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Rev. Internacional n° 125, 2o trimestre 2006

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Un nuevo período de confrontación entre clases

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La movilización de las jóvenes generaciones de proletarios en Francia contra el CPE en las facultades, los institutos de enseñanza media, en las manifestaciones y la solidaridad de todas las generaciones hacia esa lucha confirman la apertura de un nuevo período de enfrentamientos entre las clases. Un control auténtico de la lucha por parte de las asambleas generales, la combatividad y además la reflexión y la madurez que se han manifestado en ellas, sobre todo su capacidad para desmontar una buena cantidad de las trampas que le tendido la burguesía al movimiento, todo eso es el síntoma del brote de una dinámica profunda en el desarrollo de la lucha de clases. Esta dinámica tendrá un impacto en las luchas proletarias del futuro [1] [1]. La lucha contra el CPE en Francia no es, sin embargo, ni un fenómeno aislado ni “francés”, y tampoco es la única expresión del auge y de la maduración internacional de la lucha de clases. En ese proceso, tienden a afirmarse varias características nuevas de las luchas obreras. Estas se irán confirmando y ampliando cada día más en el futuro.

Estamos todavía lejos de ver surgir por todas partes luchas masivas, pero ya estamos asistiendo a demostraciones importantes de un cambio en el estado de ánimo de la clase obrera, a una reflexión más profunda, sobre todo en las generaciones jóvenes que no tuvieron que soportar las campañas sobre la muerte del “comunismo” tras el hundimiento del bloque del Este hace 16 años. En nuestra “Resolución sobre la situación internacional”, adoptada en el XVIº Congreso de la CCI y publicada en la Revista internacional nº 122 (3er trimestre de 2005), decíamos que desde 2003 estamos asistiendo a un “giro”, un “viraje” de la lucha de clases que se plasma, entre otras cosas, en la tendencia a la politización en la clase obrera. Poníamos de relieve que esas luchas tenían las características siguientes:

“– implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003); (…)

– la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, (…)

– vienen acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos claramente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989.

(…) El significado de este hecho es, en un plano más general, que el proletariado no está derrotado y que sigue estando vigente el curso histórico hacia masivos enfrentamientos de clase que se abrió en 1968. Pero, más concretamente, el “giro” del que antes hablábamos, conjugado con el surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de clarificarse; evidencia que hoy la clase obrera se encuentra en los primeros momentos de un nuevo intento de asalto contra el capitalismo, tras el fracaso de la tentativa de 1968-89.”

Cada uno de esos puntos puede hoy verificarse plenamente, no solo con las luchas contra el CPE en Francia, sino con otros ejemplos de respuestas a ataques de la burguesía.

La simultaneidad de las luchas obreras

Al mismo tiempo que las luchas contra el CPE, en dos de los países centrales más importantes, vecinos de Francia, los sindicatos se han visto obligados a tomar la delantera al descontento social creciente, organizando huelgas y manifestaciones sectoriales que han cobrado gran amplitud:

• En Gran Bretaña, la huelga del 8 de marzo convocada por los sindicatos y seguida por 1,5 millón de funcionarios territoriales para protestar contra una reforma de las jubilaciones que prevé que se trabaje hasta los 65 años para cobrar una pensión plena, en lugar de los 60 hoy. Esta huelga ha sido una de las más fuertes y más masivas desde hace muchos años. Para atajar la movilización, la burguesía ha montado una ruidosa propaganda en los medios, presentando a esos trabajadores como unos “privilegiados” en comparación con los del sector privado. Los sindicatos también lo han hecho todo para aislar a esa categoría de trabajadores, funcionarios del Estado que, por algún tiempo, siguen “disfrutando” de un estatuto en el que figura la edad de 60 años para jubilarse. La cólera obrera en Gran Bretaña ha sido tanto más fuerte porque, en estos últimos años, 80 000 trabajadores han ido perdiendo sus pensiones a causa de la quiebra de varios fondos de pensión. En realidad todos los obreros están recibiendo los ataques incesantes del gobierno laborista de Tony Blair.

• En Alemania, se amplía la jornada de trabajo en los servicios públicos a 40 horas, sin subida de sueldos (contra las 38,5 horas anteriormente) como consecuencia de la supresiones masivas de empleos en la función pública en los últimos años. En el marco de los ataques previstos en la “agenda 2010”, iniciada por el canciller socialdemócrata Schröder y su plan Hartz, a esa ampliación se le añade la reducción de más del 50 % de las pagas extras de vacaciones y de Navidad estipuladas para los funcionarios, todo lo cual provocó la primera huelga en el sector público desde hace diez años. La huelga dura ya desde hace 2 meses y medio en Bade-Wurtemberg. El Estado patrón ha tomado esas medidas a la vez que montaba una amplia campaña ideológica en los medios contra sus funcionarios, desde los basureros hasta el sector hospitalario, con requisiciones, amenazas de sustitución, tildándolos de “holgazanes” por negarse a trabajar 18 minutos más por día. A la vez que a los funcionarios públicos se les tilda de privilegiados que disfrutan de la seguridad del empleo, los sindicatos DBB y Ver.di hacen su contribución en la huelga dividiendo a los obreros entre sí, presentando cada ataque como un problema particular y aislando su lucha de la de los trabajadores del sector privado. Por eso, bajo la presión de un descontento social en aumento, el sindicato IG Metall lanzó una huelga el 28 de marzo que siguieron 80 000 metalúrgicos (de 3,4 millones de asalariados de ese ramo) de 333 empresas para exigir aumentos de sueldo en un sector en donde están bloqueados desde hace años, un sector muy golpeado por la supresión de empleos y el cierre de factorías. El ministro de trabajo socialdemócrata (de un gobierno de coalición entre la derecha y la izquierda), prudente, retiró un proyecto similar al CPE tras la movilización en Francia del 28 de marzo, (en el momento en que se estaban realizando las grandes manifestaciones contra el CPE). El proyecto alemán preveía que para todos los nuevos contratos, en todos los sectores de actividad, el período de “ensayo” pasara de 6 meses a dos años.

Las oleadas de efervescencia social también han afectado a Estados Unidos. En varias ciudades se han organizado grandes concentraciones contra el proyecto de ley presentado ante el Senado después de que la aprobación de la Cámara de representantes en diciembre de 2005, un proyecto de ley que criminaliza y endurece la represión no solo contra los trabajadores clandestinos y en situación irregular, originarios de Latinoamérica en especial, sino incluso contra las personas que les ayuden o les den cobijo. Además, se van a multiplicar los controles y bajar de 6 a 3 años, renovable una sola vez, la vigencia de los documentos de residencia que se entregan a los trabajadores inmigrantes. Y la administración US vuelve a hablar del proyecto de ampliación del muro ya existente en varios sitios (entre Tijuana y las afueras de San Diego, en especial) a los 3200 kilómetros de la frontera con México. En Los Ángeles se movilizaron entre medio millón y un millón de personas el 27 de marzo; eran más de 100 000 en Chicago el 10 de marzo; hubo concentraciones similares en muchas otras ciudades, Houston, Phoenix, Denver, Filadelfia.

Aunque no sean tan espectaculares, en el mundo se desarrollan otras luchas con una de las características esenciales del desarrollo actual de las luchas obreras a escala internacional en las que está germinando el porvenir. Se trata de la solidaridad obrera, por encima de los sectores, de las generaciones, de las nacionalidades.

La solidaridad obrera avanza

Contra esas recientes expresiones de solidaridad obrera los medios de comunicación han corrido un tupido velo.

En el Reino Unido ha habido otras luchas significativas: en Irlanda del Norte, un país de donde solo llegaban noticias de la guerra civil entre católicos y protestantes desde hace décadas, 800 empleados de correos se pusieron en huelga en febrero. La huelga, de dos semanas y media de duración, fue contra las multas y la presión de la dirección para aumentar los ritmos y las cargas de trabajo. El origen de la movilización fue impedir que se impusieran medidas disciplinarias contra compañeros de trabajo en dos oficinas de correos, una “protestante” y “católica” la otra. Y ahí el sindicato de comunicaciones mostró su verdadera cara oponiéndose a la huelga. En Belfast, uno de sus portavoces llegó incluso a declarar: “Nosotros rechazamos la huelga y pedimos a los trabajadores que vuelvan al trabajo, pues la huelga es ilegal”. Pero los obreros siguieron luchando, sin preocuparse por saber si su lucha era legal o ilegal. Así han demostrado que no necesitan a los sindicatos para organizarse.

En una manifestación común, los obreros traspasaron la “frontera” entre barrios católicos y protestantes, desfilaron juntos por las calles de la ciudad, yendo primero por una gran avenida del barrio protestante y volviendo por otra del barrio católico. Ya hubo luchas en los años anteriores, sobre todo en el sector de la salud, que mostraron una verdadera solidaridad entre obreros de creencias diferentes, pero era la primera vez que la solidaridad se exteriorizaba abiertamente entre obreros “católicos” y “protestantes” en el centro mismo de una provincia arruinada y desgarrada desde hace tantos años por una guerra civil sanguinaria.

Después, los sindicatos, ayudados por los izquierdistas, cambiaron de chaqueta pretendiendo que aportaban su “solidaridad”, organizando piquetes de huelga ante cada oficina de correos. Eso les permitió encerrar a los trabajadores en sus centros, aislarlos a unos de otros y acabar saboteando la lucha.

A pesar de ese sabotaje, la unidad explícita y práctica entre obreros católicos y protestantes en las calles de Belfast durante esta huelga hizo revivir los recuerdos de las grandes manifestaciones de 1932, cuando los proletarios, divididos entre los dos campos, se unieron para luchar contra la reducción de los subsidios por desempleo. Pero era entonces un período de derrota de la clase obrera que no posibilitaba que esas acciones ejemplares reforzaran la lucha de clases. Hoy, en cambio, existe un mayor potencial para que, en el futuro, la clase obrera haga fracasar las políticas de división de la clase dominante que le permiten reinar mejor y preservar su orden capitalista. La gran aportación de esa lucha ha sido la experiencia de una unidad de clase practicada fuera de los sindicatos. Su alcance ha ido más allá de la situación de quienes han sido sus principales protagonistas, los empleados de Correos. Ha sido un ejemplo valiosísimo que habrá que seguir y que deberá hacerse conocer al máximo.

Ese ejemplo no es hoy algo aislado. En Cottam, cerca de Lincoln, en la parte oriental de Inglaterra, a finales de febrero, unos 50 obreros hicieron huelga para apoyar a unos trabajadores inmigrados húngaros cuyos sueldos eran la mitad de los de sus compañeros ingleses. Los contratos de estos trabajadores eran de lo más precario, podían ser despedidos del día a la mañana o transferidos en todo momento a otras obras en cualquier otro lugar de Europa. También aquí, los sindicatos se opusieron a la huelga a causa de su “ilegalidad” pues, tanto en el caso de los obreros ingleses como en el de los húngaros, “no se había decidido mediante una votación democrática”. También los medios de comunicación se pusieron a denigrar la huelga, destacando un periodicucho local que refería las declaraciones del típico intelectual al servicio de la burguesía que decía que llamar a los obreros ingleses y a los húngaros a juntarse en los piquetes de huelga era dar una imagen “indecorosa”, una “adulteración del sentido del honor de la clase obrera británica”.

Para la clase obrera, reconocer que todos los obreros defienden los mismos intereses, sea cual sea su nacionalidad o las condiciones de trabajo y de retribución, es un paso importante para entablar la lucha como clase unida.

En el Jura suizo, en Reconvilier, después de una primera huelga en noviembre de 2004, 300 metalúrgicos de Swissmetal se pusieron en huelga durante un mes, a finales de enero y febrero, en solidaridad con 27 de sus compañeros despedidos. Esta lucha arrancó fuera de los sindicatos. Pero éstos acabaron organizando la negociación con la patronal imponiendo el siguiente chantaje: o aceptar los despidos o no cobrar las jornadas de huelga, “sacrificar” o los empleos o los salarios. Seguir la lógica del capitalismo era, según la expresión de una obrera de Reconvilier, como “escoger entre la peste y el cólera”. Y ya está programada otra tanda de despidos que afecta a 120 obreros. Pero lo que sí ha logrado plantear claramente la huelga es la cuestión de la capacidad de los huelguistas para oponerse al chantaje y a la lógica del capital. Otro obrero sacaba la lección siguiente del fracaso de la huelga: “Ha sido un error haber dejado el control de las negociaciones en otras manos que las nuestras”.

En India, hace menos de un año, en julio de 2005, se desarrolló la lucha de miles de obreros de Honda en Gurgaon, un suburbio de la capital, Delhi. Tras habérseles unido una masa de obreros llegados de factorías vecinas de otra ciudad industrial y apoyados por la población, los obreros tuvieron que afrontar una represión policial de lo más brutal y detenciones múltiples entre los huelguistas. El 1 de febrero último se pusieron en huelga 23 000 obreros en un movimiento que afectó a 123 aeropuertos de India. Esta huelga ha sido una respuesta a un ataque masivo de la dirección que proyectaba eliminar progresivamente el 40 % de las plantillas, sobre todo a los trabajadores mayores que se verían así en situación difícil para volver a encontrar trabajo. En Delhi y Bombay, el tráfico aéreo estuvo paralizado durante 4 días, y hubo también paros en Calcuta. La huelga fue declarada ilegal por las autoridades, las cuales enviaron policía suplementaria y fuerzas paramilitares a varias ciudades, a Bombay en particular, para aporrear a los obreros y hacerles volver al trabajo en aplicación de una ley que permite reprimir “acciones ilegales contra la seguridad de la aviación civil”. Al mismo tiempo, sindicatos e izquierdistas, como buenos socios de la coalición gubernamental, negociaban con ésta desde el 3 de febrero. Después unos y otros llamaron a los obreros a dialogar con el Primer ministro, empujándolos así a volver al trabajo a cambio de una vana promesa de reexaminar el plan de despidos en los aeropuertos. De este modo acabaron dividiéndolos entre partidarios de la rendición y partidarios de proseguir la huelga.

La combatividad obrera se expresó también en las factorías de Toyota cerca de Bangalore. Los obreros estuvieron en huelga durante 15 días a partir del 4 de enero contra el aumento de los ritmos de trabajo y la multiplicación de accidentes y multas a mansalva, unas multas por “rendimiento insuficiente” sistemáticamente deducidas de los salarios. Aquí también, los obreros pasaron inmediatamente por encima de de los sindicatos que habían declarado la huelga ilegal. La represión fue feroz: 1500 huelguistas de 2300 fueron detenidos por “alterar la paz social”. Esa huelga se granjeó el apoyo activo de otros obreros de Bangalore. Esto obligó a los sindicatos y a las organizaciones izquierdistas a montar un “comité de coordinación” en otras empresas de la ciudad para apoyar la huelga y contra la represión de los obreros de Toyota. Ese comité sirvió sobre todo para contener y sabotear el impulso espontáneo de solidaridad obrera. También a mediados de febrero, acudieron a Bombay obreros de otras empresas para manifestar su apoyo a 910 obreros de Hindusthan Lever en lucha contra los despidos.

Unas luchas internacionales en plena maduración, portadoras de futuro

Esas luchas confirman plenamente la maduración, la politización en la lucha de clases que empezó a perfilarse con el “giro” de las luchas de 2003 contra la “reforma” de la jubilación en Francia y Austria. La clase obrera ha manifestado desde entonces la solidaridad proletaria que nosotros hemos puesto de relieve con regularidad en nuestra prensa, en contra del silencio total de los medios sobre esas luchas. Las reacciones de solidaridad se produjeron, entre otros lugares, en la huelga en Mercedes-Daimler-Chrysler (Alemania) de julio de 2004, durante la cual los obreros de Bremen fueron a la huelga y se manifestaron junto a sus compañeros de Sindelfingen-Stuttgart, víctimas del chantaje al desempleo a cambio del sacrificio de sus “ventajas”, y eso aún cuando la dirección de la empresa se proponía transferir 6000 empleos desde Stuttgart a la factoría de Bremen.

Lo mismo ocurrió con los mozos de equipaje y otros empleados de British Airways en el aeropuerto de Heathrow que, en agosto de 2005, en los días siguientes a los atentados de Londres, en plena campaña antiterrorista de la burguesía, hicieron una huelga espontánea para apoyar a los 670 obreros, de origen pakistaní en su mayoría, de la empresa de catering Gate Gourmet, amenazados de despidos.

Otros ejemplos: la huelga de 18 000 mecánicos de Boeing durante tres semanas en septiembre de 2005 que rechazaron el nuevo convenio propuesto por al dirección de rebajar las pensiones y reducir los reembolsos en gastos médicos. En ese conflicto, los obreros se opusieron a las diferencias entre “jóvenes y viejos” y entre las diferentes factorías. Más explícitamente solidaria fue la huelga en el metro de Nueva York en diciembre de 2005, en vísperas de Navidad, contra un ataque sobre las jubilaciones dirigido abiertamente contra quienes serán contratados en el futuro. Los obreros mostraron su capacidad para rebelarse contra ese tipo de maniobras de división. A pesar de la presión enorme contra los huelguistas, la huelga fue ampliamente seguida, pues la mayoría de los proletarios tenía plena conciencia de que luchar por el porvenir de sus hijos, para las generaciones venideras, forma parte íntegra de su combate. Esa huelga ha sido además un mentís radical a la propaganda de la burguesía (basada en la realidad de que esa fracción del proletariado mundial tiene más dificultades que otras para llevar cabo luchas significativas) de que el proletariado norteamericano no existiría o estaría “integrado”.

En diciembre pasado, en la SEAT de Barcelona, en España, los obreros se pusieron en huelga espontáneamente, en contra de los sindicatos que habían firmado a sus espaldas el “pacto de la vergüenza” que permitía el despido de más de 600.

En Argentina, durante el verano de 2005, la mayor oleada de huelgas desde hace 15 años afectó a hospitales, otros servicios de salud, empresas de productos alimenticios, empleados del metro de Buenos Aires, trabajadores municipales de varias provincias, maestros. En varias ocasiones hubo obreros de otras empresas que se unieron a las manifestaciones en apoyo a los huelguistas. Así ocurrió en Caleta Olivia, donde trabajadores petroleros, judiciales, docentes, desempleados, se unieron a una manifestación de sus compañeros municipales. En Neuquén, los trabajadores sanitarios se unieron a la manifestación de los maestros en huelga. En un hospital pediátrico, los obreros en lucha exigieron el mismo aumento para todas las categorías profesionales. Los obreros se enfrentaron a una represión feroz y a unas campañas de denigración de sus luchas en los medios de comunicación.

Se está desarrollando un sentimiento de solidaridad frente a unos ataques masivos y frontales causado por la aceleración de la crisis económica y el atolladero en el que está inmerso el capitalismo. Un sentimiento que salta las barreras que por todas partes impone cada burguesía nacional: el gremio, la fábrica, la empresa, el sector, la nacionalidad. Y al mismo tiempo, la clase obrera se ve espoleada a tomar en sus propias manos las riendas de sus luchas, a afirmarse, a confiar en sus propias fuerzas. Y acaba así topándose con las maniobras de la burguesía y el sabotaje de los sindicatos para aislar y encerrar a los obreros. Es un largo y difícil proceso de maduración en cuyo seno la presencia de las jóvenes generaciones obreras que no han sufrido el impacto ideológico del retroceso de las luchas de clase que hubo después de 1989, es un importante fermento dinamizador. Es por eso por lo que las luchas actuales, aún con sus límites y sus debilidades, están ya preparando el terreno a otras luchas futuras, llevan en sí el desarrollo de la lucha de clases.

La quiebra del capitalismo y la agravación de la crisis son las aliadas del proletariado

Oficialmente, dicen que la economía mundial anda bien. En Estados Unidos, la tasa de desempleo sería la más baja desde hace 10 años, y, desde hace un año, estaría disminuyendo en Europa; España, dicen, hace alarde de un dinamismo económico sin precedentes. Y, sin embargo, no ha habido el menor respiro en los ataques contra la clase obrera. Muy al contrario. 60 000 metalúrgicos de la región de Detroit son despedidos (entre General Motors, amenazada de quiebra, y Ford). Los planes de despidos se suceden en las fábricas de Seat en Barcelona y de Fiat en Italia.

Por todas partes el Estado patrón, supremo representante de la defensa de los intereses del capital nacional, está en primera línea en los ataques, intensificando la precariedad de los empleos (CNE, CPE en Francia) y la flexibilidad del trabajo, atacando las pensiones, limitando el acceso a los cuidados médicos (Gran Bretaña, Alemania). El sector educativo y el de la salud están por casi todas partes en crisis. La burguesía estadounidense declara que no es bastante competitiva a causa del peso de las pensiones de jubilación sobre las empresas, pensiones, además, que se pagan con fondos sometidos a las fluctuaciones y las quiebras bursátiles.

El desmantelamiento sistemático del Estado “del bienestar” (jubilaciones, Seguridad Social, ataques contra los desempleados en sus condiciones y sus subsidios, multiplicación de los despidos en todos los países y sectores, generalización de la precariedad y la flexibilidad) no solo quiere decir más miseria y más precariedad para todos los proletarios en todos los países, sino, además, incapacidad cada mayor del sistema para integrar a las futuras generaciones obreras en la producción.

Por todas partes se presentan esos ataques en nombre de no se sabe qué “reforma”, de una adaptación estructural de la globalización de la economía. Una de las características más importantes de esos ataques es que la precariedad se generaliza a todas las generaciones, a los proletarios mayores como a los jóvenes, a quienes “quieren ingresar en la vida activa” como a los prejubilados o ya jubilados. La burguesía no está todavía por todas partes en una situación de crisis patente, pero el conjunto de ataques y de medidas que toma el capital contra la clase obrera es la prueba del atolladero histórico en que se encuentra, una ausencia total de perspectivas para las nuevas generaciones. Los países que se nos airea como modelos económicos en Europa, España, Dinamarca o Gran Bretaña son a menudo los que, detrás de la “buena salud” aparente de su economía, se han ilustrado por ataques antiobreros importantes y han conocido una agravación importante de la miseria. La fachada ideológica de esos países no resiste a la prueba de la realidad: baste un solo ejemplo, el de Gran Bretaña. Esta es la descripción que se hace en un artículo del semanario francés Marianne (edición del 1 de abril):

“el milagro blairiano, es esto también: un niño de cada tres vive bajo el umbral de pobreza. Un niño de cinco come menos de tres veces por día (Tony Blair prometió en un discurso pronunciado en Toynbee Hall en 1999 que la “pobreza de los niños sería erradicada en una generación”. ¿Cuántos años son una generación para el Primer ministro?) Unos 100 000 de esos niños duermen en una cocina o en un cuarto de baño por falta de sitio y por razones evidentes: ¡hay que remontar hasta el año 1925 para ver a un gobierno británico construir menos viviendas sociales que el New Labour-2bis! Diez millones de adultos no tienen medios ni para ahorrar, ni asegurar sus escasos bienes. Seis millones no tienen con qué vestirse convenientemente en invierno. Dos millones de hogares no tienen una calefacción adecuada, la mayoría jubilados: se calcula que más de 25 000 de estos murieron a causa del frío en 2004.”

¡Buen revelador de la quiebra de un sistema económico que ya no solo es incapaz de dar un empleo a sus jóvenes, sino que además condena a los niños a morir de hambre, de frío o de miseria!

Las revueltas en las barriadas francesas en noviembre último son un revelador ejemplar de ese atolladero. Si se observa la situación de conjunto como si fuera una fotografía, como una panorámica instantánea, el mundo actual sería desesperante. No hay más que desempleo, miseria, guerra, barbarie, caos, terrorismo, polución, inseguridad, desidia administrativa ante las catástrofes, ante la peste aviar y demás plagas. Tras los golpes asestados a los “viejos” y a los futuros jubilados, ahora les toca a los “jóvenes” y futuros desempleados. El capitalismo muestra abiertamente su verdadero rostro, el de un sistema decadente sin futuro que ofrecer a las nuevas generaciones. Un sistema corroído por una crisis económica insoluble. Un sistema que, desde el final de la Segunda Guerra mundial, ha despilfarrado cantidades descomunales en la producción de armas cada vez más sofisticadas y mortíferas. Un sistema que desde la guerra del Golfo de 1991 ha seguido matando y mutilando por el planeta entero, a pesar de todas las promesas sobre la “era de paz y de prosperidad” que iba a llegar tras el desmoronamiento del bloque del Este. Es el mismo sistema en quiebra, es la misma clase capitalista sin futuro la que, en los países del “Norte”, echa en la miseria y el desempleo a millones de seres humanos, y en Irak, Oriente Medio y África siembra la muerte. Pero la esperanza existe. Las jóvenes generaciones de proletarios en Francia lo acaban de demostrar. Al rechazar el nuevo ataque, el CPE, al pedir el apoyo y la participación no solo de sus padres sino de los demás asalariados, han hecho patente la toma de conciencia de que todas las generaciones están afectadas y que CPE no era sino una etapa más en los ataques de la burguesía que concernía ya a toda la clase obrera.

La burguesía ya no solo se dedicó a imponer durante semanas un silencio mediático sobre lo que pasaba en Francia, sino que los medios del mundo entero a las órdenes de la clase dominante se dedicaron a deformar los acontecimientos, presentando la situación como si el país estuviera a sangre y fuego, y como si el movimiento anti-CPE fuera una repetición de las revueltas de octubre-noviembre de 2005, focalizando las imágenes en enfrentamientos con la policía en la calle o en las “hazañas” de los reventadores en las manifestaciones. Detrás de esas amalgamas, empezando por la de asociar las violencias ciegas y desesperadas que inflamaron las barriadas en otoño, con la lucha de clases de los hijos de la clase obrera y de los trabajadores que se les unieron cuyos métodos y dinámica son diametralmente opuestos, está la voluntad deliberada de la clase dominante de desprestigiar la lucha impidiendo así que la clase obrera de otros países tome conciencia de la necesidad y la posibilidad de luchar por otras perspectivas.

Ese propósito de la burguesía se entiende perfectamente. Aunque por sus prejuicios de clase es incapaz de poseer una conciencia clara de las perspectivas del movimiento proletario, sí puede adivinar confusamente la importancia y la profundidad del combate que acaba de ocurrir en Francia. Importancia no solo para la clase obrera de ese país, sino, sobre todo, como etapa de la reanudación mundial de la lucha de clases. Profundidad, porque expresa, más allá de las reivindicaciones concretas con las que se organizó la movilización de la juventud estudiantil, el rechazo cada vez mayor por parte de las generaciones más jóvenes al futuro que les “ofrece” un sistema capitalista en las últimas y cuyos ataques contra los explotados provocarán cada vez más enfrentamientos masivos, y sobre todo más conscientes y solidarios.

Wim (15-04-06



[ [2]) Ver las “Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia” en esta misma Revista.

