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Revista internacional n° 87 - 4o trimestre de 1996

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Triunfo del desorden y crisis del liderazgo americano

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Desde los acontecimientos del sur de Líbano de la primavera pasada, las tensiones interimperialistas no han cesado de acumularse en Oriente Medio. Así, una vez más, han quedado desmentidos todos los discursos de los “especialistas” de la burguesía sobre el advenimiento de una “era de paz” en esa región, que es uno de los principales polvorines imperialistas. Esa zona, que fue una baza de la mayor importancia en los enfrentamientos entre los dos bloques durante 40 años, es el centro de una lucha encarnizada entre las grandes potencias imperialistas que componían el bloque del Oeste. Detrás del incremento de las tensiones imperialistas está el creciente cuestionamiento de la primera potencia mundial en uno de sus principales cotos, cuestionamiento al que incluso se dedican sus aliados más próximos.

La primera potencia mundial cuestionada en su coto de Oriente Medio

La enérgica política aplicada por EEUU desde hace varios años para reforzar su dominio en todo Oriente Medio, quitando de en medio a todos sus rivales, ha conocido un serio patinazo con la llegada de Netanyahu en Israel; y eso, después de que Washington no cesara de afirmar su apoyo al candidato laborista Shimon Peres (Clinton se había comprometido personalmente en estas elecciones como nunca antes lo hiciera ningún presidente norteamericano). Las consecuencias de ese fallo electoral no han tardado en hacerse notar. Contrariamente a Peres, quien controlaba plenamente el Partido laborista, Netanyahu parece incapaz de controlar su propio partido, el Likud. Eso quedó de manifiesto en la cacofonía organizada cuando la formación de su gobierno y también en la puesta en cuarentena a la que se ha sometido a D. Levy, responsable de Relaciones exteriores. De hecho, Netanyahu está sometido a la presión de las fracciones más duras y arcaicas del Likud y del líder de éstas, A. Sharon. Fue éste quien denunció violentamente las injerencias americanas en las elecciones israelíes. Injerencias que, según él, reducían a “Israel al rango de simple república bananera”. Sharon afirmaba así abiertamente la voluntad de algunos sectores de la burguesía israelí de alcanzar mayor autonomía respecto al omnipresente tutor norteamericano. Pero hoy, esas fracciones están empujando a la política de “cuanto peor, mejor”, cuestionando todo el “proceso de paz” impuesto por el padrino americano con el acuerdo del tándem Rabin/Peres, ya sea contra los palestinos, haciendo nuevas implantaciones de población que el gobierno laborista había congelado, ya sea respecto a Siria en el tema del Golán. Son esas fracciones las que lo han hecho todo por retrasar el encuentro, previsto desde hacía tiempo, entre Arafat y Netanyahu y que, una vez realizado, lo han hecho todo por vaciarlo de todo sentido. Esta política acabará poniendo rápidamente en difícil postura al adelantado de EEUU que es Arafat, y acabará siendo incapaz de mantener el control de sus tropas si no es levantando la voz (lo cual ha empezado ya a hacer), yendo así hacia un nuevo estado de beligerancia con Israel. De igual modo, todos los esfuerzos desplegados por EEUU, alternando una de cal y otra de arena, para que Siria se metiera de lleno en su “proceso de paz”, esfuerzos que empezaban a dar fruto, se encuentran ahora puestos en entredicho por la nueva intransigencia israelí.

La llegada al poder del Likud tiene también consecuencias en el otro gran aliado de Estados Unidos en la región, en el país que, después de Israel, es el gran beneficiario de la ayuda estadounidense en Oriente Medio, o sea Egipto; y eso en unos momentos en los que ese país clave del “mundo árabe” está siendo objeto, desde hace ya algún tiempo, de tentativas de acercamiento por parte de los rivales europeos de la primera potencia mundial ([1]). Desde la invasión israelí en el Sur de Líbano, Egipto intenta desmarcarse de la política americana reforzando sus lazos con Francia y Alemania, denunciando con cada vez mayor fuerza la política de Israel, país al que está, sin embargo, vinculado por un acuerdo de paz.

Pero sin duda, uno de los síntomas más espectaculares de la nueva situación imperialista que está surgiendo en la región es la evolución de la política de Arabia Saudí, que ha servido de cuartel general a los ejércitos estadounidenses durante la guerra del Golfo, respecto a su tutor. Sean quienes hayan sido sus verdaderos mandatarios, el atentado cometido en Dahran contra las tropas US iba directamente contra la presencia militar norteamericana, expresando ya un claro debilitamiento del dominio de la primera potencia mundial en una de sus principales fortalezas de Oriente Medio. Si a ello se añade el recibimiento especialmente cálido a la visita de Chirac, jefe de un Estado, el francés, que está en cabeza del cuestionamiento del liderazgo norteamericano, puede medirse la importancia de la degradación de la situación norteamericana en lo que hasta hace poco era un Estado sometido en cuerpo y alma a los dictados de Washington. Parece evidente que el abrumador dominio de EEUU resulta cada día menos soportable para ciertas fracciones de la clase dominante saudí, las cuales intentan, mediante el acercamiento a algunos países europeos, librarse un poco de aquél. El hecho de que sea el príncipe Abdalá, sucesor designado al trono, quien dirija esas fracciones demuestra la fuerza de la actual tendencia antiamericana.

El que aliados tan sometidos y dependientes de Estados Unidos, como Israel o Arabia Saudí, expresen sus reticencias a seguir los dictados del “Tío Sam”, que no vacilen en estrechar lazos con los principales cuestionadores del “orden americano”, o sea Francia, Gran Bretaña y Alemania ([2]), significa claramente que las relaciones de fuerza interimperialistas en lo que hasta hace poco era un coto privado de la primera potencia están viviendo cambios importantes.

En 1995, si bien los Estados Unidos estaban enfrentados a una situación difícil en la antigua Yugoslavia, en cambio reinaban por completo en Oriente Medio. Habían conseguido, mediante la guerra del Golfo, poner fuera de juego en la región a las potencias europeas. Francia vio su presencia en Líbano reducida a nada y a la vez perdía su influencia en Irak. Gran Bretaña, por su parte, no recibía la menor recompensa por su fidelidad y su participación activa en la guerra del Golfo, no otorgándole Washington sino unas cuantas ridículas migajas en la reconstrucción de Kuwait. A Europa, en las negociaciones israelí-palestinas, EE.UU. le ofreció un miserable banquillo, mientras él dirigía la orquesta. Esta situación ha durado más o menos hasta el show de Clinton en la cumbre de Sharm el Sheij. Pero desde entonces, Europa ha logrado abrir una cuña en la región, primero con discreción, luego abiertamente aprovechándose del fiasco de la operación israelí en el Sur de Líbano y explotando hábilmente las dificultades de la primera potencia mundial. A ésta, en efecto, le está costando cada vez más presionar no sólo ya a los consabidos recalcitrantes al “orden americano”, como Siria, sino incluso a algunos de los más sólidos aliados, como Arabia Saudí.

El que eso se produzca en ese coto privado de caza tan esencial como lo es Oriente Medio en la salvaguardia del liderazgo de la superpotencia norteamericana es un síntoma claro de las dificultades que ésta tiene para conservar su estatuto en el ruedo imperialista mundial. El que Europa consiga volverse a meter en el juego medio-oriental, retando así a EE.UU. en una de las zonas del mundo que este país controlaba con más firmeza, es expresión del indudable debilitamiento de la primera potencia mundial.

El liderazgo estadounidense zarandeado en el ruedo mundial

El revés sufrido en Oriente Medio por el gendarme norteamericano debe ser tanto más subrayado porque se produce sólo unos meses después de su victoriosa contraofensiva en la ex Yugoslavia. Una contraofensiva destinada ante todo a meter seriamente en cintura a sus ex aliados europeos que se habían lanzado a la rebelión abierta. En el no 85 de esta Revista, aún poniendo de relieve el retroceso sufrido por el tándem franco-británico en esa ocasión, también subrayaba los límites de ese éxito americano afirmando que las burguesías europeas, obligadas a retroceder en la ex Yugoslavia, buscarían otro terreno en donde dar cumplida respuesta al imperialismo americano. Este pronóstico ha quedado plenamente confirmado por lo sucedido en los últimos meses en Oriente Medio. Aunque EE.UU. conserva globalmente el control de la situación en lo que fue Yugoslavia (sin que ello impida que, también en los Balcanes, tengan que enfrentarse a las maniobras subterráneas de los europeos), puede verse actualmente que en Oriente Medio el dominio, que hasta hoy ejercía por completo, es cada vez más puesto en entredicho.

Pero no sólo es en Oriente Medio donde la primera potencia mundial se ve enfrentada al cuestionamiento de su liderazgo. Puede afirmarse que el pulso feroz que se están echando las grandes potencias imperialistas, expresión principal de un sistema moribundo, se está produciendo en el planeta entero. Por todas partes Estados Unidos está enfrentándose a los intentos más o menos patentes de cuestionamiento de su liderazgo.

En el Magreb, los intentos de EEUU para echar fuera o al menos reducir lo más posible la influencia del imperialismo francés se enfrenta a serias dificultades y por ahora parecen más bien estar fracasando. En Argelia, la constelación islamista, ampliamente utilizada por Estados Unidos para desestabilizar el poder local y el imperialismo francés, está en crisis abierta. Los atentados recientes del GIA deben considerarse más como actos de desesperación de un movimiento a punto de estallar que como expresión de una fuerza real. El hecho de que el principal proveedor de fondos de las fracciones islamistas, Arabia Saudí, sea cada día más reticente para seguir financiándolas, debilita tanto más los medios de presión estadounidenses. Aunque la situación dista mucho de estabilizarse en Argelia, la fracción en el poder con el apoyo del ejército y del padrino francés ha reforzado claramente sus posiciones desde la reelección del siniestro Zerual. Al mismo tiempo, Francia ha conseguido estrechar sus lazos con Túnez y Marruecos, aún cuando este país en particular había sido muy sensible, en los últimos años, a los cantos de sirena norteamericanos.

En el África negra, Estados Unidos, después del éxito en Ruanda en donde consiguió expulsar a la camarilla vinculada a Francia, se ve hoy enfrentado a una situación mucho más difícil. Si el imperialismo francés ha reforzado su credibilidad interviniendo con fuerza en Centroáfrica, el imperialismo USA, en cambio, ha sufrido un revés en Liberia, en donde ha tenido que abandonar a sus protegidos. Estados Unidos ha intentado recuperar la iniciativa en Burundi, procurando repetir lo que habían conseguido en Ruanda; pero también ahí se han enfrentado a una vigorosa réplica de Francia, la cual ha fomentado, con la ayuda de Bélgica, el golpe de Estado del general Buyoya, haciendo caduca la “fuerza africana de interposición” que EEUU intentaba organizar bajo su control. Cabe subrayar que, en gran parte, esos éxitos conseguidos por el imperialismo francés, el cual hasta hace poco se veía acorralado por la presión estadounidense, se deben en gran parte a su estrecha colaboración con la otra antigua gran potencia colonial africana, Gran Bretaña. Estados Unidos no sólo ha perdido el apoyo de ésta, sino que la tiene ahora en contra.

En cuanto a otra baza importante en la batalla entre las grandes potencias europeas y la primera potencia mundial, o sea Turquía, también aquí se encuentra EEUU con dificultades. Ese Estado tiene una importancia estratégica de primer orden en la encrucijada entre Europa, el Cáucaso y Oriente Medio. Turquía es un aliado histórico de Alemania, pero tiene sólidos vínculos con Estados Unidos, especialmente a través de su ejército, formado en gran parte por ese país cuando existían los bloques. Para Washington hacer caer a Turquía en su campo, alejándola de Bonn, sería una victoria muy importante. Aunque la reciente alianza militar entre Turquía e Israel parece corresponder a los intereses americanos, las principales orientaciones del nuevo gobierno turco, o sea una coalición entre los islamistas y la ex Primera ministra turca T. Ciller, marcan, al contrario, una distanciación para con la política americana. No sólo Turquía sigue apoyando la rebelión chechena contra Rusia, aliada de Estados Unidos, lo cual hace el juego de Alemania ([3]), sino que incluso acaba de hacer un verdadero corte de mangas a Washington firmando importantes acuerdos con dos Estados especialmente expuestos a las amenazas estadounidenses, Irán e Irak.

En Asia, el liderazgo de la primera potencia mundial también es cuestionado. China no falla una ocasión para afirmar sus propias prerrogativas imperialistas incluso cuando éstas son antagónicas a las de EE.UU. Japón, por su parte, manifiesta también pretensiones hacia una mayor autonomía con relación a Washington. Periódicamente se producen manifestaciones contra las bases norteamericanas y el gobierno japonés se declara favorable a establecer vínculos políticos más estrechos con Europa. Hasta un país como Tailandia, baluarte del imperialismo americano, tiende a tomar sus distancias para con éste, dejando de dar su apoyo a los jemeres rojos, mercenarios de Estados Unidos, facilitando así los intentos de Francia por volver a recuperar su influencia en Camboya.

Muy significativas también de la crisis del liderazgo americano son las actuales incursiones de europeos y japoneses en lo que siempre ha sido el coto de caza más privado de Estados Unidos: su patio trasero latinoamericano. Cierto es que esas incursiones no están poniendo en peligro los intereses estadounidenses en la zona; tampoco pueden ser comparadas a otras maniobras de desestabilización, a menudo exitosas, llevadas a cabo en otras regiones del mundo, pero es significativo que ese santuario norteamericano, prácticamente inviolado, sea hoy objeto de la codicia de sus competidores imperialistas. Es una ruptura histórica en el dominio absoluto que ejercía la primera potencia mundial en Latinoamérica desde la aplicación de la “doctrina Monroe”. Contra todos los intentos por mantener bajo la batuta estadounidense al continente americano, hay países como México, Perú o Colombia, a los que hay que añadir a Canadá, que no vacilan en poner en entredicho algunas decisiones de EE.UU. contrarias a sus intereses. Recientemente, México logró arrastrar a casi todos los Estados latinoamericanos en una cruzada contra la ley Helms-Burton promulgada por Estados Unidos para reforzar el embargo económico contra Cuba y sancionar a las empresas que se saltaran el embargo. Europa y Japón se han apresurado en explotar esas tensiones ocasionadas por las amenazas de esa ley. El excelente recibimiento reservado al presidente colombiano Samper durante su viaje a Europa, cuando EE.UU. lo está haciendo todo por hacerlo caer, es una ilustración más de lo anterior. El diario francés Le Monde escribía, por ejemplo, lo siguiente: “Mientras que hasta hoy, los USA ignoraban olímpicamente al Grupo de Río (asociación que agrupa a varios países del sur del continente), la presencia en Cochabamba (ciudad donde se reunía el grupo) de M. Albright, embajadora de Estados Unidos en la ONU, ha sido especialmente notada. Según algunos observadores, es el diálogo político entablado entre los países del Grupo de Río y la Unión Europea y, luego, con Japón, lo que explica el cambio de actitud de USA...”

Desaparición de los bloques imperialistas
y triunfo de la tendencia de “cada uno por su cuenta”

¿Cómo explicar ese debilitamiento de la superpotencia norteamericana y los cuestionamientos de su liderazgo cuando Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica del planeta y, sobre todo, dispone de una superioridad militar absoluta sobre todos sus rivales imperialistas? A diferencia de la URSS, Estados Unidos no se desmoronó cuando desaparecieron los bloques que habían regido el planeta desde Yalta. Pero esta nueva situación ha afectado profundamente a la única superpotencia mundial que ha permanecido. Ya dábamos en el número 86 de esta Revista las razones de esa situación, en la “Resolución sobre la situación internacional” del XIIo Congreso de Révolution internationale.

En ella decíamos, poniendo de relieve que el retorno de EE.UU. después de su éxito yugoslavo no significaba ni mucho menos que hubiera superado las amenazas que se ciernen sobre su liderazgo: “Estas amenazas provienen fundamentalmente (...) del hecho de que hoy falta la condición principal para una verdadera solidez y estabilidad de las alianzas entre Estados burgueses en la arena imperialista, o sea, que no existe un enemigo común que amenace su seguridad. Puede que las diferentes potencias del ex bloque occidental se vean obligadas a someterse, golpe a golpe, a los dictados de Washington, pero lo que descartan es mantener una fidelidad duradera. Al contrario, todas las ocasiones son buenas para sabotear, en cuanto pueden, las orientaciones y las disposiciones impuestas por EE.UU.”

Los golpes de ariete dados estos últimos meses al liderazgo de Washington confirman ese análisis. La ausencia de enemigo común hace que las demostraciones de fuerza estadounidenses sean cada vez menos eficaces. Por ejemplo, “Tempestad del desierto”, a pesar de los enormes medios políticos, diplomáticos y militares utilizados por EE.UU. para imponer su “nuevo orden”, sólo logró frenar las veleidades de independencia de sus “aliados” durante un año. El estallido de la guerra en Yugoslavia durante el verano del 92 confirmaba el fracaso de la “paz americana”. Ni siquiera el éxito alcanzado por EE.UU. a finales del 95 en la ex Yugoslavia ha podido impedir que la rebelión se extienda ya en la primavera del 96. En cierto modo, cuanto más hace alarde de su fuerza Estados Unidos, más determinación parecen tener los cuestionadores del “orden americano”, arrastrando incluso tras ellos a los más dóciles ante los dictados norteamericanos. Así cuando Clinton quiere arrastrar a Europa en una cruzada contra Irán en nombre del antiterrorismo, Francia, Gran Bretaña y Alemania se niegan. De igual modo, cuando pretende castigar a los Estados que comercien con Cuba, Irán o Libia, el único resultado obtenido es la indignación general, incluso en Latinoamérica, contra EE.UU. Esta actitud agresiva tiene también consecuencias en un país de la importancia de Italia, que se balancea entre Estados Unidos y Europa. Las sanciones infligidas por Washington a grandes empresas italianas por sus estrechas relaciones con Libia no harán sino reforzar las tendencias proeuropeas de Italia.

Esta situación es expresión de la encrucijada en que se encuentra la primera potencia mundial:

  • o no hace nada, renunciando a usar la fuerza (que es su único medio de presión hoy) y eso sería dejar cancha libre a sus competidores,
  • o intenta afirmar su superioridad para imponerse como gendarme del mundo mediante una política agresiva (que es lo que parece tender a hacer cada vez más), lo cual se vuelve contra ella, aislándola más todavía y reforzando la rabia anti USA por el mundo.

Sin embargo, debido a la irracionalidad profunda de las relaciones interimperialistas en la fase de decadencia del sistema capitalista, característica agudizada en la fase actual de descomposición acelerada, a Estados Unidos sólo le queda usar la fuerza para intentar preservar su estatuto en el ruedo imperialista. Así se le ve recurrir cada día más a la guerra comercial, la cual no es ya sólo expresión de la competencia feroz que desgarra un mundo capitalista empantanado en el infierno sin fin de su crisis, sino que es un arma para defender sus prerrogativas imperialistas frente a todos aquellos que ponen en entredicho su liderazgo. Pero frente a un cuestionamiento de tal amplitud, la guerra comercial no basta, de modo que la primera potencia mundial se ve obligada a volver a hacer oír el ruido de las armas como es testimonio la última intervención en Irak.

Al lanzar 44 misiles de crucero sobre Irak, en respuesta a la incursión de tropas en Kurdistán, Estados Unidos han mostrado su determinación en defender sus posiciones en Oriente Medio y, más allá, recordar que mantendrán su liderazgo en el mundo a toda costa. Pero los límites de esta nueva demostración de fuerza aparecen de inmediato:

  • los medios utilizados no son más que una réplica muy reducida de los de “Tempestad del desierto”;
  • pero también, por el hecho de que este nuevo “castigo” que Estados Unidos quiere infligir a Irak ha obtenido muy pocos apoyos en la región y en el mundo.

El gobierno turco se ha negado a que EE.UU. utilice las fuerzas basadas en su país y Arabia Saudí no permitió que los aviones americanos despegaran de su territorio para bombardear Irak, incluso ha pedido a Washington que cese su operación. Los países árabes en su mayoría han criticado abiertamente esta intervención militar. Moscú y Pekín han condenado claramente la iniciativa norteamericana y Francia, seguida por España e Italia, ha marcado claramente su desaprobación. Puede apreciarse hasta qué punto está lejos la unanimidad que EE.UU. había conseguido imponer durante la Guerra del Golfo. Una situación así es reveladora del debilitamiento sufrido por el liderazgo de Washington desde aquel entonces. La burguesía norteamericana, sin ninguna duda, habría deseado hacer una demostración de fuerza mucho más evidente; y no solo en Irak, sino también, por ejemplo, contra el poder de Teherán. Pero sin el apoyo suficiente, incluso en la región, EE.UU. está obligado a hacer hablar las armas aunque sea en tono menor y con un impacto obligatoriamente reducido.

