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La burguesía ha vuelto a celebrar a su manera el sexagésimo aniversario de la Revolución de octubre de 1917:
- en Moscú, haciendo desfilar, a unos cuantos metros de la momia de Lenin y bajo un gigantesco retrato de Brezhnev, sus bombas termonucleares y sus carros de combate último modelo;
- en los países “occidentales”, saludando, con bombo y platillo en televisión y prensa y con las reservas de costumbre respecto del “Gulag”, las “grandes conquistas económicas de la URSS” y la “valentía ejemplar del pueblo ruso” durante la lucha contra el hitlerismo;
- y por todas partes, disfrazando sistemáticamente el verdadero significado de Octubre y presentando al monstruoso Estado ruso como su heredero directo.
Lo que en verdad ha celebrado el capitalismo en estos lugares no es la revolución de Octubre sino su muerte. Y todas esas pomposas celebraciones no perseguían otro objetivo que el de conjurar de una vez para siempre el espectro de la repetición de un acontecimiento similar.
Para el proletariado y, por tanto, para todos los revolucionarios recordar Octubre no implica ceremonia alguna. No necesitan enterrarlo. Para ellos Octubre sigue vivo. No como una estampa recordatorio de “tiempos heroicos” sino como una experiencia acumulada y por lo tanto una esperanza para los nuevos combates de la clase obrera. El homenaje que los revolucionarios pueden rendir a Octubre y a sus protagonistas no consiste en echar discursos ampulosos y estúpidos ni en pronunciar elogios fúnebres, sino en esforzarse por entender las enseñanzas que nos legó el proletariado, para poder fecundar con ellas los nuevos combates. Esta es la lucha que ya emprendió nuestra Revista Internacional y el conjunto de publicaciones de nuestra Corriente y que habrá que continuar de manera sistemática[1].
Un trabajo así sólo puede tener sentido si comprendemos la naturaleza real de la Revolución de octubre, si somos capaces de reconocer en ella una experiencia del proletariado –la más importante hasta hoy- y no una acción más de la burguesía, que es lo que pretenden ciertas corrientes políticas. Como es el caso del “consejismo”. Si no fuese así, Octubre no tendría más valor para la clase obrera que el que tuvo 1789 o Febrero de 1917. Significaría mucho menos que la Comuna de París de 1871. Esta es la razón por la que la condición previa para asimilar realmente las lecciones de Octubre es entender y defender tanto su carácter auténticamente proletario como el del partido que constituyó su vanguardia. Esta es la meta que se da el presente artículo.
Cuando la revolución estalla en Rusia, los revolucionarios son unánimes en saludarla como un primer paso hacia la revolución proletaria mundial.
Desde 1914, Lenin da la perspectiva: «En todos los países adelantados, la guerra está poniendo al orden del día la revolución socialista».Y durante toda la guerra no cesó de precisar los contornos:«No han sido nuestra impaciencia ni nuestros deseos sino las condiciones objetivas engendradas por la guerra imperialista las que han arrastrado a la humanidad entera a un atolladero, poniéndola ante el dilema: o dejar que sigan pereciendo millones de hombres y aniquilando toda la civilización europea o bien trasmitir el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, llevando a cabo la revolución socialista».
«Al proletariado ruso le ha correspondido el honor de inaugurar la serie de revoluciones engendradas con necesidad objetiva por la guerra imperialista. Y sin embargo, la idea de considerar al proletariado ruso como “el elegido” respecto a los demás, nos es completamente extraña…No son cualidades específicas, sino las condiciones históricas particulares lo que le han transformado por algún tiempo, quizás muy corto, en adelantado del proletariado revolucionario del mundo entero» (“Carta de despedida a los obreros suizos” -8 abril 1917”, Lenin). En V. I. Lenin: “La Revolución de 1917”, Tomo I, Editorial Cenit, S. A., Madrid, 1932.
Es exactamente esta misma perspectiva la que comparten los demás revolucionarios de entonces: Trotski, Pannekoek, Görter, Liebknecht o R. Luxemburgo. A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido la idea de que la Rusa era una “revolución burguesa”. Muy al contrario, fue combatiendo semejante idea como se separaron de los mencheviques y de los “centristas” del estilo de Kautsky. La historia se daría prisa en mostrar que semejante idea echaba a sus autores en brazos de la burguesía y contra la clase obrera. Se convirtió de hecho en la posición de los sectores más “a la izquierda” de la clase capitalista, quienes denunciaban, por ejemplo, el “aventurerismo de los bolcheviques”.
En el conjunto del movimiento obrero la solidaridad con los combates del proletariado ruso estuvo acompañada no sólo del reconocimiento del carácter proletario de Octubre sino, y sobre todo, de la comprensión de lo urgente que era generalizar la experiencia a todo el mundo; es decir, la destrucción del Estado burgués y la toma del poder por los Consejos Obreros (Soviets).
