La Revolución alemana II - 1918-1919

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En la Revista Internacional nº 55 hemos abordado algunos de los rasgos generales más sobresalientes de la derrota del movimiento revolucionario en Alemania, de Noviembre de 1918 a Enero de 1919, y las condiciones en que se desarrolló ese movimiento. Volvemos en este artículo sobre la política contrarrevolucionaria sistemática que tuvo en ese período el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), pasado al campo de la burguesía.

A principios de Noviembre de 1918 la clase obrera en Alema­nia, con su lucha masiva, con la sublevación de los soldados, logró poner fin a la primera guerra mundial. Para calmar la situación, para evitar mayor agudización de las contradiccio­nes de clase, la clase dominante no sólo había tenido que poner fin a la guerra bajo la presión de la clase obrera y hacer abdicar al Káiser; tenía también que evitar que la llama de la revolución proletaria, encendida con éxito el año anterior con la revolución de Octubre en Rusia, se extendiera a Alemania. Todos los re­volucionarios sabían que de la clase obrera en Alemania dependía la extensión internacional de las luchas revoluciona­rias: «Para la clase obrera alemana estamos preparando... una alianza fraterna, pan y ayuda militar. Pondremos en juego nuestras vidas para ayudar a los obreros alemanes a llevar adelante la revolución que ha comenzado en Alemania» (Lenin, 1/10/1918, carta a Sverdlov).

Todos los revolucionarios estaban de acuerdo en que el mo­vimiento tenía que ir más lejos: «La revolución ha comenzado. No debemos contentarnos con lo que se ha obtenido, no hay que creerse triunfante ante un enemigo derrotado; debemos someternos a una fuerte autocrítica, reunir nuestra energía con fiereza, para continuar lo que hemos empezado. Porque lo que hemos alcanzado es poco, y el enemigo no ha sido derrotado» (Rosa Luxemburgo, El comienzo, 18.11.1918).

Si le .había sido relativamente fácil a la clase obrera rusa derrocar a su burguesía, la clase obrera en Alemania se enfren­taba a una clase dominante mucho mas fuerte y más inteligente, que no sólo estaba mejor armada por su fuerza económica y política, sino que además había aprendido de los acontecimientos en Rusia y que gozaba del apoyo de las clases dominantes de los demás países. Pero su baza decisiva era que podía contar con el apoyo del partido Socialdemócrata: «En todas las revoluciones precedentes los combatientes se enfrentaban de manera abierta: clase contra clase, programa contra progra­ma, espada contra espada... En la revolución de hoy las tropas defensivas del viejo orden no se alinean tras sus banderas y escudos de clase dominante sino tras la bandera del "Partido Socialdemócrata". El orden burgués conduce hoy su última lucha mundial e histórica tras una bandera que le es ajena, tras la bandera de la revolución misma. Es un partido socialista, es la creación más original del movimiento obrero y de la lucha de clase lo que se ha transformado en el instrumento más im­portante de la contrarrevolución burguesa. Cuerpo, tendencia, política, psicología, método, todo es íntegramente capitalista. Del socialismo sólo quedan las banderas, el aparato y la fraseología» (Una victoria pírrica, Rosa Luxemburgo, 21.12.1918). Como lo había hecho ya durante la primera guerra mundial, el SPD iba a ser el defensor del capital más leal para aplastar las luchas obreras.

Fin de la guerra, gobierno SPD-USPD y represión

El 4 de Noviembre de 1918, la orden del mando militar de la flota de zarpar para otra batalla naval contra Inglaterra -orden que hasta ciertos oficiales consideraban suicida provocó el motín de los marinos de Kiel, en el mar Báltico. Ante la represión del motín, una oleada de solidaridad con los marinos se extendió como pólvora en los primeros días de Noviembre, en Kiel y luego en las principales ciudades de Alemania. Sacando las lecciones de la experiencia rusa, el mando militar del general Groener, verdadero detentor del poder en Alema­nia, decidió poner fin inmediatamente a la guerra. El armisticio, reclamado a los Aliados desde el 7 de Noviembre, fue firmado el 11 de Noviembre de 1918. Con el alto al fuego la burguesía eliminaba uno de los factores más importantes de radicaliza­ción de los consejos de obreros y de soldados. Con la guerra los obreros habían perdido las ventajas ganadas anteriormente, pero la mayoría creía que, con el fin de la guerra, sería posible volver al viejo método gradualista y pacífico de «ir siempre hacia adelante». Muchos obreros entraron en lucha teniendo los objetivos principales de «paz» y «república de­mocrática». Con la obtención de la «paz» y de la «república», en Noviembre del 18, el combate de clase perdió el acicate que lo había hecho generalizarse, como las luchas posteriores lo demostrarían.