Sin embargo, aunque esta operación en Irak sea de alcance limitado, no se deben subestimar los beneficios que de ella va a sacar Estados Unidos. Junto a la reafirmación barata de su superioridad absoluta en el plano militar, sobre todo en este coto de caza que para él es Oriente Medio, lo que sobre todo ha conseguido es sembrar la división entre sus principales rivales de Europa. Estos habían conseguido recientemente oponer un frente común ante Clinton y sus dictados sobre la política que llevar a cabo respecto a Irán, Libia o Cuba. El que Gran Bretaña haya apoyado la intervención llevada a cabo en Irak, hasta el punto de que Major “saluda” la valentía de EE.UU., el que Alemania parezca compartir esa posición, mientras que Francia, apoyada por Roma y Madrid, ponga en entredicho los bombardeos, ha sido evidentemente una buena pedrada lanzada al tejado de la Unión europea. El hecho de que Bonn y París no estén, una vez más, en la misma longitud de onda no es algo nuevo. Las divergencias entre ambos lados del Rin no han cesado de acumularse desde 1995. Pero no es lo mismo en lo que se refiere a la cuña metida entre el imperialismo francés y el británico en esta ocasión. Desde la guerra en la ex Yugoslavia, Francia y Gran Bretaña no han cesado de reforzar su cooperación (han firmado últimamente un acuerdo militar de gran importancia, al que se ha asociado Alemania, para la construcción conjunta de misiles de crucero) y su “amistad” hasta el punto de que la aviación inglesa ha participado en el desfile militar del último 14 de julio en París. Con ese proyecto, Londres expresaba muy claramente su voluntad de romper con una larga tradición de cooperación y de dependencia militar respecto a Washington. El apoyo dado por Londres a la intervención americana en Irak, ¿significa que la “pérfida Albión” está cediendo por fin ante las múltiples presiones de EE.UU. para que “vuelva a casa”, volviendo a ser la fiel teniente del “Tío Sam”?. Ni mucho menos, pues ese apoyo no es un acto de sumisión ante el padrino norteamericano, sino la defensa de los intereses particulares del imperialismo inglés en Oriente Medio y en particular en Irak. Después de haber sido un protectorado británico, ese país fue distanciándose progresivamente de la influencia de Londres, especialmente desde la llegada al poder de Sadam Husein. Francia, en cambio, iba adquiriendo posiciones sólidas; posiciones que quedaron reducidas a su mínima expresión tras la Guerra del Golfo, pero que ahora está volviendo a reconquistar gracias al debilitamiento del liderazgo USA en Oriente Medio. En esas condiciones, la única esperanza de Gran Bretaña de recobrar una influencia en la zona reside en el derrocamiento del carnicero de Bagdad. Por eso es por lo que Londres se ha encontrado siempre en la misma línea dura que Washington sobre las Resoluciones de la ONU respecto a Irak, mientras que París, al contrario, no ha cesado de abogar por la reducción del embargo sobre Irak impuesto por el gendarme americano.

Aunque la tendencia de “cada cual por su cuenta” es general y está minando el liderazgo norteamericano, también se manifiesta entre quienes la cuestionan, y fragiliza todas las alianzas imperialistas, sea cual sea su relativa solidez, a imagen de la existente entre Londres y París; son mucho más variables que las que prevalecían en el tiempo en el que la presencia de un enemigo común permitía la existencia de bloques. Estados Unidos, aunque sea la principal víctima de esta nueva situación histórica generada por la descomposición del sistema, no puede sino intentar sacar ventaja de aquella tendencia que rige el conjunto de las relaciones interimperialistas. Así lo han hecho ya en la ex Yugoslavia, no vacilando en establecer una alianza táctica con su rival más peligroso, Alemania, e intentan hoy llevar a cabo la misma maniobra con relación al tándem franco-británico. A pesar de sus límites, el golpe asestado a la “unidad” franco-británica ha sido un éxito indudable para Clinton y la clase política estadounidense no se ha engañado al dar un apoyo unánime a la operación en Irak.

Sin embargo ese éxito americano es de un alcance muy limitado y no podrá frenar verdaderamente la tendencia del “cada cual por su cuenta” que está minando en profundidad el liderazgo de la primera potencia mundial, ni resolver el atolladero en el que se encuentra EE.UU. En cierto sentido, por mucho que EE.UU. conserve, gracias a su poderío económico y financiero, una fuerza que nunca fue la del líder del bloque del Este, puede establecerse sin embargo un paralelo entre la situación actual de EE.UU. y la de la difunta URSS en tiempos del bloque del Este. Como ésta, para mantener su dominio, de lo único de lo que dispone prácticamente es del uso repetido de la fuerza bruta y eso siempre ha expresado una debilidad histórica. La agudización del “cada cual por su cuenta” y el atolladero en el que se encuentra el gendarme del mundo son la expresión del atolladero histórico del modo de producción capitalista. En ese contexto, las tensiones imperialistas entre las grandes potencias no pueden sino ir incrementándose, llevar la destrucción y la muerte a zonas cada vez más amplias del planeta y agravar todavía más el espantoso caos que ya es lo cotidiano en continentes enteros. Una sola fuerza es capaz de oponerse a esa siniestra extensión de la barbarie, desarrollando sus luchas y poniendo en entredicho el sistema capitalista mundial hasta sus cimientos: el proletariado.

RN, 9 de setiembre de 1996

 


[1] Las relaciones entre Francia y Egipto son particularmente calurosas y Kohl, por su parte, fue recibido con mucha consideración en su viaje. En cuanto al secretario general de la ONU, Boutros-Ghali, a quien EE.UU. quiere a toda costa sustituir, no cesó durante toda la guerra en Yugoslavia de entorpecer la acción norteamericana y defender las orientaciones profrancesas.

[2] El hecho de que un encuentro entre los emisarios de los gobiernos israelí y egipcio haya tenido lugar en París no es ninguna casualidad; esto certifica la reintroducción de Francia en Oriente Medio y también la voluntad israelí de dirigir un mensaje a EE.UU.: si este país se dedica a ejercer presiones demasiado fuertes sobre el nuevo gobierno, éste no vacilará en buscar apoyos entre los rivales europeos para resistir a estas presiones.

[3] Alemania está obligada a ser prudente frente al peligro de propagación del increíble caos ruso, pero el hecho de que Polonia y la República checa sean más “estables” representa para ella una “zona-tampón”, una especie de dique frente al peligro, lo cual la deja más libre para intentar realizar su objetivo histórico, el acceso a Oriente Medio, apoyándose en Irán y en Turquía; y para hacer presión sobre Rusia para que ésta relaje sus vínculos con EE.UU. La muy democrática Alemania se alimenta pues del caos ruso para defender sus apetitos imperialistas.

 

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Conflictos imperialistas

Una economía de casino

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El 26 de mayo de 1996, la bolsa de Nueva York celebra en plena euforia el centésimo aniversario del nacimiento de su más antiguo indicador, el índice Dow Jones. Ganando 620 % durante los 14 últimos años, la evolución del índice superaba con creces todas las marcas anteriores, la de los años 20 (468 %)... que desembocó en el crack bursátil de octubre de 1929, anunciador de la gran crisis de los años 30, y el de los años de “prosperidad” de la posguerra (487 % entre 1949 y 1966) que desembocaron en dieciséis años de “gestión keynesiana de la crisis”. “Cuanto más dure esta locura especulativa tanto más elevado será el precio que se habrá de pagar por ella”, alertaba el analista B.M. Biggs, considerando que “las cotizaciones de las empresas americanas ya no se corresponden para nada con su valor real” (le Monde, 27/05/96). Un mes más tarde, Wall Street caía bruscamente por tercera vez en ocho días, arrastrando tras ella a todas las bolsas europeas. Las nuevas sacudidas financieras están volviendo a po­ner en su sitio, entre los accesorios para embaucar a la gente sobre la gravedad de la crisis del capitalismo y lo que ésta acarrea. A intervalos regulares, esas sacudidas recuerdan y confirman la pertinencia del análisis marxista sobre la crisis histórica del sistema capitalista, poniendo en especial relieve el carácter explosivo de las ­tensiones que se están acumulando. Enfrentado a su ineluctable crisis de sobreproducción, que emergió a la luz del día a finales de los años 60, el capitalismo sobrevive desde entonces fundamentalmente gracias a la inyección masiva de créditos. Es el endeudamiento masivo lo que explica la inestabilidad creciente del sistema económico y financiero y que engendra la especulación desenfrenada y los escándalos financieros a repetición: cuando la ganancia sacada de la actividad productiva se hace difícil, la sustituye la ganancia financiera fácil.

Para los marxistas, esa nueva sacudida financiera está inscrita en la situación. En nuestra Resolución sobre la situación internacional de abril del 96, escribíamos: “El XIº Congreso señalaba que uno de los alimentos de este “relanzamiento”, que ade­más calificábamos entonces como un “re­lan­zamiento sin empleos, residía en una huida ciega en el endeudamiento generalizado, que no podía sino desembocar a término en nuevas convulsiones en la esfera financiera y en un hundimiento en una nueva recesión abierta” (Revista internacional, no 86). Agotamiento del crecimiento, hundimiento en la recesión, huida ciega en un endeudamiento creciente, inestabilidad financiera y especulación, incremento de la pauperización, ataque masivo contra las condiciones de vida del proletariado a nivel mundial..., ésos son los ingredientes conocidos de una situación de crisis que está alcanzando cotas explosivas.

Una situación económica cada día más degradada

El crecimiento anual de los países industrializados renquea penosamente en torno al 2 %, en neto contraste  con el 5 % de los años de posguerra (1950-70). Prosigue su declive irremediable desde finales de los 60: 3,6 % entre 1970-80 y 2,9 % entre 1980 y 1993. Salvo algunos países del Sureste asiático, cuyo recalentamiento económico está anunciando nuevas quiebras al estilo mexicano, la tendencia a la baja de las tasas de crecimiento es continua y general a escala mundial. Durante largo tiempo, el endeudamiento masivo ha podido ocultar ese hecho y mantener a intervalos regulares la ficción de una posible salida del túnel. Así fue con las “recuperaciones” de finales de los años 70 y de los 80 en los países industrializados, las esperanzas puestas en el “desarrollo del tercer Mundo y de los países del Este” durante la segunda mitad de los años 70 y, más recientemente, las ilusiones en torno a la apertura y la “reconstrucción” de los países del antiguo bloque soviético. Pero hoy se están de­rrumbando los últimos decorados de esa ficción. Tras la insolvencia y la quiebra de los países del tercer Mundo y la caída en picado de los países del Este en el marasmo, les ha tocado derrumbarse a los países “modelo”, Alemania y Japón. Tras tanto tiempo presentados como modelo de “virtud económica” el primero y como ejemplo de dinamismo el segundo, la actual recesión que los está laminando ha puesto las cosas en su sitio. Alemania, drogada durante algún tiempo con la financiación de su reunificación, retrocede hoy en el pelotón de los países desarrollados. La ilusión de un retorno al crecimiento gracias a la reconstrucción de su parte oriental ha sido de corta duración. Queda así definitivamente deshecho el mito del relanzamiento mediante la reconstrucción de las destartaladas economías de los países del Este (ver Revista internacional nos 73 y 86).

Como ya lo venimos afirmando desde hace tiempo, los “remedios” que la economía capitalista aplica son, al cabo, peores que la enfermedad.

El ejemplo de Japón es muy significativo al respecto. Es la segunda potencia económica del planeta y su economía equivale a la sexta parte (17 %) del producto mundial. País excedentario en sus intercambios exteriores, Japón se ha convertido en banquero internacional con haberes exteriores de más de 1 billón (un millón de millones) de dólares. Elevado a la categoría de modelo y mostrados en ejemplo por el mundo entero, los métodos japoneses de organización del trabajo eran, según los nuevos teóricos, un nuevo modo de regulación que iba a permitir salir de la crisis gracias a un “formidable relanzamiento de la productividad del trabajo”. Tales recetas japonesas para lo que de hecho han servido es para hacer pasar una serie de medidas de austeridad, como la flexibilidad creciente del trabajo (introducción del just in time, de la calidad total, etc.) y las ponzoñas ideológicas como el corporativismo de empresa y el nacionalismo en la defensa de la economía, etc.

Hasta hace poco, ese país parecía evitar, como por milagro, la crisis económica. Después de haber alcanzado el 10 % de crecimiento en 1960-70, todavía lucía tasas apreciables, en torno al 5 %, en los años 70 y de 3,5 % durante los 80. Desde 1992, en cambio, el crecimiento no ha superado la cifra de 1 %. Y así, al igual que Alemania, Japón se ha unido al pelotón de los crecimientos asmáticos de las principales economías desarrolladas. Sólo los tontos y otros secuaces ideológicos del sistema capitalista podían creerse o hacer creer en la singularidad de Japón. Los resultados de este país son perfectamente explicables. Es posible que hayan tenido influencia algunos factores internos específicos, pero, básicamente, Japón se ha beneficiado de una conjunción de factores muy favorable al salir de la Segunda Guerra mundial y, sobre todo, más todavía que otros países, Japón echó mano y abusó del crédito. Japón, al ser un peón de la primera importancia en el dispositivo contra el expansionismo del bloque del Este en Asia, se benefició de un apoyo político y económico excepcional por parte de Estados Unidos (reformas institucionales instauradas por los norteamericanos, créditos baratos, apertura del mercado de EE.UU. a los productos japoneses, etc.). Y además, y es éste factor raras veces mencionado, es sin duda uno de los países más endeudados del planeta. En el presente, la deuda acumulada de los agentes no financieros (familias, empresas y Estado) se eleva a 260 % del PNB y alcanzará 400 % dentro de diez años (véase abajo). O sea que el capital japonés, para mantener a flote su nave, se ha otorgado un adelanto de dos años y medio sobre la producción y pronto serán cuatro años.

Esa montaña de deudas es un auténtico polvorín con una mecha ya encendida por muy lento que sea su consumo. Esto no es sólo un desastre para el país mismo, sino también para toda la economía mundial, por ser el Japón la caja de ahorros del planeta ya que sólo él asegura el 50 % de la financiación de los países de la OCDE. Todo esto relativiza mucho el anuncio hecho en Japón de un leve despertar del crecimiento tras cuatro años de estancamiento. Noticia sin duda calmante para los media de la burguesía, pero lo único que de verdad pone de relieve es la gravedad de la crisis, ya que ese difícil despertar sólo se ha conseguido gracias a la inyección de dosis masivas de liquidez financiera en la aplicación de nada menos que cinco planes sucesivos de relanzamiento. Esta expansión presupuestaria, en la más pura tradición keynesiana, ha acabado por dar algún fruto... pero a costa de déficits todavía más colosales que los que habían provocado la entrada de Japón en una fase de recesión. Esto explica por qué la “recuperación” actual es de lo más frágil y acabará deshinchándose como un globo. La amplitud de la deuda pública japonesa, el 60 % del producto interior bruto (PIB), supera hoy la de Estados Unidos, que ya es decir. Teniendo en cuenta los créditos ya comprometidos y el efecto acumulativo, la deuda alcanzará en diez años 200 % del PIB o, también, lo equivalente a dos años de salario medio para cada japonés. En cuanto al déficit presupuestario corriente, se elevaba al 7,6 % del PIB en 1995, muy lejos, por ejemplo, de los criterios de convergencia considerados “aceptables” de Maastricht o del 2,8 % de EE.UU. el mismo año. Y todo eso sin contar con que las consecuencias del esta­llido de la burbuja especulativa inmobiliaria de finales de los 80 no han producido todavía todos sus efectos y ello en el contexto de un sistema bancario muy fragilizado. En efecto, ese sistema tiene muchas dificultades para compensar sus enormes pérdidas: muchas instituciones financieras han quebrado o se van a declarar en quiebra. Sólo en ese ámbito, la economía japonesa ya debe enfrentarse a la montaña de 460 mil millones de $ de deudas insolventes. Un índice de la gran fragilidad de ese sector lo da la lista realizada en octubre del 95 por la firma americana Moody’s, especialista en análisis de riesgos. A Japón le ponía una nota “D”, lo cual hacía de este país el único miembro de la OCDE en verse en la misma categoría que China, México y Brasil. De los once bancos comerciales clasificados por Moody’s, sólo cinco poseían activos superiores a sus más que sospechosos créditos. Entre los 100 primeros bancos a nivel mundial, 29 son japoneses (y los 10 primeros), mientras que Estados Unidos sólo tiene nueve y, además, el primero sólo alcanza el 26º lugar. Si se suman las deudas de los organismos financieros mencionados en esa lista a las deudas de los demás agentes económicos citados antes aparece un monstruo a cuyo lado los reptiles de la era secundaria podrían parecer animalitos de compañía.

Un capitalismo drogado que engendra una economía de casino

Contrariamente a las fábulas sabiamente divulgadas para justificar los múltiples planes de austeridad, el capitalismo no está, ni mucho menos, saneándose. La burguesía quiere hacernos creer que hoy hay que pagar por las locuras de los años 70 para así volver a andar con bases más sanas. Nada más falso. La deuda sigue sien­do el único medio de que dispone el capitalismo para aplazar la explosión de sus propias contradicciones, un medio del que no puede privarse al estar obligado a continuar su huida ciega. En efecto, el incremento de la deuda sirve para paliar una demanda que se ha vuelto históricamente insuficiente desde la Primera Guerra mundial. La conquista del planeta entero al iniciarse el siglo fue el momento a partir del cual el sistema capitalista se ha visto permanentemente enfrentado a una insuficiencia de salidas mercantiles solventes con las que asegurar su “buen” funcionamiento. Enfrentado con regularidad a la incapacidad de dar salida a su producción, el capitalismo se autodestruye en conflictos generalizados. Y es así como el capitalismo sobrevive en medio de una espiral infernal y creciente de crisis (1912-14, 1929-39, 1968-hoy), guerras (1914-18, 1949-45) y reconstrucciones (1920-28, 1946-68).

Hoy, el descenso de la tasa de ganancia y la competencia desenfrenada a la que se libran las principales potencias económicas arrastran a una mayor productividad, la cual no hace sino incrementar la masa de productos que vender en el mercado. Sin embargo, estos productos pueden con­siderarse mercancías que contienen cierto valor únicamente si ha habido venta. Ahora bien, el capitalismo no crea sus propias salidas espontáneamente, no basta con ­pro­ducir para poder vender. Mientras los productos no se hayan vendido, el trabajo sigue estando incorporado a esos ­productos y solamente cuando la pro­ducción ha sido reconocida como socialmente útil por la venta, podrá considerarse que los productos son mercancías y que el trabajo en ellas integrado se transforma en valor.

El endeudamiento no es pues una opción posible, una política económica que los dirigentes de este mundo podrían seguir o no seguir. Es una obligación, una necesidad inscrita en el funcionamiento y las contradicciones mismas del sistema capitalista (véase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo). Por eso es por lo que el endeudamiento de todos los agentes económicos no ha hecho sino incrementarse a lo largo del tiempo y, especialmente, en los últimos años.

Esa colosal deuda del sistema capitalista, que se eleva a cifras y porcentajes nunca antes alcanzados en toda su historia es el verdadero origen de la inestabilidad creciente del sistema financiero mundial. Es además significativo comprobar que desde hace ya algún tiempo, la bolsa parece haber ya integrado en su funcionamiento el declive irreversible de la economía capitalista... o sea del grado de confianza que tiene la clase capitalista en su propio sistema. Mientras que en tiempo normal los valores de los activos bursátiles (acciones, etc.) suben cuando la salud y las perspectivas de las empresas son positivas y bajan en caso contrario, hoy en la evolución de la bolsa suben cuando se anuncian malas noticias y baja cuando habría bonanza. El famoso Dow Jones subió 70 puntos en un solo día tras el anuncio del aumento del desempleo en Estados Unidos, en julio del 96. De igual modo, las acciones de ATT se echaron al vuelo tras el anuncio de 40 000 despidos y las acciones de Moulinex, en Francia, subieron un 20 % cuando se anunció un despido de 2600 personas. Y así. A la inversa, cuando se publican las cifras oficiales del desempleo en baja, ¡las cotizaciones de las acciones se orientan a la baja!. Signo de los tiempos que corren, los beneficios actuales se suponen no ya del crecimiento del capitalismo sino de la racionalización.

“Si un tipo como yo puede hacer quebrar una moneda  habrá que pensar que hay algo perverso en el sistema”, ha declarado recientemente George Soros, el cual, en 1992, ganó 5 mil millones de francos especulando contra la libra esterlina. La perversión del sistema no es, sin embargo, el resultado del “incivismo” o de la avidez de unos cuantos especuladores, de las nuevas libertades de circulación de capitales a nivel internacional, o de los progresos de la informática y de los medios de comunicación, como tanto les gusta repetir a los media de la burguesía cuando pretenden analizar lo que no funciona en el sistema.

Los laboriosos crecimientos, las difíciles ventas se traducen en unos excedentes de capital que ya no encuentran donde invertir de modo productivo. La crisis se plasma así en que los beneficios sacados de la producción ya no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables que puedan a su vez incrementar las capacidades de producción. La “gestión de la crisis” consiste entonces en encontrar otras salidas al excedente de capitales flotantes, para así evitar una desvalorización brutal. Estados e instituciones internacionales se dedican a acompañar las condiciones que hagan posible esa política. Esas son las razones de las nuevas políticas financieras instauradas y la nueva “libertad” para los capitales.