Como consecuencia de las grandes derrotas sufridas por el proletariado durante los años 20 (particularmente en Alemania) y ante el desarrollo en Rusia de una sociedad que destruía sus esperanzas, cierto número de revolucionarios, Otto Rühle entre otros, empezaron a abandonar la posición unánime sobre 1917. Fue en la época en la que en Alemania el Nacional-socialismo se convertía en el agente movilizador de las energías para una nueva guerra imperialista, en la que en las “democracias” el Antifascismo hacía el mismo trabajo en nombre de una nueva “defensa de la civilización” y en la que en la misma Rusia se reforzaba el “Socialismo en un solo país” (de hecho una de las formas más bárbaras del capitalismo), cuando fueron elaboradas, por algunas de las corrientes revolucionarias que se habían salvado del naufragio de la Internacional comunista, las teorías que consideraban a la Revolución de octubre como una revolución burguesa de “tipo particular”.
En 1934 se publicaban en los órganos (Raetekorrespondenz, nº 3; International Council Correspondance, volumen I, nº 3) del “movimiento comunista de Consejos” las “Tesis sobre el bolchevismo” en las que puede leerse:
«7. La tarea económica de la Revolución rusa era, en primer lugar, la de destruir el feudalismo agrario y acabar con la explotación de los campesinos que vivían bajo el sistema de servidumbre, a la vez que industrializaban la agricultura poniéndola al nivel de una producción moderna de mercancías. Y en segundo lugar la de hacer posible la aparición de una clase de verdaderos “trabajadores libres” liberando al desarrollo industrial de todo vestigio feudal. En otras palabras, de lo que se trataba para el partido bolchevique era de llevar a cabo las tareas de la revolución burguesa…”
«9. En lo político la revolución rusa tenía que dedicarse a las tareas siguientes: destrucción del absolutismo, abolición de la nobleza feudal y creación de una constitución política y de un aparato administrativo garantizadores políticos de la ejecución de la obra económica de la revolución rusa. En este sentido los objetivos políticos de la revolución rusa coincidían con sus premisas económicas…con los objetivos de la revolución burguesa». “Crítica del Bolchevismo”: A Pannekoek, K. Korsch, P. Mattick. Editorial Anagrama. Bcna. 1976.
Volvemos a encontrar aquí, casi palabra por palabra, las posiciones de los mencheviques, es decir, de los enemigos más peligrosos del proletariado. La diferencia notable está en que estos deducían de su análisis que era necesario dar el poder a los partidos e instituciones clásicas de la burguesía (Cadetes, Gobierno provisional, Asamblea Constituyente), mientras que según los “consejistas” incumbía al “bolchevismo” la tarea de llevar a cabo esa revolución burguesa.
¿Cuál es la razón de que cierto número de revolucionarios, que habían saludado en Octubre 1917 a la revolución proletaria, acabaran volviendo al análisis menchevique?
Antón Pannekoek en su libro “Lenin filósofo”, escrito en 1938, nos esclarece sobre este punto. Al tratar de “Materialismo y empirocriticismo” dice:
«Ocurre a veces que una obra teórica permite entrever no el medio inmediato y las aspiraciones del autor, sino influencias más amplias e indirectas y miras más generales. En el libro de Lenin, sin embargo, nada de todo eso aparece. Todo está neta y exclusivamente en función e imagen de la revolución rusa a la que tiende con toda sus fuerzas. Esta obra está hasta tal punto en conformidad con el materialismo burgués que si se hubiera conocido e interpretado correctamente en su época, en Europa Occidental…hubiéramos sido capaces de prever que la revolución rusa tenía que acabar, de una u otra manera, en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera» (Pág. 133 del libro. Editorial Zero-ZYX. 1976)[2]
O sea que, según él, la “clave” de la naturaleza de la revolución rusa no podía descubrirse ni en 1914, frente a la guerra imperialista mundial, ni en 1917, en medio de los enfrentamientos de clase tanto en Rusia como en el resto del mundo, ni en los esfuerzos inmensos de los protagonistas de la revolución, ni en sus métodos, proclamas y llamamientos al proletariado de todos los países. ¡No! La clave, según su visión, se encontraría en «un texto filosófico publicado por primera vez en ruso en 1908 y traducido a otras lenguas en 1927», o sea, “demasiado tarde”. De manera que, «si los marxistas occidentales hubieran tenido conocimiento del libro y de las ideas antes de 1918, habrían criticado, sin lugar a dudas con mucha más decisión su táctica para la revolución mundial»[3].
