Mayo del 68 - El proletariado vuelve al primer plano de la historia

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Hace treinta años se desarrolló en Francia un gran movimiento de luchas que movilizó nada menos que diez millones de obreros durante casi un mes. Es difícil para los jóvenes compañeros que hoy se acercan a las posiciones revolucionarias saber exactamente lo que ocurrió durante aquel tan lejano Mayo del 68. No es culpa de ellos. En realidad, la burguesía siempre ha deformado el significado profundo de aquellos acontecimientos, y eso tanto por las derechas como por las izquierdas. Siempre los ha presentado como el producto de una  «revuelta estudiantil», cuando en realidad fueron la fase más importante de un movimiento que también se desarrolló en Italia, en Estados Unidos y en la mayoría de los países industrializados. No ha de extrañarnos si la clase dominante siempre intenta ocultar al proletariado las luchas pasadas de éste. Y cuando no lo logra, lo hace todo por desvirtuarlas, por disfrazar lo que son en realidad, o sea manifestaciones del antagonismo histórico e irreducible entre la principal clase explotada de nuestros tiempos por un lado y por el otro la clase dominante responsable de esa explotación. Hoy, la burguesía intenta proseguir su obra de mistificación de la historia intentando desvirtuar la Revolución de octubre, presentándola como un golpe de unos bolcheviques sedientos de sangre y de poder, cuando en realidad fue un intento grandioso de la clase obrera de  «asalto al cielo», tomando el poder político para empezar la transformación de la sociedad en un sentido comunista, es decir hacia la abolición de todo tipo de explotación del hombre por el hombre. La burguesía hace eso porque tiene que exorcizar el peligro que representa esa arma del proletariado que es su memoria histórica. Es precisamente porque la conciencia de sus propias experiencias pasadas le es indispensable a la clase obrera para preparar sus batallas de hoy y de mañana por lo que los grupos revolucionarios, la vanguardia de esta clase, tienen la responsabilidad de recordarlas permanentemente.

Los acontecimientos de Mayo del 68

Hace treinta años, el 3 de mayo, un mitin convocado por la UNEF (sindicato de estudiantes) y el  «Movimiento del 22 de marzo» (que se había formado en la facultad de Nanterre, en los alrededores de París, unas semanas antes) reunió unos cuantos cientos de estudiantes en la Sorbona, en París. Los discursos de los líderes izquierdistas no tenían nada de especialmente exaltante pero corría un rumor: «Occident nos va a atacar». Este movimiento de ultraderecha dio el pretexto que buscaba la policía para intervenir, para  «interponerse» entre manifestantes. Ante todo se trataba para ella de acabar con la agitación estudiantil que no cesaba en Nanterre desde hacía unas cuantas semanas y que no era sino una manifestación más del hastío estudiantil, con razones tan diferentes como el cuestionamiento de los profesores «mandarines» o la reivindicación de una mayor libertad individual y sexual en la vida interna de la universidad.

Sin embargo  «se realizó lo imposible»; durante varios días la agitación proseguirá en el Barrio latino (barrio estudiantil de París). E irá aumentando cada día. Cada manifestación, cada mitin reúnen más muchedumbres: diez, treinta, cincuenta mil personas. Los enfrentamientos con la policía también son cada día más violentos. Y se unen a los combates jóvenes obreros en la calle y a pesar de la hostilidad abierta del Partido comunista francés, el cual no cesa en sus críticas a los  «enragés» y al  «anarquista alemán» Daniel Cohn-Bendit, la CGT (sindicato estalinista) se ve obligada, para no verse totalmente desbordada, a  «reconocer» el movimiento de huelgas obreras que surge espontáneamente y se generaliza como un reguero de pólvora: diez millones de huelguistas zarandean a entumecida Vª República, dando, y de qué excepcional modo, la señal del despertar del proletariado mundial.

La huelga desencadenada el 14 de mayo en Sud-Aviation y que se extiende espontáneamente toma desde su principio un carácter radical con respecto a lo que hasta entonces habían sido las  «acciones» orquestadas por los sindicatos. En sectores esenciales de la metalurgia y del transporte, la huelga es casi general. Los sindicatos se ven sobrepasados por una agitación que se diferencia de su política tradicional y desbordados por un movimiento que adopta de entrada un carácter extensivo y a menudo bastante impreciso debido a la inquietud profunda que lo animaba, aunque poco  «consciente».

