Aniversario del hundimiento del estalinismo
Hace veinte años ocurrió uno de los acontecimientos más importantes de la segunda parte del siglo xx: el hundimiento del bloque imperialista del Este y de los regímenes estalinistas de Europa y entre ellos el principal, la URSS.
Esos hechos fueron utilizados por la clase dominante para desencadenar una de las campañas ideológicas más masivas y viciosas que se hayan dirigido contra la clase obrera. Identificando fraudulentamente y una vez más, el estalinismo que se desmoronaba con el comunismo, haciendo de la quiebra económica y de la barbarie de los regímenes estalinistas la consecuencia inevitable de la revolución proletaria, la burguesía quería desviar a los proletarios de toda perspectiva revolucionaria y asestar un golpe definitivo a los combates de la clase obrera.
Y, además, la burguesía se aprovechó del acontecimiento para hacer tragar otra patraña del mismo calibre: con la desaparición del estalinismo, el capitalismo entraba en una era de paz y prosperidad e iba por fin a desarrollarse de verdad. Y nos prometía un porvenir radiante.
El 6 de marzo de 1991, George Bush padre, presidente de los Estados Unidos de América, valiéndose de su reciente victoria sobre los ejércitos iraquíes de Sadam Husein, anunciaba el advenimiento de "un nuevo orden mundial" y el de un "mundo en el que las Naciones Unidas, liberadas del atolladero de la guerra fría, tendrán la capacidad para realizar la visión histórica de sus fundadores. Un mundo en el que la libertad y los derechos humanos serán respetados por todas las naciones".
Veinte años después, leer eso provocaría carcajadas, si no fuera porque el desorden mundial y la proliferación de conflictos por todos los rincones del mundo que han caracterizado el mundo desde ese célebre discurso, no hubieran sembrado tanta muerte y tanta miseria. En esto, el balance de cada año es peor que el del anterior.
En cuanto a la prosperidad, no está precisamente el horno para bollos. En efecto, desde el verano 2007 y sobre todo 2008, ese beato optimismo se derritió como nieve al sol. Desde ahora, en el centro de los discursos burgueses, las palabras "prosperidad", "crecimiento", "triunfo del liberalismo" han desaparecido discretamente. A la mesa del gran banquete de la economía capitalista se ha invitado alguien que parecía haber sido expulsado para siempre: la crisis, el espectro de una "nueva gran depresión" parecida a la de los años 30.." ([1]) Ayer se consideraba que el hundimiento del estalinismo era el triunfo del capitalismo liberal. Y hoy le toca a ese mismo liberalismo ser acusado de todos los males por los especialistas y los políticos, incluso entre quienes eran sus más rabiosos defensores como el presidente francés Sarkozy.
Las fechas de aniversario no pueden, por definición, escogerse. Lo menos que puede decirse de este vigésimo aniversario es que cae pero que muy mal para la burguesía. Hoy parece que deliberadamente evita volver a dar la tabarra con lo de "la muerte del comunismo", "el fin de la lucha de clases", aunque ganas no le faltan. Porque resulta que la situación del capitalismo es desastrosa, una situación que desvelaría todavía más la impostura de esos temas ideológicos. Por eso la burguesía nos libra de las grandes celebraciones sobre el desmoronamiento de la "última tiranía mundial", de la gran victoria de la "libertad". En realidad, a parte de alguna que otra obligada evocación histórica, hay poca euforia y exaltación.
Ya la historia ha zanjado sobre esa paz y prosperidad que el capitalismo iba a ofrecernos, pero no por eso la barbarie y la miseria actuales aparecen claramente para los explotados como la consecuencia ineluctable de las contradicciones insuperables del capitalismo. En efecto, la misión de la propaganda de la burguesía, hoy orientada más bien hacia la necesidad de "humanizar" y de "reformar" el capitalismo, es retrasar al máximo la toma de conciencia de la realidad para los explotados. La realidad sólo ha desvelado una parte de la mentira, la otra parte, o sea, la identificación del estalinismo con el comunismo sigue todavía pesando en el cerebro de los vivos, aunque, evidentemente, de manera menos masiva y embrutecedora que durante los años 90. Así pues, es necesario recordar algunos elementos históricos.
"De hecho todos los países de régimen estalinista se encuentran en un atolladero. La crisis mundial del capitalismo se repercute con una brutalidad particular en su economía que es, no solamente atrasada, sino también incapaz de adaptarse en modo alguno a la agudización de la competencia entre capitales. La tentativa de introducir en esa economía normas "clásicas" de gestión capitalista para mejorar su competitividad, no hará más que provocar un desorden todavía mayor, como lo demuestra en la URSS el fracaso completo y rotundo de la "Perestroika". (...) La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una "democratización pacífica" ni la de un "enderezamiento" de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos" ("Convulsiones capitalistas y luchas obreras", 7/09/1989, Revista internacional no 59).
Esa situación catastrófica de los países del Este no impedirá a la burguesía presentarlos como poseedores de unos mercados inmensos por explotar una vez liberados del yugo del "comunismo". Para ello, habría que desarrollar una economía moderna que, además, poseería la virtud de llenar la cartera de pedidos de las empresas occidentales durante décadas. La realidad fue muy distinta: había, sí, muchas cosas por construir, pero nadie para pagarlas.
El boom esperado del Este no iba a llegar, y, al contrario, se echa la culpa sin el menor escrúpulo de las dificultades económicas que aparecen en el Oeste a la asimilación necesaria de los países atrasados del antiguo bloque del Este. Así ocurre con la inflación que se controla con dificultad en Europa. La situación no tarda en desembocar a partir de 1993, en una recesión abierta en el viejo continente ([2]). Así, la nueva configuración del mercado mundial, con la integración completa en su seno de los países del Este, no cambió absolutamente nada en las leyes fundamentales que rigen el capitalismo. Muy especialmente, el endeudamiento ha seguido ocupando un lugar cada día más importante en la financiación de la economía, volviéndola cada día más frágil e inestable. Las ilusiones de la burguesía se disiparían pronto ante la dura realidad económica de su sistema. Así, en diciembre de 1994, México se resquebraja frente al aflujo de especuladores que la Europa en crisis había hecho huir: se hunde el peso mexicano con el riesgo de arrastrar a una buena parte de las economías americanas. La amenaza es real y así lo entiende la burguesía. Una semana después del inicio de la crisis, Estados Unidos moviliza 50 mil millones de dólares para sostener la moneda mexicana. En aquel entonces, esa cantidad pareció astronómica... Ahora, veinte años más tarde, EEUU ha movilizado ¡catorce veces más sólo para su propia economía!
En 1997, más de lo mismo, esta vez en Asia. Son ahora las monedas de los países del Sureste asiático las que se desmoronan brutalmente. Los Tigres y Dragones, países modélicos del desarrollo económico, escaparate del cacareado "nuevo orden mundial" cuya prosperidad es accesible incluso a los países más pequeños, sufren también ellos la dura ley capitalista.
La atracción hacia esas economías había inflado una burbuja especulativa que estallará a principios de 1997. En menos de un año serán afectados todos los países de la región. 24 millones de personas caen en el desempleo en un año. Se multiplican las revueltas y los pillajes causando la muerte de 1200 personas. Se dispara el número de suicidios. Al año siguiente se comprueba que el contagio internacional avanza, apareciendo dificultades graves en Rusia.
Se enterraba así el modelo asiático, famosa "tercera vía", junto a la tumba del modelo "comunista". Había que crear otra cosa para dar la prueba de que el capitalismo será siempre el único creador posible de riqueza en el planeta. Esta nueva cosa fue el milagro económico de Internet. Puesto que todo se desmorona en el mundo real, ¡invirtamos en el virtual! Puesto que prestar a los ricos no es suficiente, ¡prestemos a quienes nos prometen hacerse ricos! El capitalismo no soporta el vacío, sobre todo en la cartera, y cuando la economía mundial parece ser incapaz de ofrecer ganancias cada vez mayores para las necesidades insaciables del capital, cuando ya no queda nada de rentable, se inventa un nuevo mercado de arriba abajo. El sistema funcionará algún tiempo, se multiplican las apuestas sobre unas cotizaciones en bolsa que ya no tienen la menor relación razonable con la realidad. Compañías con pérdidas millonarias valen miles de millones en el mercado. Se forma la burbuja y empieza a inflarse. La locura se apodera de una burguesía que se forja ilusiones sobre la perennidad a largo plazo de la "nueva economía", hasta el punto de acabar impregnando también la "vieja economía". Los sectores tradicionales de la economía se meten en la ronda también, esperando encontrar en esa "nueva economía" la rentabilidad perdida en su actividad histórica. La "nueva economía" invade la antigua ([3]), y acabará arrastrándola en su caída.
Y la caída es dolorosa. El hundimiento de tal dispositivo únicamente basado en la confianza mutua entre los operadores para que no ceda ninguno de ellos, tendría que ser brutal. El estallido de la burbuja provocó pérdidas de 148 000 millones de dólares en las sociedades del sector. Las quiebras se multiplicaron, los supervivientes perdieron millones de millones de dólares. Se suprimieron al menos 500 000 empleos en telecomunicaciones. La "nueva economía" no apareció finalmente más fructífera que la "vieja" y los fondos que evitaron a tiempo el marasmo tuvieron que encontrar otro sector donde invertir.
Y ese sector fue el inmobiliario. Finalmente, después de haber prestado a países que vivían por encima de sus capacidades, tras haber prestado a sociedades construidas en el aire, ¿a quién se puede prestar dinero? La burguesía no tiene límites en su sed de ganancias. Ahora el viejo refrán de que "sólo se presta a los ricos" se ha dejado de lado, pues no hay suficientes ricos. La burguesía va a meterse en un nuevo mercado... el de los pobres. Más allá del cinismo evidente del método, está el desprecio total por la vida de las personas que van a convertirse en presas de esos buitres. Los créditos otorgados están garantizados por el valor de los bienes adquiridos con tales créditos. Pero, además, cuando esos bienes se valoran gracias a la subida del mercado, es una oportunidad de incrementar más todavía las deudas de las familias, poniéndolas en una situación potencialmente catastrófica. Porque cuando se desmorona ese modelo, que es lo que ocurrió en 2008, la burguesía llora por sus propios muertos, bancos de negocios y otras sociedades de refinanciación, olvidándose, claro, de los millones de familias a las que se le ha quitado lo poco que poseían que ya no valía casi nada, tirándolas a la calle o a improvisadas barriadas de chabolas.
Lo ocurrido después es de sobras conocido para que sea necesario volver sobre el tema. Basten unas cuantas palabras para resumirlo a la perfección: una recesión abierta mundial, la más grave desde la Segunda Guerra mundial, que ha tirado a la calle a millones de obreros en todos los países, un incremento considerable de la miseria.