De hecho, la verdadera razón de ese “descubrimiento tardío” no estaba en la falta de información de los “marxistas occidentales” acerca de ciertos conceptos filosóficos de Lenin sino en la terrible desesperanza con que la contrarrevolución cargaba sobre los mismos revolucionarios, sobre algunos militantes que contra viento y marea intentaban preservar los principios del comunismo. Desesperanza y decepción que los arrastró, como vamos a ver, hasta el abandono del método marxista que había permitido a los revolucionarios de 1917, y entre estos a los bolcheviques, comprender la verdadera naturaleza de la revolución estallada en Rusia.
Marxismo y fatalismo
A fin de cuentas la tesis consejista se reduce a una idea que tuvo gran éxito en los años de 1930 dentro del campo burgués, la de que el régimen existente en Rusia era la necesaria consecuencia de la Revolución de octubre. Y está claro que los estalinistas eran los más fervientes defensores de semejante idea. Para ellos, Stalin era el “genial continuador” de la obra de Lenin, el que había desarrollado y aplicado “el mayor descubrimiento de nuestros tiempos”, “la teoría de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, fuera de los demás”[4]. Pero con los estalinistas había también unanimidad de criterio para hacer de “Stalin el hijo de Lenin”; o más bien, del “terrorífico aparato estatal que se había implantado en Rusia el heredero directo de Octubre”. Los anarquistas, claro está, clamaban a voces que el régimen bestial y policiaco que imperaba en aquel país era la consecuencia “lógica” de los conceptos autoritarios del marxismo (mientras que por el contrario no consideraban el que la entrada de anarquistas en un gobierno burgués “antifascista” fuese la consecuencia “lógica” de sus conceptos “antiautoritarios”). Los demócratas de todo color veían en la “dictadura del proletariado” y en el “rechazo de las instituciones parlamentarias” a los “grandes responsables de los males que agobiaban al pueblo ruso”. Para todos ellos eso era un aviso al proletariado: “ahí tenéis los resultados de cualquier revolución, de cualquier intento para echar abajo el capitalismo, ¡un régimen aun peor!”.
La concepción consejista -nos dicen- no tenía ni mucho menos la finalidad de desanimar a la clase obrera de otras tentativas revolucionarias o de desviarla de su arma teórica, el marxismo. Al contrario, en nombre del marxismo los consejistas emprendieron el examen de sus análisis.
Y sin embargo al plantear el problema en términos como que “Si la Revolución rusa acabó en capitalismo de Estado es porque no podía ser de otra manera”, no hacían sino recoger del medio ambiente burgués la idea básica según la cual “lo que ha ocurrido en Rusia es lo que tenía obligatoriamente que ocurrir”. Una de dos, o semejante afirmación es una perogrullada, como quien dice: “la situación presente es el resultado de las diferentes causas que la han determinado”, o es un error teórico que pone al marxismo a la altura de un vulgar fatalismo.
Para el fatalismo todo lo que ocurre está escrito en el Gran Libro del Destino. Ya sea bajo formas populares como los tan juiciosos “refranes” ya sea enmascarado con palabrería filosófica de profesor de universidad el fatalismo tiene siempre la misma función, aceptar el orden existente e impuesto. El marxismo, que siempre ha luchado contra esa sumisión ante la “realidad” de la misma manera que contra las ideas voluntaristas e idealistas, ha afirmado que los hombres «no hacen la historia arbitrariamente, en condiciones por ellos escogidas sino en condiciones dadas y heredadas directamente del pasado», pero precisando bien que «son los hombres quienes hacen su propia historia»[5]. En lo que se refiere concretamente a la posibilidad de la revolución Marx escribió: «Una formación social nunca perece antes de que se hayan desarrollado todas las formas productivas que es capaz de contener y, las nuevas y más altas relaciones de producción no se revelan nunca antes de que se manifiesten en el seno de la vieja sociedad sus condiciones materiales de existencia»[6] .
Por todo eso el marxismo se opuso al anarquismo, para quien “, todo es posible en cualquier momento, con tal que los hombres se lo propongan”. En su análisis de la derrota de la Comuna de París (en 1871), Marx supo descubrir el peso que tuvo sobre la clase obrera la inmadurez de las condiciones materiales que el capitalismo había desarrollado. Sin embargo sería falso considerar que todos los acontecimientos sociales se explican obligatoriamente por las “condiciones materiales”. Los hombres y más precisamente las clases sociales no tienen de esas condiciones materiales una conciencia simplemente “refleja”, sino que emplean su conciencia como factor activo de su transformación:
«Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve…jamás podrá saltarse ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto».K. Marx: “Prólogo a El Capital” –julio 1867. FCE. Mexico1995.