A esa razón fundamental debe añadírsele la de la política estadounidense de defensa de su estatuto de primera potencia económica internacional, lo cual no hace sino dar más amplitud al proceso. La inestabilidad anterior del sistema financiero y de las tasas de cambio era la consecuencia de la dominación total norteamericana después de la Segunda Guerra mundial, que se plasmaba en “el hambre de dólares”. Tras la reconstrucción competitiva de Europa y de Japón, uno de los medios de EEUU de prolongar artificialmente su dominio y garantizar la compra de sus mercancías fue la de devaluar  su moneda e inundar la economía de dólares. La devaluación y el exceso de dólares en el mercado no hizo sino incrementar la sobreproducción de capitales resultante de la crisis de las inversiones productivas. Hubo así masas de capitales flotantes que no sabían dónde aterrizar para invertir. La liberación progresiva de las operaciones financieras conjugada con el paso forzado a los cambios flotantes ha permitido que esa masa gigantesca de capitales encuentre diversas “salidas” en la especulación, en operaciones financieras y préstamos internacionales de lo más dudoso. Se sabe hoy que, frente a un comercio mundial estimado en unos tres billones de dólares, los movimientos de capitales internacionales se calculan en unos 100 billones (¡30 veces más!). Sin la apertura de fronteras y los cambios flotantes, el peso muerto de esa masa hubiera agravado más todavía la crisis.

El capitalismo en el atolladero

Los ideólogos del capital sólo ven la crisis en la especulación, para así mejor ocultar su realidad. Se creen y hacen creer que las dificultades en la producción (desempleo, sobreproducción, deuda, etc.) son el resultado de excesos especulativos, mientras que en última instancia, si hay “locura especulativa”, “desestabilización financiera”, será porque ya había dificultades reales. La “locura” que los diferentes observadores críticos constatan a nivel financiero mundial no es el producto de algún que otro golpe de especuladores ansiosos de ganancias inmediatas. Esa locura no es más que la expresión de una realidad mucho más profunda y trágica: la decadencia avanzada, la descomposición del modo de producción capitalista, incapaz de superar sus contradicciones fundamentales e intoxicado por el uso y abuso cada día más masivo de la manipulación de sus propias leyes desde hace hoy casi tres décadas.

El capitalismo ya no es ese sistema conquistador, que se extiende inexorablemente, que penetra en todos los sectores de las sociedades y en todas las regiones del planeta. El capitalismo perdió la legitimidad que en su día pudo tener al aparecer como factor de progreso universal. Hoy, su triunfo aparente se basa en la negación de progreso para la humanidad entera. El sistema capitalista se ve cada vez más enfrentado a sus propias contradicciones insupe­rables. Parafraseando a Marx, las fuerza materiales engendradas por el capitalismo –mercancías y fuerza de trabajo–, al estar apropiadas privadamente, se yerguen y se rebelan contra él. La verdadera locura no es la especulación sino el mantenimiento del modo de producción capitalista. La salida para la clase obrera y para la humanidad no estriba en no se sabe qué política contra la especulación o el control de las operaciones financieras, sino en la destrucción del capitalismo mismo.

C. Mcl

Fuentes:

-Los datos referentes a la deuda de las familias y de las empresas están sacados del libro de Michel Aglietta, Macroéconomie financière, ed. la Découverte, colección Repères, no 166. Su fuente es la OCDE, basada en las cuentas nacionales.

-Los datos referentes a la deuda de los Estados son del libro publicado anualmente l’Etat du monde 1996, ed. la Découverte.

-Los datos citados en el texto han sido extraídos de los periódicos le Monde y le Monde diplomatique.

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Crisis económica

El marxismo contra la francmasonería

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Como consecuencia de la exclusión de uno de sus militantes ([1]), la CCI ha sido llevada a profundizar cuáles fueron las posiciones de los revolucionarios frente a la infiltración de la francmasonería en el movimiento obrero. En efecto, para justificar la creación de una red de iniciados” dentro de la organización, ese ex militante daba a entender que su pasión por las ideologías esotéricas y los “conocimientos secretos” permitía una mejor comprensión de la historia, “más allá” del marxismo. También afirmaba que grandes revolucionarios como Marx y Rosa Luxemburg conocían la ideología masónica, lo cual es verdad, pero dando a entender que ellos mismos serían quizás también francmasones. Frente a ese tipo de falsificaciones vergonzantes para desvirtuar el marxismo, es necesario recordar el combate sin piedad llevado a cabo desde hace más de un siglo por los revolucionarios contra la francmasonería y las sociedades secretas a las que consideraban como instrumentos al servicio de la clase burguesa.

Ese es el objeto de este artículo.

Contrariamente al indiferentismo político de los anarquistas, los marxistas siempre han insistido en que el proletariado, para cumplir su misión revolucionaria, tiene que comprender los aspectos esenciales del funcionamiento de su clase enemiga. Como clases explotadoras, esos enemigos del proletariado emplean necesariamente el secreto y la mentira, tanto en sus luchas internas como contra la clase obrera. Por eso Marx y Engels, en una serie de escritos, expusieron a la clase obrera las estructuras secretas y las actividades de las clases dominantes.

Así en sus Revelaciones sobre la historia de la diplomacia secreta del siglo XVIII, basadas en un estudio exhaustivo de manuscritos diplomáticos en el British Museum, Marx expuso la colaboración secreta de los gabinetes británico y ruso desde los tiempos de Pedro el Grande. En sus escritos contra Lord Palmerston, Marx reveló que la continuidad de esta alianza secreta se dirigía esencialmente contra los movimientos revolucionarios en Europa. De hecho, en los primeros dos tercios del siglo XIX, la diplomacia rusa, el bastión de la contrarrevolución en esa época, estaba implicada en “todas las conspiraciones y sublevaciones del momento”, incluyendo las sociedades secretas insurreccionales como los carbonarios, e intentaba manipularlas para sus propios fines ([2]).

En su folleto contra Herr Vogt, Marx descubrió cómo Bismark, Palmerston y el zar, apoyaban a los agentes del bonapartismo bajo Luis Napoleón en Francia, para que infiltraran y denigraran el movimiento obrero. Momentos destacados del combate del movimiento obrero contra esas maniobras ocultas fueron la lucha de los marxistas contra Bakunin en la Primera Internacional, y la de los de Eisenach contra la instrumentalización del lasallismo por Bismark en Alemania.

Al combatir a la burguesía y su fascinación por lo oculto y el misterio, Marx y Engels mostraron que el proletariado es enemigo de cualquier clase de política de secretos y mistificaciones. Contrariamente al conservador británico Urquhart, cuya lucha durante 50 años contra la política secreta rusa degeneró en una “doctrina secreta esotérica” de una “todopoderosa” diplomacia rusa como “el único factor activo de la historia moderna” (Engels), el trabajo de los fundadores del marxismo sobre esta cuestión, siempre se basó en un método científico, materialista histórico. Este método desenmascaró a la “orden jesuítica” oculta de la diplomacia rusa y occidental, y demostró que las sociedades secretas de las clases explotadoras, eran el producto del absolutismo y la ilustración del siglo XVIII, durante el cual la corona impuso una colaboración entre la nobleza en declive y la burguesía ascendente. Esta “Internacional aristocrático-burguesa de la ilustración”, como la llamaba Engels en los artículos sobre la política exterior zarista, también proporcionó las bases de la francmasonería, que surgió en Gran Bretaña, el país clásico del compromiso entre una aristocracia y la burguesía. Mientras que el aspecto burgués de la francmasonería atrajo a muchos revolucionarios burgueses en el siglo XVIII y a comienzos del XIX, especialmente en Francia y Estados Unidos, su carácter profundamente reaccionario pronto iba a convertirla en un arma sobre todo contra la clase obrera. Así fue sobre todo después del surgimiento del movimiento socialista de la clase obrera, incitando a la burguesía a abandonar el ateísmo materialista de los tiempos de su propia juventud revolucionaria. En la segunda mitad del siglo XIX, la francmasonería europea, que hasta entonces había sido sobre todo una diversión de la aristocracia aburrida que había perdido su función social, se convirtió cada vez más en un bastión de la nueva “religiosidad” antimaterialista de la burguesía, dirigida esencialmente contra el movimiento obrero. En el interior de este movimiento masónico, se desarrollaron toda una serie de ideologías contra el marxismo, que más tarde se convertirían en propiedad común de los movimientos contrarrevolucionarios del siglo XX. Según una de esas ideologías, el marxismo mismo era una creación de la facción “iluminada” de la francmasonería alemana, contra el que tenían que movilizarse los “verdaderos” francmasones. Bakunin, que era un activo francmasón, fue uno de los padres de otra de esas aseveraciones, según la cual, el marxismo era una “conspiración judía”: “Todo este mundo judío, que engloba a una simple secta explotadora, que es una especie de gente que chupa la sangre, una especie de colectivo parásito orgánico destructivo, que va más allá no sólo de las fronteras, sino de la opinión política, este mundo está ahora a disposición de Marx por una parte, y por otra, de Rothschild (...) Todo esto puede parecer extraño ¿Qué puede haber en común entre el socialismo y una banca dirigente? El asunto es que el socialismo autoritario, el comunismo marxista, pide una fuerte centralización del Estado. Y donde haya centralización del Estado, tiene que haber necesariamente un banco central, y donde exista tal banco, allí encontraréis a la nación judía parásita, especulando con el trabajo del pueblo” ([3]).

Contrariamente a la vigilancia de la Iª, IIª y IIIª Internacionales sobre estas cuestiones, una parte importante del medio revolucionario actual, se complace en ignorar este peligro y en mofarse de la supuesta visión “maquiavélica” de la historia de la CCI. Esta subestimación, junto a una obvia ignorancia de una parte importante de la historia del movimiento obrero, es resultado de 50 años de contrarrevolución, que interrumpió el traspaso de la experiencia organizativa marxista de una generación a la siguiente.

Esta debilidad es de lo más peligrosa, puesto que, en este siglo, el empleo de las sectas e ideologías místicas, ha alcanzado dimensiones que van más allá de la simple cuestión de la francmasonería que se planteaba en la fase ascendente del capitalismo. Así, la mayoría de las sociedades secretas anticomunistas que se crearon entre 1918-23 contra la revolución alemana, no se originaron todas en la francmasonería, sino que las construyó directamente el ejército, bajo el control de oficiales desmovilizados. Puesto que eran instrumentos del capitalismo de Estado contra la revolución comunista, se disolvieron cuando el proletariado fue derrotado. Igualmente, desde el final de la contrarrevolución a finales de la década de los 60 de nuestro siglo, la francmasonería clásica es sólo un aspecto de todo un aparato de sectas e ideologías religiosas, esotéricas y racistas, desarrolladas por el Estado contra el proletariado. Hoy, en el marco de la descomposición capitalista, esas sectas e ideologías antimarxistas, que declaran la guerra al materialismo y al concepto del progreso de la historia, y que tienen una influencia considerable en los países industriales, constituyen un arma adicional de la burguesía contra la clase obrera.

La Iª Internacional contra las sociedades secretas

Ya la Iª Internacional fue objeto de rabiosos ataques por parte del ocultismo. Los adeptos del misticismo católico, los carbonarios y el mazzinismo, eran enemigos declarados de la Internacional. En Nueva York, los adeptos del ocultismo de Virginia Woodhull intentaron introducir el feminismo, el “amor libre” y las “experiencias parapsicológicas” en las secciones americanas de la Iª Internacional. En Gran Bretaña y Francia, las logias masónicas del ala izquierda de la burguesía, apoya­das por agentes bonapartistas, orga­nizaron una serie de provocaciones, para intentar desprestigiar a la In­ter­nacional y permitir así la de­tención de sus miembros. Por ello el Consejo gene­ral se vio obligado a excluir a Pyatt y a sus partidarios, denunciándolos públicamente. Pero el principal peligro prove­nía de la Alianza de Bakunin, una organización secreta dentro de la Inter­nacional que, con miembros a diferentes niveles de “iniciación” en “el secreto”, y con sus técnicas de manipulación (el famoso Cate­cismo revolucionario de Bakunin), reproducía exactamente el ejemplo de la francmasonería.

Es de sobra conocido el enorme empeño que pusieron Marx y Engels para repeler esos ataques, desenmascarando a Pyatt y a sus acólitos bonapartistas, comba­tiendo a Mazzini y las tentativas de Woodhull, y, sobre todo, revelando el complot de la Alianza de Bakunin contra la Internacional (véase Revista interna­cional nos 84 y 85). La plena conciencia de la amenaza que representaba el ocultismo, se pone de manifiesto en la Resolución propuesta por Marx, y adoptada por el Consejo general, sobre la ne­cesidad de combatir las socie­dades secretas. En la Conferencia de Londres de la AIT (septiembre de 1871), Marx insistió en que “... este tipo de organización está en contradicción con el desa­rrollo del movimiento obre­ro, desde el momento en que estas sociedades en lugar de educar a los obreros, los someten a sus leyes autori­tarias y místicas que entorpecen su inde­­pendencia y llevan su toma de con­ciencia en una falsa dirección” (Marx-Engels, Obras).

La burguesía intentó igualmente desprestigiar al proletariado, a través de la propaganda de sus me­dios de comuni­cación, que alegaban que, tanto la Inter­nacional como la Comuna de París, habrían sido organizadas por una especie de dirección secreta de tipo masó­­nico. En una entrevista al perió­dico The New York World, el cual suge­ría que los obreros habrían sido meros instrumentos de un “cón­clave” de audaces conspiradores presentes en la Comu­na de París, Marx declaró: “Estimado señor. No hay ningún secreto que des­cubrir, (...) excepto que se trate del secreto de la estupidez humana de los que se empeñan en ignorar que nuestra Aso­ciación actúa públi­camente, y que publicamos exten­sos informes de nues­tra actividad para todos aquellos que quieran leerlos”. Según la lógica del World, la Comuna de París “podría también haber sido una conspiración de francmasones pues su participación no ha sido pequeña. No me sorpren­dería que el Papa quisiera atribuirles toda la responsabilidad de la insurrección. Pero examinemos otra expli­cación: la insurrección de París ha sido la obra de los obreros parisinos”.

El combate contra el misticismo en la IIª Internacional

Tras la derrota de la Comuna de París y la muerte de la Internacional, Marx y Engels lucharon con todas sus fuerzas para sustraer de la in­fluencia de la ma­so­nería a las orga­nizaciones obreras de Italia, Es­paña, o Estados Unidos (los “Ca­balleros del trabajo”). La IIª Inter­nacional fundada en 1889 fue, inicial­mente, menos vulnerable que la prece­dente a la influencia del ocultismo ya que había excluido a los anarquistas. La apertura que existía en el programa de la Iª In­ter­­nacional permitió a “ele­mentos desclasados infiltrarse y establecer en su seno una sociedad se­cre­ta cuyos esfuerzos se dirigían, no contra la burguesía y los go­biernos existentes, sino contra la propia Inter­nacional” (Informe sobre la Alianza al Congreso de La Haya, 1872).

Y ya que la IIª Internacional era menos permeable en este terreno, los ataques del esoterismo empe­zaron mediante una ofensiva ideo­lógica contra el marxismo. A finales del siglo XIX, las masonerías alemana y austríaca se jactaban de haber conseguido liberar las uni­versidades y los círculos científicos de “la plaga del materialismo”. Con el desarrollo, a comien­zos de este siglo, de las ilusiones refor­mistas y del oportunismo en el mo­vi­miento obrero, Bernstein se apoyó en estos científicos centro­europeos para afirmar que el marxismo “habría sido superado” por las teorías místicas e idea­lista del neokantismo. En el contexto de la derrota del movimiento obrero de Rusia en 1905, los bolche­viques fueron penetrados por tendencias místicas que hablaban de la “cons­trucción de Dios” aunque fueron rápi­damente superadas.

En el seno de la Internacional, la iz­quier­­da marxista desarrolló una defensa heroica y brillante del socia­lismo cien­tífico, sin conseguir, sin embargo, lograr detener el avance del idealismo. Al con­trario, la franc­masonería comenzó a ganar adep­tos en las filas de los partidos obre­ros. Jaurés, el famoso líder obrero francés, defendía abiertamente la ideología de la masonería contra lo que él llamaba “la interpretación econo­micista, pobre y estrecha­mente mate­rialista, del pen­samiento huma­no” del revolucionario marxis­ta Franz Mehring. Al mismo tiempo, el de­sarrollo del anarco­sindi­calismo como reacción al re­for­mismo, abría un nuevo campo para el desarrollo de ideas reac­cio­­narias, y a veces místicas, basadas en los escritos de filósofos como Berg­son, Nietzsche (que se califi­caba a sí mismo de “filósofo del esoterismo”) o Sorel. Todo ello, a su vez, terminó afec­tando a ele­mentos anarquizantes en el seno de la Internacional, como Hervé en Francia, o Mussolini en Italia que, al estallar la guerra, fueron a engro­sar las organizaciones de la extrema derecha de la burguesía.

Los marxistas intentaron, en vano, imponer una lucha contra la masonería en el partido francés, o prohibir a los miembros del partido en Alemania una «segunda lealtad» hacia ese tipo de organizaciones. Pero, en el período anterior a 1914, no fueron suficientemente fuertes para imponer medidas organizativas, como las que Marx y Engels habían hecho adoptar a la AIT.

La IIIª Internacional contra la francmasonería

Decidida a superar las debilidades orga­nizativas de la IIª Internacional que favorecieron su hundimiento en 1914, la Internacional comu­nista luchó por la eliminación total de los elementos esotéricos de sus filas. En 1922, frente a la infil­tración en el PC francés de ele­mentos pertenecientes a la franc­masonería y que estaban gangre­nando el Partido desde su fundación en Tours, el IVº Congreso de la Internacional, en su «Resolución sobre la cuestión fran­cesa», hubo de reafirmar los principios de clase en los siguientes términos:

«La incompatibilidad entre la franc­maso­nería y el socialismo era conside­rada como evidente para la mayoría de los partidos de la Segunda interna­cional (...) Si el IIº Congreso de la In­ter­nacional comunista no formuló, entre las condiciones de adhesión a la Inter­nacional, ningún punto especial sobre la incompatibilidad del comu­nismo con la francmasonería, fue porque este principio figura en una resolución separada, votada por unanimidad en el Congreso.

“El hecho de que se revelara ines­pera­damente en el IVº Congreso de la Internacional comunista, la pertenen­cia de un número consi­derable de comunistas franceses a logias masó­nicas, es, a criterio de la Internacional comunista, el tes­timonio más mani­fiesto y a la vez lamentable, de que nuestro Partido francés ha conservado, no sólo la herencia psicológica de la época del reformismo, del parlamen­tarismo y del patrioterismo, sino tam­bién vinculaciones muy concre­tas y muy comprometedoras, por tratarse de la cúspide del Partido, con las ins­tituciones secretas, polí­ticas y arri­bistas de la burguesía radical (...)

”La Internacional considera que es indispensable poner fin, de una vez por todas, a esas vinculaciones, com­prometedoras y desmoralizan­tes, de la cúspide del Partido comu­nista con las organizaciones polí­ticas de la burgue­sía. El honor del proletariado de Francia exige que el Partido depure todas sus organi­zaciones de clase, de elementos que pretenden pertenecer simultá­neamente a los dos campos en lucha.

“El Congreso encomienda al Comité central del Partido comunista francés la tarea de liquidar, antes del 1º de enero de 1923, todas las vinculaciones del Partido, en la persona de algunos de sus miembros y de sus grupos, con la francmaso­nería. Todo aquel que, antes del 1º de enero, no haya declarado abier­tamente a su organización y hecho público a través de la prensa del Partido, su ruptura total con la francmasonería, queda automáti­camente excluido del Partido comu­nista sin derecho a reafi­liarse en el futuro. El ocultamiento de su condi­ción de francmasón, será conside­rado como penetración en el Par­ti­do de un agente del enemigo, y arrojará sobre el individuo en cuestión una mancha de ignominia ante todo el proletariado.”

En nombre de la Internacional, Trotski denunció la existencia de vínculos entre “la francmasonería y las institucio­nes del Partido, el Comité de redacción, el Comité cen­tral” en Francia: “La Liga de los derechos humanos y la francmasonería son instru­mentos de la burguesía para dis­traer la con­ciencia de los represen­tantes del prole­tariado francés. Declaramos una guerra sin cuartel a tales métodos pues constituyen un arma secreta e insidiosa del ar­se­nal burgués. Debe liberarse al partido de esos elementos” (Trotski, La voz de la Internacional: el mo­vimiento comunista en Francia).

Del mismo modo, el delegado del Parti­do comunista alemán (KPD) en el IIIº Congreso del Partido co­munista italia­no en Roma, al refe­rirse a las tesis sobre la táctica comunista presentadas por Bordiga y Terracini, afirmó “... el carác­ter irreconciliable evidente de la perte­nencia al Partido comunista y a otro Partido, se aplica además de la práctica política, también a aquellos movimien­tos que, a pesar de su carácter político, no tienen ni el nombre ni la organiza­ción de un partido (...) Entre estos destaca especialmente la francmaso­ne­ría” (“Las tesis italianas”, Paul Butcher, en La Internacional, 1922).

El desarrollo vertiginoso de las sociedades secretas
en la decadencia del capitalismo

Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia desde la Iª Guerra mundial, se produce un desarrollo gigantesco del capitalismo de Estado, en particular del aparato militar y represivo (espionaje, policía secreta, etc.). ¿Esto quiere decir que la burguesía ya no necesita sus sociedades secretas “tradicionales”? En parte es cierto. Allí donde el Estado capitalista totalitario ha adoptado una forma brutal y descubierta, como en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, o la Rusia de Stalin, las agrupaciones secretas, tanto las de tipo masónico u otras “logias”, como otras, siempre estuvieron prohibidas.