La configuración imperialista quedó muy cambiada evidentemente tras el desmoronamiento del bloque del Este. Antes de ese acontecimiento, el mundo estaba dividido en dos bloques enemigos en torno, cada uno de ellos, a una potencia dirigente. Todo el período tras la Segunda Guerra mundial hasta el desplome el bloque del Este estuvo marcado por tensiones muy fuertes entre los bloques en conflictos calientes con países del Tercer mundo interpuestos. Baste citar algunos: la guerra de Corea a principios de los años cincuenta, la de Vietnam en los años sesenta hasta mediados los setenta, la de Afganistán a partir de 1979, etc. El desplome del edificio estaliniano en 1989 fue en realidad la consecuencia de su inferioridad económica y militar frente al bloque adverso.
Sin embargo, la desaparición del "imperio del mal", el bloque ruso en la propaganda occidental, considerado como único responsable por dicha propaganda de las tensiones bélicas, no significó, ni mucho menos, el fin de las guerras. Así era el análisis que la CCI defendía en enero de 1990: "La desaparición del gendarme imperialista ruso, y lo que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales "socios" de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial (...). En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil" ([4]).
El escenario mundial no iba a tardar en confirmar ese análisis, sobre todo con la primera Guerra del Golfo en enero de 1991 y la guerra en la antigua Yugoslavia a partir del otoño de ese mismo año. Desde entonces, los enfrentamientos sangrientos no han cesado. No se puede enumerarlos todos, pero señalemos: la continuación de la guerra en la ex Yugoslavia que conoció una entrada en guerra directa, bajo la égida de la OTAN, de Estados Unidos y de las principales potencias europeas en 1999; las dos guerras de Chechenia; las incesantes guerras que han causado estragos una y otra vez en el continente africano (Ruanda, Somalia, Congo, Sudán, etc.); las operaciones militares de Israel contra el Líbano y, recientemente, contra la franja de Gaza; la guerra en Afganistán de 2001 que todavía sigue; y la guerra en Irak de 2003 cuyas consecuencias siguen pesando de manera dramática en ese país, pero también en el iniciador de esta guerra, la potencia norteamericana.
Todo lo que aquí sigue sobre la denuncia del estalinismo forma parte de un suplemento para nuestra intervención que se difundió masivamente en enero de 1990 y que volvimos a publicar íntegramente en el artículo: "1989-1999: El proletariado mundial ante el hundimiento del bloque del Este y la quiebra del estalinismo" ([5]). Y porque veinte años después, esa denuncia sigue estando tan vigente, la reproducimos sin ninguna modificación.
"Así fue como pudo instalarse este régimen de terror: sobre los escombros de la revolución de Octubre el estalinismo pudo asegurar su dominación. Fue gracias a esta negación del comunismo constituida por la teoría del "socialismo en un solo país" por lo que la URSS se transformó en un Estado capitalista de los pies a la cabeza. Un Estado donde el proletariado será sometido, con el fusil en la espalda, a los intereses del capital nacional, en nombre de la defensa de la "patria socialista"."
"Así, en tanto que el Octubre proletario, gracias al poder de los Consejos obreros, había dado el golpe definitivo a la guerra imperialista, la instauración de la contrarrevolución estalinista, destruyendo toda idea revolucionaria, eliminando toda veleidad de lucha de clases, e instaurando el terror y la militarización en toda la vida social, anunció la participación de la URSS en la segunda carnicería mundial.
"Toda la evolución del estalinismo en la escena internacional de los años 30 estuvo marcada, de hecho, por sus cambalaches imperialistas con las principales potencias capitalistas que, de nuevo, se preparaban para poner a Europa bajo los designios del fuego y la sangre. Tras haberse apoyado en una alianza militar con el imperialismo alemán para contrarrestar toda tentativa de expansión de Alemania hacia el Este, Stalin cambiará de chaqueta a mitad de los años 30 para aliarse con el bloque "democrático" (adhesión de la URSS a esa "alianza de bandidos" que fue la Sociedad de naciones, pacto Laval-Stalin en 1935, participación de los PC en los "frentes populares" y en la guerra de España, durante la cual los estalinistas no dudaron en utilizar métodos sanguinarios masacrando a los obreros y revolucionarios que contestaban su política). En vísperas de la guerra, Stalin volverá a cambiar de atuendo y venderá la neutralidad de la URSS a Hitler a cambio de un cierto número de territorios, antes de integrarse definitivamente en el campo de los "Aliados" e implicarse a fondo en la carnicería imperialista en la que el Estado estalinista sacrificará, él sólo, 20 millones de vidas humanas.
"Tal fue el resultado de los turbios tratos del estalinismo con los diferentes bandidos imperialistas de Europa occidental. Sobre estas montañas de cadáveres pudo constituir la URSS estalinista su imperio, imponer el terror en todos los países que cayeron, con el tratado de Yalta, bajo su dominación exclusiva. Fue gracias a su participación en el holocausto imperialista al lado de las potencias imperialistas victoriosas por lo que, al precio de la sangre de sus 20 millones de víctimas, pudo acceder al rango de superpotencia mundial.
"Pero, si Stalin fue "el hombre providencial" gracias al que el capitalismo mundial pudo deshacerse del bolchevismo, no fue la tiranía de un único individuo, por muy paranoico que fuera, la que impuso esta bárbara contrarrevolución. El Estado estalinista, como todo Estado capitalista, está dirigido por la misma clase dominante que en todas partes, la burguesía nacional. Una burguesía que se reconstituyó, con la degeneración interna de la revolución, no a partir de la antigua burguesía zarista eliminada por el proletariado en 1917, sino a partir de la burocracia parasitaria del aparato del Estado con la que se fusionó más y más, bajo la dirección de Stalin, el Partido bolchevique. Fue esta burocracia del Partido-Estado la que, eliminando a finales de los años 20 a todos los sectores susceptibles de reconstituirse en burguesía privada, sectores a los que se alió para asegurar la gestión de la economía nacional (propietarios terratenientes y especuladores de la Nueva política económica, NEP), tomó el control de la economía. Tales son las razones históricas que explican que, contrariamente a otros países, el capitalismo de Estado en la URSS haya tomado esta forma totalitaria extrema. El capitalismo de Estado es el modo de dominación universal del capitalismo en el período de decadencia, en el cual el Estado asegura su confiscación de toda la vida social, y engendra por todas partes capas parasitarias. Pero en los otros países del mundo capitalista, este control estatal sobre el conjunto de la sociedad no es antagónico con la existencia de sectores privados y concurrentes que impidan la hegemonía total de estos sectores parasitarios.
"Al contrario, en la URSS, la forma particular que toma el capitalismo de Estado se caracteriza por el desarrollo extremo de estas capas parasitarias salidas de la burocracia estatal cuyo objetivo y única preocupación no es hacer fructificar al capital según las leyes del mercado, sino muy al contrario llenarse los bolsillos individualmente en detrimento de la economía nacional. Desde el punto de vista del funcionamiento del capitalismo esta forma de capitalismo de Estado es por tanto una aberración que debía hundirse necesariamente con la aceleración de la crisis económica mundial. Y es este hundimiento del capitalismo de Estado ruso surgido de la contrarrevolución el que ha firmado la quiebra irremediable de toda la ideología bestial, que durante casi medio siglo, había cimentado el régimen estalinista haciendo pesar su placa de plomo sobre millones de seres humanos.
"El estalinismo nació en el fango y la sangre de la contrarrevolución. Hoy, muere en el fango y en la sangre, como lo atestiguan los sucesos de Rumania y aún más claramente los que sacuden el corazón mismo del estalinismo, la URSS.
"En modo alguno, a pesar de lo que digan y dirán la burguesía y todos los medias a sus órdenes, esta hidra monstruosa no pertenece ni por su contenido ni por su forma a la revolución de Octubre de 1917. Hace falta que ésta se hunda para que aquella se pueda imponer. Esta ruptura radical, esta antinomia entre Octubre y estalinismo, ha de ser tomada en plena conciencia por el proletariado si no quiere ser víctima de otra forma de dictadura burguesa, la del Estado "democrático"."
El mundo se parece cada día más a un desierto lleno de cadáveres y donde millones de seres humanos están en el límite de la supervivencia. Cada día unos 20 000 niños se mueren de hambre en el mundo, se suprimen miles de empleos, dejando a las familias en el mayor desamparo; y se multiplican las bajas de salario para quienes tienen todavía trabajo.
Ese es el "nuevo orden mundial" prometido hace casi veinte años por George Bush senior. ¡Más parece un desorden mundial absoluto! El terrorífico espectáculo al que asistimos invalida totalmente la idea de que el desmoronamiento del bloque del Este significara "el fin de la historia" (léase: el principio de la historia eterna del capitalismo) como el "filósofo" Francis Fukuyama proclamaba entonces. Lo que sí significó más bien fue una etapa importante en la decadencia del capitalismo: enfrentado ésta cada día más a sus límites históricos, el sistema veía cómo sus partes más frágiles se desplomaban definitivamente. Por otra parte, la desaparición del bloque del Este para nada saneó ni mucho menos el sistema. Sus límites siguen ahí y siguen amenazando siempre más al corazón mismo del sistema. Cada nueva crisis es peor que la precedente.
Por todo eso, la única lección que pueda sacarse de estos veinte últimos años es, sin la menor duda, que no puede albergarse la menor esperanza de paz y de prosperidad bajo el capitalismo. Lo que está en juego es y será la destrucción de ese sistema o, si no, será la destrucción de la humanidad.
Las campañas sobre "la muerte del comunismo" asestaron efectivamente un rudo golpe a la clase obrera en su conciencia. Pero eso no significa, ni mucho menos, que la clase obrera esté derrotada y por eso sigue estando ahí la posibilidad de recuperar el terreno perdido y entrar de nuevo en un proceso de desarrollo de la lucha de clases a escala internacional. En efecto, desde principios de los años 2000, frente al desgaste de las campañas sobre la muerte del comunismo y de la lucha de clases, enfrentada a unos ataques masivos contra sus condiciones de vida, la clase obrera ha vuelto a reemprender el camino de la lucha. Esta reanudación que expresa ya hoy un esfuerzo minoritario de politización a escala internacional, significa que se están preparando las luchas masivas que, en el futuro, despejarán otra vez la única perspectiva para el proletariado y la humanidad entera, el derrocamiento del capitalismo y la instauración del comunismo.
GDS
[1]) "XVIIIo Congreso de la CCI - Resolución sobre la situación internacional", publicado en la Revista internacional no 138.
[2]) Ver entre otros textos, "La recesión de 1993 reexaminada" (en francés), Persée, revista de la OCDE, 1994, volumen 49, no 1.
[3]) Incluso la compra: la adquisición de la sociedad Time Warner por AOL, proveedor de Internet, es un símbolo de la irracionalidad que se ha apoderado de la burguesía.
[4]) Revista internacional no 61, "Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos", 1990, https://es.internationalism.org/node/2114 [1])
[5]) Véase Revista internacional nº 99, "1989-1999 - El proletariado mundial ante el hundimiento del bloque del Este y la quiebra del estalinismo [2]".
