha de clases;
- se organizaron aparte, como Liga Spartakus, con el fin de reconquistar el partido y echar a la dirección patriotera, evitando que el partido fuera estrangulado por las fuerzas de la burguesía, y al mismo tiempo pusieron las bases para que se fundara más tarde un nuevo partido;
- establecieron contactos internacionales con otras fuerzas internacionalistas.
Esa corriente se puso manos a la obra sin vacilación, sin esperar una primera reacción de los obreros contra la guerra. Durante los 52 meses de guerra, la mayoría de sus dirigentes fueron a prisión – desde donde continuaron su trabajo como fracción! Los Espartaquistas y otras fuerzas de izquierda padecían entonces condiciones extremadamente duras: tenían que enfrentarse a un aparato represivo estatal cada vez mayor, mientras la dirección del partido denunciaba las voces internacionalistas tan abiertamente como lo haría cualquier agente de policía. Muchos miembros del partido que defendían el internacionalismo en las reuniones del partido, poco después eran denunciados y arrestados por la policía. Bajo las más difíciles condiciones de ilegalidad, los espartaquistas continuaron luchando por la reconquista del partido contra la dirección chovinista, pero al mismo tiempo prepararon las condiciones para la formación de un nuevo partido. Su defensa de un programa revolucionario significaba que tenían que combatir continuamente las actitudes centristas en el SPD. Esta dura lucha de los Espartaquistas por el partido, para impedir que la burguesía se apropiara de él, serviría después de punto de referencia para los camaradas de la Izquierda italiana que se opusieron a la dirección de la Internacional comunista durante varios años.
La otra fuerza importante capaz de cumplir un verdadero trabajo como fracción después de 1914 fueron los bolcheviques. Con muchos de sus dirigentes en el extranjero en el exilio, también se implicaron en una dura lucha por la defensa del internacionalismo proletario. Lenin y los otros bolcheviques fueron los primeros en declarar que la II Internacional había muerto y en movilizarse por el reagrupamiento de las fuerzas internacionales. Participaron activamente en la Conferencia de Zimmerwald de 1915, cuya ala izquierda formaron junto con otros especialmente los militantes de la Izquierda holandesa.
En el exilio o en Rusia, actuaron como la fuerza principal que impulsaba adelante la resistencia de la clase obrera a la guerra. Sin duda fue su capacidad de mantener alta la bandera del internacionalismo, de impulsar la perspectiva de una lucha internacional (convertir la guerra imperialista en una guerra de clases) lo que permitió a la clase obrera en Rusia alzarse contra la guerra y comenzar el proceso revolucionario.
Así los Espartaquistas y los bolcheviques, fueron la punta de lanza de un gran movimiento revolucionario durante la guerra, y se convirtieron en los pilares indispensables para terminar la guerra y empujar las luchas hacia su extensión internacional y la destrucción del capitalismo.
Mostraron claramente que ninguna fracción puede cumplir su responsabilidad militante si no lucha en dos frentes: intervenir en la clase obrera y al mismo tiempo defender y construir una organización revolucionaria. Para ambas fracciones hubiera sido impensable retirarse de cualquiera de estos dos frentes.
El problema de la Fracción en la Internacional comunista
En el caso de la socialdemocracia, un partido había degenerado para acabar traicionando los intereses de clase en una situación de guerra. Podemos ver ahora el segundo gran ejemplo de una degeneración: la del Partido bolchevique.
Habiendo sido la vanguardia de la clase obrera, y la fuerza decisiva que hizo posible la toma del poder por los consejos obreros en Octubre de 1917, el Partido bolchevique fue gradualmente absorbido por el Estado ruso cuando se detuvo la extensión internacional de la revolución. Aquí, de nuevo, contrariamente al punto de vista anarquista, que reivindica que cualquier partido está condenado a traicionar, hay un trasfondo material objetivo que empujó al Partido bolchevique a ser digerido por el Estado ruso.
Como explicamos en nuestra presentación de la historia de las Fracciones de izquierda ([11]):
“El retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento de la Revolución rusa dio lugar a un proceso de degeneración tanto en la Internacional comunista como en el poder soviético en Rusia. El Partido bolchevique se había fusionado cada vez más con un aparato burocrático de Estado que crecía en proporciones inversas a los propios órganos proletarios de poder y participación – los soviets, los comités de fábrica y guardias rojos. En el seno de la Internacional, los intentos de ganar el apoyo de las masas en una fase de actividad decreciente de las masas engendró ‘soluciones’ oportunistas – creciente énfasis en el trabajo parlamentario y sindical, llamamiento a los pueblos de Oriente a levantarse contra el imperialismo, y sobre todo, política de Frente unido, que tiraba a la basura toda la claridad adquirida duramente sobre la naturaleza capitalista de los socialpatriotas”.
Ese giro oportunista, favorecido por el debilitamiento internacional de la clase obrera y el aislamiento de la revolución en Rusia, se convirtió gradualmente en un auténtico proceso de degeneración, que tras media docena de años, culminó con la proclamación del “socialismo en un solo país” en 1926.
