Estado y dictadura del proletariado

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Presentación al período de transición 

En la plataforma de la C.C.I., adoptada en el primer congreso de la C.C.I. de Enero de 1976, el punto sobre las relaciones entre proletariado y Estado durante el período de transición quedó “abierto”:

«La experiencia de la revolución rusa ha hecho aparecer la complejidad y la gravedad del problema planteado por las relaciones entre la clase y el estado en el período de transición. En el período que viene, los revolucionarios no podrán esquivar este problema y deberán consagrar todos los esfuerzos necesarios para resolverlo». (Plataforma de la C.C.I., punto XV sobre la dictadura del proletariado).

En el marco de este esfuerzo se inscribe la decisión del segundo congreso de Révolution Internationale[1]. de abordar este problema y tratar de llegar a una resolución que marque el punto al cual ha llegado la discusión.

Ahora bien, este problema es de orden programático. Puesto que la plataforma de la C.C.I. es, desde el primer congreso, la única base programática para todas las secciones de la Corriente, es obvio que sólo el Congreso general de la C.C.I. es competente para decidir sobre la oportunidad y sobre el contenido de todo cambio eventual de la plataforma.

Al pronunciarse sobre una resolución sobre el período de transición, el segundo congreso de R.I. no modifica, pues, las bases programáticas de R.I. (al igual que todas las secciones de la C.C.I., R.I. no tiene bases programáticas distintas de las de la C.C.I.).

El congreso no hace más que recapitular el esfuerzo  realizado en R.I. con respecto a la labor de examinar en profundidad este problema con el fin de poder inscribirlo mejor dentro del esfuerzo global del conjunto de la Corriente.

Los límites del aporte posible

Para poder orientarse mejor dentro de la complejidad de los problemas del período de transición, estos problemas se pueden  agrupar alrededor de tres temas de preocupación, que distinguimos aquí con el único fin de tratar de hacer más cómoda la presentación del  análisis:

  • Las especificaciones generales que distinguen globalmente las bases del período de transición del capitalismo al comunismo de la génesis de los otros dos sistemas que lo precedieron  en la historia;
  • Las relaciones entre la clase revolucionaria y el resto de la sociedad a lo largo de período de transición, es decir, los problemas planteados por la comprensión de lo que es la “dictadura del proletariado” y, por consiguiente lo que debe ser la relación entre la clase revolucionaria  y el Estado durante el período de transición;
  • Finalmente, los  problemas que conciernen el conjunto de las medidas “económicas” concretas de transformación de la producción social.

El trabajo  de análisis de los revolucionarios no puede dejar sin respuesta al conjunto de estos problemas. Sin embargo, desde que Marx y Engels plantearon las bases del “materialismo científico”, los revolucionarios saben que, so pena de perderse en especulaciones de búsqueda de lo que Marx  llamaba con desprecio “recetas para las ollas del futuro”, tienen que ser conscientes de los límites inmensos que les imponen la experiencia proletaria sobre ese terreno.

Marx subrayaba la amplitud de estos límites en 1875 en su critica del Programa de Gotha, cuando escribía: «¿Cómo se  transformará el estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones sociales se mantendrán que sean análogas a las funciones  actuales del estado?. Este problema sólo lo puede resolver la ciencia y no será combinando de mil maneras la palabra pueblo, con la palabra estado como se hará adelantar el problema a saltitos de pulga».

En esta misma conciencia lo que expresaba Rosa Luxemburgo en 1918 en su folleto sobre la revolución rusa: «Lejos de ser una suma de prescripciones preestablecidas que no hubiera más que poner en aplicación, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que reside en las nieblas del futuro. Lo que poseemos en nuestro programa no son sino algunos postes indicadores que  muestran la dirección en la cual hay que buscar las medidas que habrá que tomar, indicaciones que, además, son fundamentalmente de carácter negativo (...) [El socialismo] tiene como condición previa, una serie de medidas violentas contra la propiedad, etc. Lo que es negativo -la destrucción- se puede decretar; lo que es  positivo, la construcción, no. Son tierras vírgenes  con problemas a millares. Sólo la experiencia es capaz de poner correctivos y de abrir caminos nuevos».