En el primer artículo de esta serie sobre la cuestión del medio ambiente, publicado en la Revista internacional no 135, hacíamos un panorama, mostrando el tipo de riesgo al que está enfrentada la humanidad entera, poniendo en evidencia los fenómenos más amenazantes a nivel planetario:
En este segundo artículo intentaremos demostrar cómo los problemas medioambientales no son cosa de unos cuantos individuos o empresas en particular que no respetarían las leyes, por mucho que haya responsabilidades individuales o de algunas empresas. El verdadero responsable es el capitalismo con su lógica de máxima ganancia.
Procuraremos pues ilustrar, con una serie de ejemplos, por qué son los mecanismos específicos del capitalismo los que generan los problemas ecológicos determinantes, independientemente de la propia voluntad de este o aquel capitalista. Combatiremos con firmeza, además, la idea muy extendida de que el desarrollo científico alcanzado hoy, que nos pondría más a resguardo de las catástrofes naturales, sería decisivo para evitar problemas medioambientales. En este artículo mostraremos, citando a Bordiga, cómo la tecnología capitalista moderna no es ni mucho menos, sinónimo de seguridad y cómo el desarrollo de las ciencias y de la investigación, al no estar vinculadas a la satisfacción de las necesidades humanas, sino subordinadas a los imperativos capitalistas de obtener el máximo de ganancia, está de hecho sometido a las exigencias del capitalismo y de la competencia en los mercados y, cuando es necesario, de la guerra. Le incumbirá al tercer y último artículo analizar las respuestas dadas por los diferentes movimientos de los Verdes, los ecologistas, etc., para mostrar su ineficacia total, a pesar de la mejor voluntad de quienes se reivindican de ellos y militan en su seno. La única solución posible es, a nuestro entender, la revolución comunista mundial.
¿Quién es responsable de los diferentes desastres medioambientales? La respuesta a esa pregunta es muy importante no sólo desde un punto de vista ético y moral, sino también y sobre todo porque una identificación correcta o errónea del origen del problema puede llevar a una resolución correcta o, al contrario, al atolladero. Vamos primero a comentar una serie de tópicos, de respuestas falsas o medio verdades de las que ninguna logra explicar de verdad el origen y el responsable de la degradación creciente del entorno a la que asistimos día tras día, para demostrar, al contrario, cómo esa dinámica es también la consecuencia, ni voluntaria ni consciente, pero sí objetiva, del sistema capitalista.
El problema no sería tan grave como quieren hacérnoslo creer...
Ahora que todos los gobiernos se pretenden más "verdes" los unos que los otros, ese discurso - dominante durante décadas - ya no es, en general, el que se oye en boca de los políticos. Sigue siendo, sin embargo, una postura clásica en el mundo empresarial, el cual, ante el peligro que amenaza a los trabajadores, a la población o al medio ambiente, debido a una determinada actividad, tiende a minimizar la gravedad del problema sencillamente porque mantener la seguridad en el trabajo significa gastar más y sacar menos ganancias del obrero. Eso es lo que se vive cotidianamente con la cantidad de muertos en el trabajo por día en el mundo, simple golpe de la fatalidad según los empleadores, cuando en realidad se trata de una de las consecuencias de la explotación capitalista de la fuerza de trabajo.
"El problema existe, pero su origen es discutible"
La gran cantidad de residuos producidos por la sociedad actual se debería, según algunos, a "nuestro" frenesí consumista. Lo que en realidad está en entredicho es una política económica que para favorecer una comercialización más competitiva de las mercancías, tiende, desde hace décadas, a reducir costes con el uso masivo de embalajes no degradables ([1]).
Para algunos, la polución del planeta se debería a la falta de espíritu cívico frente a la cual habría que organizar campañas de limpieza de playas, de parques y demás, educando a la población. En el mismo sentido, se increpa a algún que otro gobierno por ser incapaz de hacer respetar las leyes sobre el transporte marítimo y demás. O, también, se culpa a la mafia y a sus tráficos de residuos peligrosos como si fuera la mafia la que los produce y no la industria que, para reducir costes, recurre a la mafia para que ejecute la parte sucia de sus negocios.
La responsabilidad sería, sí, de los industriales pero sólo de los malos, los avariciosos...
Cuando acaba ocurriendo algo como el incendio en la Thyssen Krupp de Turín en diciembre 2007, que costó la vida a 7 obreros a causa de la inobservancia completa de las normas de seguridad o de prevención de incendios, surge entonces una corriente solidaria, incluido el mundo de la industria, pero sólo para plantear la patraña de que si ocurren catástrofes es únicamente a causa de unos sectores económicos sin escrúpulos que se enriquecen a costa de otros.
¿Es ésa la realidad?, ¿habría de un lado unos capitalistas codiciosos y, del otro, los responsables y buenos gestores de sus empresas?
Todas las sociedades de explotación que precedieron al capitalismo aportaron su parte en la contaminación del planeta engendrada en particular por los procesos productivos. De igual modo, ciertas sociedades que se dedicaron a la explotación excesiva de los recursos a su alcance, como así ocurrió probablemente en la isla de Pascua ([2]), desaparecieron por el agotamiento de esos recursos. Sin embargo, los daños causados, en esas sociedades no representaban un peligro significativo, capaz de poner en peligro la supervivencia del planeta como así está ocurriendo con el capitalismo. Una razón evidente es que al haber hecho dar a las fuerzas productivas un salto prodigioso, el capitalismo también ha provocado un salto correspondiente a los daños resultantes que hoy afectan a todo el globo terráqueo, pues el capital lo ha conquistado en su totalidad. Pero no es ésa la explicación fundamental: el desarrollo de las fuerzas productivas no es en sí necesariamente significativo para explicar que se pierda su control. Lo que es, en efecto, esencialmente significativo es la manera como son utilizadas y gestionadas esas fuerzas productivas por la sociedad. Ahora bien, el capitalismo, precisamente, aparece como el resultado final de un proceso histórico que consagra el reino de la mercancía, un sistema universal de mercancías donde todo está en venta. Si la sociedad está sumida en el caos a causa del imperio de las relaciones mercantiles (lo cual no sólo acarrea el fenómeno de la contaminación, sino también el empobrecimiento acelerado de los recursos planetarios, la creciente vulnerabilidad a las calamidades llamadas "naturales", etc.), es por una serie de razones que pueden resumirse así:
Es esa necesidad la que, más allá de la mayor honradez de tal o cual capitalista, le obliga a adaptar su empresa a la lógica de la máxima explotación de la clase obrera.
Eso conduce a un despilfarro y a una expoliación enormes de la fuerza de trabajo humana y de los recursos del planeta como ya lo había puesto de relieve Marx en El Capital:
"Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento en las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad; (...). La producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre." ([3])
Colmo de lo irracional y lo absurdo de la producción bajo el capitalismo, no es raro encontrar empresas que fabrican productos químicos altamente contaminantes y, al mismo tiempo, sistemas de purificación del terreno y del agua contra dichos contaminantes; otros fabrican cigarrillos y productos para dejar el tabaco y, en fin, hay empresas que controlan sectores de producción de armas, pero que también se ocupan de productos farmacéuticos y material médico.
Se llega aquí a unos niveles inalcanzables en sociedades anteriores en las que los bienes se producían por su valor de uso (o eran útiles para sus productores, los explotados, o servían para el lujo y el boato de la clase dominante).
La naturaleza real de la producción de mercancías prohíbe al capitalismo interesarse por la utilidad, el tipo o la composición de las mercancías producidas. Lo único que debe interesar es saber cómo ganar dinero. Eso es lo que explica por qué hay cantidad de mercancías que tienen un uso limitado y eso cuando no son claramente inútiles.
La sociedad capitalista está esencialmente basada en la competencia, de modo que incluso cuando los capitalistas establecen acuerdos de circunstancia, siguen siendo básicamente competidores feroces: la lógica del mercado hace que, de hecho, la fortuna de uno corresponda al infortunio de otros. Eso significa que cada capitalista produce para sí, siendo cada uno de ellos rival de todos los demás, de suerte que no puede haber planificación real decidida por todos los capitalistas, ni local ni internacionalmente, sino únicamente una competencia permanente con ganadores y perdedores. Y en esta guerra, uno de los perdedores es precisamente la naturaleza.
De hecho, a la hora de escoger un lugar para implantar una nueva planta industrial o un terreno y unas modalidades de cultivo agrícola, el empresario sólo tiene en cuenta sus intereses inmediatos, sin que quede espacio para las consideraciones de tipo ecológico. No existe ningún órgano centralizado internacionalmente que tenga autoridad para orientar o imponer unos límites o criterios que respetar. En el capitalismo, las decisiones se toman únicamente en función de la obtención de la ganancia máxima, de modo que un capitalista particular pueda producir y vender de la manera más provechosa o en mayor cantidad, o que el Estado pueda imponer la mejor solución que vaya en el sentido de los intereses del capital nacional y, por lo tanto, globalmente, de los capitalistas nacionales.
Existen, sin embargo, leyes en cada país que son más o menos coercitivas. Cuando lo son demasiado no es raro que tal o cual empresa, para incrementar su rentabilidad, traslade una parte de su producción allá donde las normas son menos severas. La Union Carbide, por ejemplo, multinacional química estadounidense implantó una de sus factorías en Bhopal, India, sin instalar en ellas un sistema de refrigeración. En 1984, esa fábrica soltó una nube química tóxica de 40 toneladas de pesticidas que mató justo después y en los años siguientes a 16 000 personas como mínimo, causando además daños corporales irreversibles a un millón más ([4]).
En cuanto a las regiones y los mares del Tercer mundo, son a menudo un vertedero barato adonde, legalmente o no, las compañías establecidas en los países desarrollados envían sus desechos peligrosos o tóxicos, pues les saldría mucho más caro deshacerse de ellos en sus países de origen.
Mientras no haya una planificación agrícola e industrial coordinada y centralizada a nivel internacional, que tenga en cuenta la armonización necesaria de las exigencias de hoy y la protección del medio ambiente de mañana, los mecanismos del capitalismo seguirán destruyendo la naturaleza con todas las consecuencias dramáticas que hemos visto.
Suele echarse la culpa de esa situación a las multinacionales o a un sector particular de la industria, porque los orígenes del problema serían los mecanismos "anónimos" del mercado.
¿Podrían entonces los Estados poner fin a esos estragos demenciales mediante un mayor intervencionismo? No, en realidad, lo único que puede hacer el Estado es "reglamentar" esa anarquía: los Estados defienden los intereses nacionales, lo cual no hace sino reforzar la competencia. Las ONG (Organizaciones no gubernamentales) y los movimientos altermundialistas podrán reivindicar que el Estado intervenga cada día más: los Estados no pueden resolver los problemas de la anarquía capitalista por la sencilla razón que su intervención ya es permanente, por muchas apariencias de "liberalismo" en el pasado y que hoy aparece evidente frente a la aceleración de la crisis.