El mando militar, principal palanca del poder de la bur­guesía, había tenido suficiente perspicacia para comprender que necesitaba un caballo de Troya para detener el movimiento. Wilhelm Groener, jefe supremo del mando militar, declaró pos­teriormente, acerca del pacto del 10 de Noviembre con Frie­drich Ebert, dirigente del SPD y jefe del gobierno:

«Hemos formado una alianza para combatir la revolución en la lucha contra el bolchevismo. El objetivo de la alianza que constituimos la tarde del 10 de Noviembre era el combate sin piedad contra la revolución, el restablecimiento de un poder gubernamental del orden, el apoyo a dicho gobierno con la fuerza de las armas y la convocatoria de una asamblea nacio­nal cuanto antes (...). A mi parecer, no existía ningún partido en Alemania en ese momento con suficiente influencia en el pueblo, particularmente en las masas, para reconstruir una fuerza gubernamental con el mando militar. Los partidos de derecha habían desaparecido completamente y, claro, se ex­cluía toda posibilidad de trabajar con los radicales extremis­tas. Al mando militar no le quedaba más remedio que formar una alianza con los socialdemócratas mayoritarios».

Los gritos de guerra más hipócritas del SPD contra las luchas revolucionarias fueron «unidad de los obreros», «contra una lucha fratricida», «unidad del SPD y del USPD» (Partido Socialdemócrata Independiente, creado en Abril de 1917). Ante la dinámica de una polarización cada vez más fuerte entre las dos fuerzas opuestas que empujaba hacia una situación revolucionaria, el SPD hizo lo que pudo por enterrar las contradicciones entre las clases. Por un lado disimuló y deformó constantemente su papel de servidor del capital durante la guerra; por el otro, se apoyó en la confianza que le tenían los obreros, herencia de la labor proletaria que había hecho antes de la guerra durante más de treinta años. Hizo una alianza con el USPD (compuesto de una derecha que apenas si se distinguía de los Socialdemócratas mayoritarios, de un centro indeciso y de un ala izquierda, los Espartaquistas) cuyo centrismo favore­ció la maniobra del SPD. El ala derecha del USPD formó parte, en Noviembre, del Consejo de Comisarios del Pueblo, que estaba dirigido por el SPD y que era el gobierno burgués del momento.

Pocos días después de la creación de los consejos, dicho gobierno inició los primeros preparativos para una represión militar sistemática: organización de cuerpos francos (tropas mercenarias), que reunían soldados de los cuerpos de defensa republicana y oficiales fieles al gobierno, para frenar el desmo­ronamiento del ejército y tener así una nueva jauría sangrienta a su disposición.

No era fácil para los obreros percatarse del papel del SPD. Ex-partido obrero que se hizo protagonista de la guerra y defensor del Estado democrático capitalista, el SPD manejaba por un lado un lenguaje obrero, «en defensa de la revolución», y por el otro, con el apoyo del ala derecha del USPD, organizaba una verdadera inquisición contra la «revolución bolchevique» y los que la apoyaban.

En nombre de los Espartaquistas, Liebknecht, escribía en la Rote Fahne (Bandera Roja) del 19 de Noviembre de 1918: «Los que claman más fuertemente la unidad (...) encuentran audiencia sobre todo entre los soldados. No es de extrañar. Los soldados no son todos proletarios ni mucho menos. Y la ley marcial, la censura, el bombardeo de la propaganda oficial han dado resultado. La masa de los soldados es revolucionaria contra el militarismo, contra la guerra y contra los represen­tantes declarados del imperialismo. Con respecto al socialis­mo está aún indecisa, vacilante, inmadura. Gran parte de los soldados, como los obreros, consideran que la revolución está ya hecha, que sólo nos queda restablecer la paz y desmovilizar. Quieren que se les deje en paz después de tanto sufrimiento Pero no es una unidad cualquiera lo que nos da fuerza. La unidad entre un lobo y un cordero condena al cordero a ser devorado por el lobo. La unidad entre el proletariado y las clases dominantes sacrifica al proletariado. La unidad con los traidores significa la derrota. (...) La denuncia de todos los falsos amigos de la clase obrera es, en nuestro caso, el primer mandamiento (...)».