Además de este límite de orden general, la resolución está conscientemente limitada por el objetivo que se da. No pretende hacer una síntesis de todo lo que han podido destacar los revolucionarios sobre el período de transición. En particular, la resolución no aborda el problema de las medidas económicas de transformación de la producción social.

Agrupa por una parte, posiciones adquiridas desde hace tiempo por el movimiento obrero (antes de la experiencia de la revolución rusa) y que se vieron confirmadas como verdaderas fronteras de clase; por otra parte, posiciones  sobre las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado del período de transición, sacadas principalmente de la revolución  rusa y que, aunque no constituyan por sí mismas  fronteras de clase, se basan sobre una experiencia histórica suficientemente desarrollada como para formar parte integrante de las bases programáticas de una organización revolucionaria.

Las posiciones de clase fundamentales:  lo inevitable del período de transición;  la preeminencia del carácter político de la acción del proletariado como condición y garantía  de la transición hacia la sociedad sin clases; el carácter mundial de esta transformación; la especificidad del poder de la clase obrera, particularmente  el hecho de que el proletariado al contrario de las otras clases revolucionarias de la historia, en vez de afirmar su poder político con el fin de consolidar una posición de clase dominante económicamente, posición que  no poseerá jamás, actúa hacia la eliminación de toda dominación económica de clase, con la eliminación de las clases mismas; la imposibilidad para el proletariado de utilizar el aparato de estado burgués y la necesidad de la destrucción de este último como primera condición del poder político proletario; la inevitable existencia de un estado durante el periodo de transición, aunque profundamente diferente de los estados   que han existido antes en la historia.

Todas estas posiciones constituyen ya por si mismas un rechazo categórico de todas las concepciones socialdemócratas, anarquistas, autogestionarias y modernistas que hicieron estragos en el movimiento obrero desde sus primeros tiempos y sirven hoy como pilares ideológicos de la contrarrevolución.

Sobre la base de estas posiciones de clase fundamentales la resolución destaca, principalmente a partir de la experiencia de la revolución rusa, indicaciones sobre el problema de la relación entre proletariado y estado en el período de transición durante la dictadura del proletariado; como por ejemplo, la comprensión del carácter inevitablemente conservador del estado de transición; la imposibilidad de identificación del proletariado o de su partido con este estado; la necesidad para la clase obrera de entender sus relaciones con ese Estado  en que participa como clase políticamente dominante, como una relación de fuerza: «Dominar la sociedad, es también dominar el Estado»; Necesidad de la existencia y del refuerzo (armado) de las organizaciones propias y especificas de la clase obrera (única clase organizada como tal en la sociedad), organizaciones sobre las cuales el Estado no puede tener ningún poder coercitivo

Estas indicaciones afirman un rechazo de las concepciones que pudieron servir de base mistificadora a la «contrarrevolución que se desarrolla en Rusia bajo la dirección del partido bolchevique y que siguen adoptando hoy el conjunto de las corrientes estalinistas y trotskistas, como fundamento teórico de la presentación del capitalismo de Estado como sinónimo de socialismo».

Estas indicaciones constituyen pues, una  verdadera defensa contra un conjunto de concepciones erróneas contra las cuales el proletariado se va a tropezar mañana en su asalto mundial contra el capitalismo.

Sin embargo, por importantes que puedan ser mañana las consecuencias de estas posiciones en la lucha proletaria, es necesario comprender hoy los limites reales de este aporte:

Las experiencias históricas sobre las  cuales se fundan estas posiciones, con respecto a las relaciones entre clase  y estado de transición, siguen siendo demasiado poco numerosas, demasiado especificas  para que las conclusiones que se sacan puedan ser consideradas hoy por los revolucionarios como fronteras de clase, es decir posiciones que son partes claramente definidas de la línea de demarcación que separa el terreno burgués del terreno proletario.

Las fronteras de clases no pueden ser comprendidas y definidas por los revolucionarios en función de una experiencia histórica insuficiente o de su  apreciación del futuro, sino sobre una base experimental, suministrada por la historia misma de las luchas proletarias, que sea suficientemente neta y clara como para permitir sacar lecciones indiscutibles[2].

 Hay pues que subrayar  aquí el carácter  expresamente limitado de los puntos que podemos considerar  adquiridos sobre este problema, el rechazo de la identificación  del proletariado o de su partido con el Estado de transición; la definición de la dictadura del proletariado con respecto al estado como una dictadura de clase sobre el Estado y de ningún modo del estado sobre la clase; el hacer resaltar la autonomía  de las organizaciones propias del proletariado con respecto al Estado como condición primera de una verdadera autonomía y de una vida verdadera de la dictadura del proletariado.