Sin embargo, ni siquiera esas formas bestialmente claras de capitalismo de Estado pueden prescindir totalmente de un aparato secreto o ilegal, que no aparezca oficialmente. El totalitarismo del capitalismo de Estado implica el control dictatorial de la burguesía, no sólo sobre el conjunto de la economía, sino sobre cada aspecto de la vida. Así por ejemplo en los regímenes estalinistas, la “mafia” es una parte indispensable del Estado, puesto que controla la única parte del aparato de distribución que funciona realmente, pero que oficialmente se supone que no existe: el mercado negro. En los países occidentales, la criminalidad organizada es una parte no menos importante del régimen capitalista de Estado.

Pero en las así llamadas formas “democráticas” del capitalismo de Estado, el aparato, oficial y extraoficial, de represión e infiltración, ha crecido de una manera gigantesca.

En estas dictatoriales supuestas democracias, el Estado impone su política a los miembros de su propia clase, y combate las organizaciones de sus rivales imperialistas y las de su clase enemiga, el proletariado, de forma no menos totalitaria que bajo el nazismo o el estalinismo. Su aparato de espionaje y de policía política es tan omnipresente como en cualquier otro Estado. Pero como la ideología de la democracia no permite actuar a ese aparato tan abiertamente como la Gestapo o la GPU en Rusia, la burguesía occidental vuelve a desarrollar sus viejas tradiciones de la francmasonería o de la “mafia política”, pero esta vez bajo control directo del Estado. Lo que la burguesía occidental no puede hacer legal y abiertamente, puede tratarlo ilegalmente y en secreto.

Así, cuando el ejército USA invadió la Italia de Mussolini en 1943, tenían de su parte no sólo a la mafia...: “Como consecuencia del avance hacia el norte de las divisiones acorazadas americanas, las logias francmasónicas surgieron a la superficie como caracoles tras la lluvia. Esto no era sólo resultado del hecho de que Mussolini las había prohibido y había perseguido a sus miembros. Las poderosas agrupaciones masónicas americanas tenían su parte de responsabilidad en esto, e inmediatamente alistaron a su bando a sus hermanos italianos” ([4]).

Ése es el origen de una de las más famosas entre las innumerables organizaciones paralelas del bloque occidental, la logia “Propaganda 2” en Italia. Esas estructuras extraoficiales coordinaban la lucha de las diferentes burguesías nacionales del blo­que americano contra la influencia del bloque soviético rival. Entre los miembros de esas logias se incluían dirigentes de la izquierda del Estado capitalista: estalinistas, partidos izquierdistas y sindicatos. Debido a una serie de escándalos y revelaciones (vinculados al estallido del bloque del Este después de 1989), sabemos bastante más sobre las obras de estos grupos contra el enemigo imperialista y en provecho del Estado. Pero la burguesía guarda mucho más celosamente el secreto de que, en la decadencia, sus viejas tradiciones de infiltración masónica del movimiento obrero, se han convertido en parte del repertorio del aparato de Estado totalitario democrático. Esto ha sido así cada vez que el proletariado ha amenazado seriamente a la burguesía: sobre todo durante la oleada revolucionaria de 1917-23, pero también desde 1968, con el resurgir de las luchas obreras.

Un aparato contrarrevolucionario paralelo

Como señaló Lenin, la revolución proletaria en Europa occidental al final de la Iª Guerra mundial se enfrentaba a una clase dirigente mucho más poderosa e inteligente que en Rusia. Como en Rusia, frente a la revolución, la burguesía jugó inmediatamente la baza democrática, poniendo a la “izquierda” (los antiguos partidos obreros que tras su degeneración habían pasado al campo burgués) en el poder, anunciando elecciones y planes para la “democracia industrial” y para “integrar” los consejos obreros en la constitución y el Estado.

Pero la burguesía occidental fue más lejos de lo que hizo el Estado ruso después de febrero de 1917. Empezó inmediatamente a construir un gigantesco aparato contrarrevolucionario paralelo a sus estructuras oficiales.

Con este fin hicieron uso de la experiencia política y organizativa de las logias masónicas y de las órdenes de la derecha popular que se habían especializado en combatir el movimiento obrero antes de la guerra mundial, completando su integración en el Estado. Algunas de esas organizaciones eran la “Orden germánica” y la “Liga Hammer”, fundadas en 1912 en respuesta a la amenaza de guerra y a la victoria electoral del Partido socialista, que declaraban en su periódico sus objetivos de “organizar la contrarrevolución”: “la sagra­da vendetta liquidará a los dirigentes re­volucionarios al comienzo mismo de la in­surrección, no dudando en golpear a las ma­sas criminales con sus propias armas” ([5]).

Victor Serge se refiere a los servicios de inteligencia de Action Française y de los Cahiers de l’Anti-France, que ya espiaban a los movimientos de vanguardia en Francia durante la guerra, los servicios de espionaje y provocación del partido fascista en Italia, y las agencias privadas de detectives en USA, que “proporcionaban a los capitalistas informadores discretos, expertos provocadores, tiradores, guardias, capataces, y también militantes sindicales totalmente corruptos”. Se supone que la compañía Pinkerton empleaba a 135.000 personas.

“En Alemania, desde el desarme oficial del país, las fuerzas esenciales de la reacción se han concentrado en organizaciones extremadamente secretas. La reacción ha comprendido que, incluso en los partidos apoyados por el Estado, la clandestinidad es un preciado valor. Naturalmente, todas estas organizaciones toman a su cargo todas las funciones de virtuales fuerzas de policía oculta contra el proletariado” ([6]).

Para preservar el mito de la democracia, las organizaciones contrarrevolucionarias en Alemania y otros países, no formaban oficialmente parte del Estado, se financiaban privadamente, a menudo se declaraban ilegales, y se presentaban como enemigos de la democracia. Con sus asesinatos con­tra dirigentes burgueses “democráticos” como Rathenau y Ezberger, y sus golpes de extrema derecha (golpe de Kapp 1920, golpe de Hitler 1923), desempeñaron un papel vital, precipitando al proletariado hacia el terreno de la defensa de la “democracia” contrarrevolucionaria de Weimar.

La trama contra la revolución proletaria

En Alemania, centro principal de la oleada revolucionaria de 1917-23 además de Rusia, es donde mejor se puede valorar la vasta escala de las operaciones contrarrevolucionarias cuando la burguesía siente amenazada su dominación de clase. Se puso en marcha una gigantesca trama en defensa del Estado burgués. Esta trama empleaba la provocación, la infiltración y el asesinato político para complementar la política contrarrevolucionaria del SPD y los sindicatos, así como la del Reichwerhr (el ejército) y los cuerpos francos extraoficiales del “ejército blanco”, que se financiaban privadamente.

Más famoso aún por supuesto es el NSDAP (Partido nazi), que se fundó en Munich en 1919 como “Partido obrero ale­mán”. Hitler, Göring, Röhm y otros dirigentes nazis, empezaron sus carreras políticas como informadores y agentes contra los consejos obreros de Baviera.

Estos centros ilegales de coordinación de la contrarrevolución, en realidad eran parte del Estado. Dondequiera que se sometía a juicio a sus especialistas en asesinatos, como los asesinos de Liebknecht, Luxemburg y cientos de otros dirigentes comunistas, no se les encontraba culpables, se les aplicaban sentencias simbólicas o se les dejaba escapar. Dondequiera que la policía descubría sus depósitos secretos de armas, el ejército intervenía para reclamar ese armamento que supuestamente le había sido robado.

La organización Escherich (“Or­gesch”), la mayor y más peligrosa organización ilegal antiproletaria después del llamado putsch de Kapp, que proclamaba su objetivo de “liquidar el bolchevismo”, “tenía cerca de un millón de miembros armados, que poseían incontables depósitos secretos de armamento, y trabajaban con métodos de los servicios secretos. Con este objeto la “Orgesch” mantenía una agencia de espionaje” ([7]).

El “Teno”, que supuestamente era un servicio técnico para casos de catástrofes públicas, en realidad era una tropa armada de 170.000 miembros que se empleaban principalmente como rompehuelgas.

La Liga antibolchevique, fundada el primero de diciembre de 1918 por industriales, dirigía su propaganda fundamentalmente hacia los obreros. “Seguía muy atentamente el desarrollo del KPD (Partido comunista de Alemania), e intentaba infiltrarlo con sus informadores. Sobre todo con este fin montó un servicio de inteligencia y espionaje camuflado tras el nombre de Cuarto departamento. Mantenía lazos con la policía política y con unidades del ejército” ([8]).

En Munich, la sociedad oculta de Thule, vinculada a la ya mencionada Orden germánica de antes de la guerra, organizó el ejército blanco de la burguesía bávara, el “Freikorps Oberland” y coordinó la lucha contra la república de consejos de 1919, incluyendo el asesinato de Eisner, líder del USPD, destinado a provocar una insurrección prematura. “Su segundo departamento era su servicio de inteligencia, que organizaba una extensa actividad de infiltración, espionaje y sabotaje. Según Sebottendorf, cada miembro de la Liga de combate, pronto contaba con un carnet del Grupo Spartakus con nombre falso. Los espías de la liga de combate también se sentaban en el gobierno de consejos y en el ejército rojo, e informaban cada noche al centro de la sociedad de Thule sobre los planes del enemigo” ([9]).

El arma principal de la burguesía contra la revolución proletaria no es la represión contra la subversión, sino la presencia de la ideología y la influencia organizativa de los órganos de “izquierda” de la burguesía en las filas del proletariado. Este fue fundamentalmente el trabajo de la socialdemocracia y los sindicatos. Pero la ayuda que la infiltración y la provocación puede prestar a los esfuerzos de la izquierda del capital contra los obreros es muy importante, como pone de manifiesto el ejemplo del “nacional bolchevismo” durante la revolución en Alemania. Bajo la influencia del seudo anticapitalismo, el nacionalismo extremo, el antisemitismo y el antiliberalismo propios de las organizaciones paralelas de la burguesía, con las que mantenían reuniones secretas, la así llamada “iz­quierda” de Hamburgo, en torno a Laufenberg y Wollfheim, desarrolló una versión contrarrevolucionaria del “comunismo de izquierdas”, que contribuyó decisivamente a escindir el joven KPD en 1919 y a desprestigiarlo en 1920.

El partido empezó a descubrir el trabajo de infiltración burguesa en la sección de Hamburgo del KPD ya en 1919, desenmascarando a cerca de 20 agentes de policía conectados directamente al GKSD –un regimiento contrarrevolucionario de Ber­lín. “A partir de entonces, se intentó varias veces que los obreros de Hamburgo se lanzaran a asaltos armados contra las prisiones y otras acciones aventureras” ([10]).

El organizador de este socavamiento de los comunistas en Hamburgo, Von Killinger, era un dirigente de la “Organización Cónsul”, una organización secreta terrorista y asesina destinada a infiltrar y unir la lucha de todas las facciones de derecha contra el comunismo.

La defensa de la organización revolucionaria

Al principio de este artículo ya hemos visto cómo la Internacional comunista sacó las lecciones de la incapacidad de la IIª Internacional a nivel organizativo para llevar a cabo una lucha mucho más rigurosa contra la francmasonería y las sociedades secretas.

Como ya hemos visto, el IIº Congreso mundial adoptó una moción del partido ­italiano contra los francmasones que, aunque oficialmente no formaba parte de las “21 condiciones” para ser miembro de la Internacional, extraoficialmente se conocía como la “condición 22”. De hecho, las famosas 21 condiciones de agosto de 1920 obligaban a todas las secciones de la Internacional a organizar estructuras clandestinas para proteger a la organización contra la infiltración, a investigar las actividades del aparato ilegal contrarrevolucionario de la burguesía, y a sostener el trabajo centralizado internacionalmente contra las acciones políticas y represivas del capital.

El tercer Congreso mundial, en junio de 1921, adoptó principios destinados a proteger mejor a la Internacional de los espías y agentes provocadores, y a observar sistemáticamente las actividades del aparato paramilitar y de policía antiproletario, oficial y secreto, los francmasones, etc. Se creó un comité internacional –OMS– para coordinar estas actividades.

El KPD por ejemplo publicaba regularmente listas de agentes provocadores y espías de la policía excluidos de sus filas, junto con sus fotos y una descripción de sus métodos. “De agosto de 1921 a agosto de 1922, el departamento de Información descubrió 124 informadores, agentes provocadores y timadores. La policía o las organizaciones de derecha los enviaban al KPD con la esperanza de que lo explotaran financieramente en su propio beneficio”.

El KPD publicó folletos sobre esta cuestión, y también descubrió quiénes habían asesinado a Liebknecht y Luxemburg, publicó sus fotos y pidió ayuda de la población para encontrarlos. Se estableció una organización especial para defender al partido contra las sociedades secretas y las organizaciones paramilitares de la burguesía. Este trabajo incluyó acciones espectaculares. Así en 1921, miembros del KPD disfrazados de policías, registraron la sede y confiscaron documentos de la sucursal del Ejército blanco ruso en Berlín. También se llevaron a cabo acciones contra las sedes de la criminal “Organización Consul”.

Pero sobre todo el Comintern suministraba regularmente a todas las organizaciones obreras avisos e informaciones sobre las tentativas de la trama oculta de la burguesía por destruirlas.

Después de 1968 resurge la manipulación oculta contra el proletariado

Tras la derrota de la revolución comunista después de 1923, la trama secreta antiproletaria de la burguesía, o se disolvió, o se atribuyó otras tareas que el Estado le encargaba. En Alemania, por ejemplo, muchos de esos elementos se integraron más tarde en el movimiento nazi.

Pero cuando las luchas obreras masivas en 1968 en Francia pusieron fin a la contrarrevolución y abrieron un período de ascenso de la lucha de clases, la burguesía empezó a resucitar su aparato antiproletario oculto. En Mayo del 68 en Francia, “el “Gran Oriente” masónico, saludaba con entusiasmo el “magnífico movimiento de los estudiantes y los obreros” y enviaba alimentos y medicinas a la Sorbona ocupada” ([11]).

Ese “saludo” no era más que un brindis hipócrita. En Francia, después de 1968, la burguesía ha puesto en marcha a sus sectas “neotemplarias”, “rosacruces” y “martinistas” para infiltrar a los izquierdistas y a otros grupos, en colaboración con las estructuras del SAC (Servicio de acción cívica, creado por agentes de De Gaulle). Por ejemplo, Luc Jouret, el gurú del “Templo solar”, empezó su carrera de agente de oficinas paralelas semilegales infiltrando a grupos maoístas ([12]), antes de encontrarse en 1978 de médico entre los paracaidistas belgas y franceses que saltaron sobre Kolwesi en Zaire.

De hecho, los años siguientes han presenciado la aparición de organizaciones del tipo de las que se usaron contra la revolución proletaria en los años 20. En la extrema derecha, el “Front européen de libération” ha revivido la tradición “nacionalbolchevique”. En Alemania, el “Sozialrevolutionäre Arbeiterfront” (Frente social revolucionario obrero), siguiendo su consigna: “la frontera no está entre derecha e izquierda, sino entre arriba y abajo”, se ha especializado en infiltrar diferentes movimientos “de izquierda”. La sociedad de Thule también se ha refundado como una sociedad secreta contrarrevolucionaria ([13]).

La “World anticommunist League” (Liga anticomunista mundial), la “National Caucus of Labour” (la Junta nacional del trabajo) y el “European Labour Party” (Partido laborista europeo), son servicios privados actuales de información política de la derecha moderna. Del dirigente de la última de estas organizaciones, Larouche, ha dicho un miembro del Consejo de seguridad nacional de Estados Unidos que “posee una de las mejores organizaciones privadas de inteligencia del mundo” ([14]). En Europa, algunas sectas de los rosa cruz son de obediencia norteamericana, otras de obediencia europea como la Asociación sinárquica del Imperio dirigida por la familia de los Habsburgo que reinó en Europa en el imperio austro-húngaro.

Las versiones “de izquierda” de esas organizaciones contrarrevolucionarias no son menos activas. En Francia por ejemplo se han establecido nuevas sectas en la tradición “martinista”, una variante de la francmasonería especializada históricamente en las misiones secretas de agentes de influencia que completaban la labor de los servicios secretos oficiales o en la infiltración y destrucción de las organizaciones obreras. Esos grupos propagan que el comunismo o no lo explica todo y debe ser enriquecido ([15]), o que sólo puede conseguirse por las manipulaciones de una minoría ilustrada. Como otras sectas, esos grupos están especializados en el arte de la manipulación de las personas, no solo de su comportamiento individual, sino sobre todo de su acción política.

De manera general, el desarrollo de sectas ocultas y grupos esotéricos los pasados años, no es sólo una expresión de la desesperación y la histeria de la pequeña burguesía frente a la situación histórica, sino que está animado y organizado por el Estado. Se sabe el papel que juegan esas sectas en las rivalidades imperialistas (por ejemplo, el empleo que hace la burguesía USA de la cienciología contra Alemania). Pero todo este movimiento “esotérico” también es parte del ataque furibundo ideológico de la burguesía contra el marxismo, particularmente después de 1989 con la pretendida “muerte del comunismo”. Históricamente, la burguesía europea empezó a identificarse con la ideología mística de la francmasonería frente al auge del movimiento socialista sobre todo a ­partir de las revoluciones de 1848. Hoy, el odio desenfrenado del esoterismo contra el materialismo y el marxismo, así como contra las masas proletarias, consideradas “materialistas” y “estúpidas”, no es más que el odio concentrado de la burguesía y parte de la pequeña burguesía contra un proletariado que no está derrotado. Incapaz por sí misma de ofrecer ninguna alternativa histórica, la burguesía opone al marxismo la mentira de que el estalinismo era ­comunista, pero también la visión mística de que el mundo sólo puede “salvarse” si se sustituye la conciencia y la racionalidad por el ritual, la intuición y la superchería.

Hoy, frente al desarrollo del misti­cismo y la proliferación de sectas ocultas en la sociedad capitalista en descomposición, los revolucio­narios deben sacar las lecciones de la experiencia del movimiento obrero contra lo que Lenin llamaba “el misticismo, esa cloaca para modas contra­rrevolucionarias”. Deben reapropiarse esta lucha implacable de los marxistas contra la ideología de la masonería. Deben denunciar esta ideología reaccionaria.

Como la religión, calificada por Marx el siglo pasado de “opio del pueblo”, los temas ideológicos de la francmasone­ría moderna son un veneno inoculado por el Estado bur­gués, para destruir la conciencia de clase del proletariado.

El combate, que el movimiento obre­ro del pasado hubo de de­sarrollar perma­nentemente contra el ocultismo, es es­ca­samente cono­cido en nuestros días. En realidad, la ideología y los métodos de infil­tración de la francmasonería, han sido siempre una de las puntas de lanza de las tentativas de la bur­guesía para destruir, desde dentro, las organi­zaciones comunistas. Si la CCI, como muchas otras orga­nizaciones comunis­tas del pasado, ha sufrido la penetración en su seno de este tipo de ideología, es su deber y su responsabilidad el comu­nicar al conjunto del medio político proletario las lecciones del comba­te que ha llevado a cabo en defensa del marxismo, contribuir a la reapropiación de la vigilancia del movimiento obrero del pasado frente a la política de infiltración y de manipulación del aparato oculto de la burguesía.

Kr


[1] 1) Ver nuestra advertencia publicada a ese respecto en toda la prensa territorial de la CCI.

[2] 2) Engels, la Política exterior de la Rusia zarista.

[3] 3) Bakunin, citado por R. Huch en Bakunin und die Anarquie (Bakunin y la anarquía).

[4] 4) Terror, Drahzieher und Attentäter (Terror, manipuladores y asesinos), de Kowaljow-Mayschew. La versión alemana (del Este) del libro soviético fue publicada por los editores militares de la RDA.

[5] 5) Die Thule-Gesellschaft (Historia de la Logia de Thule), Rose.

[6] 6) Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, V. Serge.

[7] 7) Der Nachrichdienst der KPD (los servicios de información del KPD), publicado en 1993 por antiguos historiadores de la policía secreta de Alemania del Este, la STASI.

[8] 8) Ídem.

[9] 9) Die Thule-Gesellschaft.

[10] Der Nachrichdienst der KPD.

[11] Frankfurter Allgemeine Zeitung, suplemento, 18 de mayo de 1996.

[12] 12) La Orden del Templo solar.

[13] Drahtzieher im braunem Netz (los que manejan los hilos de la red parda), Konkret.

[14] Citado en Geschäfte und Verbrechen der Politmafia (los negocios y los crímenes de la mafia política), Roth-Ender.

[15] La única finalidad de esas ideas es la de desprestigiar el comunismo y el marxismo, debilitar la conciencia de clase y enturbiar un arma esencial del proletariado, su claridad teórica.

 

Series: 

  • Cuestiones de organización [1]

Personalidades: 

  • Bakunin [2]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [3]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [4]
  • Segunda Internacional [5]
  • Tercera Internacional [6]

Acontecimientos históricos: 

  • franmasonería [7]

Rubric: 

Movimiento obrero

Cuestiones de organización, III – El Congreso de La Haya en 1872 – La lucha contra el parasitismo político

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En los dos primeros artículos de esta serie abordamos los orígenes y el desarrollo de la Alianza de Bakunin, y cómo la burguesía apoyó y utilizó esta secta como una auténtica máquina de guerra contra la Iª Internacional. Hemos visto, también, la enorme importancia que Marx, Engels, y los elementos obreros más sanos de la Internacional, concedían a la defensa de los principios proletarios de funcionamiento, frente al anarquismo en materia de organización. En el presente artículo trataremos de las lecciones del Congreso de La Haya, uno de los momentos más importantes de la lucha del marxismo contra el parasitismo político. Las sectas socialistas que ya no tenían su sitio en el joven movimiento proletario en pleno desarrollo, orientaban entonces lo principal de su actividad a luchar no ya contra la burguesía sino contra las organizaciones revolucionarias mismas. Todos esos elementos parásitos, a pesar de las divergencias políticas entre ellos, se unieron a los intentos de Bakunin por destruir la Internacional.