Para atacar a los ESPARTAQUISTAS, punta de lanza del movimiento revolucionario, se lanzó una campaña contra ellos: calumnias sistemáticas presentándolos como elementos co­rruptos, saqueadores, terroristas; se les prohibió el uso de la palabra. El 6 de Diciembre tropas gubernamentales ocuparon la sede del periódico espartaquista Rote Fahne (Bandera Roja); el 9 y el 13 de Diciembre la sede de Espartaco en Berlín fue ocupada por soldados. Se hizo correr la voz de que Liebknecht era un terrorista, representante del caos y de la anarquía. El SPD exhortó al asesinato de R. Luxemburgo y K. Liebknecht desde principios de Diciembre del 18. Sacando las lecciones de las luchas en Rusia, la burguesía alemana estaba decidida a utilizar todos los medios posibles contra las organizaciones revolucio­narias en Alemania. Sin vacilar hizo uso de la represión contra ellas desde el primer día y nunca escondió sus intenciones de matar a sus principales líderes.

Concesiones reivindicativas y chantaje al abastecimiento

El 15 de Noviembre los sindicatos y los capitalistas hicieron un pacto para limitar la radicalización de los obreros acordando algunas concesiones económicas. Así se concedió la jornada de trabajo de 8 horas sin reducción de salario (en 1923 había sido reemplazada por la jornada de 10 a 12 horas diarias). Pero sobre todo la instauración de consejos de fábrica (Betriebesräte) tenía como objetivo el canalizar la iniciativa propia de los obreros en las fábricas para someterla al control del Estado. Esos consejos de fábrica fueron creados para servir de cortafuego contra los consejos obreros. Los sindicatos jugaron un papel central en la construcción de ese obstáculo.

Finalmente, el SPD amenazó con la intervención de los Estados Unidos, país que bloquearía el suministro de alimentos en caso de que los consejos obreros continuaran «desestabili­zando» la situación.

La estrategia del SPD: desarmar a los consejos obreros

Fue sobre todo contra los consejos obreros contra lo que lo burguesía orientó sus ataques. Trató de evitar que el poder de los consejos obreros llegara a carcomer y paralizar el aparato de Estado:

- En ciertas ciudades el SPD tomó la iniciativa de transformar los consejos de obreros y soldados en parlamentos «del pueblo», una manera de «diluir» a los obreros en el pueblo de manera que no pudieran asumir ningún papel dirigente con respecto a todo el resto de la clase trabajadora (lo que sucedió en Colonia por ejemplo, bajo el liderazgo de K. Adenauer, el que habría de ser canciller en la posguerra de 1945).

- A los consejos obreros se les quitó toda posibilidad concre­ta de poner realmente en práctica las decisiones que tomaban. El 23 de Noviembre el Consejo Ejecutivo de Berlín (los consejos de Berlín habían elegido un Consejo Ejecutivo, el Vollzugsrat) no opuso ninguna resistencia cuando fue despojado de sus prerrogativas, al renunciar a ejercer el poder para dejarlo en manos del gobierno burgués. Ya el 13 de Noviembre, bajo la presión del gobierno burgués y de los soldados fieles al gobierno, el Consejo Ejecutivo había renunciado a crear una Guardia Roja. Así el Consejo Ejecutivo se encontró frente al gobierno burgués sin ninguna clase de armas a su disposición, mientras que al mismo tiempo el gobierno burgués estaba de lo más ocupado reclutando tropas en masa.

