Submitted by Revista Interna... on
Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía” y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Los acontecimientos del año pasado pusieron en primer plano de la actualidad a la Autonomía Obrera (especialmente en Italia), nueva encarnación del demonio para la burguesía. Pero también pusieron en evidencia la manera en que ese “medio autónomo” ha perdido todo motivo para reclamarse de la clase obrera. Efectivamente, hoy se habla del “área de la autonomía”[1] y no ya de la Autonomía Obrera. Esta se ha convertido en un espumoso montón de toda clase de franjas de la pequeña burguesía: desde estudiantes hasta actores callejeros, de las feministas a los profesores sin empleo fijo, todos unidos en la exaltación de su propia “especificidad” y en el rechazo asustado de la naturaleza de la clase obrera como única clase revolucionaria de nuestra época. En ese pantano, los autónomos “obreros” se distinguen por un radicalismo mayor sobre los principales problemas políticos de hoy: ¿Cómo se deben utilizar los cocktails molotov? ¿a la defensiva o a la ofensiva? ¿Hacia dónde se debe apuntar el P-38, esa mítica llave maestra del comunismo, a las piernas de los policías o más arriba? Existe, sin embargo, en esa degeneración total, una reacción en las tentativas críticas de las concepciones confusionistas e inter-clasistas, de elementos que han conservado una visión más clasista. Hay que saludar a esas tentativas pero hay que denunciar también los graves peligros que corren estos últimos al considerar esas desviaciones como “incidentes de recorrido” y concluir que es posible “volver a empezar”.
Este artículo trata esencialmente de la Autonomía Obrera en Italia porque es fundamentalmente allí donde ese movimiento se ha desarrollado. Pero sus conclusiones se aplican igualmente a los partidarios de la búsqueda del nuevo “rollo” político, “la autonomía”, partidarios que han aparecido en el mundo. En esta contribución a la discusión, analizamos las bases teóricas mismas de la Autonomía Obrera, indicando como se fundan en realidad en el rechazo del materialismo marxista y dejan la puerta abierta a todas las degeneraciones que acabarían manifestándose más tarde.
Será también con la crítica más radical del movimiento de Autonomía Obrera y de todos sus errores que mañana el proletariado en su lucha volverá a encontrar el contenido político de su autonomía de clase.
Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las manifestaciones de las luchas obreras se modifican profundamente, porque los largos combates que a veces duraron años para obtener mejoras como la jornada de 8 horas, etc, pierden su sentido a causa de la imposibilidad de obtener mejoras verdaderas en un sistema que ya no puede ofrecer nada. En el periodo de decadencia, las luchas obreras se caracterizan por explosiones imprevisibles y a menudo muy fuertes, seguidas por largos periodos de calma aparente mientras se preparan nuevas explosiones.
En Italia ha siso particularmente difícil comprender esa naturaleza discontinúa de la respuesta obrera a la crisis a causa de la extraordinaria continuidad de las luchas que abrió el “otoño caliente del 69” que continuó en 70-71 el “otoño rampante” y que terminó con los últimos sobresaltos del “otoño del 72 a marzo del 73” (ocupación de la Fiat-Mirafiori). En este último periodo de lucha, los grupos extra-parlamentarios se caracterizaron claramente como perros guardianes (sindicatos) del capital y perdieron gran parte de la influencia que habían ganado en los años 69 en los sectores obreros más combativos.
“Los convenios de 1972-73 son, desde ese punto de vista, el límite extremo tras el cual los grupos no hicieron sino ir sobreviviendo” (Potere Operaio n°50, noviembre del 73).
Los grupos autónomos de fábrica tienen su origen en la desconfianza que tienen a los grupúsculos, pero esa desconfianza no llega a ser una oposición a su contenido político. Por diferentes que sean los motivos de los grupos e individuos que se han reconocido en el medio de la autonomía, existe un punto común entre todos: la tendencia a centrar sus preocupaciones en el punto de vista obrero. Sin embargo, es justamente en ese punto - la concepción clasista de la lucha política - en él que el medio autónomo falla más claramente. Junto con la desaparición o, peor, la transformación en nombres sin sentido de la gran mayoría de los grupos autónomos obreros, se vio un desarrollo increíble de una autonomía que, lejos de ser obrera, posee una sola unidad: la de la negación de la clase obrera como eje fundamental de sus preocupaciones.
Feministas y homosexuales, estudiantes angustiados por la pérdida de la ilusión de encontrar empleo en la administración local o en el profesorado, artistas “alternativos” en crisis por falta de compradores, forman un frente único para reivindicar su “especificidad” y su preciosa autonomía con respecto a la asfixiante dominación obrera en los grupos extra parlamentarios (¿¡!!). Al contrario de lo que escriben los periódicos burgueses, esos movimientos marginales no representan las “cien flores” de la primavera revolucionaria sino algunas de las mil y una trampas purulentas de esta sociedad en degeneración. El año pasado, el proceso de degeneración llegó a tal nivel que ciertos elementos más “clasistas” se ven ahora obligados a tomar ciertas distancia con respecto al medio autónomo y comenzar un proceso de crítica de las experiencias pasadas. Aunque esas tentativas sean positivas, contienen en sí mismas profundos límites: denuncian solamente las posiciones del marginalismo que son más fácilmente criticables, para oponerles oposiciones “clasistas” como posiciones obreras, sin poner en tela de juicio ninguno de los fundamentos sobre los que se basa el área de la autonomía.