Los acontecimientos históricos son producto no sólo de las condiciones económicas de la sociedad sino también de todo un conjunto de factores “súperestructurales” y de la interacción compleja de esos diferentes factores determinantes, entre los cuales el “azar” -es decir, lo arbitrario, lo no previsible- debe ser tenido en cuenta. Por tanto, la historia no se puede concebir ni como el simple cumplimiento de un destino fijado previamente y de una vez por todas ni como el desarrollo de un guión escrito de antemano por la “voluntad divina”, cómo dicen algunos, ni como algo inscrito en la “estructura y el movimiento de los átomos o los genes”, que afirman otros.
De la misma manera que en ningún sitio estaba escrito que las obras de Marx iban a ser “destinadas” a justificar una de las formas más salvajes de la explotación capitalista (la de los países llamados “socialistas”), tampoco existía un “sino” de la Revolución rusa cuya verificación sería… lo que acabó ocurriendo. Los consejistas dicen rechazar el fatalismo. Para ellos su posición es perfectamente marxista y se apoya en el análisis del desarrollo de las fuerzas productivas. Pero la manera como toman en consideración ese problema y además limitándolo a Rusia, cuando incluso para la burguesía la Revolución de octubre fue un acontecimiento de alcance mundial, es propia de una concepción vulgar y estrecha del marxismo y muestra que lo ponen al nivel de una caricatura con la que pretenden “explicar el por qué del capitalismo de Estado en Rusia” a saber, si la Revolución de octubre en Rusia acabó en capitalismo es porque en sí misma era burguesa, es decir, estaba “destinada” a llegar al resultado al que llegó. Concluyendo, el fatalismo expulsado oficialmente por la puerta lo vuelven a meter por la ventana.
De hecho, la visión consejista no sólo tiene una buena dosis de fatalismo sino que llevada a sus últimas consecuencias acaba en un abandono puro y simple del marxismo y de toda perspectiva revolucionaria.
Las implicaciones del análisis consejista
Par el consejismo, tal y como queda expuesto en las “Tesis sobre el bolchevismo”, “La tarea económica de la Revolución rusa era…la de acabar con… la servidumbre y posibilitar la creación autónoma de una clase de verdaderos trabajadores libres”. Aunque no sea necesario para la demostración vale la pena recordar que en 1917 Rusia era la quinta potencia industrial del mundo. Su desarrollo capitalista se había saltado ampliamente la etapa del desarrollo de la artesanía y la manufactura, de modo que el capitalismo ruso estaba en posesión de las formas más modernas y concentradas del capitalismo internacional (Putilov, con más de 40.000 obreros, era la mayor factoría del mundo). Para el consejismo el carácter burgués de la Revolución rusa se explica simplemente por las condiciones locales. Eso fue cierto en parte para las verdaderas revoluciones burguesas, como la de 1640 en Inglaterra y la de 1789 en Francia, pues el desarrollo desigual del capitalismo permitía que la burguesía llegara al poder en periodos diferentes, en los diferentes países. Y posible, por el hecho de ser la nación el marco geopolítico específico del capitalismo; marco que por otra parte ha sido incapaz de superar. Y si el capitalismo pudo desarrollarse por “islotes” en la sociedad autárquica feudal, el socialismo sólo puede existir a escala mundial, potenciando el conjunto de fuerzas productivas y redes de circulación de bienes que el capitalismo ha creado.
Desde 1847, contestando a la pregunta ¿Podrá llevarse a cabo la revolución comunista en un solo país?, Engels y Marx afirmaban resueltamente que: «No. La gran industria al crear el mercado mundial ha articulado tanto entre sí a los pueblos de la tierra que cada uno de ellos depende estrechamente de lo que ocurra en los demás…Por lo tanto la revolución comunista no será una revolución puramente nacional sino que tendrá que desarrollarse simultáneamente en todos los países civilizados…será una revolución mundial y tendrá pues que tener un campo mundial». F. Engels: “Principios del comunismo”. Cia. Gral. De Ediciones, S.A. México 1964.