Las lecciones de la lucha contra el parasitismo en el Congreso de la Haya son especialmente válidas hoy. A causa de la ruptura de la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado, pueden hacerse muchos paralelos entre el desarrollo del medio revolucionario después de 1968 y el de los inicios del movimiento obrero; existe, en particular, no una identidad pero sí una gran similitud entre el papel del parasitismo político en la época de Bakunin y el que hoy desempeña.

Las tareas de los revolucionarios tras la Comuna de París

El Congreso de La Haya de la Primera Internacional en 1872, es uno de los más famosos en la historia del movimiento obrero. Fue en él donde tuvo lugar el histórico enfrentamiento entre marxismo y anarquismo. Este Congreso fue un momento decisivo en la superación de la fase de sectas, que había marcado los primeros pasos del movimiento obrero. En este Congreso se pusieron las bases para superar la separación que existía entre, por un lado, las organizaciones socialistas, y por otro, los movimientos de masas de la lucha obrera.

El Congreso condenó enérgicamente el rechazo de la política anarquista y pequeñoburgués, así como sus reticencias respecto a las luchas defensivas cotidianas de los trabajadores. Y, sobre todo, declaró que la emancipación del proletariado exige su organización en un partido político de clase, autónomo, contrario a todos los partidos formados por las clases dominantes (Resolución sobre los Estatutos del Congreso de La Haya).

No es casualidad que tales cuestiones se suscitaran precisamente en aquel momen­to, ya que el Congreso de La Haya fue el primer congreso internacional que se celebraba tras la derrota de la Comuna de París en 1871, cuando contra el movimiento obrero se lanzaba una oleada internacional de terror reaccionario. La Comuna de París había mostrado el carácter político de la lucha de la clase obrera, había puesto de manifiesto la necesidad y la capacidad de la clase revolucionaria para organizar su confrontación con el Estado burgués, la tendencia histórica a la destrucción de ese estado y su sustitución por la dictadura del proletariado como condición previa del socialismo. Los acontecimientos de París mostraron a los obreros que el socialismo no se conseguía a través de experimentos cooperativos de tipo prudhoniano, ni con pactos con las clases explotadoras como preconizaban los lassalleanos, ni tampoco mediante audaces acciones de una minoría selecta como pretendía el blanquismo. Y, sobre todo, la Comuna de París enseñó a los obreros verdaderamente revolucionarios, que la revolución socialista no tiene nada que ver con una orgía de anarquía y destrucción, sino que se trata de un proceso centralizado y organizado; que la insurrección obrera no desemboca en una abolición inmediata de las clases, del Estado y de la autoridad, sino que exige imperativamente la autoridad de la dictadura del proletariado. En resumen: la Comuna de París dio absolutamente la razón a la posición marxista, y desautorizó por completo las teorías bakuninistas.

De hecho, en el momento del Congreso de La Haya, los mejores representantes del movimiento obrero tomaban conciencia de cómo el peso en la dirección de la insurrección de las concepciones prudhonianas, bakuninistas, blanquistas, y de otras sectas había sido la principal debilidad política de la Comuna. Y donde, además, la Internacional había sido incapaz de intervenir en los acontecimientos centralizada y coordinadamente, como debe hacerlo un partido de clase.

Por ello, tras la derrota de la Comuna de París, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.

Este es el contexto político que explica porqué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados. Los historiadores burgueses, desconcertados por este hecho, concluyen que este congreso habría sido una expresión de ese mismo sectarismo, ya que la Internacional habría preferido dedicarse a sus asuntos internos, en vez de a los resultados de un acontecimiento histórico en la lucha de clases. Lo que la burguesía no puede entender es que la respuesta que la Comuna de París pedía a los revolucionarios era, precisamente, la defensa de los principios políticos y organizativos del proletariado, la erradicación de sus filas de las teorías y actitudes organizativas pequeño burguesas.

Así pues, los delegados de la Internacional acudieron a La Haya no sólo para replicar a la represión internacional y las difamaciones contra la AIT, sino ante todo, para hacer frente al ataque que, desde dentro, se había lanzado contra ella. Este ataque interno estaba dirigido por Bakunin que llamaba, ya abiertamente, a abolir la centralización internacional, incumplir los estatutos, no pagar las cuotas al Consejo General, y rechazar la lucha política. Bakunin se oponía, sobre todo, a las decisiones de la Conferencia de Londres de 1871, en las que, sacando las lecciones de la Comuna de París, se defendía la necesidad de que la Internacional desempeñara su papel de partido de clase. En el terreno organizativo, esta conferencia había exigido al Consejo general que asumiera, sin vacilaciones, su papel de centralización, de representante de la unidad de la Internacional entre congreso y congreso. En Londres, se condenó también la existencia, dentro de la Internacional, de sociedades secretas, y se ordenó la preparación de un informe sobre las escandalosas actividades que, en nombre de la Internacional, Bakunin y Nechaiev habían realizado en Rusia.

A todo ello Bakunin respondió con una huida hacia delante, ya que poco a poco se iban descubriendo sus actividades contra la Internacional. Pero se trataba, en realidad, de una estrategia calculada que contaba con explotar, en su propio provecho, la debilidad y desorientación de muchas partes de la organización tras la derrota de la Comuna de París, para intentar aniquilar la Internacional, en el propio Congreso de La Haya, ante los expectantes ojos de todo el mundo. El ataque de Bakunin contra la dictadura del Consejo general estaba ya contenido en la Circular de Sonvilliers de noviembre de 1871, que había sido enviada a todas las secciones, y con la que trataba, arteramente, de ganarse a todos los elementos pequeño burgueses, que se sentían amenazados por la proletarización de los métodos organizativos de la Internacional impulsados por los órganos centrales. La prensa burguesa reprodujo amplios extractos de esta circular de Sonvillier (“El monstruo de la Internacional se devora a sí mismo”) y, en Francia, donde todo lo que, de cualquier forma, estuviera relacionado con la Internacional, era salvajemente perseguido, fue sin embargo pegado en las paredes (Nicolaievsky, Karl Marx, traducido del inglés por nosotros).

La complicidad del parasitismo con las clases dominantes

Podemos decir que, en términos generales, tanto la Comuna de París como la fundación de la Internacional, son expresiones de un mismo proceso histórico, cuya esencia es la maduración de la lucha por la emancipación del proletariado. Desde mediados de los años 1860, el movimiento obrero había empezado a superar sus infantilismos. Sacando lecciones de las revoluciones de 1848, el proletariado se negaba a aceptar el liderazgo del ala radical de la burguesía, luchando ya por establecer su propia autonomía de clase. Pero esta autonomía exigía que la clase obrera supe­rase la dominación que ejercían, sobre sus propias organizaciones, las teorías y las concepciones organizativas de la pequeña burguesía, la bohemia y los elementos desclasados, etc.

Pero esa lucha por imponer los postulados del proletariado en sus organizaciones, esa lucha que tras la Comuna de París llegaba a una nueva etapa, debía desarrollarse no sólo frente al exterior, contra los ataques de la burguesía, sino también dentro de la propia Internacional. En las filas de ésta, los elementos pequeñoburgueses y desclasados desataron una feroz resistencia contra la aplicación de estos principios políticos y organizativos del proletariado, pues ello significaba la desaparición de su influencia en la organización obrera.

Y así estas sectas palancas del movimiento, en sus inicios, pasan a ser trabas cuando éste las supera, convirtiéndose entonces en reaccionarias (Marx-Engels, Las pretendidas escisiones en la Internacional).

El Congreso de La Haya tenía pues como objetivo, eliminar el sabotaje de la maduración y la autonomización del proletariado, que ejercían los sectarios. Un mes antes del Congreso, el Consejo general había declarado, en una circular a todos los miembros de la Internacional, que había llegado el momento de acabar, de una vez por todas, con las luchas internas causadas por la presencia de un cuerpo parásito, y señalaba que paralizando la actividad de la Internacional contra los enemigos de la clase obrera, la Alianza sirve espléndidamente a la burguesía y sus gobiernos.

El Congreso de La Haya mostró cómo esos sectarios que ya no servían de palanca al movimiento, que se habían transformado en parásitos que vivían a expensas de las organizaciones proletarias, se habían organizado y coordinado a escala internacional para hacer la guerra a la Internacional. Y que preferían la destrucción del partido obrero antes que aceptar que el proletariado se liberase de su influencia. Se demostró también que el parasitismo político, para tratar de evitar ser arrojado al famoso basurero de la historia donde debería estar, había preparado la formación de una alianza con la burguesía, cuya base era el odio que tanto unos como otros, si bien cada uno por razones distintas, compartían contra el proletariado. Uno de los principales logros del Congreso de La Haya fue, precisamente que fue capaz de desvelar la esencia de este parasitismo político, que presta sus servicios a la burguesía participando en la guerra de las clases explotadoras contra las organizaciones comunistas.

Los delegados contra Bakunin

Las declaraciones escritas enviadas a La Haya por las diferentes secciones, especialmente por las de Francia (donde la AIT trabajaba en la clandestinidad, y muchos de sus delegados no podían acudir al Con­greso) muestra el estado de ánimo que reinaba en la Internacional en vísperas del Congreso. Los principales temas de esas declaraciones se referían a la propuesta de ampliación de los poderes del Consejo general, a la orientación hacia un partido político de clase, y a la confrontación contra la Alianza bakuninista y otras flagrantes violaciones de los estatutos.

La decisión de Marx de asistir personalmente al Congreso, era una prueba más de la determinación que existía en la Internacional, para desenmascarar y destruir los diferentes complots que se estaban urdien­do contra la Asociación, todos ellos centrados en torno a la Alianza de Bakunin. Esta Alianza, una organización clandestina en el seno de la propia organización, era una sociedad secreta desarrollada según el modelo burgués de la francmasonería. Los delegados eran muy conscientes de que detrás de las maniobras sectarias de Bakunin, se escondía la conspiración de la clase dominante.

“... Ciudadanos: nunca antes un Congreso fue tan solemne y más importante como el que os ha reunido en La Haya. Lo que deberá discutirse no es tal o cual insignificante cuestión de forma, tal o cual trillado artículo de los Reglamentos, sino la supervivencia misma de la Asociación.

“Manos impuras, manchadas de sangre republicana, intentan, desde hace tiempo, sembrar la discordia entre nosotros, lo que solo puede servir al más criminal de los monstruos: Luis Bonaparte. Intrigantes expulsados vergonzosamente de nuestras filas –los Bakunin, Malon, Gaspard Blanc y Richard– intentan fundar una no sabemos bien qué clase de ridícula federación, para servir a su ambicioso proyecto de destrozar la Asociación. Pues bien, ciudadanos, esta es la raíz de las discordias, grotesca por sus arrogantes designios, pero peligrosa por sus audaces maniobras, que deben ser aniquiladas a toda costa. Su existencia es incompatible con la nuestra y dependemos de vuestra implacable energía para alcanzar un éxito decisivo y brillante. Sed implacables, luchad sin vacilaciones, pues si sois débiles y temerosos, seréis responsables no sólo del desastre que sufra la Asociación, sino además de las terribles consecuencias que ello supondría para la causa del proletariado” (“De la sección Ferré de París a los delegados de La Haya”) ([1]).

Contra la demanda de Bakunin que abogaba por una autonomización de las secciones y la casi completa abolición del Consejo general -el órgano central que representaba la unidad de la Internacional:

“Si pretendéis que el Consejo general sea un cuerpo inútil, que las federaciones puedan actuar sin él, sólo a través de correspondencia entre ellas, (...) entonces la Asociación Internacional se dislocará. El proletariado retrocederá al período de las corporaciones (...). Pues bien, nosotros los parisinos, declaramos que no hemos derramado nuestra sangre a raudales, generación tras generación, para satisfacer intereses de capilla. Afirmamos que no habéis entendido absolutamente nada sobre el carácter y la misión de la Asociación Internacional” (Declaración de las secciones parisinas a los delegados de la Asociación internacional reunidos en Congreso, leída en la XIIª sesión del Congreso, el 7/9/1872, p. 235). Las secciones declararon: “No queremos ser transformadas en una sociedad secreta, como tampoco queremos empantanarnos en una simple evolución económica. Pues una sociedad secreta lleva a aventuras en las que el pueblo siempre es la víctima” (p. 232).

La cuestión de los mandatos

Que la infiltración del parasitismo político en las organizaciones proletarias es un peligro real, queda rotundamente demos­trado por el hecho de que, de los 6 días que duró el Congreso de la Haya (del 2 al 7 de septiembre de 1872), dos jornadas completas estuvieron dedicadas a la comprobación de los mandatos de los delegados. O sea que no siempre estaba claro si tal o cual delegado tenía verdaderamente un mandato y de quién. En algunos casos, ni siquiera estaba claro que el delegado fuera miembro de la organización, o si la sección que le enviaba existía en ese momento.

Y así, Serraillier, que era el secretario del Consejo general para Francia, jamás había oído hablar de las secciones de Marsella, que habían enviado a un delegado que resultó ser miembro de la Alianza. Tampoco se habían recibido jamás cotizaciones de sus miembros. Es más, se le había informado de que se habían formado recientemente secciones, con el único propósito de enviar delegados al Con­greso (p. 124). ¡El Congreso hubo de vo­tar incluso si tales secciones existían o no!

Al encontrarse en minoría en el Congreso, los seguidores de Bakunin intentaron, por su parte, impugnar varios mandatos, lo que hizo perder mucho tiempo.

Alerini, miembro de la Alianza, exigió que los autores de Las pretendidas escisiones..., es decir el Consejo general, debía ser excluido. ¿Por qué razón?, pues... ¡por haber defendido los Estatutos de la Asociación!. La Alianza pretendió, igualmente, violar las normas de votación existentes, prohibiendo a los miembros del Consejo general que votaran como delegados mandatados por las secciones.

Otro enemigo de los órganos centrales, Mottershead, preguntó por qué Barry, que no era uno de los líderes ingleses, y al que se le tenía por alguien insignificante, era, sin embargo, delegado al Congreso por la sección alemana. Marx le replicó que dice mucho a favor de Barry que no sea uno de los llamados líderes de los trabajadores ingleses, ya que éstos están en mayor o menor medida, vendidos a la burguesía y el gobierno. Si se ataca a Barry es sólo porque se niega a ser un instrumento de Hales (p. 124). Mottershead y Hales, apoyaban las tendencias antiorganizativas de Bakunin.

Al carecer de la mayoría, la Alianza trató de perpetrar, en mitad de las sesiones del Congreso, un auténtico golpe contra las normas de la Internacional, ya que según su punto de vista, las normas son para los demás, que no para la élite bakuninista.

Así, los aliancistas españoles plantearon (proposición no 4 al Congreso), que sólo podían ser contabilizados en el Congreso los votos de aquellos delegados que hubieran recibido un mandato imperativo de sus secciones. Los votos de los demás delegados sólo podrían contabilizarse, una vez que sus secciones hubieran debatido y votado las mociones del Congreso. De ello resultaría que las resoluciones adoptadas en el Congreso, sólo tendrían validez dos meses después de éste. Tal propuesta suponía, ni más ni menos, aniquilar el Congreso como máxima instancia de la organización.

Morago anunció entonces que los delegados españoles habían recibido órdenes precisas para abstenerse hasta que no se estableciera un sistema de voto acorde con el número de electores que representaba cada delegado. La respuesta de Lafargue, tal y como la recogen las actas fue: Lafargue dijo que él era un delegado de España, y que no había recibido tales instrucciones. Todo ello resulta revelador de cómo funcionaba verdaderamente la Alianza. Entre los delegados de diferentes secciones, algunos decían tener un mandato imperativo de sus secciones, cuando en realidad estaban obedeciendo a las instrucciones secretas de la Alianza, una dirección alternativa y secreta, opuesta al Consejo general y a los Estatutos.

Para reforzar su estrategia, los aliancistas pasaron luego a chantajear pura y simplemente al Congreso. El brazo derecho de Bakunin, Guillaume, dada la negativa del Congreso a saltarse sus propias normas para complacer a los bakuninistas espa­ñoles anunció que a partir de ese momen­to, la Federación del Jura dejaría de tomar parte de las votaciones (p. 143). Y no contento con ello, amenazó incluso con abandonar el Congreso.

En respuesta a este burdo chantaje. El Presidente del Congreso explicó que las normas habían sido establecidas no por el Consejo general, ni por tal o cual persona, sino por la AIT y sus Congresos, y que por tanto quienquiera que atacara las normas, estaba en realidad atacando a la AIT y a su existencia.

Tal y como señaló Engels: “No es culpa nuestra si los españoles se encuentran en una posición comprometida y son incapaces de votar. Tampoco es culpa de los obreros españoles, sino del Consejo federal español, que está formado de miembros de la Alianza” (pp. 142-143). Frente al sabotaje de la Alianza, Engels formuló la alternativa a la que se confrontaba el Congreso: “Debe­mos decidir si la AIT va a continuar rigiéndose de manera democrática, o si va a ser gobernada por una camarilla (gritos y protestas por el término camarilla) organizada secretamente y violando los Estatutos” (p. 122).

“Ranvier protesta contra la amenaza lanzada por Splingard, Guillaume y otros de abandonar la sala, que prueba que son únicamente ELLOS y no nosotros, quienes DE ANTEMANO se han pronunciado sobre la cuestión que se discute. Ya le gustaría a él que todos los policías del mundo se marcharan así” (p. 129).

“Morago, que tanto se irrita ante un eventual despotismo por parte del Consejo general, debería darse cuenta de que su conducta y la de sus camaradas aquí, es mucho más tiránica, puesto que pretende obligarnos a ceder ante ellos, bajo la amenaza de su separación” (Intervención de Lafargue, p. 153).

El Congreso también respondió a la cuestión de los mandatos imperativos, que equivalían a transformar el Congreso en una simple urna, en la que las delegaciones depositarían un voto que ya habrían tomado. Habría resultado más barato evitarse el Congreso y enviar los votos por correo. El Congreso ya no sería pues la más alta instancia de la unidad de la organización, que toma sus decisiones soberanamente, como una entidad.

“Serrailler dice que él no se encuentra aquí atado, a diferencia de Guillaume y sus camaradas, que ya tienen de antemano establecido un parecer sobre todas las cuestiones, puesto que han aceptado un mandato imperativo que les obliga a votar de una manera determinada o a retirarse.

“La verdadera función del mandato imperativo en la estrategia de la Alianza, fue desenmascarada por Engels en su artículo: El mandato imperativo y el Congreso de La Haya:

“¿Por qué los aliancistas, ellos que son tan acérrimos enemigos de cualquier principio de autoridad, insisten tan tercamente sobre la autoridad del mandato imperativo? Porque para una sociedad secreta como la suya, infiltrada en una sociedad pública como la Internacional, nada hay más cómodo que el mandato imperativo. El mandato de sus aliados será idéntico. Aquellas secciones que no estén bajo la influencia de la Alianza, o que se rebelen contra ella, tendrán discrepancias unas con otras, de manera que frecuentemente la mayoría absoluta, y siempre la mayoría relativa, queda en manos de la sociedad secreta. Mientras que en un Congreso sin mandatos imperativos, el sentido común de los delegados independientes se unirá prontamente a un partido común, contra el partido de la sociedad secreta. El mandato imperativo es un instrumento de dominación sumamente efectivo, y por ello la Alianza, a pesar de su anarquismo, preconiza su autoridad” (traducido del inglés por nosotros).

La cuestión de las finanzas: “el nervio de la guerra”

Dado que las finanzas, como base material para el trabajo político, son vitales para la construcción y la defensa de la organización revolucionaria, es lógico que el sabotaje de las finanzas fuera uno de los principales instrumentos del parasitismo para socavar la Internacional.

Antes del congreso de La Haya, había habido ya intentos de boicotear o sabotear el pago de las cuotas que, según los estatutos, los miembros debían pagar al Consejo general. Refiriéndose a la política que llevaban aquellos que en las secciones norteamericanas, se rebelaban contra el Consejo general, Marx declaró que: “Negarse a pagar las cuotas, e incluso las reclamaciones de la sección al Consejo general, corresponden al llamamiento efectuado por la Federación del Jura que dice que si tanto Europa como América se niegan a pagar sus cuotas, el Consejo general se quedará sin blanca” (p. 27).

Con respecto a la rebelde segunda sección de Nueva York, Ranvier es de la opinión que “los Reglamentos han quedado “en papel mojado”. La sección nº 2 se separó del Consejo federal, cayendo en una profunda letargia, pero al acercarse el congreso mundial, ha querido estar representada en él para protestar contra los que han mantenido la actividad. Y ¿cómo, por cierto, ha regularizado esta sección su situación con el Consejo general? Pues pagando sus cuotas sólo el 26 de agosto. Tal conducta es casi cómica e intolerable. Estas pequeñas camarillas, estas sectas, estos grupos que quieren estar al margen, sin ningún vínculo con los demás recuerdan a la masonería, y no pueden ser tolerados en la Internacional” (p. 45).

