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Desde hace 30 años el capitalismo ha sufrido numerosas convulsiones económicas que han desmentido a cada paso los discursos de la clase dominante sobre la «buena salud» y la perennidad de su sistema de explotación. Recordemos, entre otras, las recesiones de 1974-75, 1980-82 o la especialmente severa de 1991-93, o bien, cataclismos bursátiles como el de octubre de 1987, el efecto «Tequila» de 1994 etc. Sin embargo, la sucesión de malas noticias económicas que se vienen acumulando desde agosto 1997 con el desplome de la moneda tailandesa, la debacle de los «tigres» y «dragones» asiáticos, la purga brutal de las bolsas mundiales, la bancarrota de Rusia, la delicada situación de Brasil y otros países «emergentes» de América Latina y sobre todo el estado de gravedad en el que se encuentra Japón, segunda potencia económica mundial, constituye el episodio más grave de la crisis histórica del capitalismo confirmando claramente los análisis marxistas y poniendo en evidencia la necesidad de derribar el capitalismo a través de la revolución proletaria mundial.
Ahora bien, en los últimos 30 años, la forma que ha tomado esta crisis no ha sido, sobre todo en los grandes países industrializados, la de una depresión brutal como ocurrió en los años 30. A lo que hemos asistido es a una caída lenta y progresiva, a un descenso a los infiernos del paro y la miseria, en escalones sucesivos, a la vez que los estragos más grandes se concentraban en la mayoría de países de la «periferia»: África, Sudamérica, Asia, hundidos irremediablemente en el marasmo total, la barbarie y la descomposición.
Esta forma inédita que toma la crisis histórica del capitalismo tiene la ventaja para la burguesía de los grandes países industrializados, aquellos que concentran a su vez las masas más importantes del proletariado, de enmascarar la agonía del capitalismo, creando la ilusión de que sus convulsiones serían pasajeras y responderían a crisis cíclicas como las del siglo pasado, seguidas por un período de desarrollo general intensivo.
Como instrumento de combate contra estas mistificaciones iniciamos aquí un estudio de la evolución del capitalismo durante los últimos 30 años que, por una parte, pone en evidencia que ese ritmo lento y escalonado de la crisis es el resultado de la «gestión» de la misma a través de trampas que los Estados hacen con las propias leyes del sistema capitalista (notablemente el recurso a un endeudamiento astronómico jamás visto en la historia de la humanidad) y por otro lado, que tales políticas no suponen ninguna solución a la enfermedad mortal del capitalismo sino que lo único que consiguen es aplazar en los países más importantes sus expresiones más catastróficas al precio de hacer más explosivas sus contradicciones y de agravar todavía más el cáncer incurable del capitalismo mundial.
¿ Derrumbe o hundimiento progresivo?
El marxismo ha dejado claro que el capitalismo no tiene solución a su crisis histórica, crisis que se viene planteando desde la Primera Guerra mundial. Sin embargo, la forma y las causas de esta crisis ha sido objeto de debate entre los revolucionarios de la Izquierda comunista ([1]). Sobre la forma: ¿adopta la de una depresión deflacionista al estilo de las crisis cíclicas del período ascendente (entre 1820 y 1913)? O bien ¿se presenta como un proceso degenerativo progresivo en el curso del cual toda la economía mundial va hundiéndose en un estado de estancamiento y descomposición cada vez más agudos?.
En los años 20, en algunas tendencias del KAPD, se planteó la «teoría del derrumbe» según la cual la crisis histórica del capitalismo tomaría la forma de un hundimiento brutal y sin salida que pondría al proletariado ante la tesitura de hacer la revolución. Esta visión también se desprende de algunas corrientes bordiguistas para quienes la forma súbita de la crisis colocaría al proletariado en el disparadero de la acción revolucionaria.
No podemos entrar aquí en un análisis detallado de esta teoría. Sin embargo, lo que nos interesa dejar claro es que se ha visto desmentida tanto en el plano económico como en el plano político por la evolución del capitalismo desde 1917.
