Guerra, militarismo y bloques imperialistas II

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En la primera parte de este artículo pusimos en evidencia el carácter perfectamente irracional de la guerra en el período de decadencia del capitalismo. Mientras que en el siglo pasado, pese a las destrucciones y matanzas que ocasionaban, las guerras eran un medio en el avance del capitalismo, favorecían la conquista del mercado mundial y estimulaban el desarrollo de las fuerzas productivas del conjunto de la sociedad, las guerras del siglo XX no son, en cambio, sino la expresión extrema de la barbarie en que la decadencia del capitalismo hunde a la sociedad. Esa primera parte del artículo ponía de manifiesto, en particular, que las guerras mundiales, pero también las múltiples guerras localizadas, al igual que todos los  gastos militares devorados en su preparación y mantenimiento, no pueden ser considerados como el precio a pagar por el desarrollo de la economía capitalista, sino que se inscriben de forma exclusivamente negativa en el balance de dicha economía en su conjunto; al ser el principal resultado de las contradicciones sin solución que minan la economía, las guerras son un factor poderoso de agravación y aceleración de su hundimiento. En fin de cuentas, la absurdez total de la guerra en nuestra época queda ilustrada por el hecho de que una nueva guerra generalizada, que es la única perspectiva que el capitalismo es capaz de proponer pese a todas las campañas pacifistas actuales, significaría pura y simplemente la destrucción de la humanidad.

  Otra demostración del carácter completamente irracional de la guerra en el período de decadencia del capitalismo, expresión de lo absurdo que es para el conjunto de la sociedad la supervivencia de ese sistema, es el hecho de que el bloque que, en última instancia desencadena la guerra, acabe siendo el  “perdedor” (eso si cabe decir que haya un “ganador”). Así, en Agosto de 1914 son Alemania y Austria-Hungría quienes declaran la guerra a los países de la “Entente”. Igualmente, en septiembre de 1939, es la invasión alemana de Polonia la que abre las hostilidades en Europa mientras el bombardeo japonés de la flota norteamericana en Pearl Harbour en diciembre de 1941 fue la causa inmediata de la entrada en guerra de Estados Unidos.

La postura suicida del capitalismo decadente

  La postura suicida de los países que, al fin y al cabo, iban a ser los principales perdedores de la conflagración mundial no puede explicarse evidentemente por la “locura” de sus dirigentes. En realidad, esa aparente locura en la dirección de los asuntos de esos países no es más  que la traducción de la locura general del sistema capitalista actual; esta postura suicida es ante todo la del capitalismo en su conjunto desde que entró en su época decadente y no hace más que agravarse a medida que se hunde en esa decadencia. Más precisamente, la conducta “irracional” de los futuros “perdedores” de las guerras mundiales no hace sino expresar dos realidades:

  • el carácter ineluctable, cuado falla el obstáculo de las luchas proletarias, de la guerra generalizada como
  • culminación de la exacerbación de las contradicciones económicas del modo de producción capitalista;
  • el hecho de que la gran potencia que más empuja hacia el enfrentamiento general es la menos dotada en el reparto del botín imperialista y que, por lo tanto, tiene el mayor interés en cuestionar ese reparto.

  El primer punto forma parte del patrimonio clásico del marxismo desde principio de siglo. Es uno de los fundamentos de toda la perspectiva de nuestra organización sobre el período actual y ha sido ampliamente desarrollado en otros artículos de nuestra prensa. Lo que queremos señalar especialmente aquí es la ausencia de un control verdadero de ese fenómeno por parte de la clase dominante. De la misma forma que todos los esfuerzos, todas las políticas de la burguesía por intentar superar la crisis de la economía capitalista no pueden evitar su agravación inexorable, todas las gesticulaciones de los gobiernos, incluidos los que intentan “sinceramente” preservar la paz, no pueden detener el engranaje que conduce a la humanidad hacia la carnicería generalizada, derivando el segundo fenómeno del primero.