Geografía: 

  • Francia [3]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [4]

Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia

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Estas tesis fueron adoptadas por la CCI cuando todavía se estaba desarrollando el movimiento de los estudiantes. Antes, en particular, de la gran manifestación del 4 de abril, que el gobierno esperaba que fuera menos potente que la anterior (del 28 de marzo), y a la que superó con creces. Incluso participaron en ella todavía más trabajadores del sector privado. En su discurso del 31 de marzo, el presidente Chirac intentó hacer una maniobra ridícula: anunció la promulgación de la ley de “Igualdad de oportunidades”, y a la vez pedía que el artículo 8º de dicha ley (el que instituía el Contrato de primer empleo, CPE, motivo principal de la cólera estudiantil) no se aplicara. Lo que provocó esa lamentable pirueta fue reforzar la movilización en lugar de debilitarla.

Además, el peligro de que se desencadenaran huelgas espontáneas en el sector directamente productivo, como había ocurrido en mayo de 1968, era cada vez más amenazador. El gobierno tuvo que rendirse a la evidencia de que sus maniobras de tres al cuarto no conseguían acabar con el movimiento, lo que acabó llevándolo, no sin antes hacer algunas contorsiones suplementarias, a retirar el CPE el 10 de abril. Estas Tesis contemplaron incluso la posibilidad de que el gobierno no retrocediera. El epílogo de la crisis con ese retroceso del gobierno, ha confirmado y reforzado, de todas maneras, la idea central de las Tesis: la importancia y la profundidad de la movilización de las jóvenes generaciones de la clase obrera en estas semanas de la primavera de 2006.

Ahora que el gobierno ha retrocedido sobre el CPE, que era la reivindicación principal de la movilización, ésta ha perdido toda su dinámica. ¿Significa esto que las cosas van a “volver a ser como antes” como lo desearía, claro está, la burguesía sea cual sea su tendencia?. Ni mucho menos. Como se dice en las Tesis: “esta clase [la burguesía] no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista”.

Es de lo más importante que los actores de ese gran combate hagan fructificar ese tesoro sacando todas las lecciones de su experiencia, que identifiquen claramente cuáles han sido las verdaderas fuerzas, pero también las debilidades de su lucha. Y sobre todo que despejen la perspectiva que se presenta a la sociedad, una perspectiva inscrita ya en la lucha que han llevado a cabo: contra los ataques cada vez más violentos que un capitalismo en crisis mortal va a aplicar inevitablemente contra la clase explotada, la única réplica posible que a ésta le queda es intensificar su combate de resistencia, preparándose así para el derrocamiento del sistema. Esta reflexión, como la lucha que se termina, debe ser llevada a cabo de manera colectiva, en debates, nuevas asambleas, círculos de discusión abiertos, como lo han sido las asambleas generales, a todos aquellos que quieran asociarse a esa reflexión, especialmente las organizaciones políticas que apoyan el combate de la clase obrera .

Esa reflexión colectiva solo podrá realizarse si se mantiene entre los actores de la lucha, la fraternidad, la unidad y la solidaridad que se han manifestado durante ella. Por eso, ahora que la gran mayoría de quienes han participado en la lucha se han dado cuenta de se ha terminado con la forma precedente, el momento ya no es para llevar a cabo combates de retaguardia, bloqueos ultraminoritarios y desesperados que están, de todas todas, condenados a la derrota y que podrían provocar divisiones y tensiones entre quienes, durante semanas, han llevado a cabo un combate de clase ejemplar.

18 de abril de 2006

El carácter proletario del movimiento

1. La movilización actual de los estudiantes en Francia aparece ya ahora como uno de los episodios más importantes de la lucha de clases en ese país desde hace 15 años, un acontecimiento como mínimo comparable a las luchas del otoño de 1995 sobre la cuestión de la reforma de la Seguridad social y en la función pública de la primavera de 2003 sobre la cuestión de las pensiones de jubilación. Este afirmación podrá parecer paradójica si se considera que no son hoy asalariados los que están movilizados en primera fila (si se exceptúa su participación en algunas jornadas de acción y manifestaciones: 7 de febrero, 18 y 28 de marzo), sino de un sector de la sociedad que todavía no ha entrado en el mundo del trabajo, la juventud escolar. Y sin embargo, eso no pone para nada en entredicho el carácter profundamente proletario del movimiento.

Por las razones siguientes:

• Durante las últimas décadas, la evolución de la economía capitalista ha ido requiriendo de manera creciente una mano de obra más formada y cualificada. Así, una buena proporción de estudiantes universitarios (incluidas las Escuelas universitarias de tecnología encargadas de dar una formación relativamente corta a futuros “técnicos”, en realidad obreros cualificados) va a engrosar, al final de sus estudios, las filas de la clase obrera (una clase obrera que no se limita ni mucho menos a los obreros industriales con mono de trabajo, según la estampa tradicional, sino que también incluye a los empleados, a los puestos intermedios de las empresas o de la función pública, a las enfermeras, a la gran mayoría del personal docente-maestros, profesores de secundaria,  etc.) ;

• Paralelamente a ese fenómeno, el origen social de los estudiantes ha conocido una evolución significativa, con un importante incremento de estudiantes de origen obrero (según los criterios antes mencionados) lo que implica que haya una proporción muy alta (más o menos la mitad) de estudiantes obligados a trabajar para seguir sus estudios o adquirir un mínimo de autonomía;

• La reivindicación principal sobre la que se ha construido la movilización es la anulación de un ataque económico (la instauración del Contrato de primer empleo, CPE) que concierne a toda la clase obrera, incluidos los jóvenes asalariados, y no sólo a los futuros trabajadores hoy estudiantes, pues la existencia en la empresa de una mano de obra con la espada de Damocles de un despido sin motivo encima de la cabeza, es algo que también está obligatoriamente sobre la cabeza de los demás trabajadores.

La naturaleza proletaria del movimiento se ha confirmado desde su inicio porque la mayoría de las Asambleas generales retiraron de su lista de reivindicaciones aquellas que tenían un carácter exclusivamente “estudiantil” (como la exigencia de retirada del LMD – sistema europeo de diplomas impuesto en Francia recientemente que pone en desventaja a una parte de los estudiantes). Esta decisión responde a la voluntad afirmada desde el principio por la gran mayoría de los estudiantes, no solo de buscar la solidaridad de la clase obrera (el término que suele emplearse en las AG es el de “asalariados”), sino también de impulsarla a la lucha.

Las Asambleas generales (AG), pulmón del movimiento

2. El carácter profundamente proletario del movimiento ha quedado también ilustrado en las formas que se ha dado, especialmente las asambleas generales soberanas en las que se expresa una vida real que no tiene nada que ver con las caricaturas de “asambleas generales” que suelen convocar los sindicatos en las empresas. En ese aspecto, hay, evidentemente, gran heterogeneidad entre unas y otras universidades. Algunas AG eran muy parecidas a las asambleas sindicales, mientras que otras son el foco de una vida y reflexión intensas, expresando un alto nivel de implicación y de madurez de los participantes. Más allá, sin embargo, de esa heterogeneidad, es de lo más notable que muchas asambleas han logrado superar los escollos de los primeros días durante los cuales no paraban de dar vueltas y vueltas sobre cuestiones como “hay que votar sobre si hay que votar sobre tal o cual cuestión” (por ejemplo, la presencia o no presencia en la AG de personas ajenas a la Universidad, o que éstas puedan tomar la palabra), lo que acarreaba la partida de bastantes estudiantes y que las decisiones últimas las tomaran miembros de los sindicatos estudiantiles o de organizaciones políticas. Durante las dos primeras semanas del movimiento, la tendencia dominante en las asambleas fue la presencia cada vez mayor de estudiantes, la participación cada vez más amplia en las intervenciones, y una reducción proporcional de las intervenciones de miembros de sindicatos o de organizaciones políticas. La apropiación creciente por las asambleas de su propia vida se plasmó concretamente en el hecho de que la presencia de sindicatos y organizaciones en la tribuna encargada de organizar los debates ha ido reduciéndose en beneficio de quienes no tenían afiliación o ni siquiera experiencia particular antes del movimiento. Y en las asambleas mejor organizadas, hemos visto la renovación cotidiana de los equipos (de 3 miembros en general) encargados de organizar y animar la vida de la asamblea, mientras que las asambleas menos dinámicas y menos organizadas estaban más bien “dirigidas” todos los días por el mismo equipo, a menudo más pletórico que en aquéllas. Es importante volver a afirmar que la tendencia de las asambleas ha sido la de sustituir esta manera de funcionar por aquélla. Uno de los aspectos importantes en esa evolución es la participación de delegaciones estudiantiles de una universidad en las AG de otras, lo que, además de acrecentar el sentimiento de fuerza y de solidaridad entre las diferentes AG, ha permitido a las retrasadas inspirarse de los avances de las más punteras [1] [5]. Esa es también una de las características importantes de la dinámica de las asambleas obreras en los movimientos de clase cuando alcanzan un nivel importante de conciencia y organización.

3. Una de las expresiones más importantes del carácter proletario de las asambleas habidas durante estos días en las universidades es que, muy rápidamente, su apertura hacia el exterior no se ha limitado a los estudiantes de otras universidades, sino que se ha ampliado igualmente a la participación de personas que no son estudiantes. De entrada, las AG llamaron al personal de las universidades (docente, técnico o administrativo) a que vinieran a participar en ellas, a unirse a la lucha también. Pero fueron más lejos. Trabajadores o jubilados, padres o abuelos de alumnos universitarios o de secundaria en lucha, han recibido en general una calurosa y atenta acogida por las asambleas al ir sus intervenciones en el sentido del reforzamiento y de la extensión del movimiento, sobre todo hacia los asalariados.

La apertura de las asambleas a personas no pertenecientes a la empresa o al sector implicado directamente no solo como observadores, sino como participantes activos, es un componente de la mayor importancia en el movimiento de la clase obrera. Es evidente que cuando una decisión tomada necesita una votación, puede ser necesario instaurar modalidades que permitan que sean únicamente las personas pertenecientes a la unidad productiva o geográfica en la que se basa la asamblea, las que participen en la decisión, y eso para evitar el mangoneo de la asamblea por parte de los profesionales de la política burguesa o mercenarios a su servicio. Uno de los medios usados en ese sentido por muchas asambleas estudiantiles es contar no las manos sino las tarjetas de estudiante alzadas (diferentes en cada universidad).

Esa cuestión de las asambleas abiertas es crucial para la lucha de la clase obrera. En la medida en que, en tiempo “normal”, o sea fuera de los períodos de lucha intensa, quienes tienen mayor audiencia en las filas obreras son aquellos que pertenecen a organizaciones de la clase capitalista (sindicatos o partidos políticos de “izquierda”) el cierre de las asambleas es un medio excelente para que estas organizaciones conserven el control sobre los trabajadores, al servicio, claro está, de los intereses de la burguesía. Las asambleas abiertas, que permiten a los elementos más avanzados de la clase, y especialmente a las organizaciones revolucionarias, contribuir en la toma de conciencia de los trabajadores en lucha, siempre ha sido, en la historia de los combates de la clase obrera, una línea fronteriza entre las corrientes que defienden una orientación proletaria y quienes defienden el orden capitalista. Los ejemplos son muchos. Entre los más significativos se puede mencionar el del Congreso de los Consejos obreros celebrado en diciembre de 1918 en Berlín. El levantamiento de los soldados y de los obreros contra la guerra a principios de noviembre llevó a la burguesía alemana no solo a poner fin a la guerra, sino también a deponer al Káiser y dejar el poder en manos del Partido socialdemócrata. A causa de la inmadurez de la conciencia en la clase obrera y de las modalidades de designación de los delegados, ese Congreso estuvo dominado por los socialdemócratas que prohibieron la participación tanto a los representantes de los soviets revolucionarios de Rusia como a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, las dos figuras más preclaras del movimiento revolucionario con el pretexto de que no eran obreros. Aquel Congreso decidió en fin de cuentas, entregar todo su poder en manos del gobierno dirigido por la socialdemocracia, un gobierno que iba a asesinar a Rosa Luxemburg et Karl Liebknecht un mes más tarde. Otro ejemplo significativo fue lo ocurrido en la Asociación internacional de trabajadores (AIT – Primera Internacional), en su Congreso de 1866, cuando algunos dirigentes franceses, como un tal Tolain, obrero cincelador en bronce, intentaron imponer que “solo los obreros pudieran votar en el congreso”, disposición dirigida sobre todo contra Karl Marx y sus camaradas más cercanos. Cuando la Comuna de París de 1871, Marx fue uno de los defensores más ardientes de ella, mientras que Tolain estaba en Versalles en las filas de quienes organizaron el aplastamiento de la Comuna que ocasionó 30 000 muertos en las filas obreras.

En el movimiento actual, es significativo que las mayores resistencias a la apertura de las asambleas sean las de los miembros notorios del sindicato estudiantil UNEF (dirigido por el Partido socialista) y que las asambleas sean tanto más abiertas cuanto menor va siendo la influencia de la UNEF en su seno.

Contrariamente a 1995 y 2003, el movimiento ha sorprendido a la burguesía

4. Una de las características más importantes del episodio actual de la lucha de clases en Francia, es que ha sorprendido a casi todos los sectores de la burguesía y de su aparato político (partidos de derechas, de izquierdas y organizaciones sindicales). Ese es uno de los factores que permite comprender tanto la vitalidad y la profundidad del movimiento como la situación muy delicada en la que está inmersa la clase dominante en Francia hoy por hoy. Tenemos, pues, que hacer una distinción muy clara entre el movimiento actual y las luchas masivas del otoño de 1995 y de la primavera de 2003.

La movilización de los trabajadores en 1995 contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social había sido orquestado en realidad gracias a un reparto de tareas muy hábil entre el gobierno y los sindicatos. El gobierno, con toda la arrogancia del Primer ministro de entonces, Alain Juppé, asoció los ataques contra la Seguridad social (que concernían a todos los asalariados del sector público y del privado) con ataques específicos contra el régimen de pensiones de los trabajadores de los ferrocarriles franceses (SNCF) y de otras empresas públicas de transportes. Los trabajadores de esas empresas se convirtieron así en punta de lanza de la movilización. Pocos días antes de Navidad, cuando ya las huelgas llevaban semanas, el gobierno retrocedió en el tema de los regímenes especiales de pensiones lo que condujo, tras la llamada de los sindicatos, a la reanudación del trabajo en esos sectores. Esta vuelta al trabajo de los sectores más punteros acarreó evidentemente el fin del movimiento en los demás sectores. La mayoría de los sindicatos (excepto la CFDT), se mostró muy “combativa” llamando a extender el movimiento y a realizar asambleas generales frecuentes. A pesar de su amplitud, la movilización de los trabajadores no terminó en victoria, sino más que nada en un fracaso, pues la reivindicación principal, la retirada del “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social no se realizó. Sin embargo, gracias al retroceso del gobierno en lo de las pensiones especiales, los sindicatos pudieron disfrazar esa derrota en “victoria”, lo que les permitió dar lustre a una imagen bastante deslucida tras sus sabotajes de las luchas obreras durante los años 80.

La movilización de 2003 en la función pública se produjo tras la decisión de prolongar el tiempo mínimo de trabajo antes de disfrutar de una pensión íntegra. Esta medida golpeaba a todos los funcionarios, pero los más combativos fueron los maestros, profesores y personal no docente de los establecimientos escolares, los cuales, además del ataque contra la jubilación, sufrían un ataque suplementario so pretexto de “descentralización”. El personal docente no era el destinatario de esta medida, pero se sintió concernido por un ataque que iba contra colegas de trabajo y por la movilización de éstos. Además, la decisión de subir a 40 años, e incluso más, la cantidad mínima de años de trabajo en unos sectores de la clase obrera que, debido a los años de formación, no empiezan a trabajar hasta la edad de 23-25 años, significaba que iban a tener que seguir trabajando en condiciones cada vez más penosas y agotadoras hasta bien pasada la edad legal de la jubilación, los 60 años. El Primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, aunque de talante diferente al de Juppé en 1995, transmitió un mensaje del mismo estilo al declarar que “No es la calle la que gobierna”. Al final, a pesar de la combatividad de los trabajadores de la enseñanza y su perseverancia (algunos hicieron 6 semanas de huelga), pese a unas manifestaciones entre las más masivas desde mayo del 68, el movimiento no logró hacer retroceder a un gobierno que decidió, cuando la movilización empezaba a decaer, anular algunas medidas específicas que afectaban al personal no docente de los centros de enseñanza para así destruir la unidad que se había ido construyendo entre las diferentes categorías profesionales y, por lo tanto, la dinámica de movilización. La inevitable vuelta al trabajo del personal de los centros escolares significó el fin de un movimiento que, como en 1995 no había logrado impedir el ataque principal del gobierno: el ataque contra la jubilación. Pero mientras que el episodio de 1995 pudo ser presentado como una “victoria” por los sindicatos, lo que les permitió reforzar su dominio sobre los trabajadores, el de 2003 se vivió sobre todo como un fracaso (especialmente entre el personal docente donde algunos perdieron hasta 6 semanas de sueldo), lo cual socavó sensiblemente la confianza de los trabajadores en esas organizaciones.

La debilidad política de la derecha francesa

5. Los ataques de la burguesía contra la clase obrera en 1995 y 2003 pueden resumirse así:

–  los dos resultan de la necesidad ine­ludible para el capitalismo, ante la crisis mundial de su economía y el insondable aumento de los déficits públicos, de proseguir el desmontaje de los mecanismos del llamado Estado del bienestar instaurado tras la Segunda Guerra mundial y, en particular, la Seguridad social y el sistema de jubilaciones;

–  los dos ataques fueron cuidadosamente planificados por los diferentes organismos al servicio del capitalismo, en primer término por el gobierno de la derecha y las organizaciones sindicales, para asestar una derrota a la clase obrera; una derrota en lo económico, pero también en el plano político e ideológico;

–  para ambos ataques se echó mano del método que consiste en acumular las agresiones en un sector particular, propulsándolo así a la vanguardia de la movilización, para “echarse atrás” después en algunos ataques específicos a un sector y desarmar así al movimiento entero;

–  la dimensión política del ataque de la burguesía, aunque con métodos similares, no fue, sin embargo, la misma en los dos casos, pues en 1995, había que presentar el resultado de la movilización como una “victoria” de la que debían beneficiarse los sindicatos, mientras que en 2003, la evidencia de la derrota fue un factor de desmoralización y también de desprestigio de los sindicatos.

En la movilización actual hay una serie de evidencias:

–  el CPE no era en absoluto una medida indispensable para la economía francesa. Esto lo demuestra el hecho de que buena parte de la patronal y de los diputados de derecha no eran favorables, incluso la mayoría de los miembros del gobierno, en particular los dos ministros directamente concernidos, el del Empleo y el de la “Cohesión social”;

–  al hecho de que la medida no era indispensable desde un enfoque capitalista se le ha añadido la ausencia casi completa de preparación para imponerla; mientras que los ataques de 1995 y de 2003 se habían preparado de antemano en “discusiones” con los sindicatos (en ambos, incluso uno de los grandes sindicatos, la CFDT, de tonalidad socialdemócrata, apoyó los planes gubernamentales), el CPE forma parte de una serie de medidas agrupadas en una ley bautizada “Igualdad de oportunidades” propuesta ante el Parlamento precipitadamente y sin la menor discusión previa con los sindicatos. Uno de los aspectos más insoportables de la ley es que pretende nada menos que luchar contra la precariedad, cuando en realidad la institucionaliza para los jóvenes de menos de 26 años. Además es presentada como algo “muy benéfico” para los jóvenes de las barriadas “difíciles” que se amotinaron en el otoño de 2005, cuando, en realidad, contiene una serie de ataques contra esos jóvenes como el de hacer trabajar a los adolescentes a partir de los 14 años, con la excusa del aprendizaje, y el trabajo nocturno para los mayores de 15.

6. El carácter provocador del método gubernamental se ha revelado también en el intento de hacer pasar la ley “al estilo húsar” (por la vía rápida y sin miramientos), usando dispositivos constitucionales que permiten su adopción sin votación en el Parlamento, durante las vacaciones escolares de universitarios y alumnos de secundaria. Pero el “burdo refinamiento” del gobierno y de su jefe, Villepin, se volvió contra ellos. Esa grosera maniobra no sólo no sirvió para tomarle la delantera a una posible movilización. Lo que en realidad logró fue aumentar más todavía la ira estudiantil y radicalizar su movilización.

En 1995, el carácter provocador de las declaraciones del Primer ministro Juppé fue también un factor de radicalización del movimiento de huelga. Pero en aquel entonces, esa actitud se correspondía plenamente con los objetivos de la burguesía que había anticipado la reacción de los trabajadores. En un contexto en el que la clase obrera estaba sufriendo el peso de las campañas ideológicas resultantes del hundimiento del los regímenes pretendidamente “socialistas” (lo cual limitaba las potencialidades de su lucha), la burguesía había urdido una maniobra para dar nuevo lustre a los sindicatos. Hoy, en cambio, el Primer ministro ha conseguido polarizar contra su política la cólera de la juventud escolarizada y de la mayor parte de la clase obrera, de manera involuntaria. Durante el verano de 2005, Villepin logró que pasara sin más dificultades el CNE (Contrato de nuevo empleo) que permite a las empresas de menos de 20 asalariados despedir al trabajador durante dos años (tras su contrato), sea cual sea su edad y sin dar motivo alguno. A principios del invierno, Villepin estimó que sería lo mismo con el CPE, que extiende a todas las empresas, públicas o privadas, las mismas normas que el CNE, pero para los menores de 26 años. Lo ocurrido después le ha demostrado el error grosero de apreciación que hizo, pues todos los medios y todas las fuerzas de la burguesía lo reconocen, el gobierno se ha metido en una situación de gran fragilidad. En realidad no es ya solo el gobierno el que está en situación engorrosa; son todos los partidos burgueses (de derechas como de izquierdas) al igual que todos los sindicatos, que recriminan a Villepin su “método”. Incluso éste ha reconocido en parte sus errores diciendo que “lamentaba” el método empleado.

Es indiscutible que ha habido torpezas políticas por parte del gobierno, especialmente de su jefe. A éste la mayoría de las organizaciones de izquierda o sindicales lo presenta como un “autista” [2] [6], un personaje “altanero” incapaz de comprender las verdaderas aspiraciones del “pueblo”. Sus “amigos” de derechas (sobre todo, claro está, los partidarios de Nicolas Sarkozy, su gran rival para las próximas elecciones presidenciales) insisten en que como no ha sido nunca elegido (contrariamente a Sarkozy que ha sido diputado y alcalde de una ciudad importante [3] [7] durante años), le cuesta trabar lazos con la base “popular”. De paso dejan caer que su gusto por la poesía y las letras revela que se trata de una especie de “diletante”, de aficionadillo a la política. Sin embargo, el reproche más unánime que le hacen (incluida la patronal) es no haber precedido su proposición de ley por una consulta de los “agentes sociales” o “cuerpos intermedios”, según la terminología de los sociólogos televisivos, o sea los sindicatos. La mayor virulencia en ese reproche es la del sindicato más “moderado”, la CFDT, la cual, en 1995 y 2003, había apoyado los ataques gubernamentales.

Puede pues afirmarse que, en las circunstancias actuales, la derecha francesa se ha empeñado en revalidar su título de “derecha más tonta del mundo”. Y sin llegar a tanto, lo que sí puede afirmarse es que, en cierto modo, la burguesía francesa, en general, ha manifestado una vez más sus carencias en el control del juego político. Y lo ha vuelto a pagar como ya ocurrió en varios “accidentes” electorales como el de 1981 o 2002. En 1981, a causa de las divisiones de la derecha, la izquierda llegó al poder a contrapelo de la orientación que se había marcado al burguesía de otros grandes países avanzados frente a la situación social (en especial en Gran Bretaña, Alemania, Italia o Estados Unidos). En 2002, la izquierda (también a causa de sus divisiones) estuvo ausente en la segunda vuelta de la elección presidencial que se dirimió entre Le Pen, jefe de la extrema derecha, y Chirac, cuya reelección quedó lastrada por todos los votos de izquierda que votaron por él por aquello del “mal menor”. En efecto, al haber salido elegido con los votos de la izquierda, Chirac tenía las manos más atadas que si hubiera ganado frente al jefe de la izquierda, Lionel Jospin. Esa falta de legitimidad de Chirac es uno de los ingredientes que explican la debilidad del gobierno derechista frente a la clase obrera y sus dificultades para atacarla.

También es verdad que esa debilidad política de la derecha (y del aparato político de la burguesía francesa en general) no le impidió llevar a cabo con éxito, en 2003, un ataque masivo contra la clase obrera sobre el tema de las pensiones. Como tampoco permite explicar la amplitud de la lucha actual, sobre todo esa enorme movilización de cientos de miles de jóvenes futuros trabajadores, esa dinámica del movimiento, esas formas de lucha realmente proletarias.

Una expresión de la reanudación de las luchas y del desarrollo de la conciencia de la clase obrera

7. En 1968 también, la movilización de los estudiantes, y, después, la portentosa huelga obrera (9 millones de huelguistas durante varias semanas: más de 150 millones de jornadas de huelga) fue en parte resultado de los errores cometidos por el régimen de De Gaulle en pleno ocaso. La actitud provocadora de las autoridades para con los estudiantes (entrada de la policía en la Sorbona el 3 de mayo por primera vez desde hacía siglos, detención y encarcelamiento de estudiantes que intentaron oponerse a la evacuación forzada) fue un factor de movilización masiva de los estudiantes durante la semana del 3 al 10 de mayo. Tras la represión feroz de la noche del 10 al 11 de mayo y la emoción provocada en toda la opinión, el gobierno decidió echarse atrás en dos reivindicaciones estudiantiles: reapertura de la Sorbona y liberación de los estudiantes detenidos la semana anterior. Ese retroceso del gobierno y el enorme éxito de la manifestación convocada por los sindicatos el 13 de mayo [4] [8] llevaron a una serie de paros espontáneos en grandes factorías como la de Renault en Cléon y Sud-Aviation en Nantes. Uno de los estímulos de esas huelgas, sobre todo entre los obreros jóvenes, era que si la determinación de los estudiantes (que, sin embargo, no tienen ningún peso en la economía) habían conseguido hacer retroceder al gobierno, también se vería obligado a echarse atrás ante la determinación de los obreros, los cuales sí que disponen de un medio de presión mucho más poderoso, la huelga. El ejemplo de los obreros de Nantes y de Cléon se extendió como un reguero de pólvora sorprendiendo a los sindicatos. Temiendo éstos ser desbordados por completo, se vieron forzados a “coger el tren en marcha” algunos días después, llamando a una huelga que llegaría a contar 9 millones de obreros, paralizándose la economía del país durante varias semanas. Ya entonces había que ser miope para no ver que un movimiento de tal envergadura no podía deberse únicamente a causas coyunturales o “nacionales”. Correspondía necesariamente a un cambio importante a escala internacional en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado en beneficio de éste [5] [9]. Y esto se iba a confirmar un año más tarde con el «Cordobazo» del 29 de mayo de 1969 en Argentina [6] [10], el otoño caliente italiano de 1969 (también nombrado “Mayo rampante”), más tarde con las grandes huelgas del Báltico del “invierno polaco” de 1970-71 y muchos otros movimientos menos espectaculares pero que todos confirmaban que Mayo de 1968 no había sido una nube de verano, sino que plasmaba la reanudación histórica del proletariado mundial tras cuatro décadas de contrarrevolución.