Lo que ha confirmado la experiencia histórica en el presente siglo es que la burguesía hace lo imposible por evitar el derrumbe espontáneo y súbito de su sistema de producción. El problema del desenlace de la crisis histórica del capitalismo no es estrictamente económico sino sobre todo y esencialmente político, depende de la evolución de la lucha de clases:
– bien el proletariado desarrolla sus combates hasta la imposición de su dictadura revolucionaria que saque a la humanidad del marasmo actual y la conduzca al comunismo como nuevo modo de producción que supera y resuelve las contradicciones insolubles del capitalismo.
– bien, la supervivencia de este sistema hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitivas, bien sea a través de una guerra mundial generalizada, bien sea por la pendiente de una lenta agonía, de una descomposición progresiva y sistemática ([2]).
Frente a la crisis permanente de su sistema, la burguesía responde con la tendencia universal al capitalismo de Estado. El capitalismo de Estado no es únicamente una respuesta económica, también es una respuesta política, tanto como necesidad para llevar a cabo la guerra imperialista como medio de enfrentar al proletariado. Pero desde el punto de vista económico el capitalismo de Estado es una tentativa no tanto de superación o solución de esa crisis sino de acompañamiento y ralentización de la misma ([3]).
La brutal depresión de 1929 mostró a la burguesía los graves riesgos que contenía su crisis histórica en el plano económico, de la misma forma que la oleada revolucionaria internacional del proletariado de 1917-23 le había puesto en evidencia las amenazas gigantescas en el plano decisivo, el político, por parte de la clase revolucionaria, el proletariado. La burguesía no se resignó en ninguno de los dos frentes, desarrolló su Estado de forma totalitaria como baluarte defensivo contra la amenaza proletaria y contra las contradicciones mismas de su sistema de explotación.
En los últimos 30 años, marcados, tanto por la reaparición en forma abierta de la crisis histórica del capitalismo como por la reanudación de la lucha del proletariado, hemos visto cómo la burguesía perfecciona y generaliza sus mecanismos estatales de acompañamiento y gestión de la crisis económica para evitar una explosión brutal y descontrolada de la misma, al menos en las grandes concentraciones industriales (Europa, Norteamérica, Japón), allí donde está el corazón del capitalismo, en donde se juega su porvenir ([4]).
La burguesía hace todas las trampas imaginables con sus propias leyes económicas para evitar una repetición de la experiencia brutal que supuso 1929 con una caída catastrófica de un 30% de la producción mundial en menos de 3 años y una explosión del paro del 4 al 28% en ese mismo lapso de tiempo. No solo lanza machaconas campañas ideológicas destinadas a enmascarar la gravedad de la crisis y sus verdaderas causas, sino que recurre a todas las artes de su «política económica» para mantener la apariencia de un edificio económico que funciona, que progresa, que podría tener no se sabe qué radiantes perspectivas.
Nuestra Corriente lo ha dejado claro desde su propia constitución. En la Revista internacional nº 1 señalábamos que «En algunos momentos la convergencia de varios factores puede provocar una depresión importante en ciertos países, tales como Italia, Inglaterra, Portugal o España. No negamos tal eventualidad. Sin embargo, aunque tal desastre quebrante de forma irreparable la economía mundial (las inversiones y acciones británicas en el extranjero alcanzan ya ellas solas los 20 billones de $), el sistema capitalista mundial podrá mantenerse todavía en tanto consiga un mínimo de producción en ciertos países avanzados tales como Estados Unidos, Alemania, Japón o los países del Este. Tales acontecimientos golpean al sistema en su conjunto y las crisis son inevitablemente crisis mundiales. Pero por las razones que hemos expuesto previamente pensamos que la crisis será aplazada, con convulsiones en dientes de sierra y su movimiento será más bien el del zigzagueo de una bala que el de una caída brutal y repentina. Incluso el hundimiento de una economía nacional no significará necesariamente que todos los capitalistas en quiebra se ahorquen como ponía en evidencia Rosa Luxemburg. Para que ello ocurra es preciso que la personificación del capital nacional, el Estado, sea destruido y esto sólo puedo hacerlo el proletariado revolucionario»([5]).