En los enfrentamientos, un papel importante fue el de los parados, a aquellos que la burguesía llamaba «desclasados». Sin embargo, aquellos «desclasados», aquellos  «extraviados» no eran sino proletarios. No son proletarios únicamente los trabajadores o los parados que han conocido la fábrica, sino también los que sin haber tenido la ocasión de trabajar, ya están en el paro. Son la consecuencia perfecta de la decadencia del capitalismo: en el paro masivo de la juventud vemos uno de los límites históricos del capitalismo, incapaz de integrar a las nuevas generaciones en el proceso de producción, a causa de la sobreproducción generalizada. Pero los sindicatos lo van a hacer todo para tomar el control de un movimiento iniciado sin ellos y en cierto modo contra ellos pues rompía con todos los métodos de lucha que habían preconizado hasta aquel entonces.

Ya desde el día viernes 17 de mayo, la CGT difunde una hoja en la que precisa los límites que quiere dar a su acción: por un lado las reivindicaciones tradicionales para llegar a acuerdos del tipo de Matignon en 1936, que garanticen la existencia de secciones sindicales en las fábricas, y por otro, el llamamiento a un cambio de gobierno, es decir a elecciones. Aun desconfiando de los sindicatos antes de la huelga, desencadenándola fuera de ellos y extendiéndola por iniciativa propia, los obreros actuaron sin embargo durante la huelga como si les pareciese normal que aquéllos se encargasen de conducirla hasta su conclusión.

Forzado a seguir el movimiento para poder controlarlo, el sindicato lo logra finalmente y realiza un trabajo doble con al ayuda del PCF: por un lado proseguir las negociaciones con el gobierno, y por otro llamar a los obreros a la calma, para no entorpecer la perspectiva de las nuevas elecciones que reclaman tanto el PCF como los socialistas, haciendo correr la voz sobre un posible golpe y movimientos del ejército en la periferia de la capital. Aunque sorprendida por el movimiento y espantada por su radicalismo, la burguesía, sin embargo, no tiene la menor intención de utilizar la represión militar. Sabe muy bien que las posibles consecuencias de ello serían las de dar nuevas alas al movimiento al poner fuera de juego a los  «conciliadores» sindicales y que un baño de sangre sería una respuesta inadecuada con graves consecuencias en el porvenir. En realidad, la burguesía ya ha desencadenado sus fuerzas represivas. Estas no son tanto los CRS (fuerzas de policía especializadas) que atacan y dispersan las manifestaciones y barricadas, sino la policía sindical de las empresas mucho más hábil y peligrosa, al realizar su sucia faena de división en las filas obreras.

Los sindicatos realizan su primera operación de ese tipo al llamar y favorecer la ocupación de fábricas, logrando encerrar a los obreros en las empresas, y, por lo tanto, quitándoles toda posibilidad de reunirse, discutir, confrontarse en la calle.

El día 27 de mayo, por la mañana, los sindicatos se presentan ante los obreros con un compromiso firmado con el gobierno (los acuerdos de Grenelle). En Renault, la mayor empresa del país y  «termómetro» de la clase obrera, los obreros abuchean al Secretario general de la CGT, acusándole de haber vendido su combate. Los obreros de las demás empresas hacen lo mismo. Aumenta el número de huelguistas. Muchos obreros rompen su carné sindical. Entonces es cuando sindicatos y gobierno se reparten la faena para acabar con el movimiento. La CGT denuncia inmediatamente unos acuerdos de Grenelle que acababa sin embargo de firmar, para declarar que  «las negociaciones se han de hacer por ramo para mejorarlas». Gobierno y patronal van en el mismo sentido, al hacer concesiones importantes en unos cuantos sectores, lo que permite que se inicie entonces un movimiento de vuelta al trabajo; De Gaulle (Presidente de la República en aquel entonces) disuelve la cámara de diputados el 30 de mayo y convoca elecciones. Ese mismo día, varias centenas de miles de sus partidarios manifiestan en los Campos Elíseos, una aglomeración heteróclita de todos aquellos que albergan un odio visceral contra la clase obrera y los  «comunistas»: burgueses de los barrios ricos y militares retirados, monjas y conserjes, modestos comerciantes y chulos desfilan tras los ministros de De Gaulle con André Malraux (conocido escritor «antifascista») a la cabeza.