Cantidad contra calidad
La única preocupación de los capitalistas es, como ya hemos dicho, vender con el máximo de ganancia. No se trata de "egoísmo" de unos u otros, sino de la ley del sistema a la que ninguna empresa, grande o pequeña, puede sustraerse. El peso creciente de los costes de equipamiento en la producción industrial exige que las enormes inversiones solo puedan ser amortizadas gracias a ventas muy importantes.
La compañía Airbus, por ejemplo, que fabrica aviones debe vender al menos 600 de sus gigantescos A-380 antes de obtener ganancias. Y las empresas automovilísticas deben vender cientos de miles de coches antes de compensar lo invertido en los bienes de equipo para su construcción. O sea que cada capitalista debe vender lo máximo y estar constantemente en busca de nuevos mercados. Y para ello debe poder oponerse a sus competidores en un mercado supersaturado, mediante un derroche en medios publicitarios, origen de un despilfarro enorme de trabajo humano y de recursos naturales como, por ejemplo, la cantidad de pasta de papel usada en producir miles de toneladas de folletos.
Las leyes de la economía, que obligan a reducir costes, lo cual significa disminución de la calidad de la producción y de la fabricación en serie, obligan al capitalista a preocuparse muy poco de la composición de sus productos y a preguntarse si ésa puede ser peligrosa. Los riesgos para la salud (cáncer) de los carburantes fósiles podrán ser de sobras conocidos desde hace mucho, pero la industria no toma la menor medida para poner remedio. Los riesgos sanitarios debidos al amianto eran más que conocidos desde hace años, pero sólo la agonía y la muerte de miles de obreros han obligado a la industria a reaccionar largo tiempo después. Muchos alimentos se enriquecen con azúcar y sal, en glutamato monosódico, para aumentar sus ventas a expensas de la salud. Una cantidad increíble de aditivos alimenticios se introducen en los alimentos sin saber a ciencia cierta cuáles son los riesgos resultantes para los consumidores, cuando es algo notorio que muchos cánceres se deben a la nutrición.
Irracionalidades notorias de la producción y de la comercialización
Uno de los aspectos más disparatados del sistema actual de producción es que las mercancías viajan alrededor de todo el planeta antes de llegar al mercado como producto terminado. Esto no se debe ni mucho menos a la naturaleza de las mercancías o a una exigencia de la producción, sino, exclusivamente, a que la subcontrata es más ventajosa en tal o cual país. Un ejemplo bien conocido es el de la fabricación de yogures: la leche es transportada a través de los Alpes de Alemania a Italia, donde es trasformada en yogur para luego ser devuelta en esa forma a Alemania. Otro ejemplo es el de los automóviles cuyos componentes proceden cada uno de un país del mundo antes de ser ensamblados en la cadena de montaje. En general, antes de que estén disponibles en el mercado, sus componentes ya han recorrido miles de kilómetros por los medios más diversos. Otro ejemplo, los aparatos electrónicos o los de uso doméstico se producen en China a causa de los ínfimos salarios que allí se pagan y la ausencia casi total de medidas de protección del medio ambiente, aunque, tecnológicamente hablando, habría sido fácil producir los aparatos en los países en los que se comercializan. Ocurre a menudo que el lanzamiento de un producto se hace, al principio, en el país consumidor para después ser deslocalizado a otro país donde los costes de producción, y sobre todo los salarios, son más bajos.
Otro ejemplo es el del vino, producido en Chile, en Australia o California y que se vende en los mercados europeos mientras que las uvas producidas en Europa se pudren a causa de la sobreproducción, o el de las manzanas importadas de África mientras los cultivadores europeos no saben qué hacer con sus excedentes.
Así, a causa de la lógica de la ganancia máxima en detrimento de la racionalidad y del recurso mínimo a los gastos humanos, energéticos y naturales, las mercancías se producen en un lugar del planeta para luego ser transportadas a otro lugar para ser vendidas allí. Y así ya no se extraña uno de que haya mercancías del mismo valor tecnológico, como los automóviles, producidos por diferentes fabricantes en el mundo, se hagan en Europa para luego ser exportados a Japón o a Estados Unidos y, a la vez, otros coches fabricados en Japón o Corea, se vendan en el mercado europeo. Esa red de transportes de mercancías - muchas veces casi idénticas - que cambian de país obedece a la lógica de la ganancia, de la competencia y del juego del mercado, es aberrante y origina consecuencias desastrosas en el medio ambiente.
Una planificación racional de la producción y de la distribución podrían hacer disponibles esos bienes sin que tuvieran que soportar esos transportes totalmente irracionales, expresión de la locura del sistema de producción capitalista.
El antagonismo de fondo entre campo y ciudad
La destrucción del medio ambiente resultante de la contaminación causada por la hipertrofia de los transportes no es un simple fenómeno contingente, pues hunde sus raíces más profundas en el antagonismo entre campo y ciudad. En su origen, la división del trabajo dentro de las naciones separó la industria y el comercio del trabajo agrícola. De ahí nació la oposición entre campo y ciudad con los antagonismos de intereses resultantes. Ha sido bajo el capitalismo cuando esa oposición ha alcanzado el paroxismo de sus aberraciones ([5]).
En la agricultura medieval, en tierras cuya producción solo servía para la subsistencia, no había necesidad de transportar mercancías. A principios del siglo xix, cuando los obreros solían vivir en las inmediaciones de la fábrica o la mina, era posible ir al trabajo a pie. Desde entonces, las distancias entre los lugares de trabajo y la vivienda no han hecho sino aumentar. Además, la concentración de capital en algunos lugares (como en el caso de empresas implantadas en ciertas zonas industriales u otras zonas deshabitadas para aprovecharse de desgravaciones fiscales o de precios del suelo muy bajos), la desindustrialización y la explosión del desempleo a causa de la desaparición de montones de puestos de trabajo, han modificado profundamente la fisonomía de los transportes.
Cada día, cientos de miles de obreros deben desplazarse en largas distancias para acudir al trabajo. Y muchos están obligados a usar el automóvil porque, muy a menudo, no hay transporte público que les permita ir hasta el lugar de trabajo.
Peor todavía: la concentración de enormes masas de individuos en el mismo sitio acarrea una serie de problemas que repercute también en el estado sanitario del entorno de ciertas zonas. El funcionamiento de una concentración de personas que puede alcanzar hasta 10 o 20 millones de individuos acarrea una acumulación de desperdicios (heces, basuras domésticas, gases de combustión de vehículos, industrias, calefacción...) en un espacio que por muy vasto que sea será siempre demasiado estrecho para destruirlos y digerirlos.
La pesadilla de la penuria alimenticia y del agua
Con el desarrollo del capitalismo, la agricultura ha sufrido los cambios más profundos de su vieja historia de 10 000 años. Esto ha ocurrido porque el capitalismo, contrariamente a los modos anteriores de producción, en los que la agricultura respondía directamente a necesidades directas, los agricultores deben someterse a las leyes del mercado mundial, o sea producir a menor coste. La necesidad de aumentar la rentabilidad ha tenido consecuencias catastróficas para la calidad de los suelos.
Esas consecuencias, relacionadas estrechamente con la aparición de un fuerte antagonismo entre campo y ciudad, ya fueron denunciadas por el movimiento obrero del siglo xix. Puede verse en las citas siguientes cómo señaló Marx el vínculo inseparable entre la explotación de la clase obrera y el saqueo del suelo: "... la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en descenso constante y le opone una población industrial en constante aumento y hacinada en las grandes ciudades: y de ese modo engendra condiciones que abren un abismo irremediable en la trabazón del metabolismo social impuesto por las leyes naturales de la vida, a consecuencia del cual se dilapida la fuerza de la tierra, y esta dilapidación es transportada por el comercio mucho más allá de las fronteras del propio país" ([6]).
La agricultura ha tenido que incrementar el uso de los productos químicos para intensificar la explotación del suelo y ampliar las áreas de cultivo. En la mayor parte del planeta, los campesinos practican cultivos que hoy serían imposibles sin el aporte de grandes cantidades de pesticidas y abonos, ni sin irrigación, cuando, en realidad, plantando en otros lugares podrían ahorrarse esos medios o, al menos, reducir su uso. Plantar hierbas medicinales en California, agrios en Israel, algodón a orillas del mar de Aral en lo que fue la Unión Soviética, trigo en Arabia Saudí o en Yemen, o sea cultivos en zonas que no poseen las condiciones naturales para su crecimiento, tiene como consecuencia un enorme despilfarro de agua. La lista de ejemplos es interminable, pues, hoy, en torno al 40 % de los productos agrícolas depende de la irrigación, con la consecuencia de que el 75 % del agua potable disponible en la Tierra se usa para la agricultura.
Por ejemplo, Arabia Saudí ha dilapidado una fortuna para bombear las aguas de una capa freática y hacer viables un millón de hectáreas de tierra para cultivar trigo candeal. Por cada tonelada de trigo cultivado, el gobierno abastece 3000 m3 de agua, o sea, más de tres veces que lo que necesita el cultivo de ese cereal. Y esa agua procede de pozos que no están alimentados con agua de lluvia. Una tercera parte de las empresas de irrigación del mundo usa agua de capas subterráneas. Y aunque esos recursos no renovables estén secándose, los cultivadores de la región india de Gujarat, sedienta de lluvia, siguen criando vacas lecheras: una cría que exige ¡2000 litros de agua para producir un solo litro de leche! En algunas regiones de la Tierra, la producción de un kilo de arroz requiere hasta 3000 litros de agua. Las consecuencias de la irrigación a ultranza y del uso generalizado de productos químicos son desastrosas: salinización, sobredosis de abonos, desertificación, erosión del suelo, fuerte descenso del nivel del agua en las capas y, por consiguiente, agotamiento de las reservas de agua potable.
El despilfarro, la urbanización, la sequía y la contaminación intensifican la crisis mundial del agua. Hay millones y millones de litros de agua que se evaporan en su paso por acequias abiertas. Las áreas que circundan las megalópolis sobre todo, pero también otras extensiones de territorios ven cómo disminuyen sus reservas de agua rápida e irreversiblemente.
Antaño, China era el país de la hidrología. Su economía y su civilización se desarrollaron gracias a su capacidad para regar tierras áridas y construir embalses para proteger el país de las inundaciones. En la China de hoy, en cambio, las aguas del caudaloso río Amarillo (Huang Ho), la gran arteria del Norte, no llegan al mar durante varios meses del año. A 400 de las 660 ciudades de China les falta agua. La tercera parte de los pozos de China están secos. En India, el 30% de las tierras cultivadas está amenazado por la salinización. En el mundo entero, en torno al 25 % de tierras de cultivo están amenazadas por esa plaga.
Pero el cultivo de productos agrícolas en regiones donde a causa del clima o la naturaleza del suelo, no se adaptan no es el único absurdo de la agricultura actual. Concretamente, a causa de la penuria de agua, el control de ríos y diques es un problema estratégico fundamental con intervenciones estatales inconsideradas a expensas de la naturaleza.