Es evidente que lo que ya se imponía a los revolucionarios en 1847, tras el periodo de mayor desarrollo del capitalismo -segunda mitad del siglo XIX, tenía que estar en la base misma de cualquier perspectiva proletaria durante la Primera Guerra mundial. En ésta quedó plasmado el hecho de que el capitalismo había terminado su tarea de impulsar el progreso de las fuerzas productivas a escala mundial. Había entrado en su fase de declive histórico y por lo tanto ya no volvería a haber revoluciones burguesas. La única revolución que estaba a la orden del día por todo el mundo, Rusia incluida, era la revolución proletaria. Y este análisis no era únicamente el de un Lenin, «espíritu embrollado por la filosofía materialista vulgar» y «dispuesto a transformar el movimiento comunista mundial en aparato de defensa del capitalismo de Estado ruso», que dicen los consejistas. Rosa Luxemburgo, una revolucionaria a quien muchos han intentado a menudo oponer al “burgués” Lenin y cuyo “consejismo” nunca puso en entredicho ni a las posiciones proletarias ni al buen entendimiento de “los asuntos rusos”, escribía en aquel entonces:
«Para cualquier observador inteligente este curso de los hechos es también una prueba convincente contra la teoría doctrinaria que Kautsky comparte con el partido social-democrático gubernamental, según la cual Rusia, por ser un país económicamente atrasado y en esencia agrícola, no estaría madura para la revolución social y para la dictadura ejercida por el proletariado. Esta teoría, que considera lícita en Rusia exclusivamente una revolución burguesa y que de esta concepción deriva luego la táctica de coalición de los socialistas rusos con el liberalismo burgués, es la misma que la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, la de los llamados mencheviques bajo la probada dirección de Axelrod y de Dan. Los oportunistas, tanto rusos como alemanes coinciden perfectamente con nuestros socialistas gubernamentales en este concepto básico de la Revolución rusa, del que se deriva, como es natural, la posición adoptada sobre cuestiones de detalle de la táctica. En opinión de estas tres tendencias la Revolución rusa habría debido detenerse en el primer estadio, que según la mitología de la socialdemocracia alemana representará al noble objetivo de la conducta bélica del imperialismo alemán: el abatimiento del zarismo. El hecho de haber avanzado, de proponerse la dictadura del proletariado, representaría según dicha teoría un mero error del ala radical del movimiento obrero ruso, de los bolcheviques; y todos los infortunios que soportó la revolución en el curso ulterior de los acontecimientos, todo el desorden del que fue víctima, sólo se deberían a ese fatal despropósito. Esta teoría acordemente recomendada en calidad de fruto del pensamiento marxista tanto por el “Worwarts” de Stampfer como por Kautsky, desemboca teóricamente en el original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista constituye un asunto interno a resolver, por así decirlo en familia, de cada Estado moderno en particular. En las nieblas de la abstracción esquemática un Kautsky sabe, como es natural, pintar con diligente minuciosidad los nexos económicos mundiales del capital, que unifican a todos los países modernos en organismo único. La Revolución Rusa producto del desarrollo internacional y de la cuestión agraria no ofrece sin embargo posibilidad de soluciones en el marco de la sociedad burguesa.
Prácticamente esta teoría tiende a eximir al proletariado internacional y primeramente al alemán de toda responsabilidad. Tiende a rechazar sus conexiones internacionales. El curso de la guerra y de la Revolución rusa ha probado no la inmadurez de Rusia, sino la del proletariado alemán frente a sus propias tareas históricas y mostrarlo con claridad representa el deber primero y elemental de un examen crítico de la Revolución rusa. Su suerte dependía plenamente de los acontecimientos internacionales» Rosa Luxemburgo: “La Revolución rusa”, pág. 15. Miguel Castellote, Editor. Madrid 1975.
Así es como planteaba el problema, contra los sofismas de Kautsky, de los mencheviques y de… los consejistas, una de las más grandes teóricas del marxismo. Rosa Luxemburgo no sólo acabó con el mito de la inmadurez de Rusia sino que dio con la clave, que los consejistas no han podido entender nunca, de las causas de la degeneración de la Revolución rusa y, la fundamental, del fracaso de la revolución internacional -“de la que dependía por completo el porvenir de la primera”.
De hecho, al buscar en la misma Rusia las causas de la revolución y del régimen capitalista en que terminó, los consejistas dan claramente la espalda a todo lo que fueron las bases objetivas del internacionalismo. Y, aunque no se trata de poner en entredicho su internacionalismo, hay que decir que, a fin de cuentas, éste lo basan en una especie de “imperativo” moral. Si se llevan hasta las últimas consecuencias sus análisis se llega a la idea de que, si la revolución hubiera ocurrido en un país adelantado (Alemania, por ejemplo) y hubiera quedado aislada, no le habría sucedido lo que le ocurrió a la Revolución rusa. En otras palabras, habría podido evitar la reinstauración del capitalismo o lo que viene a ser lo mismo, la victoria sobre el capitalismo y la victoria del socialismo serían ambas posibles en un solo país. De la misma manera que el consejismo recoge del estalinismo la idea de que hay una continuidad entre Lenin y Stalin, entre la naturaleza de la Revolución de Octubre y la del régimen que se impuso más tarde en Rusia, parece que también tiende a recoger de aquel algún elemento de su tema de mayor mistificación: “el socialismo nacional”. Es así como el análisis marxista de los consejistas no sólo recoge la tesis menchevique y la de Kautsky sino que además no puede evitar el flirteo con la de Stalin.