Los sindicatos se reparten también el trabajo: a la CFDT (sindicato católico), minoritaria, le toca vestirse de  «radical» para guardar el control sobre los obreros más combativos. La CGT por su parte se distingue en su papel de rompehuelgas: en las fábricas, propone que se acabe la huelga con el falso pretexto de que los obreros de la fábrica vecina ya han vuelto al trabajo; en coro con el PCF, llama  «a la calma», a una  «actitud responsable» para no perturbar las elecciones que se han de celebrar los 23 y 30 de junio, agitando el fantasma de la guerra civil y de la represión por parte del ejército. Esas elecciones se concluyen por un maremoto de derechas, lo que acaba de asquear a los obreros más combativos que prosiguen la huelga hasta aquel entonces.

A pesar de sus límites, la huelga general contribuyó por su ímpetu inmenso a la reanudación mundial de la lucha de clases. Tras una serie ininterrumpida de retrocesos, después de la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23, los acontecimientos de mayo-junio del 68 significan el cambio decisivo no solo en Francia, sino también en Europa y en el mundo entero. Las huelgas no solo zarandearon el poder, sino también a sus representantes más eficaces y difíciles de derrotar: la izquierda y los sindicatos.

¿Un movimiento estudiantil?...

Tras la sorpresa y el pánico, la burguesía intentó explicarse unos acontecimientos que tanto perturbaron su tranquilidad. No hay por qué asombrarse entonces si las izquierdas han utilizado el fenómeno de la agitación estudiantil para exorcizar el espectro que se alza ante la burguesía acobardada – el proletariado –, o restringe los acontecimientos sociales a una pelea ideológica entre generaciones, presentando Mayo del 68 como el resultado de la ociosidad de una juventud frente a las inadaptaciones creadas por el mundo moderno.

Es muy cierto que Mayo del 68 estuvo marcado por una descomposición real de los valores de la clase dominante y sin embargo esa revuelta  «cultural» en nada puede verse como la causa real del conflicto. Marx ya señaló, en su Prólogo a la Crítica de la economía política, que  «los cambios en las bases económicas van acompañados de un trastorno más o menos rápido de todo ese enorme edificio. Al considerar estos trastornos, siempre se han de distinguir dos órdenes de cosas. Hay trastorno material de las condiciones de producción económicas. Se ha de constatar con el rigor propio de las ciencias naturales. Sin embargo también están las formas jurídicas, políticas, religiosas, en resumen, las formas ideológicas en las que los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo llevan hasta sus últimas consecuencias».

Todas las manifestaciones de crisis ideológica tienen sus raíces en la crisis económica, no lo contrario. Es el estado de la crisis lo que determina el curso de las cosas, y el movimiento estudiantil fue entonces una expresión de la descomposición de la ideología burguesa, anunciador de un movimiento social de más amplitud. Pero por el lugar particular de la universidad en el sistema de producción, ésta no tiene ningún vínculo, si no es excepcionalmente, con la lucha de clases.

Mayo del 68 no es un movimiento de estudiantes y de jóvenes, ante todo es un movimiento de la clase obrera que resurge tras decenios de contrarrevolución. El movimiento estudiantil se radicaliza debido a la presencia de la clase obrera. Los estudiantes no son una clase como tampoco son una capa social revolucionaria. Al contrario, son específicamente los transmisores de la peor ideología burguesa. Si miles de jóvenes fueron en el 68 influenciados por las ideas revolucionarias, fue precisamente porque la única clase revolucionaria de nuestra época, la clase obrera, estaba en la calle.

Con aquel resurgir, la clase obrera también acabó con todas las teorías que habían decretado su «muerte» por «emburguesamiento», por su «integración» en el sistema capitalista. ¿Cómo explicar, si no, que todas aquellas teorías que hasta entonces eran ampliamente compartidas precisamente por el medio universitario en el que surgieron gracias a Marcuse, Adorno y compañía, fueran tan fácilmente rechazadas por los mismos estudiantes que se volcaron hacia la clase obrera como moscas?. Y ¿cómo explicar también que durante los años siguientes, aunque animados por la misma agitación, los estudiantes dejaran de proclamarse revolucionarios?.

