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Este tercer artículo tratará de las luchas revolucionarias en Alemania de 1918-19 ([1]). Aborda uno de los problemas más delicados del combate proletario: las condiciones y la oportunidad de la insurrección. La experiencia alemana, por negativa que fuera, es una fuente muy rica de enseñanzas para los combates revolucionarios del mañana.
En noviembre de 1918 la clase obrera se subleva y obliga a la burguesía en Alemania a poner fin a la guerra. Para evitar que se radicalizara el movimiento y se repitiera «lo de Rusia», la clase capitalista usa al SPD ([2]) dentro de las luchas, como punta de lanza contra la clase obrera. Gracias a una política de sabotaje muy hábil, el SPD con la ayuda de los sindicatos, lo hace todo para minar la fuerza de los consejos obreros.
Ante el desarrollo explosivo del movimiento, al ver que por todas partes se amotinaban los soldados y se ponían del lado de los obreros insurrectos, a la burguesía le era imposible hacer una política de represión inmediata. Tenía primero que actuar políticamente contra la clase obrera para después conseguir la victoria militar. Ya tratamos en detalle en nuestra Revista internacional nº 82 el sabotaje político llevado a cabo por la burguesía. Vamos ahora a tratar sobre su acción contra la insurrección obrera.
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Los preparativos para una acción militar ya habían sido hechos desde el primer día. Y no son los partidos de la derecha de la burguesía los que organizan la represión, sino el que todavía aparece como «el gran partido del proletariado», el SPD, y eso en colaboración estrecha con el ejército. Son esos «demócratas» tan adulados quienes entran en acción en primera línea de defensa del capitalismo. Son ellos quienes aparecen como el baluarte más eficaz del Capital. El SPD empieza organizando sistemáticamente Cuerpos francos, pues las tropas regulares, al estar infectadas por el «virus de las luchas obreras», obedecen cada día menos al gobierno burgués. Así, unidades de voluntarios, que se benefician de sueldos extras, van a servir de auxiliares represivos.
Las provocaciones militares del 6 y 24 de diciembre de 1918
Justo un mes después del inicio de las luchas, el SPD da la orden a sus esbirros de entrar por la fuerza en los locales del periódico de Spartakus, Die Rote Fahne. Son detenidos K. Liebknecht, R. Luxemburg y otros espartaquistas, pero también algunos miembros del Consejo ejecutivo de Berlín. Simultáneamente, tropas leales al gobierno atacan una manifestación de soldados desmovilizados y desertores; matan a catorce manifestantes. Varias fábricas se ponen en huelga el 7 de diciembre en señal de protesta; por todas partes se organizan asambleas generales en las fábricas. El 8 de diciembre se produce por primera vez una manifestación de obreros y de soldados en armas que reúne a más de 150000 participantes. En ciudades del Ruhr, como en Mülheim, los obreros y los soldados detienen a los patronos de la industria.
Frente a las provocaciones del gobierno, los revolucionarios evitan empujar a la clase obrera a la insurrección inmediata, animándola a movilizarse masivamente. Los espartaquistas concluyen que, en efecto, las condiciones necesarias para derribar al gobierno burgués no están todavía reunidas sobre todo en lo que a las propias capacidades de la clase obrera se refiere ([3]).
El Congreso nacional de consejos que se desarrolla a mediados de diciembre de 1918 ilustra bien esa situación de inmadurez. La burguesía va a sacar provecho de ella (ver el artículo precedente en la Revista internacional nº 82). En ese Congreso, los delegados deciden someter sus decisiones a una Asamblea nacional que habrá que elegir. Y simultáneamente se instaura un «Consejo central» (Zentralrat) formado exclusivamente por miembros del SPD, los cuales pretenden hablar en nombre de los consejos de obreros y de soldados de Alemania. Después de ese Congreso, la burguesía se da cuenta de que puede utilizar inmediatamente la debilidad política de la clase obrera organizando una segunda provocación militar: los cuerpos francos y las tropas gubernamentales pasan a la ofensiva el 24 de diciembre. Matan a once marineros y a varios soldados. Otra vez surge de las filas obreras un sentimiento de gran indignación. Los obreros de la Sociedad de motores Daimler y de otras muchas fábricas berlinesas exigen la formación de una Guardia roja. El 25 de diciembre se organizan grandes manifestaciones de réplica a aquel ataque. El gobierno se ve obligado a retroceder. El desprestigio creciente que se apodera del gobierno hace que el USPD ([4]) que formaba parte de él, se retire.
La burguesía no por eso alivia la presión. Sigue queriendo proceder al desarme del proletariado en Berlín y se prepara para asestarle un golpe decisivo.
El SPD anima a asesinar comunistas
El SPD, para levantar la población contra el movimiento de la clase obrera, se hace el portavoz de una infame y poderosa campaña de calumnias contra los revolucionarios, llegando incluso a hacer llamamientos a asesinar a espartaquistas: «¿Queréis la paz? Pues entonces cada uno debe hacer de tal modo que se acabe la tiranía de la gente de Spartakus. ¿Queréis la libertad? ¡Acabad entonces con esos haraganes armados de Liebknecht!. ¿Queréis la hambruna?. Seguid entonces a Liebknecht. ¿Queréis ser los esclavos de la Entente?. ¡Liebknecht se ocupa de ello!. ¡Abajo la dictadura de los anarquistas de Spartakus! ¡Sólo la violencia podrá oponerse a la violencia brutal de esa pandilla de criminales!» (Hoja de la Corporación municipal del Gran Berlín, 29/12/1918).
«Las artimañas vergonzosas de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo manchan la revolución y ponen en peligro todas sus conquistas. Las masas no deben seguir tolerando que esos tiranos y sus partidarios paralicen las instancias de la República. (...) Con mentiras, calumnias y violencia es como echarán abajo cualquier obstáculo que se atreva a oponérseles.
¡Hemos hecho la revolución para poner fin a la guerra!. ¡Spartakus quiere una nueva revolución para comenzar una nueva guerra!» (Hoja del SPD, enero de 1919).
A finales de diciembre, el grupo Spartakus abandona el USPD y se unifica con los IKD ([5]) para formar el KPD. La clase obrera va a poseer así un Partido comunista nacido en pleno movimiento y que va ser, de entrada, el blanco de los ataques del SPD, principal defensor del capital.