En la misma línea, tras las violentas sacudidas económicas de los años 80, poníamos de manifiesto que «la máquina capitalista no se ha derrumbado realmente. A pesar de los récords históricos de quiebras y bancarrotas; a pesar de los crujidos y grietas cada vez más profundos y frecuentes, la máquina de las ganancias sigue funcionando, concentrando fortunas gigantescas – fruto de la lucha mortal y carroñera que opone a los capitales entre si – pavoneándose con la más cínica arrogancia de sus discursos sobre las maravillas del liberalismo mercantil» ([6]).
Una clase dominante no se suicida ni cierra las puertas de su negocio dejando las llaves a la clase que viene después. No ocurrió con la clase feudal que tras una feroz resistencia pactó incluso con la burguesía para hacerse un hueco en el nuevo orden. Menos aún va a pasar con la burguesía que sabe con certeza que bajo el orden social que representa el proletariado no hay ningún resquicio para el mantenimiento de los privilegios de clase, en donde lo único que le queda es desaparecer.
Tanto para mistificar y derrotar al proletariado como para mantener a flote su sistema económico, la burguesía necesita que sus miembros no se desmoralicen y tiren la toalla y eso obliga al Estado a mantener a toda costa el edificio económico, a dar la máxima apariencia de normalidad y eficacia, a asegurar su credibilidad.
Sea como sea, la crisis es el mejor aliado del proletariado para el cumplimiento de su misión revolucionaria. Pero no lo es de una forma espontánea o mecánica, sino a través del desarrollo de su lucha y de su conciencia. Lo es si en el proletariado se desarrolla una reflexión sobre sus causas profundas y si, consecuentemente con ello, las organizaciones revolucionarias llevan a cabo un combate tenaz y obstinado mostrando la realidad de la agonía del capitalismo y denunciando todas las tentativas del capitalismo de Estado para aplazar la crisis, ralentizarla, enmascararla, desplazarla desde los centros neurálgicos del capitalismo mundial a las regiones más periféricas y en las que el proletariado tiene menos peso social.
La « gestión de la crisis »
El «acompañamiento de la crisis», o para emplear los términos del Informe de nuestro último Congreso internacional ([7]), la «gestión de la crisis», es la manera con la que, desde 1967, ha respondido el capitalismo mundial a la reaparición de forma abierta de su crisis histórica. Esa «gestión de la crisis» es clave para comprender el curso de la evolución económica de los últimos 30 años y entender el éxito que ha tenido la burguesía hasta la fecha para velar a los ojos del proletariado la gravedad y la magnitud de la crisis.
Esta política es la expresión más acabada de la tendencia histórica general al capitalismo de Estado. En realidad, y de forma progresiva a lo largo de los últimos 30 años, los Estados occidentales han desarrollado toda una política de manipulación de la ley del valor, de endeudamiento masivo y generalizado, de intervención autoritaria del Estado sobre los agentes económicos y los procesos productivos, de trampas con las monedas, el comercio exterior y la deuda pública, que dejan en pañales los métodos de planificación estatal de los burócratas estalinistas. Toda la cháchara de las burguesías occidentales sobre la «economía del mercado», el «juego libre de las fuerzas económicas», la «superioridad del liberalismo», etc., es en realidad una gigantesca mistificación: desde hace 70 años y como ha venido afirmando la Izquierda comunista, no existen dos «sistemas económicos», uno de «economía planificada» y otro de «economía libre», sino que existe un solo sistema, el capitalismo, que en su lenta agonía es sostenido por la intervención cada vez más absorbente y totalitaria del Estado.