Más de 80 países han señalado su escasez de agua. Según una previsión de la ONU, la cantidad de personas que vivirán en condiciones de escasez de agua alcanzará 5400 millones en los 25 años venideros. Al no disponer de bastantes tierras de cultivo, las realmente cultivables disminuyen constantemente a causa de la salinización y otros factores. En las sociedades antiguas, las tribus nómadas tenían que desplazarse cuando el agua escaseaba. En el capitalismo, lo que falta son los alimentos de primera necesidad y eso en un sistema que está sometido a la sobreproducción. Por eso, a causa de los múltiples estragos causados a la agricultura, la penuria alimenticia es inevitable. A partir de 1984 por ejemplo, la producción mundial de cereales no ha seguido el crecimiento de la población mundial. En 20 años la producción se hundió, pasando de 343 kilos por año y persona a 303.
Y es así como el espectro que ha acompañado siempre a la humanidad desde sus orígenes, la pesadilla de la penuria alimentaria parece estar de vuelta, pero no por falta de tierras de cultivo, no por falta de herramientas para agricultura, sino a causa de la irracionalidad total en el uso de los recursos terrestres.
El desarrollo de las ciencias y de la tecnología ha puesto a disposición de la humanidad unos instrumentos cuya existencia no podía ni imaginarse en tiempos pasados, que permiten prevenir accidentes y catástrofes naturales. Pero esas tecnologías resultan costosas y sólo se implantan si hay beneficios económicos. Queremos insistir una vez más que no se trata aquí de la actitud egoísta o codiciosa de tal o cual empresa, sino de la necesidad que se impone a cualquier empresa o país de reducir al mínimo los costes de producción de mercancías o de los servicios para poder competir a nivel mundial.
En nuestra prensa hemos abordado a menudo este problema, mostrando cómo las pretendidas catástrofes naturales no se deben a la casualidad o la fatalidad, sino que son el resultado lógico de la reducción de medidas preventivas y de seguridad para ahorrar gastos. Esto es lo que escribíamos sobre las catástrofes provocadas por el huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005:
"El argumento de que este desastre no podía preverse es igualmente absurdo. Durante casi 100 años, los científicos, los ingenieros y los políticos, han discutido cómo abordar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante los huracanes y las inundaciones. A mediados de la década de 1980, diferentes grupos de científicos e ingenieros presentaron distintos proyectos, lo que finalmente llevó en 1998 (durante la administración Clinton) a una propuesta llamada Coast 2050. Este plan proponía reforzar y rediseñar los diques construyendo un sistema de compuertas, y excavar nuevos canales que aportaran agua con sedimentos fluviales para restaurar el tampón que suponen las zonas pantanosas del delta. El coste de este proyecto era de 14 mil millones de dólares que tendrían que invertirse en un periodo de 10 años. Washington, sin embargo, no lo aprobó (bajo el mandato de Clinton, no de Bush).
"El año pasado, el ejército pidió 105 millones de dólares para programas contra huracanes e inundaciones en Nueva Orleáns, pero el gobierno sólo aprobó 42 millones. Al mismo tiempo, el Congreso aprobaba 231 millones de dólares para la construcción de un puente en una pequeña isla deshabitada de Alaska" ([7]).
También denunciamos el cinismo y la responsabilidad de la burguesía en la muerte de 160 000 personas cuando el maremoto ocurrido el 26 de diciembre de 2004.
Hoy se reconoce clara y oficialmente que no se dio la alerta por miedo a... ¡dañar el sector turístico!, o sea para defender unos viles intereses económicos y financieros se sacrificó a miles de seres humanos.
Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de esa clase de buitres que gestiona la vida y la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar tantas vidas humanas como sea necesario con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.
Son siempre los intereses capitalistas los que dictan la política de la clase dominante, y en el capitalismo la prevención no es una actividad rentable como hoy lo reconocen incluso los medios de comunicación: "....Los países de la región han hecho hasta ahora oídos sordos sobre la necesidad de poner en pie un sistema de alerta por los altos costes financieros que ello supondría. Según los expertos, un dispositivo de alerta costaría decenas de millones de dólares, pero permitiría salvar decenas de miles de vidas humanas..." (Les Echos, diario económico francés, 30/12/2004) ([8]).
Puede también ponerse el ejemplo del petróleo que se vierte cada año en los mares (vertidos intencionados y accidentales, fuentes endógenas, aportes de los ríos, etc.): se calcula que se vierten entre 3 y 4 millones de toneladas de petróleo por año. Según un informe de "Legambiente": "Analizando las causas de esos incidentes, se puede estimar en 64 % de los casos los atribuibles al error humano, 16 % a averías mecánicas y 10 % a problemas derivados de la estructura de los barcos, mientras que el 10 % restante no pueden asignarse a causas bien determinadas" ([9]).
Cuando se habla de "error humano" - como en el caso de los accidentes de ferrocarril que se atribuyen a los ferroviarios - se habla de errores cometidos por el maquinista porque trabaja en condiciones de agotamiento intenso y de fuerte estrés. Además, las compañías petroleras suelen fletar petroleros viejos y decrépitos para trasportar el oro negro, pues si naufragan pierden a lo más el valor del cargamento, mientras que comprar un buque nuevo les costaría mucho más. De ahí que el siniestro espectáculo de un petrolero partido en dos cerca de las costas, que vierte todo lo que lleva dentro, se ha vuelto en las últimas décadas viscosamente repetitivo. Puede afirmarse, tomándolo todo en cuenta, que al menos el 90% de las mareas negras se deben a la falta total de vigilancia de las compañías petroleras, lo cual es, dicho sea una vez más, la consecuencia de sus intereses por reducir al mínimo los gastos e incrementar al máximo las ganancias.
A Amadeo Bordiga le debemos ([10]), en el período siguiente a la Segunda Guerra mundial, una condena sistemática, incisiva, profunda y argumentada de los desastres causados por el capitalismo. En el prefacio al libro Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale, una antología de artículos de Amadeo Bordiga, puede leerse: "...a medida que se desarrolla el capitalismo y después se va pudriendo de raíz, prostituye cada día más esa técnica que podría ser liberadora, sometiéndola a sus necesidades de explotación, de dominación y de pillaje imperialista, hasta el punto de acabar transmitiéndole su propia podredumbre y retornándola contra la especie. (...) Es en todos los ámbitos de la vida cotidiana durante las fases "pacíficas" que tiene a bien otorgarnos entre dos matanzas imperialistas o dos operaciones represivas, cuando el capital, aguijoneado sin tregua por la búsqueda de una mejor cuota de ganancia, amontona, envenena, asfixia, mutila, masacra a los individuos humanos mediante su técnica prostituida. (...) El capitalismo tampoco es inocente en las catástrofes llamadas "naturales". Sin ignorar la existencia de fuerzas de la naturaleza que escapan a la acción humana, el marxismo muestra que muchos cataclismos han sido indirectamente provocados o agravados por causas sociales. (...) La civilización burguesa no sólo puede provocar directamente esas catástrofes por su sed de ganancia y por la influencia predominante de la ausencia de escrúpulos en la máquina administrativa (...), sino que, además, es incapaz de organizar una protección eficaz, pues la prevención no es una actividad rentable" ([11]).
Bordiga desmitifica la leyenda según la cual: "la sociedad capitalista contemporánea, con el desarrollo conjunto de las ciencias, de la técnica y de la producción pondría a la especie humana en las mejores condiciones para luchar contra las dificultades del medio natural" ([12]).
De hecho, añade Bordiga, "aunque es verdad que el potencial industrial y económico del mundo capitalista se incrementa sin cesar, también es verdad que cuanto mayor es su fuerza, peores son las condiciones de vida de las masas humanas frente a los cataclismos naturales e históricos" ([13]).
Para demostrar lo que plantea, Bordiga analiza toda una serie de desastres habidos en el mundo, evidenciando cada vez que no se debían a la casualidad o a la fatalidad, sino a una tendencia intrínseca del capitalismo a sacar la mayor ganancia con la menor inversión, como, por ejemplo, en el caso del Flying Enterprise.
"El nuevo y flamante buque de lujo que Carlsen mandaba frotar para que reluciera como un espejo y que debía hacer una travesía ultrasegura, era de quilla plana. (...) ¿Cómo es posible que los astilleros tan modernos de Flying hayan adoptado la quilla plana, o sea la de los barcos lacustres? Un diario lo dice claramente: para reducir los costes unitarios de producción. (...) ésa es la clave de toda la ciencia aplicada moderna. La meta de sus estudios, de sus investigaciones, de sus cálculos, de sus innovaciones es: reducir costes, aumentar los gastos de flete. De ahí la suntuosidad de los salones con sus espejos, las colgaduras para atraer al cliente acaudalado, y tacañería, en cambio, para unas estructuras en los límites de la cohesión mecánica, dimensiones y peso exiguos. Esta tendencia caracteriza toda la ingeniería moderna, desde la construcción a la mecánica, o sea cuidar una presentación que parezca para ricos y dejar patidifuso al burgués, unos complementos y adornos que cualquier imbécil pueda admirar (con, precisamente, una cultura de pacotilla adquirida en el cine o en las revistas de cotilleo) y sisar en cambio de manera indecente sobre la solidez de las estructuras portantes, invisibles e incompresibles para el profano" ([14]).
El que los desastres analizados por Bordiga no tuvieran consecuencias ecológicas no cambia nada en el asunto. En efecto, con esos ejemplos y los expuestos en el prefacio de sus artículos en Especie humana y corteza terrestre del que citamos algunos de ellos, puede uno imaginarse fácilmente las consecuencias de esa misma lógica capitalista cuando se trata de ámbitos con un impacto directo y decisivo en el medio ambiente, como, por ejemplo, la concepción y el mantenimiento de las centrales nucleares:
"En los años 60, varios aviones "Comet" británicos, último grito de la técnica más sofisticada, estallan en pleno vuelo, matando a todos los pasajeros: la larga investigación revela finalmente que las explosiones se debían al desgaste del metal de la célula que era demasiado fino pues había que ahorrar en metal, en la potencia de los reactores, en todos los costes de producción, para incrementar las ganancias. En 1974, la explosión de un DC10 por encima de Ermenonville (región de París) causó más de 300 muertos: se sabía que el sistema de cierre de las bodegas tenía defectos, pero volverlo a hacer habría costado mucho dinero... pero lo más alucinante es lo que refiere la revista inglesa The Economist (24-9-1977) después de haber descubierto fisuras en el metal en diez aviones Trident y la explosión inexplicable de un Boeing. Según el "nuevo concepto" que rige en la construcción de aviones de transporte, no se les deja en tierra para la revisión tras cierta cantidad de horas de vuelo, sino que se les considera "seguros"... hasta la aparición de las primera fisuras causadas por la "fatiga" del metal: de modo que se pueden usar "hasta el final" de lo máximo, pues si se les paraba demasiado pronto para la revisión, ¡las compañías perdían dinero!" ([15]).