Como en la degeneración del SPD antes de la Primera Guerra mundial, este proceso también estuvo marcado por una aniquilación gradual de la vida del partido. Las fuerzas del partido que estaban más íntimamente ligadas e integradas en el aparato de Estado eran las que movían los hilos.
Después de algunas protestas muy tempranas contra el sofoco de la vida del partido, previniendo sobre la creciente burocratización del partido (ver los artículos en la Revista internacional 8 y 9 sobre la degeneración de la Revolución rusa y la labor de la Izquierda comunista en Rusia) se tomaron una serie de medidas para silenciar las fuerzas de oposición:
- en la primavera de 1921 se prohibieron las fracciones;
- las secciones locales del partido sólo podían expresar su acuerdo o rechazar las decisiones del partido; las iniciativas de las secciones locales fueron aniquiladas gradualmente
- los delegados a las conferencias del partido eran designados por las instancias superiores, en lugar de recibir un mandato y ser responsables ante las secciones locales;
- se instaló una comisión de control que poco a poco se hizo autónoma y gobernaba el partido con mano de hierro militarista;
- se concentró más y más poder en manos del Buró de organización y del Secretario general Stalin;
- se retiraron de la circulación los periódicos de oposición;
- los militantes de oposición fueron el blanco de perniciosas denigraciones.
De manera similar a la IIª Internacional, el proceso de degeneración no se limitó al Partido bolchevique; este proceso se produjo en todos los partidos de la Internacional comunista. Paso a paso siguieron el trágico curso del partido ruso – sin haber sido necesariamente integrados en los respectivos Estados de los países donde desarrollaban su actividad, todos escogieron sacrificar los intereses del proletariado internacional a los del Estado ruso.
Una vez más, el proletariado reaccionó con “anticuerpos”, formando una izquierda comunista: «Es evidente que la necesidad de la fracción es expresión de la debilidad del proletariado, bien porque se encuentre desmembrado, o ganado por el oportunismo» (“Projet de résolution sur les problèmes de la Fraction de gauche”, Bilan nº 17, abril 1935, traducido por nosotros).
Pero igual que el crecimiento del oportunismo en la IIª Internacional provocó una respuesta proletaria en forma de corrientes de izquierda, las corrientes de la izquierda comunista resistieron la marea de oportunismo en la IIIª Internacional – muchos de los portavoces de esta corriente de izquierdas, como Pannekoek o Bordiga ([12]), habían demostrado ser los mejores defensores del marxismo en la vieja internacional.
La formación de la Izquierda comunista
La Izquierda comunista era esencialmente una corriente internacional y estaba presente en muchos países diferentes, desde Bulgaria a Gran Bretaña, y desde USA a Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraban precisamente en esos países donde la tradición marxista era mayor: Alemania, Italia y Rusia.
En Alemania, la profundidad de la tradición marxista, junto al gran ímpetu que provenía del movimiento de las masas del proletariado, ya había engendrado, en lo más alto de la oleada revolucionaria, algunas de las posiciones políticas más avanzadas, particularmente sobre la cuestión parlamentaria y sindical. Pero la Izquierda comunista como tal apareció en respuesta a los primeros signos de oportunismo en el partido comunista alemán y la Internacional, y su primera punta de lanza fue el KAPD (Partido comunista obrero de Alemania), formado en 1920, cuando la oposición de Izquierda en el KPD fue expulsada por una maniobra sin principios. Aunque fue criticada por la dirección de la IC por “infantil” y “anarcosindicalista”, el rechazo por parte del KAPD de las viejas tácticas parlamentaria y sindical se basaba en un profundo análisis marxista de la decadencia del capitalismo, que hacía obsoletas estas tácticas y exigía nuevas formas de organización para la clase – los comités de fábrica y los consejos obreros; lo mismo puede decirse de su claro rechazo de la vieja concepción de la socialdemocracia del “partido de masas” a favor de una noción del partido como un núcleo de claridad programática – una noción directamente heredada del bolchevismo. La defensa intransigente del KAPD de esas adquisiciones contra una vuelta a las viejas tácticas socialdemócratas, lo convirtió en el nucleo central de una corriente internacional que tenía una presencia en muchos países, particularmente en Holanda, cuyo movimiento revolucionario estaba íntimamente ligado a Alemania a través del trabajo de Pannekoek y Gorter. Esto no significa que la Izquierda comunista en Alemania a comienzos de los años 20 no sufriera importantes debilidades.