Este artículo se propone, pues, ajustarle las cuentas a las bases teóricas de la autonomía y mostrar cómo el marginalismo, aunque se diga “obrero”, no es solamente su hijo bastardo y degenerado sino que representa su conclusión lógica e inevitable. Con ese fin analizaremos la teoría de la “crisis de dirección” que se encuentra a la base de todas las posiciones políticas del “Área della Autonomía”
En la base de la «crisis de dirección»
el rechazo del catastrofismo económico marxista
Si el largo periodo de prosperidad de finales del siglo XIX pudo dar raíz a toda una serie de teorías sobre el paso general del capitalismo al socialismo con la elevación de la conciencia de los trabajadores, la entrada del sistema en su fase decadente con la primera guerra mundial marca la confirmación histórica de las viejas fórmulas “catastróficas” de Marx sobre el colapso inevitable de la economía mercantil. Entonces se volvió claro que una sola alternativa se plantea a la humanidad: revolución o reacción y la revolución no es “lo que tiene que hacer tal o cual proletario o aun el proletariado entero en un momento dado sino lo que se verá obligado a hacer” (Marx). Es por eso que después de la derrota de la ola revolucionaria de los años 20 y el paso de la Internacional Comunista a la contrarrevolución, los grupos revolucionarios nacientes defendieron siempre el principio marxista de que “una nueva ola revolucionaria surgiría de una nueva crisis” (Marx). Sin embargo la ausencia de resurgimientos de la lucha proletaria después de la segunda guerra mundial según el esquema de Octubre Rojo y también el período de salud del capital debido a la reconstrucción después de la guerra, dispersó a esas pequeñas fracciones condenándolas en la mayoría de los casos a desaparecer.
Como producto de ese nuevo período, se vieron surgir nuevas teorías que pretendían superar la visión marxista de las crisis y, como lo hacía el grupo “Socialismo ou Barbarie”[2] en Francia, afirmaban que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas. Las conclusiones anti-marxistas de “Socialismo ou Barbarie” se propagaron a través de toda una serie de grupos entre los cuales uno de los más conocidos fue sin duda la Internacional Situacionista.
Mayo del 68 fue el canto del cisne de esa posición: la reaparición del movimiento obrero en la escena de la historia, cuando la crisis no se había desplegado todavía con toda su amplitud, hizo creer a esos infelices que el movimiento no tenía base económica: “Respecto a los escombros del viejo ultra-izquierdismo no trotskista (…) ahora que han reconocido una crisis revolucionaria en Mayo, les queda probar que había allí, en la primavera del 68 esa crisis económica invisible. Tratan de hacerlo sin temer el ridículo, publicando curvas sobre el aumento del desempleo y de los precios”. Internationale Situationniste n° 12-Diciembre de 1969.
Efectivamente, para los teóricos de la “Sociedad del espectáculo”, sólo una crisis espectacular podía ser visible. Los marxistas, en cambio, no necesitan esperar que la evidencia de las cosas se imponga en las portadas de la prensa o llegue a penetrar en el cerebro de los notables de la burguesía, para reconocer y saludar la inminencia y la amplitud de la nueva crisis. Aunque estuviesen alejados del centro del mundo capitalista, un puñado de compañeros, en Venezuela, “ultra-izquierdistas” escribía en Enero de 1968 en su revista, Internacionalismo: “El año 67 nos dejó la caída de la libra esterlina y 68 nos trae las medidas de Johnson (…). No somos profetas y no pretendemos saber cuándo y de qué manera los acontecimientos futuros van a tener lugar. En cambio estamos seguros de que es imposible detener el proceso que atraviesa actualmente el capitalismo con reformas o devaluaciones, o con otro tipo de medidas económicas capitalistas y que inevitablemente, ese proceso lo conduce hacia la crisis. Así mismo, el proceso inverso, el del desarrollo de la combatividad de la clase, que esta surgiendo actualmente, va a conducir al proletariado a una lucha sangrienta y directa con vista a la destrucción de los Estados burgueses”.
La irrupción en la escena histórica de la clase obrera a partir de 1968 les quita a los partidarios de la “fiesta revolucionaria”, toda posibilidad de hablar en su nombre: en 1970, la Internacional Situacionista se disuelve en una orgía de exclusiones recíprocas; a partir de allí, las explosiones periódicas de revueltas que expresa la descomposición de la pequeña burguesía no lograron nunca constituir ni siguiera una Internacional Situacionista. Todas las expresiones posteriores sólo lograron ser puro folklore.
El voluntarismo de color obrero y la «crisis de dirección»
La entrada en la escena histórica de la clase, además de la desaparición de los situacionistas y de los diversos “contestatarios”, impone renovar las teorías sobre el control de la crisis para tomar en cuenta la nueva realidad. En vez de negar simplemente la posibilidad de la crisis (¿cómo se podría hacer eso ahora?) se revaloriza el lado activo de la tesis: puesto que el capitalismo controla la crisis económica, lo que le abre paso a la verdadera crisis económica es la crisis de eso control mismo con la ayuda de la acción obrera[3].