Para el KPD lo indispensable para oponerse a esa táctica del capital es la actividad de las masas obreras más amplias. «Tras la primera fase de la revolución, la fase de la lucha esencialmente política, se abre la de la lucha reforzada, intensa y principalmente económica» (R. Luxemburg en el Congreso de fundación del KPD). El gobierno del SPD «No podrá apagar las llamas de la lucha de clase económica» (ídem). Por eso, el capital, y a su cabeza el SPD, va a hacerlo todo por impedir toda extensión de las luchas en ese terreno, provocando levantamientos armados de obreros para acabar reprimiéndolos. Se trata para el capital de debilitar, en un primer tiempo, el movimiento en su centro, o sea Berlín, para después atacar al resto de la clase obrera.
La trampa de la insurrección de Berlín
En enero, la burguesía reorganiza las tropas acuarteladas en Berlín. En total, concentra a más de 80 000 soldados en torno a la ciudad, 10 000 de entre los cuales forman parte de las tropas de choque. A principios del mes, lanza una nueva provocación contra los obreros para así incitarlos al enfrentamiento militar. El 4 de enero, en efecto, el gobierno burgués dimite al jefe de la policía de Berlín, Eichhorn. Esto es inmediatamente vivido como una provocación por la clase obrera. En la noche del 4 de enero, los «hombres de confianza revolucionarios» ([6]) organizan una reunión en la que participan Liebknecht y Pieck en nombre del KPD, que ha sido fundado algunos días antes. Se funda un «Comité revolucionario provisional» que se apoya en el círculo de «hombres de confianza revolucionarios». Pero al mismo tiempo, el Comité ejecutivo de los consejos de Berlín (Vollzugsrat) y el Comité central (Zentralrat) nombrado por el congreso nacional de consejos –dominados ambos por el SPD– siguen existiendo y actuando en el seno de la clase obrera.
El Comité de acción revolucionaria convoca a una reunión de protesta para el domingo 5 de enero. Unos 150 000 obreros acuden a ella después de haberse manifestado ante la sede de la prefectura de policía. Por la noche del 5 de enero, algunos manifestantes ocupan los locales del periódico del SPD Vorwärts y otras sedes editoriales. Estas acciones han sido probablemente suscitadas por agentes provocadores; en todo caso, se producen sin que el Comité, que no tiene conocimiento de ellas, las haya decidido.
Las condiciones para el derrocamiento del gobierno no están reunidas y eso es lo que pone de relieve el KPD en una octavilla de los primeros días de enero:
«Si los obreros de Berlín disolvieran hoy la Asamblea nacional, si mandaran a la cárcel a los Ebert y Scheidemann, mientras que los obreros del Ruhr, de la Alta Silesia y los obreros agrícolas de las comarcas al este del Elba siguieran sin moverse, los capitalistas tendrían la posibilidad de someter Berlín de inmediato, encerrándolo en el hambre. La ofensiva de la clase obrera contra la burguesía, el combate por la toma del poder por los consejos obreros debe ser obra de todo el pueblo trabajador de todo el país. Únicamente la lucha de los obreros de las ciudades y del campo, en todo lugar y en todo momento, acelerándose e incrementándose, a condición de que se transforme en una poderosa marea que atraviese toda Alemania con su mayor fuerza, únicamente la oleada iniciada por las víctimas de la explotación y de la opresión, que anegue todo el país, podrá hacer estallar el gobierno del capitalismo, dispersar la Asamblea nacional e instaurar sobre sus ruinas el poder de la clase obrera que conducirá al proletariado a la victoria total en su lucha futura contra la burguesía. (...)
¡Obreros y obreras, soldados y marineros! ¡Convocad por doquier asambleas y esclareced a las masas sobre el camelo de la Asamblea nacional. En cada taller, en cada unidad de tropa, en cada ciudad, examinad si vuestro consejo de obreros y de soldados ha sido elegido de verdad, si no alberga en su seno a representantes del sistema capitalista, a traidores a la clase obrera tales como los secuaces de Scheidemann, o a elementos inconsistentes o vacilantes como los Independientes. Convenced entonces a los obreros para que elijan a comunistas. (...) Allí donde poseéis la mayoría en los consejos obreros, estableced inmediatamente vínculos con los demás consejos obreros de la región (...) Si se realiza un programa así (...) la Alemania de la república de los consejos, junto a la república de los consejos de obreros rusos, arrastrará a los obreros de Inglaterra, de Francia, de Italia tras los estandartes de la revolución...». Este análisis demuestra que el KPD ve claramente que el derrocamiento de la clase capitalista no es todavía posible en lo inmediato y que la insurrección no está aún al orden del día.
Después de la gigantesca manifestación de masas del 5 de enero, en esa misma noche se organiza una sesión de los «hombre de confianza», en la que participan delegados del KPD y del USPD así como representantes de las tropas de la guarnición. Impresionados por la poderosa manifestación de la tarde, los asistentes eligen un Comité de acción (Aktionsauschu) de 33 miembros, a cuya cabeza son nombrados Ledebour de presidente, Scholze por los «hombres de confianza revolucionarios» y K. Liebknecht por el KPD. Se decide para el día siguiente 6 de enero una huelga general y una nueva manifestación.
El Comité de acción reparte una octavilla de llamamiento a la insurrección con la consigna: «¡Luchemos por el poder del proletariado revolucionario! ¡Abajo el gobierno Ebert-Scheidemann!»
Vienen soldados a proclamar su solidaridad con el Comité de acción. Una delegación de ellos asegura que se pondrá del lado de la revolución en cuanto se declare la destitución del actual gobierno Ebert-Scheidemann. En estas, K. Liebknecht por el KPD, Scholze por los «hombres de confianza revolucionarios» firman un decreto por el que proclaman esa destitución y la toma a cargo de los asuntos gubernamentales por un comité revolucionario. El 6 de enero, medio millón de personas se manifiestan por las calles. En todos los barrios de la capital se producen manifestaciones y reuniones; los obreros del Gran Berlín reclaman armas. El KPD exige el armamento del proletariado y el desarme de los contrarrevolucionarios. El Comité de acción da la consigna «¡Abajo el gobierno!», pero no toma ninguna iniciativa seria para llevar a cabo esa orientación. Ninguna tropa de combate es organizada en las fábricas, ni un conato se lleva a cabo para apoderarse de los asuntos del Estado y paralizar al antiguo gobierno. El Comité de acción no sólo no tiene ningún plan de acción, sino que incluso, el 6 de enero, es él mismo emplazado por soldados de la marina para que abandone el edificio que le sirve de sede... ¡y lo hace!