En Italia, por otra parte, la Izquierda comunista – que inicialmente ocupaba una posición mayoritaria en el partido comunista de Italia – fue particularmente clara sobre las cuestiones de organización, y esto le permitió no sólo llevar una valerosa batalla contra el oportunismo en la Internacional que degeneraba, sino también engendrar una fracción comunista que fuera capaz de sobrevivir al naufragio del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la noche de la contrarrevolución. Durante los primeros años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo respecto a la cuestión parlamentaria, en contra de unir a la vanguardia comunista con los grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia en las masas”, en contra de la consigna del Frente unido, y del “gobierno obrero”, también se basaban en una profunda comprensión del método marxista. Lo mismo se puede decir de su análisis del nuevo fenómeno del fascismo y su rechazo consecuente de cualquier frente antifascista con los partidos de la burguesía “democrática”. El nombre de Bordiga está irrevocablemente asociado con esta fase de la historia de la Izquierda comunista italiana, pero a pesar de la gran importancia de su contribución militante, la Izquierda italiana no puede reducirse a Bordiga, igual que el bolchevismo no se limita a Lenin: ambos personajes fueron productos orgánicos del movimiento político proletario.
El aislamiento de la Revolución rusa había producido, como ya hemos dicho, un creciente divorcio entre la clase obrera y la máquina cada vez más burocrática del Estado – cuya expresión más trágica fue el aplastamiento en marzo de 1921 de la revuelta de los obreros y marineros de Kronstadt por el propio Partido bolchevique del proletariado, que estaba más y más implicado en el Estado. Pero precisamente porque era un verdadero partido proletario, el bolchevismo también produjo numerosas reacciones internas contra su propia degeneración. Lenin mismo – que en 1917 había sido el portavoz más claro de la izquierda del partido – hizo hacia el final de su vida, algunas críticas muy pertinentes de la inclinación del partido al burocratismo; y al mismo tiempo, Trotsky se convirtió en el representante principal de una Oposición de izquierdas, que trató de restaurar las normas de democracia proletaria dentro del partido, y que continuó combatiendo las expresiones más notables de la contrarrevolución estalinista, particularmente la teoría del “socialismo en un solo país”. Pero en gran medida porque el bochevismo había minado su propio papel como vanguardia proletaria al fusionarse con el Estado, las corrientes de izquierda más importantes en el partido, tendían a estar dirigidas por figuras menos conocidas que fueron capaces de permanecer más cerca de la clase que de la máquina estatal. Ya en 1919, el grupo Centralismo democrático, dirigido por Ossinski, Smirnov y Sparanov, había comenzado a advertir contra el “vaciamiento” de los soviets y el creciente alejamiento de los principios de la Comuna de París. Críticas similares hizo en 1921 el grupo de la Oposición obrera, dirigido por Kollontai y Shliapnikov, aunque éste último resultó menos riguroso y duradero que los “Decistas” (de las siglas en inglés “Democratic Centralism”), que siguió jugando un papel importante durante los años 20, y que iba a desarrollar una posición similar a la de la Izquierda italiana.
En 1923, el grupo obrero de Miasnikov sacó un Manifiesto y desarrolló una importante intervención en las huelgas de ese año. Su posición y sus análisis eran próximos a los del KAPD. Todos estos grupos, no sólo surgieron del partido bolchevique, sino que continuaron luchando dentro del partido por volver a los principios originales de la revolución. Pero a medida que las fuerzas de la contrarrevolución ganaban fuerza dentro del partido, la cuestión clave era la capacidad de las diferentes corrientes de oposición de ver la verdadera naturaleza de esta contrarrevolución, y de romper con cualquier esbozo de lealtad sentimental a sus expresiones organizadas. Esto mostró la divergencia fundamental entre Trotski y la Izquierda comunista rusa: mientras el primero iba a permanecer toda su vida vinculado a la noción de la defensa de la Unión soviética e incluso a la de la naturaleza obrera de los partidos estalinistas, los comunistas de izquierda vieron que el triunfo del estalinismo – incluidos sus “giros a la izquierda” que confundieron a muchos de los seguidores de Trotski – significaba el triunfo del enemigo de clase e implicaba la necesidad de una nueva revolución. Sin embargo, muchos de los mejores elementos de la oposición trotskista – los llamados “irreconciliables” – fueron por su parte más allá que las posiciones de la Izquierda comunista a finales de los años 20 y comienzos de los 30. Pero el terror estalinista ya casi había eliminado esos grupos a fines de la década.
En contraste con esta trayectoria, la Fracción de izquierda italiana en torno a la revista Bilan, definió correctamente las tareas del momento: primero no traicionar los principios elementales del internacionalismo ante la marcha a la guerra; segundo, sacar un “balance” del fracaso de la oleada revolucionaria y en particular de la Revolución rusa, y elaborar las lecciones apropiadas que puedan servir de teoría para la fundación de los nuevos partidos que emergerán del futuro resurgir de la lucha de clases. La guerra en España fue un test particularmente duro para los revolucionarios; muchos capitularon a los cantos de sirena del antifascismo y no vieron que ambos bandos en la guerra eran imperialistas, que se trataba de un ensayo general de la próxima guerra mundial. Bilan sin embargo, se mantuvo firme y llamó a la lucha de clases contra ambas facciones de la burguesía, la fascista y la republicana, igual que Lenin denunció ambos bandos en la Primera Guerra mundial. Al mismo tiempo, las contribuciones teóricas que hizo esta corriente – con la que más tarde se reagruparían otras fracciones en Bélgica, Francia y Mexico – fueron inmensas e irremplazables. En sus análisis de la degeneración de la Revolución rusa – que nunca le llevó a cuestionar el carácter proletario de 1917; en sus investigaciones sobre los problemas del futuro período de transición; en su trabajo sobre la crisis económica y las bases de la decadencia del capitalismo; en su rechazo de la posición de la Internacional comunista de apoyo a las luchas de “liberación nacional”; en su elaboración de la teoría del partido y la fracción; en sus continuas pero fraternas polémicas con otras corrientes políticas proletarias; en estas y muchas otras áreas, la Fracción de izquierda italiana cumplió sin duda su tarea de poner las bases programáticas para las organizaciones proletarias del futuro.