El Congreso insistió justamente en que sólo las delegaciones de las secciones que hubieran pagado sus deudas, podrían participar en el Congreso. He aquí como Farga Pellicer explicó que los aliancistas españoles no hubieran pagado: “Respecto a las cuotas, explicó: la situación es difícil, han tenido que luchar contra la burguesía y además todos los trabajadores pertenecen a sindicatos. Quieren unir a todos los trabajadores contra el capital. La Internacional ha hecho grandes progresos en España, pero la lucha es costosa. No han pagado sus cuotas, pero lo harán. En resumidas cuentas: se habían guardado el dinero de la organización para ellos mismos. A lo que el tesorero de la Internacional les respondió: Engels, secretario para España, se sorprende de que los delegados hayan llegado con dinero en los bolsillos, y aún no hayan pagado. En la Conferencia de Londres, todos los delegados rindieron cuentas inmediatamente, y los españoles deben hacer lo mismo aquí, ya que es indispensable para dar validez a sus mandatos” (p. 128). Dos páginas más adelante, leemos en las actas: “Farga Pellicer, finalmente se levantó y entregó al Presidente las cuentas de tesorería y las cuotas de la Federación española, excepto las del últi­mo trimestre. Es decir, el dinero que alegaban no tener.”

No puede sorprendernos que, con vistas a debilitar a la organización, la Alianza y sus acólitos propusieran entonces la reducción de las cuotas de los miembros, cuando la propuesta del Congreso era el aumentarlas: Brismee está a favor de una disminución de las cuotas, ya que los obreros deben pagar a sus secciones, al Consejo federal, y resulta muy costoso para ellos entregar además diez céntimos anuales al Consejo general. A lo que Frankel, en defensa de la organización contestó “que él mismo es un trabajador asalariado y sin embargo piensa que, en interés de la Internacional, las cuotas deben ser, sin duda, aumentadas. Hay federaciones que sólo pagan en el último momento y lo menos que pueden. El Consejo no tiene un céntimo en caja. (...) Frankel opina que con los medios de propaganda que se lograran con un aumento de las cuotas, cesarían las divisiones en la Internacional, y que éstas no existirían hoy si el Consejo general hubiera podido enviar sus emisarios a los diferentes países donde se daban esas disensiones” (p. 95).

Sobre esta cuestión, la Alianza obtuvo una victoria parcial: las cuotas se dejaron al mismo nivel que estaban.

Finalmente el Congreso rechazó vehementemente las difamaciones que tanto la Alianza, como la prensa burguesa habían lanzado sobre esta cuestión: Marx señaló que, “cuando en realidad, los miembros del Consejo habían adelantado dinero de sus propios bolsillos para sufragar los gastos de la Internacional, los calumniadores les acusaban de vivir del Consejo, que vivían de los peniques de los obreros (...). Lafargue indicó que la Federación del Jura era una de las pregoneras de esa calumnia” (pp. 58 y 169).

La defensa del Consejo general como eje central de la defensa de la Internacional

“El Consejo general (...) plantea en el orden del día, como cuestión más importante a discutir en el Congreso de La Haya, la revisión de los estatutos generales y los reglamentos” (Resolución del Consejo general sobre el orden del día del Congreso de La Haya, pp. 23-24).

En cuanto al funcionamiento, la cuestión central fue la siguiente modificación de los Estatutos generales:

“Artículo 2. El Consejo general está obligado a ejecutar las Resoluciones del Congreso, y a vigilar que en cada país se cumplan estrictamente los principios, los Estatutos generales y los Reglamentos de la Internacional.

“Artículo 6. El Consejo general tiene igualmente derecho a suspender ramas, secciones, consejos o comités federales, y federaciones de la Internacional, hasta que se reúna el siguiente Congreso” (Resoluciones sobre los Reglamentos, p. 283).

En vez de esto, los adversarios del desarrollo de la Internacional, anhelaban la destrucción de esta unidad centralizada. Y pretender que esa oposición venía motivada por una negativa, por principios, a la centralización, se contradice abiertamente con el hecho de que, en los propios estatutos secretos de la Alianza, esa centralización era sustituida por la dictadura personal de un sólo hombre: el ciudadano B (Bakunin). Tras el amor arrebatado de los bakuninistas por el federalismo, lo que en realidad se ocultaba era su comprensión de que la centralización era uno de los principales instrumentos con los que la Internacional podía resistir a su destrucción, evitando verse fragmentada. Con objeto de lograr esa sagrada destrucción, los bakuninistas movilizaron los prejuicios federalistas de los elementos pequeño-burgueses de la organización.

“Brismee pide que antes se discutan los Estatutos, pues quizá deje de existir el Consejo General, y por tanto ya no necesitaría poderes. Los belgas rechazan la ampliación de poderes para el Consejo General. Antes bien, han venido aquí para recuperar la corona (soberanía) que les fue usurpada” (p. 141). “Sauva de Estados Unidos) dice: Quienes le han mandatado, quieren que se mantenga el Consejo general, pero que no tenga ningún derecho, y que su soberanía no le permita dar órdenes a sus criados (risas)”.

El Congreso rechazó esos intentos por destruir la unidad de la organización, aprobando, por el contrario, el reforzamiento del Consejo general, algo por lo que los marxistas habían estado luchando hasta ese momento. Como señaló Hepner durante el debate: “Ayer tarde se mencionaron dos grandes ideas: centralización y federación. Esta última se expresa a través del abstencionismo, pero abstenerse de actividad política acaba llevando a la comisaría de policía. Y Marx añadió: Sauva ha cambiado de opinión desde (la Conferencia de) Londres. En cuanto a la autoridad, en Londres apoyó la autoridad del Consejo general... aquí defiende lo contrario” (p. 89).

“Marx declara: No pedimos estos poderes para nosotros, sino para la institución. Marx ha señalado que preferiría la abolición del Consejo general, antes que verlo reducido al papel de un simple buzón de correspondencia” (p. 73).

Y cuando los bakuninistas se dedicaron a azuzar el temor pequeñoburgués a la dictadura, Marx argumentó que: “Aun­que diéramos al Consejo general los poderes de un Príncipe Negro o del Zar de Rusia, sus poderes serían ficticios si dejara de representar a la mayoría de la AIT. El Consejo general no dispone de ejército, ni de presupuesto; no es más que una fuerza moral, y dejaría de tener poder en cuanto dejara de contar con el apoyo de toda la Asociación” (p. 154).

El Congreso supo relacionar este reforzamiento de la centralización, con otra importante modificación que se aprobó para los estatutos: la necesidad de un partido político de clase, y la defensa de los principios proletarios de funcionamiento. Ambas cuestiones tenían en común la lucha contra el antiautoritarismo que ataca tanto al partido como a la disciplina de partido.

“Se ha hablado aquí contra la autoridad. Nosotros también estamos contra cualquier tipo de abuso. Pero una cierta autoridad, un cierto prestigio, siempre serán necesarios para cohesionar el partido. Si fueran coherentes, esos antiautoritarios, deberían reclamar también la abolición de los Consejos federales, las federaciones y los comités, e incluso las secciones, pues todas ellas ejercen un mayor o menor grado de autoridad, Deberían instaurar la anarquía absoluta, en todas partes. Es decir, convertir la militancia de la Internacional, en un partido pequeño burgués en bata y zapatillas. ¿Cómo es posible cuestionar la autoridad, tras la Comuna? Al menos nosotros, los obreros alemanes, estamos convencidos de que la Comuna fracasó, principalmente, ¡por no ejercer la suficiente autoridad!” (p. 161).

La investigación sobre la Alianza

El último día del Congreso fue presentado y discutido el Informe de la Comisión de investigación sobre la Alianza.

“Cuno declaró: No hay ninguna duda de que en el seno de la AIT han tenido lugar maquinaciones, mentiras, calumnias y supercherías, cuya existencia ha quedado probada. La Comisión ha realizado un trabajo sobrehumano, hoy ha estado reunida trece horas seguidas. “Os pedimos ahora un voto de confianza, con la aceptación de las peticiones formuladas en el informe.”

En efecto, el trabajo de esta Comisión había sido extraordinario a los largo de todo el Congreso, examinando un montón de documentos, y escuchando los testimonios que solicitaron para esclarecer los diferentes aspectos de la cuestión. Engels leyó el Informe del Consejo general sobre la Alianza. Es muy significativo, que uno de los documentos presentados por el Consejo general a la Comisión fueran los Estatutos generales de la Asociación internacional de trabajadores, tras el Congreso de Ginebra de 1866, lo que pone de manifiesto que lo que amenazaba a la Internacional, no era la existencia de divergencias políticas que pueden darse, con toda normalidad, en el marco previsto en los estatutos, sino la violación sistemática de esos mismos estatutos.

Saltarse los principios organizativos del proletariado constituye, siempre, un peligro mortal para la existencia y la reputación de las organizaciones comunistas. Los estatutos secretos de la Alianza, que el Consejo general facilitó a la Comisión, mostraban, precisamente, que era de eso de lo que se trataba.

La Comisión, que fue elegida por el Congreso, no se tomó su trabajo a la ligera. La documentación de su trabajo es más voluminosa que las mismas actas del Congreso. El documento más extenso, el informe que la Conferencia de Londres había encargado a Utín, consta de cerca de 100 páginas. Al final, el Congreso de La Haya mandató la publicación de un informe, aún más largo, el famoso La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores. Las organizaciones revolucionarias, que nada tienen que ocultar a los obreros, siempre han querido informar al proletariado de este tipo de cuestiones, en la medida en que lo permita la seguridad de la organización.

La Comisión estableció, sin lugar a dudas, que Bakunin había disuelto y refundado la Alianza, al menos en tres ocasiones, para tratar de engañar a la Internacional. Que se trataba de una organización secreta dentro de la Asociación y que actuaba transgrediendo los estatutos y de espaldas a la organización, con objeto de hacerse con el control de esa entidad o destruirla.

La Comisión reconoció, igualmente, el carácter irracional y esotérico de esta formación: “Es evidente que dentro de esa organización existen tres grados, uno de los cuales lleva a los demás de la nariz. Todo este asunto resulta tan exagerado y excéntrico que a todos los de la Comisión, nos han entrado, constantemente, ganas de reírnos. Este tipo de misticismo sería normalmente considerado como una locura. El mayor de los absolutismos se manifestaba en el conjunto de la organización” (p. 339).

El trabajo de la Comisión se vio dificultado por varios factores. En primer lugar, la ausencia del propio Bakunin del Congreso. A pesar de haber pregonado, con su habitual pomposidad, que acudiría al congreso para defender su honor, prefirió dejar esta defensa en manos de sus discípulos, a los que sin embargo aleccionó en la estrategia a utilizar para sabotear las investigaciones. Ante todo, sus seguidores se negaron a facilitar información alguna sobre la Alianza y sobre las sociedades secretas en general, aduciendo motivos de seguridad, como si sus actividades se hubieran dirigido contra la burguesía cuando, en realidad, atacaban a la Asociación. Guillaume repitió lo que ya había dicho en el Congreso de la Suiza romande (abril de 1870): “Todo miembro de la Internacional tiene todo el derecho a unirse a cualquier sociedad secreta, incluso a la masonería. Cualquier investigación sobre una sociedad secreta equivaldría simplemente a una denuncia ante la policía” (Nicolaievsky, Karl Marx).

En segundo lugar, los mandatos imperativos escritos para los delegados jurasianos establecían que: “los delegados del Jura se abstendrán de cualquier cuestión personal, participando en discusiones de ese tipo, sólo si ven obligados a ello. En ese caso, propondrán al congreso olvidar el pasado, y establecer para el futuro tribunales de honor, que deberán decidir cada vez que se acuse a un miembro de la Internacional” (p. 325).

Es ése un ejemplo de documento de cómo escurrir el bulto en política. La clarificación del papel jugado por Bakunin como líder de un complot contra la Internacional, pasa a ser una cuestión personal y no una cuestión enteramente política. En cuanto a las investigaciones... deberán dejarse para el futuro, y a través de una especie de institución permanente para arreglar disputas, como si se tratara de un tribunal burgués. De este modo se desnaturalizaba completamente el verdadero sentido de las comisiones proletarias de investigación, o los auténticos tribunales de honor.

En tercer lugar, la Alianza se presentó como la víctima de la organización. Guillaume protestó porque el Consejo general actúa como una Inquisición en la Internacional (p. 84), afirmando que “todo este asunto no es más que un proceso político y se quiere reducir al silencio a la minoría, que es en realidad, la mayoría (...). Lo que en realidad se ha condenado aquí es el principio federalista” (p. 172). Alerini estima “que la Comisión no dispone más que de pruebas morales, que no materiales. El ha sido miembro de la Alianza, y está orgulloso de ello (...). Pero vosotros no sois más que una Inquisición. Nosotros os exigimos una investigación pública, y pruebas tangibles y concluyentes” (p. 170).

El Congreso eligió a un simpatizante de Bakunin, Splingard, como miembro de la Comisión. Este Splingard hubo de admitir que la Alianza había existido como una sociedad secreta en el interior de la Internacional, aunque demostrara no entender la función que debía cumplir la Comisión, pues se comportó en ella como una especie de abogado defensor de Bakunin (que ya era bastante mayorcito para defenderse a sí mismo) en vez de participar en un trabajo colectivo de investigación: “Marx declara que Splingard se ha portado como un abogado de la Alianza, pero no como un juez imparcial.”

Marx y Lucain tuvieron que refutar la acusación de que carecían de pruebas: “Splingard sabe muy bien que Marx había entregado casi todos los documentos a Engels. El Consejo federal español ha aportado igualmente pruebas. Él (Marx) ha presentado otras de Rusia, pero no puede, evidentemente, revelar quién se las ha enviado. En general sobre esta cuestión, los miembros de la Comisión han dado su palabra de honor de no divulgar nada sobre estas deliberaciones, y sobre todo no dar ningún nombre. Su decisión sobre esta cuestión es inquebrantable.

“Lucain pregunta si debemos aguardar a que la Alianza haya reventado y desorganizado a la Internacional, para presentar pruebas. ¡Nosotros no! No podemos esperar hasta entonces. Nosotros atacamos el mal, allí donde lo encontramos, y cumplimos así nuestro deber” (p. 171).

El Congreso –a excepción de la minoría bakuninista– apoyó rotundamente las conclusiones de la Comisión. En realidad, la Comisión sólo solicitó tres expulsiones: las de Bakunin, Guillaume y Schwitzguebel, y sólo las dos primeras fueron aceptadas por el Congreso, desmintiendo así la falacia de que la Internacional pretendía eliminar, por medios disciplinarios, una minoría incómoda. Las organizaciones revolucionarias, en contra de las acusaciones que lanzan anarquistas y consejistas, no tienen ninguna necesidad de tales medidas, y no temen, sino que, por el contrario, tienen el máximo interés en la más completa clarificación a través del debate. De hecho sólo recurren a las expulsiones en casos muy excepcionales de grave indisciplina y deslealtad. Como señaló Johannard en La Haya: “la expulsión de la AIT es la condena más grave y deshonrosa que pueda caer sobre un hombre; los expulsados ya no podrán pertenecer jamás a una asociación honorable” (p. 171).

El frente parásito contra la Internacional

No entraremos aquí en otra de las dramáticas decisiones adoptadas en el Congreso: el traslado del Consejo general de Londres a Nueva York. Propuesta que venía motivada porque, si bien los bakuninistas habían sido derrotados, el Consejo general en Londres podría haber caído en las manos de otra secta: los blanquistas. Estos, que se negaban a reconocer el retroceso internacional de la lucha de clases causado por la derrota de la Comuna de París, arriesgaban la destrucción del movimiento obrero desangrado en un rosario de absurdas confrontaciones de barricadas. De hecho, aunque Marx y Engels confiaran en poder volver a traer el Consejo general a Europa, más adelante, la derrota de París marca el comienzo del fin de la Iª Internacional (véase la parte IIª de esta serie en la Revista internacional anterior).

Concluiremos este artículo, eso sí, con una de las principales adquisiciones para la historia, de este Congreso de La Haya. Esta adquisición, que desgraciadamente luego quedó relegada o completamente incomprendida (por ejemplo por Franz Mehring en su biografía de Marx), fue la identificación del papel del parasitismo político contra las organizaciones obreras.

El Congreso de La Haya demostró que la Alianza bakuninista no actuaba por su cuenta, sino como un auténtico centro coordinador de toda la oposición parásita, que apoyada por la burguesía, actuaba contra el movimiento obrero.

Uno de los principales aliados de la Alianza en su lucha contra la Internacional, era el grupo americano en torno a Woodhull-West, que difícilmente podían pasar por anarquistas.

“El mandato de West está firmado por Victoria Woodhull quien, desde hace años, intriga para conseguir la presidencia de los Estados Unidos, es la presidente de los espiritistas, predica el amor libre, tiene negocios bancarios, etc. (...) Publicó el famoso llamamiento a los ciudadanos norteamericanos de lengua inglesa, en el que se acusaba a la AIT de un sinfín de atrocidades, y que provocó la creación, en dicho país, de varias secciones sobre unas bases similares. En éste (llamamiento) se habla, entre otras muchas cosas, de libertad personal, libertad social (amor libre), moda en el vestir, sufragio femenino, lengua universal, etc. (...) Estima que la cuestión de la mujer debe tener prioridad sobre la cuestión obrera, y se niega a reconocer a la AIT como una organización de trabajadores” (intervención de Marx, p. 133).

Sorge reveló además las conexiones de todos estos elementos del parasitismo internacional:

“La sección nº 12 ha recibido la correspondencia de la Federación del Jura, y del Consejo federalista universal de Londres. Se han dedicado a intrigas y maniobras desleales, para conseguir el liderazgo supremo de la AIT, y tienen aún la desvergüenza de publicar e interpretar como favorables a ellos, las decisiones del Consejo general que, en realidad, les son adversas. Más tarde condenaron a los communards franceses y a los ateos alemanes. Pedimos aquí disciplina y sumisión, no a las personas sino a los principios y a la organización. Para ganar en América, necesitamos a los irlandeses, pero nunca nos los podremos ganar si antes no rompemos con la sección nº 12 y los ‘free lovers’” (p. 136).

Las discusiones del congreso dejaron aún más clara esta coordinación internacional -a través de los bakuninistas- de los ataques contra la Internacional:

“Le Moussu leyó del Boletín de la Federación del Jura, una reproducción de una carta dirigida a él por el Consejo de Spring Street, en respuesta a las instrucciones para suspender a la sección nº 12 (...) (que concluye) promoviendo la formación de una nueva Asociación que integre a los elementos disidentes de España, Suiza y Londres. Así pues, no contentos con hacer caso omiso de la autoridad conferida al Consejo general por el Congreso, y en vez de postergar la exposición de sus quejas, tal y como preveen los Estatutos, hasta hoy, estos individuos se dedican a formar una nueva sociedad, en abierta ruptura con la Internacional.

“Le Moussu quiere llamar la atención del Congreso, sobre la coincidencia que existe entre los ataques del Boletín de la Federación del Jura contra el Consejo general y sus miembros, y los lanzados por su publicación hermana “La Federación”, editada por los Sres. Vesinier y Landeck. Esta publicación ha sido denunciada como “portavoz” de la policía, y sus editores expulsados de la Sociedad de refugiados de la Comuna en Londres, por ser, precisamente, agentes de la policía. Sus falacias pretenden desprestigiar a los miembros de la Comuna que están en el Consejo general, presentándolos como admiradores del régimen de Bonaparte, mientras que, sobre los restantes miembros, estos miserables siguen insinuando que son agentes de Bismarck. ¡Como si los verdaderos agentes de Bonaparte y Bismarck no fueran quienes, como es el caso de algunos “plumíferos” de distintas federaciones, se arrastran ante los sabuesos de todos los gobiernos, para insultar a los verdaderos héroes del proletariado! Por todo ello, yo les digo a esos viles difamadores: vosotros sois los peores secuaces de las policías de Bismarck, Bonaparte y Thiers” (pp. 50-51). Respecto a los vínculos entre la Alianza y Landeck: “Dereure informó al Congreso que, apenas una hora antes, Alerini le había dicho ser íntimo amigo de Landeck, a quien se le conocía en Londres como espía de la policía” (p. 472).

También el parasitismo alemán, es decir los lassalleanos que habían sido expulsados de la Asociación para la educación de los obreros alemanes de Londres, se sumaron a esta red internacional del parasitismo, a través del mencionado Consejo universal federalista de Londres, en el que participaban junto a otros enemigos del movimiento obrero tales como los masones radicales franceses, y los mazzinistas de Italia.

“El partido bakuninista de Alemania era la Asociación general de obreros alemanes, dirigida por Schweitzer, quien, finalmente, fue desenmascarado como agente de la policía” (Intervención de Hepner, p. 160). El Congreso mostró, del mismo modo, la colaboración existente entre los bakuninistas suizos y los reformistas británicos de la Federación británica que dirigía Hales.

En realidad, junto a la infiltración y la manipulación de sectas degeneradas que, en el pasado, habían pertenecido a la clase obrera, la burguesía puso también en marcha sus propias organizaciones, con las que enfrentarse a la Internacional. Tal fue el caso de los filadelfianos y los mazzinistas residentes en Londres, que ya intentaron hacerse con el control del Consejo general, pero fueron derrotados al ser destituidos sus miembros del subcomité del Consejo general en septiembre de 1865.