Las masas obreras en manifestación esperan directivas por las calles mientras los dirigentes se reúnen en el mayor desconcierto. Mientras la dirección del proletariado permanece expectante, vacila, sin plan alguno, el gobierno dirigido por el SPD, por su parte, se recupera del golpe causado por la primera ofensiva obrera. De todas partes acuden en su ayuda fuerzas diversas. El SPD llama a huelgas y manifestaciones de apoyo al gobierno. Una encarnizada y pérfida campaña es lanzada contra los comunistas: «Allí donde reina Spartakus quedan abolidas toda libertad y seguridad individuales. Los peligros más graves se ciernen sobre el pueblo alemán y especialmente sobre la clase obrera alemana. Nosotros no queremos seguir dejándonos atemorizar más tiempo por esos criminales de espíritu descarriado. El orden debe ser restablecido de una vez por todas en Berlín y la construcción pacífica de una nueva Alemania revolucionaria debe ser garantizada. Os invitamos a cesar el trabajo en protesta contra las brutalidades de las pandillas espartaquistas y a reuniros inmediatamente ante la sede del gobierno del Reich (...)
No debemos buscar descanso hasta que el orden no esté restablecido en Berlín y mientras el disfrute de las conquistas revolucionarias no esté garantizado para todo el pueblo alemán. ¡Abajo los asesinos y los criminales! ¡Viva la república socialista!» (Comité ejecutivo del SPD, 6 de enero de 1919).
La célula de trabajo de los estudiantes berlineses escribe: «Vosotros, ciudadanos, salid de vuestras casas y uníos a los socialistas mayoritarios! ¡La mayor urgencia es necesaria!» (hoja del 7-8 de enero de 1919).
Por su parte, Noske declara cínicamente el 11 de enero: «El gobierno del Reich me ha entregado el mando de los soldados republicanos. Un obrero se encuentra pues a la cabeza de las fuerzas de la República socialista. Vosotros me conocéis, a mí y mi pasado en el Partido. Me comprometo a que no se derrame sangre inútil. Quiero sanear, no aniquilar. La unidad de la clase obrera debe hacerse contra Spartakus para que el socialismo y la democracia no se hundan».
El Comité central (Zentralrat) «nombrado» por el Congreso nacional de consejos y sobre todo controlado por el SPD, proclama: «...una pequeña minoría aspira a la instauración de una tiranía brutal. Las acciones criminales de bandas armadas que hacen peligrar todas las conquistas de la revolución, nos obligan a conferir plenos poderes extraordinarios al gobierno del Reich para que así el orden (...) quede restablecido en Berlín. Todas las divergencias de opinión deben desvanecerse ante el objetivo (...) de preservar el conjunto del pueblo trabajador de una nueva y terrible desgracia. Es deber de todos los consejos de obreros y de soldados apoyarnos en nuestra acción, a nosotros y al gobierno del Reich, por todos los medios (...)» (Edición especial del Vorwärts, 6 de enero de 1919).
Así, es en nombre de la revolución y de los intereses del proletariado como el SPD (con sus cómplices) se prepara para aplastar a los revolucionarios del KPD. Con la más rastrera doblez llama a los consejos para se pongan tras el gobierno y actúen contra lo que aquél llama «bandas armadas». El SPD alista incluso una sección militar que recibe las armas en los cuarteles y Noske recibe el mando de las tropas de represión: «Se necesita un perro sangriento y yo no me echo atrás ante tal responsabilidad».
Desde el 6 de enero se producen combates aislados. Mientras el gobierno no cesa de acumular tropas en torno a Berlín, por la noche del 6 se reúne el Ejecutivo de consejos de Berlín. Éste, dominado por el SPD y el USPD, propone al Comité de acción revolucionaria negociaciones entre los «hombres de confianza revolucionarios» y el gobierno, a cuyo derrocamiento acaba de llamar precisamente el Comité revolucionario. El Ejecutivo de consejos hace el papel de «conciliador» proponiendo conciliar lo inconciliable. Esta actitud desorienta a los obreros y sobre todo a los soldados ya vacilantes. Y es así como los marineros deciden adoptar una política de «neutralidad». En situaciones de enfrentamiento directo entre las clases, la menor indecisión puede llevar rápidamente a la clase obrera a una pérdida de confianza y a adoptar una actitud de desconfianza hacia las organizaciones políticas. El SPD, que juega esa baza, contribuye a debilitar dramáticamente al proletariado. Y simultáneamente, por medio de agentes provocadores (lo cual quedará demostrado más tarde), jalea a los obreros para el enfrentamiento. Y es así como el 7 de enero, éstos ocupan por la fuerza los locales de varios periódicos.
Ante esta situación, la dirección del KPD, contrariamente al Comité de acción revolucionaria, tiene una posición muy clara: basándose en un análisis de la situación hecho en su Congreso de fundación, considera prematura la insurrección.
El 8 de enero Die Rote Fahne escribe: «Se trata hoy de proceder a la reelección de consejos de obreros y de soldados, de representantes del Ejecutivo de consejos de Berlín, con la consigna: ¡fuera los Ebert y sus secuaces!. Se trata hoy de sacar las lecciones de las ocho últimas semanas en los consejos de obreros y de soldados que correspondan a las concepciones, a los objetivos y a las aspiraciones de las masas. Se trata en una palabra de batir a los Ebert-Scheidemann en el seno de lo que son los cimientos mismos de la revolución, es decir, los consejos de obreros y de soldados. Después, y sólo después, las masas de Berlín y también de todo el Reich tendrán en los consejos de obreros y de soldados a verdaderos órganos revolucionarios que les proporcionarán, en todos los momentos decisivos, verdaderos dirigentes, verdaderos centros para la acción, para las luchas y la victoria.»
Los espartaquistas llaman así a la clase obrera a reforzarse primero a nivel de los consejos, desarrollando sus luchas en su propio terreno de clase, en las fábricas, desalojando de ellas a los Ebert, Scheidemann y compañía. Mediante la intensificación de su presión, a través de los consejos, podrá la clase dar un nuevo impulso a su movimiento para después lanzarse a la batalla de la toma del poder político.