La fragmentación de los grupos de la Izquierda comunista en Alemania se completó con el terror nazi, a pesar de que bajo el régimen de Hitler aún persistió alguna actividad revolucionaria clandestina. Durante los años 30, la defensa de las posiciones revolucionarias de la Izquierda alemana fue ampliamente llevada a cabo en Holanda, particularmente por el trabajo del Grupo de comunistas internacionalistas; también en América por el grupo dirigido por Paul Matick.
Como Bilan, la Izquierda alemana permaneció fiel al internacionalismo resistiendo las tentaciones de “defender la democracia” frente a todas las guerras imperialistas locales que allanaron el camino a la carnicería global. Continuó profundizando su comprensión de la cuestión sindical, de las nuevas formas de organización obrera en la época de la decadencia del capitalismo, de las raices materiales de la crisis capitalista, de la tendencia al capitalismo de Estado. También mantuvo una intervención importante en la lucha de clases, particularmente hacia el movimiento de los desempleados. Pero la izquierda holandesa, traumatizada por la derrota de la revolución rusa, se deslizaba cada vez más hacia la negación consejista de la organización política, y por ende de su propia función. Junto a esto, también desarrollaba un rechazo total del bolchevismo y de la revolución rusa, que rechazaron como burgueses desde el principio. Estas teorizaciones fueron la semilla de su posterior desaparición. Aunque el comunismo de izquierda en Holanda continuó incluso bajo la ocupación nazi, y dio origen a una importante organización después de la guerra – Spartacusbund, que inicialmente volvió atrás a la posición pro-partido del KAPD –, las concesiones de la Izquierda holandesa al anarquismo sobre las cuestiones organizativas, hicieron que cada vez fuera más difícil para ella mantener cualquier clase de continuidad organizada los años siguientes.
La Izquierda italiana por su parte, mantuvo en cierto modo la continuidad organizativa, pero no sin que la contrarrevolución se cobrara su precio. Justo antes de la guerra, la Fracción italiana se vio desorientada por la “teoría de la economía de guerra”, que negaba la inminencia de la guerra mundial, pero su trabajo continuó, particularmente a través de la aparición de la Fracción francesa en medio del conflicto imperialista. Hacia el final de la guerra, el estallido de importantes luchas proletarias en Italia creó más confusión en las filas de la fracción; la mayoría volvió a Italia para formar, con Bordiga, que había estado inactivo políticamente desde los años 20, el Partido comunista internacionalista de Italia, que aunque se opuso a la guerra imperialista, se formó sobre bases programáticas poco claras y con un análisis fallido del período: creían que se desarrollaría un combate revolucionario.
La mayoría de la fracción francesa se oponía a esta orientación política, y comprendió más rápidamente que el período era aún de contrarrevolución triunfante, y que, consecuentemente, las tareas de la fracción no habían terminado. La Izquierda Comunista de Francia, continuó trabajando pues en el espíritu de Bilan, y aunque no abandonó su responsabilidad de intervenir en las luchas inmediatas de la clase, concentró sus energías en el trabajo de clarificación política y teórica, y llevó a cabo importantes avances, particularmente sobre la cuestión del capitalismo de Estado, el período de transición, los sindicatos y el partido. Manteniendo el riguroso método marxista de la Izquierda italiana, fue también capaz de integrar algunas de las mejores contribuciones de la Izquierda germano-holandesa en su bagaje programático.
Mientras que las Izquierdas alemana y holandesa básicamente fueron incapaces de hacer un verdadero trabajo de fracción, los camaradas de la Izquierda italiana, no sólo consiguieron no ser expulsados de la Internacional comunista a las primeras de cambio, sino que se las apañaron para llevar una lucha heroica contra el oportunismo y el estalinismo en condiciones muy difíciles de trabajo en la ilegalidad en Italia y de creciente disciplina militar en la Internacional comunista.