Los análisis de los consejistas les llevan también a abandonar el marxismo en otros puntos. Una de las razones por la que les parece que la Revolución rusa fue una “revolución burguesa” es «la naturaleza de las medidas económicas adoptadas desde el principio por el nuevo poder». Los consejistas consideran, y con razón, que las nacionalizaciones o el reparto de tierras son, en sí, medidas perfectamente burguesas. De ahí sacan la rápida conclusión de que: «fue una revolución burguesa puesto que tomó esas medidas»; y a éstas les contraponen una política realmente socialista: «que la clase obrera y sus organizaciones de clase, los consejos obreros, se apoderen de las empresas y de la organización del sistema económico». (Punto 49 de las “Tesis sobre el bolchevismo”). Ese es el tipo de medidas que tenía que haber tomado la Revolución rusa si hubiese sido de verdad “proletaria”, dicen los consejistas para quienes «el aspecto burgués de la revolución bolchevique…queda plasmado de manera patente en el eslogan “control de la producción”» (punto 47 de las Tesis sobre el Bolchevismo).
En esto no es ya en Kautsky o en Stalin en quienes los consejistas basan sus análisis sino en Proudhon y en los anarquistas. Vuelven así a echar otro borrón sobre las enseñanzas fundamentales del marxismo, para quien una de las diferencias fundamentales entre la revolución burguesa y la revolución proletaria estriba en el hecho de que la primera llega tras todo un proceso de transformaciones económicas entre el feudalismo y el capitalismo, a las cuales remata en lo político; mientras que la segunda es por necesidad el punto de partida de la transformación económica entre el capitalismo y el comunismo. La diferencia está en relación con el hecho de que esta última transformación estriba, no en modificar el sistema de propiedad ni en instaurar nuevas relaciones de producción sino en suprimir la explotación. Por eso, al contrario de las revoluciones del pasado, la Revolución proletaria no se fija como meta el reforzar una nueva dominación clasista sino el abolir todas las clases. Y no es la obra de una clase explotadora sino, por primera vez en la historia, la de una clase explotada. Las relaciones de producción capitalista se fueron desarrollando en la sociedad feudal cuando la nobleza seguía controlando aun el conjunto de los mecanismos estatales de la sociedad. Este poder feudal podía haber sido una traba para el desarrollo del capitalismo pero éste pudo irse adaptando a su vez mientras no estuvo lo bastante desarrollado como para echarlo abajo.
La revolución burguesa ocurría como una consecuencia casi “mecánica” de la extensión del dominio económico del capitalismo y tenía como función eliminar los últimos obstáculos que se interponían a su pleno desarrollo.
Por el contrario, y teniendo en cuenta lo explicado, las relaciones sociales comunistas no pueden en modo alguno nacer y crecer en islotes dentro de la sociedad capitalista, donde la clase burguesa sigue disponiendo del control de ese instrumento esencial que es el Estado. Sólo después de haber sido destruido el Estado burgués y tras la toma del poder político a escala mundial, por la clase obrera, puede desplegarse la plena transformación de las relaciones de producción. Contrariamente a lo ocurrido en los periodos de transición en el pasado, el que va transcurre desde el capitalismo al comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino que dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para extirpar progresivamente de la sociedad todos los elementos que componían el capitalismo: la propiedad privada, el mercado, el salariado, la ley del valor, etc.…Sin embargo, tal política económica no podrá llevarse a cabo realmente más que cuando el proletariado haya destruido militarmente a la burguesía.
Mientras no se haya llegado a este resultado de manera definitiva las exigencias de la guerra civil mundial se pondrán por delante de la transformación de las relaciones de producción, en aquellos lugares en los que el proletariado haya establecido ya su poder y sea cual sea el desarrollo económico de la zona. Las medidas económicas adoptadas por el nuevo poder en Rusia (fueran cuales fueran los errores cometidos, cuya existencia no se trata de negar y de los que hay que sacar lecciones) no son el criterio para comprender la naturaleza de la Revolución de octubre. Lo mismo que tampoco fueron las medidas económicas de la Comuna las que le dieron su carácter proletario; carácter que ni los consejistas ni los anarcosindicalistas han puesto nunca en tela de juicio, que nosotros sepamos. A nadie se le ocurriría poner la reducción de la jornada de trabajo, la supresión del trabajo nocturno de los obreros panaderos o la “moratoria” sobre alquileres y depósitos en el Monte de Piedad como ejemplos de medidas socialistas.