  En efecto, ante el callejón sin salida total en el que se encuentra el capitalismo y el fiasco de todos sus remedios económicos, incluso los más brutales, la única vía que tiene abierta la burguesía para intentar salir del atolladero es la huída hacia delante por otros medios, igualmente ilusorios, que no pueden ser más que militares. Desde hace ya varios siglos, la fuerza de las armas es uno de los instrumentos esenciales de la defensa de los interese capitalistas. Especialmente mediante guerras coloniales, este sistema ha abierto el mercado mundial creando cada potencia burguesa un coto privado donde vender sus mercancías y abastecerse de materias primas. La explosión del militarismo y de la fabricación de armamentos a finales del siglo pasado expresó el fin de este reparto del mercado mundial entre las grandes (e incluso las pequeñas) potencias burguesas. Desde entonces, para cada una de ellas, un crecimiento (y por tanto la preservación) de su parte de mercado pasa necesariamente por el enfrentamiento con las demás potencias y los medios militares que en un primer momento bastaban para dominar a las poblaciones indígenas, armadas con lanzas y flechas, se multiplicaron y perfeccionaron a gran escala para poder enfrentarse a otras naciones industriales. Desde aquella época, e incluso la descolonización ha dado lugar a otras formas de dominación imperialista, este fenómeno no ha hecho sino amplificarse hasta adquirir proporciones monstruosas que han transformado completamente sus relaciones con el conjunto de la sociedad.

  En efecto, en la decadencia capitalista sucede con la guerra y el militarismo lo mismo que con otros instrumentos de la sociedad burguesa y especialmente de su Estado. En el origen éste es un instrumento de la sociedad civil (de la sociedad burguesa en el caso del Estado burgués) para asegurar un cierto  “orden” en su seno e impedir que los antagonismos que la dividen no la lleven a la dislocación. Con la entrada del capitalismo en su época de decadencia, con la amplificación de las convulsiones del sistema, se desarrolla el fenómeno del capitalismo de Estado en el que éste adquiere un peso sin cesar creciente hasta absorber el conjunto de la sociedad civil, hasta convertirse en el principal patrón o incluso en el único. Aunque continúa siendo un órgano del capitalismo, y no a la inversa, en tanto que representante supremo del sistema, como garante de su preservación, tiende a librarse del control inmediato de los distintos sectores burgueses en la mayor parte de sus funciones, para imponerles sus propias necesidades globales y su lógica totalitaria. Lo mismo ocurre con el militarismo que constituye un componente esencial del Estado y cuyo desarrollo es justamente uno de los factores fundamentales de intensificación del capitalismo de Estado. De ser en un principio simple medio de la política económica de la burguesía, adquiere con el Estado y en su seno cierto nivel de autonomía y tiende cada vez más, con la amplificación de su función en la sociedad burguesa, a imponerse a ella y a su Estado.

  Esta tendencia a la colonización del aparato estatal por la esfera militar se ilustra especialmente por la importancia del presupuesto de los ejércitos en el presupuesto total de los Estados (suele ser en general la partida más elevada). Pero no es ésa la única manifestación; en realidad, es el conjunto de los asuntos del Estado lo que sufre de forma masiva el control del militarismo. En los países más débiles, este control toma a menudo la forma de dictaduras militares pero no por ello es menos efectivo en los países donde un personal especializado de políticos dirige el Estado, de la misma forma que la tendencia al capitalismo de Estado no es menos fuerte en los países donde, a diferencia de los llamados “socialistas”, no hay una identificación completa entre el aparato económico y el aparato político del capital. Por otra parte, incluso en los países más desarrollados, no faltan ejemplos, desde la 1ª Guerra Mundial, de participación de los militares en las instancias supremas del Estado: papel eminente del General Groener, primer jefe de Estado Mayor, como inspirador de la política del canciller socialdemócrata Ebert en la represión de la revolución alemana de 1918-19, elección del mariscal Heindenburg para la presidencia de la República en 1925 y 1932 (quien llamará a Hitler para la cancillería en 1933), nombramiento del mariscal Petain en 1940 y del general De Gaulle en 1944 y 1958 para la jefatura del Estado francés, elección del general Eisenhower en 1952 y 1956 etc. Mientras que en el marco de la “democracia” el personal y los partidos políticos suelen cambiar en la cumbre del Estado, el estado mayor y las jerarquías militares gozan de una notable estabilidad lo que no puede sino reforzar su poder real.