8. El movimiento actual en Francia tampoco puede explicarse por los “errores” del gobierno de Villepin o los particularismos nacionales. Es, en realidad, una confirmación patente de lo que la CCI ha afirmado desde 2003: la tendencia a la reanudación de las luchas de la clase obrera internacional y al desarrollo de su conciencia:

 “Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968” (Revista internacional n° 117, “Informe sobre la lucha de clases”, 2º trimestre de 2004).

“Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el “fin de la lucha de clases”. Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad de los ocurridos por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado por que:

–   implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);

–   manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;

–   Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;

–   la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania;

–   se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989” (Revista internacional no 122 “Resolución sobre la situación internacional del XVIo Congreso de la CCI”, 2005).

Esas características que poníamos de relieve en nuestro XVIo Congreso se han concretado plenamente en el movimiento actual de los estudiantes de Francia.

El vínculo entre generaciones de combatientes se estableció espontáneamente en las asambleas de estudiantes: no sólo se autorizaba a tomar la palabra en las AG a los trabajadores mayores (incluidos jubilados) sino que además se les animaba a hacerlo, y sus intervenciones sobre sus experiencias de lucha eran recibidas por las jóvenes generaciones con atención y entusiasmo [7] [11].

En cuanto a la preocupación por el porvenir (y no solo por la situación inmediata) es la médula misma de una movilización que involucra a jóvenes que no antes de varios años (más de cinco para muchos de secundaria) podrían vérselas con un CPE. Esta preocupación por el porvenir ya apareció en 2003 sobre el la cuestión de las pensiones: en las manifestaciones de 2003 había muchos jóvenes lo cual es ya una indicación de la solidaridad entre generaciones de la clase obrera. En el movimiento actual, la movilización contra la precariedad, y por lo tanto contra el desempleo, plantea implícitamente y para una cantidad creciente de estudiantes y jóvenes trabajadores, la cuestión del porvenir que el capitalismo reserva a la sociedad; preocupación también compartida por muchos trabajadores mayores que se preguntan: “¿Qué sociedad dejamos a nuestros hijos?”

La cuestión de la solidaridad (entre generaciones pero también entre los diferentes sectores de la clase obrera) ha sido una de las cuestiones clave del movimiento:

–  solidaridad de los estudiantes entre ellos, voluntad de los más en vanguardia, de los más organizados, de ir a apoyar a sus camaradas en situación difícil (sensibilización y movilización de los estudiantes más reticentes, organización y gestión de las AG, etc.);

–  llamadas a los trabajadores asalariados insistiendo en que el ataque gubernamental va dirigido contra todos los sectores de la clase obrera;

–  sentimiento de solidaridad entre los trabajadores, aunque esa conciencia no haya podido desembocar en una extensión de la lucha si se exceptúa la participación en las jornadas de acción y las manifestaciones;

–  conciencia en muchos estudiantes que no son ellos los más amenazados por la precariedad (que afecta más masivamente a los jóvenes no diplomados), pero que su lucha interesa más todavía más a los jóvenes más desfavorecidos sobre todo aquellos que viven en las “barriadas” que “ardieron” en el pasado otoño.

Las generaciones jóvenes recogen la antorcha de la lucha

9. Una de las características primordiales del movimiento actual es que lo conducen las jóvenes generaciones. Y eso no es, ni mucho menos, por casualidad. Desde hace algunos años, nosotros hemos puesto de relieve el proceso de reflexión existente en las nuevas generaciones, una reflexión quizás no espectacular, pero profunda, que se expresa principalmente en el despertar a una política comunista de muchos más jóvenes que antes (unos cuantos forman ya parte de nuestra organización). Era para nosotros “la parte visible del iceberg” de un proceso de toma de conciencia que está atañiendo a amplios sectores de nuevas generaciones proletarias que, tarde o temprano, emprenderían combates de envergadura:

“La nueva generación de “elementos en búsqueda”, la minoría que se acerca a las posiciones de clase, tendrá un papel de una importancia sin precedentes en los futuros combates de clase, unos combates que estarán ante sus implicaciones políticas can más rapidez y profundidad que las luchas de 1968-1989. Esos elementos, que expresan ya un desarrollo lento pero significativo de la conciencia en profundidad, ayudarán a la extensión masiva de la conciencia en toda la clase” (Revista internacional no 113, “Resolución sobre la situación internacional del XVo Congreso de la CCI”).

El movimiento actual de los estudiantes en Francia es la emergencia de ese proceso subterráneo iniciado ya hace algunos años. Es el signo de que el impacto de las campañas ideológicas fomentadas desde 1989 sobre “el fin del comunismo”, “la desaparición de la lucha de clases” (y hasta de la clase obrera) ha perdido casi toda su eficacia.

Tras la reanudación histórica del proletariado mundial a partir de 1968, nosotros hacíamos constar que:

“El proletariado actual es diferente al de entreguerras. Por un lado, de la misma manera que los pilares de la ideología burguesa, las mistificaciones que en el pasado aplastaron la conciencia proletaria han ido agotándose progresivamente; el nacionalismo, las ilusiones democráticas, el antifascismo que fueron utilizados hasta la saciedad durante medio siglo, ya no tienen el impacto del pasado. Por otro lado, las nuevas generaciones obreras no han soportado unas derrotas como las de las precedentes. Los proletarios que hoy enfrentan la crisis no tienen la experiencia de sus mayores, pero tampoco están hundidos en la desmoralización.

La formidable reacción, que desde 1968-69 ha opuesto la clase obrera a las primeras manifestaciones de la crisis significa que la burguesía no está en condiciones para imponer la única salida que es capaz de dar a la crisis, es decir, un nuevo holocausto mundial. Previamente tendría que poder vencer a la clase obrera; la perspectiva actual no es pues la de guerra imperialista sino la de la guerra de clases generalizada” (Manifiesto de la CCI, adoptado en su Primer congreso en enero de 1976).

En nuestro VIIIº Congreso, trece años después, el “Informe sobre la situación internacional” completó ese análisis de esta manera:

“Se necesitaba que las generaciones marcadas por la contrarrevolución de los años 30 a los 60 dejaran el sitio a las que no la vivieron, para que el proletariado mundial recobrara las fuerzas para superarla. De igual modo, la generación que hará la revolución no podrá ser la que ha cumplido la tarea histórica esencial de haber abierto al proletariado mundial una nueva perspectiva tras la contrarrevolución más profunda de su historia, aunque hay moderar esa comparación, pues entre la generación del 68 y las anteriores hubo ruptura histórica, mientras que entre las generaciones siguientes ha habido continuidad”.

Unos meses más tarde, el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y el importante retroceso que ese acontecimiento provocó en la clase obrera iban a ser la concreción de nuestra previsión. En realidad, salvando las distancias, ocurre con la reanudación actual de los combates de clase como con la reanudación histórica de 1968 tras 40 años de contrarrevolución: las generaciones que sufrieron la derrota y sobre todo la terrible presión de las mistificaciones burguesas no podían ser las inspiradoras de un nuevo lance en el enfrentamiento entre las clases. Hoy es una generación que estaba todavía en la escuela primaria cuando se montaron las campañas tras el desmoronamiento del bloque del Este, una generación que no fue directamente afectada por ellas y es la primera que recoge la antorcha de la lucha.

La conciencia, mucho más profunda que en 1968, de pertenecer a la clase obrera

10. La comparación entre la movilización estudiantil de hoy en Francia y los acontecimientos de mayo del 68 permite despejar una serie de características importantes del movimiento actual. La mayoría de los estudiantes en lucha lo dice claramente: “nuestra lucha es diferente a la de Mayo del 68”. Cierto, pero hay que comprender por qué.

La primera diferencia, y es fundamental, estriba en que el movimiento de Mayo del 68 fue justo al principio de la crisis abierta de la economía capitalista mundial, mientras que hoy ya dura desde hace cuatro décadas (con una fuerte agravación a partir de 1974). A partir de 1967 hubo en varios países, en Alemania y Francia en particular, un incremento del número de desempleados, y fue esa una de las razones de la inquietud que empezaba a apuntar entre los estudiantes y del descontento que llevó a la clase obrera a entrar en lucha. Lo que pasa es que el número de desempleados en Francia es hoy 10 veces mayor que el de mayo de 1968 y este desempleo masivo (en torno al 10 % de la población activa en cifras oficiales) dura ya desde hace décadas. De ahí vienen una serie de diferencias.

Incluso si los primeros embates de la crisis fueron uno de los factores que provocó la cólera estudiantil en 1968, no fue ni mucho menos como hoy. En aquel tiempo, no había grandes amenazas de desempleo o de precariedad al término de los estudios. La inquietud principal de la juventud estudiantil de entonces era no poder ya acceder al mismo estatuto social que habían alcanzado las generaciones precedentes de diplomados universitarios. De hecho, la generación de 1968 era la primera en vérselas de golpe con el fenómeno de la “proletarización de los ejecutivos” abundantemente estudiado por los sociólogos de entonces. Ese fenómeno se había iniciado años antes de que la crisis abierta se manifestara, tras el incremento notable de alumnos universitarios. Este crecimiento se debía a las necesidades de la economía pero también al empeño y la posibilidad de la generación de sus padres, que había sufrido, con la Segunda Guerra mundial, un período de enormes privaciones, de dar a sus hijos la posibilidad de una situación económica y social mejor que la de ellos. La “masificación” universitaria ya había provocado desde hacía algunos años un malestar creciente producto de la persistencia en la Universidad de estructuras y métodos heredados de la época en que solo una élite podía llegar a ella, el autoritarismo en particular. Otro factor del malestar del mundo universitario, que empezó a surgir a partir de 1964 en Estados Unidos, fue la guerra de Vietnam que echaba por los suelos el mito “civilizador” de las grandes democracias occidentales y que favorecía la atracción en amplios sectores de la juventud universitaria por los temas tercermundistas, guevaristas o maoístas. Estos temas se nutrían de teorías de “pensadores” pseudo revolucionarios como Herbert Marcuse, que denunciaban “la integración de la clase obrera” y la emergencia de nuevas fuerzas “revolucionarias” como las “minorías oprimidas” (negros, mujeres, etc.), los campesinos del Tercer mundo y… los estudiantes incluso. Muchos estudiantes de aquella época se consideraban “revolucionarios” de igual modo que así consideraban a personajes como Che Guevara, Ho Chi Min o Mao. Y uno de los factores de la situación de entonces era la separación muy importante entre la nueva generación y la de sus padres a la que se le hacían muchas críticas. Entre otras, se reprochaba a esta generación, que había trabajado duramente para salir de la situación de miseria, de hambre incluso, causada por la Segunda Guerra mundial, de solo preocuparse por los bienes materiales. De ahí el éxito de las fantasías sobre “la sociedad de consumo” y consignas como “¡No trabajéis nunca!”. Hija de una generación que había recibido de lleno los golpes de la contrarrevolución, la juventud de los años 60 le reprochaba su conformismo y sumisión a las exigencias del capitalismo. Y recíprocamente, muchos padres no comprendían y les costaba aceptar que sus hijos trataran con desprecio los sacrificios que habían aceptado para darles una situación económica mejor que la de ellos.

11. El mundo de hoy es muy diferente al de 1968 y la situación de la juventud universitaria actual poco tiene que ver con la los “sixties”:

–  No solo es ya que la depreciación de su futuro estatuto inquiete a la mayoría de los universitarios de hoy. Proletarios ya lo son, pues más de la mitad trabaja para pagarse sus estudios y no se hacen muchas ilusiones sobre las magníficas situaciones sociales que les esperan cuando los acaben. Sobre todo saben que su diploma les dará el “derecho” a integrar la condición proletaria en una de sus formas más dramáticas, el desempleo y la precariedad, el envío de cientos de currículum vitae sin respuesta y las filas de espera en las agencias de empleo. Y cuando al fin llegan a un empleo más estable, después de un largo período de “galeras” salpicado de cursillos no remunerados y contratos basura, será, en muchos casos, en puestos de trabajo que poco tienen que ver con su formación y sus aspiraciones.

–  Por eso, la solidaridad que ahora sienten los estudiantes hacia los trabajadores nace en primer lugar de la conciencia que la mayoría de ellos tiene de que pertenecen al mismo mundo, al de los explotados, en lucha contra el mismo enemigo, los explotadores. Muy lejos estamos del “acercamiento a la clase obrera” de los estudiantes, actitud esencialmente pequeño burguesa y condescendiente, mezcla de fascinación hacia ese ser mítico, en mono de trabajo, héroe de lecturas mal digeridas de los clásicos del marxismo y eso cuando no eran de autores que nada tienen que ver con el marxismo, como los estalinistas o criptoestalinistas. La moda que tanto éxito tuvo después de 1968 de los “establecidos”, aquellos intelectuales que optaron por ir a trabajar en las fábricas por aquello de “contactar con la clase obrera”, difícilmente volverá.

–  Por eso tampoco tienen el menor éxito entre los estudiantes en lucha los temas como ese de la “sociedad de consumo”, aunque haya todavía algún que otro retrasado anarquizante que los agite. En cuanto a la consigna de “¡No trabajéis nunca!” ya no aparecería hoy como un proyecto “radical” ni mucho menos, sino como una amenaza terrible y angustiosa.

12. Por eso es por lo que, paradójicamente, los temas “radicales” o “revolucionarios” están poco presentes en las discusiones y preocupaciones de los estudiantes de hoy. Mientras que los del 68 transformaron, en muchos sitios, las facultades en foros permanentes en donde se debatía sobre la revolución, los consejos obreros, etc., la mayoría de las discusiones de hoy en las universidades son sobre temas mucho más “prosaicos” como el CPE y sus implicaciones, la precariedad, los medios de lucha (bloqueos, asambleas generales, coordinadoras, manifestaciones, etc.). Sin embargo, la polarización en torno a la anulación del CPE, algo aparentemente menos “radical” que las ambiciones estudiantiles de 1968, no significa ni mucho menos que el actual sea un movimiento menos profundo que el de hace 38 años. Muy al contrario. Las preocupaciones “revolucionarias” de los estudiantes de 1968 (una minoría, en realidad, que era “la vanguardia del movimiento”) eran sinceras pero estaban muy marcadas por el tercermundismo (guevarismo o maoísmo) o el antifascismo. En el mejor de los casos, si así puede decirse, eran de tipo anarquista (siguiendo los pasos a Cohn-Bendit) o situacionistas. Tenían una visión romántica, pequeño burguesa, de la revolución y eso cuando no eran sino apéndices “radicales” de estalinismo. Pero fueran cuales fueran las corrientes que afirmaban ideas “revolucionarias”, de naturaleza pequeño burguesa o burguesa, ninguna de ellas tenía la menor idea del movimiento de la clase obrera hacia la revolución, y menos todavía de qué significaban las huelgas obreras masivas, primera expresión de que el período de contrarrevolución había llegado a su fin [8] [12]. Las preocupaciones “revolucionarias” de hoy no están todavía presentes de manera significativa en el movimiento. Pero su naturaleza de clase incontestable y el terreno de la movilización (el rechazo de un futuro de sumisión a las exigencias y condiciones de la explotación capitalista –desempleo, precariedad, arbitrariedad patronal, etc.), llevan en sí una dinámica que, obligatoriamente, provocará en muchos de los participantes en los combates de hoy, una toma de conciencia de la necesidad de derribar el capitalismo. Y esa toma de conciencia no se basará ni mucho menos en quimeras como las preponderantes en 1968 y que permitieron el “reciclaje” de los líderes del movimiento en el aparato político oficial de la burguesía (los ministros Bernard Kouchner y Joshka Fischer, el senador Henri Weber, el portavoz de los Verdes en el Parlamento europeo Daniel Cohn-Bendit, el patrón de prensa Serge July, etc.) y eso cuando no han acabado en el trágico atolladero del terrorismo (“Brigadas rojas” en Italia, “Fracción ejército rojo” en Alemania, “Acción directa” en Francia). Muy al contrario. La toma de conciencia se desarrollará mediante la comprensión de las condiciones fundamentales que hacen posible y necesaria la revolución proletaria: la crisis económica insalvable del capitalismo mundial, el atolladero histórico en que está metido el sistema, la necesidad de concebir las luchas proletarias de resistencia contra los ataques crecientes de la burguesía como otros tantos preparativos del derrocamiento final del capitalismo. En 1968, la rapidez de le eclosión de las preocupaciones “revolucionarias” fue en gran parte un indicio de su superficialidad y falta de consistencia teórico-política propia de su naturaleza básicamente pequeño burguesa. El proceso de radicalización de las luchas obreras, aunque en ciertos momentos vive aceleraciones sorprendentes, es mucho más largo, precisamente porque es incomparablemente más profundo. Como decía Marx, “ser radical es ir a la raíz de las cosas”, y es un proceso que exige necesariamente mucho más tiempo y se basa en acumular experiencias en las luchas.

La capacidad para evitar la trampa de la escalada de la violencia ciega provocada por la burguesía

13. La profundidad del movimiento de los estudiantes no se plasma en la “radicalidad” de sus objetivos ni en las discusiones. La profundidad se debe a las cuestiones fundamentales que platea implícitamente la reivindicación de la anulación del CPE: el futuro de precariedad y desempleo que el capitalismo en crisis prepara para las jóvenes generaciones, signo de su quiebra histórica. Más todavía, esa profundidad se expresa en los métodos y la organización de la lucha como hemos dicho en los puntos 2 y 3 de este texto: las asambleas generales vivas, abiertas, disciplinadas, que expresan una preocupación por reflexionar y apoderarse colectivamente de la dirección del movimiento, el nombramiento de las comisiones, comités de huelga, delegaciones responsables ante las AG, la voluntad de extender la lucha hacia todos los sectores de la clase obrera. En la Guerra civil en Francia, Marx indicó que el carácter verdaderamente proletario de la Comuna de París no se plasmó tanto en las medidas económicas adoptadas (supresión del trabajo nocturno de los niños, moratoria en los alquileres) sino en los medios y el modo de organizarse que la Comuna se dio. Ese análisis de Marx puede aplicarse perfectamente a la situación actual. Lo más importante en las luchas que lleva a cabo la clase en su terreno no estriba tanto en los objetivos contingentes que pueda proponerse en un momento dado y que quedarán superados en las etapas posteriores del movimiento, sino en su capacidad para controlar plenamente esas luchas y, por lo tanto, en los métodos con que se dota para ejercer ese control. Son esos métodos y medios de lucha la mejor garantía de la dinámica y de la capacidad de la clase para avanzar hacia el futuro. Es ésa una de las insistencias de Rosa Luxemburg en su libro Huelga de masas, partido y sindicatos, cuando saca las lecciones de la revolución de 1905 en Rusia. En realidad, aunque el movimiento actual esté lejos del de 1905, desde el punto de vista de lo que está en juego políticamente, hay que subrayar que los medios que se ha dado son, aunque embrionarios, los de la huelga de masas tal como se expresó, por ejemplo, en Polonia en agosto de 1980.

14. La profundidad del movimiento de los estudiantes se expresa también en su capacidad para no caer en la trampa de la violencia que la burguesía le ha tendido en varias ocasiones, incluido el uso de “reventadores”: ocupación policíaca de la Sorbona, ratonera al final de la manifestación del 16 de marzo, cargas policiales al final de la del 18 de marzo, violencias de los “reventadores” contra los manifestantes el 23 de marzo. Aunque una pequeña minoría de estudiantes, sobre todo los influidos por ideologías anarquizantes, se dejaron llevar a enfrentamientos con la policía, la gran mayoría lo hizo todo por evitar que se pudriera el movimiento en enfrentamientos repetitivos con las fuerzas represivas. En esto, el movimiento actual de los estudiantes ha dado pruebas de una mucho mayor madurez que el de 1968. La violencia –enfrentamientos con los CRS [9] [13] y barricadas– fue, entre el 3 y el 10 de mayo, uno de los componentes del movimiento que, tras la represión en la noche del 10 al 11 y los rodeos del gobierno, abrió las puertas a la inmensa huelga de la clase obrera. Pero, después, las barricadas y las violencias se convirtieron en un factor para la recuperación de la situación por las diferentes fuerzas de la burguesía, el gobierno y los sindicatos, socavando la simpatía granjeada en un primer tiempo por los estudiantes entre la población y, en especial, entre la clase obrera.

Para los partidos de izquierda y los sindicatos, les fue fácil poner en el mismo plano a quienes hablaban de necesidad de la revolución y quienes prendían fuego a los coches y no cejaban en su empeño de entrar “en contacto” con los CRS. Tanto más fácil porque efectivamente eran muchas veces los mismos. Para los estudiantes que se creían “revolucionarios”, el movimiento de Mayo del 68 era ya la Revolución, y las barricadas que se levantaban día tras día se presentaban como herederas de las de 1848 y de la Comuna. Hoy, incluso cuando se plantea la cuestión de las perspectivas generales del movimiento, y por lo tanto, la necesidad de la revolución, los estudiantes son muy conscientes de que no son los enfrentamientos con las fuerzas de policía lo que da fuerza al movimiento. De hecho, aunque quede mucho trecho antes de plantearse la revolución, y por lo tanto de reflexionar sobre el problema de la violencia de clase del proletariado en su lucha por echar abajo el capitalismo, el movimiento ha encarado implícitamente ese problema y ha sabido darle una respuesta en el sentido de la lucha y del ser mismo del proletariado. Este está enfrentado desde el principio a la violencia extrema de la clase explotadora, a la represión cuando intenta defender sus intereses, a la guerra imperialista y a la violencia cotidiana de la explotación. Contrariamente a las clases explotadoras, la clase portadora del comunismo no lleva en sí la violencia, y aunque no podrá evitar utilizarla, nunca se identificará con ella. La violencia que deberá usar para echar abajo el capitalismo y que deberá usar con determinación, es necesariamente una violencia consciente y organizada y deberá por lo tanto estar precedida por todo un desarrollo de su conciencia y de su organización a través de las diferentes luchas contra la explotación. La movilización actual de los estudiantes, especialmente por ser capaces de organizarse y abordar de manera reflexiva los problemas que se le plantean, incluida la violencia, está, por eso mismo, más cerca de la revolución, del derrocamiento violento del orden burgués, que pudieron estarlo las barricadas de Mayo del 68.

15. Es precisamente la cuestión de la violencia un factor esencial que revela la diferencia fundamental entre las revueltas de la periferia de las grandes ciudades del otoño de 2005 y el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006.

En los dos movimientos hay, evidentemente, una causa común: la crisis insalvable del modo de producción capitalista, el futuro de desempleo y precariedad que ofrece a los hijos de la clase obrera. Sin embargo, las revueltas de las barriadas, al expresar sobre todo una desesperanza total ante la situación, en ningún caso pueden ser consideradas como una forma, ni siquiera aproximada, de la lucha de clases. Más concretamente, los componentes esenciales de los movimientos del proletariado, la solidaridad, la organización, el control colectivo y consciente de la lucha, estaban totalmente ausentes de esas revueltas. Ninguna solidaridad de los jóvenes desesperados hacia los dueños de los coches a los que prendían fuego y que eran los de sus vecinos, ellos también proletarios víctimas del desempleo y de la precariedad. Muy poca conciencia la de los amotinados, a menudo muy jóvenes, con una violencia destructora ciega, que a veces parecía un juego.

En cuanto a la forma de organización y de acción colectivas, era la típica de las bandas de barriada dirigidas por un jefezuelo (cuya autoridad se debía, a menudo, a que era el más violento de la pandilla), y que andaban en competencia mutua para ganar el concurso de quema de coches. En realidad, el modo de actuar de los jóvenes rebeldes de octubre-noviembre de 2005 no solo hace de ellos presas fáciles para todo tipo de manipulaciones policíacas, sino que nos dan una idea de hasta qué punto los efectos de la descomposición de la sociedad capitalista podrían ser un obstáculo para el desarrollo de la lucha y de la conciencia proletarias.

La persuasión ante los jóvenes de las barriadas

16. Durante el movimiento actual, repetidas veces, las pandillas de “golfos” se han aprovechado de las manifestaciones para ir al centro de las ciudades y dedicarse a su deporte favorito: “quebrar policías y escaparates”, para mayor regodeo de los medios foráneos que ya a finales de 2005 se habían hecho notar con sus espectaculares imágenes en primera plana de periódicos y televisiones. Es evidente que las imágenes de violencia que durante cierto tiempo han sido las únicas que se hacía ver a los proletarios de fuera de Francia han sido un medio excelente para reforzar el silencio mediático sobre lo que realmente estaba ocurriendo, privando así a la clase obrera del mundo de elementos que podrían servir en su toma de conciencia. Pero las violencias de las pandillas no solo se han explotado respecto a los proletarios de otros países. En Francia misma, al principio, se utilizaron para intentar hacer pasar la lucha de los estudiantes como una especie de nueva versión de las violencias del otoño pasado. De nada sirvió: nadie se creyó semejante fábula y por eso el ministro del Interior, Sarkozy, tuvo que cambiar inmediatamente de tono declarando que él sabía distinguir claramente entre los estudiantes y los “gamberros”.

Las violencias fueron entonces usadas para intentar disuadir a la mayor cantidad de trabajadores, incluidos los alumnos universitarios y de secundaria, de participar en las manifestaciones, en la del 18 de marzo más precisamente. La participación excepcional fue la prueba de que no funcionó tal maniobra. Y el 23 de marzo los “reventadores” la emprendieron con los manifestantes para robarles o, simplemente, para golpearlos sin razón, con la autorización y el beneplácito de la policía. Esos desmanes desmoralizaron a muchos estudiantes:

“Cuando son los CRS los que nos aporrean nos da más energía todavía, pero cuando son los chavales de las barriadas, por quienes también nos peleamos, es un palo a las ganas de luchar”.

Sin embargo, una vez más, los estudiantes dieron prueba de su madurez y de su conciencia. En lugar de intentar organizar acciones violentas contra los jóvenes “reventadores” (como así lo hicieron los servicios de orden sindicales, los cuales, en la manifestación del 28 de marzo, los fueron empujando a porrazos hacia las fuerzas de policía), los estudiantes decidieron en varios sitios nombrar delegaciones para ir a discutir con los jóvenes de los barrios pobres para explicarles que la lucha de los estudiantes de universidad y de secundaria también se hacía por esos jóvenes hundidos en la desesperación del desempleo masivo y de la exclusión. De manera intuitiva, sin conocer las experiencias del movimiento obrero, la mayoría de los estudiantes ha llevado a la práctica una de las enseñanzas fundamentales extraídas de esas experiencias: ninguna violencia en el seno de la clase obrera. Frente a sectores del proletariado que pudieran dejarse arrastrar a acciones contrarias a sus intereses generales, la persuasión y la llamada a la conciencia de clase son el medio esencial de acción hacia esos sectores, eso en caso de que no sean meros apéndices del Estado burgués (como los comandos de rompehuelgas).