Ya hemos evocado nosotros, en el artículo anterior de esta serie, el caso de la central nuclear de Chernobil en 1986. En el fondo es el mismo problema mencionado arriba, y también fue ese problema cuando, en 1979, se produjo la fusión de un reactor nuclear en la isla de Three Mile Island, Pensilvania, Estados Unidos.
Comprender el lugar de la técnica y las ciencias en la sociedad capitalista es de la mayor importancia: hay que saber si sí o no, aquéllas pueden ser un punto de apoyo para prevenir el avance del desastre ecológico que está en marcha y luchar ya hoy eficazmente contra algunas de sus manifestaciones.
Si la técnica está, como hemos visto, prostituida por las exigencias del mercado, ¿ocurre lo mismo con el desarrollo de las ciencias y de la investigación científica? ¿Es posible que ese desarrollo permanezca ajeno a todo interés obtuso?
Para responder a esa pregunta, debemos primero reconocer que la ciencia es una fuerza productiva, que su desarrollo permite a una sociedad desarrollarse con más rapidez, y aumentar sus recursos. Controlar el desarrollo de las ciencias no es, pues, algo indiferente -y nunca podría serlo- a los gestores de la economía, a nivel estatal como a nivel de las empresas. Por esa razón, la investigación científica, y algunos de sus sectores en particular, disponen de una financiación importante. La ciencia no es -y no podrá serlo en una sociedad de clase como el capitalismo - un sector neutral en el que habría una libertad para investigar y sería ajeno a los intereses económicos, por la sencilla razón de que la clase dominante tiene todas las de ganar sometiendo a la ciencia y al mundo científico a sus propios intereses. Se puede afirmar que el desarrollo de las ciencias y del conocimiento - en la época capitalista - no se mueve por una dinámica propia e independiente, sino que está subordinado al objetivo de realizar el máximo de ganancia.
Esto tiene consecuencias muy importantes que no suelen percibirse. Tomemos el ejemplo de la medicina moderna. El estudio y el tratamiento médico del ser humano se han fraccionado en decenas de especialidades diferentes, a las que les falta en última instancia una visión de conjunto del funcionamiento del organismo humano. ¿Por qué se ha llegado a esto? Porque el objetivo principal de la medicina, en el mundo capitalista, no es que cada persona viva bien, sino "reparar" la "máquina humana" cuando se avería y volverla a poner en pie lo antes posible para que vuelva al trabajo. En ese contexto, puede comprenderse mejor el recurso masivo a los antibióticos, los diagnósticos que buscan las causas de las enfermedades entre los factores específicos antes que en las condiciones genérales de vida de las personas examinadas.
Otra consecuencia de la dependencia del desarrollo científico respecto a la lógica del mundo capitalista es que la investigación está constantemente dirigida hacia la producción de materiales nuevos (más resistentes y menos caros) cuyo impacto toxicológico no acarrea ningún problema... en lo inmediato, permitiendo que se gaste muy poco en el plano científico para intentar eliminar o hacer inofensivo lo que amenaza la seguridad en los productos. Pero décadas más tarde hay que pagar la nota y muy, a menudo, en daños a los seres humanos.
El vínculo más estrecho es el que une la investigación científica a las necesidades del sector militar y de la guerra en especial. Podemos examinar algunos ejemplos concretos que interesan a varios ámbitos de la ciencia, especialmente el que podría aparecer como "el más puro" científicamente hablando, el de las matemáticas.
En las citas siguientes podrá comprobarse cómo el desarrollo científico está sometido al control del Estado y a las exigencias militares hasta el punto de que en la posguerra a partir de 1945, florecieron por todas partes "los comités" científicos que trabajaban secretamente para el poder militar dedicándole una parte importante de su tiempo, ignorando los demás científicos el objetivo final de las investigaciones llevadas a cabo de manera oculta:
"La importancia de las matemáticas para los oficiales de la marina de guerra y de artillería requería una formación específica en matemáticas; así, en el siglo xvii, el grupo más importante que podía reivindicar un saber en matemáticas, al menos de base, era el de los oficiales del ejército. (...) [En la Gran Guerra] se crearon y perfeccionaron nuevas armas durante la contienda: aviones, submarinos, sónares para combatir a esos, armas químicas. Tras algunas vacilaciones por parte de los mandos militares, se empleó a muchos científicos para que desarrollaran lo militar aunque no fuera para la investigación sino como ingenieros creativos al más alto nivel. (...) En 1944, demasiado tarde para resultar eficaces durante la Segunda Guerra mundial, se creó en Alemania el "Matematisches Forschunginstitut Oberwolfach". Esto no gustaba a los matemáticos alemanes, pero era una estructura muy bien concebida cuya finalidad era que todo el sector de las matemáticas fuera un sector "útil": el núcleo estaba formado por un pequeño grupo de matemáticos que estaban perfectamente al tanto de los problemas que se les planteaban a los militares, y, por lo tanto, capaces de detectar los problemas que podían resolverse matemáticamente. En torno a ese núcleo central había otros matemáticos, muy competentes y buenos conocedores del mundo de las matemáticas, debían traducir esos problemas en problemas matemáticos para que así fueran tratados por matemáticos especializados que no necesitaban saber cuál era el problema militar a que se referían. Después, una vez obtenido el resultado, la red funcionaba al revés.
"En Estados Unidos, una estructura semejante, aunque fuera un poco improvisada, funcionaba ya en torno a Marston Morse durante la guerra. En la posguerra, una estructura análoga y esta vez no improvisada se formó en el "Wisconsin Army Mathematics Research Center" (...).
"La ventaja de ese tipo de estructuras es permitir que la máquina militar explote las competencias de muchos matemáticos sin necesidad de "tenerlos en casa" con todo lo que esto comportaría: contrato, necesidad de consenso y de sumisión, etc." ([16]).
En 1943, se formaron en Estados Unidos grupos de investigación operativa dedicados específicamente a la guerra antisubmarina, a dimensionar los convoyes navales, a escoger las dianas de las incursiones aéreas, a localizar e interceptar aviones enemigos. Durante la Segunda Guerra mundial, más de 700 matemáticos fueron empleados en total en Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos.
"Comparada a la británica, la investigación estadounidense se caracteriza desde el principio por el uso más sofisticado de las matemáticas y, especialmente, del cálculo de probabilidades y el recurso más frecuente a crear modelos matemáticos (...). La investigación operativa (que se convertirá en los años 50 en una rama autónoma de las matemáticas aplicadas) dio, pues, sus primeros pasos por los difíciles caminos de la estrategia, optimizando los recursos bélicos. ¿Cuál es la mejor táctica del combate aéreo?, ¿Cuál la mejor disposición de equis soldados en equis puntos de ataque? ¿Cómo repartir sus raciones a los soldados gastando lo menos posible y saciándolos al máximo?" ([17])
"(...) El proyecto Manhattan fue la señal de un gran viraje no sólo porque concentró la labor de miles de científicos de múltiples ámbitos en un único proyecto, dirigido y controlado por los militares, sino porque significó un salto enorme en la investigación fundamental, inaugurando lo que más tarde se llamaría "big science". (...) El alistamiento de la comunidad científica en un trabajo para un proyecto preciso, bajo control directo de los militares, había sido una medida de urgencia pero que no podía durar eternamente por diferentes razones (entre las cuales la "libertad de investigación" exigida por los científicos no era la menos importante). Sin embargo, el Pentágono no podía permitirse reanunciar a la cooperación valiosísima e indispensable de la comunidad científica, ni a una forma de control de su actividad: todo forzaba la necesidad de instaurar una estrategia diferente y cambiar los factores del problema. (...) En 1959, a iniciativa de unos científicos reconocidos, consultores ante el gobierno de EEUU, se creó un grupo semipermanente de peritos que mantenía reuniones regulares. A ese grupo se le bautizó con el nombre de "Division Jason", por el nombre, Jasón, del héroe griego mítico que fue en aventurera búsqueda del vellocino de oro con los Argonautas. Se trata de un grupo de élite de unos cincuenta científicos, entre los cuales varios premios Nobel, que se encuentran cada verano para examinar con toda libertad los problemas relacionados con la seguridad, la defensa y el control del armamento instaurados por el Pentágono, el Departamento de Energía y otras agencias federales; entregan informes detallados que permanecen en parte "secretos" e influyen en la política nacional. La División Jasón desempeñó un papel de primer plano con el secretario de Defensa Robert McNamara, durante la guerra de Vietnam, entregando tres estudios muy importantes que tuvieron un impacto en las ideas y la estrategia estadounidenses: en la eficacia de los bombardeos estratégicos para cortar las vías de aprovisionamiento del Viet Cong, en la construcción de una barrera electrónica a través de Vietnam y en las armas nucleares tácticas" ([18]).
Estas largas citas nos hacen comprender que la ciencia, hoy, es una de las piedras clave del mantenimiento del statu quo del sistema capitalista y de la definición de las relaciones de fuerza en su seno. El papel importante desempeñado por ella durante y después de la Segunda Guerra mundial, como hemos visto, no ha hecho sino ser cada vez más importante con el tiempo, incluso si la burguesía tiende a ocultarlo sistemáticamente.
En conclusión, lo que hemos querido demostrar es cómo las catástrofes ecológicas y medioambientales, incluso cuando son desencadenadas por fenómenos naturales, se abaten cruelmente sobre las poblaciones, sobre todo las más desvalidas, y eso a causa de la opción consciente por parte de la clase dominante de cómo se reparten los recursos y cómo debe usarse la propia investigación científica. Debe rechazarse categóricamente la idea de que la modernización, el desarrollo de las ciencias y de la tecnología estarían automáticamente y por definición asociadas a la degradación del medioambiente y a una mayor explotación del hombre. Existen, al contrario, grandes potencialidades de desarrollo de recursos humanos, no sólo en el plano de la producción de bienes, sino, y eso es lo más importante, sobre la posibilidad de producir de otra manera, en armonía con el entorno y el bienestar del ecosistema del que forma parte el hombre. La perspectiva no es pues la vuelta atrás, invocando una fútil e imposible vuelta a los orígenes cuando el medio ambiente estaba más preservado. Se trata, al contrario, de ir hacia delante por otro camino, el de un desarrollo que esté verdaderamente en armonía con el planeta Tierra.
Ezzechiele, 5 de abril de 2009.
[1]) Ver la primera parte de este artículo: « El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental », Revista internacional no 135.
[2]) Ídem
[3]) Marx, El Capital, v. 1, Cap. XIII, "Maquinaria y gran industria", p. 10, "La gran industria y la agricultura", FCE, México (traducción de W. Roces).
[4]) Ídem.
[5]) El siglo xx conoció una explosión de las megápolis. A principios del siglo pasado, había seis ciudades con más de un millón de habitantes; a mediados del siglo sólo había 4 ciudades que superaran los 5 millones de habitantes. Antes de la Segunda Guerra mundial, las megápolis sólo existían en los países industrializados. Hoy, la mayoría de esas "megaciudades" está concentrada en los países de la periferia. En algunas, la población se ha multiplicado por 10 en unas cuantas décadas. En la actualidad, la mitad de la población mundial vive en las ciudades y en 2020 serán las dos terceras partes. Pero ninguna de esas grandes ciudades que conocen un aflujo de inmigrantes de más de 5000 por día tiene las capacidades de hacer frente a ese aumento de población aberrante, lo cual hace que los inmigrantes, al no poder integrarse en el tejido social urbano, van a amontonarse en inmensos suburbios destartalados sin el menor servicio ni infraestructura.