  Debido a esta dominación del militarismo sobre la sociedad a medida que las “soluciones” a la crisis preconizadas y puestas en práctica por los aparatos económicos y políticos de la sociedad burguesa manifiestan su impotencia, las “soluciones” específicas promovidas por los aparatos militares tienden a imponerse cada vez más. Es así como podemos entender el acceso al poder del partido nazi en 1933: este partido representaba con la máxima determinación la opción militarista frente a la catástrofe económica que golpeaba Alemania de forma particularmente aguda. Así, a medida que el capitalismo se hunde en la crisis se le impone de forma creciente, irreversible e incontrolable, la lógica del militarismo aunque éste no esté ni más ni menos capacitado que las demás políticas para proponer (como hemos visto en la primera parte de este artículo) la menor solución a las contradicciones económicas del sistema. Y esta lógica del militarismo en un contexto mundial en el cual todos los países están dominados por ella, en el que el país que no prepara la guerra, que no emplea los medios militares que se imponen, se convierte en víctima de los demás, no puede conducir más que a la guerra generalizada aunque ésta no aporte a todos los beligerantes sino masacres y ruinas e incluso la destrucción total.

  Esta presión hacia el enfrentamiento generalizado se ejerce tanto más fuertemente sobre las grandes potencias que se han visto menos favorecidas en el reparto del botín imperialista mientras que las mejor dotadas tienen mucho más interés en preservar el statu quo. Por eso en la 1ª Guerra mundial las dos potencias que más empujaron hacia el enfrentamiento guerrero fueron Rusia y sobre todo Alemania siendo el bloque dominado por esta última el que más se comprometió en el conflicto porque Alemania, aunque se había convertido en la primera potencia económica europea, tenia un imperio colonial de tamaño inferior a los de Bélgica o Portugal. Esta situación es todavía más clara cuando la 2ª Guerra mundial, pues la posición de Alemania se había agravado mucho más, debido a que el tratado de Versalles de 1919 no sólo le había despojado de sus escasas posesiones coloniales sino además de una parte de “su” territorio nacional. Igualmente, Japón destruye en 1941 la flota americana del Pacífico con la esperanza de ampliar en este océano su imperio colonial que estimaba insuficiente frente a las exigencias de su poderío económico (sólo contaba con Manchuria desde 1937 a expensas de China). Es así como son los bandidos imperialistas que precipitan la guerra debido a la estrechez de su “espacio vital” lo que en fin de cuentas están menos capacitados para ganarlas:

  • porque disponen de menos bases territoriales y económicas que sus adversarios;
  • porque su ofensiva, en un mundo enteramente repartido entre las grandes potencias burguesas, no puede sino consolidar la unión entre las que están “ya instaladas” (como fue por ejemplo el caso de Francia y Gran Bretaña cuyas rivalidades en África a fines del siglo pasado fueron finalmente superadas frente a la amenaza común representada por Alemania).

  En cantidad de aspectos, la URSS y su bloque se encuentran  hoy en situación similar a la de Alemania en 1914 y 1939. En particular, la causa principal de la situación que han padecido ambas potencias es su llegada tardía al desarrollo industrial y el mercado mundial lo que las obliga a contentarse con las migajas de las potencias imperialistas más antiguas (como Francia e Inglaterra especialmente) en el reparto del pastel imperialista. Sin embargo, es preciso notar una diferencia importante entre la Rusia de hoy y la Alemania de antaño. Aunque, como Alemania en 1914 y 1939, la URSS es hoy la 2ª potencia económica del mundo (aunque en términos de PNB ha sido superada por Japón) se distingue de aquel país porque no posee una industria y una economía de vanguardia. Al contrario: en este dominio adolece de un retraso considerable e insuperable. Aquí reside uno de los fenómenos más destacados de la decadencia capitalista: la imposibilidad para los capitales nacionales recién llegados de alzarse al nivel de desarrollo de las potencias ya instaladas. El crecimiento industrial de Alemania tiene lugar a finales del siglo XIX cuando el capitalismo conoce su máxima prosperidad lo que permite hacer de la economía de este país la más moderna del mundo. En cambio, el crecimiento industrial de la Rusia actual tiene lugar en plena decadencia del capitalismo (finales de los años 20, principios de los 30), agravado además por las terribles destrucciones provocadas por la guerra mundial y por la guerra civil que siguió a la revolución. Por ello, este país no ha sido jamás capaz de salir realmente de su subdesarrollo y se encuentra  entre los países más atrasados de su propio bloque[1].