Esa intervención del Estado para acompañar la crisis, tratar de adaptarse a ella y buscar su ralentización y aplazamiento, ha logrado evitar en los grandes países industrializados un hundimiento brutal, una desbandada general del aparato económico. Sin embargo, no ha conseguido ni solucionar la crisis ni solventar al menos algunas de sus expresiones más agudas como el desempleo o la inflación. Tras 30 años de esas políticas de paliativos su único logro es una especie de descenso organizado hacia el abismo, una suerte de caída planificada cuyo único resultado real ha sido prolongar de forma indefinida los sufrimientos, la incertidumbre y la desesperación de la clase obrera y de la inmensa mayoría de la población mundial. De un lado, la clase obrera de los grandes centros industriales ha sido sometida a un tratamiento sistemático de recorte sucesivo y gradual de sus salarios, sus empleos, sus condiciones de vida, su estabilidad laboral, su supervivencia misma. Por otra parte, la gran mayoría de la población mundial, la que malvive en la enorme periferia que rodea a los centros neurálgicos del capitalismo, ha sido, en su gran mayoría, sumida en una situación de barbarie, hambre y mortalidad que bien se puede calificar del mayor genocidio que jamás haya sufrido la humanidad.
Esta política es, sin embargo, la única posible para el conjunto del capitalismo mundial, la única que puede mantenerle a flote aún al precio de dejar caer en el abismo a partes cada vez más substanciales de su propio cuerpo económico. Los países más importantes y decisivos desde el punto de vista imperialista, económico y sobre todo de confrontación entre las clases, concentran todos sus esfuerzos en descargar la crisis sobre los países más débiles, con menos recursos frente a sus efectos devastadores y con menor trascendencia en la lucha contra el proletariado. Así, en los años 70-80 cayó gran parte de Africa, un buen pedazo de Sudamérica y Centroamérica y toda una serie de países asiáticos. Desde 1989 le tocó el turno a los países de Europa del Este, Asia Central, etc., sometidos hasta entonces a la férula soviética y a ese gigante con pies de barro llamado Rusia. Ahora ha sido el turno de los antiguos «dragones» y «tigres» asiáticos que contemplan la caída más brutal y más rápida de la economía desde hace 80 años.
Mucho nos han hablado políticos, sindicalistas o «expertos» de «modelos económicos», de «políticas económicas», de «soluciones a la crisis». La cruda realidad de la crisis a lo largo de los últimos 30 años ha convertido en insondables estupideces o en vulgares timos de saltimbanquis esos laureados «modelos»: el famoso «modelo japonés» ha tenido que ser apresuradamente retirado de la propaganda y los libros de texto, el «modelo alemán» ha sido discretamente arrinconado en el baúl de los recuerdos, el disco rayado sobre el «éxito» de los «tigres» y los «dragones» asiáticos se ha visto estrepitosamente derribado en el lapso de unos cuantos meses... En la práctica, la única política posible para todos los gobiernos, sean de derechas o de izquierdas, dictatoriales o «democráticos», «liberales» o «intervencionistas», es el acompañamiento y gestión de la crisis, el descenso planificado y lo más gradual posible a los infiernos.
Esa política de gestión y acompañamiento de la crisis no tiene como efecto encerrar el capitalismo mundial en una suerte de punto muerto, de situación estática donde la brutalidad de las contradicciones del régimen de explotación se pudiera contener y limitar de forma perpetua. Esa estabilidad es imposible por la propia naturaleza del capitalismo, por su propia dinámica que lo empujan sin cesar a intentar acumular cada vez más capital, a competir por el reparto del mercado mundial. Por esa razón, la política de aplazamiento, dosificación y ralentización de la crisis tiene como efecto perverso el de agravar y hacer más violentas y más profundas las contradicciones del capitalismo. El «éxito» de las políticas económicas del capitalismo durante los últimos 30 años se ha reducido a aplazar en parte los efectos de la crisis pero, entretanto, la bomba se ha ido cebando, se ha hecho más explosiva, más dañina, más destructiva:
- Treinta años de endeudamiento han llevado a una fragilización general de los mecanismos financieros que hacen mucho más difícil y arriesgada su utilización para gestionar la crisis.