Ese mismo día, Rosa Luxemburg y Leo Jogisches critican violentamente la consigna de derrocamiento inmediato del gobierno, lanzado por el Comité de acción, pero también y sobre todo el hecho de que éste, con su actitud vacilante incluso capituladora, demostró ser incapaz de dirigir el movimiento de la clase obrera. Más en particular, criticaban a K. Liebknecht que actuara por cuenta propia, dejándose llevar por su entusiasmo y su impaciencia, en lugar de rendir cuentas a la dirección del Partido y basarse en el programa y los análisis del KPD.
Esta situación demuestra que no es el programa ni los análisis políticos de la situación lo que se echa en falta, sino la capacidad del partido, como organización, para desempeñar su papel de dirección política del proletariado. Fundado unos cuantos días antes, el KPD no tiene la influencia en la clase y todavía menos la solidez y la cohesión que poseía, por ejemplo, el partido bolchevique un año antes en Rusia. La inmadurez del Partido comunista en Alemania explica la dispersión existente en sus filas, dispersión que va a serle un pesado y dramático lastre en los acontecimientos sucesivos.
En la noche del 8 al 9 de enero, las tropas gubernamentales se lanzan al asalto. El Comité de acción, que sigue siendo incapaz de analizar correctamente la relación de fuerzas, anima a actuar contra el gobierno: «¡Huelga general!, ¡A las armas!, ¡No queda otra alternativa!¡Debemos combatir hasta el último!». Muchos obreros siguen el llamamiento, pero una vez más, siguen esperando directivas precisas del Comité. En vano. No se hace nada por organizar a las masas, nada para incitar a la confraternización entre obreros revolucionarios y soldados...Y es así como las tropas gubernamentales entran en Berlín y libran combate por la calle a los obreros armados. Matan o hieren a muchos de éstos en enfrentamientos que, de manera dispersa, tienen lugar en diferentes barrios de Berlín. El 13 de enero la dirección del USPD proclama el final de la huelga general y el 15 de enero Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht son asesinados por los esbirros del régimen dirigido por los socialdemócratas. La campaña criminal lanzada por el SPD con la consigna «¡Matad a Liebknecht!» ha concluido con gran éxito para la burguesía. El KPD pierde entonces a sus dirigentes más importantes.
Mientras que el KPD recién formado ha analizado correctamente la relación de fuerzas y ha advertido contra una insurrección prematura, resultado de una provocación del enemigo, el Comité de acción dominado por los «hombres de confianza revolucionarios» valora erróneamente la situación. Es falsificar la historia hablar de una pretendida «semana de Spartakus». Al contrario, los espartaquistas se pronunciaron contra todo tipo de precipitaciones. La ruptura de la disciplina de partido por parte de Liebknecht y de Pieck es, en fin de cuentas, la prueba por la contraria. Es la actitud precipitada de los «hombres de confianza revolucionarios», ardientes de impaciencia y faltos de reflexión, lo que va a originar la sangrienta derrota. El KPD, por su parte, no tiene en ese momento las fuerzas suficientes para retener el movimiento tal como los bolcheviques habían logrado hacerlo en julio de 1917. Como así lo reconocerá el socialdemócrata Ernst, nuevo prefecto de policía en sustitución del dimitido Eichorn, «Todo el éxito de la gente de Spartakus era imposible desde el principio, habida cuenta de que gracias a nuestros preparativos los habíamos obligado a actuar prematuramente. Sus cartas quedaron al descubierto antes de lo que ellos deseaban y por ello estábamos en condiciones de combatir contra ellos.»
La burguesía, tras los éxitos militares, comprende inmediatamente que debe aumentar su ventaja. Y lanza una campaña de represión sangrienta en la que miles de obreros berlineses y de comunistas son asesinados, torturados y encarcelados. El asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no son una excepción, sino que plasman a la perfección la determinación bestial de la burguesía cuando se trata de eliminar a sus enemigos mortales, los revolucionarios.
El 19 de enero triunfa la «democracia»: tendrán lugar las elecciones a la Asamblea nacional. Bajo la presión de las luchas obreras, el gobierno, entre tanto, se ha trasladado a Weimar. Así nace la república de Weimar, sobre un montón de cadáveres de obreros.
¿Es la insurrección un asunto de partido?
Sobre esta cuestión de la insurrección, el KPD se apoya claramente en las posiciones del marxismo y especialmente en lo que había escrito Engels tras la experiencia de las luchas de 1848:
«La insurrección es un arte. Es una ecuación con datos de lo más incierto, cuyos valores pueden cambiar en cualquier momento; las fuerzas del adversario tienen de su parte todas las ventajas de la organización, de la disciplina y de la autoridad; en cuanto uno no es capaz de oponerse a ellas en posición de fuerte superioridad, está derrotado y aniquilado. Segundo, desde que uno se ha metido por el camino de la insurrección, debe actuar con la mayor determinación y pasar a la ofensiva. La defensiva es la muerte de toda insurrección armada; se ha perdido incluso antes de haber entablado combate con el enemigo. Pon a tu adversario en falso mientras sus fuerzas estén dispersas; haz de tal modo que obtengas cotidianamente nuevas victorias por muy pequeñas que sean; conserva la supremacía moral que te ha proporcionado la primera victoria del levantamiento; atrae a los elementos vacilantes que siguen siempre el ímpetu del más fuerte y se ponen siempre del lado más seguro; obliga a tus enemigos a la retirada antes de que puedan reunir sus fuerzas contra ti...» (Revolución y contrarrevolución en Alemania).
Los espartaquistas utilizan, sobre la cuestión de la insurrección, los mismos métodos que Lenin en abril de 1917:
«Para poder triunfar, la insurrección no debe apoyarse en una conjuración, ni en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. En segundo lugar, debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Y en tercer lugar, la insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en la que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en la filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente distinguen el marxismo del blanquismo» («Carta al comité central del POSDR», septiembre de 1917).
¿Y cómo se plantea ese problema fundamental en enero de 1919?
La insurrección se apoya en el ímpetu revolucionario de las masas
La posición del KPD en su congreso de fundación es que la clase no está todavía madura para la insurrección. En efecto, después de un movimiento dominado al principio por los soldados, es necesario un nuevo impulso procedente de las fábricas, de las asambleas y de las manifestaciones. Es la condición para que la clase adquiera, en su movimiento, más fuerza y más confianza en sí misma. Es la condición para que la insurrección no pertenezca a una minoría, un asunto de unos cuantos desesperados e impacientes, sino, al contrario, que pueda apoyarse en el «ímpetu revolucionario» de la inmensa mayoría de los obreros.