Una experiencia insustituible para la politización de las nuevas generaciones

17. Una de las razones de la gran madurez del movimiento actual, sobre todo respecto a la violencia, estriba en la fuerte participación de las alumnas de universidad y de secundaria en este movimiento. Es cierto que a esas edades las muchachas suelen ser más maduras que sus compañeros masculinos. Además, sobre el tema de la violencia, está claro que las mujeres no suelen dejarse arrastrar con tanta facilidad a ese terreno como los hombres. En 1968, las estudiantes también participaron en el movimiento, pero cuando la barricada se convirtió en su símbolo, el papel que se les dejó fue a menudo el de valedoras de los “héroes” con casco encaramados en un montón de adoquines, de enfermeras de los heridos y de recaderas de bocadillos para poder recuperarse entre dos cargas de CRS. Nada de eso en el movimiento actual. En los “bloqueos” a las puertas de las universidades, las estudiantes son numerosas y su actitud es significativa del sentido que el movimiento ha querido dar a esos piquetes: nada de “palo” a quienes quieren ir a clase, sino explicaciones, argumentos, persuasión. En las asambleas generales y las diferentes comisiones, aunque las estudiantes suelen levantar menos la voz y suelen estar menos comprometidas en organizaciones políticas que los chicos, son elementos de primer orden en la organización, la disciplina y la eficacia de asambleas y comisiones y en la capacidad de la reflexión colectiva.

La historia de las luchas del proletariado ha evidenciado que la profundidad de un movimiento podía medirse en parte por la proporción de obreras implicadas en él. En “tiempos normales” las mujeres proletarias, al soportar una opresión todavía más agobiante que los proletarios hombres suelen estar menos implicadas que ellos en los conflictos sociales.

Cuando los conflictos alcanzan una gran profundidad, las capas más oprimidas del proletariado, las obreras en particular, se lanzan al combate y a la reflexión de clase. La importantísima gran participación de alumnas de universidad y de secundaria en el movimiento actual, el papel de primer plano que en él desempeñan, es una indicación suplementaria no solo de su naturaleza auténticamente proletaria, sino también de su profundidad.

18. Como hemos dicho, el movimiento actual de los estudiantes en Francia es una expresión de gran importancia de la renovada vitalidad del proletariado mundial desde hace tres años, una nueva vitalidad y una capacidad creciente de toma de conciencia. La burguesía hará todo lo posible por limitar al máximo el impacto de este movimiento para el porvenir. Si tiene los medios, se negará a ceder en las reivindicaciones principales para así seguir alimentando en la clase obrera en Francia el sentimiento de impotencia que logró imponer en 2003. En todo caso, hará todo lo que pueda por que la clase obrera no saque las valiosas lecciones de este movimiento, induciendo al pudrimiento de la lucha como factor de desmoralización o de recuperación por los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero sean cuales sean las maniobras de la burguesía, ésta no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista. Les incumbe a los revolucionarios participar plenamente tanto en la acumulación de la experiencia actual como en su utilización en los combates futuros.

3 de abril de 2006

 



[1] [14]) Para que la lucha cobrara la mayor fuerza y unidad posibles, surgió entre los estudiantes la necesidad de constituir una “coordinadora nacional”  de delegados de las diferentes asambleas. Eso modo de hacer es, por sí mismo, totalmente correcto. Sin embargo, al ser una buena parte de los delegados miembros de organizaciones políticas burguesas (como la Liga comunista revolucionaria, trotskista) con presencia en el medio estudiantil, las reuniones semanales de la coordinadora han sido a menudo la escena de maniobras politiqueras de esas organizaciones, que han intentado, sin éxito hasta ahora, formar un “Buró de la coordinadora”  que acabaría siendo instrumento de su política. Como lo hemos dicho ya a menudo en nuestra prensa (sobre las huelgas en Italia en 1987 y la de los hospitales en Francia en 1988, entre otras) la centralización, que es una necesidad en una lucha de gran amplitud, solo puede contribuir al desarrollo del movimiento si éste ha alcanzado un nivel muy elevado de apropiación y de vigilancia por la base, en las asambleas generales. Hay que subrayar también que una organización como la LCR intentó dotar al movimiento estudiantil de un “portavoz” ante los medios. El que no haya aparecido ningún “líder”  mediático del movimiento no significa debilidad, sino, al contrario, la firmeza del movimiento.

 

[2] [15]) Se ha oído incluso en la televisión a un “especialista” en psicología del político declarar que Villepin pertenece a la categoría de los “tozudos narcisistas” .

[3] [16]) Hay que precisar que el municipio en cuestión es Neuilly-sur-Seine, ejemplo emblemático de las ciudades de población burguesa. Sin lugar a dudas no ha sido con sus electores con quienes Sarkozy habrá aprendido a “hablar al pueblo”.

[4] [17]) Fecha simbólica, pues era el décimo aniversario del golpe de Estado del 13 de mayo de 1958 que desembocó en la vuelta al poder de De Gaulle. Una de las consignas oídas en la manifestación era “¡Diez años, ya basta!”

[5] [18])  En enero de de 1968, nuestra publicación Internacionalismo en Venezuela (era en aquel entonces la única de nuestra corriente) anunciaba así la apertura de un nuevo período de enfrentamientos de clase a escala internacional: “No somos profetas ni pretendemos adivinar cuándo y de qué manera se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, en lo que se refiere al proceso en el que está hoy metido el capitalismo, es que no es posible pararlo con reformas, devaluaciones, ni ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas, sino que lleva directamente a la crisis. Y estamos también seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que estamos hoy viviendo, va a llevar a la clase obrera a una lucha sin cuartel y directa por la destrucción del Estado burgués.”

[6] [19]) Ese día, tras una serie de movilizaciones en las ciudades obreras contra los ataques económicos violentos y la represión de la junta militar, los obreros de Córdoba desbordaron las fuerzas de policía y del ejército (equipados con tanques) haciéndose dueños de la ciudad (segunda del país). El gobierno solo conseguiría “restablecer el orden” al día siguiente mediante el envío masivo del ejército.

[7] [20]) Queda lejos la actitud de los estudiantes de 1968 que consideraban a sus mayores “viejos tontos”, a la vez que éstos los trataban a veces de “jóvenes  imbéciles”).

[8] [21]) Hay que señalar que la ceguera sobre el significado verdadero de Mayo del 68 no afectaba solo a las corrientes de extracción estaliniana o trotskista, para quienes, claro está, nunca hubo contrarrevolución sino progresión de la “revolución”  con la aparición, después de la Segunda Guerra mundial, de toda una serie de Estados “socialistas” u “obreros deformados” y con las “luchas de independencia nacional” iniciadas en ese período prolongándose durante décadas. Tampoco la mayoría de las corrientes y elementos vinculados a la Izquierda comunista, especialmente la Izquierda italiana, entendió casi nada de lo ocurrido en 1968 pues, todavía hoy, tanto los bordiguistas como Battaglia comunista opinan que todavía no hemos salido de la contrarrevolución.

[9] [22]) Policía antidisturbios.

 

Geografía: 

  • Francia [3]

Noticias y actualidad: 

  • Lucha de clases [4]

IV - El debate de la vanguardia sobre el significado de la revolución de 1905

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En los primeros artículos de esta serie se hizo hincapié en por qué la forma y el contenido de la revolución de 1905 fueron algo totalmente nuevo que correspondía a las características del nuevo período de la vida del capitalismo, el de su decadencia. En esos artículos afirmábamos que los sindicatos fueron suplantados por una forma de organización más adaptada a los objetivos y el carácter de la lucha entablada por la clase obrera en aquel entonces, los soviets. Demostramos que era errónea la idea de que el surgimiento de los soviets se debiera al supuesto atraso de Rusia, poniendo, al contrario, de relieve que ese surgimiento correspondía al alto nivel de conciencia alcanzado por la clase obrera. De hecho, ante las nuevas tareas que se le plantean a la clase obrera, los sindicatos dejan de ser una herramienta de defensa de sus intereses para convertirse en obstáculo para el propio desarrollo de la lucha de clases. Aunque el movimiento de 1905 en Rusia, y después otra vez en 1917, hizo surgir sindicatos donde antes no había, eso se debió al ardor revolucionario de la clase obrera que procuraba usar todos los medios para hacer avanzar su lucha, pero también a una falta de experiencia respecto a los sindicatos. En realidad, la lucha la realizaron los soviets y eso fue lo que les dio su naturaleza revolucionaria; lo único que los sindicatos hicieron fue seguir la corriente.

El surgimiento de los soviets es inseparable de la huelga de masas, que apareció como el único medio de lucha contra el capitalismo cuando ya no son posibles las reformas parciales o los paliativos. Al igual que los soviets, la huelga de masas surge de las necesidades de la clase en su conjunto, al ser capaz de arrastrar a las masas obreras y ser un crisol para el desarrollo de su conciencia. En su desarrollo mismo, se topó con los sindicatos y con una parte del movimiento obrero, para el cual la huelga de masas era como desenterrar el espectro del anarquismo. Fue al ala izquierda del movimiento obrero, con Rosa Luxemburg y luego Anton Pannekoek a su cabeza, a la  que le incumbió la tarea de defender la huelga de masas, no como simple táctica propugnada por las direcciones sindicales, sino como fuerza primordial, revolucionaria y constantemente renovada, surgida de las entrañas de la clase obrera, capaz de unificar su combatividad y su conciencia a un nivel superior.

Lo propio de 1905, lo que concentra todo lo demás, es que la lucha por reformas es sustituida desde entonces por la lucha por la revolución.

Hemos mostrado que esos cambios no eran algo específico de Rusia, sino que concernían a toda la clase obrera mundial, puesto que el capitalismo había  entrado en su fase de decadencia. La clase obrera, que se había erigido como clase internacional capaz de combatir por sus propios intereses estaba desde entonces ante la lucha por el derrocamiento del capitalismo y la transformación de las relaciones de producción y ya no por la mejoras en su seno. En todas partes, la Primera Guerra mundial estuvo precedida por una escalada y una intensificación de las huelgas que empezaron a cuestionar las viejas formas de organización y los antiguos objetivos de lucha, y algunas de esas luchas acabaron en conflictos abiertos con el Estado. En resumen, después de 1905, la lucha de clases se convirtió plenamente en lucha por el comunismo.

El significado real de 1905 fue, por lo tanto, el de mostrar el futuro, abrir la vía a todas las luchas que entablará después la clase obrera en el capitalismo decadente. O sea, todas las luchas del siglo pasado, las de hoy y las de mañana.

1905 abre el camino del porvenir

El papel desempeñado en la preparación del futuro se verificó muy claramente en 1917, cuando los soviets se afirmaron como primer instrumento de la revolución. El poder soviético se irguió contra el poder burgués del Gobierno provisional, como Trotski lo escribe en su Historia de la Revolución rusa:

“¿Cuál era la constitución real del país, una vez instaurado el nuevo poder?

“La reacción monárquica se escondió por los rincones. Cuando aparecieron las primeras aguas del diluvio, los propietarios de todas las clases y tendencias se agruparon bajo la bandera del partido kadete, el cual se lanzó inmediatamente a la palestra como el único partido no socialista, y al propio tiempo, de extrema derecha.

“ (…) Las masas se derramaban en los soviets como si entrasen por la puerta triunfal de la revolución. Todo lo que quedaba fuera de las fronteras del Soviet diríase que quedaba al margen de la revolución y que pertenecía a otro mundo.

“Por los soviets sentíanse atraídos los elementos más activos que había en las masas, y sabido es que en los períodos revolucionarios la actividad es lo que triunfa; por eso, al crecer de día en día la actividad de las masas, el fundamento de sustentación de los soviets se ensanchaba constantemente. Era la única base real sobre la que se cimentaba la revolución.” [1]

Los soviets son la única forma de organización de la clase obrera apropiada a los fines y los medios de la lucha por el comunismo. Sin embargo, esto quedó poco claro en aquel entonces, en particular para los revolucionarios en Rusia. La cuestión sólo se esclarecería con la discusión sobre la cuestión de los sindicatos en el Primer congreso de la Tercera internacional, como lo desarrollamos en el artículo “Las tomas de posición políticas de la IIIa Internacional” [2]. Durante la discusión, los delegados de varios países europeos denunciaron firmemente el papel contrarrevolucionario desempeñado por los sindicatos. Y en el sentido contrario, en su presentación del Informe sobre Rusia, Zinoviev argumentaba:

“La segunda forma de organización obrera en Rusia son los sindicatos. Se han desarrollado de forma diferente que en Alemania: desempeñaron un papel revolucionario muy importante durante los años 1904-1905 y hoy están con nosotros en la lucha por el socialismo (…) Una mayoría importante de los miembros de los sindicatos apoyan las posiciones de nuestro partido, y todas las decisiones de los sindicatos se toman basándose en esas posiciones”.

Eso no prueba de ninguna manera que los sindicatos en Rusia tuvieran virtudes que les faltaban en otros países, sino sencillamente que debido a ciertas especificidades del país y a que “siguieron los pasos de los soviets”, como concluye el texto citado, revelaron menos que en otras partes su papel de instrumentos del Estado capitalista contra la clase obrera durante la fase revolucionaria.

La revolución de 1917 se hizo posible gracias a la de 1905, pero no desembocó en una revolución comunista mundial. Habría sido necesario para ello que la revolución lograra extenderse y ser vencedora fuera de Rusia. La inmadurez de la conciencia del proletariado en aquel entonces no lo permitió. Sin embargo, desde entonces, muchas de las lecciones de la oleada revolucionaria fueron sacadas por los grupos aislados de revolucionarios que sobrevivieron a la represión de la oleada revolucionaria de 1917-23 y a la contrarrevolución, y que intentaron reconstruir el movimiento revolucionario. Ese es el papel que ha desempeñado la Izquierda comunista. Esas lecciones también han sido confirmadas por la experiencia de la clase obrera tanto en su lucha cotidiana como en sus tentativas más importantes, como en Polonia a principios de los años 1980. La elaboración de esas enseñanzas empezó inmediatamente tras 1905, y ésa es la labor que hoy intentamos proseguir.

Sacar las lecciones de 1905: la cuestión del método

En esta última parte dedicada a 1905, vamos a examinar cómo comprendió el movimiento revolucionario los acontecimientos, el análisis que hizo y el método empleado. Este aspecto es importante pues todo cambio de situación histórica exige una adaptación de los medios que permita entenderla.

Lo notable del debate y de la lucha teórica emprendidos tras 1905 está en su carácter colectivo e internacional, a pesar de que todos los protagonistas no fueran conscientes de ello. Mientras que Marx fue capaz, tras la Comuna de París en 1871, de resumir en nombre del Consejo general de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT, Primera internacional) su significado histórico en un folleto, no fue posible, debido a la complejidad de las cuestiones que se planteaban, hacer lo mismo para los acontecimientos de 1905.

Los revolucionarios de aquel entonces se enfrentaban en particular a un cambio sin precedentes de período histórico, cambio que ponía en tela de juicio muchas hipótesis y logros del movimiento obrero, así como el papel de los sindicatos y la forma de la lucha de clases. La principal contribución de la izquierda del movimiento obrero no solo fue haber aceptado el reto, sino haber manifestado además mucha lucidez sobre varias cuestiones gracias a la utilización notable del método marxista, dejando a la posteridad una brillante herencia teórica. Ese resultado compensa ampliamente las inevitables debilidades y fallos del esfuerzo teórico. Esperar más, esperar la perfección, no solo sería ingenuo sino que además demostraría una incapacidad para entender el carácter real del marxismo y de la propia lucha de la clase obrera. Sería como esperar que la clase obrera fuera victoriosa en cada huelga, que fuera capaz de comprender, siempre, cada maniobra del enemigo y, finalmente, que fuera capaz de hacer la revolución en cuanto están presentes las condiciones objetivas para ello.

El aspecto a veces fragmentado de las contribuciones y del debate no es en sí mismo una debilidad sino la consecuencia inevitable del desarrollo en caliente de una lucha teórica que era, a su vez, la otra cara de la lucha “práctica”. Se podría formular diciendo que la otra cara de la huelga de masas es la “lucha teórica de masas”. Es evidente que ésta no implica a tanta gente como aquella, pero expresa el mismo espíritu colectivo y exige las mismas cualidades de solidaridad, de modestia y de dedicación. Por encima de todo, exige un compromiso activo, como lo dejaron claro hace casi sesenta años nuestros compañeros de Internationalisme:

“Contra la idea de que los militantes no pueden actuar más que basándose en certezas (…) insistimos en el que no hay ninguna certeza sino un proceso continuo de superación de verdades anteriores. Solo la actividad basada en los desarrollos más recientes, en fundamentos continuamente enriquecidos, es realmente revolucionaria. Por el contrario, una actividad basada en las verdades de ayer, que ya han perdido su actualidad, resulta estéril, nociva y reaccionaria. Se podría intentar nutrir a los militantes de verdades y certezas absolutas, pero solo las verdades relativas, que contienen una antítesis de duda, pueden llevar a una síntesis revolucionaria” [3].

Eso es lo que separó la izquierda del movimiento obrero (Lenin, Luxemburg, Pannekoek, etc.) del centro representado por Kautsky y de la derecha abiertamente revisionista conducida por Bernstein. El abismo entre el centro y la izquierda ya era evidente en el debate en torno a la huelga de masas, en el que Kautsky demostró su incapacidad para ver los cambios subyacentes en la lucha de clases que analizaba Rosa Luxemburg. Al ser incapaz de superar la visión del pasado, Kautsky no entendió en absoluto la argumentación de Luxemburg y, en una segunda fase de la discusión, hasta intentó impedir su publicación [4].

Los debates tras 1905

Se pueden identificar ciertas características centrales de los documentos y debates provocados por 1905:

  • así como la actividad práctica en 1905, los escritos sobre ella eran más bien esbozos que una elaboración acabada;
  • ninguna contribución realizó sola un análisis de conjunto;
  • ningún individuo fue capaz de tratar todos los aspectos del tema;
  • la mayoría de las discusiones surgió en base a discusiones ya existentes sobre la huelga de masas, el papel de la organización revolucionaria y el de la clase obrera en la revolución democrática.

Todo ello expresa la realidad de un período de transformaciones, con sus rupturas y sus intentos para comprenderlas y dominarlas así como de desorientación para muchos elementos. Algunos rechazaban el pasado por completo, otros se agarraban a lo que conocían e intentaban ignorar los cambios, y otros también reconocían los cambios e intentaban adaptarse a ellos con la voluntad de conservar lo que seguía siendo válido del pasado. Todas esas respuestas determinaban, en el movimiento obrero, las divisiones que se estaban desarrollando entre la derecha, el centro y la izquierda. Además, los debates enfrentaban esencialmente esas tendencias más bien que a individuos. La izquierda fue la que intentó realmente entender la nueva situación, mientras que la derecha rechazaba las conclusiones y el método del marxismo y el centro iba abandonando el método a favor de una ortodoxia estéril y conservadora, ilustrada perfectamente por Kautsky.

La contribución fundamental de la izquierda fue reconocer que algo había cambiado; vio que la sociedad entraba en un periodo nuevo e intentó entenderlo. En eso la izquierda defendió el método marxista y por lo tanto la verdadera herencia de Marx. Las obras de Lenin, Luxemburg y Trotski evidencian claramente que sus autores estaban impulsados por las condiciones objetivas, desarrollando cada uno de ellos análisis esenciales:

  • Lenin, sobre el papel central de la organización y sobre la relación entre estrategia y táctica;
  • Trotski, sobre la dinámica histórica en marcha, lo que le llevó a forjarse una visión clara del papel de los soviets y a empezar a percibir la apertura del periodo de la revolución proletaria;
  • Luxemburg, sobre la dinámica en marcha en la clase obrera,  que se expresaba en la huelga de masas.

El esfuerzo teórico en la clase obrera no se limita ni mucho menos a esas tres figuras del movimiento obrero: hubo tendencias de izquierda que surgieron allí donde existían expresiones políticas organizadas del movimiento obrero. Lenin, con el Imperialismo, fase suprema del capitalismo y Luxemburg con la Acumulación del capital intentaron expresar lo que había cambiado en la estructura del capitalismo como un todo, pero eso ya va más lejos que el tema de este articulo.

La herencia de 1905 es patrimonio común de toda la izquierda del movimiento obrero y vamos a examinar los esfuerzos realizados por ésta para entender sucesivamente las cuestiones vitales de las metas, de la forma y de los medios de las luchas obreras en el nuevo periodo abierto.

La meta: la revolución proletaria

Aunque no hubiera sido objeto de ninguna declaración explícita, el reconocimiento de que la revolución proletaria ya no se viera como algo lejano, que dejara de ser una aspiración general, sino que se hiciera realidad tangible era algo compartido por toda la izquierda. Desde un punto de vista formal, Lenin, Trotski y Luxemburg defendían que el objetivo de la próxima revolución era la revolución burguesa. Pero su análisis del carácter de esa revolución burguesa y del papel que la clase obrera tendría que desempeñar en ella contradice implícitamente esa perspectiva. Todos ellos subrayan, de diversas formas y niveles, que el proletariado será la principal fuerza en acción en esa revolución. Y por eso es por lo que los tres están unidos de hecho contra todos aquellos que no hacen sino repetir los antiguos esquemas ya caducos.

En 1906, Trotski publica Resultados y perspectivas, en el que expone la idea de la revolución permanente, o “revolución ininterrumpida”, como entonces se decía. Explica también las condiciones requeridas para la revolución y sugiere que ya están prácticamente cumplidas. La primera condición concierne el nivel de desarrollo de los medios de producción. Explica que ya se ha alcanzado:

“La primera condición previa objetiva del socialismo está dada desde hace mucho. Desde que la división del trabajo social condujo a la división del trabajo en la manufactura y, especialmente, desde que ésta ha sido reemplazada por la producción mecánica de las fábricas” [5].

También sugiere que:

“ya desde hace 100 o 200 años, las suficientes condiciones previas técnicas para la producción colectivista”

Añade sin embargo que:

“Pero las ventajas técnicas del socialismo, por sí solas, no son suficientes para realizarlo. (...) Porque en aquella época no había ninguna fuerza social dispuesta ni capaz de realizar ninguno de los dos proyectos [de Bwellers y Fourier]”.

Esto nos conduce a la segunda premisa, « socioeconómica », o sea el desarrollo del proletariado. Aquí Trotski se pregunta:

“Hasta dónde necesita llegar la fuerza numérica absoluta y relativa del proletariado? ¿Debernos contar con la mitad, con los dos tercios o con los nueve décimos de la población?”

Pero rechaza inmediatamente semejante visión “automática” para afirmar que:

“La importancia del proletariado se deriva principalmente de su papel en la gran producción”.

Para Trotski, el papel que desempeña el proletariado es más cualitativo que cuantitativo. Eso trae consigo dos implicaciones importantes. Primero, no es necesario que el proletariado sea mayoritario en la población para instaurar el socialismo. Segundo, el nivel de la industria y la concentración del proletariado en Rusia daba a éste un peso relativo más importante que en Gran Bretaña o Alemania, países en que representaba, sin embargo, una proporción idéntica de la población. Tras haber examinado el papel del proletariado en otros países importantes, Trotski concluye:

“De todo ello podemos sacar la conclusión de que la evolución económica –el crecimiento de la industria, el crecimiento de las grandes empresas, el crecimiento de las ciudades, el crecimiento del proletariado en general y del proletariado industrial en particular– ha preparado ya la escena no sólo para la lucha del proletariado por el poder político sino también para su conquista.”.

La tercera premisa es la “dictadura del proletariado”, que suele en Trotski corresponder esencialmente al desarrollo de la conciencia de clase:

“Por encima de todo esto, es necesario que esta clase sea consciente de su interés objetivo. Es menester que comprenda que para ella no hay otra salida que el socialismo; es necesario que se una en un ejército suficientemente fuerte como para conquistar en lucha abierta el poder político.”

No se pronuncia explícitamente sobre el tema de saber si la condición está cumplida, pero rechaza la idea de “muchos ideólogos socialistas” según la cual:

“El proletariado y «la humanidad» en general necesitarían ante todo perder su vieja naturaleza egoísta; en la vida social deberían predominar los impulsos del altruismo, etc.”.

Y concluye:

“El socialismo no se propone la tarea de desarrollar una psicología socialista como condición previa del socialismo, sino la de crear condiciones de vida socialistas como condición previa de una psicología socialista.”.

Ese reconocimiento de la relación dinámica entre revolución y conciencia es una de las manifestaciones más importantes de su clarividencia sobre el desarrollo de la revolución. Al examinar la situación particular de Rusia, Trotski sugiere que 1905 plantea directamente la cuestión de la revolución:

“...el proletariado ruso mostró una fuerza que tampoco los socialdemócratas rusos, ni siquiera en su tendencia más optimista, se habían esperado en una medida tan extraordinaria. El transcurso de la revolución rusa estaba decidido en sus rasgos esenciales. Lo que fue o pareció hace dos o tres años una posibilidad ha llegado a ser probabilidad y todo denota que esta probabilidad está dispuesta a convertirse en necesidad” [6].

Pero antes, en Resultados y perspectivas, Trotski afirma que el desarrollo histórico implica que ya no es la burguesía sino el proletariado quien tiene que desempeñar desde entonces el papel revolucionario: la revolución de 1905 y la creación del Soviet de Petrogrado fueron la confirmación de ese cambio. Eso implicaba que las revoluciones burguesas tal como se las había conocido hasta entonces ya no eran posibles. En particular, Trotski rechaza la idea de que el proletariado conduciría la revolución para luego dejarla en manos de la burguesía:

“Imaginarse que la socialdemocracia puede entrar en un gobierno provisional, dirigirlo durante un periodo de reformas democrático-revolucionarias que también incluya sus reivindicaciones más radicales –apoyándose en el proletariado organizado– y que luego, después de haber cumplido con su programa democrático se mude del edificio que ella ha construido, dejando libre el camino a los partidos burgueses, entrando en la oposición e iniciando una época de política parlamentaria; imaginarse esto significaría comprometer la idea de un gobierno obrero. No porque fuera inadmisible “por principio” –tal actitud carece de sentido– sino porque sería completamente irreal, porque sería un utopismo de la peor especie, una clase de utopismo filisteo-revolucionario…” [7].