- Treinta años de sobreproducción generalizada han obligado a amputaciones sucesivas del aparato industrial y agrícola de la economía mundial, lo que reduce los mercados y agrava tanto más la sobreproducción.
- Treinta años de aplazamiento y dosificación del desempleo han hecho que hoy éste sea mucho más grave y obligue a una cadena sin fin de despidos, de medidas de precarización del trabajo, de subempleo etc.
Todas las trampas del capitalismo con sus propias leyes económicas han conseguido que la crisis no tome la forma de hundimiento repentino de la producción como ocurría con las crisis cíclicas del capitalismo ascendente en el siglo pasado o como pudo verse con la depresión del 29. Pero con ello la crisis ha tomado una forma mucho ampliada, más aniquiladora para las condiciones de vida del proletariado y del conjunto de la humanidad: la de un descenso en escalones sucesivos, progresivamente más brutales, hacia una situación de marasmo, y descomposición cada vez más generalizados.
Las convulsiones que se vienen produciendo desde agosto de 1997 marcan uno de esos escalones en el descenso al abismo. No nos cabe la menor duda de que está siendo el peor episodio de los últimos 30 años. Para comprender mejor el nivel de agravamiento de la crisis del capitalismo al que ese episodio corresponde y evaluar sus efectos sobre las condiciones de vida del proletariado lo que vamos a desarrollar es un análisis de las diferentes etapas hacia abajo en los últimos 30 años.
En la Revista internacional nº 8 señalamos que la política del capitalismo de «gestión y acompañamiento de la crisis» tenía tres ejes: «desplazar la crisis hacia otros países, hacerla recaer sobre las clases intermedias y descargarla sobre el proletariado». Esos tres ejes han definido las diferentes etapas de hundimiento del sistema.
La política de los años 70
En 1967 con la devaluación de la libra esterlina asistimos a una de las primeras manifestaciones de una nueva crisis abierta del capitalismo tras los años de prosperidad relativa otorgados por la reconstrucción de la economía mundial tras la enorme destrucción que supuso la Segunda Guerra mundial. Hay un primer sobresalto del desempleo que sube en países de Europa hasta un 2%. Los gobiernos responden con políticas de aumento del gasto público que rápidamente enmascaran la situación y permiten una recuperación de la producción durante 1969-71.
En 1971 la crisis toma la forma de violentas tormentas monetarias concentradas alrededor de la primera moneda mundial, el dólar. El gobierno de Nixon da un paso que aplazará momentáneamente el problema pero que tendrá graves consecuencias en la evolución futura del capitalismo: se desmontan los acuerdos de Breton Woods adoptados en 1944 y que desde entonces habían regido la economía mundial.
Con estos acuerdos se abandonó definitivamente el patrón oro y se sustituyó por el patrón dólar. Semejante medida ya supuso en su momento un paso adelante en la fragilización del sistema monetario mundial y un estímulo de las políticas de endeudamiento. En su periodo ascendente el capitalismo había vinculado las monedas al respaldo de reservas de oro o plata que establecía una correspondencia más o menos coherente entre la evolución de la producción y la masa monetaria en circulación evitando o al menos paliando los efectos negativos del recurso incontrolado al crédito. Por ello la vinculación de las monedas al patrón dólar eliminaba ese mecanismo de control y, además de dar un ventaja muy importante al capitalismo americano sobre sus competidores, suponía un riesgo considerable de inestabilidad monetaria y crediticia.
Ese riesgo permaneció latente mientras la reconstrucción dejaba un margen para la venta de una producción en continua expansión. Sin embargo, estalló claramente desde 1967 cuando ese margen se redujo dramáticamente. Con el abandono del patrón dólar en 1971 y su sustitución por unos Derechos Especiales de Giro que permitían a cada Estado emitir su moneda sin más garantía que la ofrecida por él mismo, los riesgos de inestabilidad y de endeudamiento descontrolado se hacían más tangibles y peligrosos.