- Una vez lograda por el SPD la participación del USPD en el gobierno, provocando un frenesí de «unidad» entre las «diferentes partes de la Socialdemocracia», aquel partido siguió con la misma intoxicación respecto a los consejos obreros: en el Consejo Ejecutivo de Berlín así como en los consejos de otras ciudades, el SPD insistió en que hubiera igual cantidad de delegados del SPD y del USPD en los consejos. Con esa táctica obtuvo más mandatos que lo que el balance de fuerzas real en las fábricas le hubiera otorgado. El poder de los consejos obreros como órganos esenciales de dirección política y órganos de ejercicio del poder se vio así aun más deformado y vaciado de todo contenido.

Esa ofensiva de la clase dominante se llevó a cabo en simul­taneidad con la táctica de las provocaciones militares. Así, el 6 de Diciembre tropas fieles al gobierno ocuparon la Rote Fahne, arrestaron al Consejo Ejecutivo de Berlín y provocaron una matanza entre los obreros que se manifestaban (más de 14 murie­ron bajo las balas). Aunque durante esa fase la vigilancia y la combatividad de la clase no habían sido vencidas aún (al día siguiente de las provocaciones salieron a la calle grandes masas de obreros, 150.000) y aunque la burguesía tuviera todavía que enfrentarse a una fiera resistencia por parte de los obreros, el movimiento sufría de gran dispersión. La chispa de la revuelta se había extendido de una ciudad a otra; pero en la base, en las fábricas, faltaba dinámica.

En una situación así, la base debe impulsar el movimiento con una fuerza creciente: se deben formar comités de fábrica en los cuales los obreros más combativos se agrupan, se deben reunir asambleas generales, se deben tomar decisiones y su realización debe ser controlada, los delegados deben rendir cuen­tas a las asambleas generales que les dieron mandato y, si es ne­cesario, ser revocados. Se deben tomar iniciativas. La clase debe movilizarse y juntar todas sus fuerzas en la base, entre todas las fábricas; los obreros deben ejercer un control real en el movimiento. Pero en Alemania el nivel de coordinación que abarca ciudades y regiones no había sido alcanzado; al contra­rio, el aspecto dominante era todavía el aislamiento de las ciudades, cuando la unificación de los obreros y de sus consejos por encima de los límites de las ciudades es un paso esencial del proceso de enfrentamiento contra los capitalistas. Cuando surgen los consejos y se enfrentan al poder de la burguesía se abre un periodo de dualidad de poder y esto requiere que los obreros centralicen sus fuerzas a escala nacional y hasta internacional. Esa centralización sólo puede ser el resultado de un proceso controlado por los obreros mismos.

En ese contexto en el que lo que predominaba era todavía la dispersión del movimiento y el aislamiento de las ciudades, el consejo de obreros y de soldados de Berlín, animado por el SPD, convocó a un congreso nacional de consejos de obreros y de soldados del 16 al 22 de Diciembre. Ese congreso debía constituir una fuerza centralizadora y gozar de una autoridad central. En realidad, las condiciones para tal centralización no estaban maduras, porque la presión y la capacidad de la clase para dar un impulso a sus propias filas y controlar el movimiento no eran suficientemente fuertes. La dispersión seguía dominando. Esa centralización artificial, PREMATURA, ini­ciativa del SPD más o menos «impuesta» a los obreros, en vez de ser un producto de su lucha, fue un gran obstáculo para la clase obrera.

No es de extrañar si la composición de los consejos no co­rrespondía a la situación política en las fábricas, si no seguía los principios de responsabilidad ante las asambleas generales y de revocabilidad de los delegados: el reparto de los delegados correspondía más bien a los porcentajes de votos por partidos, según los escrutinios de 1910. El SPD supo utilizar la idea, corriente en esa época, de que los consejos debían trabajar según los principios de los parlamentos burgueses. Así pues, con una serie de trucos parlamentarios y de maniobras de funcionamiento, el SPD logró conservar el control del con­greso. Después de la apertura del congreso los delegados formaron inmediatamente fracciones: de 490 delegados, 298 eran miembros del SPD, 101 del USPD, entre los cuales 10 Espartaquistas, 100 «varios».