Hasta antes del estallido de la Segunda Guerra mundial, Bilan se distinguió por su claridad sobre la comprensión de la relación de fuerza entre las clases, sobre el curso histórico a la guerra – y el grupo estuvo armado para rechazar el antifascismo incluso al precio de un terrible aislamiento. Su rechazo a apoyar a la burguesía democrática fue la condición para permanecer fieles al internacionalismo proletario en la Guerra de España y en la Segunda Guerra mundial. Esto resalta en claro contraste con los trotskistas, que durante los años 30 abogaron por el entrismo en los partidos socialdemócratas como medio para luchar contra el ascenso del fascismo, y que ante el estallido de la guerra en España vieron el momento de una nueva oleada revolucionaria de luchas. Contrariamente a la actitud oportunista e inmediatista de Trotski y sus seguidores, Bilan ofreció una claridad histórico-política que sirvió como punto de referencia para los internacionalistas no solo de entonces, sino también para los grupos políticos que surgieron a finales de la contrarrevolución a partir de 1968.
Las Fracciones son un arma indispensable para la defensa de la perspectiva proletaria
Después de haber recordado los dos casos más importantes de degeneración de partidos proletarios y la reacción del proletariado contra ella creando “anticuerpos”, o sea las fracciones, ahora queremos recordar algunos elementos de su lucha.
Bilan definió así la función y las condiciones de formación de una fracción:
“La fracción, como el partido, se genera por la situación de la lucha de clases y no por la voluntad de las individualidades. Aparece como una necesidad cuando el partido refleja la ideología burguesa sin llegar a expresarla aún, y su posición en el mecanismo de las clases significa ya un ganglio del sistema de dominación burguesa. Vive y se desarrolla con el desarrollo del oportunismo para convertirse en el único lugar histórico donde el proletariado se organiza en clase.
“Al contrario, la fracción surge como necesidad histórica para mantener una perspectiva para la clase y como tendencia orientada a la elaboración de datos cuya ausencia, producto de la inmadurez del proletariado, permite el triunfo del adversario. En la IIª Internacional, la génesis de las fraccione se encuentra en la reacción a la tendencia del reformismo de incorporar gradualmente al proletariado en el aparato de Estado del capitalismo.
“La fracción crece, se delimita, se desarrolla en el seno de la IIª internacional paralelamente al curso del oportunismo y a la elaboración de los datos programáticos nuevos, mientras que esta última intenta aprisionarla en los partidos de masa corrompidos con el fin de romper su trabajo histórico. En la IIIª Internacional, la maniobra envolvente del capitalismo se desarrolla en torno a Rusia, y el centrismo intentará hacer converger los PC hacia la preservación de los intereses económicos del Estado proletario dándoles una función de desviar las luchas de clase en cada país...» (Bilan nº 17, abril 1935).
Por supuesto una fracción siempre puede constituirse como tal. El momento de su fundación no puede decidirlo la mayoría de la organización o los órganos centrales, sino que depende de lo que decidan los militantes implicados.
Sin embargo, la formación de una fracción tiene que seguir un método.
Por eso, no es suficiente proclamar tan fuerte como sea posible que una organización está degenerando en cuanto comienza un debate con posiciones fuertemente antagonistas. Avanzar el concepto de degeneración no puede ser nunca un insulto, sino que es una apreciación política que tiene que probarse de forma materialista.
Como insistió Bilan, la formación de una fracción se hace necesaria cuando hay que hacer lo que sea posible para prevenir que una organización caiga en manos de la clase enemiga. La constatación de una degeneración implica por tanto emprender una lucha larga y tenaz; requiere aceptar trabajar para el futuro, rechazando cualquier posición precipitada; así que es totalmente opuesto a la impaciencia, y una apreciación semejante no puede basarse nunca en una sensación pasajera, o en un mal momento, en pocas palabras, la acusación de que una organización está degenerando no puede plantearse sin rigor, sino que tiene que basarse en un análisis materialista.
Por ejemplo la delegación del KAPD en el congreso de Moscú de la Internacional comunista en 1921 calificó al Partido bolchevique y al Internacional comunista como un cuerpo en degeneración que estaba siendo absorbido por la burguesía. En ese momento el diagnóstico era prematuro. Como mostramos en nuestra serie de artículos sobre la revolución alemana (Revista internacional nº 81 a 99), al establecer tal diagnóstico, el KAPD cometió un error capital, con la consecuencia de que fue incapaz de implicarse en una verdadera lucha como fracción en el interior de la Internacional comunista.
Una fracción solo puede formarse después de un largo debate, una intensa lucha en el seno de la organización, donde las divergencias no están limitadas a uno o dos puntos, sino que implican una orientación totalmente diferente – donde una parte se mueve hacia el abandono de las posiciones de clase y la otra parte se opone a esto.
Solo cuando ha tenido lugar esta larga lucha, cuando todos los pasos previos se han mostrado insuficientes para prevenir que la organización avance hacia la degeneración, la fracción es una necesidad imperativa. En esos casos, cuando una organización está desbarrando hacia posiciones burguesas, sería entonces irresponsable no formar una fracción.
Comprender la nueva situación histórica...