Ese tema, que ya estaba presente en los últimos textos de los situacionistas entre las cartas pastorales sobre la “crítica de vida cotidiana”, se convierte en el eje de las posiciones de nuestros nuevos “social-bárbaros” que serán pues “marxistas” y “obreros”. Es significativo que en Francia, la tentativa abortada de creación sobre esta base de una “izquierda marxista por el poder de los consejos de trabajadores” en 1971 haya surgido del grupo “Poder Obrero”, heredero “marxista” de “Socialismo ou Barbarie”.
En Italia, esas posiciones las expresaba fundamentalmente el grupo “Potere Operaio” y vamos a analizar esas concepciones[4].
El grupo parte del reconocimiento del carácter todo poderoso del “cerebro teórico del capital”, manipulador experimentado de una sociedad sin crisis: “después de 1929, el capital aprende a controlar el ciclo económico, a apoderarse de los mecanismos de la crisis, a no dejarse aplastar y a utilizarlos de manera política contra la clase obrera”, para proponer esta solución: “el objetivo estratégico de la lucha obrera más dinero y menos trabajo lanzado contra el desarrollo, ha verificado el teorema del cual partimos hace diez años: introducir un nuevo concepto de crisis del Estado del capital, ya no crisis económica espontánea por sus contradicciones internas, sino crisis política provocada por los movimientos subjetivos de la clase obrera, por sus luchas reivindicativas”[5].
Después de haber negado que “una nueva ola revolucionaria vendrá solamente después de una nueva crisis”, todavía queda por explicar por qué esta subjetividad obrera decidió despertarse en 1968-69 y no, por ejemplo, en 1954 o 1982. Las explicaciones sobre los orígenes del ciclo de las luchas revelan toda la incomprensión, o, mejor dicho, el desconocimiento, por parte de Potere Operaio, de la historia del movimiento obrero.
La derrota de los años 20, la expulsión y luego la exterminación de los compañeros por la Internacional pasada a la contrarrevolución, todo eso no existe según Potere Operaio, puesto que todo eso sale de los limites de la fábrica. Para PO, el hecho central es la introducción del trabajo en cadena, que “descalifica a todos los obreros, y hace retroceder la ola revolucionaria” y sería solamente en los años 30, por no haber comprendido la reestructuración del aparato productivo que se hizo en base a las teorías económicas de Keynes, cuando las organizaciones históricas se encontraron supuestamente “al interior del proyecto capitalista”. Después de haber planteado así el problema, después de haber rechazado la experiencia histórica de la clase, no vale la pena preguntar porqué fue solamente en 68 que los obreros aprendieron “(…) que una nueva sociedad y una vida nueva son posibles, que un mundo nuevo, libre, están al alcance de la lucha”. Bastará con responder: ”¿En dónde están esas condiciones objetivas si no es en la voluntad política subjetiva, organizada, de recorrer hasta el final la vía revolucionaria?” (PO n° 38-39 mayo de 1971). Sobre tal base, la proposición organizativa que PO le hace a todas las vanguardias no podrá más que fundarse en el desprecio más absoluto de toda la autonomía real de la clase obrera que se considera como cera blanda en las manos del partido que, para gran consolación, “se sitúa dentro de la clase”: “Hemos combatido siempre la basura oportunista que llamaba espontaneismo” a la espontaneidad, en vez de llamar impotencia a su propia incapacidad para dirigirla y a doblegarla a un proyecto organizativo, o una dirección de partido” (PO n° 38-39 pág.4,).
El centro de las contradicciones de PO es que, cuando habla del partido como fracción de la clase, no se refiere a la organización que se agrupa alrededor de un programa claro, una base política clara, a los elementos más concientes que se van a formar en las luchas obreras, independiente de su origen social; se refiere a una capa, a un porcentaje de la clase que, desde un punto de vista sociológico, es “el obrero-masa, la vanguardia de masa de la lucha contra el trabajo”. El menchevique Martov defendía contra el bolchevique Lenin la tesis de que “cada huelguista es miembro del Partido. Los “bolcheviques” de PO renovaron a Martov: “Cada huelguista duro es miembro del partido”. El Partido no es más que un gran comité de base y su único problema es el someter a la hegemonía del “obrero-masa” la pasividad y la resistencia de ciertas capas de la clase.
Para despertar a los obreros, hay que darles el plan organizativo ya listo: “¿Por qué (…) tiene el sindicato todavía en manos la gestión de las luchas? Solamente a causa de su superioridad organizativa. Se trata pues de un problema de gestión. Un problema de realización de un mínimo de organización a partir del cual la posibilidad de gestión del combate es creíble y aceptable”. Cuando se superpone el Partido a las fracciones combativas de la clase, es inevitable que, frente al reflujo progresivo del combatividad, el Partido se substituya cada vez más a la clase, en una progresión “completamente subjetiva de ascetismo y de militarización”.
La formación del «área de la autonomía» y la disolución de «Potere Operario»
Las luchas obreras del otoño del 72 que se terminaron con la ocupación de la Fiat-Mirafiori en marzo del 73 provocaron, por un lado, una pérdida de credibilidad de los grupúsculos izquierdistas entre los obreros (lo que condujo a la extensión de organismos autónomos) y, por otro lado a la crisis interna de PO. Se critica la línea hipervoluntarista y militarizada porque teoriza que: “la estructura militar es la única capaz de llevar acabo una labor revolucionaria, negando la lucha de la clase y el papel político de los comités obreros”. (PO n° 50, noviembre del 73).