Además, en enero, los consejos obreros no ejercen un doble poder real, pues el SPD ha conseguido sabotearlos desde dentro. Como decíamos en el número anterior de esta Revista, el Congreso nacional de consejos de mediados de diciembre fue una victoria para la burguesía y por desgracia no ha habido desde entonces ningún estímulo nuevo para revivificar los consejos. La valoración del KPD del movimiento de la clase y de la relación de fuerzas es perfectamente lúcido y realista.
Para algunos, es el partido el que toma el poder. Hay que explicar entonces cómo una organización revolucionaria, por muy fuerte que sea, podría tomar el poder cuando la gran mayoría de la clase obrera no ha desarrollado todavía suficientemente su conciencia de clase, vacila y oscila, cuando todavía no ha sido capaz de dotarse de consejos obreros lo bastante poderosos como para oponerse al poder de la burguesía. Un posición como ésa, la de creer que es un partido el que toma el poder, significa que se desconocen las características fundamentales de la revolución proletaria y de la insurrección que Lenin ponía de relieve: «la insurrección no debe apoyarse en una conjuración, ni en un partido, sino en la clase más avanzada». Incluso en octubre de 1917, los bolcheviques tenían el mayor interés en que no fuera el partido bolchevique quien tomara el poder, sino el Soviet de Petrogrado.
La insurrección proletaria no puede ser «decretada desde arriba». Es, al contrario, una acción consciente de las masas, las cuales deben antes desarrollar su propia iniciativa y el control de sus luchas. Sólo así podrán ser discutidas y seguidas las directivas y las orientaciones dadas por los consejos y el partido.
La insurrección proletaria no puede ser una intentona golpista, como pretenden hacérnoslo creer los ideólogos burgueses. Es la obra del conjunto de la clase obrera. Para quitarse de encima el yugo del capitalismo, no basta con la voluntad de unos cuantos, por mucho que sean los elementos más clarividentes y determinados de la clase obrera. «(...) el proletariado insurgente sólo puede contar con su número, su cohesión, sus dirigentes, y su estado mayor» (Trotski, Historia de la Revolución rusa, «El arte de la insurrección»).
Ese grado de madurez no había sido alcanzado en enero, en la clase obrera de Alemania.
La función de los comunistas es fundamental
El KPD es consciente en ese momento que su responsabilidad esencial es animar al fortalecimiento de la clase obrera y en particular al desarrollo de su conciencia de igual modo que lo había hecho antes Lenin en Rusia, en sus Tesis de Abril:
«Aparentemente, esto [la necesaria labor crítica por el Partido comunista contra la “embriaguez pequeñoburguesa”] “no es más” que una labor de mera propaganda. Pero, en realidad, es la labor revolucionaria más práctica, pues es imposible impulsar una revolución [se trata, claro está, de la Revolución de febrero del 17, NDLR] que se ha estancado, que se ahoga en frases y se dedica a “marcar el paso sin moverse del sitio”, no por obstáculos exteriores, no porque la burguesía emplee contra ella la violencia (...), sino por la inconciencia confiada de las masas.
Sólo luchando contra esa inconciencia confiada (...) podremos desembarazarnos del desenfreno de frases revolucionarias imperante e impulsar de verdad tanto la conciencia del proletariado como la conciencia de las masas, la iniciativa local, audaz y resuelta (...)» (Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución», 28 de mayo de 1917).
Cuando se alcanza el punto de ebullición, el partido debe justamente «en el momento oportuno suspender la insurrección que sube», para permitir que la clase pase al acto insurreccional en el mejor momento. El proletariado debe sentir que tiene «por encima de él a una dirección perspicaz, firme y audaz» en la forma del partido (Trotski, Historia de la Revolución rusa, «El arte de la insurrección»).
Pero, a diferencia de los bolcheviques en julio de 1917, el KPD, en enero de 1919, no posee todavía el suficiente peso para poder influir decisivamente en el transcurso de las luchas. No basta con que el partido tenga una posición justa. También es necesario que tenga una influencia importante en la clase. Y no será el movimiento insurgente prematuro de Berlín y menos todavía la derrota sangrienta que le siguió lo que va a permitir que esa influencia se incremente. Al contrario, la burguesía logra debilitar trágicamente la vanguardia revolucionaria, eliminando a sus mejores militantes y, además, prohibiendo su principal herramienta de intervención en la clase, Die Rote Fahne. En un momento en el que la intervención más amplia del partido era absolutamente indispensable, el KPD se encuentra, durante largas semanas, sin su órgano de prensa.
El drama de las luchas dispersas
Durante esas semanas, a nivel internacional, la clase obrera de varios países, se enfrenta al capital. Mientras que en Rusia la ofensiva de los ejércitos blancos contrarrevolucionarios se refuerza contra el poder obrero, en los «países vencedores» el final de la guerra produce cierta tregua en el frente social. En Inglaterra y Francia hay toda una serie de huelgas, pero las luchas no toman la misma orientación radical que en Rusia y en Alemania. Las luchas en Alemania y en Europa central permanecen relativamente aisladas de las de los demás centros industriales europeos. En marzo, los obreros de Hungría establecen una república de consejos, rápidamente aplastada en la sangre por las tropas contrarrevolucionarias, gracias, también allí, a la hábil labor de la socialdemocracia del país.
En Berlín, después de haber derrotado la insurrección obrera, la burguesía prosigue una política con vistas a disolver los consejos de soldados para crear un ejército destinado a la guerra civil. Además, acomete la labor de desarme total del proletariado. La combatividad obrera sigue manifestándose, sin embargo, por todo el país. El centro de gravedad del combate, durante los meses siguientes, va a desplazarse por Alemania. En casi todas las grandes ciudades van a producirse enfrentamientos muy violentos entre burguesía y proletariado, pero, por desgracia, aislados unos de otros.
Bremen en enero...
El 10 de enero, por solidaridad con los obreros berlineses, el consejo de obreros y de soldados de Breme proclama la instauración de la República de consejos. Decide la expulsión de los miembros del SPD de su seno, decide que se arme a los obreros y se desarme a los elementos contrarrevolucionarios. Nombra un gobierno de consejos responsable ante él. El 4 de febrero, el gobierno del Reich reúne tropas en torno a Bremen y pasa a la ofensiva contra la ciudad insurgente, que había quedado aislada. Ese mismo día, Bremen cae en manos de los perros sangrientos.
El Ruhr en febrero...