En realidad ese congreso fue una asamblea autoproclamada, que hablaba en nombre de los obreros, pero que desde el principio iba a traicionar los intereses de éstos:

- una delegación de obreros rusos, que debía asistir al congreso, invitada por el Consejo Ejecutivo de Berlín, fue expulsada en la frontera alemana bajo orden del gobierno SPD. «La Asamblea General reunida el 16 de Diciembre no trata de deliberaciones internacionales, sino solamente de asuntos alemanes, en la deliberación de los cuales los extranjeros naturalmente no pueden participar. La delegación rusa no representa sino a la dictadura bolchevique». Esa fue la justificación del Vorwärts, órgano central del SPD (nº 340, 11 de Diciembre de 1918). Así combatió el SPD la perspectiva de unificación de las luchas de Alemania y de Rusia, así como la extensión interna­cional de la revolución en general.

Con la ayuda de maniobras tácticas de la presidencia, el congreso rechazó la participación de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht. No fueron ni siquiera admitidos como miem­bros observadores sin voto, so pretexto de que no eran obreros de las fábricas de Berlín. Para hacer presión en el congreso, la Liga Espartaquista organizó una manifestación masiva el 16 de Diciembre, en la cual participaron 250 000 obreros, pues las múltiples delegaciones de obreros y soldados que querían presentar sus mociones al congreso fueron en su mayoría rechazadas o apartadas.

El congreso firmó su sentencia de muerte cuando decidió que una asamblea constituyente nacional se debía convocar cuanto antes, que dicha Constituyente debía asumir todo el poder en la sociedad y que por lo tanto el Congreso debía transferirle su poder. El cebo de la democracia burguesa utilizado por la burguesía hizo caer a la mayoría de los obreros en la trampa. El arma del parlamento burgués fue el veneno utilizado contra la iniciativa de los obreros.

Finalmente el congreso corrió la cortina de humo de las «primeras medidas de socialización» que se habían de tomar, cuando la clase obrera ni siquiera había tomado el poder.

La cuestión central, la de desarmar la contrarrevolución, derrocar al gobierno burgués, pasó a segundo plano. «Tomar medidas político-sociales en fábricas particulares es una ilu­sión mientras la burguesía tenga el poder político» (IKD, Der Kommunist).

El congreso fue un éxito total para la burguesía. Para los Espartaquistas significaba el fracaso: «El punto de partida y la única adquisición tangible de la revolución del 9 de Noviem­bre fue la formación de consejos de obreros y soldados. El primer congreso de esos consejos ha decidido destruir esa única adquisición, quitarle al proletariado sus posiciones de poder, destruir el trabajo del 9 de Noviembre, hacer retroceder la revolución... Puesto que el congreso de los consejos ha con­denado a los propios órganos que lo habían mandatado, los consejos de obreros y de soldados, a ser una sombra de sí mismos, ha violado sus competencias, ha traicionado el mandato que los consejos de obreros y soldados le habían dado, ha minado el terreno de su propia existencia y autoridad... Los consejos de obreros y soldados deberán declarar el trabajo contrarrevolucionario de sus delegados desleales nulo y sin valor» (R. Luxemburgo, Los esclavos de Ebert, 20.12.18).

En ciertas ciudades como Leipzig, los consejos locales de obreros y soldados protestaron contra las decisiones del con­greso. Pero la centralización preventiva de los consejos los hizo caer rápidamente en manos de la burguesía. La única manera de combatir esa maniobra era incrementar la presión «desde abajo», es decir, desde la base de las fábricas, de la calle...

Animada y reforzada por los resultados de ese congreso, la burguesía se puso a provocar enfrentamientos militares. El 24 de Diciembre la División de Marinos del Pueblo, tropa de vanguardia, fue atacada por tropas gubernamentales. Varios marineros fueron asesinados. Una vez más, una oleada de indigna­ción estalló en las filas obreras. El 25 de Diciembre gran número de obreros protestaron echándose a la calle. Ante las acciones contrarrevolucionarias del SPD, el USPD se retiró del gobierno el 29 de Diciembre. El 30 de Diciembre y el 1º de Enero, la Liga Espartaquista y el IKD formaron el Partido Comunista (KPD) en pleno ardor de la lucha. En el congreso de fundación se hizo un primer balance del movimiento. (Abordaremos el contenido de los debates de ese congreso en otra ocasión). El KPD, por boca de Rosa Luxemburgo, notaba: «El paso de la revolución de soldados, predominante el 9 de No­viembre, a la revolución específicamente obrera, la transfor­mación de lo superficial, puramente político, en un lento proceso de ajuste de cuentas general económico entre trabajo y capital, exige de la clase obrera un nivel muy diferente de madurez política, de educación, de tenacidad, que el que bastó en la primera fase» («El Primer Congreso», Die Rote Fahne, 3 de Enero de 1919).