Estos puntos son abstractos y generales. No ser sino «algunos grandes postes indicadores que enseñan la dirección  en la cual hay que buscar las medidas que se deberán tomar, indicadores de carácter a menudo negativo». Las formas precisas en las cuales podrán concretizarse siguen siendo “tierra virgen” que sólo la experiencia permitirá desbrozar.

Una condición de eficacia de la organización revolucionaria en el saber darse cuenta no solamente de lo que sabe y puede saber sino también de lo que no sabe ni puede todavía saber. De esto depende su capacidad para saber elaborar un verdadero rigor programático así como para saber hacer suyos a tiempo, en la acción de la clase, los aportes fundamentales que sólo la práctica viva de la clase obrera podrá suministrar.

El problema de la relación clase-Estado
en el periodo de transición en la historia del movimiento obrero

El desconocimiento generalizado de la historia del movimiento obrero, agravado por la ruptura orgánica que separa a los revolucionarios de hoy de las  viejas organizaciones políticas de la clase, han hecho que el análisis sobre el cual nos pronunciamos aparezca como un “invento”, una “originalidad” de la C.C.I. Una evocación  breve  de la manera como el problema fue abordado (habría casi decir “descubierto”) por los revolucionarios desde Marx y Engel, bastará para demostrar la falsedad de tal visión.

En el Manifiesto Comunista  de Marx y Engels, que no emplea todavía la formula “dictadura del proletariado”, “el primer paso en la revolución obrera” se define como «la subida del proletariado al rango de clase dominante, la conquista de la democracia». Esta conquista, de hecho, no es más que la conquista del Estado burgués que el proletariado  debería utilizar para «arrancarlo poco a poco toda especie de capital a la burguesía, para centralizar todos  los instrumentos de producción en manos del estado –del proletariado organizado como clase dominante- y para aumentar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas». Aunque la idea de la desaparición inevitable de todo Estado está ya establecida desde “Miseria de la Filosofía”,  aunque la inevitabilidad de la existencia de un estado durante los “primeros pasos de la revolución obrera” está presente, el problema de la relación entre clase obrera y estado del período de transición se entrevé a penas.

Fue con la Comuna de París y su experiencia cuando y como el problema comienza realmente a percibirse a través de las lecciones que Marx y Engels sacaron de ella; necesidad de la destrucción del aparato de Estado burgués por el proletariado, establecimiento de un aparato completamente diferente que «ya no es un Estado en el sentido propio de la palabra» (Engels) en la medida en que ya no es un órgano de opresión de la mayoría por la minoría. Un aparato cuya naturaleza como “peso heredado del pasado” está claramente subrayado por  Engels, cuando habla de él como de una plaga, una plaga que hereda el proletariado en su lucha para llegar a su predominio de  clase, pero de la cual deberá, como lo hizo la Comuna y en la medida de lo posible,  atenuar los efectos, hasta el día en que  «una generación criada en una sociedad de hombres libres e iguales pueda deshacerse de todo ese fárrago gubernamental» (Prefacio de la Guerra Civil en Francia). Sin embargo,  a pesar de que en la Comuna se hubiera intuido la necesidad de que el proletariado debería mantener viva una total desconfianza en ese aparato heredado del pasado (el proletariado, escribía Engels «tenia que tomar precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios declarándolos, sin excepción y en todo momento  amovibles») y, por el hecho de que la experiencia de la Comuna de París  fue muy corta y circunscrita y que no se podía plantear el problema de las relaciones entre el proletariado, el estado y las demás clases no explotadoras de la sociedad, una de las ideas principales que fue sacada de la Comuna fue la de la identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición. Así, tres años después de la Comuna de París, Marx escribía en su Crítica del programa de Gotha:  «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, se sitúa el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde igualmente una fase de transición  política, en donde el estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado».

Será ésta base teórica la que Lenin volverá a formular en el concepto del “estado proletario” en “el estado y la Revolución”; es sobre ella que los bolcheviques y el proletariado ruso instauran la dictadura del proletariado en 1917.