[6]) Marx, El Capital, Vol.III, Cap. 47. "Génesis de la renta capitalista del suelo", p. 752, FCE1975, México, y en https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3847 [3].)
[7]) "Huracán Katrina : El capitalismo es el responsable de la catástrofe social", Revista International n° 123 https://es.internationalism.org/rint123/katrina.htm [4]
[8]) Citado en "Maremoto en el Sudeste Asiático, ¡La verdadera catástrofe social es el capitalismo!" Acción proletaria no 180, 2005. [5] https://es.internationalism.org/ap/2005/180_Tsunami [6].
[9]) www.legambientearcipelagotoscano.it/globalmente/petrolio/incident.htm [7]
[10]) Bordiga, líder de la corriente de izquierdas del Partido comunista de Italia en cuya fundación tanto contribuyó en 1921 y del que fue expulsado en 1930 como consecuencia del proceso de estalinización, participando activamente en la fundación del Partido comunista internacional en 1945.
[11]) Prefacio (anónimo) a Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale de Amadeo Bordiga, edición Iskra, p. 6, 7, 8 y 9. En francés, prefacio a Espèce humaine et croûte terrestre (Especie humana y corteza terrestre); Petite Bibliothèque Payot 1978, Prefacio, p. 7, 9 y 10)
[12]) Publicado en Battaglia Comunista n°23 1951 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, p. 19.
[13]) Ídem.
[14]) A. Bordiga, Politica e "costruzione", publicado en Prometeo, serie II, no 3-4, 1952 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, page 62-63. (en italiano)
[15]) Prefacio a la publicación, en francés, de Espèce humaine et croûte terrestre.
[16]) Jens Hoyrup, Universidad de Roskilde, Dinamarca. "Matemática y guerra", Conferencia en Palermo, 15 de mayo de 2003. Cuadernos de la investigación en didáctica, no 13, GRIM (Departamento de Matemáticas, Universidad de Palermo, Italia) http//math.unips.it/-grim/Horyup_mat_guerra_quad13.pdf.
[17]) Annaratone, http//www.scienzaesperienza.it/news.php?/id=0057 [8].
[18]) Angelo Baracca, "Fisica fondamentale, ricerca e realizzazione di nuove armi nucleari" (italiano), http//people.na.infn.it-scud/documenti/2005Baraca-armiscienza.pdf.
La década que se extiende entre 1914 y 1923 es una de las más intensas de la historia de la humanidad. En ese corto lapso de tiempo se vivió una guerra terrible, la Primera Guerra mundial, que puso fin a 30 años de prosperidad y progreso ininterrumpido de la economía capitalista y del conjunto de la vida social; frente a dicha hecatombe se levantó el proletariado internacional encabezado por los obreros rusos en 1917 y hacia 1923 los ecos de aquella oleada revolucionaria empezaron a apagarse, aplastados por la reacción burguesa.
En 10 años se vivió la guerra mundial que abría la decadencia del capitalismo, la revolución en Rusia y las tentativas revolucionarias a escala mundial y finalmente el comienzo de una bárbara contrarrevolución burguesa. Decadencia del capitalismo, guerra mundial, revolución y contrarrevolución, hechos que han marcado la vida económica, social, cultural, psicológica, de la humanidad durante casi un siglo, se concentran apretada e intensamente en el corto lapso de 10 años.
Es vital para las generaciones actuales conocer aquella década, comprenderla, reflexionar sobre lo que representa, sacar las lecciones que aporta. Es vital, sobre todo, por el enorme desconocimiento que hoy existe de lo que significó realmente, producto tanto de la montaña de mentiras con el que la ideología dominante ha tratado de sepultarla como de la actitud que dicha ideología propicia - tanto deliberada como inconscientemente - de vivir atados a lo inmediato y lo presente olvidando el pasado y la perspectiva de futuro ([1]).
Esta atadura a lo inmediato y circunstancial, este "vivir el momento" sin reflexión, sin comprensión de sus raíces, sin inscribirlo en una perspectiva hacia el futuro, dificulta conocer los rasgos concretos de aquellos 10 años increíbles cuyo estudio crítico nos aportaría muchas luces sobre la situación actual.
Hoy apenas se conoce y se reflexiona sobre el enorme shock que significó para los contemporáneos el estallido de la Primera Guerra mundial y el salto cualitativo en la barbarie que constituyó ([2]). Hoy, a fuerza de haber vivido casi un siglo de guerras imperialistas con todo su lote de terror, destrucción y especialmente de la más terrible barbarie ideológica y moral, todo eso parece como "lo más normal del mundo", como algo que no nos sacudiría ni nos produciría indignación y rebeldía. ¡Pero esa no era ni mucho menos la actitud de los contemporáneos que se vieron profundamente sacudidos por una guerra cuyo salvajismo marcó un jalón jamás alcanzado hasta entonces!
Menos todavía se sabe que esa tremenda carnicería se terminó gracias a la rebelión generalizada del proletariado internacional con sus hermanos rusos a la cabeza ([3]). Apenas se conoce la enorme simpatía que la Revolución rusa suscitó entre los explotados del mundo entero ([4]). Sobre los numerosos episodios de solidaridad con los trabajadores rusos y sobre las tentativas de seguir su ejemplo extendiendo la revolución a nivel internacional, se cierne un espeso manto de silencio y deformación. Tampoco es del dominio del gran público las atrocidades que numerosos gobiernos democráticos, empezando por el alemán, cometieron para aplastar el ímpetu revolucionario de las masas.
La mayor y la peor deformación se la lleva la Revolución de Octubre 1917. Se la presenta sistemáticamente como un fenómeno ruso con lo cual aparece completamente aislada del marco histórico que acabamos de enunciar y partiendo de esas premisas se da rienda suelta a las peores mentiras y las más absurdas especulaciones: que si fue la obra -genial según el estalinismo, diabólica según sus adversarios- de Lenin y los bolcheviques, que si fue una revolución burguesa en respuesta al atraso zarista, que si allí la revolución socialista era imposible y solo el empeño fanático de los bolcheviques la llevó por un derrotero que no podía acabar sino donde terminó.
Desde esa premisa, la repercusión internacional de la revolución de octubre 1917 se ha reducido a verla como un modelo que se podría exportar a los demás países. Tal es la deformación más insistente del estalinismo. Este método del "modelo" es doblemente erróneo y pernicioso. En primer lugar, ve la revolución rusa como un fenómeno nacional y, en segundo lugar, la concibe como un "experimento social" que puede ser activado a voluntad por un grupo suficientemente decidido y entrenado.
Este procedimiento deforma escandalosamente la realidad de ese periodo histórico. La Revolución Rusa no fue un experimento de laboratorio que se produjo dentro de las cuatro paredes de su inmenso territorio. Fue un pedazo vivo y activo de un proceso mundial de respuesta proletaria desatado por la entrada en guerra del capitalismo y los tremendos sufrimientos que causó. Los bolcheviques no tenían la menor intención de imponer un modelo fanático en el que el pueblo ruso fuera el conejillo de indias. En una Resolución adoptada por el partido en abril de 1917 se dice: "Las condiciones objetivas de la revolución socialista, presentes sin duda en los países más avanzados antes de la guerra, han madurado todavía más y continúan madurando con extremada rapidez como consecuencia de la guerra. La Revolución Rusa es solo la primera etapa de la primera de las revoluciones proletarias que surgirán como consecuencia de la guerra, la acción común de los obreros de los diferentes países es la única vía para garantizar el desarrollo más regular y el éxito más seguro de la revolución socialista mundial" ([5]).
Es importante comprender que la historiografía burguesa subestima -cuando no deforma completamente- la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. En esto participa igualmente el estalinismo. Por ejemplo, en el pleno ampliado del Comité ejecutivo de la IC de 1925, es decir, cuando la estalinización comenzaba, se calificó a la revolución en Alemania como "revolución burguesa" echando al cubo de la basura todo lo que habían defendido los bolcheviques entre 1917-1923 ([6]).
Esta "opinión" que hoy preconizan masivamente tanto historiadores como políticos sobre aquella época no era ni mucho menos compartida por sus colegas de entonces. Lloyd George, un político británico, decía en 1919: "Europa entera rebosa de espíritu revolucionario. Existe un profundo sentimiento no solamente de descontento sino de cólera y revuelta de los trabajadores contra sus condiciones de vida tras la guerra. El conjunto del orden social existente, en sus aspectos políticos, sociales y económicos, es puesto en cuestión por las masas de la población de uno a otro extremo de Europa" ([7]).
La Revolución Rusa solo puede ser comprendida como parte de una tentativa revolucionaria mundial del conjunto del proletariado internacional, pero -simultáneamente- ello exige ver la época histórica en la que se produce: el estallido de la Primera Guerra mundial y comprender el significado profundo de ésta, que es el de la entrada del capitalismo en su declive histórico, su decadencia. De otra manera, los fundamentos de una comprensión se derrumban y todo carece de sentido. Pero, simultáneamente, la guerra mundial y toda la cadena de acontecimientos que le han seguido desde entonces, pierden toda su significación pues o bien aparecen como algo excepcional sin repercusiones posteriores o bien son el resultado de una coyuntura aciaga que hoy estaría superada de tal forma que los acontecimientos actuales no tendrían ninguna relación con lo que entonces ocurrió.
Nuestros artículos han polemizado ampliamente contra esas visiones. Han procurado ponerse desde el punto de vista histórico y mundial que es el propio del marxismo. Creemos que de esa manera se puede dar una explicación coherente de aquella época histórica que sirva de orientación y materia de comprensión para entender la época actual y contribuir a la causa de la liberación de la humanidad del yugo del capitalismo. De otra forma, tanto la situación de entonces como la situación actual carecen de sentido y perspectiva y la actividad de todos aquellos que quieren contribuir a un cambio revolucionario mundial se condena al empirismo más absoluto, a extenuarse dando palos de ciego.
La aportación que se propone esta rúbrica temática -en continuidad con la numerosa contribución que hemos hecho- es tratar de reconstruir aquella época mediante un estudio de los testimonios y relatos directos de los protagonistas de los hechos ([8]). Hemos dedicado muchas páginas a la Revolución en Rusia y en Alemania ([9]), por ello, publicaremos trabajos sobre experiencias menos conocidas de los diferentes países, todo ello, con el objetivo de dar una perspectiva mundial, pues cuando se conoce un poco aquella época resulta sorprendente la multitud de luchas, el eco tan amplio que tuvo la Revolución de 1917 ([10]). Esta estructura abierta la entendemos igualmente como una incitación al debate y a las aportaciones de compañeros y grupos revolucionarios.