La burguesía provoca una insurrección prematura

Después de haber reunido una cantidad suficiente de tropas fieles al gobierno, sobre todo en Berlín; después de haber levantado otro obstáculo contra los consejos obreros con el resultado del «Congreso» de Berlín y, antes de que la fase de luchas económicas pudiera alcanzar su auge, la burguesía quería marcar puntos decisivos contra los obreros en el terreno militar.

El 4 de Enero el superintendente de la policía de Berlín, que era miembro del ala izquierda del USPD fue relevado por las tropas gubernamentales. A principios de Noviembre el cuartel general de la policía había sido ocupado por soldados y obreros revolucionarios, y en Enero todavía no había caído en manos del gobierno burgués. Una vez más volvió a estallar una oleada de protestas contra el gobierno. En Berlín, el 5 de Enero, salieron a la calle manifestaciones masivas. El Vorwärts, diario del SPD, fue ocupado, así como otros órganos de prensa burgueses. El 6 de Enero hubo aun más manifestaciones masivas.

Aunque la dirección del KPD hacía constante propaganda sobre la necesidad de derrocar al gobierno burgués encabezado por el SPD, pensaba, sin embargo, que la hora de hacerlo no había llegado todavía; en realidad advertía sobre el peligro de una insurrección prematura. Sin embargo, bajo la presión abrumadora de las masas en las calles que hizo pensar a muchos revolucionarios que las masas trabajadoras estaban listas para la insurrección, un «comité revolucionario» fue fundado el 5 de Enero de 1919; su tarea era conducir la lucha hacia el derrocamiento del gobierno y tomar en manos temporalmente los asuntos gubernamentales después de haber expulsado al gobierno burgués. Liebknecht formó parte de ese «comité». Sin embargo, la mayoría del KPD consideraba que el momento para la insurrección no había llegado y recalcaba la inmadurez de las masas para dar ese paso. Cierto es que las gigantescas manifestaciones de masas en Berlín habían expresado un rechazo rotundo al gobierno SPD, pero, aunque el desconten­to iba en aumento en muchas ciudades, la determinación y la combatividad de otras ciudades dejaba mucho que desear. Berlín se encontró totalmente aislada, con el agravante de que, una vez desarmados el Congreso nacional de los consejos en Diciembre y el Consejo Ejecutivo de Berlín, los consejos obreros de la capital dejaron de ser un órgano de centralización, de toma de decisiones y de iniciativas obreras. Ese «Comité re­volucionario» no emanaba de la fuerza de consejo obrero alguno, ni tenía mandato de nadie. No es de extrañar que no tuviera ninguna visión global del estado de ánimo de los obreros y de los soldados. En ningún momento tomó la direc­ción del movimiento en Berlín ni en otras ciudades. En realidad resultó totalmente impotente y falto de orientación. Fue una insurrección sin los Consejos Obreros.

Los llamamientos del Comité no tuvieron ningún efecto; ni siquiera fueron tomados en serio por los obreros. Estos habían caído en la trampa de las provocaciones militares. El SPD no vaciló en lanzar su contraofensiva. Sus tropas inundaron las calles y entablaron combates callejeros con los obreros armados. Durante los días siguientes los obreros de Berlín sufrieron una terrible matanza. El 15 de Enero Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron asesinados por las tropas leales del SPD. Con el baño de sangre de los obreros de Berlín y el asesinato de los principales dirigentes del KPD, se decapitó el movimiento y el arma feroz de la represión se abatió sobre los obreros. El 17 de Enero fue prohibida la publicación de la Rote Fahne. El SPD intensificó su campaña demagógica contra los Espartaquistas y justificó su orden de asesinar a Rosa y a Karl: «Luxemburgo y Liebknecht... han caído víctimas de sus propias tácticas terroristas... Liebknecht y Luxemburgo habían dejado de ser socialdemócratas desde hace mucho tiempo, porque para los socialdemócratas las leyes de la democracia son sagradas y ellos las rompieron. Por haber quebrado esas leyes teníamos que combatirlos y todavía debemos hacerlo... Así pues el aplastamiento de la sublevación espartaquista significa para todo nuestro pueblo, y particularmente para la clase obrera, un acto de salvación, algo que estábamos obligados a hacer por el bienestar de nuestro pueblo y por la historia».