¡No!, Mayo del 68 nunca fue una revuelta de la juventud contra «las inadecuaciones del mundo moderno», una revuelta de las conciencias, sino el primer síntoma de unas convulsiones sociales que tienen raíces mucho más hondas que el mundo de las superestructuras, raíces que profundizan hasta en la crisis misma del modo de producción capitalista. Lejos de ser un triunfo de las teorías marcusianas, Mayo del 68 al contrario firmó su sentencia, sepulturándolas en el mundo de fantasías de la ideología burguesa en la que habían nacido

... ¡No!, fue el principio de la reanudación histórica de la lucha de la clase obrera

La huelga general de diez millones de obreros en un país del centro del capitalismo significó el final del período de contrarrevolución que había empezado con la derrota de la oleada revolucionaria de los años 20, que prosiguió y se profundizó con al acción simultánea del fascismo y del estalinismo. A mediados de los sesenta se acaba el período de reconstrucción tras la Segunda Guerra mundial, y empieza una nueva crisis abierta del sistema capitalista.

Los primeros golpes de esta crisis caen sobre una generación obrera que no había conocido la desmoralización de la derrota de los años 20 y que había crecido durante el «boom» económico. Aunque la crisis golpea todavía ligeramente, la clase obrera empieza, sin embargo, a notar el cambio: «Un sentimiento de inseguridad en cuanto al porvenir se desarrolla entre los obreros y en particular los jóvenes. Ese sentimiento es tanto más vivo que los obreros en Francia lo desconocían prácticamente desde la guerra. (...) Las masas se dan cuenta cada día más de que la prosperidad se está acabando. La indiferencia y el “pasotismo” de los obreros, tan característicos durante las décadas pasadas, dejan el sitio a una inquietud sorda y creciente. (...) Se ha de admitir que una explosión semejante se basa en una larga acumulación de descontento real de la situación económica y laboral directamente sensible entre las masas, a pesar de que un observador superficial no lo viese» ([1]).

Y efectivamente un observador superficial no puede lograr entender lo que se está tejiendo en las profundidades del mundo capitalista. No es por casualidad si un grupo tan radical, y tan flojo en marxismo, como la Internacional situacionista escribe a propósito de Mayo del 68: «no se pudo observar la menor tendencia a la crisis económica (...) La erupción revolucionaria no vino de la crisis económica. (...) Lo que se atacó de frente en Mayo, fue la economía capitalista en buen funcionamiento» ([2]). La realidad era muy diferente y los obreros empezaban a vivirlo en carne propia.

Tras 1945, la ayuda de Estados Unidos había permitido el relanzamiento de la producción en Europa, que pagó en parte su deuda traspasando sus empresas a compañías norteamericanas. Después de 1955, EE.UU. cesó su ayuda «gratuita». La balanza comercial norteamericana era excedentaria, cuando la de los demás países seguía siendo deficitaria. Los capitales norteamericanos seguían invirtiéndose más rápidamente en Europa que en el resto del mundo, lo que permitió que se equilibrara la balanza de pagos de Europa pero desequilibrando la de Estados Unidos. Semejante situación condujo a un endeudamiento creciente del Tesoro norteamericano, puesto que los dólares invertidos en Europa o en el resto del mundo constituían una deuda con respecto al poseedor de esa moneda. A partir de los años 60, esa deuda exterior sobrepasaba las reservas de oro del Tesoro norteamericano, sin que tal ausencia de garantía del dólar bastase para poner en dificultad a Estados Unidos puesto que los demás países estaban endeudados con respecto a este país. Estados Unidos pudo entonces seguir apropiándose el capital del resto del mundo pagando con papel. Semejante situación cambia cuando se acaba la reconstrucción en los países europeos. Esta se manifiesta por la capacidad lograda por las economías europeas a proponer productos en el mercado mundial que compiten con los productos norteamericanos: a mediados de los 60, las balanzas comerciales de la mayoría de países asistidos se vuelven positivas, cuando después de 1964, la de Estados Unidos no cesa de deteriorarse. En cuanto se acaba la reconstrucción de la economía de los países europeos, el aparato productivo resulta pletórico y el mercado mundial aparece sobresaturado, lo que obliga a las burguesías nacionales a aumentar la explotación de su proletariado para poder enfrentarse con la competencia internacional.