El boom de 1972-73 ocultó una vez más esos problemas y aportó uno de esos espejismos con los que el capitalismo ha tratado de enmascarar su crisis agónica: en esos 2 años se batieron récords históricos de producción basados esencialmente en un impulso desenfrenado del consumo.
Apoyado en ese «éxito» efímero el capitalismo alardeó de la superación definitiva de la crisis, del fracaso del marxismo en su anuncio de la quiebra mortal del sistema. Pero estas proclamaciones se vieron rápidamente desmentidas por la crisis de 1974-75: los índices de producción cayeron en los países industrializados entre un 2 y un 4%.
La respuesta a esta nueva convulsión se polarizó sobre dos ejes:
- Incremento impresionante de los déficits públicos de los países industrializados especialmente de los Estados Unidos.
- Y, sobre todo, endeudamiento gigantesco de los países del Tercer Mundo y los países del Este. Entre 1974 y 1977 asistimos a la mayor oleada de préstamos de la historia hasta entonces: 78 000 millones de dólares concedidos en créditos solo a países del Tercer Mundo sin incluir a los del bloque ruso. Para darse una idea hay que recordar que los créditos concedidos por el Plan Marshall a los países europeos que ya entonces supusieron un récord espectacular significaron entre 1948-53 un total de 15 000 millones de dólares.
Esas medidas consiguieron relanzar la producción aunque esta no llegó nunca a los niveles de 1972-73. Ahora bien, el coste fue la explosión de la inflación que en algunos países centrales superó la cota del 20% (en Italia llegó al 30%). La inflación es un rasgo característico del capitalismo decadente debido a la inmensa masa de gastos improductivos que el sistema arrastra para sobrevivir: producción de guerra, hipertrofia del aparato estatal, gastos gigantescos de financiación, publicidad etc. Esos gastos no son en nada comparables con los gastos de circulación y de representación típicos del periodo ascendente. Sin embargo, esa inflación permanente y estructural se convirtió, a mediados de los años 70, en inflación galopante debido a la acumulación de déficits públicos realizados mediante la emisión de moneda sin ninguna contrapartida ni control.
La evolución de la economía mundial oscila entonces de forma estéril entre el relanzamiento y la recesión. Cada tentativa de relanzar la economía provoca una llamarada inflacionaria (lo que llaman el «recalentamiento») que obliga a los gobiernos a operar un «enfriamiento»: aumento brusco de los tipos de interés, frenazo a la circulación monetaria, etc., lo cual lleva a la recesión, es decir, muestra el fondo del atolladero en que se encuentra la economía capitalista debido a la sobreproducción.
Balance de los años 70
Tras esta breve descripción de la evolución económica durante los años 70 vamos a sacar unas conclusiones en dos planos:
- la situación de la economía,
- la evolución de las condiciones de vida de la clase obrera.
Situación general de la economía
- Las tasas de producción son altas, así, la media de aumento de la producción para la década de los 24 países pertenecientes a la OCDE es del 4,1%. Durante el boom de 1972-73 se alcanza una media del 8% que en Japón llega al 10%. No obstante, se puede apreciar una clara tendencia al descenso si comparamos con la década anterior:
Media de la producción en los países de la OCDE
1960-70 .......................... 5,6%
1970-73 .......................... 5,5%
1976-79 ............................ 4%
2. Los préstamos masivos a los países del llamado «Tercer Mundo» permiten la explotación y la incorporación al mercado mundial de los últimos aunque muy poco relevantes reductos precapitalistas. Podemos decir que el mercado mundial (como sucedió igualmente con la segunda reconstrucción desde 1945) sufre una pequeña expansión.
3. El conjunto de sectores productivos crece, incluidos sectores tradicionales como la construcción naval, la minería y la siderurgia que experimentan una gran expansión entre 1972 y 1978. Sin embargo esta expansión es su canto del cisne: desde ese año los signos de saturación se acumulan obligando a las famosas «reconversiones» (eufemismo para encubrir despidos masivos) que comenzarán en 1979 y marcarán la década siguiente.