Una fracción siempre se caracteriza por su defensa del programa, su lealtad a las posiciones de clase que una parte de la organización pone en cuestión. En oposición a las tentaciones oportunistas inmediatistas en la organización de abandonar el programa en nombre de concesiones a la ideología burguesa, la fracción lleva una lucha teórico-política-programática que le conduce al establecimiento de una serie de contraposiciones que son parte de un marco teórico más amplio.
Así, las corrientes de izquierda que se opusieron a las tendencias oportunistas ante la Primera Guerra mundial, nunca se limitaron a una mera defensa del programa, sino que destacaron las raíces histórico-políticas más profundas de las cuestiones que estaban en el candelero y ofrecieron un marco teórico-programático para entender la nueva situación. En este sentido, la fracción es más que la lealtad al viejo programa, una fracción ofrece sobre todo un nuevo marco teórico para comprender las nuevas condiciones históricas, puesto que el marxismo no es, de ninguna manera, “invariante”, sino que siempre ofrece un análisis capaz de integrar nuevos elementos de una situación.
“Esto tiene que servir para demostrar que la fracción no puede vivir, formar cuadros, representar realmente los intereses finales del proletariado, más que a condición de manifestarse como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el seno del capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución, y no como un organismo que toma como fundamento los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista – que no podían contener una respuesta a situaciones que no estaban maduras...” (Bilan, idem).
Sin la crítica del oportunismo antes de la Primera Guerra mundial, sin el trabajo teórico analítico de los internacionalistas durante la guerra, los revolucionarios nunca hubieran podido comprender la nueva situación. Por ejemplo, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, o el Imperialismo fase superior del capitalismo de Lenin, o El Imperialismo y las tareas del proletariado, de Pannekoek, fueron contribuciones teóricas vitales hechas durante ese período.
Y cuando la Internacional comunista empezó a embarcarse en una deriva oportunista tras 1920, propagando de nuevo los viejos métoidos de lucha, las fracciones de izquierda demostraron que las nuevas condiciones del capitalismo no permitían una vuelta al pasado. Eran las únicas que habían empezado a comprender las implicaciones de la nueva época (si bien es cierto que de una forma todavía parcial, fragmentada y muy confusa).
El mecanismo de defensa que representa la fracción está siempre determinado por tanto por la necesidad de entender una nueva situación histórica. Una fracción está obligada a presentar una nueva coherencia teórica llevando a la organización a un mayor nivel de comprensión.
“Se afirma como organismo progresivo fijándose el objetivo central de impulsar el movimiento comunista a un estadio superior de su evolución doctrinal, aportando su propia contribución a la solución internacional de los nuevos problemas planteados por las experiencias de la revolución rusa y del período de declive del capitalismo” (Bilan nº 41, Mayo 1937).
Puesto que la lucha de una fracción no se limita nunca a oponer una posición alternativa sobre un simple asunto, sino que tienen que acompañarse de un marco más amplio, Bilan destacaba respecto a Trotski, que quería actuar principalmente como “corriente de oposición” al ascenso del estalinismo, que Trotski nunca comprendió realmente el reto al que tenían que enfrentarse los revolucionarios:
“a Trotski se debe haber ahogado la posible formación de una fracción homogénea en Rusia, al haberla separado de la base mundial en la que se movía, al haber impedido el trabajo de formación de fracciones en los diferentes países, proclamando la necesidad de grupos de oposición llamados a reenderezar los PC. Con esto, reducía una lucha gigantesca de los núcleos marxistas contra el bloque de fuerzas capitalistas que había incorporado al Estado proletario, al centrismo, a la conservación de sus intereses, en una simple lucha de presión para impedir una industrialización desproporcionada y efectuada bajo la bandera del socialismo en un solo país, y los errores de los PC que llevarían a la derrota” (Bilan nº 17, 1935).
... y emprender una larga batalla
Ni que decir tiene que enriquecer el marxismo, estando obligados a profundizar las cuestiones en el candelero, no puede hacerse en una “escaramuza”. En el mismo sentido que la construcción de la organización no puede ser el intento impaciente de levantar un castillo de naipes, sino que requiere los esfuerzos más perseverantes, combatir los peligros del inmediatismo, la impaciencia, el individualismo, etc., una fracción tiene que rechazar cualquier precipitación.
Una degeneración es siempre un proceso largo. Una organización nunca se colapsa de repente, sino que pasa a través de una fase de agonía. No es como un combate de boxeo, que termina a los 15 asaltos, sino una lucha a vida o muerte, que termina con el triunfo de una parte sobre otra, porque las dos posiciones son incompatibles. Una parte, la parte oportunista en degeneración, se mueve hacia las posiciones burguesas y la traición, mientras que la otra defiende el internacionalismo. En esta lucha se desarrolla una relación de fuerzas, que en el caso de que triunfe la degeneración y traición, significa que toda vida proletaria ha desaparecido del partido.
En el caso del SPD y otros partidos en degeneración de la IIª Internacional, este proceso duró aproximadamente doce años.