Las condiciones en las cuales debió desarrollarse esta tentativa proletaria, por el hecho mismo que acumulaban las mayores dificultades para el mantenimiento de un poder proletario (aplastante mayoría de campesinos en la sociedad, necesidad de sostener inmediatamente una guerra civil despiadada, aislamiento internacional de Rusia, debilidad extrema del aparato productivo destruido por la primera guerra mundial y luego por la guerra civil), todas esas condiciones tuvieron como resultado el que estallara, en toda su amplitud, el problema de la relación entre dictadura del proletariado y estado

La dura realidad de los hechos debía demostrar que no bastaba con bautizar al estado como "proletario" para que éste actuase en función de los intereses revolucionarios del proletariado; que no bastaba con poner el partido proletario a la cabeza del estado (hasta el punto de identificarse completamente  con él) para que la máquina estatal siguiese el curso que los revolucionarios querían imprimirle.

El aparato de estado, la burocracia de estado, no podía ser la expresión de los intereses de la clase proletaria. Aparato encargado de asegurar la supervivencia de la sociedad, no podía expresar sino los intereses de la supervivencia  de la economía moribunda rusa. Lo  que los marxistas habían repetido desde los primeros tiempos quedaba comprobado con claridad meridiana: los imperativos de la supervivencia económica se imponían despiadadamente a la política del Estado. Y la economía estaba lejos de poder ser influenciada en un sentido proletario.

Lenin acabó manifestando su impotencia ante la situación, durante el XI°  congreso del partido, un año después del principio de la N.E.P.: «Sed capaces vosotros, comunistas, vosotros, obreros, vosotros parte consciente del proletariado que os habéis encargado de dirigir el Estado, sed capaces de hacer que el estado que tenéis en vuestras manos actúe a “voluntad vuestra... el Estado se encuentra en nuestras manos pero ¿ha funcionado en la nueva política económica según nuestra voluntad? ¡NO!... ¿ y cómo ha funcionado  entonces?. Se escapa el automóvil de entre las manos; por lo visto hay quien lo guía, pero el automóvil sigue otro camino como si otro hombre lo condujera de forma clandestina»

La identificación del partido proletario con el estado no logra someter al estado a los  intereses del estado ruso. Es así que, bajo la presión de los imperativos de la supervivencia del estado ruso (en el cual los bolcheviques veían la encarnación misma de la dictadura del proletariado –se trataba de la salvaguardia “del bastión proletario”), el partido bolchevique  terminó por someter la táctica de la Internacional Comunista a los intereses de Rusia (alianzas con los grandes partidos social – patrioteros europeos con vistas a que se aflojara el “cordón sanitario” que ahogaba a Rusia); fue bajo ésta presión que fue firmado el tratado de Rapallo con el imperialismo alemán; fue también para evitar el debilitamiento del poder del aparato de estado “proletario”(y en su nombre) por lo que fueron aplastados los insurrectos de Krondstadt por el Ejercito Rojo.

En cuanto a las masas obreras, si la identificación de su partido con el Estado había llegado a amputarles su vanguardia en el momento mismo en que más la necesitaban la idea de la identificación de su poder con el estado no sirvió más que para dejarlas  impotentes y confusas ante la opresión creciente de la burocracia estatal[3].

La contrarrevolución que redujo a cenizas la dictadura del proletariado había surgido del órgano mismo que los revolucionarios, durante decenas de años, habían creído poder identificar con la dictadura del proletariado.

Pero el largo proceso de sacar las lecciones de la experiencia rusa comenzó desde los principios de la revolución misma.

En medio de una confusión inevitable, atacando aspectos parciales y sin comprender muchas veces el fondo mismo de los problemas, en medio de los torbellinos de una revolución cuyas características de degeneración empezaron  a  aparecer desde el principio, surgieron las primeras reacciones teóricas. Las críticas de Rosa Luxemburgo, realizadas en 1918,  en su folleto sobre la revolución rusa contra la identificación de la dictadura del proletariado con la del partido, al igual que su crítica de toda limitación por el Estado de la vida política  de la clase obrera, llevaban  en sí las bases de la crítica de la identificación del proletariado con el estado del período de transición. Rosa Luxemburgo, a pesar del hecho de considerar siempre al estado de transición como un  “Estado proletario”, a pesar de mantener la idea de la “conquista del poder por el partido socialista”, destaca lo que constituye el único medio real de atenuar los maléficos efectos de la plaga que  es el estado como decía Engels: «El único medio eficaz que puede  tener a mano la revolución proletaria son, aquí como siempre, medidas radicales de naturaleza social y política, la transformación más rápida posible, las garantías sociales de existencia en la masa y el despliegue del idealismo  revolucionario, que sólo se puede mantener de manera duradera con una vida inmensamente activa de las masas, dentro de una libertad política ilimitada».