Francia no escapa a tal situación y en 1967, su situación económica la obliga a encarar la inevitable reestructuración capitalista: racionalización, productividad mejorada, no pueden sino provocar un crecimiento del paro. Así es como a principios del 68, el número de parados sobrepasaba el medio millón, cifra muy importante en aquel entonces. El paro parcial aparece en varias fábricas y provoca reacciones obreras. Estallan huelgas que aunque limitadas y encuadradas por los sindicatos revelan un malestar evidente. Este fenómeno es tanto más evidente porque las nuevas generaciones nacidas de la explosión demográfica de posguerra están entrando en el mercado del trabajo.

La patronal se esfuerza por todos los medios de atacar a los obreros, un ataque en regla contra las condiciones de vida y de trabajo, llevado a cabo por la burguesía y su gobierno. En todos los países industrializados se incrementa sensiblemente el número de parados, se oscurecen las perspectivas económicas, se agudiza la competencia internacional. Para aumentar la competitividad de sus productos en el mercado, Gran Bretaña devalúa la libra a finales del 67. Esta operación no obtiene los resultados previstos porque una serie de países devalúan a su vez sus monedas. La política de austeridad impuesta por el gobierno laborista en aquel entonces es particularmente brutal: reducción masiva del gasto público, retirada de las tropas británicas de Asia, bloqueo de los sueldos, primeras medidas proteccionistas...

Estados Unidos, principal víctima de la ofensiva europea, reacciona evidentemente con brutalidad y, a principios de enero del 68, son anunciadas medidas económicas por el presidente Johnson y, para dar la respuesta a la devaluación de las monedas competidoras, el dólar también se devalúa. Este es el telón de fondo de la situación económica antes de Mayo del 68.

Un movimiento reivindicativo, pero que va más allá

Vemos entonces que los acontecimientos de Mayo del 68 se desarrollan en el marco de una situación económica deteriorada, que provoca una reacción de la clase obrera.

Claro está que otros factores contribuyen a la radicalización de la situación: la represión violenta contra los estudiantes y las manifestaciones obreras, la Guerra de Vietnam. Todos los mitos del capitalismo de posguerra entran en crisis simultáneamente: el mito de la democracia, de la prosperidad económica, de la paz. Esta situación es la que provoca una crisis social que conduce a la clase obrera a dar una primera respuesta.

Es una respuesta en el plano económico, pero va más allá. Los demás elementos de la crisis social, el desprestigio de los sindicatos y de las fuerzas tradicionales de izquierdas, hacen que miles de obreros y jóvenes se planteen problemas más generales, busquen respuestas a las causas profundas de su descontento y desilusión.

Así es como nació una generación de militantes en búsqueda de las posiciones revolucionarias. Leen a Marx, a Lenin, estudian el movimiento obrero del pasado. La clase obrera no demuestra solo su dimensión luchadora como clase explotada sino que muestra también su carácter revolucionario. Sin embargo, la mayor parte de esta generación de militantes es atraída por las falsas perspectivas propuestas por las fuerzas izquierdistas, perdiéndose para la clase obrera: si bien el sindicalismo es el arma con que la burguesía logra engañar al movimiento masivo de los obreros, el izquierdismo es el arma con la que se quema a la mayoría de militantes formados en la lucha.

Pero muchos otros logran reanudar con las organizaciones auténticamente revolucionarias, las que forman la continuidad histórica con el pasado del movimiento obrero, los grupos de la Izquierda comunista. Aunque ninguno de éstos logró entender en todas sus consecuencias el significado de los acontecimientos de Mayo, quedándose al margen del movimiento (y dejando el camino abierto al izquierdismo), aparecen núcleos que son capaces de agrupar las nuevas energías revolucionarias, formando a su vez nuevas organizaciones y poniendo las bases de un nuevo esfuerzo de agrupamiento de los revolucionarios, base del Partido revolucionario de mañana.

Una reanudación histórica larga y tortuosa

Los acontecimientos de Mayo de 68 son el comienzo de la reanudación histórica de la lucha de clases, son la ruptura con el período de contrarrevolución y la apertura de une nuevo curso histórico hacia los enfrentamientos decisivos entre ambas clases antagónicas de nuestra época: el proletariado y la burguesía. Una reanudación de gran alcance que momentáneamente se enfrenta a una burguesía impreparada, pero que rápidamente va a dar la cara y aprovecharse de la inexperiencia de la nueva generación obrera que ha vuelto al primer plano del escenario de la historia. Este nuevo curso histórico es confirmado por los acontecimientos internacionales que siguen el Mayo francés.