Pero incluso cuando la dirección del SPD traicionó el internacionalismo proletario en Agosto 1914, los internacionalistas no desertaron, sino que lucharon por el partido durante 3 años, antes de que desapareciera toda vida proletaria del SPD y el partido se perdiera definitivamente para el proletariado.
La degeneración de la Internacional comunista duró alrededor de media docena de años – con una intensa resistencia desde dentro. Este proceso duró en sus afiliados, los PC, varios años, dependiendo de la capacidad de los diferentes partidos de oponerse a la dominación del partido ruso, que a su vez estaba en función del peso de las tendencias de izquierda comunista en cada partido.
Los comunistas de izquierda italianos, que fueron los defensores más consecuentes e incondicionales de la organización, combatieron hasta 1926, antes de ser expulsados de la Internacional comunista. El mismo Trotski no fue expulsado hasta 1927 del Comité del Partido y deportado a Siberia en 1928.
Contrariamente a cualquier tipo de impaciencia pequeño burguesa, y subestimación de la necesidad de la organización revolucionaria, la Fracción siempre se planteó una lucha a largo plazo.
Respecto a esta cuestión, los espartaquistas durante la Iª Guerra mundial fueron un punto de referencia para el trabajo de la Fracción italiana durante los años 20.
La historia ha mostrado que los que abandonan la lucha por la defensa de la organización demasiado pronto, están abocados al desastre.
Por ejemplo, los internacionalistas en torno a Borchert y el periódico Lichstrahlen de Hamburgo, y Otto Rühle de Dresde, en Alemania, decidieron rápidamente el abandono del SPD, y terminaron adoptando posiciones consejistas, y rechazando la necesidad de los partidos políticos al final de la guerra, en medio de la oleada revolucionaria de luchas.
El caso del KPD y del KAPD también prueba esto.
El KPD estaba dividido en torno a cuestiones esenciales como la actitud frente a las elecciones parlamentarias y el trabajo en los sindicatos, y su dirección, a cargo de Paul Levi, expulsó a la mayoría de la organización, empujándola a formar el KAPD en abril de 1920. En vez de llevar a cabo un intenso debate en las filas del KPD que permitiera esclarecer esas cuestiones básicas, a lo que se asistió fue a una asfixia del debate mediante métodos monolíticos. El KPD fue a la escisión a los 10 meses de vida. La Internacional comunista expulsó al KAPD tras un ultimátum en 1921, no permitiendo que se constituyera como fracción en el seno de la IC.
Y fue una verdadera tragedia de la historia que la corriente del KAPD, que había sido expulsada del KPD y de la Internacional comunista, se viera inmediatamente afectada por el virus de la escisión, porque en cuanto que aparecieron profundas divergencias en sus filas, en un contexto de retroceso de la lucha de clases, el partido se escindió en dos partes: las tendencias de Essen y Berlín (1922).
La defensa del programa por tanto, no puede separarse de una lucha larga y tenaz por la defensa de la organización.
Crear una nueva organización antes que la lucha por la defensa de la organización haya concluido en una victoria o derrota, significa desertar, o encaminarse a un fiasco.
Abandonar la lucha como fracción para precipitarse a la formación de una nueva organización, contiene el riesgo de construir una organización que está congénitamente abocada a la autodestrucción con el riesgo de verse ahogada por el oportunismo y el inmediatismo.
La aventura a la que se lanzó el KAPD en 1921 de crear una Internacional comunista obrera fue un fracaso.
Y cuando la Izquierda italiana, que había sido capaz de defender la tradición del trabajo de fracción contra las tendencias oportunistas e inmediatistas de los miembros de la fracción sobre la guerra de España en 1937, y contra las teorías de Vercesi, votó en 1943 a favor de la formación precipitada y sin principios del PCI, se embarcó en una vía peligrosa – que llevaba los gérmenes del oportunismo.
Finalmente, como hemos visto, el proceso de degeneración nunca se limita a un país, sino que es un proceso internacionalista. Como la historia ha mostrado, aparecen voces diferentes que presentan un cuadro muy heterogéneo, pero que se oponen todas a las tendencias oportunistas y de degeneración.
Al mismo tiempo, la lucha de una fracción tiene que ser internacional y no puede limitarse a los confines de un país, como muestran los ejemplos de la 2ª y la 3ª Internacional.
Como se ha mencionado antes, las diferentes fracciones de izquierda en la IIª Internacional no se reagruparon para trabajar de forma centralizada, y desafortunadamente, las fracciones de izquierda que fueron explusadas de la Internacional comunista también fueron incapaces de trabajar de forma centralizada.
Mientras que en las organizaciones burguesas es una práctica común organizar reuniones secretas para elaborar intrigas y tramar complots, en las organizaciones proletarias es un principio elemental prohibir las reuniones secretas. Los miembros de una minoría o de una fracción tienen que reunirse a las claras, para que cualquier militante de la organización pueda asistir a sus reuniones.