Lo que los Bolcheviques habían logrado durante las jornadas de Julio de 1917 en Rusia: impedir una insurrección pre­matura, a pesar de la resistencia de los anarquistas, para poder dedicar toda su fuerza a un levantamiento victorioso en Octubre, el KPD no logró hacerlo en Enero del 19. Uno de sus dirigentes más importantes, Karl Liebknecht sobreestimó la situación y se dejó influenciar por la oleada de descontento y de cólera. La mayoría del KPD vio la flaqueza y la inmadurez del movimiento, pero no pudo evitar la matanza.

Como lo declaró un miembro del gobierno el 3 de Febrero de 1919: «Desde el principio la victoria de la gente de Espartaco era imposible, porque, gracias a nuestra prepara­ción, les forzamos a una insurrección inmediata».

Con la matanza del proletariado en Berlín, se había dañado el corazón del proletariado y después del baño de sangre causado por los cuerpos francos en Berlín, pudieron éstos dirigirse hacia otros centros de resistencia proletaria en otras regiones de Alemania porque al mismo tiempo, en algunas ciudades aisladas unas de otras, se habían proclamado repúblicas desde principios de Noviembre de 1918 (el 8 en Baviera, el 10 en Brunswick y en Dresde, el 10 en Bremen), como si la dominación del capital pudiera ser derrotada con una serie de insurrecciones aisladas y dispersas. Así, las mismas tropas contrarrevolucionarias marcharon sobre Bremen en Febrero. Después de haber provocado otro baño de sangre, procedieron de la misma manera en el Ruhr, en Alemania central en Marzo, y en Abril 100 000 contrarrevolucionarios marcharon sobre Baviera para aplastar la «República de Baviera». Pero aun con esas matanzas la combatividad de la clase no fue inmediatamente apagada. Muchos desempleados se manifestaron en las calles a todo lo largo del año 1919 y hubo aún gran cantidad de huelgas en diferentes sectores, luchas contra las cuales la burguesía no vaciló en enviar a la tropa. Durante el pronunciamiento del general Kapp, en Abril de 1920, y durante las revueltas en Alemania central (1921) y en Hamburgo (1922), los obreros siguieron manifestando su com­batividad, hasta en 1923. Pero la derrota de la sublevación de Enero de 1919 en Berlín, las matanzas que hubo en muchas ciudades de Alemania durante el invierno de 1919, interrum­pieron la fase ascendente; el movimiento, despojado de dirección y de corazón, había sido decapitado.

La burguesía había logrado detener la extensión de la revo­lución proletaria en Alemania impidiendo que la parte central del proletariado se uniera a la revolución. Después de otra serie de matanzas en los movimientos de Austria, de Hungría, de Italia, los obreros en Rusia se quedaron aislados y expuestos a los ataques de la contrarrevolución. La derrota de los obreros en Alemania abrió el camino a una derrota internacional de toda la clase obrera y preparó el terreno a un largo período de contrarrevolución.

Algunas lecciones de la Revolución Alemana

Fue la guerra quien precipitó a la clase obrera hacia esa insurrección internacional; pero al mismo tiempo de ello resultó que:

  • el final de la guerra eliminó la primera causa de la moviliza­ción de la mayor parte de los obreros;
  • la guerra dividió profundamente al proletariado, particularmente al final, entre los países «vencidos» en donde los obreros se lanzaron al asalto de la burguesía nacional, y los países «vencedores» en donde el veneno nacionalista de la «victoria» abrumó al proletariado.

Por todas esas razones debe quedar claro para nosotros hoy cuán desfavorables fueron las condiciones de la guerra para el primer asalto a la dominación capitalista. Sólo los ingenuos pueden creer que hoy el estallido de una tercera guerra mundial sería un terreno más fértil para un nuevo asalto revolucionario.