En 1969 estalla en Italia el gran movimiento de huelgas llamado «otoño caliente», una época de luchas que durará años, en la que los obreros irán quitando progresivamente la careta a los sindicatos y tenderán a dar vida a organismos con los que dirigir sus luchas. Una oleada de luchas cuya límite para la clase fue el haber quedado aislada en las fábricas, con la ilusión de que una lucha «dura» en las empresas podía «someter a la patronal». Esto permitió que los sindicatos volvieran a ocupar su lugar en la fábrica, disfrazados con nuevos collares de «organismos de base», en los que participaban todos los elementos izquierdistas que se las daban de revolucionarios durante el período ascendente del movimiento y que después acabaron colocándose de jefezuelos sindicales.

Otros movimientos de lucha obrera se manifiestan durante los 70 en el conjunto del mundo industrializado: en Italia (ferroviarios y hospitalarios), en Francia (Lip, Renault, metalúrgicos en Denain y Longwi), en España, Portugal..., los obreros ajustan sus cuentas a los sindicatos los cuales, a pesar de sus nuevos collares «más de base», siguen siendo vistos por lo que son, defensores de los intereses capitalistas y saboteadores de las luchas proletarias.

En Polonia en 1980, la clase obrera sabe sacar lecciones de la experiencia sangrienta de los enfrentamientos anteriores, los del 70 y del 76, organizando una huelga que paraliza el país. El formidable movimiento de los obreros polacos, que muestra al mundo entero la fuerza del proletariado, su capacidad para apropiarse de sus luchas, para organizarse por sí mismo en asambleas generales (los MKS) para extender la lucha al país entero, aquel formidable movimiento fue un aliento para la clase obrera mundial. La burguesía, con la ayuda de los sindicatos occidentales, hará surgir al sindicato Solidarnosc, especialmente creado para encuadrar, controlar y desviar a los obreros, sometiéndolos finalmente con las manos atadas a la represión del gobierno de Jaruzelski. La derrota provocó entonces una profunda desmoralización en las filas del proletariado mundial. Serán necesarios más de dos años para digerirla.

Durante los 80, los obreros sacan lecciones de todas las experiencias de sabotaje sindical de la década precedente. De nuevo estallan luchas en los principales países y los trabajadores empiezan a apropiarse de sus luchas, haciendo surgir órganos específicos. Los ferroviarios en Francia, los trabajadores de la enseñanza en Italia luchan organizados en órganos controlados por los obreros, mediante asambleas generales de huelguistas.

Frente a tal madurez en la lucha, la burguesía se ve obligada a renovar su arma sindical: durante esos años desarrolla una nueva forma de sindicalismo «de base» (Coordinadoras en Francia, Cobas en Italia), sindicatos disfrazados que recuperan los órganos creados por los obreros en lucha para volverlos a llevar hacia el terreno sindical.

No hemos sino esbozado lo que ocurrió durante las dos décadas que siguieron al Mayo francés. Es suficiente para poner en evidencia que no fue un accidente de la historia específicamente francés, sino verdaderamente el comienzo de una nueva fase histórica en la que la clase obrera rompió con la fase de contrarrevolución y se fue afirmando en la escena de la historia para volver al largo camino de enfrentamiento con el capital.

Una difícil reanudación histórica

Si por un lado las nuevas generaciones de la clase obrera de posguerra lograron romper con el período de contrarrevolución porque no habían conocido directamente la desmoralización de la derrota de los años 20, por otro carecían de experiencia y la reanudación histórica de la lucha sería larga y difícil. Ya hemos visto las dificultades para hacer la crítica de los sindicatos y de su papel de defensores del capital. Pero, sobre todo, un acontecimiento histórico de la mayor importancia, e imprevisto, va a hacer todavía más difícil la reanudación: el hundimiento del bloque del Este.

Manifestación de la erosión provocada por la crisis económica, ese hundimiento tendrá como consecuencia nefasta un reflujo en la conciencia del proletariado, que la burguesía sabrá explotar ampliamente para intentar ganar el terreno perdido los años precedentes.