“El principal enemigo de los filadelfianos, el hombre que impidió que hicieran de la Internacional un centro de sus actividades, fue Karl Marx” (Nicolaevsky, Las sociedades secretas y la Primera internacional, traducido del inglés por nosotros). Es más que probable, como afirma Nicolaevsky, que existieran vínculos directos entre este medio y los bakuninistas, pues éstos se identificaban abiertamente con los métodos y la organización de la francmasonería.

La actividad destructiva de este medio, tuvo su continuidad en las provocaciones terroristas de la sociedad secreta de Felix Pyatt (la Comuna republicana revolucionaria). Este grupo que había sido expulsado y condenado públicamente por la Internacional, continuó actuando en su nombre y atacando constantemente al Consejo general.

En Italia, por ejemplo, la burguesía puso en marcha la Societa universale dei razionalisti que, bajo la dirección de Stefanoni, se dedicó a atacar a la Internacional en dicho país. Su prensa publicó las calumnias de Vogt y los lassalleanos alemanes contra Marx, y defendió ardientemente a la Alianza de Bakunin.

“El objetivo de toda esta red de falsos revolucionarios no era otro que difamar a los miembros de la Internacional, como hace la prensa burguesa, a la que ellos mismos inspiran. Y, para mayor ver­güenza, lo hacen apelando a la unidad de los trabajadores” (Intervención de Duval, p. 99).

Todo ello explica que la preocupación central de las intervenciones de Marx en este congreso fuera, precisamente, la necesidad vital de defender a la organización de tales ataques.

Esa vigilancia y determinación debe igualmente guiarnos hoy, frente a ataques parecidos.

“Quien se sonría cuando mencionamos la existencia de secciones policiales, debería saber que tales secciones han sido creadas en Francia, Austria, y otros países. De Austria nos ha llegado una petición al Consejo general, para que no se reconozca ninguna sección que no haya sido formada por delegados del Consejo general o por organizaciones locales. Vesinier y sus camaradas, recientemente expulsados del grupo de los refugiados franceses, son evidentemente partidarios de la Federación del Jura (...) Individuos como Vésinier, Landeck y otros, forman, así creo, primero un Consejo federal, luego una Federación y las secciones, y los agentes de Bismarck pueden hacer otro tanto. Razón por la cual, el Consejo general debe tener el derecho de disolver o suspender un Consejo federal o una Federación. (...) En Austria, unos cuantos energúmenos, ultrarradicales y provocadores, formaron secciones destinadas a desprestigiar a la AIT. En Francia, el jefe de la policía formó una sección” (pp. 154-155).

“Ya hubo un caso en que tuvimos que suspender un Consejo federal en Nueva York. Puede que, en otros países, sociedades secretas consigan influenciar a consejos federales, y entonces deberán ser igualmente suspendidos. No podemos permitir la facilidad con la que Vesinier, Landeck y un confidente de la policía alemana, han podido libremente formar federaciones. El Sr. Thiers se ha convertido en el servidor de todos los gobiernos contra la Internacional, y el Consejo debe tener los poderes para erradicar a todos estos elementos corrosivos (...) Vuestras expresiones de ansiedad no son más que un ardid, porque pertenecéis a esas sociedades que actúan en secreto y son de lo más autoritarias” (pp. 47 y 45).

En la cuarta y última parte de esta serie, volveremos a tratar la cuestión de Bakunin, el aventurero político, sacando lecciones generales de la historia del movimiento obrero.

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[1] Actas y Documentos del Congreso de La Haya, ed. Progreso, Moscú. Estas Actas son retomadas de las Actas del Congreso escritas en francés por Benjamin Le Moussu (proscrito de la Comuna de París y miembro del Consejo general desde el 5 de setiembre de 1871) retraducidas del ruso y traducidas del inglés por nosotros. Serán señaladas a lo largo del artículo por la referencia de página.

 

Series: 

  • Cuestiones de organización [1]

Personalidades: 

  • Bakunin [2]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La organización revolucionaria [3]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [4]

Acontecimientos históricos: 

  • Congreso de La Haya [8]

Una política de agrupamiento sin orientación

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La siguiente carta fue enviada a la CCI y a otros grupos e individuos en respuesta a la polémica aparecida en el periódico de la CCI en Gran Bretaña (World Revolution), titulada “La CWO cae víctima del parasitismo político”. Esta polémica defendía que la desaparición del periódico de la CWO Workers Voice, su aparente reagrupamiento con el CBG y su negativa a contribuir a la defensa de una reunión pública de la CCI en Manchester, eran concesiones al parasitismo. Tales concesiones tenían su origen en las bases inadecuadas de la formación de la CWO y en las debilidades organizativas de su reagrupamiento con Battaglia communista en la formación del Buró internacional para la creación del partido revolucionario (BIPR).

Carta de la CWO a World Revolution

Hemos leído con sorpresa vuestro ataque a nosotros en World Revolution no 190. La ferocidad de la polémica no es sorprendente desde el punto de vista de lo que se debate (la organización revolucionaria) sino desde el hecho de que las bases de la polémica reposan sobre una serie de errores factuales que podrían haberse evitado fácilmente preguntándonos simplemente cuál era la situación real. Cuando leímos vuestro confuso informe público del XIº Congreso internacional no quisimos lanzarnos a la polémica sobre las últimas rupturas habidas en la CCI basadas en su supuesto estalinismo. Al contrario, el BIPR discutió ese informe con camaradas de RI en París el pasado mes de junio y se le aseguró claramente que el funcionamiento futuro de la CCI iba a discurrir dentro de las normas de los principios políticos proletarios. Estuvimos enteramente de acuerdo en considerar que la existencia de clanes (basados en lealtades personales), contrariamente a la existencia de facciones (basadas en diferencias políticas sobre nuevas cuestiones), es algo que una organización sana debe evitar. Sin embargo, pensamos que el tratamiento posterior que habéis hecho de esta cuestión os va llevar a una caricatura de la organización política actual. Hablaremos de ello en un futuro artículo de nuestra prensa. Entretanto querríamos que se publique esta carta en vuestra prensa, como medio de corrección, para que los lectores puedan juzgar por sí mismos.

1. Vamos a escribir la historia de CWO para nuestros miembros y simpatizantes, pero podemos asegurar a vuestros lectores que mucho antes de que la CCI o la CWO existieran, la cuestión de derechos federalistas había quedado zanjada a favor de una organización internacional centralizada. La reivindicación de “derechos federalistas” se encuentra en una simple carta particular escrita antes de que la CWO o la CCI existieran, en tiempos de Revolutionary Perspectives, ¡por una sola persona!

2. En septiembre 1975 para entrar en la CWO se requería que la Revolución de Octubre 1917 ([1]) fuera reconocida como proletaria y esto se mantuvo en los 3 años siguientes.

3. La reevaluación que hizo la CWO de la contribución de las Izquierdas comunistas alemana e italiana a la clarificación de la actual Izquierda comunista internacional no se verificó de la noche a la mañana sino que tuvo lugar tras 5 años de debates, a menudo penosos, difíciles, con continuos cambios en la argumentación. Los textos de la CWO con dicho debate se pueden encontrar en los números 18 al 20 de Revolutionary Perspectives. Nuestras discusiones con el Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista) empezaron en septiembre 1978 cuando criticaron fraternalmente nuestra Plataforma y no formalizamos la constitución del BIPR hasta 1984. ¡No se puede hablar de un rápido agrupamiento oportunista!

4. Los maoístas iraníes de los que habláis eran los Students Supporters of de Unity of Communist Militants (Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas). No debían ser maoístas, puesto que la CCI llevó discusiones secretas con ellos (sin que nosotros lo supiéramos en ese momento) hasta que tomaron contacto con nosotros. Pero, además, no podían ser maoístas porque aceptaron los criterios proletarios fijados como básicos de las Conferencias internacionales de la Izquier­da comunista. Su evolución posterior les llevó a integrarse en el Partido comunista de Irán que estaba formado sobre la base de principios contrarrevolucionarios. Se puede encontrar una crítica de esa organización en la Communist Review no 1.

5. El Communist Bulletin Group no estaba compuesto únicamente por ex militantes de la CWO como dais a entender. Incluía también a otros que no han sido nunca miembros de CWO, entre ellos un miembro fundador de World Revolution (que, a su vez, había estado, como otros fundadores, en el grupo Solidarity). Para conocimiento de vuestros lectores queremos añadir que el CBG ya no existe, excepto en las páginas de WR.

6. La CWO no ha tenido ningún reagrupamiento, ni formal ni informal, con el ex CBG, ni con ninguno de sus miembros individuales. En realidad, aparte de recibir el anuncio de su desaparición no hemos tenido ningún contacto directo con el CBG desde que les enviamos en junio 1993 un texto sobre la organización. El cual parece haber precipitado su crisis final.

7. Miembros de la CWO han participado en el Grupo de estudio de Sheffield donde inicialmente había anarquistas, comunistas de izquierda sin afiliación, Subversion y un ex-miembro del CBG. Sin embargo, como hubo miembros de la CCI procedentes de Londres que también asistieron (¡en respuesta no a nuestra invitación sino a la de los anarquistas!), nosotros no nos preocupamos de ser absorbidos por los parásitos. Eso terminó en la primavera de 1995 donde se vio que sólo la CWO estaba inte­resada en proseguir un trabajo de estudio. El Sheffield Study Group se transformó en Reunión de formación de la CWO que está abierta a todos los que simpatizan con la política de la Izquierda Comunista y preparan para su estudio los temas acordados para cada reunión. Desde entonces ninguna otra organización ha participado en ellas.

8. Jamás hemos excluido a la CCI de ninguna de nuestras iniciativas. Cuando la hemos invitado a participar en reuniones conjuntas de todos los grupos de la Izquierda comunista, la CCI se ha negado a participar so pretexto de que no podrían compartir una plataforma con los parásitos (sin embargo, asistió a la reunión). Lejos de temer la confrontación política con la CCI fuimos los únicos que iniciamos una serie de debates celebrados en Londres a finales de los años 70 y a inicios de los años 80. Además, hemos asistido a docenas de reuniones públicas de la CCI tanto en Londres como en Manchester, pese a los problemas geográficos. En 15 años, la CCI sólo ha asistido a una de nuestras reuniones públicas en Sheffield (y sólo para vender WR).

9. No había ningún miembro de CWO en la Reunión pública de Manchester en la que se basa todo ese ruidoso ataque. El único asistente a dicha Reunión pública fue un simpatizante de CWO hasta que llegaron dos individuos más. Todo lo que se dice sobre la Reunión pública es una exageración. Nuestro simpatizante actuó de forma absolutamente correcta en la Reunión. Se disoció específicamente de toda crítica a la CCI como estalinista y esperó hasta que el resto del público se fuera antes de criticar el comportamiento de la Mesa (...).

10. Nosotros no hemos liquidado nuestro periódico sino que hemos adoptado una nueva estrategia de publicaciones que pensamos nos permitirá llegar a más comunistas potenciales. La CWO no ha abandonado ninguna existencia organizativa ni en la apariencia ni de ninguna otra forma. Al contrario, 1996 se ha abierto con nuestro reforzamiento organizativo. Teniendo en cuenta la condición actual de World Revolution, que su polémica sectaria ha puesto en evidencia, es más necesario que nunca que continuemos nuestro trabajo por la emancipación de nuestra clase. Ello incluye naturalmente un debate serio entre los revolucionarios.

CWO

Respuesta a la CWO

Para responder a la carta de la CWO y hacer inteligibles los desacuerdos mutuos ante el medio político proletario, debemos ir más allá de una respuesta, una detrás de otra, a las rectificaciones. No creemos que nuestra polémica esté basada en errores factuales, como demostraremos. Pensamos que las refutaciones factuales de la CWO no hacen más que oscurecer las cuestiones que se debaten. Dan la impresión de que los debates entre revolucionarios son simples querellas insustanciales, lo cual hace el juego a los parásitos que dicen que la confrontación organizada de divergencias es inútil.

Argumentamos en nuestra polémica que la debilidad de la CWO frente al parasitismo estaba basada en una dificultad fundamental para definir el medio político proletario, para comprender el proceso de reagrupamiento que debe desarrollarse y, más aún, las bases de su propia existencia como grupo separado dentro del medio. Esas confusiones organizativas quedaron confirmadas en el propio nacimiento de la CWO y de su comportamiento político con Battaglia comunista así como en las Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (1977-80).

Por desgracia, la CWO no toma en cuenta en su carta esos argumentos –los cuales no son nuevos y han sido desarrollados en la Revista internacional durante los últimos 20 años– y prefiere esconderse detrás de cortinas de humo acusándonos de errores factuales.

La fundación incompleta de la CWO

La CWO se formó sobre la base de las posiciones programáticas y el marco teórico desarrollado por la Izquierda comunista y constituye una expresión real del desarrollo de la conciencia de clase y de su organización, durante el período que se abre tras la contrarrevolución. Sin embar­go, la CWO se creó en 1975 al mismo tiempo que se creaba otra organización (con la que había tenido estrechas discusiones) con las mismas posiciones y el mismo marco general: la Corriente comunista internacional. ¿Por qué crear una organización separada cuando se partía de la misma política? ¿Cómo podía justificarse esta división de las fuerzas revolucionarias cuando su unidad y reagrupamiento tiene una importancia decisiva para el papel de vanguardia en la clase obrera?. Para la CWO una política de desarrollo separado se hacía necesaria debido a diferencias importantes pero de naturaleza secundaria frente la CCI.

La CWO tenía una interpretación diferente a la de la CCI sobre cuándo quedó rematado el proceso de degeneración de la revolución rusa y de ahí los camaradas deducían que la CCI no era para nada un grupo comunista sino un organismo de la contrarrevolución.

Una confusión sobre las bases por las cuales una organización revolucionaria separada debe ser creada y sobre cómo relacionarse con otras organizaciones, refuerza inevitablemente la presión del espíritu de capilla que se ha esparcido ampliamente durante la reemergencia de las fuerzas comunistas desde 1968.

Una de las ilustraciones de este espíritu sectario fue la reclamación de derechos federales dentro de la CCI por parte de la CWO.

En su carta, los camaradas de la CWO aseguran creer en la centralización internacional y rechazan el federalismo. Esto es desde luego muy justo, pero no responde a la cuestión que se debate: ¿fue o no esa reclamación (que los camaradas no niegan haber hecho) una expresión de la mentalidad sectaria? ¿Fue o no un intento para preservar artificialmente la identidad de grupo a pesar de su acuerdo fundamental con los principios centrales del marxismo revolucionario con la CCI? El error de la carta no fue tanto las concesiones al federalismo como el intento de mantener viva una mentalidad de tendero.

Sin embargo, podemos ver que un espíritu sectario puede llevar a debilitar ciertos principios que la organización podría de otra forma mantener en pie. A pesar de su firme creencia en la centralización internacional el agrupamiento de la CWO con Battaglia comunista en 1984 condujo a la formación del BIPR (en el cual, al menos 9 años después, los derechos federales se han seguido manteniendo) que ha permitido a la CWO mantener una plataforma separada diferente tanto de la de Battaglia como de la del BIPR, manteniendo su propio nombre y determinando su propia actividad nacional.

Aquí el problema no es que la CWO no crea en el espíritu de la centralización internacional sino que la confusión sobre los problemas organizativos del agrupamiento hacen la carne débil.

Es cierto que la propuesta sobre derechos federales no fue probablemente el signo más importante de confusión sobre los problemas de agrupamiento. Sin em­bar­go, pensamos que la CWO se equivoca cuando deja de lado su significado una vez más.

Si la CCI no hubiera rechazado firmemente esta propuesta es harto posible, en vista de la naturaleza federalista del reagrupamiento con Battaglia comunista, que su reclamación de derechos federales no se hubiera quedado simplemente en tinta sobre el papel.

Es estúpido que los camaradas se lamenten que la carta se hubiera redactado antes de que tanto la CWO como la CCI existieran y por lo tanto no sería nada relevante. Una carta así no podía haberse escrito después de la formación de la CWO porque una de las bases de la misma fue ¡que la CCI había caído en el campo del capital!

En otra rectificación tangencial de nuestra polémica original, los camaradas de la CWO insisten en que el reconocimiento de la naturaleza proletaria de la Revolución de Octubre de 1917 fue una condición para ser miembro de CWO desde septiembre 1975.

Lo sabemos, camaradas, y sobre ello no oponíamos nada en nuestra polémica. La CCI recuerda muy bien las largas discusiones que hubo entre 1972-74 para convencer a los elementos que luego fundarían la CWO del carácter proletario de la Revolución de Octubre. Mencionábamos en nuestra polémica que el grupo Workers Voice, con el cual se juntó Revolutionary Perspectives para formar la CWO, no era homogéneo sobre esa cuestión vital, para ilustrar una vez más que ese agrupamiento fue, en el mejor de los casos, contradictorio. Esto se pudo confirmar con las escisiones de CWO un año después entre las 2 partes constituyentes, y la escisión que hubo de nuevo no mucho tiempo después. No solo la CWO elevaba cuestiones secundarias a la categoría de fronteras de clase, sino que minimizaba las cuestiones fundamentales.

La CWO, las Conferencias internacionales y el BIPR

El problema de entender lo que es el medio político proletario y cómo puede unificarse se planteó también en las Conferencias internacionales. El llamamiento para un foro por parte de Battaglia comunista y la respuesta positiva dada por la CCI, la CWO y otros grupos, expresaba indudablemente el deseo de eliminar las falsas divisiones en el movimiento revolucionario. Desgraciadamente el intento se frustró tras 3 conferencias. La principal razón de este fracaso fueron serios errores políticos acerca de las condiciones y al proceso de reagrupamiento de los revolucionarios.

Los criterios de invitación de BC para la primera conferencia no eran claros dado que grupos izquierdistas como Combat communiste y Union ouvrière fueron invitados y, en cambio, organizaciones del campo político proletario como Programma comunista no fueron invitadas. Tampoco fue claro el motivo para reunir a los grupos comunistas. En el documento original de invitación, BC proponía como tema el viraje de los partidos comunistas europeos hacia la socialdemocracia.

Desde el principio la CCI insistió en que se estableciera una clara delimitación sobre quién podía participar en las Conferencias. En ese momento, la Revista internacional no 11 publicaba una Resolución sobre los Grupos políticos proletarios que emanaba del IIo Congreso de la CCI. En la Revista Internacional no 17 publicamos una Resolución sobre el proceso de reagrupamiento que fue sometida a la consideración de la IIª Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista. Para proseguir el proceso de reagrupamiento hacía falta tener una clara idea de quién formaba parte del medio político proletario. La CCI también insistió en que la conferencia examinara las diferencias políticas fundamentales que existieran entre los grupos con objeto de que se produjera una progresiva eliminación de falsas diferencias, especialmente aquellas que habían sido creadas por el sectarismo.

Una medida de los diferentes enfoques existentes acerca del objetivo de las conferencias la dio la discusión que abrió la sesión inicial de la IIª Conferencia internacional (noviembre 1978). La CCI propuso una resolución para criticar el sectarismo de grupos como Programma y FOR que se habían negado a participar de forma sectaria. Esta Resolución fue rechazada tanto por BC como por CWO quien dijo: la­men­tamos que alguno de estos grupos haya juzgado inútil asistir. Sin embargo, sería improductivo gastar nuestro tiempo en condenarlos. Puede que alguno de esos grupos cambie de parecer en el futuro. Además, la CWO está discutiendo con alguno de ellos y sería poco diplomático adoptar semejante resolución (“IIª Conferencia internacional de los grupos de la Izquierda comunista”, p. 3, Volumen 2).

Aquí residió el problema de las conferencias. Para la CCI debían continuar basadas en claros principios organizativos, cimiento del proceso de agrupamiento. Para CWO y BC eran cuestión de... diplomacia, aunque la CWO fue lo suficiente torpe como para decirlo abiertamente ([2]).

Al principio, tanto BC como la CWO no tenían claridad sobre quién debía estar en las conferencias. Pero más tarde cambiaron bruscamente hacia un fuerte incremento de los criterios, lo cual expusieron repentinamente al final de la IIIª Conferencia. El debate sobre el papel del partido, el cual era el punto de mayor confrontación entre los diferentes grupos, fue cerrado. La CCI, que no estaba de acuerdo con la posición adoptada por BC y CWO, fue excluida.

El error de esta maniobra se comprobó con la IVª Conferencia en el cual BC y CWO relajaron los criterios de nuevo y el lugar de la CCI fue tomado por los Estudiantes en apoyo de la unidad de militantes comunistas (SUCM), los cuales habían roto solo aparentemente con el izquierdismo iraní.

Sin embargo, de acuerdo con lo que dice la carta de la CWO, la SUCM no era maoísta porque la CCI había discutido con ella secretamente y porque aceptaba los criterios para participar en las conferencias.

La CWO adopta un desafortunado argumento consistente en decir nuestros errores son los vuestros que no constituye un método apropiado para comprender los hechos. Volveremos sobre ese argumento más tarde.