Lo que dio su grandeza a la Comuna de París fue que por primera vez en la historia del proletariado, éste transformó una guerra nacional contra el extranjero en una guerra civil contra su propia burguesía. Fue el haber proclamado y realizado la destrucción del Estado capitalista y haberlo sustituido por la dictadura del proletariado. Fue la elegibilidad y revocabilidad de delegados, a todos los niveles. La equiparación de sueldos de todos los funcionarios con el salario medio de los obreros. La sustitución del ejército permanente por la permanencia armada y general de los obreros. Fue la proclama internacionalista de la Comuna Universal. Fueron esas medidas esencialmente políticas y esa orientación general lo que hizo que la Comuna de París haya sido considerada como el primer intento internacional del proletariado de realizar SU revolución. Por eso esta experiencia servirá de inestimable fuente para el estudio de la lucha revolucionaria a muchas generaciones proletarias de todos los países. Octubre de 1917, concretamente, no hace sino recoger los datos de la experiencia de la Comuna y generalizarlos. No es casualidad que Lenin escribiese su libro El Estado y la Revolución, en el cual hizo un análisis minucioso de aquella experiencia, en vísperas de Octubre.
No es pues analizando en detalle lo que la Revolución de octubre hizo o dejó de hacer en lo económico como puede entenderse su naturaleza de clase. Ésta viene dada por las características políticas de la Revolución (destrucción del Estado burgués, toma del poder por la clase obrera organizada en soviets, armamento general del proletariado…) y por el impulso que el nuevo poder da al movimiento internacional del proletariado: denuncia sin cuartel de la guerra imperialista, llamamientos a transformarla en guerra civil contra la burguesía, a la destrucción de todos los estados burgueses y a la toma del poder por los Consejos Obreros en todos los países,…
Fue por no haber entendido nunca la primacía de los problemas políticos en la fase inicial de la revolución proletaria por lo que el anarcosindicalismo acabó traicionando la lucha proletaria desviándola hacia el callejón de las “colectividades” y de la autogestión, mientras que mandaba ministros al gobierno burgués de la Republica española. La visión del anarcosindicalismo, y por tanto de los consejistas cuando les siguen los pasos, da la espalda a la revolución socialista precisamente porque la localiza no sólo dentro de los límites de un país sino incluso de los de una región o de unas fábricas aisladas, reduciendo la producción socialista, la cual por definición solo puede concebirse a nivel mundial, a una escala doméstica.
En 1921, por válida que sea en muchos puntos la crítica de la Oposición Obrera, y en particular en su denuncia de la burocratización del Estado y del sistema asfixiante dentro del Partido, su plataforma resulta sin embargo errónea en lo fundamental pues reduce el problema del desarrollo de la revolución a cuestiones económicas y de gestión directa por los obreros; dando así crédito implícitamente a la idea de la posibilidad de socialismo en el marco de un solo país, de la posibilidad de progresos socialistas en el plano económico en Rusia en medio de una tendencia general de derrotas de la revolución en el plano internacional[7].
A pesar de todos sus errores, Lenin tenía razón cuando denunciaba el carácter pequeño burgués y anarcosindicalista de la Oposición Obrera. No es casualidad si más tarde encontramos a la cabeza teórica de la Oposición Obrera a Alejandra Kollontai defendiendo “la teoría del socialismo en un solo país”, al lado de Stalin y contra la Oposición de Izquierdas.
De esta suerte, los defensores del “socialismo en una sola fábrica” se juntan a los del “socialismo en un solo país” y a los teóricos de la “inmadurez de las condiciones objetivas ‘en Rusia’”. Y a pesar de las denuncias que les hicieron hay que decir que en este crucial problema los consejistas coincidían, en muy mala compañía sin duda, con Kautsky, Stalin y los “camaradas ministros” de la CNT.
El único modo con que podría realmente el consejismo conciliar sus análisis sobre la Revolución de octubre con el internacionalismo, y algunas tendencias de la corriente consejista lo han hecho, sería afirmando que no era únicamente en Rusia donde las “condiciones objetivas” de la revolución proletaria no estaban maduras en 1917 sino a escala mundial. Al hacerlo han rechazado el análisis de los mencheviques y el de Kautsky para abrazar el de… la socialdemocracia de derechas, la cual echó mano de semejante análisis para reprimir la revolución proletaria en Alemania. No estamos diciendo que los que han acabado en tal análisis son como Noske. Se puede estar en la lucha revolucionaria, aun considerándola prematura y desesperada, como Marx demostró cuando la Comuna.
Tampoco vamos a organizar aquí un ataque en regla contra esos análisis pues nos llevaría demasiado lejos para el marco de este artículo. Vamos a plantear no obstante una serie de observaciones.