  Así, a la menor extensión de su imperio se añade, para Rusia, unas debilidades económicas y financieras enormes respecto a su rival occidental. Este desnivel económico es aún más evidente a escala de los dos bloques: así, entre las 8 primeras potencias (según su PNB), 7 forman parte de la OTAN o son como Japón aliados seguros de USA. En cambio, los aliados de Rusia del Pacto de Varsovia se sitúan respectivamente en los lugares 11, 13, 19, 32, 40 y 45. Estas debilidades se repercuten en toda una serie de dominios en el período actual.

  Una de las consecuencias primordiales de la superioridad económica y especialmente de las EEUU consiste en la variedad de medios de que dispone para asentar y mantener su dominación imperialista. Así, Estados Unidos puede establecer su dominio tanto sobre los países gobernados por regímenes “democráticos”, como los que están en manos del ejército, de partidos únicos o incluso de partidos de corte estalinista. En cambio, Rusia no puede controlar más que regímenes directamente a su imagen (¡y aún con dificultades!) o regímenes militares que disponen del apoyo directo de las tropas del bloque.

  Igualmente, el bloque occidental puede hacer un amplio uso, junto a la baza militar, de la economía en el control de sus vasallos (ayudas bilaterales, intervención de organismos como el FMI o el Banco Mundial). Este no es el caso de la URSS que no tiene ni ha tenido jamás los medios para jugar semejante baza. La cohesión de su bloque se basa únicamente en la fuerza militar.

  Así, la debilidad económica del conjunto del bloque ruso explica su situación estratégica netamente desfavorable a escala mundial: sus medios limitados no le han permitido jamás librarse verdaderamente del cerco que le impone el bloque USA. Ello explica que incluso en lo estrictamente militar –que es lo único que le queda- no ha tenido jamás la menor posibilidad de enfrentar victoriosamente a su rival.

  En efecto, mientras que Alemania a principios de siglo o en los años 30 pudo, gracias a su potencial industrial moderno, tener momentáneamente, antes de los enfrentamientos decisivos cierta superioridad militar frente a sus rivales, la URSS y su bloque, debido a su atraso económico y tecnológico, han estado siempre retrasados respecto al bloque americano desde el punto de vista del armamento. Además, este retraso se ha agravado por el hecho de que, después de la 2ª Guerra mundial  -como manifestación de la acentuación constante de las grandes tendencias de la economía capitalista-  el mundo entero no ha podido disfrutar del menor instante de pausa en los conflictos localizados y en los preparativos militares, contrariamente a lo que prevaleció después de la 1ª Guerra mundial.

  Desde la 2ª Guerra mundial, Rusia no ha podido más que ir corriendo  -y de lejos- tras la potencia militar del bloque del Oeste sin jamás conseguir igualarlo[2]. Los enormes esfuerzos que ha consagrado a las armas, especialmente en los años 60-70, si bien le han permitido cierta paridad en algunos dominios (por ejemplo, en la potencia de fuego nuclear), han tenido como consecuencia una agravación aún más dramática de un retraso industrial y de su fragilidad frente a las convulsiones de la crisis económica mundial. En cambio, no le han permitido preservar las posiciones (a excepción de Indochina) que las guerras de descolonización (llevadas contra los países del bloque del Oeste) le habían permitido conquistar en Asia (China) y África (Egipto).

  En el tránsito entre los años 70 y los 80 se produce una modificación importante del contexto general en el que se han desplegado los conflictos imperialistas desde el final de la guerra fría. En la base de esta modificación se sitúa la evidencia cada vez más neta del callejón sin salida de la economía capitalista cuya recesión de 1981-83 constituye una ilustración particularmente clara. Ese atolladero económico no puede sino acelerar fuertemente la carrera ciega de todos los sectores de la burguesía mundial hacia la guerra (ver, en particular, el artículo “ años 80, años de la verdad” en la Revista Internacional, nº 20).