Si el proletariado tiene la mayoría en un gobierno, su tarea ya no es realizar un programa mínimo de reformas sino el programa máximo de revolución social. No se trata de una cuestión de opción, sino de dinámica de la situación. Trotski lo ilustra con el ejemplo de la jornada de ocho horas:

“Tomemos la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas. Como es sabido, no se contradice en lo más mínimo con las condiciones capitalistas de producción y entra, por tanto, en el programa mínimo de la socialdemocracia. Pero imaginémonos el cuadro de su realización real durante un periodo revolucionario en el que todas las pasiones sociales están en tensión. La nueva ley chocaría, sin duda, con la resistencia organizada y obstinada de los capitalistas, por ejemplo en forma de lock-out y cierre de fábricas y empresas.”

Un gobierno burgués enfrentado a semejante situación daría marcha atrás y reprimiría a los obreros, pero…

“para el gobierno obrero sólo hay una respuesta a un lock-out en masa: la expropiación de las fábricas, y –por lo menos en el caso de las más grandes– la organización de la producción sobre una base estatal o comunal”.

En resumen, para Trotski,

“...la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de desplegar completamente su genio político” [8].

Lenin, como Trotski, sitúa la revolución en el contexto del desarrollo internacional de las condiciones objetivas:

“... no debemos temer (…) la victoria completa de la socialdemocracia en la revolución democrática, esto es, la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos, pues una victoria tal nos dará la posibilidad de levantar a Europa; y el proletariado socialista europeo, sacudiéndose el yugo de la burguesía, nos ayudará, a su vez, a realizar la revolución socialista. (…). Vperoyd [9] indicaba al proletariado revolucionario de Rusia una misión activa: triunfar en la lucha por la democracia y aprovecharse de esta victoria para trasladar la revolución a Europa.” [10].

Esa es una cita de la larga polémica que opuso a bolcheviques y mencheviques sobre la Revolución de 1905 que ambos consideraban sin embargo de carácter democrático-burgués. Unos (los autores de la resolución del congreso al que se hace referencia en la cita de arriba) llaman al proletariado a que tome la dirección del movimiento, cuando los otros (los que causaron la resolución de la Conferencia [11]) tienden a dejar la iniciativa a la burguesía:

“La resolución de la Conferencia habla de la liquidación del antiguo régimen en el proceso de una lucha recíproca de los elementos de la sociedad. La resolución del Congreso dice que nosotros, Partido del proletariado, debemos efectuar esta liquidación, que sólo la instauración de la república democrática constituye la liquidación verdadera, que esta república debemos conquistarla, que lucharemos por ella y por la libertad completa no sólo contra la autocracia, sino también contra la burguesía cuando ésta intente (y lo hará sin falta) arrebatarnos nuestras conquistas. La resolución del Congreso llama a la lucha a una clase determinada, por un objetivo inmediato, definido de un modo preciso. La resolución de la Conferencia razona sobre la lucha recíproca de las distintas fuerzas. Una resolución expresa la psicología de la lucha activa, otra la de la contemplación pasiva” [12].

Lenin insistió infatigablemente en la necesidad para el proletariado de asumir el papel dirigente, en contra de la visión menchevique a la que calificaba de derecha en el partido:

“El ala derecha de nuestro partido no cree en la victoria completa de la revolución actual, democrático-burguesa en Rusia; teme esa victoria; no propone con insistencia y seguridad la consigna de esa victoria ante el pueblo. Está constantemente engañada por la idea, básicamente errónea, una idea que es marxismo vulgar, de que únicamente la burguesía puede, independientemente del resto, “hacer” la revolución burguesa, o que sólo la burguesía debería encabezar la revolución burguesa. El papel del proletariado como vanguardia en la lucha por la victoria completa y decisiva de la revolución burguesa no está claro para los socialdemócratas de derecha” [13].

“Las condiciones actuales en Rusia a los socialdemócratas les imponen unas tareas cuya amplitud que ningún otro partido socialdemócrata conoce en Europa occidental. Estamos mucho más lejos que nuestros camaradas occidentales de la socialista; nosotros estamos ante una revolución campesina democrático-burguesa en la que el proletariado desempeñará el papel dirigente [14].

Esas citas ponen en evidencia el carácter dinámico de la posición bolchevique: aun no reconociendo la existencia de condiciones para una revolución proletaria, fue sin embargo capaz de entender el papel central desempeñado por el proletariado y expresarlo claramente en términos de lucha por el poder. Aunque Lenin afirme claramente que 1905 no era sino una revolución burguesa [15], el análisis que desarrolla del papel particular que debe asumir el proletariado es una base que permitirá la evolución de su posición en abril del 17 y su llamamiento a la revolución proletaria:

“La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado” [16].

La cuestión de la táctica inmediata, que tanto lugar ocupa en los escritos de Lenin y que pueden tener la apariencia de cambios de posición (como, por ejemplo, sobre las elecciones en la Duma) resulta de la preocupación constante de relacionar la comprensión general de la situación con la actividad real de la clase obrera y de su organización revolucionaria en lugar de encerrarse en esquemas intemporales.

Luxemburg también reconoce que 1905 plantea la cuestión de la revolución proletaria, afirmando también que la tarea histórica es la de la revolución burguesa. Eso es evidente en su análisis de la huelga de masas como expresión de la revolución:

“La huelga de masas es sencillamente la forma que toma la lucha revolucionaria (...) la huelga de masas, cuyo modelo nos lo ofrece la revolución rusa, no es un medio ingenioso  para potenciar los efectos de la lucha proletaria, sino que es el movimiento mismo de la masa proletaria, la expresión misma de la fuerza de la lucha proletaria durante la revolución” [17].

También subraya el papel central desempeñado por el proletariado:

“... el 22 de enero, por primera vez, el proletariado ruso aparece como clase en la escena política; por primera vez, la única fuerza con capacidad histórica para echar al zarismo al basurero e izar el estandarte de la civilización, en Rusia y por todas partes, ha aparecido activa en escena (...) el poder y el futuro del movimiento revolucionario se basa entera y exclusivamente en el proletariado ruso consciente” [18].

Luxemburg es la más explícita en cuanto al cambio de periodo histórico cuando compara las revoluciones francesa, alemana y rusa:

“la revolución rusa actual estalla en un momento de la evolución histórica que se sitúa ya en la otra vertiente de la montaña, del otro lado del cumbre de la sociedad capitalista; la revolución burguesa ya no puede quedar ahogada por la oposición entre la burguesía y el proletariado; al contrario, se extiende durante un largo período de conflictos sociales violentos que hacen aparecer los viejos ajustes de cuentas con el absolutismo como algo insignificante comparados con los nuevos que la revolución exige. La revolución de hoy está plasmando, en el caso especial de la Rusia absolutista, los resultados del desarrollo capitalista internacional; aparece menos como heredera de las viejas revoluciones burguesas que como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más atrasado, precisamente por su imperdonable retraso en realizar su revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los demás países capitalistas más avanzados, cuáles son las vía y los métodos de la lucha de clases del futuro” [19].

Más lejos parece incluso afirmar que la tarea que le espera al proletariado alemán es la revolución proletaria:

“Por eso, un período de luchas políticas abiertas no tendría, en Alemania, otro objetivo histórico que la dictadura del proletariado” [20].

La forma: la huelga de masas

La contribución más importante de Luxemburg a la discusión en torno a 1905 fue su obra Huelga de masas, partido y sindicatos, escrita en agosto de 1906 [21], en donde analiza la naturaleza y las características de la huelga. Tras haber examinado la posición marxista tradicional sobre la huelga de masas, tras una crítica de la posición anarquista y de la revisionista, examinando el desarrollo real de la huelga en Rusia, Luxemburg esboza los aspectos principales de la huelga de masas.

Primero, y contrariamente a la idea de los anarquistas y de muchos miembros del Partido socialdemócrata alemán, Rosa mostró que la huelga de masas no es “un acto único”, sino “un término que designa la totalidad de un período de la lucha de clases que se extiende durante varios años, a veces, décadas” [22]. Establece así una diferencia entre huelgas políticas de masas “de demostración” y huelgas de huelga de lucha”. Aquéllas son una táctica utilizada por el partido y exigen “un nivel muy elevado de disciplina de partido, una dirección política y una ideología política conscientes, y, según los esquemas, sería la forma más elevada y madura de la huelga de masas” [23], pero, en realidad, forman parte de los inicios del movimiento y acaban siendo cada vez menos importantes “a medida que se desarrollan las luchas revolucionarias” [24]. Abren el camino a la fuerza más elemental de la huelga de masas de lucha.

Segundo, esa forma de huelga de masas supera la separación artificial entre las luchas económicas y las políticas

“Cada nuevo ímpetu y cada victoria nueva de la lucha política dan un poderoso impulso a la lucha económica ampliando sus posibilidades de acción exterior y dando a los obreros un nuevo ánimo para mejorar su situación incrementándose así su combatividad. Cada oleada de acción política deja tras sí un limo fértil del que surgen inmediatamente mil nuevos brotes, las reivindicaciones económicas. Y, a la inversa, la guerra económica incesante que los obreros libran al capital mantiene despierta la energía combativa incluso en tiempos de calma política; es, en cierto modo, una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre renovadas fuerzas...” [25].

La unidad de las luchas económicas y las políticas “es precisamente la huelga de masas” [26].

Tercero, “la huelga de masas es inseparable de la revolución”. Luxemburg, sin embargo, rechaza un esquema muy extendido en el movimiento obrero, según el cual, la huelga de masas sólo puede desembocar en un enfrentamiento sangriento con el Estado que acabaría inevitablemente en un inmenso baño de sangre, al poseer ése el monopolio de las armas. Era el argumento utilizado por los detractores de la huelga de masas que la presentaban como gesticulaciones inútiles. Al contrario, mientras que la revolución rusa implicaba, sin lugar a dudas, enfrentamientos con el Estado, la huelga de masas surge de las condiciones objetivas de la lucha de clases; surge del movimiento de unas masas en acción cada vez más numerosas. En resumen, “no es la huelga de masas la que engendra la revolución, sino la revolución la que engendra la huelga de masas” [27].

Cuarto, lo que el punto anterior implica es que las verdaderas huelgas de masas no pueden ser decretadas o planificadas de antemano. Esto lleva a Rosa Luxemburg a subrayar el factor espontaneidad, a la vez que impugna la idea de que ese factor se debiera a un pretendido atraso de Rusia:

“Aunque el proletariado, con la socialdemocracia a su cabeza, desempeña allí un papel dirigente, la revolución no es una maniobra del proletariado, sino una batalla que se está desarrollando mientras a su alrededor se resquebrajan todos los fundamentos sociales, se desmoronan y se desplazan sin cesar. Si el factor espontáneo desempeña un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso esté “por educar”, sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela” [28].

Pero esto no llevó a Rosa a negar la importancia de la organización:

“La resolución y la decisión de la clase obrera desempeñan también un papel y hay que precisar que la iniciativa y la dirección de las operaciones incumben naturalmente a la parte más clarividente y mejor organizada del proletariado” [29].

El análisis de Luxemburg es muy diferente al de los anarquistas y de los marxistas ortodoxos porque se sitúa en un contexto diferente, el de la revolución. Ya en las primeras páginas de Huelga de masas, partido y sindicatos, afirma claramente que sus conclusiones, aparentemente tan contradictorias con las de los propios Marx y Engels, son la consecuencia de la aplicación del método de éstos a la nueva situación:

“... son los mismos razonamientos, los mismos métodos que inspiraron la táctica de Marx y de Engels y que son la base todavía hoy de la práctica de la socialdemocracia alemana, y que, en la revolución rusa, han engendrado nuevos factores y nuevas condiciones de la lucha de clases”.

En resumen, Luxemburg presenta un análisis de la dinámica revolucionaria, con la clase obrera a su cabeza, que surge de unas condiciones objetivas en pleno cambio. Esto la lleva a subrayar, con razón, la espontaneidad de la huelga de masas, pero también a reconocer que esa espontaneidad es, en realidad, el fruto de la experiencia de la clase obrera. Esto la alejaba de Kautsky y sus afines, quienes, aunque se les consideraba entonces como favorables a la huelga de masas, seguían estando prisioneros de la visión ortodoxa, incapaces de comprender los cambios habidos en la situación que se concretaron en la revolución rusa de 1905.

El debate sobre la huelga de masas tuvo una segunda fase en 1910 [30] y acabó en separación final entre Luxemburg y Kautsky. En ese debate, Pannekoek tuvo un papel importante, no solo defendiendo posturas cercanas a las de Luxemburg sino desarrollándolas. Empieza por vincular explícitamente la huelga de masas a las lecciones de 1905 : “El proletariado ruso... ha enseñado al pueblo alemán el uso de un arma nueva, la huelga general”; “La revolución rusa ha creado las condiciones de un movimiento revolucionario en Alemania” [31]. Comparte con Luxemburg la noción de la naturaleza de la huelga de masas; la considera como un proceso y critica la concepción de Kautsky de un “acontecimiento que ocurre una vez por todas”. Pannekoek afirma que la huelga de masas está en continuidad con la lucha cotidiana, establece un vínculo entre la forma de la acción del momento, a pequeña escala, y las luchas que llevarán a la conquista del poder.

Pone en relación la acción de masas y el desarrollo del capitalismo:

“... bajo la influencia de las formas modernas del capitalismo, se han desarrollado nuevas formas de acción en el movimiento obrero, o sea, la acción de masas. (…) en la medida que el potencial práctico de la acción de masas se desarrollaba, empezó a plantear nuevos problemas; la cuestión de la revolución social, hasta ahora una meta última, distante e inalcanzable, se convertía ahora en un problema vivo para el proletariado militante” [32].

Prosigue defendiendo los aspectos dinámicos de la huelga de masas :

“... que lo que cuenta en el desarrollo de estas acciones, en las que los intereses y pasiones más profundos de las masas salen a la superficie, no es el número de miembros de la organización ni la ideología tradicional, sino en una magnitud siempre creciente el carácter de clase real de las masas” [33].

Y concluye diciendo que la diferencia fundamental entre esa posición y la de Kautsky concierne la cuestión de la revolución, demostrando así adónde acabará llevando a Kautsky su centrismo:

“Es acerca de la naturaleza de esta revolución en lo que nuestras visiones divergen. Por lo que respecta a Kautsky, ésta es un acontecimiento del futuro, un apocalipsis político, y todo lo que tenemos que hacer entretanto es prepararnos para la confrontación final juntando nuestras fuerzas y agrupando e instruyendo a nuestras tropas. En nuestra visión, la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo cómo las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz de tomar el poder. Estas concepciones diferentes conducen a evaluaciones completamente diferentes de la práctica actual; y está claro que el rechazo de los revisionistas a cualquier acción revolucionaria y el aplazamiento de Kautsky de la misma a un futuro indedeterminado se enlazan para unirles en muchos de los problemas actuales sobre los cuales ambos se nos oponen» [34].

Los medios: los soviets

Trotski describe perfectamente los soviets en su libro 1905, como ya vimos en las partes precedentes de esta serie. Al final de su libro, en un pasaje que ya hemos citado en esta serie, resume la importancia del soviet durante la revolución:

“Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones «dentro del proletariado», y su fin inmediato era luchar «por adquirir influencia sobre las masas». El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”; su fin era luchar por «la conquista del poder revolucionario»”.

“Al ser el punto de concentración de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado. En su lucha por el poder, aplicaba métodos que procedían, naturalmente, del carácter del proletariado considerado como clase: estos métodos se refieren al papel del proletariado en la producción, a la importancia de sus efectivos y a su homogeneidad social. Más aún, al combatir por el poder, a la cabeza de todas las fuerzas revolucionarias, el soviet no dejaba ni un instante de guiar la acción espontánea de la clase obrera; no solamente contribuía a la organización de los sindicatos sino que intervenía incluso en los conflictos particulares entre obreros y patronos. Y, precisamente porque el soviet, en tanto que representación democrática del proletariado en la época revolucionaria, se mantenía en la encrucijada de todos sus intereses de clase, sufrió desde el principio la influencia todopoderosa de la socialdemocracia. Este partido tuvo entonces la posibilidad de utilizar las inmensas ventajas que le daba su iniciación al marxismo; este partido, por ser capaz de orientar su pensamiento político en el «caos» existente, no tuvo que esforzarse en absoluto para transformar al soviet, que no pertenecía formalmente a ningún partido, en aparato organizador de su influencia.

“El principal método de lucha aplicado por el soviet fue la huelga general política. La eficacia revolucionaria de este tipo de huelga reside en que, aparte de su influencia sobre el capital, desorganiza el poder del gobierno. Cuanto mayor es la «anarquía» que lleva consigo, más cercana está la victoria. Tiene que darse, sin embargo, una condición indispensable: que la anarquía que se produzca no sea conseguida por métodos anárquicos. La clase que, al suspender momentáneamente todo trabajo, paraliza el aparato de la producción y, al mismo tiempo, el aparato centralizado del poder, aislando una a una las diversas regiones del país y creando un ambiente de incertidumbre general, tiene que estar suficientemente organizada para no ser la primera víctima de la anarquía que ella misma ha suscitado. En la medida en que la huelga destruye la actividad del gobierno, la organización misma de la huelga se ve empujada a asumir las funciones del gobierno. Las condiciones de la huelga general, en tanto que método proletario de lucha, eran las mismas condiciones que dieron al Soviet de diputados obreros su importancia ilimitada”.

Tras la derrota de la revolución, siguió estudiando el papel que debería desempeñar el soviet en el futuro:

“La Rusia urbana era una base demasiado estrecha para la lucha. El sóviet ha intentado extender la lucha a escala nacional, pero ha sido sobre todo una institución de San Petersburgo... No cabe ninguna duda de que en el próximo surgimiento revolucionario, los consejos obreros se formarán por todo el país. Un soviet panrruso de obreros, organizado por un Congreso nacional… asegurará la dirección... Le historia no se repite. El nuevo soviet no deberá volver a hacer la experiencia de estos cincuenta días. Pero de estos cincuenta días, sí será capaz de sacar todo su programa de acción..: cooperación revolucionaria con el ejército, el campesinado, y las capas plebeyas de las clases medias; abolición del absolutismo; destrucción de la máquina militar del absolutismo; desmantelamiento parcial y transformación parcial del ejército; abolición de la policía y del aparato burocrático; jornada de ocho horas; armamento del pueblo, de los obreros en especial; transformación de los soviets en órganos de gobierno revolucionario y urbano; formación de soviets campesinos para que se encarguen de la revolución agraria inmediata; elecciones a la asamblea constituyente... Es más fácil formular un plan así que de realizarlo. Pero si el destino de la revolución es salir victoriosa, sólo el proletariado podrá llevarlo a cabo. Y alcanzará unas metas revolucionarias como nunca antes ha conocido el mundo” [35].

En Resultados y perspectivas, Trotski pone en evidencia que los soviets fueron una creación de la clase obrera que correspondía al periodo revolucionario:

“no se trata aquí de organizaciones de conspiradores minuciosamente preparadas, que en un momento de exaltación se hacen con el poder sobre la masa del proletariado. No, aquí se trata de órganos creados metódicamente por esta misma masa para la coordinación de su lucha revolucionaria. Y estos soviets, elegidos por las masas y responsables ante ellas, estas organizaciones incondicionalmente democráticas, practican una política de clase enormemente decisiva en el sentido del socialismo revolucionario” [36].

Ya evocamos en la Revista internacional no 123 la actitud de Lenin con respecto a los soviets en 1905, citando una carta inédita en la que refutaba la oposición de ciertos bolcheviques a los soviets, en la que defendía “a la vez al soviet de diputados obreros tanto como al Partido” [37], mientras rechazaba el argumento de que el soviet debía alinearse con un partido. Tras la revolución, Lenin siempre defendió el papel de los soviets en la organización y la unificación de la clase.

Antes del congreso unificador de 1906 [38], escribió un proyecto de resolución sobre los soviets de diputados obreros a los que reconocía como una característica de la lucha revolucionaria más que como algo específico de 1905:

“Los soviets de diputados obreros surgen espontáneamente durante las huelgas políticas de masas (...) esos soviets son un embrión de la autoridad revolucionaria ” [39].

La resolución sigue sobre la actitud de los bolcheviques con respecto a los soviets y concluye que los revolucionarios deben tener un papel activo en ellos e incitar a la clase obrera y a los campesinos, soldados y marineros a participar en ellos, insistiendo sin embargo en el que la extensión de las actividades y de la influencia del soviet se hundiría si no la apoyaba un ejército…

“… y que, en consecuencia, una de las tareas principales de esas instituciones en cada situación revolucionaria ha de ser el armamento del pueblo y reforzar las instituciones militares del proletariado” [40].

En otros textos, Lenin defiende el papel de los soviets como órganos de la lucha revolucionaria general, mientras subraya que no bastan para organizar la insurrección armada. En 1917, Lenin ve que los acontecimientos han ido mucho más allá de la revolución burguesa, van hacia la revolución proletaria, y que los soviets ocupan el lugar central de ese movimiento:

“No una república parlamentaria –volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás– sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba” [41].

Analiza entonces el carácter de doble poder existente en Rusia en aquel entonces con términos muy similares, por cierto, a los de Trotski:

“Ese doble poder se hace evidente en la existencia de dos gobiernos: uno, el principal, el real, el gobierno de hecho de la burguesía, el «gobierno provisional» de Lvov y compañía, que tiene en sus manos todos los órganos de poder; el otro es un gobierno suplementario y paralelo, un gobierno «de control» con la forma del soviet de diputados de obreros y soldados de Petrogrado, que no posee ningún órgano de poder de Estado, pero que se basa directamente en el apoyo de una clara e indiscutible mayoría del pueblo, en los obreros en armas y los soldados” [42].

De 1905 a la revolución comunista

Las cuestiones planteadas por la revolución de 1905 marcaron toda la práctica revolucionaria y las discusiones que la siguieron. En ese sentido, podemos concluir que 1905 no fue una mera repetición general de 1917, como se dice a menudo, sino el primer acto de un drama cuyo desenlace sigue todavía hoy abierto. Las cuestiones de práctica y de teoría discutidas a principios del siglo xx, que hemos evocado a lo largo de esta serie, no han cesado de profundizarse desde entonces. Lo que sí es constante en esa labor es que ha sido y sigue siendo la izquierda del movimiento obrero la encargada de realizarla. Durante la oleada revolucionaria, muchos otros se unieron a Lenin, Luxemburg y Pannekoek. Tras la derrota, sus filas fueron dramáticamente diezmadas a medida que triunfaba la contrarrevolución en general y más particularmente el estalinismo. El estalinismo fue la negación de todo lo que 1905 contenía de vital y de proletario: en nombre del Estado “obrero” se disolvieron los soviets en beneficio de una burocracia centralizada y fue pervertida la noción de revolución proletaria para ser trasformada en arma ideológica de la política exterior del Estado estalinista.

Pero hubo minorías que resistieron a la contrarrevolución en el mundo entero. Las más determinadas y rigurosas fueron aquellas organizaciones a las que definimos como pertenecientes a la Izquierda comunista, a la que la CCI ha dedicado numerosos estudios [43]. Las cuestiones del fin, del método y de las formas de la revolución fueron el meollo del trabajo de esas minorías y gracias a sus esfuerzos y a su dedicación muchas de las lecciones de 1905 han sido profundizadas y clarificadas.

Sobre el tema central de la revolución proletaria, el mayor paso hacia adelante fue el de reconocer que las condiciones materiales para la revolución comunista mundial estaban ya presentes desde principios del siglo xx. Eso es lo que defendió el Primer congreso de la Tercera internacional y que más tarde desarrolló la Izquierda comunista italiana, con la elaboración de la teoría de la decadencia del capitalismo. Quedó desde entonces claro que se había acabado la era de las revoluciones burguesas. De hecho, la discusión sobre el papel del proletariado en Rusia no era la expresión del retraso de la revolución burguesa en ese país, sino un indicador de la entrada del mundo en un nuevo período cuya perspectiva era y sigue siendo la revolución comunista mundial. Esa clarificación es el único marco de análisis capaz de hacer comprender las demás cuestiones.

Reconocer el papel irreemplazable de la huelga de masas, es reafirmar la posición marxista fundamental según la cual es el proletariado quien hace la revolución comunista en su lucha de clases contra la burguesía. La vía parlamentaria jamás ha sido un medio para cambiar la sociedad, como tampoco el comunismo puede ser el resultado de una acumulación de reformas arrancadas mediante luchas parciales. La acción de masas enfrenta a una clase contra la otra, y es además el medio por el cual el proletariado desarrolla su conciencia y su experiencia práctica. Como lo constataron Luxemburg y Pannekoek, fue la acción de masas lo que aceleró la educación de los obreros y su entrenamiento para la lucha. Es un movimiento heterogéneo que surge de la clase obrera y en el que desempeñan un papel dinámico las minorías revolucionarias. Su realidad confirma la posición marxista fundamental sobre la interacción mutua entre conciencia y acción.

La discusión sobre al papel de los soviets o consejos obreros permitió una clarificación de las relaciones entre la organización revolucionaria y los consejos, y sobre toda la cuestión del periodo de transición del capitalismo al comunismo.

North, 2/2/06


[1]) Volumen I, capítulo X, “El nuevo poder “.

[2]) Revista internacional no 123.

[3]) “El concepto de jefe genial”, reproducido en Revista internacional no 33.

[4]) Véase Teoría y práctica, de Rosa Luxemburg.

[5]) Trotski, Resultados y perspectivas, 1906.

[6]) Ídem.

[7]) Ídem.

[8]) Ídem.

[9]) Vperoyd fue creada después de que los mencheviques tomaran el control de Iskra tras el Segundo congreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia en 1903.

[10]) Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.

[11]) En abril de 1905, los bolcheviques llamaron al Tercer Congreso del POSDR. Los mencheviques se negaron a participar y organizaron su propia Conferencia.

[12]) Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.

[13]) Lenin, Informe sobre el Congreso de unificación del POSDR, abril 1906.

[14]) Lenin, La victoria electoral socialdemócrata en Tiflis.

[15]) “El grado de desarrollo económico de Rusia (condición objetiva) y el grado de conciencia y de organización de las grandes masas del proletariado (condición subjetiva, indisolublemente ligada a la objetiva) hacen imposible la liberación completa inmediata de la clase obrera. Sólo la gente más ignorante puede desconocer el carácter burgués de la revolución democrática que se está desarrollando…”, Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.

[16]) Lenin, Tesis de Abril.

[17]) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partidos y sindicatos.

[18]) Ídem.

[19]) Ídem.

[20]) Ídem.

[21]) Rosa Luxemburg escribió este libro en Finlandia tras su salida de la cárcel en Polonia, en donde había participado en el movimiento revolucionario. Es importante decir que pasó entonces mucho tiempo en compañía de la vanguardia bolchevique, Lenin incluido.

[22]) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.

[23]) Ídem.

[24]) Ídem.

[25]) Ídem.

[26]) Ídem.

[27]) Ídem.

[28]) Ídem.

[29]) Ídem.

[30]) Para más información, ver nuestro libro la Izquierda comunista germano-holandesa (en francés e inglés).