En Rusia y en el seno mismo del partido bolchevique, el desarrollo de la burocracia del estado y, por consiguiente, del antagonismo entre proletariado y poder estatal provocó, desde los primeros años el nacimiento de reacciones tales como la del grupo de Osinsky o más tarde, del Grupo Obrero de Miasnikov que, al poner en tela de juicio la burocracia, planteaba ya, aunque de manera confusa, el problema de la naturaleza del estado durante el período de  transición.

Pero fue seguramente en la polémica entre Lenin y Trotsky, en el X° congreso del partido a propósito de la cuestión de los sindicatos, cuando la cuestión de la naturaleza del estado fue planteada de la manera más aguda. En efecto, contra Trotsky, que defendía la idea de una integración mayor de los sindicatos obreros dentro del aparato de estado con el fin de encarar mejor las dificultades económicas, Lenin opuso la necesidad de salvaguardar la autonomía de esas organizaciones de clase para que los obreros  pudieran defenderse de «los abusos nefastos  de la burocracia estatal». Lenin hasta llegó a afirmar que el estado no era «obrero, sino obrero y campesino con numerosas deformaciones burocráticas». Aunque es cierto que estos debates se desarrollaban en medio de una confusión generalizada (para Lenin  las divergencias con Trotsky no lo eran sobre cuestiones de principio sino que resultaban de consideraciones contingentes), no por ello dejan de ser auténticas expresiones de la búsqueda del proletariado de respuestas al problema de las relaciones entre su dictadura y el estado.

Las Izquierdas Holandesa y Alemana, después de haber reaccionado en el mismo sentido que Rosa Luxemburgo frente al desarrollo de la burocracia de estado contra el proletariado en Rusia y, habiendo tenido que afrontar los problemas de la degeneración de la política internacional de la I.C., empezaron a desarrollar la crítica de lo que llamaron “socialismo de estado”. Sin embargo, el trabajo de Appel (Jan Appel era militante del KAPD), hecho en colaboración con la izquierda holandesa sobre los “Principios de  base de la distribución comunista” aborda  sobre todo la cuestión del período de transición desde el punto de vista económico, confirmando en lo político, fundamentalmente, las ideas principales de Rosa Luxemburgo.

Con los trabajos de la Izquierda  Italiana en Bélgica y,  particularmente con los artículos de Mitchell publicados a partir del N° 28 de Marzo-Abril de 1936 de la revista “BILAN”, las bases teóricas para una comprensión más profunda del problema quedaron  planteadas: BILAN fue el primero en afirmar con claridad el carácter nefasto de toda identificación de la dictadura del proletariado con el Estado del período de transición y en subrayar paralelamente la importancia de la autonomía de la clase y de su partido con respecto a ese estado.

Sin embargo, los bolcheviques, en medio de las terribles dificultades contingentes, no consideraron nunca al estado como «una plaga que el proletariado hereda y de la que éste tiene que atenuar los efectos más maléficos» (Engels), sino como un órgano que se podía identificar completamente a la dictadura del proletariado, es decir, el Partido.

De ahí resultó la alteración principal de que el fundamento de la dictadura del proletariado no era el partido, sino el estado el cual, a causa de esa inversión, se encontró situado en condiciones de evolución  que desembocaron, no en su desaparición, sino en el refuerzo de su poder coercitivo y represivo. De instrumento de la revolución mundial, el estado proletario se veía inevitablemente destinado a volverse un arma de la contrarrevolución mundial.

Aunque Marx, Engels y sobre todo Lenin hayan subrayado muchas veces la necesidad de oponer al Estado su antídoto proletario, capaz de impedir su degeneración,  la revolución rusa, lejos de asegurar el mantenimiento y la vitalidad de las organizaciones de clase del proletariado, las esterilizó al incorporarles en el aparato de Estado y, de este modo, devoró su propia subsistencia.