La  ofensiva  del bloque  americano

  En ese contexto, asistimos a una modificación cualitativa de los conflictos imperialistas. Su principal característica estriba en una ofensiva general del bloque USA contra el bloque ruso. Una ofensiva que Carter  -con su campaña sobre los “derechos humanos” y sus decisiones clave en el plano de los armamentos (sistema de misiles MX, euromisiles, fuerza de intervención rápida) puso las bases y ha sido ampliamente desplegada por Reagan con aumentos considerables en los presupuestos militares, envío de cuerpos expedicionarios a Líbano en 1982, a la isla de Granada en 1983, el despliegue del dispositivo llamado “Guerra de las galaxias” y, más recientemente, bombardeos de Libia en 1986 y despliegue de la flota USA en el golfo Pérsico.

  Esta ofensiva busca rematar el cerco de la URSS, despojándola de todas las posiciones que ha podido conservar fuera de su zona de influencia directa. Esa ofensiva pasa por la expulsión definitiva de Rusia de Oriente Medio -hoy ya realizada con la inserción de Siria a mediados de los 80 en los planes imperialistas occidentales-, por meter en cintura a Irán y su reinserción en el dispositivo americano como una pieza importante. Tiene por ambición continuar con la recuperación de la antigua Indochina. Quiere conseguir el estrangulamiento de Rusia, retirándole su estatuto de potencia mundial.

  Una de las características más destacadas de esta ofensiva es el empleo cada vez más masivo por parte del bloque USA de su potencia militar, especialmente mediante el envío de cuerpos expedicionarios norteamericanos o de otros países centrales del bloque (Francia, Gran Bretaña e Italia principalmente) al campo de enfrentamientos, como pudo verse en Líbano en 1982 y en el Golfo Pérsico en 1987. Esto corresponde a que la baza económica, empleada abundantemente en el pasado para quitar posiciones al adversario, no basta ya:

  • a causa de las ambiciones actuales del bloque USA;
  • a causa de la agravación de la crisis mundial que crea una situación de inestabilidad interna en los países del tercer mundo en los que se apoyaba el bloque USA.

  Sobre esto último, los acontecimientos de Irán han sido de lo más revelador. El hundimiento del régimen del Sha y la parálisis que ello ocasionó en el dispositivo militar de los USA en la región permitió a Rusia marcar puntos en Afganistán, instalando sus tropas a unos cientos de kilómetros de los “mares calientes” del Océano Indico. Eso convenció a la burguesía norteamericana para organizar su fuerza de intervención rápida y reorientar su estrategia imperialista, decisiones que la explotación del asunto de los rehenes de la embajada norteamericana en Teherán, en 1980, pudo hacer tragar fácilmente a una población traumatizada.

  La situación actual se diferencia, por lo tanto, de la anterior de la 2ª Guerra Mundial, pues es hoy el bloque mejor dotado el que está a la ofensiva:

  • porque dispone de una enorme superioridad militar y, especialmente un avance tecnológico;
  • porque al prolongarse la crisis durante mucho más tiempo que en los años 30 sin que pueda desembocar en conflicto generalizado, aquélla provoca y amplía un despliegue mucho mayor de preparativos militares para los cuales el bloque económico más poderoso está evidentemente más capacitado
    Eso, sin embargo, no quita de que al fin y al cabo sería el bloque más débil el que desencadenaría el conflicto generalizado. Para Rusia, lo que está en juego es considerable. Para ella lo que hay al cabo de la actual ofensiva del bloque USA es la alternativa de vida o muerte. En fin de cuentas, si el bloque USA pudiera llevar hasta su término su ofensiva actual (lo cual presupone que la lucha de clases ha dejado de ser una traba) no le quedará a Rusia más alternativa que la de echar mano de los terribles medios de la guerra general:
  • porque, por regla general, un bloque no capitula jamás sin antes haber usado los medios militares que tiene a su alcance, salvo en caso de de verse impedido por la lucha de clases;
  • porque una capitulación de la URSS significaría el hundimiento del régimen y la expropiación completa de la burguesía actual al estar ésta totalmente integrada en el Estado, a diferencia de la burguesía alemana que pudo adaptarse a la victoria de los aliados y al cambio de régimen político.