La dominación del revisionismo sobre el Partido comunista de Rusia ha dado como resultado una derrota y un retroceso de la clase obrera mundial desde uno de sus más importantes baluartes ([3]). Por revisionismo esos maoístas iraníes entienden, como explican en todos los puntos de su programa, la revisión kruvchevista del marxismo-leninismo, o sea, del estalinismo. Según ellos, el proletariado fue derrotado definitivamente no cuando Stalin anunció la construcción del socialismo en un solo país, sino después de que Stalin muriese. El proletariado fue derrotado según ellos mucho después de haber sido crucificado en los gulags o en los campos de batalla imperialista de la IIª Guerra mundial, después de la destrucción del Partido bolchevique, después de la derrota de la clase obrera mundial en Alemania, China, España. Después de que 20 millones de seres humanos fueran arrojados al matadero de IIª Guerra mundial

En sus comienzos, la CWO juzgaba a la CCI contrarrevolucionaria, porque consideraba que la degeneración de la Revolución Rusa no se había completado en 1921. Siete años más tarde, la CWO tiene una discusión fraterna para formar el futuro partido con una organización que consideraba que la revolución había terminado en ¡1956!.

Según el SUCM la revolución socialista no está al orden del día de la historia ni en Irán ni en ninguna otra parte, sino una revolución democrática que supuestamente sería una etapa hacia aquélla.

Negando la naturaleza imperialista de la guerra Irán/Irak, el SUCM ofrecía los argumentos más sofisticados para que el proletariado fuera sacrificado en aras de la defensa nacional. El SUCM parecía de acuerdo con CWO/BC sobre el papel del partido. Pero el papel organizativo que tenían en mente era el de movilizar a las masas tras el poder burgués.

En la IVª Conferencia, sin embargo, podemos ver algunas muestras de su verdadera naturaleza: “Nuestra verdadera objeción es sin embargo la teoría de la aristocracia obrera. Pensamos que es el último germen de populismo en la UCM y su origen está en el maoísmo ([4]).

“La teoría del SUCM del campesinado revolucionario es una reminiscencia del maoísmo, algo que nosotros rechazamos totalmente” ([5]).

Demasiado para una organización de la que ahora dice la CWO que podría no haber sido maoísta.

El gran interés y la pseudo fraternidad mostrada por el SUCM hacia el medio político proletario de Gran Bretaña y su ocultamiento del maoísmo detrás de la pantalla del radicalismo verbal, ciertamente explica que en un primer momento la CWO y BC se dejaran engañar por tal organización. También, la sección de la CCI en Gran Bretaña, World Revolution, pensaba inicialmente que el SUCM podría ser una posible expresión del surgimiento obrero de 1980 en Irán, antes de comprender su naturaleza contrarrevolucionaria. Pero esto no explica satisfactoriamente la automistificación de la CWO, particularmente desde que WR advirtió a la CWO de la auténtica naturaleza del SUCM y criticó su inicial apertura hacia él. También trató de denunciar a esta organización en una Conferencia de CWO pero fue interrumpida por las vociferaciones de la CWO antes de acabar ([6]).

El debate entre los revolucionarios no puede basarse en la filistea moral de las culpas compartidas. Hay errores y errores. World Revolution trató de evitar errores mayores y sacó las lecciones. CWO y BC cayeron en un grave desatino cuyos efectos todavía se siguen sufriendo en el medio político proletario. La farsa de la IVª Conferencia acabó con las conferencias como puntos de referencia para las fuerzas revolucionarias emergentes. Y sin embar­go, la CWO se sigue negando a reconocer el desastre y sus orígenes. Estos se basan en una ceguera sobre la naturaleza del medio político proletario causada por una política de agrupamiento basada en la diplomacia.

La formación del BIPR

En la polémica de WR pusimos en evidencia que el reagrupamiento entre CWO y BC para formar el BIPR sufría de las mismas debilidades que las que se manifestaron en las Conferencias Internacionales.

En particular, este reagrupamiento no ocurrió como resultado de una clara resolución de las diferencias que separaban los distintos grupos de la Izquierda comunista, ni tampoco de las que existían entre BC y CWO.

Por una parte el BIPR afirma que no es una organización unificada ya que cada grupo tiene su propia plataforma. El BIPR tiene unas cuantas plataformas: la de BC, la de la CWO y la del propio BIPR que es una suma de las dos primeras menos los desacuerdos que tienen entre sí. Además, la CWO tiene una plataforma de Grupos de trabajadores desempleados y otra de Grupos de fábrica. También está en proceso de redacción una plataforma popular con el CBG, como veremos más adelante.

El BIPR se declara por el partido pero contiene una organización, BC, que manifiesta ser el partido internacional: Partito comunista internazionalista.

Por otro lado, jamás hemos visto, ni en la prensa de estas dos organizaciones ni en la prensa común, el más mínimo debate sobre sus desacuerdos. Y sin embargo existen diferencias importantes entre ambas: sobre la posibilidad del parlamentarismo revolucionario, sobre la cuestión sindical o la cuestión nacional. En todos esos aspectos hay un contraste muy fuerte entre el BIPR y la CCI, que es una organización internacional unificada y centralizada y que, siguiendo la tradición del movimiento obrero, abre sus debates al exterior.

Sobre el problema de su vínculo con BC, la CWO afirma en su carta que el reagrupamiento con BC no ocurrió de la noche a la mañana y que no puede hablarse de un rápido reagrupamiento oportunista.

Sin embargo, nuestra polémica no planteaba la cuestión de la velocidad de dicho reagrupamiento sino que criticaba la solidez de sus bases políticas y organizativas.

El BIPR estaba basado en una autoproclamada selección de las fuerzas que deberían llevar al partido del futuro. Sin embargo, 12 años después de la formación del BIPR no han permitido unificar siquiera a las dos organizaciones fundadoras.

La tentativa de reagrupamiento de la CWO con el CBG

La política de reagrupamiento de la CWO (caracterizada por la falta de criterios serios de definición del medio político proletario y de sus enemigos) ha conducido de nuevo hacia potenciales catástrofes en el comienzo de los años 90. No han sido sacadas las lecciones de la desgraciada aventura con los izquierdistas iraníes. La CWO se lanzó a una aproximación hacia los grupos parásitos, el CBG y la FECCI, anunciando un posible nuevo comienzo para el medio político proletario en Gran Bretaña. La carta de la CWO dice que no hay reagrupamiento con el CBG y que no hay contacto directo con ese grupo desde 1993. Estamos muy contentos de oírlo. Sin embargo, cuando escribimos la polémica en WR 190 dicha información no había sido hecha pública y nosotros nos basamos en la información más reciente proveniente de Workers Voice que decía:

“Dada la reciente cooperación práctica entre miembros de la CWO y el CBG en la campaña contra el cierre de pozos, los dos grupos celebraron una reunión en Edimburgo en diciembre para discutir las implicaciones de dicha cooperación. Políticamente, CBG aceptó que la plataforma del BIPR no es una barrera para el trabajo político mientras la CWO clarifique qué entiende por organización centralizada en el periodo actual. Una serie de malentendidos fueron aclarados entre ambas partes. Se decidió hacer más formal la cooperación práctica. Se llegó a un acuerdo que la CWO en su conjunto debe ratificar en enero (después del cual un informe más completo será expuesto) que incluye los puntos siguientes:

  1. El CBG podría producir contribuciones regulares a Workers Voice y recibir los informes de edición (lo mismo se aplicaría a los panfletos, etc.).
  2. Las reuniones trimestrales de la CWO se abrirán a la presencia de miembros del CBG.
  3. Los dos grupos discutirán una plataforma popular que debe ser preparada por un camarada de la CWO como instrumento de intervención. CBG dará respuesta escrita antes de una reunión en junio de 1993 para seguir el progreso en el trabajo conjunto.
  4. Los camaradas de Leeds de ambas organizaciones prepararán esta reunión.
  5. Será bien recibidas reuniones públicas conjuntas con otros grupos de la Izquierda comunista asentados en Gran Bretaña.
  6. Se dará información de este acuerdo en el próximo Workers Voice” ([7]).

Desde entonces ningún acuerdo (o desacuerdo) ha sido manifestado en Workers Voice, de forma breve o de otra manera. Y como desde entonces se desarrolló una actividad común, sería válido suponer que algún tipo de agrupamiento habrá tenido lugar entre CWO/CBG. La rectificación de la CWO da la equívoca impresión de que este agrupamiento fue una pura invención por nuestra parte. Pero no es así, de la misma manera en que la CWO pensaba transformar una organización maoísta en vanguardia del proletariado, pensó también que se puede convertir a los parásitos en militantes comunistas. De la misma forma en que tomó la aceptación por parte del SUCM de los criterios básicos del proletariado como moneda contante y sonante, pensó que bastaba con que la CBG aceptara la plataforma del BIPR, dejando de lado que muchos de los miembros de ese grupo, capitaneado por un elemento llamado Ingram, rompieron con la CWO en 1978 y después intentaron destruir la sección inglesa de la CCI en 1981.

La CWO pensó que se había clarificado la noción de organización centralizada con un grupo que contribuyó a la formación de una tendencia secreta dentro de la CCI, con el objetivo de convertir sus órganos centrales en un mero apartado postal (buscando el mismo objetivo que Bakunin y su Alianza con el Consejo general de la Iª Internacional). Pensó que podría confiar en un grupo que había robado material a la CCI y que cuando ésta intentó recuperarlo la amenazó con llamar a la policía.

La iniciativa de la CWO con los parásitos, unos enemigos declarados de las organizaciones revolucionarias, ha tenido como efecto el dignificarlos como auténticos miembros de la Izquierda comunista y ha legitimado sus tropelías contra las organizaciones del medio. El daño causado por el intento de reagrupamiento de la CWO con el CBG incluye el que ha causado a la propia CWO. Estamos convencidos de esto por las siguientes razones.

En primer lugar, porque el parasitismo no es una corriente política en el sentido que tiene para el proletariado. El parasitismo no se define por un programa coherente sino que su verdadero objetivo es co­rroer esa coherencia en nombre del antisectarismo y de la libertad de pensamiento. El trabajo de denigración de las organizaciones revolucionarias y de promoción de la desorganización pueden continuarlo por vías informales como ex miembros de esas organizaciones como es el caso del CBG que ha continuado su labor de zapa después de haber dado por terminada su existencia formal.

En segundo lugar, el parasitismo si es admitido en el medio político proletario puede debilitar la vertebración de las organizaciones revolucionarias existentes y reducir su capacidad para definirse a sí mismas y a los demás grupos de forma rigurosa. Los resultados pueden ser catastróficos incluso aunque conduzcan en un primer momento a un crecimiento numérico.

Aunque finalmente el reagrupamiento con el CBG haya sido abortado, hay serias cuestiones que quedan pendientes de responder por la CWO. ¿Por qué se ha desarrollado una relación con tal grupo si su única razón de existir es denigrar a las organizaciones del medio político proletario? ¿Por qué en lugar de hacer nada no se ha planteado seriamente el análisis de las debilidades e incomprensiones que han conducido a semejante error?

Las consecuencias de la aventura con el CBG

La polémica de WR con CWO la escribimos en respuesta directa e inmediata para tratar de explicar dos acontecimientos recientes muy preocupantes: la incapacidad para defender una reunión pública de WR contra el sabotaje del grupo parásito Subversion y, por otra parte, la liquidación del periódico Workers Voice.

Esto indica desde nuestro punto de vista una peligrosa ceguera frente a los enemigos del medio político proletario y además una tendencia a tomar algunos aspectos de la actividad del parasitismo político en detrimento de una militancia comunista.

Por desgracia, la carta de la CWO no considera los argumentos de la polémica sobre esta cuestión de la misma forma que ha tomado en cuenta los argumentos sobre las demás.

En lo que concierne a la reunión pública, para la CWO no hay nada que responder porque el resumen de la CCI es una grosera exageración.

La cuestión fundamental que la CWO evita responder es la siguiente: ¿fue o no saboteada la reunión pública por los parásitos? La CCI ha expuesto las evidencias de ello en dos números de World Revolution, su periódico en Gran Bretaña. Este sabotaje consistió en interrupciones de la reunión, repetidas provocaciones físicas y verbales contra los militantes de la CCI, insultos típicos de los parásitos tales como estalinismo, autoritarismo etc., creando un clima donde la discusión se hizo imposible consiguiendo finalmente que la reunión se clausurara antes de tiempo. El simpatizante de la CWO no fue capaz de luchar contra el sabotaje de la reunión y en lugar de defender a la CCI prefirió sumarse con sus críticas al juego parásito. La CWO habría hecho lo mismo. Porque se niega a pronunciarse sobre si tal sabotaje tuvo o no tuvo lugar y prefiere echar en cara a la CCI unas indeterminadas exageraciones groseras.

Otro tanto con Workers Voice. La carta nos dice que la CWO no ha liquidado este periódico sino que ha adoptado una nueva estrategia de publicaciones con Revolutionary Perspectives.

Sin embargo, las cosas deben quedar claras: la CWO ha detenido la publicación del periódico Workers Voice y la ha sustituido por una revista teórica, Revolutionay Perspectives.

La carta no responde a nuestra argumento: detrás de esa nueva estrategia se esconden serias concesiones al parasitismo político. La CWO declara que Revolutionary Perspectives está por la reconstitución del proletariado. Del mismo modo, sugiere, sin entrar en detalles, que el colapso de la URSS ha creado un amplio conjunto de nuevas tareas teóricas.

En el momento mismo en que es importante insistir en que la teoría revolucionaria sólo puede desarrollarse en un contexto de una intervención militante en la lucha de clases, la CWO hace concesiones a las ideas propagadas por ciertos grupos parásitos de la tendencia academicista, que disfrazan su impotencia y su falta de voluntad militante con la pretensión de zambullirse en las “nuevas cuestiones teóricas”. Sin duda la CWO no ha llegado hasta ahí, pero puesto que es un grupo del medio político proletario, sus debilidades pueden servir de tapadera a los grupos que parasitan ese medio. Cabe señalar además que la gran preocupación de la CWO sobre la “reconstitución del proletariado” recuerda bastante la obsesión de la FECCI sobre el mismo tema, obsesión inspirada en doctores en sociología como Alain Bihr, sutil portavoz, pagado por los media de la burguesía, de la idea de que el proletariado ya no existe o que ya no es la clase revolucionaria ([8]). El propósito de los parásitos con tales cuestionamientos no es favorecer la clarificación en el seno de la clase obrera sino denigrar la teoría política y organizativa del marxismo y erosionar sus bases. No es eso desde luego lo que quiere CWO, pero el abandono de su periódico y la limitación de su intervención a la publicación de una revista teórica no es, desde luego, coherente con la apremiante necesidad de un periódico revolucionario como propagandista colectivo y como agitador colectivo.

En su nueva publicación la CWO, no ha sido capaz, hasta el nº 3, de publicar unos principios pásicos. Esto da por sí mismo una idea de lo que es como organización. No tiene nada de accidental sino que representa un serio debilitamiento de su presencia militante en la clase obrera.

La CWO y la CCI

La dificultad de la CWO para abordar la cuestión del medio político proletario la ha conducido a una peligrosa apertura hacia los enemigos del medio, los parásitos y los izquierdistas. La otra cara de esa política ha sido una política de hostilidad sectaria hacia la CCI. En Gran Bretaña ha tratado de evitar una sistemática confrontación de las diferencias políticas con World Revolution y ha tratado de proseguir una política de desarrollo separado a través particularmente de grupos de discusión con criterios de participación extremadamente confusos cuyo único criterio claro era la exclusión de la CCI.

Según la carta de la CWO, este grupo ha participado en el Grupo de estudio de Sheffield junto con anarquistas, elementos de la Izquierda comunista y parásitos como Subversion y un ex miembro del CBG. Recientemente el grupo de estudio se habría transformado en reunión de formación de la CWO.

Esa no es la realidad: la CWO organizó el Grupo de estudio de Sheffield como un club sin criterios políticos claros sobre participación y propósitos y todo ello parece haber llevado a su defunción en una vía tan confusa como su origen.

La reunión de formación no ha cambiado demasiado respecto a su antecesor: ¿a quiénes se ha excluido? ¿a los parásitos, a los anarquistas, o sólo a aquellos que no quieren estudiar? En todo caso la no asistencia de la CCI continúa siendo la única condición existente. En la última reunión, aparentemente sobre la Izquierda comunista en Rusia, la CCI como organización fue específicamente no invitada aunque una camarada de la CCI fue invitada ¡pero sobre la base de que ella era la compañera de uno de los participantes más destacados del grupo!. Naturalmente, dado que los miembros de la CCI son responsables ante la organización y no van por libre, esta simpática invitación fue rechazada.

Pese a lo que la CWO dice en su carta, ninguna nueva invitación ha sido cursada a la CCI para participar en las reuniones de formación. Por ello, por lo que podemos conocer, esas reuniones no son un punto de referencia para la confrontación político-teórica en el medio político proletario sino un tinglado sectario donde la discusión es alimentada por las necesidades de la diplomacia y no por claros principios.

Es evidente que la CWO jamás ha admitido su política de desarrollo separado y que, por el contrario, clama, contra toda evidencia, que siempre ha mantenido una apertura hacia la CCI, restringida únicamente por contingentes dificultades geográficas.

Es cierto que desde la formación de una tendencia de la Izquierda comunista en Gran Bretaña, la CWO ha asistido a una docena de reuniones públicas de la CCI, pero el número de estas en los últimos 20 años asciende a varios cientos.

Desde que la CWO escribió su carta, la CCI ha celebrado reuniones públicas en Manchester y Londres sobre temas tales como las huelgas en Francia o la cuestión irlandesa, acerca de las cuales la CWO mantiene puntos de vista diferentes, y, sin embargo, la CWO no ha sido capaz de asistir a ninguna de ellas para defender su posición. Tampoco la CWO se preocupó de asistir a la reunión pública sobre la defensa de la organización revolucionaria celebrada en enero de 1996. En ese período la CWO ha tenido una reunión abierta en Sheffield sobre el tema Racismo, sexismo y comunismo y tanto su anuncio en Revolutionary Perspectives nº 3 en las librerías como su carta de comunicación a World Revolution llegó una semana después de su celebración.

La actitud sectaria de la CWO hacia la CCI no se explica por razones geográficas a no ser que creamos que internacionalistas como los miembros de la CWO son incapaces de recorrer las 37 millas que separan Sheffield de Manchester o las 169 que hay hasta Londres.

He aquí la verdadera razón. Según la CWO: “El debate es imposible con la CCI, como ocurrió en una reciente reunión pública en Manchester donde los camaradas no podían entender cualquier hecho, argumento o idea que no cupiera en su “marco”. Pero ese marco es puramente idealista y como declaró uno de nuestros camaradas consiste en las cuatro paredes de un manicomio” ([9]).

O sea: el debate es imposible con la CCI pero ¡es posible con izquierdistas, anarquistas y parásitos!

Es hora de que la CWO reconsidere su errática política sobre el reagrupamiento de los revolucionarios.

Según la carta de la CWO la polémica de la CCI es una muestra de sectarismo sin precedentes. Pero un crítica seria y profunda de una organización revolucionaria hacia otra que ponga en cuestión su posiciones erradas ¡no es sectarismo!. Las organizaciones revolucionarias tienen el deber de confrontar sus diferencias y eliminar si es posible las confusiones y la dispersión entre ellas para acelerar la unificación de las fuerzas revolucionarias en el futuro partido mundial del proletariado.

Lo que caracteriza al sectarismo es precisamente evitar esa confrontación, bien sea a través del aislamiento o a través de maniobras oportunistas con objeto de preservar la existencia separada de un grupo a toda costa.

Michael, agosto de 1996


[1] Es cierto que durante ese mismo período, los camaradas que iban a publicar World Revolution y que formarían la sección de la CCI en Gran Bretaña (y que procedían en parte del grupo consejista Solidarity, al igual que el grupo Revolutionary Perspectives) no eran claros sobre la naturaleza de la Revolución rusa. Pero los demás grupos constitutivos de la CCI, en particular Revolution international, habían defendido muy claramente su carácter proletario a lo largo de las conferencias y discusiones que se verificaron entonces.

[2] La carta de la CWO da la impresión de que la CCI ha inventado cosas para atacar a la CWO. ¡Pero eso no es necesario aunque quisiéramos! Durante años los errores de la CWO que han expresado su confusión organizativa y política han sido transparentemente claros.

[3] Ver el Programa del Partido comunista adoptado por la Unidad de militantes comunistas. Este programa que la UCM adoptó junto con Komala (una organización gue­rrillera vinculada al Partido democrático del Kurdistán) salió a la luz en mayo de 1982, 5 meses antes de la IVª Conferencia. Este programa se basaba a su vez en el que la UCM publicó en marzo de 1981 y fue presentado como contribución a la discusión de la IVª Conferencia.

[4] Ver las actas de la IVª Conferencia de los grupos de la Izquierda Comunista, septiembre 1982.

[5] Idem.

[6] World Revolution nº 60, mayo 1983.

[7] Workers Voice nº 64, enero/febrero 1993.

[8] Revista internacional nº 74, “El proletariado sigue siendo la clase revolucionaria”.

[9] Workers Voice, invierno de 1991-92.

 

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre agrupamiento [9]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Communist Workers Organisation [10]

Rubric: 

Respuesta a la Communist Workers Organisation

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Links
[1] https://es.internationalism.org/en/tag/21/516/cuestiones-de-organizacion [2] https://es.internationalism.org/en/tag/20/518/bakunin [3] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria [4] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/primera-internacional [5] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/segunda-internacional [6] https://es.internationalism.org/en/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional [7] https://es.internationalism.org/en/tag/5/574/franmasoneria [8] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/congreso-de-la-haya [9] https://es.internationalism.org/en/tag/21/377/polemica-en-el-medio-politico-sobre-agrupamiento [10] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/communist-workers-organisation