Sin embargo, esa denuncia no llega a atacar las bases teóricas de esa degeneración y se presenta más bien como reafirmación de las tesis de PO que como una critica de éstas.
Efectivamente, a lo que se asiste es a una renovación de la vieja tesis para explicar en cierto modo por qué, en ausencia de luchas obreras, las crisis se va a agravar en todos los países: si antes, se insistía sobre la crisis provocada por las vanguardias, ahora la tesis que tiene más posibilidades de ganar, es la tesis de la crisis provocada “a propósito” por los capitalistas. “Los capitalistas gritan y eliminan la crisis económica cada vez que les parece necesario, siempre con el fin de derrotar a la clase obrera” (“De las luchas al desarrollo de la organización autónoma obrera” de las Asambleas autónomas Alfa-Romeo y Pirelli y Comité de lucha Sit-Siemens, mayo del 73).
Una vez más, se rehúsa sacar un balance de la experiencia histórica del proletariado conformándose con “reírse justamente de la forma del partido propia de la Tercera Internacional”. Cuando la clase reflexiona sobre su propio pasado, no lo hace para reírse de él o para llorar sino para comprender sus errores y, en base a sus experiencias, trazar una línea que sea de clase y de demarcación del enemigo de clase. El proletariado revolucionario no se “ríe” del “marxismo-leninismo trasnochado de Stalin” para glorificar mejor al “renovado” por Mao Tsé Tung: los denuncia a los dos como armas de la contrarrevolución. Es justamente eso lo que nuestros neo-autonomistas no quieren hacer: “Desde ese punto de vista, rechazamos la distinción dogmática (?!) entre leninismo y anarquismo: nuestro leninismo es el “Estado y la Revolución”, y nuestro marxismo-leninismo es el de la revolución cultural china” (PO n° 50, pág.3).
¿Cuál es, en conclusión, el papel de los revolucionarios?
“Debemos ser capaces de reunir y organizar a la fuerza obrera, no substituirnos a ella”[6]. Esta frase representa el límite infranqueable que la Autonomía Operaia no pudo superar jamás, es decir, considerar substicionistas solamente a las concepciones según las cuales la revolución la hacen los diputados con reformas o los estudiantes “militarizados” con los cocktails molotov. En cambio, es substitucionista aquel que niega la naturaleza revolucionaria de la clase obrera, con todo lo que eso significa. Cuando se dice que la tarea de los revolucionarios es la de organizar a la clase, se niega justamente la capacidad de la clase para auto-organizarse con respecto a todas las otras clases de la sociedad. Los consejos obreros de la primera ola revolucionaria fueron creados espontáneamente por las masas proletarias; lo que Lenin hizo, después de 1905 no fue organizarlos, sino reconocerlos y defender en su seno las posiciones revolucionarias del Partido.
Si “la organización, el Partido, se basa hoy en la lucha”, una vez que la lucha se ha terminado, ¿Cómo se puede justificar la supervivencia de ese partido sin caer en el substitucionismo? Las vanguardias, los revolucionarios, no se agrupan alrededor de la lucha sino alrededor de un programa político y es sobre la base de éste que, como producto de las luchas, se convierten a su vez en factor activo de éstas, sin depender de los altibajos del movimiento, ni querer llenarlos con su obra “organizativa” llena de buena voluntad. La incapacidad de ver que clase y organización revolucionaria son dos realidades distintas pero no opuestas, se encuentra a la base de las concepciones substitucionistas que, todas, identifican partido y clase. Si los leninistas identifican la clase al partido, los autónomos (descendientes inconscientes del consejismo decadente) no hacen más que poner las cosas al revés al identificar el partido con la clase. Esta incapacidad es el síntoma de una ruptura incompleta con los grupos izquierdistas y eso se expresa de manera evidente en la Asamblea Autónoma de Alfa-Romeo, que llega a teorizar un reparto de tareas según el que, los grupos políticos hacen las luchas políticas (es decir: derechos políticos y civiles, anti-fascismo, en pocas palabras: todo el arsenal de mistificaciones anti-obreras) y los organismos autónomos, las luchas en las fábricas y las oficinas. Todo eso es lógico para aquellos que piensan que: “la capacidad de sacar de la cárcel a Valpreda mediante el voto se convertía en un momento de lucha victoriosa contra el Estado burgués (¡)” (Alfa-Romero; diario obrero de la lucha 1972-73, por la asamblea autónoma, Octubre de 1973).
Como lo hemos visto, la Autonomía Operaia partía de bases un poco más confusas que PO, cuando los cambios de situación le exigían que fueran mucho más claras. Todos esos empujes proletarios que expresaban, con confusión, una reacción sana a la práctica .. miserable de los izquierdistas, estaban destinados a dar vueltas sobre sí mismos y a perderse si se quedaban dentro de ese marco confuso.