Esas concepciones llevan a rechazar la idea de que desde la Primera Guerra mundial el capitalismo está en su fase de decadencia, idea fundamental y básica en la ruptura de los revolucionarios con los partidos de la Segunda Internacional, y a poner en entredicho el cuerpo teórico sobre el que se fundó la Internacional Comunista, de la que sin embargo surgió la corriente “Comunistas de consejos”. Esos análisis llevan a negar las principales experiencias adquiridas por el movimiento obrero durante la Primera Guerra mundial y la marea revolucionaria de 1927-1923 y a fundamentar las posiciones comunistas en cimientos completamente diferentes. En particular las posiciones con las que la Izquierda comunista se opuso a la Internacional Comunista: El rechazo del parlamentarismo, incluso revolucionario, del sindicalismo, de la noción de partido de masas; la negativa a cualquier apoyo a luchas de liberación nacional o sectores “progresistas” de la clase burguesa. Y si no se aceptan el análisis de la decadencia del capitalismo no pueden más que acabar aceptando la idea de que toda la política obrera del siglo XIX y la mayor parte de los análisis de Marx y Engels era errónea. Si la Liga de los Comunistas, la Primera y la Segunda Internacional hubieran visto las cosas a la manera consejista habrían tenido una política totalmente falsa desde el punto de vista proletario puesto que apoyaban la formación de sindicatos, la lucha por el sufragio universal, ciertas luchas de liberación nacional,… Y a fin de cuentas habría que decir que, exceptuando las bases teóricas generales, Proudhon y Bakunin tenían razón frente a Marx y Engels. Y como resulta difícil desde el punto de vista marxista separar la teoría de sus implicaciones políticas entonces hay que dar un lógico y último paso rechazando el marxismo para darle la razón al anarquismo. A ver si los consejistas, que consideran la Revolución de octubre como burguesa porque las condiciones objetivas a escala mundial no estaban maduras en 1917, tienen la valentía de dar este último paso declarándose sin tapujos anarquistas. Tendrían que encarar entonces una última dificultad ¿Cómo conciliar sus análisis con una teoría, el anarquismo, que rechaza y que es incapaz de ver las bases objetivas para el socialismo y para quien “la revolución es posible en cualquier momento”?
Rechazar la idea de que el capitalismo está en su periodo de decadencia desde 1914 trae consigo otras implicaciones que vamos a resumir.
- O el periodo de decadencia del capitalismo está aun por llegar y entonces, teniendo en cuenta las catástrofes que ha padecido la humanidad desde hace sesenta años, es difícil imaginarse lo que sería una verdadera decadencia del capitalismo y cómo, podría sobrevivir la sociedad en ese periodo;
- O si no el capitalismo, al contrario que las demás sociedades del pasado, no tendrá nunca periodo de decadencia.
Habrá entonces que sacar conclusiones:
- O abandonamos cualquier perspectiva socialista;
- o la basamos en algo diferente de las necesidades objetivas de la sociedad en cierto estadio de su desarrollo; en cuyo caso habría que abandonar el marxismo, afirmar que el socialismo es un “imperativo moral” e irse a las filas del anarquismo.
El movimiento obrero ha tenido que enfrentarse, a lo largo de su historia, a tres adversarios principales; al anarquismo en el siglo XIX, al reformismo socialdemócrata a principios del XX y al estalinismo entre las dos guerras mundiales. Estas tres corrientes acabaron aliándose contra él para consumar la contrarrevolución en uno de los momentos culminantes de ésta, la Guerra de España de 1936.
Hay que decir que el consejismo, que ha sido una de las reacciones más sanas contra la degeneración de la Internacional Comunista y que supo mantenerse en las posiciones de clase en los peores momentos de la contrarrevolución, realiza la difícil hazaña de recoger en esas tres corrientes las bases de su análisis y eso si no abandona, sin más, toda perspectiva revolucionaria, como les ocurrió a algunos de sus mejores militantes.
Estas son algunas de las implicaciones que resultan de negar el carácter proletario de la Revolución de octubre de 1917.
C.
[1] Revista Internacional (RInt), nº 2: “Los epígonos del consejismo”. RInt, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa” y “Las lecciones de Kronstadt”. RInt, nº 5: “Plataforma de la CCI”. RInt nº 6: “Contribuciones al periodo de transición”. RInt, nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”. RInt, nº 11: “Textos sobre el periodo de transición”.
[2] “Lenin filosofo”.Ibídem
[3] “Prefacio” a las “Obras escogidas de V. I. Lenin”. Editorial Progreso, Moscú, 1961
[4] K. Marx: “El 18 Brumario de Luís Bonaparte” (Página 33). Alianza Editorial S. A., Madrid, 2003
[5] K. Marx: “Prólogo” a la “Contribución a la crítica de la Economía política” (Página 234) en Obras fundamentales de Marx y Engels, FCE, México, 1987.
[6] Revista Internacional, nº 3: “La degeneración de la Revolución rusa”. RInt nº 8 y 9: “La Izquierda comunista en Rusia”
[7] C. C. I.: “La decadencia del capitalismo”. CCI Abril 1981