4. Las fases de relanzamiento afectan a toda la economía mundial de forma bastante homogénea. Salvo excepciones (un ejemplo significativo es el retroceso de la producción en los países del cono sur de América) todos los países se benefician del incremento de la producción no existiendo la situación de países «descolgados» que veremos en los años 80.
5. Los precios de las materias primas mantienen una tendencia constante al alza que culmina con el boom especulativo del petróleo (entre 1972-77) tras lo cual la tendencia empieza a invertirse.
6. La producción de armamentos se dispara en relación a la década de los años 60 y crece de forma espectacular a partir de 1976.
7. El nivel de endeudamiento sufre una fuerte aceleración desde 1975, aunque en comparación con lo que vendrá después resulta una minucia. Presenta las siguientes características:
– Es bastante moderado en los países centrales (aunque desde 1977 experimenta un aumento espectacular en Estados Unidos, durante la administración Carter);
– En cambio, su escalada es gigantesca en los países del «Tercer Mundo»:
Deuda países «subdesarrollados»
(fuente: Banco Mundial)
1970 ........... 70 000 millones $
1975 ......... 170 000 millones $
1980 ......... 580 000 millones $
8. El sistema bancario es sólido y la concesión de préstamos (de consumo y de inversión, a las familias, empresas e instituciones) es sometida a una serie de controles y avales muy rigurosa.
9. La especulación es un fenómeno todavía limitado aunque la fiebre especulativa con el petróleo (los famosos petrodólares) anuncia una tendencia que va a generalizarse en la década siguiente.
Situación de la clase obrera
- El desempleo es relativamente limitado aunque su crecimiento a partir de 1975 es constante:
Número de desempleados
en los 24 países de la OCDE
1968 ....................... 7 millones
1979 ..................... 18 millones
2. Los salarios crecen nominalmente de forma significativa (se alcanza hasta el 20-25% de incrementos nominales) y en países como Italia se instaura la escala móvil. Ese crecimiento es engañoso pues globalmente los salarios pierden la carrera frente a una inflación galopante.
3. Predominan masivamente los puestos de trabajo fijos y en los países más importantes crece fuertemente la contratación pública.
4. Las prestaciones sociales, subsidios, sistemas de Seguridad Social, subvenciones a la vivienda, sanidad y educación, crecen de forma bastante significativa.
5. En esta década, el descenso en las condiciones de vida es real pero bastante suave. La burguesía, alertada por el renacimiento histórico de la lucha de clases y gozando de un margen de maniobra importante en el terreno económico, prefiere cargar más los ataques a los sectores más débiles del propio capital nacional que a la clase obrera. La década de los 70 fue la de «los años de la ilusión», caracterizada por la dinámica de «Izquierda al Poder».
*
En el próximo artículo realizaremos un balance de los años 80 y 90 que nos permitirá por una parte evaluar la violenta degradación de la economía y de la situación de la clase y, por otro lado, comprender con más claridad las sombrías perspectivas el nuevo escalón hacia el infierno que ha supuesto el episodio abierto en agosto 1997.
Adalen
[1] Sobre las causas de la crisis se han planteado esencialmente 2 teorías: la de la saturación del mercado mundial y la de la tendencia a la baja de la cuota de ganancia. Ver sobre esta cuestión artículos en la Revista internacional números 13, 16, 23, 29, 30, 76 y 83.
[2] Ver en nuestra Revista internacional nº 62 «La descomposición del capitalismo».
[3] Ver en nuestra Revista internacional nº 21 «Sobre el capitalismo de Estado» y en Revista internacional nº 23 «El proletariado en el capitalismo decadente».
[4] Ver en nuestra Revista internacional nº 31 «El proletariado de Europa occidental en el centro de la lucha de clases».
[5] «La situación internacional: la crisis, la lucha de clases y las tareas de nuestra Corriente internacional», en Revista internacional nº 1.
[6] «¿ Por dónde va la crisis económica?: el crédito no es una solución eterna» en Revista internacional nº 56.
[7] Este informe lo publicamos en la Revista internacional nº 92.