En el Ruhr, la mayor concentración obrera, la combatividad no ha cesado de expresarse desde el final de la guerra. Ya antes de la guerra, había habido, en 1912, una larga oleada de huelgas. En julio del 16, en enero del 17, en enero del 18, en agosto del 18, los obreros reaccionan contra la guerra con importantes movimientos de lucha. En noviembre de 1918, los consejos de obreros y de soldados están, en su mayoría, bajo influencia del SPD. A partir de enero y febrero del 19, estallan numerosas huelgas salvajes. Los mineros en lucha acuden a los pozos vecinos para extender y unificar el movimiento. A menudo se producen encontronazos violentos de obreros en lucha contra los consejos todavía dominados por miembros del SPD. El KPD interviene:
«La toma del poder por el proletariado y la realización del socialismo presuponen que la gran mayoría del proletariado haya alcanzado la voluntad de ejercer la dictadura. No pensamos nosotros que haya llegado ese momento. Creemos que el desarrollo en las próximas semanas y meses hará madurar en el proletariado entero la convicción de que sólo mediante su dictadura alcanzará su salvación. El gobierno Ebert-Scheidemann acecha la menor ocasión para ahogar en sangre ese desarrollo. Como en Berlín, como en Bremen, va a intentar apagar uno por uno los focos de la revolución, para evitar así la revolución general. El proletariado tiene el deber de hacer fracasar esas provocaciones, evitando ofrecerse voluntariamente en sacrificio a los verdugos en levantamientos armados. Se trata sobre todo, hasta el momento de la toma del poder, de izar al más alto grado la energía revolucionaria de las masas con manifestaciones, reuniones, propaganda, agitación y organización, ganarse a las masas en proporciones cada vez mayores y preparar los ánimos para cuando llegue la hora. Sobre todo, por todas partes, hay que fomentar la reelección de consejos obreros con una consigna:
¡Fuera de los consejos los Ebert-Scheidemann!
¡Fuera los verdugos!.»
(Llamada de la Central del KPD del 3 de febrero por la reelección de consejos obreros)
El 6 de febrero, se reúnen 109 delegados de consejos y exigen la socialización de los medios de producción. Tras esta reivindicación está la comprensión creciente por los obreros de que el control de los medios de producción no debe quedar en manos del capital. Pero mientras el proletariado no posea el poder político, mientras no haya derribado el gobierno burgués, aquella reivindicación puede volverse contra él. Todas las medidas de socialización hechas sin disponer del poder político, no son sólo un engañabobos, sino incluso un medio del que puede echar mano la clase dominante para estrangular las luchas. Por eso el SPD promete una ley de socialización que prevé una «participación» y un seudocontrol por la clase obrera sobre el Estado. «Los consejos obreros son constitucionalmente reconocidos como representación de intereses y de participación económica; están integrados en la Constitución. Su elección y sus prerrogativas serán reglamentadas por una ley especial que será de efecto inmediato.»
Se prevé que los consejos se transformen en «comités de empresa» (Betribräte) y que tengan la función de participar en el proceso económico mediante la cogestión. El objetivo principal de esta propuesta es desvirtuar los consejos e integrarlos en el Estado. Dejan así de ser órganos de doble poder contra el Estado burgués para transformarse en su contrario, órganos al servicio de la regulación de la producción capitalista. Además, esa mistificación cultiva la ilusión de la transformación inmediata de la economía en «su propia fábrica» y así los obreros se ven encerrados en una lucha local y específica en lugar de involucrarse en un movimiento de extensión y de unificación del combate. Esta táctica, utilizada por primera vez por la burguesía en Alemania, queda ilustrada en unas cuantas ocupaciones de fábrica. En las luchas en Italia de 1919-1920 será aplicada por la clase dominante con gran éxito.
A partir del 10 de febrero, las tropas responsables de las matanzas de Bremen y de Berlín avanzan hacia el Ruhr. Los consejos de obreros y de soldados de la cuenca entera deciden la huelga general llamando a la lucha armada contra los cuerpos francos. Por todas partes se oye la consigna «¡Salgamos de las fábricas!». Hay una gran cantidad de enfrentamientos armados que se producen con el mismo esquema. La ira de los obreros es tal que los locales del SPD suelen ser atacados, como el 22 de febrero en Mülheim-Ruhr en donde es ametrallada una reunión socialdemócrata. En Gelsenkirchen, Dortmund, Bochum, Duisburgo, Oberhausen, Wuppertal, Mülheim-Ruhr y Düsseldorf hay miles de obreros en armas. Pero también aquí, como en Berlín, falla la organización del movimiento, no hay dirección unida que oriente la fuerza de la clase obrera, mientras que el Estado capitalista, con el SPD a su cabeza, actúa de manera organizada y centralizada.
Hasta el 20 de febrero, 150 000 obreros están en huelga. El 25, se decide la reanudación del trabajo y la lucha armada queda suspendida. Puede entonces la burguesía dar rienda suelta a la represión y los cuerpos francos se van apoderando del Ruhr población por población. Sin embargo, a primeros de abril se reanuda una nueva oleada de huelgas: el primero de abril hay 150 000 huelguistas, el 10, 300 000 y a finales de mes vuelve a descender a 130 000. A mediados de abril la represión y la caza de comunistas vuelven a desencadenarse. El restablecimiento del orden en el Ruhr se ha vuelto prioritario para la burguesía, pues, simultáneamente, hay importantes masas obreras que se han puesto en huelga en Brunswick, Berlín, Francfort, Dantzig y en Alemania central.
Alemania central en febrero-marzo...
A finales de febrero, en el momento en que en el Ruhr se está terminando el movimiento, aplastado por el ejército, entra en escena el proletariado de la Alemania central. Mientras que en el Ruhr, el movimiento se ha limitado a los sectores del carbón y del acero, aquí, el movimiento concierne a todos los obreros, de la industria y del transporte. En casi todas las ciudades y en las grandes empresas, los obreros se unen al movimiento.
El 24 de febrero se proclama la huelga general. Los consejos de obreros y de soldados lanzan inmediatamente un llamamiento a los de Berlín por la unificación del movimiento. Una vez más, el KPD pone en guardia contra toda acción precipitada: «Mientras la revolución no tenga sus órganos centrales de acción, debemos oponer la acción de organización de los consejos que se está desarrollando localmente en mil sitios diferentes» (Hoja de la Central del KPD). Se trata de reforzar la presión a partir de las fábricas, intensificar las luchas económicas y renovar los consejos. No se formula ninguna consigna por el derrocamiento del gobierno.