Utilizando la identificación del estalinismo con el comunismo, la burguesía presenta el hundimiento del estalinismo como expresión de la «quiebra del comunismo», repitiendo este mensaje, simple pero eficaz, a la clase obrera: su lucha no tiene perspectiva, no existe alternativa posible al capitalismo. Éste tiene une montón de defectos, pero es lo único posible.

Esta campaña provoca en la conciencia de la clase obrera un reflujo de mayores consecuencias y más profundo que los que ya vividos tras las oleadas de luchas precedentes. No se trata efectivamente de la derrota difícil de un movimiento tras un sabotaje sindical, sino de un ataque contra la perspectiva misma a largo plazo de las luchas.

Sin embargo, la crisis que fue el factor detonante de la reanudación histórica de la lucha de clases ha seguido profundizándose, y con ella los ataques cada día más brutales contra las condiciones de vida de los obreros. Por esto en 1992 la clase obrera vuelve a la lucha abierta, como en las huelgas contra el gobierno de Amato en Italia, pero también en Bélgica, Alemania, Francia... Pero esta reanudación de la combatividad obrera sufre del retroceso en las conciencia, y no logra recuperar el nivel que había alcanzado a finales de los 80.

Desde entonces, la burguesía no desaprovecha la menor ocasión para impedir que el proletariado desarrolle sus luchas de forma autónoma y recupere la confianza en sí mismo. Al contrario, moviliza sus fuerzas y sus maniobras contra él, organizando en particular la huelga de la función pública durante el otoño 1995 en Francia: utilizándola en una gigantesca campaña internacional, intenta poner en evidencia la capacidad de los sindicatos para organizar la lucha obrera y defender sus intereses. Maniobra similar se desarrolla también en Bélgica y en Alemania, cuyo resultado es un nuevo prestigio internacional de los sindicatos para que éstos puedan cumplir con su papel, o sea, sabotear la combatividad obrera real.

La burguesía no limita sus maniobras a este plano. También lanza una serie de campañas para mantener a los obreros en el terreno podrido de la defensa de la democracia y del Estado burgués: «Mani pulite» en Italia, el caso Dutroux en Bélgica, las campañas antirracistas en Francia; cualquiera de estos acontecimientos es ampliado y utilizado por los «media» para convencer a los trabajadores del mundo entero que sus verdaderos problemas no son la defensa de vulgares intereses económicos, sino que han de apretarse el cinturón en sus respectivos Estados para defender la democracia, la justicia limpia y otras bobadas por el estilo.

Pero en estos dos años pasados se ha querido ir más lejos: intentar destruir la memoria histórica de la clase, desprestigiando la historia misma de la lucha de clases y a las organizaciones políticas que a ella se refieren. La burguesía ataca a la Izquierda comunista, presentándola como primera inspiradora del «negacionismo». También desvirtúa el significado profundo de la Revolución de octubre, presentándola como un golpe bolchevique, para borrar de las memorias la oleada revolucionaria de los años 20 en que la clase obrera demostró que era capaz de atacar al capitalismo como modo de producción y no solo de defenderse contra su explotación. Dos enormes libros escritos en Francia y Gran Bretaña han sido inmediatamente traducidos en varios idiomas, en los que se intenta identificar el estalinismo y el comunismo, atribuyéndole a éste los crímenes del estalinismo ([3]).

El porvenir sigue siendo el de la clase obrera

Si la burguesía está tan preocupada por desviar la lucha de la clase obrera, por deformar su historia, por desprestigiar a las organizaciones que siguen defendiendo la perspectiva revolucionaria de la clase obrera, es porque sabe que no ha vencido al proletariado y que, a pesar de sus actuales dificultades, la vía sigue abierta hacia enfrentamientos en los que la clase obrera podrá una vez más plantear su alternativa histórica contra el capitalismo. También sabe la burguesía que la agudización de la crisis y los sacrificios que impone a los obreros llevará a éstos a reanudar cada día más con sus luchas. Y es en éstas donde los proletarios recobrarán la confianza en sí mismos, criticarán radicalmente a los sindicatos y se organizarán de forma autónoma.

Una nueva fase se está abriendo, en la que la clase obrera volverá a emprender el camino abierto hace treinta años por el Mayo francés.

Helios


[1] Révolution internationale, antigua serie, no 2, 1969.

[2] Enragés et Situationnistes dans le mouvement des occupations, Internacional situacionista, 1969.

[3] Vease Revista internacional, no 92.

 

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