Se sacan las cuentas: balance de una derrota
“En Italia, las jornadas de Marzo de 1973 en Mirafiori son la sanción oficial del paso a la segunda fase del movimiento, de la misma manera que las jornadas de la Plaza de Estado fueron la primera fase. La lucha armada preconizada por la vanguardia obrera en el movimiento de masa constituye la forma superior de la lucha obrera… El deber del partido es el de desarrollar en una forma molecular, generalizada y centralizada, esta nueva experiencia de ataque”. (PO Noviembre del 73). Con esas palabras llenas de ilusiones beatas en la “formidable continuidad del movimiento italiano”, PO anunciaba su propia disolución en el “Área de la autonomía” y la inminente centralización de esta área como: “fusión de voluntad subjetiva, capacidad de combatir el ciclo de las luchas dominadas por la patronal y por los sindicatos, para imponer, al contrario, la iniciativa del ataque” (PO n° 50, 1973). Como se puede ver, la regla cambia pero las viejas ilusiones sobre la posibilidad de poner en pié ciclos de luchas obrera por pura voluntad mueren difícilmente. Pero para las ilusiones, Mirafiori 73 no fue el trampolín hacia la extensión de un nuevo nivel de la lucha armada sino el último sobresalto del movimiento antes de entrar en un largo periodo de reflujo. ¿Cómo explicar esa interrupción en la formidable continuidad del movimiento italiano? Recordando que es ésta una de las características típicas de las luchas obreras hoy en día, luchas que se desarrollan dentro del marco del capitalismo decadente, incapaz de mejorar en general las condiciones de vida de los trabajadores. Además, hasta las migajas que dieron durante el “boom” de la reconstrucción después de la segunda carnicería mundial, fueron recuperadas; la crisis económica abierta desde los años 60 vino a agudizar esta situación.
Con el primer hundimiento verdadero de la economía italiana, que ocurre justamente en 1973, el margen de maniobra, ya estrecho, de los sindicatos para pedir aumentos de salarios se estrecha de manera draconiana (es en ese momento que se derrumban las últimas ilusiones sobre un sindicalismo combativo, autónomo con respecto a los partidos, y sobre el papel de los consejos de fábricas). Cada vez más a menudo, las huelgas aunque sean largas y violentas se terminan sin que ninguna de las reivindicaciones de la clase obrera haya sido obtenida; en pocas palabras: los obreros descubren, derrota tras derrota, que para defender sus condiciones de vida, hay que atacar ahora directamente al Estado y que los sindicatos forman parte del mecanismo de éste. Para caracterizar esta fase que, con particularidades diferentes, se presentó en todos los países industrializados, hemos dicho a menudo que era como si la clase retrocediera frente a esos nuevos obstáculos para coger más vuelo. Esos años de pasividad aparente fueron años de maduración subterránea y el que creía que ese reflujo sería eterno, puede esperarse a tener algunas desilusiones. En realidad, la dificultad para defender victoriosamente sus propias condiciones de vida puede desorientar y desmoralizar a los obreros, pero, a la larga, los echará de nuevo a la lucha, con una rabia y una determinación cien veces mayor.
Frente al reflujo, las respuestas de la “autonomía” son esencialmente de dos tipos:
- La tentativa voluntarista de contrarrestar el reflujo con un activismo cada vez más frenético y cada vez más “susbtitucionista” respecto a la clase.
- El traslado gradual de la lucha, de la fábrica a nuevos terrenos de combate, “superiores”, claro.
Sobre esta diferenciación progresiva entre los “duros” y los “alternativos”, titubea y se quiebra el proyecto de centralización del “Área de la Autonomía” que ambiciosamente sacaron en el momento en que PO se fundía dentro de la constitución de Coordinadora nacional. Esas dos líneas fueron, a grandes rasgos, el terreno sobre el cual se desarrollaron las dos desviaciones simétricas, el terrorismo y el marginalismo, que terminan siempre confundiéndose.
Sin tener la pretensión de analizar a fondo esos dos “filones”, sobre los cuales volveremos a hablar seguramente, es importante demostrar que son el desarrollo lógico de su origen obrerista y no su negación.
“Cuando la lucha obrera empuja al capital a la crisis, a la defensiva, la organización obrera debe de tener instrumentos técnicamente preparados (sub. nuestro), sólidos, con los cuales se podrá extender, reforzar y empujar la voluntad de ataque de la clase … provocar, organizar la revolución ininterrumpida contra el trabajo, determinar y vivir, ya momentos de liberación …Tal es la tarea de la vanguardia obrera y nuestra concepción de la dictadura”.
Como se ve ya, Potere Operaio expresa claramente las posiciones de fondo están a la base de su “línea terrorista”.
- Por una parte, la visión de la crisis como impuesta por la lucha de clases.
- Por otra parte, la concepción de revolucionarios organizadores técnicos de la lucha de la clase; es por eso que les es necesarios “llegar a cierto tipo de organización” para ser creíbles cara a la clase obrera y poder rivalizar con los sindicatos en el terreno de la “gestión” de las luchas.