Gracias a un acuerdo sobre la socialización, la burguesía consigue, también ahí, quebrar el movimiento. Se reanuda el trabajo el 6 y 7 de marzo. Y de nuevo, se organiza la misma acción común entre el ejército y el SPD: «Para todas las operaciones militares (...) es conveniente tomar contacto con los miembros dirigentes del SPD fieles al gobierno» (Märecker, dirigente militar de la represión en Alemania central). Al haber desbordado la oleada de huelgas hacia Sajonia, Turingia y Anhalt, los esbirros de la burguesía ejercen su represión hasta el mes de mayo.
Berlín, de nuevo, en marzo...
El movimiento en el Ruhr y en Alemania central está llegando a su fin, pero el proletariado de Berlín vuelve a la lucha el 3 de marzo. Sus principales orientaciones son: fortalecer los consejos de obreros y de soldados, liberar a todos los presos políticos, formar una guardia obrera revolucionaria y establecer contactos con Rusia. La degradación rápida de la situación después de la guerra, la estampida de los precios, el incremento del desempleo masivo tras la desmovilización, todo ello anima a los obreros a desarrollar sus luchas reivindicativas. En Berlín, los comunistas reclaman nuevas elecciones a los consejos obreros para acentuar la presión sobre el gobierno. La dirección del KPD de la circunscripción del Gran Berlín escribe: «¿Creéis alcanzar vuestros objetivos revolucionarios gracias al voto? (...) Si queréis que la revolución progrese, comprometed todas vuestras fuerzas en el trabajo dentro de los consejos de obreros y de soldados. Actuad de tal modo que se conviertan en verdaderos instrumentos de la revolución. Y organizad nuevas elecciones a los consejos de obreros y de soldados».
El SPD, por su parte, se pronuncia contra esa consigna. Una vez más, se dedica a sabotear el movimiento en el plano político, pero también, como hemos de ver, mediante la represión. Cuando los obreros berlineses se ponen en huelga a principios de marzo, el consejo ejecutivo compuesto de delegados del SPD y del USPD toma la dirección de la huelga. El KPD, en cambio, se niega a ocupar un escaño en el consejo: «Aceptar a los representantes de esa política en el comité de huelga es traicionar la huelga general y la revolución».
Como hoy lo hacen los socialistas, los estalinistas y demás representantes de la izquierda del capital, el SPD consiguió entonces apoderarse del comité de huelga gracias a la credulidad de una parte de los obreros, pero sobre todo merced a toda una serie de maniobras, chanchullos y engaños. Es para no tener las manos atadas por lo que los espartaquistas se niegan, en ese momento, a sentarse junto a esos verdugos de la clase obrera.
El gobierno prohíbe Die Rote Fahne, mientras que el SPD, claro está, puede perfectamente imprimir su periódico. De este modo, los contrarrevolucionarios pueden intensificar su propaganda repugnante mientras que los revolucionarios están amordazados. Antes de la prohibición, Die Rote Fahne pone en guardia a los obreros: «¡Cesad el trabajo! Quedaos por ahora en las fábricas. Reuníos en las fábricas. Convenced a los vacilantes y a los que se quedan atrás. No os dejéis arrastrar a tiroteos inútiles, que es lo único que está esperando Noske para hacer que vuelva a correr la sangre».
Rápidamente, en efecto, la burguesía suscita saqueos, gracias a sus agentes provocadores, que sirven de justificación oficial a la entrada en juego del ejército. Los soldados de Noske destrozan en primerísimo lugar los locales de la redacción de Die Rote Fahne. Vuelven a meter en la cárcel a los principales miembros del KPD. Fusilan a Leo Jogisches. Es precisamente porque Die Rote Fahne ha advertido a la clase obrera contra las provocaciones de la burguesía por lo que es el objetivo inmediato de las tropas contrarrevolucionarias.
La represión en Berlín se inicia el 4 de marzo. Unos 1200 obreros son pasados por las armas. Durante varias semanas, el Spree, río de Berlín, va dejando cadáveres en sus orillas. Se detiene a cualquier persona que lleve un retrato de Karl o de Rosa. Y volvemos a repetir lo dicho anteriormente en estos artículos: no eran fascistas los responsables de esa represión sangrienta, sino el SPD.
El 6 de marzo, la huelga general es quebrada en Alemania central, y la de Berlín se termina el 8. También hay luchas importantes durante esas mismas semanas en Sajonia, en Bade y en Baviera, luchas importantes pero nunca se logró establecer vínculos entre esos diferentes movimientos.
La república de consejos de Baviera en abril de 1919
También en Baviera se ha puesto a luchar la clase obrera. El 7 de abril, el SPD y el USPD intentando «volver a ganarse las masas con una acción seudorevolucionaria» (Levine) proclaman la República de consejos. Como en enero en Berlín, el KPD se da cuenta de que la relación de fuerzas no es favorable a los obreros y toma posición contra la instauración de tal República. Los comunistas de Baviera llaman a los obreros a elegir un «consejo verdaderamente revolucionario» con el objetivo de instaurar una verdadera República de consejos comunista. El 13 de abril, E. Levine es elegido a la cabeza de un nuevo gobierno que toma, en los planos económico, político y militar, medidas enérgicas contra la burguesía. A pesar de ello, esta iniciativa es un grave error de los revolucionarios de Baviera, los cuales actúan en contra de los análisis y las orientaciones del Partido.
El movimiento, mantenido en el mayor aislamiento del resto de Alemania, va a conocer una contraofensiva de envergadura por parte de la burguesía. Munich padece hambre y hay 100 000 soldados concentrados en sus alrededores. El 27 de abril, el Consejo ejecutivo de Munich es derribado. Una vez más golpea el brazo de la represión sangrienta. Fusilan a miles de obreros. A otros los ametrallan en los combates. Los comunistas son perseguidos y Levine es condenado a muerte.
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A las generaciones actuales de proletarios les cuesta mucho imaginar lo que significó la poderosa oleada de huelgas casi simultáneas en las grandes concentraciones del capitalismo y la enorme presión que el movimiento ejerció sobre la clase dominante.
En su movimiento revolucionario en Alemania, la clase obrera demostró que fue capaz, frente a una de las burguesías más experimentadas, establecer una relación de fuerzas que hubiera podido llevar a la destrucción del capitalismo. Esta experiencia demuestra que el movimiento revolucionario no era algo reservado para el proletariado de los «países atrasados» como Rusia, sino que involucró masivamente a los obreros del país más industrialmente desarrollado de entonces.