El análisis de Bilan contienen todavía titubeos y debilidades, en particular con respecto al análisis de la naturaleza de clase del estado del período de  transición considerado como “Estado proletario”.

Estos titubeos y estas insuficiencias inevitables serán superadas por los análisis de  INTERNATIONALISME en 1945 (ver artículo “La naturaleza del Estado y la revolución proletaria” publicado en el N° 1 del boletín de estudio y de discusión de Révolution Internationale, enero de 1973). INTERNATIONALISME afirma ya de manera clara y basándose en criterios objetivos de análisis sobre el carácter económico y político del período de transición, la naturaleza no proletaria y antisocialista del estado en el período de transición:

«El Estado, en la medida en que se reconstituye después de la revolución, expresa la inmadurez de las condiciones de la sociedad comunista. Es la superestructura política de una estructura económica que no es todavía socialista. Permanece como algo extraño y opuesto al socialismo. Del mismo modo que la fase transitoria es algo inevitable histórica y objetivamente y por la que tiene que pasar el proletariado, el Estado es un instrumento de violencia inevitable para el proletariado, quien lo utiliza contra las clases que ha expropiado pero con el cual no puede identificarse (...). La experiencia rusa puso particularmente en evidencia el error teórico de la noción de estado obrero, de la naturaleza de clase proletaria del estado y de la identificación de la dictadura del proletariado con la utilización, por el proletariado, del instrumento de coerción que es el Estado».

Internationalisme  saca  de la experiencia de la revolución rusa la necesidad vital para el proletariado de aprender a ejercer un control estricto y permanente sobre el aparato de Estado siempre listo para convertirse, al menor retroceso, en la fuerza principal de la contrarrevolución:

«La historia y la experiencia rusa ha demostrado que no existe estado proletario propiamente dicho sino un estado en manos del proletariado, cuya naturaleza permanece anti-socialista y que, apenas la vigilancia política del proletariado se debilita, se convierte en la plaza fuerte, el centro de reunión y la expresión de las clases expropiadas de un capitalismo que renace».

En fin, aunque todavía impregnado de ciertas concepciones de la izquierda italiana de la cual proviene, particularmente respecto a la cuestión del partido y de los sindicatos, pero ya con la visión clara  de la clase obrera como verdadero sujeto de la revolución, INTERNATIONALISME afirma la  necesidad de la libertad política más completa de la clase y de sus órganos unitarios (considera aún como tales a los sindicatos) con respecto al estado,  insistiendo en el rechazo de toda violencia de éste último contra aquellos. Es también el primero en establecer una verdadera coherencia entre los problemas políticos y los problemas económicos que se plantean durante el período:

«Esta fase transitoria del capitalismo al socialismo, bajo la dictadura política del proletariado, se traduce, por una política enérgica que tiende a disminuir la explotación de la clase, a aumentar constantemente la parte del proletariado en el ingreso nacional, del capital variable en relación con el capital constante (…) Esta política no la puede dar una afirmación programática del partido y todavía menos serle atribuida al estado, órgano de gestión y de coerción. Esta política encuentra su condición, su  garantía y su expresión en la clase misma y exclusivamente en ella, en la presión que ejerce la clase en la vida social, en su oposición  y su lucha contra las demás clases (...) Toda tendencia a disminuir el papel de los sindicatos después de la revolución, quien impidiese la libertad de acción sindical y de la huelga bajo pretextos de la existencia del “estado obrero”, quien favoreciese la intromisión del Estado en los sindicatos, quien, a través de la teoría aparentemente revolucionaria de darle la gestión a los sindicatos, incorporarse de hecho estos últimos en la máquina estatal,  quien preconizase la violencia en el seno de proletariado y de su organización pretextando y cubriéndose con la mejor intención revolucionaria de “la meta final”, quien impidiese la existencia de la más amplia democracia por el simple juego de la lucha política y de las fracciones dentro del sindicato, expresaría una política antiobrera, falsificando las relaciones del partido y de la clase, debilitando la posición del proletariado en la fase transitoria. El deber comunista sería el denunciar y combatir con la energía más fuerte todas esas tendencias y obrar por el pleno desarrollo y la independencia del movimiento sindical, indispensable para la victoria de la economía socialista».