  Aunque, en fin de cuentas, el esquema de 1914 y 1939 sigue siendo válido en lo esencial, o sea que es el bloque menos favorecido el que da el paso decisivo, lo que hemos de presenciar en el período actual es un avance progresivo del bloque USA, el cual va a seguir marcando puntos, contrariamente a los años 30 durante los cuales era Alemania la que iba avanzando (Anschluss en 1937, Munich en 1938, Checoslovaquia en 1939). Ante ese avance es de prever una resistencia encarnizada por parte del bloque ruso en todos los lugares donde pueda hacerlo, lo cual va concretarse en una continuación de enfrentamientos militares en los que el bloque va a comprometerse cada vez más directamente. De ahí que, si bien la baza diplomática va a seguir jugándose, va a ser más bien el resultado de una relación de fuerzas obtenida de antemano en el terreno militar. Eso es lo que ha sucedido recientemente con la firma, el 8 de diciembre de 1987, del acuerdo de Washington entre Reagan y Gorbachov sobre los misiles de de “alcance intermedio” (entre 500 y 5500 Km.) y las negociaciones que continúan actualmente sobre una eventual retirada de tropas rusas de Afganistán. En caso de que se produjera esa retirada, sería el resultado del atolladero en que se ha metido la URSS desde que USA abastece abundantemente a la guerrilla con material ultramoderno como los misiles tierra-aire Stinger que provocan daños considerables en los aviones y helicópteros rusos.

  En cuanto a los acuerdos sobre la eliminación de los euromisiles cabe señalar que son también el resultado de la presión militar ejercida por EEUU sobre su adversario, especialmente mediante la instalación de los cohetes Pershing II y los misiles de crucero en varios países de Europa Occidental (Gran Bretaña, RFA, Holanda, Bélgica e Italia) desde noviembre de 1983. El que este acuerdo resulte principalmente de una iniciativa rusa y que el número de misiles y cabezas nucleares suprimidos por la URSS sea más elevado que por la parte americana (857 misiles y 1667 cabezas contra 429 y las mismas cabezas) ilustra claramente que es Rusia la que se encuentra en situación de debilidad, especialmente porque sus cohetes SS20 son mucho menos precisos que los Pershing II que pueden golpear objetivos situados a una distancia de 1800 Km., por no hablar de los misiles de cruceros que tras 3000 Km. de vuelo son todavía más precisos.

Para el director de orquesta del bloque occidental, la operación es tanto más interesante por cuanto la retirada de sus propios euromisiles no implica ni retirada ni parada en el despliegue de los de sus aliados: de hecho, tras los acuerdos de Washington se esconde la voluntad americana de cargar sobre sus socios europeos una parte del enorme fardo militar. Esa mayor implicación de estos países en el esfuerzo de defensa del bloque se ha manifestado de manera patente durante el verano del 87 con su participación, en muchos casos masivos, en la flota occidental desplegada en el golfo Pérsico. A finales del 87 se ha vuelto a confirmar más claramente todavía, con la decisión franco-británica de construir en común un misil nuclear de más de 500 Km. de alcance y, también, con las maniobras militares conjuntas franco-alemanas que prefiguran una mayor integración de los ejércitos de todos los países de Europa del Oeste. Y de nuevo, con la reciente cumbre de la OTAN en marzo del 88 en la que todos sus miembros se han comprometido a modernizar regularmente su armamento, o sea aumentar más y más los gastos militares.

  Los acuerdos de Washington no significan, por lo tanto, el menor cuestionamiento de las características generales de los antagonismos imperialistas que hoy dominan el mundo. La supresión de los euromisiles no es más que un granito de arena en la colosal capacidad de destrucción de que disponen las grandes potencias. Pese al espantoso potencial de destrucción que representan las 2100 bombas atómicas que van a ser eliminadas (cada una de ellas más potente que la que destruyó Hiroshima en Agosto del 45) eso no es sino una mínima parte de las más de 40000 bombas listas para ser lanzadas por misiles de todo tipo instalados en tierra o a bordo de aviones, submarinos o barcos; eso sin contar todos los obuses nucleares, probablemente decenas de miles que pueden ser disparados por 6800 cañones.