[31]) “Prussia in Revolt”, International Socialist Review, Vol X, No.11, May 1910.

[32]) “Teoría marxista y táctica revolucionaria”, Die Neue Zeit, XXXI, nº 1, 1912.

[33]) Ídem.

[34]) Ídem.

[35]) Extracto de una contribución a “la Historia del soviet”, citado por I. Deutscher en el Profeta armado, “La revolución permanente”.

[36]) Trotski, Resultados y perspectivas, escrito en la cárcel, 1906.

[37]) Lenin, Nuestras tareas y el Sóviet de diputados obreros.

[38]) El Congreso de unificación del POSDR que reunió a bolcheviques y mencheviques en abril de 1906 fue una de las consecuencias de la dinámica de la revolución.

[39]) Lenin, “Una plataforma táctica para la unidad del Congreso”.

[40]) Ídem. No hubo discusiones sobre los soviets en aquel congreso que fue dominado por los mencheviques.

[41]) Lenin, Tesis de Abril, “Las tareas del proletariado en la revolución presente”.

[42]) Ídem.

[43]) Véanse los libros la Izquierda comunista de Italia 1926-45, la Izquierda comunista germano-holandesa, The Russian Communist Left y The British Communist Left.

 

Series: 

  • Hace 100 años, la revolución de 1905 en Rusia [23]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1905 - Revolución en Rusia [24]

III - El comunismo no es un bello ideal, Resumen del 2o vol. (1)

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En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos  sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.

En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos [1] sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.

1905: La huelga de masas abre la vía a la revolución proletaria
(Revista internacional nº 90)

El objetivo del segundo volumen de la serie de artículos sobre el comunismo es mostrar cómo el programa comunista se fue desarrollando a través de la experiencia directa de la revolución proletaria. El contexto es la nueva época de guerra y de revolución que quedó inaugurada definitivamente con la Primera Guerra imperialista mundial y, en particular, con el desarrollo y la posterior extinción de la primera oleada revolucionaria de la clase obrera internacional, entre 1917 y finales de 1920. Por eso hemos modificado el título de la serie que abre este segundo volumen, para dejar claro que el comunismo ha dejado de ser una perspectiva  que ha de esperar a que el capitalismo haya concluido su misión progresista, y que las nuevas condiciones de la decadencia del capitalismo, periodo en el que éste no solo se ha convertido en un obstáculo para el progreso sino que se muestra como una verdadera amenaza para la supervivencia de la propia sociedad, han puesto al comunismo “al orden del día de la historia”. Iniciamos sin embargo el volumen en 1905, un momento de transición en el curso del cual se perfilan ya las nuevas condiciones antes de ser definitivas, un periodo de ambigüedad que se refleja frecuentemente en lo impreciso de las propuestas y perspectivas trazadas por los mismos revolucionarios. La repentina explosión de la huelga de masas y las sucesivas sublevaciones que tuvieron lugar en Rusia en 1905 vinieron a clarificar una discusión que había comenzado ya en las filas del movimiento marxista y que concierne a una cuestión totalmente adaptada a las necesidades de esta serie: ¿cómo tomará el proletariado el poder cuando suene el momento de la revolución proletaria? Ese es el verdadero contenido del debate sobre la huelga de masas que animó particularmente el Partido socialdemócrata alemán

Este debate implicaba sustancialmente a tres protagonistas: Por una parte a la izquierda revolucionaria, agrupada en torno a figuras del calado como Rosa Luxemburg y Anton Pannekoek, que combatía tanto a las posiciones abiertamente revisionistas de Eduard Bernstein y de aquellos que querían explícitamente abandonar toda referencia a la destrucción revolucionaria del capitalismo, como a la burocracia sindical, la cual no deseaba reconocer otra lucha obrera que la que no fuese rígidamente controlada por los sindicatos y que quería que cualquier movimiento de huelga general quedase estrechamente limitado a sus reivindicaciones y a los límites temporales por ellos impuestos. Por otra parte al centro “ortodoxo” del Partido, el cual, aunque oficialmente apoyaba la idea de la huelga de masas, la consideraba, al mismo tiempo, como una táctica limitada, subordinada a una estrategia fundamentalmente parlamentaria. La izquierda, al contrario, consideraba la huelga de masas como el indicador de que el capitalismo había llegado al punto máximo de su curso ascendente y por tanto como una señal precursora de la revolución. Pese a que todas las fuerzas conservadoras en el seno del Partido lo habían rechazado generalmente como “anarquista”, el análisis que desarrollaron Luxemburg y Pannekoek no era un nuevo envoltorio de la vieja abstracción anarquista de la huelga general, sino que se esforzaba en resaltar las verdaderas características del movimiento de masas en el nuevo periodo. A saber:

–  su tendencia  a estallar espontáneamente, a surgir “desde abajo”, incluso a partir de cuestiones parciales y transitorias. Esta espontaneidad no estaba en contradicción con la organización. Al contrario, en el nuevo periodo la organización de la lucha es realizada por la lucha misma, que la impulsa a un nivel superior al que la hizo surgir.

–  su tendencia a extenderse a capas cada vez más amplias de la clase, esencialmente sobre una base geográfica. Una tendencia fundamentada en la búsqueda de la solidaridad de clase.

–  la interacción de las dimensiones económica y política hasta alcanzar la etapa de la insurrección armada.

–  la importancia del partido en ese proceso no quedaba reducida sino acentuada. No fue su tarea la organización técnica de la lucha sino que su papel fundamental de dirección política apareció, precisamente entonces y a causa de ella, en primer plano.

Si Luxemburg desarrolló esas características generales de la huelga de masas, la comprensión de las nuevas formas de organización de la lucha –los soviets– fue en gran parte elaborada por los revolucionarios en Rusia. Lev Trotski y Vladimir Ilich –Lenin– entendieron rápidamente el significado real de los soviets como instrumentos de organización de la huelga de masas, como forma flexible que permite a las masas debatir, decidir y desarrollar su conciencia de clase, como órganos de la insurrección y del poder político proletarios. Contra los “súper-leninistas” del Partido, cuya primera reacción fue llamar a los soviets a disolverse en el Partido,  Lenin afirma que el partido, en tanto que organización de la vanguardia revolucionaria, y el soviet, en tanto que organización de la unificación de la clase en su conjunto, no son rivales si no perfectamente complementarios. Lenin revela así que la concepción bolchevique del partido expresa una verdadera ruptura con la vieja noción socialdemócrata del partido de masas y es un producto orgánico de la nueva época de luchas revolucionarias.

Los acontecimientos de 1905 dieron lugar a un vivo debate en torno a la perspectiva de la revolución en Rusia. Este debate implicó también  a tres protagonistas:

–  los Mencheviques que defienden que Rusia debe pasar por la fase de la revolución burguesa y que la principal tarea del movimiento obrero es la de apoyar a la burguesía liberal en su lucha contra la autocracia zarista. El contenido contrarrevolucionario de esta teoría se desveló plenamente en 1917.

–  Lenin y los bolcheviques, sabiendo que la burguesía liberal rusa era demasiado débil para luchar contra el zarismo, dicen que las tareas de la revolución burguesa debían ser asumidas por la “dictadura democrática” puesta en marcha por un levantamiento popular en el que la clase obrera tendría el papel dirigente.

–  Trotski, basándose en la noción que había desarrollado Marx en 1848 –“la revolución permanente”– razona primero y por encima de todo desde un punto de vista  internacional y defiende que la revolución rusa impulsará necesariamente a la clase obrera al poder y que el movimiento podrá rápidamente evolucionar hacia una fase socialista si se liga a la revolución en Europa occidental. Esta manera de ver las cosas constituía un vínculo importante entre lo escrito por Marx, a finales de su vida, sobre Rusia, y la experiencia concreta de la revolución de 1917 en ese país. En gran medida esta posición fue retomada por Lenin quien, en 1917, abandona la noción de “dictadura democrática” y se opone de nuevo a los Bolcheviques “ortodoxos”.

Durante este tiempo, en el Partido socialdemócrata alemán la derrota de la insurrección de 1905 había reforzado los argumentos de Kautsky y de los que defendían que la huelga de masas debía únicamente ser contemplada como una táctica defensiva y que la mejor estrategia para la clase obrera era la “guerra de desgaste”, gradual, esencialmente legalista, en la que el parlamento y las elecciones constituían los instrumentos fundamentales para que el proletariado accediera al poder. La respuesta de la izquierda está incorporada en el trabajo de Pannekoek. Éste demuestra que el proletariado ha desarrollado nuevos órganos de lucha que corresponden a una nueva época de la vida del capital. Contra la idea de “guerra de desgaste” Pannekoek reafirma la posición marxista según la cual la revolución no tiene como objetivo tomar el Estado sino destruirlo y reemplazarlo por nuevos órganos de poder político.

“El Estado y la Revolución” (Lenin): una verificación incuestionable del marxismo
(Revista internacional nº 91)

Según la filosofía empirista burguesa el marxismo no es más que una seudo-ciencia cuyas hipótesis no se pueden probar. De hecho, en la decisión del marxismo de utilizar el método científico no entra la idea de someter sus hipótesis a las verificaciones realizadas entre los muros de cualquier laboratorio sino únicamente a las del gran laboratorio de la historia social. Los sucesos terribles de 1914 fueron una demostración patente de la perspectiva que ya había sido advertida en el Manifiesto comunista de 1848  –donde se anuncia la perspectiva general, socialismo o barbarie– y de la predicción asombrosamente precisa de Federico Engels, publicada en 1887, de una guerra devastadora en Europa. Igualmente, las convulsiones revolucionarias de 1917-19 confirmaron el segundo término de la alternativa: la capacidad de la clase obrera para ofrecer una alternativa a la barbarie del capitalismo en decadencia.

Esos movimientos plantearon el problema de la dictadura del proletariado de forma eminentemente práctica. Sin embargo, para el movimiento obrero no hay una separación rígida entre teoría y práctica. El Estado y la Revolución de Lenin, redactado durante el periodo dramático de febrero a octubre de 1917 en Rusia, obedece a la necesidad para el proletariado de elaborar una clara comprensión teórica de su movimiento práctico. Lo cual era tanto más necesario cuanto que el predominio del oportunismo en los partidos de la Segunda Internacional había hecho añicos el concepto de dictadura del proletariado teorizando una especie de vía gradual, parlamentaria para el proletariado en su camino hacia el poder. Contra estas distorsiones reformistas, aunque también contra las falsas respuestas dadas por el anarquismo, Lenin emprendió la recuperación de las enseñanzas fundamentales del marxismo sobre el problema del Estado y del periodo de transición al comunismo.

La primera tarea de Lenin fue pues la de demoler la noción de Estado como un instrumento neutro que puede ser utilizado, bien o mal, según la voluntad de los que lo dirigen. Era una necesidad elemental reafirmar la concepción marxista según la cual el Estado no puede ser más que un instrumento de opresión de una clase por otra realidad ocultada no solamente por los argumentos bien afirmados de Kautsky y otros apologistas sino, dentro de la misma Rusia, por los Mencheviques y sus aliados, quienes hablaban con grandes frases de la “democracia revolucionaria”, que sirvió de taparrabos al Gobierno provisional capitalista colocado en el poder tras la sublevación de febrero.

Órgano adaptado a la dominación de clase de la burguesía, el aparato de Estado burgués existente no puede ser “transformado” en interés del proletariado. Lenin rememora el desarrollo de la idea marxista del Estado desde el Manifiesto comunista hasta ese momento y muestra cómo las experiencias sucesivas de la lucha del proletariado –las revoluciones de 1848 y sobre todo la Comuna de París de 1871– dejaron claro lo necesario que es para la clase obrera la destrucción del Estado existente y su sustitución por un nuevo tipo de poder político. Este nuevo poder debe basarse en una serie de medidas esenciales que permitan a la clase obrera mantener su autoridad política sobre todas las instituciones del periodo de transición: la disolución del ejército profesional, el armamento general de los obreros, la elección y revocabilidad de todos los funcionarios públicos –quienes recibirán una remuneración equivalente al salario medio de los obreros–, la fusión de todas las funciones ejecutivas y legislativas en un único cuerpo.

Esos fueron los principios del nuevo poder obrero que Lenin defendió contra el régimen burgués del Gobierno provisional. La necesidad de pasar a la acción en septiembre-octubre de 1917 impidió a Lenin desarrollar por qué soviets eran una forma de dictadura del proletariado superior a la Comuna de París. Pero el Estado y la Revolución tiene el inmenso mérito de enterrar ciertas ambigüedades contenidas en los escritos de Marx y Engels en las que estos se preguntaban si la clase obrera podría llegar al poder de manera pacífica en los países más democráticos, como Gran Bretaña, Holanda o los Estados Unidos. Lenin estableció claramente que en las condiciones de la nueva época imperialista, en la que, en todas partes, el Estado militarizado había puesto todo bajo el manto de su arbitrario poder, no podía haber ninguna excepción. Tanto en los países “democráticos” como en los países más autoritarios, el programa proletario es el mismo: la destrucción del aparato de Estado existente y la formación de un “Estado-comuna”.

Contra el anarquismo, el Estado y la Revolución señala que el Estado, como tal, no puede ser abolido en una noche. Después de derrocar el Estado burgués, las clases continúan existiendo y con ellas la realidad de la penuria material. Estas condiciones objetivas hacen necesario el semi-Estado del periodo de transición. No obstante, Lenin aclara que el objetivo del proletariado no es reforzar continuamente el Estado sino asegurar la disminución gradual de su papel en la vida social, hasta su completa desaparición. Eso requiere la participación constante de las mases obreras en la vida política y su control vigilante sobre todas las funciones estatales. Al mismo tiempo, eso requiere una transformación económica en una dirección comunista. Respecto a esto Lenin asume las indicaciones contenidas en la Crítica de Marx al Programa de Gotha que defiende un sistema de bonos de trabajo, como alternativa temporal a la forma salarial.

Lenin escribió el Estado y la Revolución en vísperas de una experiencia revolucionaria gigantesca. Era pues imposible para él hacer algo más que plantear los parámetros generales de los problemas del periodo de transición. Este libro contiene inevitables lagunas e insuficiencias que serán extraordinariamente clarificadas durante el transcurso de los años de victorias y de derrotas que siguieron. Veamos:

–  su descripción de las medidas económicas que llevan al comunismo contiene serias confusiones sobre la posibilidad de que el proletariado pueda adueñarse pura y simplemente del aparato económico del capital, una vez que éste haya tomado una forma estatalizada –“capitalismo de Estado”–. Esta falta de comprensión de los peligros que representa el capitalismo de Estado se amplifica con la falsa idea según la cual el “socialismo” sería un modo de producción intermedio entre el capitalismo y el comunismo. Al mismo tiempo falta una insistencia sobre el hecho de que la transición al comunismo no puede emprenderse verdaderamente más que a escala internacional.

–  el libro habla muy poco de las relaciones entre el Partido y el nuevo aparato de Estado y deja la puerta abierta a confusiones de tipo parlamentario sobre el partido que toma el poder y se identifica con el Estado.

–  hay una tendencia a subestimar las competencias del aparato de Estado y reducirlas a “los obreros en armas”, en lugar de asumir plenamente la visión del Estado desarrollada por Engels según la cual el Estado emana de la sociedad de clases y –aunque continúa siendo un órgano de represión por excelencia– tiene la tarea de mantener la cohesión de la sociedad, tarea que resalta su naturaleza conservadora; lo que vale también para el semi-Estado del periodo de transición. Es más, la experiencia rusa permitía ir más lejos en la argumentación de Engels y poner de relieve el peligro, que comportaba el nuevo Estado, de acabar convertido en la clave de la burocratización y, finalmente, de la contrarrevolución burguesa.

A pesar de todo el Estado y la Revolución muestra mucha perspicacia sobre los aspectos negativos del Estado. Reconociendo que el Estado debe gestionar una situación de penuria material y por tanto mantener el derecho burgués en  la distribución de la riqueza social, Lenin se refiere también al nuevo Estado como a “un Estado burgués sin burguesía”, fórmula provocadora que, aunque falta de precisión, expresa acertadamente la percepción de peligros potenciales propios del Estado de transición.

1918: el programa del Partido comunista alemán
(revista internacional nº 93)

El estallido de la revolución en Alemania en 1918 confirma la perspectiva que había guiado a los Bolcheviques hacia la insurrección de octubre: la de la revolución mundial. Dadas las tradiciones históricas de la clase obrera alemana y el lugar de Alemania en el corazón del capitalismo mundial, la revolución alemana era la piedra de toque del conjunto del proceso revolucionario mundial. Contribuyó en poner fin a la guerra y fue la esperanza para el poder proletario asediado en Rusia. De igual manera, su derrota definitiva en los años que siguieron decidió la suerte de la revolución en Rusia que sucumbió a una terrible contrarrevolución interna y, cuando la victoria de la revolución habría podido abrir la puerta a una etapa nueva y superior de la sociedad humana, su fracaso desembocó en un siglo de una tal barbarie que la  humanidad jamás había conocido nada igual hasta entonces.

En diciembre de 1918 –un mes después de la sublevación de noviembre y un mes antes de la derrota trágica de la sublevación de Berlín, en el curso de la cual fueron segadas las vidas de Rosa Luxemburg y de Karl Lieb­knecht– el Partido comunista de Alemania (KPD) tenía su Congreso fundacional. El Programa del nuevo partido (conocido por el título con el que se publicó por primera vez en Die Rote Fahne: “¿Qué quiere la Liga espartaquista?”) fue presentado por la propia Rosa Luxemburg situándolo en su contexto histórico. Aunque estaba inspirado en el Manifiesto comunista de 1848 el nuevo programa debía asentarse sobre bases muy diferentes. Así se hizo ya con el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana, introduciendo la distinción entre programa mínimo y programa máximo, adaptándose al periodo en el que la revolución proletaria no estaba inmediatamente a la orden del día. La guerra mundial metió a la humanidad en una nueva época de su historia –la época del declive del capitalismo, la época de la revolución proletaria- y el nuevo programa debía contener la lucha directa por la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo. Esto requirió una ruptura no únicamente con el programa formal de la socialdemocracia sino además con las ilusiones reformistas que habían infectado profundamente al Partido entre finales del siglo xix y el primer decenio del xx –ilusiones en una conquista gradual, parlamentaria, del poder que había afectado incluso a revolucionarios tan lúcidos como el propio Engels.

Defender que la revolución está a la orden del día de la historia no implica que el proletariado sea capaz de llevarla a cabo inmediatamente. De hecho los acontecimientos de la revolución de noviembre habían mostrado en particular que la clase obrera alemana tenía aun mucho camino que recorrer para librarse del peso muerto del pasado, peso del que la influencia desmesurada de los traidores socialdemócratas en el seno de los consejos obreros era la expresión. Luxemburg insistía en el hecho de que la clase obrera tenía necesidad de educarse a sí misma a través de un proceso de luchas económicas y políticas, defensivas y ofensivas que le aportarían la confianza y la conciencia que necesitaba para hacerse totalmente cargo de la sociedad. Una de las grandes tragedias de la revolución alemana fue que la burguesía lograse provocar al proletariado tras una insurrección prematura que paralizó el desarrollo de ese proceso, privándolo además de sus líderes políticos más clarividentes.

El documento del KPD comienza afirmando sus objetivos y fines generales. Afirma con fuerza la necesidad de suprimir violentamente el poder burgués, rechazando la idea de que la violencia proletaria sea una nueva forma de terror. El socialismo, señala, significa tal salto cualitativo en la evolución de la sociedad humana que es imposible implantarlo por una serie de decretos venidos desde arriba. No puede ser sino el producto de la acción creativa y productiva de millones de proletarios.

Este documento es también un verdadero programa, en el sentido de que instaura una serie de medidas prácticas dirigidas a establecer la dominación de la clase obrera y a dar los primeros pasos hacia la socialización de la producción. Veamos:

–  desarme de la policía y de los oficiales del ejército, embargo por los consejos obreros de todas las armas y municiones y formación de una milicia obrera.

–  disolución de la estructura de mando del ejército y generalización de los consejos de soldados.

–  establecimiento de un congreso central de consejos de obreros y de soldados de todo el país y disolución simultánea de las antiguas asambleas municipales y parlamentarias.

–  reducción, a seis horas, de la jornada de trabajo.

–  confiscación de todos los medios necesarios para nutrir, vestir y alojar a la población.

–  expropiación de tierras, bancos, minas y grandes empresas industriales y comerciales.

–  establecimiento de consejos de empresas para asumir las tareas esenciales de administración de fábricas y de otros lugares de trabajo.

La mayoría de las medidas preconizadas por el programa del KPD son todavía hoy válidas aunque, al haber sido un documento producido al inicio de una inmensa experiencia revolucionaria, no era bastante claro en todos sus puntos. Habla de nacionalización de la economía como de una etapa hacia el socialismo y no se podía suponer entonces hasta qué punto el capital podía adaptarse fácilmente a esa fórmula. Aunque rechazaba cualquier forma de golpe de Estado mantenía la idea de que el partido debe presentarse como candidato al poder político. Es muy incompleto respecto a las tareas internacionales de la revolución. Son debilidades que podían haber sido superadas si la revolución alemana no hubiese sido asesinada antes de nacer.

La plataforma de la Internacional comunista
(Revista internacional nº 94)

La plataforma de la Internacional comunista (IC) fue establecida en su Primer congreso en marzo de 1919, apenas unos meses después del trágico desenlace de la insurrección de Berlín. Pero la oleada revolucionaria internacional estaba aun en su punto álgido: en el mismo momento en que la IC celebraba su Congreso llegaba la noticia de la proclamación de una República de los soviets en Hungría. La claridad de las posiciones políticas adoptadas por el Primer congreso refleja ese movimiento ascendente de la clase, de la misma manera que su evolución oportunista ulterior reflejará la fase descendente del movimiento.

Bujarin abrió la discusión del Congreso sobre el proyecto de plataforma y sus observaciones fueron fortalecidas por los considerables avances teóricos que hicieron los revolucionarios durante ese periodo. Bujarin insistía sobre el hecho de que el punto de partida de la plataforma era el reconocimiento de la bancarrota del sistema capitalista a escala global. Desde su inicio la IC entendió que la “mundialización” del capital era ya una realidad consumada y por tanto un factor fundamental de su declive y de su derrumbe. El discurso de Bujarin pone también de relieve una característica del Primer congreso: su apertura a los nuevos desarrollos aportados por la entrada en una nueva época inaugurada por la guerra. Reconoce pues que por lo menos en Alemania los sindicatos existentes habían dejado de desempeñar cualquier papel positivo y que por lo tanto debían ser sustituidos por nuevos órganos de la clase producidos por el movimiento de masas, en particular los comités de fábricas. Esto contrasta, de hecho, con los congresos posteriores, en los que la participación en los sindicatos oficiales acabó siendo obligatoria para todos los partidos de la Internacional. Lo que es sin embargo coherente con la visión que hay en la plataforma acerca del capitalismo de Estado según la cual, algo que por otra parte desarrolla Bujarin, la integración de los sindicatos en el sistema capitalista es precisamente una función del capitalismo de Estado.

La propia plataforma hace un breve estudio del nuevo periodo y de las tareas del proletariado. No persigue ofrecer un programa detallado de medidas para la revolución proletaria. Repetida y claramente afirma que con la guerra mundial “una nueva época ha nacido. La época de la decadencia del capitalismo de su desintegración interna, la época de la revolución comunista proletaria”. Insistiendo sobre el hecho de que la toma del poder por el proletariado es la única alternativa a la barbarie capitalista, apela a la destrucción revolucionaria de todas las instituciones del Estado burgués (parlamento, policía, tribunales, etc.) y a su reemplazo por los órganos del poder proletario fundamentados en los consejos obreros armados. También denuncia la vacuidad de la democracia burguesa y proclama que el sistema de consejos es el único que permite a las masas ejercer una verdadera autoridad. Traza las grandes líneas para la expropiación de la burguesía y la socialización de la producción. Estas incluyen la socialización inmediata de los principales centros industriales y agrícolas capitalistas, la integración gradual de los pequeños productores independientes al sector socializado, medidas radicales encaminadas a sustituir el mercado por la distribución equitativa de los productos,...

Refiriéndose a la lucha por la victoria, la plataforma insiste en la necesidad de una ruptura política completa con el ala derecha de la socialdemocracia –“despreciables lacayos del capital y verdugos de la revolución comunista”– y con el centro kautskysta. Esta posición –diametralmente opuesta a la política de Frente único que la IC adoptó apenas dos años más tarde– no tenía nada de sectaria, puesto que se correspondía con el llamamiento a la unidad de todas las auténticas fuerzas proletarias, incluidos los componentes del movimiento anarcosindicalista. Contra el frente unido de la contrarrevolución capitalista, que se había llevado ya las vidas de R. Luxemburg y K. Liebknecht, la plataforma llamaba al desarrollo de luchas masivas en todos los países, llevadas hasta la confrontación directa con el Estado burgués.

1919: El programa de la dictadura del proletariado
(Revista internacional nº 95)

La existencia de varios programas, de diferentes partidos nacionales, adosados a la plataforma de la IC testifica la persistencia de cierto federalismo, incluso en esta nueva internacional que se esfuerza  por superar la autonomía nacional que contribuyó al fracaso de la vieja.

El programa del Partido ruso, establecido en su IX Congreso –1919–, tiene un interés particular: mientras que el programa del KPD era el producto de un partido confrontado a la tarea de dirigir a la clase obrera hacia un revolución inminente, el nuevo programa del Partido bolchevique era una toma de posición sobre los objetivos y los métodos del primer poder soviético, de la dictadura real del proletariado. Iba acompañado, a un nivel más concreto, de una serie de decretos que expresaban la política de la República soviética sobre toda clase de cuestiones concretas incluso si, como admitía Trotski, muchos de estos decretos tenían más de naturaleza propagandística  que de carácter político inmediatamente realizable.

Como la plataforma de la IC, el programa se inicia certificando el comienzo de un nuevo periodo de decadencia del capitalismo y la necesidad de la revolución proletaria mundial y continúa insistiendo en la necesidad de una ruptura completa con los partidos socialdemócratas oficiales.

Seguidamente, el programa se estructura de acuerdo a los siguientes elementos:

• Política general: la superioridad del sistema de soviets sobre el democrático burgués está demostrada por su capacidad para llevar a la inmensa mayoría de los explotados y los oprimidos a dirigir el Estado. El programa resalta que los soviets obreros, organizándose en los lugares de trabajo, con preferencia a los lugares de residencia, muestran ser una expresión directa del proletariado como clase; que la necesidad para el proletariado de dirigir el proceso revolucionario se refleja en la superrepresentación de los soviets de las ciudades en relación con los del campo. No aparece en  él ninguna teorización en torno a la idea de que el partido ejercería el poder a través de los soviets. De hecho, la preocupación dominante en el programa, redactado durante los rigores de la guerra civil, es encontrar los medios de contrarrestar las presiones crecientes de la burocracia en el seno del nuevo aparato de Estado, atribuyendo tareas de gestión estatal a cada vez mayor número de obreros. En las terribles condiciones con las que estaba enfrentado el proletariado ruso, estas medidas resultaban inadecuadas y conseguían transformar a obreros combativos en burócratas de Estado en lugar de imponer la voluntad de la clase obrera combativa sobre la burocracia.  Esta parte del programa revela una conciencia precoz de los peligros que provienen del aparato estatal.