Fue pues Internationalisme quien supo definir el marco teórico general en el cual el problema de las relaciones entre la dictadura del proletariado y el estado en el período de transición podía por fin ser planteado sobre bases sólidas y coherentes.

Es inscribiéndose enteramente en este proceso que la resolución presentada en el congreso se concibe como una tentativa de reapropiación de los principios adquiridos del movimiento obrero sobre este tema y un esfuerzo par continuar la obra permanente de profundizar las bases programáticas de la lucha revolucionaria del proletariado.

Se puede ver hasta que punto esta resolución no tiene nada que ver con un “descubrimiento” de la CCI. Pero se ve también la responsabilidad histórica que pesa sobre los miembros de la organización revolucionaria al asumir esta herencia.

 

Contribución al Congreso de R.I. sobre el periodo de transición

 

  1. Entre el capitalismo y el socialismo existe inevitablemente un período mas o menos largo de transición de uno al otro. Es transitorio por el hecho de que no conoce un modo de producción propio ni estable. Su característica específica consiste en el trastorno ininterrumpido y sistemático que ejerce sobre el modo de producción. A través de medidas políticas y económicas, va socavando hasta los cimientos del viejo sistema y crea las bases de nuevas relaciones sociales: el comunismo.
  2. El comunismo es un sociedad sin clases. El período de transición, que no se desarrolla realmente sino después del triunfo de la revolución a escala mundial, es un período dinámico que tiende hacia la desaparición de las clases, pero que contiene todavía la división en clases y la persistencia de intereses divergentes y antagónicos en la sociedad.
  3.  Al contrario de los demás períodos de transición de la historia, que se desarrollaron todos en el seno de la antigua sociedad y culminaban en la revolución, el período de transición del capitalismo al comunismo no puede comenzar sino después de la destrucción de la dominación política del capitalismo y, en primer lugar, de su estado. La toma del poder político general en la sociedad por la clase obrera, la dictadura del proletariado, precede, condiciona y garantiza la marcha de la transformación económica y social.
  4. A diferencia de las revoluciones burguesas que tuvieron la región o la nación como marco, el socialismo no puede realizarse sino a escala mundial. La extensión de la revolución y de la guerra civil es pues el acto primordial que condiciona las posibilidades y el ritmo de la transformación económica y social en el país o los países en donde el proletariado a tomado ya el poder político
  5. Producto de la división de la sociedad de clases, la dictadura del proletariado se distingue, sin embargo, del poder de las clases dominantes del pasado esencialmente por las características siguientes:
  • al no ser una clase económicamente dominante, la clase obrera no ejerce su poder para defender privilegios económicos (que no posee ni poseerá jamás), sino para destruir todos los privilegios;
  • en consecuencia, el proletariado no necesita en absoluto esconder sus fines, como las otras clases; ni mistificar a las demás clases  presentando su dictadura como el reino de la “libertad, igualdad y fraternidad”;
  •  esta dictadura no tiene como función la de perpetuar la situación existente, sino  al contrario, es revolucionaria  para poder garantizar el acceso a la sociedad verdaderamente humana sin explotación ni opresión.

6) En toda sociedad dividida en clases, para impedir que los antagonismos que la agitan estallen en luchas permanentes llegando a amenazar el equilibrio y poniendo en peligro hasta su propia existencia, surgen superestructuras, instituciones cuyo coronamiento es el estado cuya función consiste esencialmente en mantener esas luchas dentro de un marco apropiado, adaptándose y conservando la infraestructura existente.

7) El período de transición al socialismo es, como lo hemos visto, todavía una sociedad en la cual subsiste la división en clases. Por esta razón  surge necesariamente este organismo superestructural, ese mal inevitablemente, es el estado. Pero diferencias substanciales distinguen este estado del Estado de las sociedades antiguas divididas en clase. La experiencia de la Comuna de París puso de evidencia:

  • En primer lugar, el hecho de que, por primera vez en la historia, es el estado de la mayoría de las clases explotadas y no explotadoras contra la minoría (las viejas clases dominantes expropiadas) y no de una minoría explotadora oprimiendo a la mayoría.
  • Por el hecho de que no se constituye sobre una capa especializada, los partidos políticos, sino sobre la base de delegados elegidos por las organizaciones territoriales, los consejos locales, y revocables por ellas;
  • Que toda organización estatal excluye categóricamente toda participación de las capas y clases explotadoras, privadas de todo derecho político o cívico;
  •  Que la remuneración de sus miembros no puede ser jamás superior a la de los obreros.