A medida que la oleada del 68 se deshilacha, se aumentan los “trucos” que un buen técnico de la guerrilla en fábricas tiene que conocer para conducir a sus compañeros de trabajo hacia la “tierra prometida”. Así nace y se desarrolla la mística de la “encuesta obrera”, es decir, del estudio, por parte de la vanguardia, de la estructura de la fábrica y del ciclo productivo para descubrir sus puntos débiles: bastará con tocarlos para bloquear el ciclo entero y “trancar” a los patronos. Pero, como de costumbre, lo que es bueno no es nuevo y lo que es nuevo no es bueno. La idea de golpear sin preaviso en el momento y en el lugar en donde causará más perjuicio a los patrones sin que haya muchas pérdidas para los obreros, esto no es una idea sino un descubrimiento práctico para la clase y tiene un nombre preciso: huelga salvaje. Lo que es nuevo es la idea y esto sí, no es más que una idea de que la huelga salvaje puede ser programada por las vanguardias, lo cual es una contradicción en los términos.
Se nos podría responder que todo eso es verdad pero que si no se conoce la fábrica, no se pueden unir las luchas de los diferentes servicios, se pierde uno, etc… Muy justo, pero no es seguro que sea con los “estudios” nocturnos de algunos militantes con lo que los obreros, los pintores de pistola, por ejemplo, aprenderán a orientarse en el taller de carrocería o en el de prensas. Es en el curso de la lucha en el que la clase resuelve prácticamente el problema de las rejas: arrancándolas.
Ese punto, que podría parecer secundario, muestra claramente que esa visión técnico-militarista considera la lucha de la clase bajo un ángulo erróneo. No es el hecho de tener en cada grupo a compañeros con planos de la fábrica en la mente lo que permite la unificación de las luchas; es la exigencia de unificarlas para salir de los callejones sin salida de las luchas sectoriales, lo que empuja a la clase a superar los obstáculos que se oponen a esa unificación. Para salir en manifestación y llamar a los obreros de otras fábricas, lo fundamental no es saber dónde está la salida sino haber comprendido que sólo la generalización de las luchas puede llevar a la victoria. En realidad, los obstáculos más temibles no son las rejas sino los que, dentro de la clase, se oponen con su demagogia a la maduración de la conciencia. El verdadero muro que hay que derrumbar es el que fabrican día tras día los delegados sindicales, los activistas de los partidos y de los grupúsculos “obreros”, es el muro invisible pero sólido que encierra al proletariado dentro del “pueblo italiano” y lo separa de sus hermanos de clase del mundo entero, es la cadena viscosa que lo liga a la suerte de la economía nacional en dificultad. Despojar esos obstáculos de sus disfraces demagogos y extremistas, denunciar su naturaleza contrarrevolucionaria, es ése el papel específico de los revolucionarios en la fábrica y fuera de ella, es ésa su contribución indispensable para forjar esa conciencia y esa unidad de clase que echarán abajo muchas otras puertas que las de Fiat (está claro que esto no tiene nada que ver con la idea que haría de los revolucionarios “consejeros” de la clase)
Se ha vuelto ahora tópico ver en las publicaciones de la Autonomía una crítica de las Brigadas Rojas porque “exageran” con su militarismo porque se cortan de las masas etc… lo que han hecho sencillamente las Brigadas Rojas es recorrer hasta el final la pendiente inclinada del voluntarismo en la tentativa imposible de responder con un “salto cualitativo” de las vanguardias a las nuevas dificultades del movimiento de clase.
El hecho de que todas las críticas de Autonomía Obrera a las Brigadas Rojas no hayan sido nunca sino las habituales lamentaciones oportunistas sobre el carácter prematuro de ciertas acciones, etc…, sin llegar nunca a lo esencial, no es pura casualidad; las raíces de esto se encuentran en las teorizaciones mismas de Autonomía Obrera: “Una teoría insurreccional ´Clásica´ ya no es aplicable a las metrópolis capitalistas; se revela superada así como está superada la interpretación de la crisis en términos de colapso …. La lucha armada corresponde a la nueva forma de crisis impuesta por la autonomía obrera así como la insurrección fue la conclusión lógica de la vieja teoría de la crisis como colapso económico”. (PO: Marzo de 1973)
No se puede rechazar el marxismo en nombre de la voluntad subjetiva de las masas y luego atreverse a criticar seriamente a aquéllos que, después de haberse autoproclamado “Partido combatiente” tratan de acelerar el curso de la historia aportando a las masas un poco de su propia “voluntad”. El militarismo de las Brigadas Rojas no es más que el desarrollo coherente y lógico del activismo obrerista de las demasiada célebres “encuestas obreras”.
Falta constatar que durante estos últimos meses tanta coherencia y previsión no impidió a las Brigadas Rojas el tener que perseguir, a golpes de comunicados y de llamados, a los jóvenes que sedujo el “partido del P.38” y a quienes no les pareció necesario pasar por las Brigadas Rojas para pasar a la lucha armada. Se podría hablar de aprendices de brujo incapaces de controlar fuerzas desencadenadas imprudentemente. Nada es más falso: esa incapacidad para controlar a los pistoleros metropolitanos es la prueba evidente de que no fue la “acción ejemplar” de las B.R. sino el proceso inexorable de la crisis económica lo que provocó la desesperación de amplias capas de la pequeña burguesía.
Los “destacamentos” de acero del “partido armado”, los “perros furiosos” del P.38 no pueden imponer nada, ni para bien ni para mal. Es la lógica de los hechos lo que los ha impuesto, será la lógica de los acontecimientos lo que los barrerá.