• El problema de las nacionalidades: aunque el punto de partida es correcto –la necesidad de superar las divisiones nacionales en el seno del proletariado y de las masas oprimidas y de desarrollar una lucha común contra el capital– el programa presenta aquí uno de sus aspectos más débiles, adoptando la noción de autodeterminación nacional. En el mejor de los casos esta consigna no podía significar más que la autodeterminación para la burguesía y, en la época del imperialismo desenfrenado, no podía sino llevar a los nacionalistas a ver cómo su antiguo jefe imperialista era suplantado por otro. Rosa Luxemburg y otros explicaron los efectos desastrosos de esta política y de qué manera todas las naciones que habían recibido de los bolcheviques su “independencia” acabaron sirviendo de cabeza de puente a la intervención imperialista contra el poder soviético.

• Las cuestiones militares: el programa, tras haber reconocido la necesidad del Ejército rojo para defender el nuevo régimen soviético en una situación de guerra civil, propone una serie de medidas cuyo objetivo era asegurar que el nuevo ejército se mantuviera como un verdadero instrumento del proletariado: debía estar compuesto de proletarios y de semi-proletarios; sus métodos de entrenamiento debían corresponder a los principios socialistas; los comisarios políticos, elegidos entre los mejores comunistas, debían trabajar con el personal militar y asegurar que los antiguos expertos militares zaristas trabajasen plenamente en interés del régimen soviético; al mismo tiempo cada vez más oficiales debían proceder de las filas de los obreros conscientes. Pero la práctica de elegir a los oficiales, que había sido una reivindicación de los primeros soviets de soldados, no fue considerada como un principio y hubo un debate en el IXo Congreso, animado por el grupo Centralismo democrático, sobre la necesidad de mantener los principios de la Comuna incluso en el ejército y de oponerse a la tendencia en el ejército de volver a los viejos métodos y a la vieja organización jerárquica. Otra debilidad, puede que más importante, fue que la formación del Ejército rojo estuvo acompañada de la disolución de los Guardias rojos, privando así a los consejos obreros de su fuerza armada específica a favor de un órgano de tipo estatal y por lo tanto menos reactivo a las necesidades de la lucha de clases.

• La justicia proletaria: los tribunales burgueses fueron sustituidos por tribunales populares en los que los jueces eran elegidos en el seno de la clase obrera. La pena de muerte debía ser abolida y el sistema penal limpiado de toda actitud de revancha. Sin embargo en las condiciones de violencia de la guerra civil, la pena de muerte fue rápidamente restaurada y los tribunales revolucionarios, puestos en funcionamiento para tratar situaciones de urgencia, cometieron frecuentemente abusos; sin hablar de la Comisión especializada en la lucha contra la contrarrevolución –la Checa– que escapaba cada vez más al control de los soviets.

• La educación: a causa del gran retraso de Rusia, muchas de las reformas educativas acometidas por  el estado soviético se limitaron a una recuperación de las prácticas educativas más avanzadas que estaban ya funcionado en las democracias burguesas (como la educación libre y mixta para todos los niños hasta los diecisiete años). Al mismo tiempo, el objetivo previsto a largo plazo era transformar la escuela a fin de que dejase de ser para siempre un órgano de adoctrinamiento burgués y se convirtiera en instrumento de la transformación comunista de la sociedad. Eso exigía la superación de los métodos coercitivos y jerárquicos, la eliminación de la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual y de, manera general, la educación de las nuevas generaciones en un mundo en el que el estudio y el trabajo fuesen un placer y no un infortunio.

• La religión: a la vez que se insistía en la necesidad de que el poder soviético llevase a cabo una propaganda inteligente y sensible encaminada a combatir los arcaicos prejuicios  religiosos de las masas, hubo un total rechazo de cualquier intento de suprimir por la fuerza la religión, pues un método así el único efecto que tendría, necesariamente, sería el de reforzar la influencia de la religión, como lo demostró la experiencia del estalinismo.

• Los asuntos económicos: aun reconociendo que el comunismo no podía ser realizado más que a escala mundial, el programa contenía las líneas generales de una política económica del proletariado en aquellas áreas que estaban bajo su control: expropiación de la vieja clase dominante; centralización de las fuerzas productivas bajo el control de los soviets; utilización, basándose en los principios de solidaridad de clase, de toda la fuerza de trabajo disponible; integración gradual de los productores independientes en la producción colectiva… El programa reconocía también la necesidad para la clase obrera de ejercer la gestión colectiva del proceso productivo, pero no ve a los consejos ni a los comités de fábrica (que ni siquiera están mencionados en el programa) como los instrumentos de esa gestión sino a los sindicatos, órganos que por su naturaleza tienden a arrancar el control colectivo de la producción de las manos de los obreros y ponerlo en manos del Estado. Más decisivas aun fueron las condiciones de la guerra que empujaron a la dispersión, e incluso al desclasamiento, a las masas proletarias de las ciudades, haciendo cada vez más difícil para la clase obrera no sólo el control de las fábricas sino el del propio Estado.

En el ámbito de la agricultura el programa reconoce que la producción agrícola no podía ser colectivizada en una noche y que su integración en el sector socializado debía pasar por un proceso más o menos largo. El poder soviético debía, mientras tanto, animar la lucha de clases en el campo y aportar su apoyo a los campesinos pobres y a los semi-proletarios agrícolas.

• La distribución: El poder soviético se asignó la tarea grandiosa de reemplazar el comercio por una distribución de los bienes basada en la satisfacción de las necesidades, coordinándola a través de una red de comunas de consumidores. De hecho, si durante la guerra civil, el viejo sistema monetario, medio hundido, pudo ser reemplazado por un sistema de confiscaciones y de racionamiento, fue a consecuencia, directamente, de la penuria y de la necesidad y no porque se hubiesen establecido nuevas relaciones sociales comunistas, aunque lo ocurrido se haya teorizado como tal. Únicamente la abundancia permite el verdadero comunismo y tal estadio no puede lograrse dentro de un poder proletario aislado.

• Las finanzas: La visión optimista del Comunismo de guerra se reflejó también en otras áreas, en particular a través de la idea de que integrando simplemente los bancos existentes en un solo Banco estatal se daría un paso adelante hacia la desaparición de los bancos como tales bancos. El sistema monetario reapareció rápidamente en Rusia, únicamente había sido dejado de lado durante el periodo de Comunismo de guerra. La forma dinero y los medios de ahorro persistirán mientras no se superen las relaciones de cambio mediante la creación de una comunidad humana unificada.

• La vivienda y la sanidad pública: El poder proletario puso en marcha muchas iniciativas para encarar la falta de viviendas y la superpoblación, en concreto expropiando a la burguesía. Sin embargo sus amplias miras de construir un nuevo entorno urbano fueron bloqueadas por las ásperas condiciones de del periodo post-insurreccional. Lo mismo ocurrió con muchos otros decretos del poder soviético: la reducción de la jornada de trabajo, los subsidios para enfermos y desempleados, la mejora radical de la situación sanitaria… También en estas áreas el objetivo inmediato era alcanzar el nivel logrado ya por los países más desarrollados. En todas estas áreas, el nuevo poder no pudo generalmente aportar verdaderas mejoras debido a la enorme sangría de recursos que eran dedicados al esfuerzo de guerra.

1920: Bujarin y el periodo de transición
(Revista internacional nº 96)

Bujarin que redacta el programa del Partido ruso, escribe también un estudio teórico sobre los problemas del periodo de transición y aunque no faltan en él buen número de errores, este documento no solo es una seria contribución a la teoría marxista sino que además el examen de sus debilidades aclara también los problemas que intenta plantear.

Bujarin estuvo en la vanguardia del Partido bolchevique durante la guerra imperialista. Su libro el imperialismo y la economía mundial, estaba emparentado con las investigaciones de Rosa Luxemburg acerca de las condiciones económicas del nuevo periodo de declive del capitalismo –la Acumulación de capital. El libro de Bujarin fue uno de los primeros en mostrar que el cnuevo periodo había inaugurado una nueva etapa de la organización del capital –la etapa del capitalismo de Estado que él relacionaba en primer lugar a la lucha militar general entre Estados imperialistas. En su artículo “Hacia una teoría del Estado imperialista”, Bujarin adopta una posición muy avanzada sobre la cuestión nacional (desarrollando también ahí una visión similar a la de Rosa Luxemburg sobre la imposibilidad de la liberación nacional en la época imperialista) y sobre la cuestión del Estado, llegando más rápidamente que Lenin a la posición que éste defiende en el Estado y la Revolución, la necesidad de destruir el aparato de Estado burgués.

Estas concepciones son desarrolladas por Bujarin en su libro la Economía del periodo de transición, redactado en 1920. En él, Bujarin reitera la visión marxista del final inevitablemente violento y catastrófico de la clase capitalista y de la necesidad de la revolución proletaria como la única base para construir un modo de producción nuevo y superior. Al mismo tiempo va más lejos en el descubrimiento de las características de esta nueva fase de la decadencia capitalista. Prevé la tendencia creciente del capitalismo senil a dilapidar y destruir las fuerzas de producción acumuladas, encarnada sobre todo en la economía de guerra, pese al “crecimiento” cuantitativo que ésta haya podido ocasionar. Muestra igualmente cómo, en el capitalismo de Estado, los antiguos partidos y los sindicatos obreros son “nacionalizados” es decir, integrados en el aparato de Estado capitalista monstruosamente hipertrofiado.

En sus grandes líneas, la articulación entre la alternativa comunista y ese sistema mundial en declive está perfectamente clara: una revolución mundial fundamentada en la autoactividad de la clase obrera en sus órganos de lucha, los soviets; una revolución que tiene como objetivo unir a la humanidad en una comunidad mundial que sustituya las leyes ciegas de la producción de mercancías por la regulación consciente de la vida social. Pero los medios y los objetivos de la revolución proletaria deben concretarse y esa concreción no puede ser más que el resultado de la experiencia viva y de la reflexión sobre esa experiencia. Y en eso es en lo que el libro muestra sus flaquezas. Aunque Bujarin formó parte de la tendencia comunista de izquierda en el Partido bolchevique en 1918, fue sobre todo por lo de la cuestión de Brest-Litovsk. A diferencia de otros comunistas de izquierda, como Osinski, él no fue capaz de desarrollar una visión crítica frente a los primeros signos de burocratización del Estado soviético. Al contrario, su libro sirvió de alguna manera de apología del ­statu quo durante el proceso de guerra civil, puesto que constituyó, sobre todo, una justificación teórica de las medidas de comunismo de guerra como si fueran la expresión de un auténtico proceso de transformación comunista.

Así pues, para Bujarin la desaparición virtual del dinero y de los salarios durante la guerra civil –resultado directo del hundimiento de la economía capitalista– quería decir que la explotación estaba ya superada y que una forma de comunismo había sido alcanzada. Incluso, la horrible necesidad impuesta al bastión proletario en Rusia –una guerra de frentes dirigida por el Ejército rojo– se convierte en su libro no solamente en una “norma” del periodo de luchas revolucionarias sino también en modelo de extensión de la revolución que se presenta ahora como una batalla épica entre los Estados proletario y capitalistas. Sobre esta cuestión el Bujarin “de izquierda” está muy a la derecha de Lenin, quien no olvida jamás que la extensión de la revolución es ante todo una tarea política y no militar.

Una de las ironías del libro de Bujarin es que, a pesar de haber identificado el capitalismo de Estado en tanto que forma universal de la organización capitalista en la época de declive del sistema, el autor muestra una obstinada ceguera ente el peligro del capitalismo de Estado después de la revolución proletaria. Y se pueden concluir de su lectura cosas como que bajo “el Estado proletario”, en el sistema de “nacionalizaciones proletarias”, es imposible la explotación. Que incluso, puesto que el nuevo Estado es la expresión orgánica de los intereses históricos del proletariado, sería mucho más eficaz si se fusionan todos los órganos de clase de los obreros en el aparato de Estado, restaurando incluso las prácticas más jerárquicas en la gestión de la vida económica y social. No tiene conciencia ninguna del hecho de que el Estado de transición, en tanto que expresión de la necesidad de mantener cohesionada una formación social dispar y transitoria, puede desempeñar un papel conservador, llegando incluso a desgajarse de los intereses del proletariado.

En el periodo que siguió a 1921 la trayectoria de Bujarin en el partido pasó rápidamente de la izquierda a la derecha. Pero de hecho, había una continuidad en esa evolución: una tendencia a acomodarse con el statu quo. Como la economía del periodo de transición constituía ya un intento de presentar el régimen riguroso del Comunismo de guerra como el objetivo final de de los esfuerzos del proletariado, no tuvo que dar un gran salto para proclamar, pocos años después, que la Nueva política económica (NEP) que abrió las puertas a las leyes del mercado (que, en realidad, sólo habían quedado “arrinconadas” durante el periodo precedente) sería ya la antecámara del socialismo. Bujarin, incluso más que Stalin, fue el teórico del “socialismo en un solo país” y esta idea está ya presente en la proclamación absurda según la cual el bastión ruso aislado desde 1918-20, donde el proletariado fue diezmado por la guerra civil y progresivamente sometido al engorde del nuevo Leviatán burocrático, era ya la nueva sociedad comunista.

1920: El programa del KAPD
(Revista internacional nº 97)

El aislamiento de la Revolución rusa llegó a tener un impacto tan negativo sobre las posiciones políticas de la nueva Internacional comunista, que comenzó a perder la claridad que había demostrado en su Primer congreso y en particular frente a los partidos socialdemócratas. Denunciados con anterioridad como partidos de la burguesía, la IC comienza a formular la táctica del “frente único” con ellos, en parte porque buscaba ampliar el apoyo al devastado bastión ruso. El ascenso del oportunismo en la IC fue vigorosamente combatido por las corrientes de izquierda en algunos países, en particular en Alemania y en Italia.

Una de las primeras manifestaciones del ascenso del oportunismo en la IC fue el folleto de Lenin la Enfermedad infantil del comunismo. Este texto sirvió después de base a numerosas distorsiones a propósito de la izquierda comunista, en particular de la izquierda alemana y el KAPD  –escisión del KPD en 1920. El KAPD fue acusado de ceder a una política “sectaria” que quería reemplazar los verdaderos sindicatos obreros por “uniones revolucionarias” artificiosas. Acusado sobre todo de caer en el anarquismo, debido a su punto de vista sobre cuestiones tan vitales como el parlamento y el papel del partido.

Es cierto que el KAPD –producto de una ruptura prematura y trágica con el partido alemán– no fue nunca una organización homogénea. Constaba de un cierto número de elementos verdaderamente influenciados por el anarquismo, influencia que, con el reflujo de la revolución, dio nacimiento a las ideas consejistas que se desarrollaron ampliamente en el movimiento comunista alemán. Sin embargo, un breve examen de su programa muestra que el KAPD, en su mejor momento, alcanzó un alto grado de claridad marxista:

–  contrariamente al anarquismo, el programa se sitúa en las circunstancias históricas objetivas del capitalismo mundial: el nuevo periodo de decadencia del capitalismo abierto por la guerra mundial, que plantea la alternativa socialismo o barbarie.

–  contrariamente al anarquismo el programa expresa sin reservas su solidaridad con la revolución rusa y afirma la necesidad de su extensión mundial. Alemania es específicamente identificada como la portadora de un papel central a desempeñar en esa perspectiva.

–  la oposición del KAPD al parlamentarismo y a los sindicatos no está basada en no se sabe qué moralismo válido para todos los tiempos, ni en una obsesión acerca de las formas de organización, sino en la comprensión de las nuevas condiciones impuestas por la llegada de una nueva época de revolución proletaria en la que el parlamento y los sindicatos no podían, desde entonces, sino servir a la clase enemiga.

–  lo mismo hay que decir de la defensa por el KAPD de las organizaciones de fábrica y de los consejos obreros. No se trataba de formas artificiosas con las que soñaban un puñado de revolucionarios sino expresiones organizativas concretas del movimiento real de la clase en el nuevo periodo. Incluso si no podía existir una claridad completa sobre las organizaciones de fábrica (a las que el KAPD consideró siempre como una especie de forma permanente, precursoras de los consejos, basadas en un programa político mínimo) no eran para nada artificiales sino que agrupaban a algunos de los obreros  más combativos en Alemania.

–  lejos de estar contra el partido, el programa (que iba acompañado de tesis sobre el papel del partido en la revolución) afirma claramente el papel indispensable del partido en tanto que núcleo de la intransigencia y de la claridad comunistas en el movimiento general de la clase.

–  el programa defiende igualmente, sin dudar, la concepción marxista de la dictadura del proletariado.

Entre las medidas prácticas que propone el programa del KAPD –en continuidad directa con el del KPD– está en particular el llamamiento a disolver todos los cuerpos parlamentarios y municipales y a sustituirlos por un sistema centralizado de consejos obreros. El programa de 1920 es, sobre todo, más claro en lo referente a las tareas internacionales de la revolución. Llama, por ejemplo, a la fusión inmediata con otras repúblicas soviéticas. Va incluso más lejos sobre el problema del contenido económico de la revolución al insistir en la necesidad de dar pasos para orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades (incluso si es discutible la afirmación del programa según la cual la formación de “un bloque económico socialista” con Rusia sería obligatoriamente un paso positivo hacia el comunismo).

Para acabar: el programa plantea algunas “nuevas” cuestiones, no tratadas por el programa de 1918, por ejemplo: cómo aborda el proletariado la cuestión del arte, la ciencia, la educación, la juventud…, que muestran que el KAPD, lejos de ser una corriente puramente “obrerista” estaba interesada por todas las cuestiones planteadas por la transformación comunista de la vida social.

CDW

 

[1]) Revista internacional nos 68 a 88.

Series: 

  • El comunismo, entrada de la humanidad en su verdadera historia [25]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1905 - Revolución en Rusia [24]
  • 1917 - la revolución rusa [26]
  • 1919 - la revolución alemana [27]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La dictadura del proletariado [28]
  • La oleada revolucionaria de 1917-1923 [29]

Cuestiones teóricas: 

  • Comunismo [30]

Historia del movimiento obrero – Los IWW (1905-1921): el fracaso del sindicalismo revolucionario en EE.UU. (2)

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En la primera parte de este artículo (publicada en la Revista internacional nº 124), examinamos el contexto histórico en el que se fundó IWW, a comienzos del siglo xx, momento crítico de cambio del capitalismo de su fase ascendente a la de su decadencia. Sobre la base de la teoría de “el unionismo industrial”, Industrial Workers of de World (IWW, Trabajadores industriales del mundo) trataba de buscar una respuesta a los problemas planteados por la incapacidad creciente del “cretinismo parlamentario” y del sindicato reformista de Samuel Gomper (la American Federation of Labour, AFL) para hacer frente a los problemas planteados por el capitalismo y la lucha de clases. Contrariamente a los anarquistas y a los anarcosindicalistas que tenían una visión federalista, los fundadores de IWW trataron de construir una organización de lucha de clases unida y centralizada que debía ser al mismo tiempo capaz de reunir a todo el proletariado para la toma del poder y ofrecer un marco para ejercer el poder proletario después de la revolución.

En este artículo examinaremos si la teoría y la práctica de IWW le permitieron conseguir sus objetivos y hacer frente al mayor reto al que jamás estuvo confrontado el movimiento obrero mundial: el desencadenamiento del primer gran conflicto imperialista mundial de la historia, en 1914.

¿A favor o en contra de “la política”?

El preámbulo adoptado por la Convención de fundación de IWW tomó claramente partido por la destrucción revolucionaria del capitalismo.

“La clase obrera y la clase de los patronos no tienen nada en común. No podrá haber paz mientras millones de trabajadores conozcan el hambre y la necesidad, mientras una minoría, que forma la clase de los patronos, posea todas las buenas cosas de la vida... Entre estas dos clases, la lucha debe proseguir hasta que los obreros del mundo se organicen como clase, se apropien de la tierra y del aparato de producción y acaben con el trabajo asalariado... Es la misión histórica de la clase obrera de abolir el capitalismo”.

Sin embargo la organización de IWW no fue clara sobre la naturaleza de esta revolución ni sobre los medios para conseguirla, en particular sobre la naturaleza económica y política de la revolución. Además, aunque IWW había aceptado y también saludado la participación de organizaciones y de militantes políticos en sus filas y que sus miembros apoyaran a los candidatos socialistas en las elecciones, ellos mantenían desde sus orígenes grandes confusiones sobre la naturaleza de la acción política del proletariado.

En 1905, los miembros del Partido socialista (SPA, Socialist Party of America) [1] presentes en la Convención de la fundación suponían que IWW apoyaría al Partido. Por otra parte, sus rivales DeLeonistas esperaban que IWW se aliara con el SLP (Socialist Labor Party). Estas ingenuas esperanzas manifestaban una seria subestimación del escepticismo que entonces prevalecía en la Convención de fundación frente a la política. A pesar de sus simpatías marxistas, los fundadores de IWW pensaban, por lo general, que los obreros debían subordinar la lucha política a la lucha económica. Por ejemplo, antes de la Convención, la Western Federation of Miners (Federación occidental de mineros) escribía:

“La experiencia nos ha enseñado que la organización económica y la organización política deben estar distanciadas y separadas... Según nosotros es necesario unir a los obreros en el ámbito económico antes que unirlos sobre el terreno político” [2].

A pesar de los puntos de vista muy divergentes sobre la política, en interés de la unidad, la Convención formuló en términos muy complicados una concesión a los socialistas de los dos partidos aceptando insertar, en el preámbulo de la constitución de IWW, un párrafo político que se presentó de esta manera:

“Entre las dos clases, la lucha debe proseguir hasta que todos los trabajadores se reúnan tanto en el terreno político como en el industrial, y se apropien de lo que producen con su trabajo, mediante una organización económica de la clase obrera, sin afiliación a partido político alguno”.

Para la mayor parte de los delegados, esta concesión referente a la política era incomprensible. Un delegado se quejaba:

“Yo no puedo permitirme, cada vez que me encuentre con alguien, tener junto a mí a DeLeon para poder explicar a esa persona lo que quiere decir tal o cual párrafo” [3].

 La oposición a la política provenía de una incomprensión teórica de la lucha de clases, de la revolución proletaria y de las tareas políticas del proletariado. Para IWW, la “política” tenía un sentido muy estrecho; significaba parlamentarismo y participación en las elecciones burguesas. Desde este punto de vista, la acción política –es decir la participación en las elecciones– no tenía más que un valor de propaganda y demostraba la inutilidad del electoralismo como lo demuestra esta toma de posición:

“El único valor de la actividad política para la clase obrera, es desde el punto de vista de la agitación y de la educación. Su mérito educativo consiste únicamente en probar a los obreros su total ineficacia para vencer el poder de la clase dominante y por lo tanto forzar a los obreros a apoyar la organización de su clase en las industrias del mundo”.

“Es imposible pertenecer al Estado capitalista y utilizar el aparato del Estado en interés de los obreros. Todo lo que se puede hacer, es intentarlo hasta que nos culpen de todo –y así ocurrirá – sacando así una lección para los obreros sobre el carácter de clase del Estado” [4].

Tales tomas de posición estaban muy extendidas. Aun cuando los “antipolíticos” detestaban a DeLeon, no sin ironía, compartían con él a menudo muchas concepciones teóricas como:

–  la primacía de la lucha económica sobre la política.

–  la identificación entre política y urnas electorales.

–  el rechazo de la dictadura del proletariado.

–  la incomprensión de que, en las condiciones del capitalismo históricamente progresista, fuera verdaderamente posible participar en el parlamento y arrancar reformas a la burguesía.

–  la incapacidad de hacer la diferencia entre las reformas ganadas por la lucha de clases (como la jornada de trabajo de 8 horas, la limitación del trabajo de los niños, etc.) y la doctrina contrarrevolucionaria del reformismo que defendía que se podía llegar al socialismo de forma pacífica por la vía electoral.

 En su rebelión contra “la política”, puesto que era imposible utilizar el Estado capitalista para las necesidades revolucionarias de la clase obrera, los ­wobblies [5] mostraban que no comprendían la naturaleza de la revolución proletaria y revelaban su ignorancia de una lección fundamental sacada por Marx de la experiencia de la Comuna de París: el reconocimiento de que el proletariado debe destruir el Estado capitalista. ¿Es que hay algo más político que destruir el Estado capitalista, que adueñarse de los medios de producción? La revolución proletaria será el acto político y social más audaz y más completo de toda la historia de la sociedad humana – una revolución durante la cual las masas explotadas y oprimidas se levantarán para destruir el Estado de la clase explotadora e imponer su propia dictadura revolucionaria de clase sobre la sociedad para así realizar la transición al comunismo. A partir del punto de vista justo según el cual los obreros no pueden apoyarse en el Estado burgués y utilizarlo al servicio del programa revolucionario, “los antipolíticos” llegaban a la conclusión falsa según la cual la revolución proletaria era un acto económico y no político. Al igual que los anarquistas, IWW deducía que se podía ignorar la política, no solamente el parlamento, sino el propio poder del Estado burgués. IWW defendía este punto de vista a pesar de su propia actividad como la de las luchas por la libertad de expresión que mantenía no sólo en los lugares de trabajo, sino en la calle y como acto de enfrentamiento político con el Estado [6]. Y a pesar de los duros enfrentamientos con la burguesía, durante los cuales ésta ni siquiera respetaba sus propias leyes, IWW no comprendió en absoluto que se estaba abriendo un período durante el cual el parlamento y las leyes burguesas no eran sino máscaras para el ejercicio del poder más despiadado contra la amenaza proletaria. Esto debería tener consecuencias catastróficas, como veremos, y fue una tragedia de dimensión histórica que en aquel nuevo período, tantos militantes valientes y leales fueran lanzados a la lucha sin tener asimilados esos aspectos fundamentales de la perspectiva marxista.

El entendimiento político evocado más arriba (la concesión a los socialistas de los dos partidos) plasmado en el preámbulo de 1905 no fue suficiente para mantener la unidad de la organización. En la Convención de 1908 la perspectiva antipolítica triunfó. DeLeon no pudo participar en la Convención por cuestiones de mandato, él y sus partidarios rompieron para formar, en Detroit, su propio IWW subordinado al SLP; esta organización tampoco logró sobrevivir a la Socialist Trade and Labor Aliance. Debs y otros miembros del SPA no renovaron su adhesión y se retiraron de la organización. Igualmente el WFM, que había tenido un papel vital en la fundación de IWW, se retira de la organización. En 1911 es al mismo tiempo miembro dirigente de IWW y miembro del Secretariado del Partido socialista, hasta que abandona este último a favor de IWW, ya que los socialistas consideraban imposible esa doble pertenencia a causa de la posición de IWW sobre el sabotaje y su oposición a la acción política.