En este sentido los marxistas podían, con razón, hablar de un semi-Estado, de un Estado en vías de extinción.

8)      La experiencia de la revolución rusa victoriosa aportó enseñanzas precisas, aunque negativas, sobre la relación entre la dictadura del proletariado y la institución estatal durante el período de transición:

  • La función de los partidos políticos del proletariado se distingue fundamentalmente de la de los partidos burgueses, particularmente por el hecho que no son ni pueden ser organismos de estado. De la misma manera que los partidos de la burguesía no pueden existir sin tender a integrarse en el aparato de estado, la integración de los partidos obreros en el estado después de la revolución los desnaturaliza y les hacer perder completamente  su función específica en la clase.
  • Si es verdad que, por su función el estado se confunde con la conservación del estado social existente, el Estado en las sociedades de explotación no puede más que identificarse con la clase económicamente dominante en el sistema y convertirse en la expresión principal de sus intereses generales y de su unidad en el interior mismo de esa clase y frente a las demás clases de la sociedad, nada de eso existe para el proletariado quien, por no ser dominante económicamente, no tiende a conservar el estado de cosas existente sino a trastornarlo y a transformarlo. Su dictadura no puede encontrar en una institución, por excelencia conservadora, como es el Estado, su expresión autentica y total. No hay ni puede haber estado socialista. Estado y socialismo se excluyen por definición. Por ser el socialismo el interés histórico del proletariado, su substancia en desarrollo, no hay identificación entre el uno y el otro. En consecuencia, de la misma manera que se debe hablar de proletariado socialista, no se puede hablar de “Estado obrero” ni de Estado proletario.
  • Por eso pensamos que, sobre la base de la experiencia de la revolución rusas, una distinción neta tiene que hacerse entre el Estado del período de transición –que el proletariado no puede dejar de utilizar y someter en todo instante a su dictadura- y esta dictadura misma. Políticamente, la identificación entre las instituciones estatales del período de transición y la dictadura del proletariado ha acarreado mucho mal a la dictadura revolucionaria  del proletariado y ha servido perfectamente como medio de mistificación a la contrarrevolución en Rusia, bajo la dirección del partido bolchevique en degeneración.
  •  El estado del Período de transición, con todas sus alteraciones y límites, tiene todavía todos los estigmas de una sociedad dividida en clases. No puede ser jamás el órgano que concentra y simboliza el socialismo. Solamente la clase proletaria es la clase portadora del socialismo. Su dominación sobre la sociedad es también su dominación sobre el estado y esto sólo lo puede llevar a cabo a través de su dictadura de clase.

9)   La dictadura del proletariado debe definirse por:

  •  la necesidad de mantener la unidad y la autonomía de la clase en sus organizaciones propias: los consejos obreros; al mismo tiempo que se pronuncia por la disolución de toda organización propia de las demás clases  como tales.
  • porque dicta como regla general su hegemonía en el seno de la sociedad, lo cual se traduce en su participación hegemónica en el seno de la organización de la que dimana el estado, pero prohibe a las demás clases todo derecho de intervención dentro de su propia organización  de clase.
  • se impone como única clase armada independientemente de toda intromisión del resto de la sociedad y, particularmente, del Estado.  

[1] Sección de la CCI en Francia

[2] Las “bases programáticas” de una organización revolucionaria las constituye un conjunto de posiciones de principio y de análisis que definen el marco general de su acción. Las posiciones “fronteras de clase” forman parte de ellas y representan inevitablemente su esqueleto de base. Pero la acción de una organización revolucionaria no se puede definir solamente con fronteras de clase. La necesidad de la mayor coherencia posible en su intervención la obliga a buscar la mayor coherencia en sus concepciones y, así pues, a definir lo más profundamente  posible el marco general que relaciona entre sí a las diferentes posiciones de clase, situándolas en una visión coherente y global de las metas y de los medios de la lucha revolucionaria del proletariado

[3] Estos dos elementos explican en parte la confusión, a veces extrema, que caracteriza los sobresaltos proletarios contra la contrarrevolución estatal (Krondstadt).

 

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