A pesar de las especificidades de la situación, las luchas en Alemania nos han legado muchas enseñanzas. La clase obrera hoy no está dividida por la guerra, el desarrollo lento de la crisis ha impedido incendios espectaculares de luchas. En las innumerables confrontaciones de hoy, la clase adquiere más expe­riencia y desarrolla su conciencia (aunque ese proceso no sea lineal, sino más bien sinuoso).

Sin embargo, ese proceso de toma de conciencia sobre la naturaleza de la crisis, las perspectivas del capitalismo, la necesidad de su destrucción, se opone exactamente a las mismas fuerzas que ya estaban en acción en 1914, 17, 18, 19: la izquierda del capital, los sindicatos, los partidos de izquierda y sus perros guardianes, los representantes de la extrema izquierda del capital. Son ellos quienes, junto a un capitalismo de Estado mucho más desarrollado y de su aparato de represión, impiden que la clase obrera plantee más rápidamente la cues­tión de la toma del poder.

Los partidos de izquierda y los izquierdistas, como los So­cialdemócratas que en aquella época asumieron el papel de ver­dugo de la clase obrera, se presentan hoy como amigos y defen­sores de los obreros, y los izquierdistas como los sindicalistas «de oposición» tendrían también en el futuro la responsabili­dad de aplastar a la clase obrera en una situación revolucionaria.

Aquellos que, como los trotskistas, hablan hoy de la nece­sidad de llevar esos partidos de izquierda al poder, para desen­mascararlos mejor, aquellos que proclaman que esas organiza­ciones, aunque hayan traicionado en el pasado, no están inte­gradas en el Estado y que se pueden volver a conquistar o hacer presión sobre ellas para «cambiar su orientación», entretienen las peores ilusiones sobre esos gángster. El papel de los «izquierdistas» no es solamente sabotear las luchas obreras. La burguesía no dejará eternamente a la izquierda en la oposición; en el momento apropiado pondría a los izquierdistas en el go­bierno para aplastar a los obreros.

Mientras que en aquella época muchas de las debilidades de la clase obrera se podían explicar por el paso reciente del capi­talismo a su fase de decadencia, lo que no había dejado tiempo para clarificar muchas cosas, hoy en día no se puede admitir duda alguna, después de setenta años de experiencia, sobre:

  • la naturaleza de los sindicatos,
  • el veneno del parlamentarismo,
  • la democracia burguesa y el simulacro de liberación nacio­nal.

Los revolucionarios más claros demostraron ya en aquella época el papel peligroso de esas formas de lucha típicas de los años de prosperidad histórica del capitalismo. Toda confusión o ilusión sobre la posibilidad de trabajar en los sindicatos, sobre la utilización de las elecciones parlamentarias, toda tergiversa­ción sobre el poder de los consejos obreros y el carácter mundial de la revolución proletaria, tendrán consecuencias fatales.

El que los Espartaquistas, junto con los Radicales de Izquier­da de Bremen, Hamburgo y Sajonia, hayan hecho un trabajo de oposición heroico durante la guerra, no quita que la fundación tardía del partido comunista fue una debilidad fatal para la clase. Hemos tratado de mostrar el contexto histórico general que la explica. Ahora bien, la historia no está sometida a ningún fatalismo. Los revolucionarios tienen un papel consciente que desempeñar. Debemos sacar todas las lecciones de los aconte­cimientos de Alemania y de esa oleada revolucionaria en general. Hoy toca a los revolucionarios no lamentarse sin cesar sobre la necesidad del partido, sino constituir los fundamentos reales de la construcción del partido. No se trata de au­toproclamarse «dirigentes», como lo hacen actualmente una docena de organizaciones, sino de continuar el combate por la clarificación de las posiciones programáticas, asumirse como vanguardia en las luchas cotidianas de la clase -lo que requiere hoy como ayer, la denuncia vigorosa del trabajo que hace la izquierda del capital y mostrar las perspectivas amplias y con cretas de la lucha de la clase. La verdadera precondición para llevar a cabo esa tarea es asimilar todas las lecciones de la oleada revolucionaria, particularmente los acontecimientos de Alemania y de Rusia. Volveremos a tratar las lecciones de los acontecimientos de Alemania sobre la cuestión del partido en un próximo número de esta Revista.

Dino

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