La clase obrera debe combatir las ilusiones pacifistas

  Si los acuerdos de Washington ni siquiera implican una reducción sensible del inmenso potencial de destrucción que poseen las grandes potencias, tampoco significan ni mucho menos, la apertura de un proceso de desarme y desaparición de la amenaza de guerra mundial. El “recalentamiento” actual en las relaciones entre los dos “grandes”, las zalamerías que se hacen mutuamente Reagan y Gorbachov, que han venido a sustituir las rociadas de insultos de hace unos años, no significan que la “cordura” esté empezando a imperar en las relaciones internacionales en detrimento de la “locura” que sería el enfrentamiento entre las dos `potencias:

  “En realidad, los discursos pacifistas, las grandes maniobras diplomáticas, las Conferencias internacionales de todo tipo, han formado siempre parte de los preparativos burgueses hacia la guerra imperialista (como lo demostraron, por ejemplo, los acuerdos de Munich en 1938, un año antes del inicio de la IIª Guerra Mundial). Se alterna con discursos belicistas con los cuales tienen una función complementaria. Mientras que estos últimos tienen por misión hacer aceptar a la población y en especial a la clase obrera los enormes sacrificios exigidos por el aumento sin límites del armamento, de prepararla para la movilización general, los primeros tienen por función la de hacer aparecer a cada Estado como “amante de la paz”, que “ no tendría ninguna culpa en la agravación de las tensiones”, a fin de justificar a continuación la “necesidad” de la guerra contra el otro que “cargaría con toda la responsabilidad”.” (Resolución sobre la situación internacional del VIIº Congreso de la CCI en Revista Internacional 49/51).

  Podríamos además precisar que el ejemplo de la conferencia de Munich que se presentó como un “gran paso hacia la paz en Europa”, después de todo un período de tensiones diplomáticas y despliegue de discursos belicistas, nos ha enseñado que los períodos pacifistas de la propaganda burguesa no significan en ningún caso que el peligro de guerra sea menos inminente que durante los períodos belicistas. En realidad, la función específica de cada uno de esos dos tipos de campañas hace que se utilicen los discursos pacifistas en vísperas de un desencadenamiento de los conflictos para así sorprender más fácilmente a la clase obrera y paralizar la menor resistencia por su parte, mientras que los discursos belicista corresponden a la fase anterior de desarrollo del esfuerzo armamentístico.

  Aunque el desencadenamiento de una IIIª Guerra Mundial no está actualmente al orden del día, por la sencilla razón de que el proletariado de hoy no ha sido derrotado sino que, al contrario, se encuentra en un período histórico  de desarrollo de sus luchas “hemos asistido en los últimos años a una alternancia entre discursos belicistas y pacifistas por parte de la Administración de  Reagan, cuyo “extremismo” de los primeros años de su mandato, destinado a justificar el enorme crecimiento de los gastos militares así como las diversas intervenciones en el exterior, ha dado paso a una “apertura” frente a las iniciativas soviéticas, desde que quedó afirmada la nueva orientación de crecimiento de los preparativos militares y convenía dar prueba de “buena voluntad”.” (Ídem).

  El que el principal destinatario de esas campañas sea el proletariado mundial queda ilustrado por el momento en que se ha desarrollado cada una de ellas. El punto culminante de la campaña belicista se sitúa al iniciarse los años 80 cuando la clase obrera acababa de sufrir una derrota importante concretada y agravada por la represión de los obreros polacos en diciembre de 1981. Lo que entonces predominaba en la clase obrera era un sentimiento de impotencia y de fuerte desorientación. En aquel contexto, las campañas belicistas promovidas por los diferentes gobiernos, los discursos guerreros cotidianos, aunque también provocaron entre los obreros una inquietud justificada ante las terribles perspectivas que el sistema “propone” a la humanidad, el principal resultado que tuvieron fue el de aumentar el sentimiento de impotencia, la desesperanza entre ellos, transformándolos en presa fácil para las grandes y embaucadoras manifestaciones pacifistas organizadas por las fuerzas de izquierda en la oposición. En cambio, la campaña pacifista de los gobiernos occidentales orquestada por Reagan se despliega en 1984 justo después de que toda una serie de luchas masivas en Europa demostraran que la clase obrera estaba saliendo de su momentáneo desamparo y volviendo a tomar confianza en sí. En una situación así, la inquietud provocada por los discursos guerreros no produce en los obreros un sentimiento de impotencia, sino que, al contrario, pude acelerar en ellos la toma de conciencia de que sus luchas actuales contra los ataques económicos del capitalismo son el único obstáculo verdadero contra el desencadenamiento de otra guerra mundial, son las primicias en el camino de la destrucción de este sistema inhumano. Las campañas pacifistas actuales intentan precisamente conjurar ese peligro. Al no poder hacer que los obreros acepten con fatalismo la perspectiva de un nuevo endurecimiento de los conflictos imperialistas y las espantosas consecuencias que ello acarrea, la burguesía intenta adormecerlos, haciéndoles creer que la “sabia cordura” de los dirigentes de este mundo es capaz de poner término a la amenaza de una IIIª Guerra mundial.