El marginalismo más allá de la lucha de clases, fuera de la historia
Mientras los “duros” se militarizan para substituirse al movimiento de reflujo en las fábricas, la mayor parte del movimiento autónomo anda en búsqueda de atajos más transitables hacia el comunismo. Dicho y hecho: el movimiento no está en reflujo, no señor. Lo que ocurre es que está atacando por otro flanco para despistar a los patronos. Y así, el “territorio” se convierte en el lugar “mágico”, “nueva dimensión de la Autonomía Obrera”.En realidad, el traslado de la lucha hacia el “nivel social” no facilita en absoluto el “desbordamiento de la iniciativa obrera de la fábrica hacia el territorio”. La lucha contra el aumento de los precios, de los alquileres y en general la lucha de los barrios, tiene que basarse en toda la población de los barrios. Efectivamente, sería absurdo y no podrían durar mucho tiempo que fueran solamente las familias obreras quienes practicaran la autoreducción del precio de la electricidad. Esto significa que la autonomía obrera, lejos de extenderse, va al contrario, a verse arrastrada por la pequeña burguesía e inmovilizada en medio y por la población. La tan alabada generalización de la lucha resulta ser el paso de la lucha por la defensa de las condiciones materiales de vida por los obreros a la lucha por derechos como ciudadanos.
La realidad histórica de las explosiones obreras es muy diferente: no hace surgir comités populares e interclasistas. Con su dinámica interna de clase, el proletariado, en los momentos cruciales de la lucha, encuentra en sí mismo la fuerza para superar los límites asfixiantes de la fábrica y de anunciar a sus patronos y servidores ese desbordamiento futuro al cual no podrá suceder ningún “regreso a la calma”. Petrogrado en 1917, Polonia en 1970, gran Bretaña en 1972, España en 1976, Egipto en 1977; es siempre en las grandes concentraciones obreras en donde se ha realizado la unificación del cuerpo colectivo del proletariado y la división del “pueblo unido” en dos campos distintos y opuestos.
Así pues, la lógica misma de esos diferentes movimientos “autónomos” ha sido la de una disolución progresiva del movimiento de las luchas en las fábricas, en las luchas pequeño burguesas y marginales.
Desde el territorio como “área de recomposición de Autonomía Obrera” a los círculos del proletariado joven, del poder obrero al poder de los “indios metropolitanos”, la trayectoria es conocida. Cada capa de la pequeña burguesía, atropellada por la crisis, se erige en “fracción de clase” y enarbola la bandera de su propia “autonomía”. Tomemos sólo un ejemplo, el del feminismo. En Italia, su “desarrollo de masas”, como el de todos los movimientos marginales, está ligado precisamente a la “crisis de los grupos” (izquierdistas), con la decepción que marca el reflujo de la lucha de clases, cuando el comunismo estilo “todo y en seguida” no vino a plantarse como el espíritu santo en las frentes voluntarias de los obreros de la Fiat-Mirafiori.
Al igual que todas las concepciones idealistas, el feminismo cree que son las ideologías las que determinan la existencia y no lo contrario. Es por eso que bastaría con negarse a efectuar las funciones impuestas para provocar la crisis de la sociedad burguesa. Cuando se trata de aplicar eso a la lucha de clase, lo que sale es simplemente una interpretación falsa (por ejemplo: es el rechazo del trabajo lo que determina la crisis económica) que se convierte en una ideología puramente reaccionaria. Es la afirmación por parte de cada capa “oprimida” de la sociedad de su propia autonomía lo que pondrá en tela de juicio la “dirección capitalista”.
No es por casualidad si la “nueva manera de hacer política” que descubrieron las feministas consistió principalmente en crear pequeños grupos de “auto-conciencia”!! Es ese el destino de cada “categoría” de la sociedad burguesa, jóvenes, homosexuales, etc): ser totalmente importantes frente a la historia y también incapaces de forjarse una conciencia histórica y terminar refugiándose en la “autoconciencia” de su propia miseria. Si el proletariado es la clase revolucionaria de nuestra época, no es porque fue convencido por los socialistas y que se acostumbró a esa idea, sino por su situación practica en el centro de la producción capitalista.
“Si los autores socialistas le atribuyen al proletariado ese papel histórico mundial, no es, como lo pretende la crítica, porque consideramos a los proletarios como dioses. Es más bien lo contrario… Lo que importa no es saber lo que piensa tal o cual proletario, o aun el proletariado entero… sino lo que se verá obligado históricamente a hacer, conforme a su ser”. (Marx y Engels “La Sagrada Familia”)
El que las mujeres no sean una capa social capaz de conducir la lucha de la clase viene, sencillamente, de que no son ni una clase, ni una fracción de clase, sino una de las numerosas categorías que el capital opone entre sí (división en razas, sexos, naciones, religiones, etc) para tratar de diluir la contradicción central que solamente el proletariado puede resolver.: “(El proletariado) no puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones inhumanas de existencia de la sociedad actual…” (Marx y Engels “La Sagrada Familia”).
Es precisamente porque se dirige a las mujeres, es decir, a una categoría que frente a la crisis se divide inexorablemente en dos, a lo largo de la frontera de clase por lo que el feminismo resulta ser para el capital una mistificación de segunda categoría, incapaz para desviar a una cantidad considerable de proletarios de la línea de combate de su clase. Para que tenga alguna utilidad, el feminismo debe ser solamente una simple carta bien barajada en el juego tramposo del capital con su mejor base. : “la alternativa popular y de izquierda”, la única capaz de desviar todavía al proletariado.