¿Partido revolucionario u organización unitaria?

Para IWW la unión industrial era una forma organizativa que lo englobaba todo. La unión no era solo una organización unitaria que sirve a la vez para defender los intereses de la clase obrera y para encarnar la forma de dominación proletaria después de la revolución, era también una organización de militantes revolucionarios y de agitadores. Tras su constitución en 1908, IWW pensaba que:

“el ejército de productores debe organizarse no solo para la lucha cotidiana contra los capitalistas, sino igualmente para dirigir la producción después del derrocamiento del capitalismo. Organizándonos sobre una base industrial estamos en vías de crear una nueva sociedad en el interior de la antigua”.

Como hemos mostrado anteriormente en esta serie de artículos, ésa es una visión sindicalista que ve la posibilidad de:

“formar la estructura de la nueva sociedad en el interior mismo de la antigua (…) que proviene de una profunda incomprensión del antagonismo que existe entre la última de las sociedades de explotación – el capitalismo– y la nueva sociedad sin clases que se trata de instaurar. Es un error grave, que conduce a subestimar la profundidad de la transformación social necesaria para operar la transformación entre esas dos formas sociales y, conduce también, a subestimar la resistencia de la clase dominante a la toma del poder por la clase obrera” [7].

Además, la idea según la cual la misma organización podría ser simultáneamente una organización revolucionaria de obreros y agitadores conscientes de la clase y una organización abierta a todos los obreros en la lucha de clases dentro del capitalismo, revela una doble confusión característica del sindicalismo revolucionario. La primera de estas confusiones consiste en la incapacidad para distinguir los dos tipos de organización que fueron segregados históricamente por la clase obrera: las organizaciones revolucionarias y las organizaciones unitarias. IWW no llegó a comprender que una organización revolucionaria, que agrupa a los militantes sobre la base de un acuerdo compartido y de un compromiso con los principios y el programa revolucionario es, por esencia, una organización política, es de hecho un partido de clase aunque no tome ese nombre. Tal organización, por definición, sólo puede agrupar a un minoría de la clase obrera, a sus miembros más conscientes políticamente y más entregados. Como lo señaló el Manifiesto comunista de 1848:

“Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo. Teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su visión clara de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que debe abocar el movimiento proletario”.

La incapacidad de IWW para hacer esta distinción lo condenó a una existencia inestable. La admisión en la organización estaba tan abierta como las puertas de un molino, por las que salieron tan rápido como entraron quizá hasta un millón de obreros entre 1905 y 1917. Se creaban nuevas secciones sindicales que desaparecían rápidamente, sin dejar la menor huella, una vez que terminaba la lucha que las había hecho nacer.

La tensión que resulta de esa idea contradictoria, querer ser una organización revolucionaria y una organización de masas abierta a todos los obreros, iba a contribuir, al cabo, al fracaso histórico de IWW durante la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial. La visión que IWW tenía de su tarea, como sindicato de masas que agrupaba a los obreros, lo condujo a preocuparse cada vez más de la construcción de una organización sindical en detrimento de los principios revolucionarios.

La segunda confusión viene de que IWW no comprendió que la batalla librada por las uniones industriales contra el sindicalismo de oficio y los sindicatos colaboracionistas, pese a estar inspirada en la defensa de los intereses de su clase, era un anacronismo. A principios del siglo xx estaba cambiando el periodo histórico. La creación del mercado mundial y la tendencia a su saturación hacían que el capitalismo entrara en su fase de decadencia acabando con la época en que era posible la lucha por reformas duraderas. En esas nuevas condiciones, la forma sindical de organización, ya sea de oficios o industrial, ya no se ajusta a las necesidades de la lucha de clase y está condenada a ser absorbida por el Estado capitalista y convertirse en un órgano de control de la clase obrera. La experiencia de la huelga de masas en Rusia, en 1905, y la creación, por los obreros de ese país, de los soviets o consejos obreros es un momento clave para todo el proletariado mundial. Las lecciones de ello y su impacto en la lucha de clases son el centro de los trabajos teóricos de Rosa Luxemburg, León Trostski, Antón Pennekoek y otros en el ala izquierda de la Segunda Internacional.

Los consejos obreros, contrariamente a la teoría del sindicalismo revolucionario, ocuparon el lugar de los sindicatos como organización unitaria de la clase obrera. Este nuevo tipo de organización unía a los obreros de todas las industrias, de una zona territorial dada, para el enfrentamiento revolucionario contra la clase dominante, y eran la forma “históricamente encontrada” que tomaría la dictadura del proletariado (empleando la expresión acuñada por Lenin). También es importante, como la experiencia de 1905 lo demostró, que las organizaciones unitarias de masas de la clase obrera en lucha no pueden mantenerse como organizaciones permanentes en el seno del capitalismo, cuando la movilización obrera refluye. Aunque la Convención de fundación de IWW expresó su solidaridad con las luchas obreras del proletariado en la Rusia de 1905, desgraciadamente no fueron capaces de hacer un trabajo de elaboración teórica a partir de la experiencia rusa y nunca pudieron reconocer el cambio de periodo histórico, ni el significado de los consejos obreros, y siguieron cantando las bondades del “unionismo industrial [como] el único camino hacia la libertad” [8].

Fue especialmente perjudicial que IWW fuera incapaz de sacar las lecciones de la experiencia real concreta, ni siquiera de darse cuenta de los avances teóricos que el ala izquierda de la Socialdemocracia (que más tarde se convertiría en el armazón sobre el que se construyó la Internacional comunista), pero, en realidad, su trabajo teórico era, en general, muy flojo. En sus periódicos de propaganda, al abordar las cuestiones teóricas, se limitaban a repetir los puntos fundamentales del marxismo relativos a la plusvalía, al conflicto entre proletariado y burguesía, sin tomar en cuenta las elaboraciones posteriores de la teoría marxista realizadas por el ala izquierda de la Socialdemocracia. IWW no aportó gran cosa, o nada, en el plano histórico a la teoría del marxismo, ni siquiera a la teoría del unionismo. Melvyn Dubosky, como historiador, señala que IWW…

“… no aporta ninguna idea realmente original, ninguna explicación radical de cambio social, ninguna teoría fundamental de la revolución” [9].

Su crítica del capitalismo jamás va más allá de un odio visceral hacia la explotación y la opresión del sistema y como no se plantea nunca examinar los matices y lo intrincado del desarrollo del capitalismo, no comprende el significado ni las consecuencias del cambio de las condiciones en las que la clase obrera desarrolla sus luchas.

La única excepción, desastrosa por lo demás, a esa ignorancia de IWW de la necesidad de elaboración teórica, es su esfuerzo por explicar más profundamente su concepto de “acción directa” lo que les lleva a una ingenua defensa teórica del “sabotaje” como arma de la lucha de clases, lo que los hace vulnerables a las acusaciones de terrorismo y abre la puerta a la represión. IWW excluye, en su defensa del sabotaje, atentar contra la vida humana pero confunde toda una serie de tácticas (como la huelgas de celo o la divulgación de “obscuros secretos” de la fábrica, las acciones puramente individuales similares a las del anarquismo pequeño burgués de la “propaganda por los hechos”) con los métodos de lucha masiva de la clase obrera. IWW apoyó, por ejemplo, que en un teatro de Chicago alguien...

“... esparciera por el suelo productos tóxicos durante una representación y se largara rápidamente en silencio” [10].

Ciertos oradores soap box [11] de IWW defendían demagógicamente el uso de dinamita y bombas. Al ser difícil reconciliar la glorificación del sabotaje de individuos o pequeños grupos de obreros y el compromiso con la lucha de masas, IWW resuelve la contradicción declarando que tal contradicción no existe:

“los actos individuales de sabotaje realizados con el fin de que la clase obrera saque provecho de ellos no pueden, de modo alguno, emplearse contra la solidaridad. Al contrario son un factor de unidad. El saboteador solo se compromete a sí mismo y si toma tales riesgos es por su vigoroso espíritu de clase”.

Sus oscilaciones frente a la Primera Guerra mundial

Las guerras y las revoluciones son momentos históricos cruciales para las organizaciones que se reivindican del proletariado, son una prueba para su auténtica naturaleza del clase. El estallido de la Primera Guerra mundial, en agosto de 1914, reveló la traición de los principales partidos socialdemócratas europeos: tomaron partido por sus respectivas burguesías, apoyaron la guerra imperialista dando la espalda a los principios del internacionalismo proletario y de la oposición a la guerra imperialista; ayudaron a movilizar al proletariado en la carnicería y traspasaron la frontera de clase que los separaba de la burguesía.

IWW, por su parte, despreciaba el patriotismo. En sus propias palabras:

“entre todas las ideas idiotas y perversas que los obreros aceptan de esa clase que vive de su miseria, el patriotismo es la peor”.

Los wobblies formalmente defendían el internacionalismo proletario y se oponían a la guerra. En 1914, poco después de que la guerra estallase en Europa, la Convención de IWW adopta una resolución en la que se establece que:

“… el movimiento industrial barrerá todas las fronteras y establecerá relaciones internacionales entre todos los hombres comprometidos en la industria… Como miembros que somos del ejercito industrial nos negamos a batirnos por otro objetivo que no sea el logro de la libertad industrial”.

En 1916 la Xª Convención anual adoptó una resolución por la que la organización se comprometía con un programa que defendía…

“la propaganda antimilitarista en tiempos de paz, la defensa de la solidaridad entre los obreros del mundo entero y, en tiempos de guerra, la huelga general de todas las industrias” [12].

Pero en abril de 1917 cuando el imperialismo americano entró en guerra junto a los Aliados, IWW falla lamentablemente y se olvida en la práctica de su internacionalismo y antimilitarismo. La organización cae en una actitud centrista y oscilante caracterizada por la prudencia y la inactividad. IWW, contrariamente a AFL, no respaldó jamás la guerra ni participó en movilizar al proletariado para la carnicería. Pero tampoco hicieron una oposición activa a la guerra.

Jamás adoptó una resolución que denunciara la guerra, a diferencia de los socialistas. Es más, los folletos contra la guerra, como The Deadly Parallel, se retiraron de la circulación. Los oradores soapbox de IWW pararon su agitación contra la guerra. ­Haywood, defendiendo el mismo punto de vista que el Buró ejecutivo general, considera la guerra como una desviación de la lucha de clases y que lo más importante es construir la unión; temía que una oposición activa a la guerra desencadenase una represión contra IWW [13].

Ben Williams, editor de Solidarity, atacó violentamente lo que llamaba acciones antiguerra “sin sentido”.

“En caso de guerra, escribía Williams, queremos que la One Big Union salga más fortalecida del conflicto, con más control sobre la industria que antes. ¿Por qué deberíamos sacrificar los intereses de la clase obrera en aras de algunos desfiles y manifestaciones antiguerra impotentes?. Continuemos nuestra tarea de organizar a la clase obrera para que pueda adueñarse de las fábricas, en guerra o no, y detener cualquier agresión capitalista futura que lleve a la guerra o a cualquier otra forma de barbarie” [14].

He ahí el fruto de la acumulación de confusiones: IWW no entiende el significado de la guerra mundial, ni que ésta marcaba la apertura de una nueva era de guerras y de revoluciones, ni el cambio que suponía para las condiciones de la lucha de clases. Tampoco entendía que su tarea era la de una organización revolucionaria (de hecho la de un partido) y en su lugar se centró en su papel de sindicato de masas y la perspectiva de su crecimiento, como si no pasara nada.

A pesar de las promesas de la resolución de 1916 de…

“… extender su seguro de apoyo moral y material a todos los obreros que sufren a manos de la clase capitalista por sus principios [contra la guerra]”,

IWW dejó a sus militantes solos, que decidieran individualmente si se sometían al reclutamiento y a la guerra imperialista o resistían, sin recibir apoyo alguno de la organización. Muchos dirigentes de IWW se oponían, con razón, a las manifestaciones interclasistas contra la guerra y defendían que IWW no tenía la influencia suficiente en el proletariado para organizar una huelga general contra la guerra con éxito. Pero tampoco buscaban los medios de oponerse a la guerra imperialista desde el terreno de la clase obrera. Haywood en una de sus cartas a Frank Little, uno de los dirigentes de la fracción antiguerra del Buró general ejecutivo, le aconseja:

“Mantén la cabeza fría; no hables. Muchos ven las cosas como tú, pero la guerra mundial tiene poca importancia comparada con la gran guerra de clases… Me siento incapaz de definir los pasos que hay que dar contra la guerra” [15].

Este consejo, que representa el punto de vista de la mayoría del Buró, supone una completa subestimación del significado del periodo que abre la guerra mundial y deja al ala izquierda de IWW completamente desarmada frente a la represión estatal que se avecina.

James Slovick, secretario del sindicato de transportes marítimos de IWW escribe a Haywood en febrero de 1917, antes de que Estados Unidos entrase en guerra, aconsejando preparar en el futuro una huelga general contra la guerra, incluso si esto llevaba a la destrucción de la organización. Slovick presentía, con razón, que la burguesía iba a utilizar la guerra como excusa para atacar despiadadamente a IWW, llevase ésta o no una acción contra la guerra. Defendía que una huelga general contra la guerra tendría una importancia histórica y demostraría que IWW era la única organización obrera del mundo capaz de luchar por terminar con la carnicería, y por eso requirió la convocatoria de una convención extraordinaria de IWW para decidir sobre esa cuestión. Haywood se negó a hacerlo:

“Evidentemente es imposible para esta tarea… que lances acciones por tu iniciativa individual. Sin embargo añadiré tu carta a un expediente que trataremos más adelante”.

Frente a los preparativos de la burguesía para su entrada en guerra, de implicación en la masacre imperialista generalizada, la exigencia de convocar urgentemente una convención del Congreso continental de la clase obrera para discutir una respuesta proletaria acorde con la situación… ¡se deja para un dossier que se tratará más adelante!. ¿Y quién lo va a tratar? ¡Ni más ni menos que el muy combativo Big Hill Haywood!. Todo ello porque ¡oponerse a la guerra imperialista podría perturbar la construcción de la unión!

Frank Little, por su parte, considera la guerra imperialista como el mayor crimen cometido por el capitalismo contra la clase obrera mundial y quiere hacer campaña contra el reclutamiento. Dice:

“IWW se opone a todas las guerras y debe hacer todo lo que pueda para impedir que los obreros empuñen las armas”.

Little responde a aquellos que dicen que la represión del Estado se abatirá contra quien se oponga a la conscripción, invocando el peligro de que el resultado de esa oposición será la condena de IWW, que “Mas vale morir combatiendo que abandonar” [16]. La voz de Little fue rápidamente silenciada, se dejó de escuchar en el debate interno en IWW, porque lo asesinaron unos sicarios de la empresa durante la huelga minera de Montana, en el verano de 1917. Su punto de vista, a pesar de tener el mérito de defender resueltamente el internacionalismo proletario, pecaba de una gran ingenuidad política al aceptar la represión como una fatalidad.

IWW en vez de atacar la guerra y preparar a sus militantes y sus dirigentes para una actividad clandestina, centraron todos sus esfuerzos en construir la unión, organizando huelgas en las industrias que consideraban vulnerables a la presión de la lucha. Para ellos era más importante que el gobierno les atacase por luchar por mejores salarios, o algo similar, que por luchar contra la guerra. Lo irónico de la historia es que una vez que Estados Unidos entró en el conflicto, el blanco de la represión fue IWW, que conscientemente había decidido no luchar activamente contra la guerra, y no los partidos socialistas que sí lo habían hecho. Mientras que a los socialistas, como Eugene Debs, que habían alzado abiertamente su voz contra el reclutamiento se les detenía y encarcelaba como individuos, a IWW se le acusó como organización de conspiración y sabotaje contra el esfuerzo de guerra. La guerra, en ese sentido, ofreció a la burguesía la excusa para reprimir a IWW por sus actividades pasadas, por su lenguaje radical y el miedo que había inspirado. Se podría decir que la burguesía estadounidense era más consciente que los propios dirigentes de IWW, del peligro que representaba su organización. El 28 de septiembre de 1917 se acusó a 165 dirigentes de IWW por obstrucción a la conscripción y al esfuerzo de guerra, de conspiración y sabotaje, así como de interferir en la buena marcha de la economía y la sociedad. El gobierno estaba hasta tal punto decidido a decapitar a IWW que incluso acusó a personas muertas y a algunos que ya habían abandonado la organización mucho antes de que Estados Unidos entrara en la guerra. Así, entre los wobblies acusados, encontramos, por ejemplo, a:

–  Frank Little asesinado en agosto de 1917;

–  Gurley Flynn y Joseph Ettor excluidos de la organización en 1916, mucho antes de que Estados Unidos participara en la guerra;

–  Vincent St John que había dimitido de la organización, abandonó la política y participó en la prospección del desierto de Nuevo México en 1914.

Los abogados de los wobblies durante el proceso defendieron que los acusados no habían tratado de entorpecer el esfuerzo de guerra. Sostuvieron que sólo 3 de los 521 conflictos laborales habidos durante el periodo de guerra los había organizado IWW, el resto eran obra de la AFL. Haywood en su testimonio renegó de la postura defendida por Frank Little, afirmando que se había retirado de la circulación la literatura contra la guerra, como el Deadly Parallel o el folleto sobre el sabotaje, desde el momento en que Estados Unidos entró en la guerra.

En menos de media hora de deliberación los wobblies, pese a su inocencia respecto a las acusaciones que se les imputaba, fueron declarados culpables y la mayoría de los dirigentes que centralizaban IWW enviados, encadenados de pies y manos, a Leavern­worth. Así la organización empezó a declinar y a caer bajo el control de los anarcosindicalistas anticentralización, a pesar de su compromiso en las huelgas generales de Winnipeg, en Canadá, y de Seattle o en las importantes luchas de Butte (Montana) o Toledo (Ohio).

El fracaso de IWW

La imagen romántica del wobbly, revolucionario aguerrido, incansable trotamundos, viajando clandestinamente en trenes de mercancías, errando de ciudad en ciudad, para hacer propaganda de la One Big Union –un caballero andante proletario con una armadura deslumbrante– aun persiste en la cultura americana. Este modelo de revolucionario, individuo ejemplar que tanto seduce a los anarquistas, carece de interés para el proletariado. La lucha de clases no avanza gracias a individuos heroicos aislados, sino por el esfuerzo colectivo de la clase obrera, una clase explotada y revolucionaria al mismo tiempo, cuya fuerza no reside en individuos brillantes sino en la capacidad de las masas obreras para desarrollar la conciencia, para debatir y todos juntos llevar a cabo una acción común.

Pese a su más que justificada oposición al oportunismo y al cretinismo parlamentario, las inadecuaciones teóricas de IWW características del sindicalismo revolucionario, lo incapacitaron para comprender las tareas políticas del proletariado. IWW vivió en una época muy especial de la historia de la lucha de clases. En un periodo en que el capitalismo, una vez alcanzado su apogeo, se muda en traba al desarrollo de las fuerzas productivas, convirtiéndose en un sistema decadente. El capitalismo deja de ser un sistema históricamente progresivo y las condiciones para su destrucción revolucionaria, y su sustitución por un nuevo modo de producción controlado por la clase obrera mundial, ya estaban maduras. En aquel periodo el proletariado mundial descubre, con la experiencia de 1905 en Rusia, la huelga de masas como la forma de conducir la lucha, y los soviets o consejos obreros como medio de ejercer su dictadura revolucionaria de clase para acometer la transformación de la sociedad. Es un periodo en que el capitalismo decadente ponía a la humanidad ante el dilema histórico de guerra o revolución, no como algo abstracto sino como algo inmediato y práctico. Los acontecimientos y las luchas dieron un impulso formidable al esfuerzo teórico llevado a cabo por el ala izquierda de la socialdemocracia para comprender las fuerzas en conflicto, sacar rápidamente las enseñanzas de la experiencia de la lucha de clases y perfilar las líneas del camino a seguir para ir más lejos. En medio de aquel torbellino de acontecimientos históricos y de elaboración teórica, la visión que tenía IWW sobre la clase obrera y la revolución era prisionera de los estrechos límites del debate sobre los sindicatos de oficio y el unionismo industrial, debates característicos del periodo ascendente del capitalismo que ya no tenían nada que ver con las tareas que tiene que abordar el proletariado en el capitalismo decadente.

El tan aireado internacionalismo de IWW se disuelve como un azucarcillo en la vacilación y el centrismo ante la Primera Guerra imperialista mundial, que pone de relieve la auténtica naturaleza de la clase de quienes se reivindican de la defensa de los principios revolucionarios y del internacionalismo proletario. Como hemos puesto en evidencia, la mayoría de los dirigentes, Haywood incluido, no ven la guerra imperialista mundial y la resistencia a esa carnicería como un momento decisivo de la lucha de clases sino como algo que se interfiere en el trabajo “real” de construir la unión. Resulta irónico que, a pesar de las vacilaciones de IWW en luchar contra la guerra, la clase dominante estadounidense eligiera esa oportunidad para utilizar la retórica revolucionaria del pasado de IWW contra él y lanzar un ataque sin precedentes para decapitarlo para luego convertirlo en un mito de la cultura anarcosindicalista.

La experiencia concreta demuestra que toda organización que se aferra a concepciones teóricas que la historia ha dejado atrás, está condenada a desaparecer o a sobrevivir vegetando como una secta incapaz de comprender la lucha de clases, y mucho menos influir en ella. Hoy día, una secta anarquista sigue llamándose IWW, celebró el año pasado su centenario, pero es totalmente incapaz de contribuir para nada en la lucha revolucionaria. Los mejores militantes de IWW o se perdieron a causa de la represión del Estado al final de la Primera Guerra Mundial o ingresaron, tras ella, en los nuevos partidos comunistas. La Revolución rusa ejerció una potente atracción en los miembros no anarquistas de IWW “atrayendo a militantes como moscas” [17]. Conocidos wobblies evolucionaron hacia el Partido comunista que acababa de ser fundado, como Harrison George, George Mink, Elizabeth Gurley Flynn, John Reed, Harold Harvey, George Hardy, Charles Asleigh, Ray Brown et Earl Browder, alguno de los cuales pronto se volverían estalinistas. Big Hill Haywood también evolucionó hacia el comunismo, aunque siguió en IWW hasta que se exilió en 1922 en Rusia.

“Big Hill Haywood dijo a Ralph Chaplin ‘la Revolución rusa es el mayor acontecimiento de nuestra vida. Representa todo lo que hemos soñado y todo por lo que nos hemos peleado en nuestra vida. Es la obra de la libertad y de la democracia industrial’”.

Sin embargo, a Haywood le desilusionó la revolución rusa, en gran parte porque la revolución no tomó la forma unionista. Pero en un comentario hecho a Max Eastman, Haywood resume de forma sucinta el fracaso del sindicalismo revolucionario de IWW del que, en gran parte, había sido el arquitecto:

“IWW ha intentado coger el mundo entero en sus manos pero una parte del mundo ha ido más lejos que él” [18].

Es cierto que los sindicalistas revolucionarios actuaban de buena fe y estaban realmente entregados a la causa de la clase obrera, pero su respuesta al oportunismo, al reformismo y al cretinismo parlamentario erró totalmente su objetivo. Su unionismo industrial y su sindicalismo revolucionario ya no se correspondían con el periodo histórico. El mundo “había ido más lejos que ellos” y los había dejado atrás.

Su incapacidad para comprender qué quiere decir política para la clase obrera, y para cumplir un papel como organización que era, o sea, fundamentalmente, el de un partido político, llevó a IWW a fracasar ante la guerra imperialista. Su total incapacidad para comprender lo que la guerra significaba en el desarrollo histórico del capitalismo condujo a sus dirigentes a confiar en la democracia burguesa y en una “ley justa” durante el Gran proceso contra IWW. El resultado, por no haberlo entendido y no haber preparado la clandestinidad para continuar la lucha, fue literalmente la destrucción de IWW, sus finanzas casi arrasadas por completo, sus dirigentes encarcelados o exiliados. Por eso fueron incapaces de desempeñar su papel para que el proletariado norteamericano pusiera todo su peso en la balanza en apoyo de la Revolución rusa.

J.Grevin

 


[1]) Para mas detalles sobre esta y otras organizaciones, así como sobre las personalidades citadas en este artículo, ver la primera parte publicada en la Revista internacional nº 124.

[2]) Miners Magazine, VI (23 febrero 1905), citado en Dubosky.Melvyn, We shall be all : a history of the Industrial Workers of the World, Urbana and Chicago, II, University of Illinois Press, 2nd edition, 1988, p. 83.

[3]) Dubosky, p. 83-85.

[4]) The IWW and the political parties, de Vincent St John, fecha desconocida, transcrito por J.D. Crutchfield. (véase www/workerseducation.org/crutch/pamphlets/political.html).

[5]) “Wobblies” es el término popular para designar a los militantes de IWW. Ver la nota nº 6 de la primera parte de este artículo (Revista internacional nº 124).

[6]) Ver el artículo anterior en la Revista internacional nº 124.

[7]) Revista internacional no 118, “Historia del movimiento obrero: lo que distingue al movimiento sindicalista revolucionario”.

[8]) Joseph Ettor, Industrial Unionism: The Road to freedom, 1913.

[9]) Dubosky, p. 147.

[10]) Walker C. Smith, Sabotage: Its History, Philosophy and Function, 1913.

[11]) Ibid. Los “soap box orators” era el nombre dado a los “oradores sobre cajas de jabón”, según la expresión popular, porque los militantes obreros tenían por costumbre tomar la palabra en la calle subiéndose en esas cajas.

[12]) Proceedings of the Tenth Annual Convention of the IWW (Actas de la Xª Convención anual de IWW) Chicago, 1916.

[13]) Patrick Renshaw, The Wobblies, Garden City: Doublday, 1967, citando notas, actas y otros documentos de IWW en el Tribunal de apelación de Estados Unidos, 7º distrito, octubre 1917.

[14]) Solidarity, febrero de 1917, citado por Dubosky.

[15]) “Haywood a Little”, 6 de mayo de 1917, citado por Renshaw.

[16]) Renshaw citando declaraciones e interrogatorio de Haywood en US versus William D. Haywood.

[17]) James P. Cannon, The IWW: The Great Infatuation, NY, Pioneer Press, 1955.

[18]) Colin, Bread and Roses too, citando a Ralph Chaplin, Wobbly: the Rough and Tumble Story of an American Radical, Chicago, University of Chicago, 1948

Geografía: 

  • Estados Unidos [31]

Series: 

  • El sindicalismo revolucionario en Estados Unidos [32]

Corrientes políticas y referencias: 

  • sindicalismo revolucionario [33]

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