La lucha contra las organizaciones paralelas y secretas fue un combate central de la Primera Internacional, que descubrió la Alianza secreta de Bakunin que operaba en sus filas.
No es casualidad que Bordiga insistiera en estas cuestiones: “tengo que decir claramente que esta reacción sana, útil y necesaria, no puede y no debe presentarse como una maniobra o una intriga, bajo la forma de murmuraciones que se difunden en los pasillos” (Bordiga, VI plenario de la IC, febrero-marzo 1926).
Entraremos más en esta cuestión en la segunda parte de este artículo, cuando planteemos la necesidad de proteger a la fracción de los ataques de la dirección en degeneración, que como en el caso del SPD, estaba dispuesta a mandar a Liebnechkt a las trincheras para así exponerlo a la muerte, ni en denunciar las voces internacionalistas en sus filas; o como en el caso del partido bolchevique estalinizado, el cual silenció a los miembros del partido por medios represivos.
D.A.
[1] Periódico publicado por la Izquierda comunista de Francia, antepasado político de la CCI, al final de la Segunda Guerra mundial. Ver nuestros folletos La Izquierda comunista de Italia y La Izquierda comunista de Francia
[2] Rosa Luxemburg (1870-1919) una de las figuras más preclaras del movimiento obrero internacional. De origen polaco se fue a vivir a Alemania para militar en el Partido socialdemócrata (militando también en la Socialdemocracia polaca) en el cual se hizo rápidamente notar como una de las principales teóricas del SPD antes de llegar a ser una dirigente de la Izquierda de ese partido. Estuvo encarcelada durante la mayor parte de la guerra mundial por sus actividades internacionalistas, siendo liberada por la Revolución alemana en noviembre de 1918. Participó activamente en la fundación del KPD (el Partido comunista de Alemania, cuyo programa redactó) a finales de ese año antes de que, dos semanas después, fuera asesinada por los “cuerpos francos” sicarios del gobierno dirigido por sus antiguos “camaradas” del SPD, partido que se había vuelto el mejor defensor del orden capitalista.
[3] Eduard Bernstein (1850-1932), colaborador de Engels hasta la muerte de éste en 1895, empezó a publicar a partir de 1896 una serie de artículos llamando a una “revisión” del marxismo que hicieron de él el principal “teórico” de la corriente oportunista en el SPD
[4] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[5] August Bebel (1840-1913), uno de los principales fundadores y dirigentes de la Socialdemocracia alemana y de la IIª Internacional. Hasta su fallecimiento fue una figura de proa de esas dos organizaciones
[6] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[7] Clara Zetkin (1857-1933), miembro del SPD dentro del cual ella se situaba a la izquierda junto a su amiga Rosa Luxemburg. Espartaquista durante la guerra, es una de los fundadores del Partido comunista de Alemania (KPD).
[8] Franz Mehring (1846-1919), uno de los líderes y teóricos del ala izquierda de la Socialdemocracia alemana. Espartaquista durante la guerra y fundador con Rosa, Liebknecht y otros, del KPD
[9] Julian Marchlewski (1866-1925), dirigente de la SDKPiL junto a Luxemburg y Jogiches. Militante también en Alemania, participó ahí activamente en la batalla contra la guerra así como en la primera andadura de la Internacional comunista[9]
[10] Léase nuestro folleto sobre la Izquierda germano-holandesa, (en inglés o francés). «La lucha contra el sectarismo en el SDP se planteó desde el principio. En mayo de 1909, Mannoury, uno de los líderes del partido y conocido matemático, declaró que el SPD era el único partido socialista, puesto que el SDAP se había convertido en un partido burgués. Görter, que era de los que más amargamente había luchado contra Toelstra, se opuso vigorosamente a esa concepción. Desde la minoría al principio, mostró que aunque el revisionismo lo llevara hacia el terreno burgués, el SDAP era un partido oportunista en el campo del proletariado. Esta posición tenía implicaciones directas a nivel de la agitación y la propaganda en la clase. Era posible de hecho luchar junto al SDAP mientras éste defendiera posiciones de clase, sin hacerle la mínima concesión teórica» (La gauche hollandaise, p. 34).
[11] La cita siguiente la hemos extraído de “La izquierda comunista y la continuidad del marxismo”, un artículo nuestro publicado en Tribuna proletaria en Rusia, y en Internet (ver nuestro sitio) en versión inglesa.
[12] Amadeo Bordiga (1889-1970) se adhirió al Partido socialista italiano (PSI) en 1910, situándose en la extrema izquierda. Militante incondicional contra la guerra y el reformismo, se volvió antiparlamentario, participando en la formación de una “fracción socialista intransigente” del PSI en 1917. Fue elegido para la dirección de la nueva sección italiana de la Internacional comunista tras la escisión con el PSI en 1921. Se le excluyó del PCI en 1930, se mantuvo al margen de las organizaciones hasta 1949 cuando se unió al Partido comunista internacionalista. Tras la escisión de 1952, participó en la formación del Partido comunista internacional, siendo en él su principal teórico hasta su muerte