Pero la oleada revolucionaria, de enero a abril de 1919, se desarrolló en la mayor dispersión. Las mismas fuerzas, pero concentradas y unidas, habrían sido suficientes para derribar el poder burgués. Pero se desperdigaron, logrando así el gobierno enfrentarlas e irlas aniquilando una tras otra. La acción del gobierno, desde enero en Berlín, había decapitado y acabó quebrando el ímpetu de la revolución.
Richar Müller, uno de los dirigentes de los «hombres de confianza revolucionaros», los cuales se caracterizaron durante largo tiempo por sus vacilaciones, tuvo que reconocer: «Si la represión de las luchas de enero en Berlín no se hubiera producido, el movimiento habría adquirido más empuje en otros lugares durante la primavera y la cuestión del poder se habría planteado con más precisión y con todo su alcance. Pero la provocación militar había minado el movimiento. La acción de enero había dado argumentos para las campañas de calumnias, el acoso y la creación de una atmósfera de guerra civil».
Sin aquella derrota, el proletariado de Berlín hubiera podido apoyar oportunamente las luchas que se extendieron por otras regiones de Alemania. Y al revés, el debilitamiento del batallón central de la revolución permitió a las fuerzas del capital pasar a la ofensiva y arrastrar por todas partes a los obreros hacia enfrentamientos militares prematuros y dispersos. La clase obrera, en efecto, no consiguió construir un movimiento amplio, unido y centralizado. No fue capaz de instaurar un doble poder en todo el país gracias al fortalecimiento de los consejos y a su centralización. Sólo una relación de fuerzas así permitirá lanzarse a una acción insurgente, la cual exige la mayor convicción y coordinación. Y esta dinámica sólo puede desarrollarse con la intervención clara y decidida de un partido político dentro del movimiento. Así el proletariado podrá salir vencedor de su combate histórico.
La derrota de la revolución en Alemania durante los primeros meses del año 1919 no sólo se debió a la habilidad de la burguesía local. Fue también el resultado de la acción concertada de la clase capitalista internacional.
Mientras que la clase obrera en Alemania lucha en la dispersión, los obreros en Hungría, en marzo, se yerguen contra el capital en enfrentamientos revolucionarios. El 21 de marzo se proclama en Hungría la República de consejos, pero acaba siendo aplastada en verano por las tropas contrarrevolucionarias.
La clase capitalista internacional se mantuvo unida tras la burguesía alemana. Mientras que durante los 4 años anteriores, esas burguesías se habían lanzado a mutuo degüello de la manera más bestial, ahora se unían para enfrentarse a la clase obrera, como así lo puso claramente de relieve Lenin cuando decía que lo habían hecho todo por «entendérselas con los conciliadores alemanes para ahogar la revolución alemana» (Informe del Comité central para el IXº Congreso del PCR). Es ésa una lección que la clase obrera deberá retener: cada vez que ponga en peligro el capitalismo, frente a ella no va a encontrar a una clase dominante dividida, sino a las fuerzas del capital unidas internacionalmente.
Pero si el proletariado en Alemania hubiera tomado el poder, el frente capitalista habría quedado fuertemente resquebrajado y la revolución rusa no se habría quedado aislada.
Cuando se funda en Moscú la IIIª Internacional en marzo de 1919, en pleno desarrollo todavía de las luchas en Alemania, esa perspectiva parece estar al alcance de la mano para todos los comunistas. Pero la derrota obrera en Alemania va a ser el inicio del declive de la oleada revolucionaria internacional y, muy especialmente, el de la revolución rusa. Fue la acción de la burguesía, con el SPD de cabeza de puente, lo que va permitir mantener aislada a la revolución bolchevique, provocando una degeneración que acabaría, más tarde, en el parto del capitalismo de Estado estalinista.
DV
[1] Ver en los dos números precedentes de esta Revista los artículos: «Los revolucionarios en Alemania durante la Iª Guerra mundial» y «Los inicios de la revolución».
[2] Partido socialdemócrata de Alemania, el mayor partido obrero antes de 1914, año en el cual su dirección, grupo parlamentario y direcciones sindicales en cabeza, traicionó todos los compromisos internacionalistas del partido pasándose con armas y equipo del lado de su burguesía nacional como banderín de enganche para la carnicería imperialista.
[3] La Communist Workers Organisation (CWO) demostró en 1980 hasta dónde puede llegar la actitud irresponsable de una organización revolucionaria sin análisis claros. En el momento de las luchas de masas en Polonia, la CWO llamó nada menos que a la revolución ¡ya! («Revolution now»).
[4] Partido socialista independiente de Alemania, escisión «centrista» del SPD. El USPD rechaza los aspectos más abiertamente burgueses del SPD, sin por ello situarse en las posiciones revolucionarias de los comunistas internacionalistas. La Liga Spartakus se integró en él en 1917 para extender su influencia entre los trabajadores, cada día más asqueados por la política del SPD.
[5] Comunistas internacionalistas de Alemania. Antes del 23 de noviembre de 1918 se llamaban Socialistas internacionalistas de Alemania. En esa fecha, en Bremen, cambiaron el término Socialista por el de Comunista en su nombre. Menos numerosos e influyentes que los espartaquistas, comparten con éstos el mismo espíritu internacionalista revolucionario. Miembros de la Izquieda zimmerwaldiana, están muy vinculados con la Izquierda comunista internacional, especialmente la holandesa (Pannekoek y Gorter están entre sus teóricos antes de la guerra) y la rusa (Radek trabaja en sus filas). Su posición de rechazo de los sindicatos y del parlamentarismo será mayoritaria en el congreso de constitución del KPD, contra la posición de Rosa Luxemburg.
[6] Los «hombres de confianza revolucionarios», Revolutionnäre Obleute (RO) eran sobre todo delegados sindicales elegidos en las fábricas que habían roto con las direcciones social-patriotas de las centrales sindicales. Son el producto directo de la resistencia de la clase obrera contra la guerra y contra la traición de los partidos obreros y de los sindicatos. Por desgracia, la rebelión contra la dirección sindical, los lleva a menudo a desconfiar de la idea de centralización y a desarrollar un enfoque demasiado localista y hasta «fabriquista». Siempre se quedarán cortos cuando se trate de problemas de política general, siendo así una presa fácil para la política del USPD.