  De hecho, la idea esencial que se preponen meter en las mentes obreras esos dos tipos de campañas con argumentos diferentes, es que los problemas fundamentales de la vida de la sociedad y, en particular, la cuestión de la guerra, se dirimen sin que la clase obrera tenga la menor posibilidad de aportar su propia respuesta como clase. Los revolucionarios debemos defender permanentemente la idea opuesta: todas las conferencias de “paz”, todos esos acuerdos entre los bandidos imperialistas, toda esa “sabia cordura” de los hombres de Estado, no resuelven absolutamente nada; sólo la clase obrera puede impedir que la crisis actual desemboque en una carnicería imperialista mundial y por lo tanto, en destrucción de la humanidad, sólo la clase obrera, destruyendo al capitalismo, puede liberar a la humanidad de la plaga de la guerra.

  Ahora que la burguesía occidental está haciendo todo lo posible por ocultar la auténtica gravedad del envío de la flota al Golfo Pérsico (pues contiene en perspectiva una nueva agravación del conflicto entre los dos bloques), ahora que aquélla presenta la última cumbre de la OTAN como un llamamiento a la continuación del desarme y a la acentuación de las tensiones cuando en realidad son todo lo contrario, ahora que Gorbachov se presenta por todas partes y de forma ostensible como “gran campeón de la paz”, incumbe a los revolucionarios recordar y señalar, como este artículo se ha propuesto hacer, la dimensión y lo ineluctable, en el capitalismo, de la barbarie en que este sistema está hundiendo y hundirá a la sociedad. Le incumbe reforzar la denuncia de las ilusiones pacifistas, siguiendo así el combate librado por sus mayores desde el siglo pasado: “Las fórmulas del pacifismo: desarme universal bajo el capitalismo, tribunales de mediación etc. aparecen no sólo como una utopía reaccionaria sino como una verdadera engañifa contra los trabajadores, para desarmar al proletariado y desviarlo de su verdadera tarea de desarmar a los explotadores” (Lenin: Programa del Partido Bolchevique).

F.M.


[1] Nuestra Revista ha puesto ampliamente en evidencia el retraso considerable que Rusia no consigue superar (véase el Informe sobre la situación internacional del III Tercer Congreso de la CCI en la Revista Internacional nº 37).

[2] Es, además, uno de los elementos que explican por qué los conflictos de la “guerra fría” a finales de los 40 y principios de los 50 no degeneraron en conflagración mundial: los fracasos de Rusia en sus intentonas en Berlín (bloqueo de Berlín Oeste entre Abril 48 y Mayo del 49 roto por un puente aéreo organizado por los occidentales) y en Corea (invasión de Corea del Sur por Corea del Norte en Junio de 1950 con la respuesta de las tropas americanas y que termina en armisticio en julio del 53, por el cual  Corea del Norte pierde una parte de su territorio) han demostrado que, ya desde entonces, no tenía los medios a la altura de sus objetivos. Los intentos posteriores de la URSS por mejorar sus posiciones se han saldado en la mayor parte de los casos en fracaso. Así ocurrió, por ejemplo, con su tentativa de instalar en Cuba cohetes nucleares amenazando directamente el territorio norteamericano. Los discursos sobre la pretendida superioridad militar del Pacto de Varsovia sobre la OTAN, sobre todo en Europa, son pura propaganda. En 1982, la batalla aérea en la Bekaa libanesa fue concluyente: 82 aviones derribados por Israel, equipado con material USA, contra 0 por Siria equipada con material URSS. En Europa, la OTAN no necesita la cantidad de aviones y tanques con que cuenta el Pacto de Varsovia para disponer de una superioridad aplastante.

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