El destino de todos esos movimientos marginales está ya marcado. Durante la primera carnicería mundial, las sufragistas inglesas suspendieron toda agitación acudiendo al llamamiento del Estado burgués, para salvaguardar el interés superior de la patria, reemplazando como voluntarias a los hombres del frente. A las sufragistas modernas del capital no se los reserva una actitud menos repugnante.
«¡Comprender enseguida, volver a empezar!; volver a empezar…, pero ¿Qué?
Los acontecimientos de estos últimos meses han mostrado que el peligro de no ir hasta el final de la crítica no era producto de nuestra invención. En un texto distribuido en Milan que se llamaba, de manera muy significativa, “Comprender todo en seguida, volver a empezar! “, se leía:
“Si alguien tuvo ilusiones sobre el carácter inmediato y lineal del enfrentamiento, hoy eso se acabó. Muchos sectores del movimiento han enfrentado el choque de clase con una rudeza y con ilusiones insurreccionales, con formas de luchas tan rápidas y espontáneas como incapaces de plantear el problema real en el enfrentamiento. El Estado, su estructura, no se barren, como un fantasma, en un instante… Las masas compañeros ! no se movilizan en un mañana, a golpe de varita mágica.” (subrayado por nosotros) (octavilla firmada por diferentes comités obreros y comités maoístas).
Los hechos son testarudos decía Marx y esta evidencia así como la naturaleza de los perros guardianes de la “legalidad democrática” de los grupúsculos izquierdistas, ha comenzado a imponerse en el interior del movimiento. Pero el peligro está en la ilusión de que se puede comprender todo en seguida, y en volver a comenzar la misma cosa al día siguiente. “El peso de los muertos pesa en la cabeza de los vivos”. No es reconociendo simplemente que se cometieron algunos errores, sino haciendo una crítica radical, la manera como lo que queda vivo en la Autonomía obrera podrá quitarse de la cabeza y del corazón el fantasma obsesionante del obrerismo.
En las discusiones con militantes de la Autonomía Obrera, se llega siempre al mismo punto: “Está bien, tenéis razón, pero ¿qué se puede hacer?”. Compañeros, la ambigüedad cesa inmediatamente si, como elemento de la vanguardia se toman todas las responsabilidades frente a la clase. Y esto no se puede hacer más que con un programa claro y una organización militante. Pero un programa no es una plataforma sindical alternativa al “contrato social” del año. Es una plataforma política que delimita claramente las fronteras de clase que la experiencia histórica del proletariado ha evidenciado. ¿Comprender enseguida? Pero, durante mucho tiempo Autonomía Obrera apoyó a China roja, a la “lucha antiimperialista” etc. Y hoy que China se ha desenmascarado, que en Camboya “liberada” reina el terror, ¿cómo reacciona Autonomía Obrera? pues muy sencillamente, no habla más de eso. Compañeros, si no se comprende todo eso, si no se llega a integrar todos esos hechos “misteriosos” en un conjunto coherente de posiciones de clase sobre el capitalismo de estado, sobre las luchas de liberación nacional, sobre los países “ socialistas”, etc., se construye sobre arena y se engaña al proletariado.
Nuestro propósito no es hacer citas, pontificar, sino trabajar con tenacidad en lo que es hoy la tarea fundamental de los revolucionarios: el reagrupamiento internacional para preparar la batalla futura y decisiva. Llevar a cabo ese papel no significa para nosotros ir a cazar militantes para reforzar nuestras filas, sino dar de manera organizada y militante nuestra propia contribución y estímulo al proceso todavía confuso y descontinuó de clarificación que está haciéndose en el movimiento de la clase. Es esa clarificación la que reforzará las filas de los revolucionarios. No tenemos atajos que ofrecer; no existen. Si alguien tiene todavía la ilusión de que es posible transformar cualquier coordinación de los comités de base en partido revolucionario, se le pasará rápido; ya se ha perdido demasiado tiempo.
BEYLE
(Publicado en RIVOLUZIONE INTERNAZIONALE, N° 8 de Abril 1977 y N° 10 de Septiembre de 1977)
[1] El área de la autonomía se puede comprender como la zona de influencia de las ideas autónomas en que se mueven sus diferentes elementos
[2] Escisión del trotskismo en los años 50.
[3] Para un análisis de la interpretación marxista de la crisis, ver el folleto “La decadencia del capitalismo”
[4] No queremos sostener que haya una descendencia directa entre “Socialismo ou Barbarie” y “Potere Operaio”; lo que es interesante, en cambio, es subrayar que las posiciones que los militantes y simpatizantes de PO han comprendido siempre como producto de la reanudación de la lucha de clases, no son más que versiones obreristas de las viejas posiciones en degeneración que florecieron sobre la derrota de la clase obrera. Por otra parte, hay que recordar que PO fue el único grupo italiano que expresó, aunque fuera de manera muy confusa, esa reanudación de la lucha obrera y que su infortunado fin no debe olvidar que los otros grupos terminaron en el parlamento.
[5] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.
[6] Las citas provienen del panfleto “Alle avanguardie per il Partito”, elaborado por el secretario nacional de PO en Diciembre de 1970.