La Revolución húngara de 1919 (1)
La tentativa revolucionaria del proletariado húngaro tuvo una fuerte motivación internacional. Fue el fruto de dos factores: la situación insostenible provocada por la guerra y el ejemplo arrebatador de la revolución de octubre de 1917.
Como decimos en la Introducción de esta serie, la primera guerra mundial fue una explosión de barbarie. Pero más tremenda fue la "paz" que se firmó a toda prisa por parte de las grandes potencias capitalistas cuando en noviembre de 1918 estalló la revolución en Alemania ([11]). No aportó el más mínimo alivio ni a los sufrimientos de las masas ni tampoco una disminución del caos y la desorganización de la vida social que habían provocado la guerra. El invierno de 1918 y la primavera de 1919 fueron de pesadilla: hambre, parálisis de los transportes, conflictos demenciales entre políticos, acciones de ocupación de los ejércitos sobre países vencidos, guerra contra la Rusia soviética, desorden extremo en todos los niveles de la vida social, estallido y propagación fulminante de una epidemia, la llamada "gripe española", que causó casi tantos muertos como la guerra... A los ojos de las poblaciones europeas la "paz" era peor incluso que la guerra.
La máquina económica había sido explotada al límite hasta el extremo de generarse un fenómeno insólito de subproducción como lo subraya Bela Szantò ([12]) respecto a Hungría: "A consecuencia del esfuerzo de trabajo de las industrias de guerra, estimulado por la búsqueda de sobrebeneficios, los medios de producción habían quedado completamente consumidos y la maquinaria echada a perder. Su reposición habría exigido enormes inversiones, mientras no hubiera probabilidad alguna de amortización. No había materias primas. Las fábricas estaban paradas. A consecuencia de la desmovilización pero también del cierre de fábricas, había un desempleo enorme" ([13]).
El Times de Londres afirmaba (19-7-19): "El espíritu de desorden reina en todo el mundo, desde la América occidental hasta la China, desde el mar Negro al Báltico; no hay ninguna sociedad, ninguna civilización tan sólida, ni ninguna constitución tan democrática que puedan sustraerse a este influjo maligno. En todas partes aparecen indicios de que los vínculos sociales más elementales se desgarran a causa de la prolongada tensión" ([14]).
Contra esta situación, el ejemplo ruso despertó una ola de entusiasmo y de esperanza en todo el proletariado mundial. Contra el virus mortal del capitalismo sumergido en el caos, los obreros tenían un antídoto liberador: la lucha revolucionaria mundial siguiendo el ejemplo de Octubre 1917.
Hungría que todavía pertenecía al Imperio Austrohúngaro y figuraba dentro del bando perdedor de la guerra, padecía esa situación de forma extrema pero, al mismo tiempo, el proletariado, fuertemente concentrado en Budapest, que poseía la séptima parte de la población del país y casi el 80 % de su industria, se manifestó enormemente combativo.
Tras los motines de 1915, reprimidos con el apoyo descarado del partido socialdemócrata, se sucede una fase de apatía con tímidos movimientos en 1916 y 1917. Pero en enero 1918, la agitación social desemboca en lo que probablemente fue la primera huelga de masas internacional de la historia, que se extendió a numerosos países de la Europa central teniendo como epicentro Budapest y Viena. Comenzó en Budapest el 14, el 16 ganaba la Baja Austria y Estiria, el 17 Viena y el 23 las grandes fábricas de armamento de Berlín, teniendo numerosos ecos en Eslovenia, Checoslovaquia, Polonia y Croacia ([15]). La lucha se polarizó alrededor de 3 objetivos: contra la guerra, contra la penuria y en solidaridad con la revolución rusa. Dos gritos se repitieron en numerosos idiomas: "Abajo la guerra" y "Viva el proletariado ruso".
En Budapest la huelga estalló al margen de los dirigentes socialdemócratas y de los sindicatos y en numerosas fábricas, animadas por el ejemplo ruso, se habían votado resoluciones a favor de los Consejos obreros... sin llegar a constituirlos efectivamente. El movimiento no se dio ninguna organización, lo cual fue aprovechado por los sindicatos para ponerse a la cabeza e imponer reivindicaciones que no tenían nada que ver con las preocupaciones de las masas, en particular, la del sufragio universal. El Gobierno intentó aplastar la huelga mediante una exhibición de tropas armadas de cañones y ametralladoras. El poco éxito que tuvo la demostración y las dudas crecientes de los soldados que no querían ni luchar en el frente ni menos aún enfrentarse a los obreros, disuadió al gobierno que en 24 horas cambió de postura y "concedió" la reivindicación -que nadie había pedido excepto sindicatos y socialdemocracia- del sufragio universal.
Con esa baza en el bolsillo estos visitaron las fábricas para detener la huelga. Fueron recibidos muy fríamente. No obstante, el cansancio, la falta de noticias de Austria y de Alemania y la progresiva vuelta al trabajo de los sectores más débiles acabaron por mermar la moral de los trabajadores de las grandes empresas metalúrgicas que finalmente decidieron la vuelta al trabajo.
Fortalecida por ese triunfo, la socialdemocracia "llevó a cabo una campaña de represalias contra todos los que se esforzaban por despertar en las masas la lucha revolucionaria de clase. En Népszava -órgano central del partido- aparecieron artículos difamatorios e incluso de delación que dieron abundante material para las persecuciones políticas iniciadas por el gobierno reaccionario de Wkerle-Vászonyi" ([16]).
Pese a la represión, la agitación siguió su curso. En mayo, los soldados del regimiento de Ojvideck se amotinan contra su envío al frente. Se hacen dueños de la central telefónica y de la estación de tren. Los obreros de la ciudad les secundan. El gobierno envía dos regimientos especiales que necesitarán tres días de salvajes bombardeos para tomar la ciudad. La represión es inmisericorde: uno de cada diez soldados -fuera o no participante activo en el motín- es fusilado, miles de personas son encarceladas.
En junio, la gendarmería disparó contra los obreros en huelga de una fábrica metalúrgica de la capital ocasionando varios muertos y heridos. Los obreros se dirigieron rápidamente a las fábricas vecinas que detuvieron inmediatamente la producción, saliendo a su vez a la calle. En pocas horas, toda Budapest estaba paralizada. Al día siguiente, la huelga se extendió a todo el país. Asambleas improvisadas, en medio de una atmósfera revolucionaria, decidían las medidas. El gobierno detuvo a los delegados, envió al frente a los obreros más significados, los tranvías fueron puestos en funcionamiento mediante esquiroles escoltados por cuatro soldados con la bayoneta calada. Tras ocho días de lucha, la huelga acabó en derrota.
Sin embargo, en la clase se desarrollaba una toma de conciencia: "entre los más amplios círculos obreros poco a poco empezó a abrirse camino la convicción de que la política del partido socialdemócrata y la conducta de los dirigentes del partido no eran apropiados para asumir una orientación revolucionaria (...). Las fuerzas revolucionarias habían empezado a cohesionarse, los obreros de las grandes fábricas establecieron contactos directos entre ellos. Las reuniones y deliberaciones secretas se hicieron casi permanentes y empezaron a dibujarse los contornos de una política proletaria independiente" ([17]).
Estos círculos obreros empiezan a ser conocidos como el Grupo revolucionario.
Los motines de soldados se hacen cada vez más frecuentes pese a la represión. Las huelgas se vuelven cotidianas. El gobierno -incapaz de conducir una guerra perdida, con el ejército cada vez más descompuesto, la economía paralizada y un completo desabastecimiento- se desmorona. Para evitar tan peligroso vacío de poder, el Partido socialdemócrata, demostrando una vez más en qué bando militaba, decidió aglutinar los partidos burgueses democráticos en un Consejo nacional.
El 28 de octubre se había constituido el Consejo de soldados que se coordinó con el Grupo revolucionario, ambos convocaron una gran manifestación en Budapest que se propuso llegar hasta la Ciudadela con objeto de entregar una carta al delegado real. Delante había un enorme cordón de soldados y policías. Los primeros se hicieron a un lado y dejaron pasar a la muchedumbre pero la policía disparó causando numerosos muertos.
"La indignación de la masa contra la policía fue indescriptible. Al día siguiente los obreros de la fábrica de armas forzaron los depósitos y se armaron" ([18]).
La tentativa del Gobierno de enviar fuera de Budapest a los batallones militares que habían estado a la vanguardia de la formación del Consejo de soldados, provocó la indignación general: miles de trabajadores y soldados se congregaron en la calle Rácóczi -la principal de la ciudad- para impedir su salida. Una compañía de soldados que había recibido la orden de partir se negó y a la altura del hotel Astoria se unió a la multitud. Hacia la medianoche las dos centrales telefónicas fueron tomadas.
En la madrugada y durante el día siguiente edificios públicos, cuarteles, la estación ferroviaria central, los almacenes de suministros, son ocupados por batallones de soldados y obreros armados. Manifestaciones masivas van a las cárceles y liberan a los presos políticos. Los sindicatos -haciéndose portavoces de las masas- reclaman el poder para el Consejo nacional. El 31 de octubre a media mañana, el conde Hadik -jefe del gobierno- entrega el poder a otro conde, Károlyi, jefe del Partido de la independencia y presidente del Consejo nacional.
Sin haber movido un dedo, éste se encontraba con el poder total. No le pertenecía puesto que había sido resultado del impulso todavía desorganizado e inconsciente de las masas obreras. Por eso, lo primero que hizo fue rechazar semejante legitimidad revolucionaria e ir a buscarla en la monarquía húngara que a su vez pertenecía al fantasmal "Imperio austro-húngaro". Ausente el rey, los miembros del Consejo nacional, con la socialdemocracia a la cabeza, fueron a visitar al plenipotenciario del Emperador, el archiduque José, quien autorizó el nuevo gobierno.
La noticia indignó a muchos trabajadores. Se convocó una concentración en el Tisza Calman-Tér. Pese a una lluvia torrencial una gran multitud se reunió decidiendo ir a la sede del partido socialdemócrata para exigir la proclamación de la República.
La reivindicación de la República había sido durante el siglo xix una consigna del movimiento obrero que juzgaba esta forma de gobierno más abierta y favorable a sus intereses que la monarquía constitucional. Sin embargo, ante la nueva situación donde no había más alternativa que poder burgués o poder proletario, la República se erigía como el último recurso del capital. De hecho, la república nacía con la bendición de la monarquía y del alto clero, cuyo jefe -el príncipe arzobispo de Hungría- fue visitado por el Consejo nacional en pleno. El socialdemócrata Kunfi pronunció un celebrado discurso: "Me corresponde la agobiante obligación de decir, a mí, socialdemócrata convencido, que nosotros no queremos actuar con el método del odio de clase y de la lucha de clases. Y nosotros hacemos un llamamiento para que todos, eliminando los intereses de clase, colocando en segunda línea los puntos de vista confesionales, nos ayuden en las graves tareas que pesan sobre nosotros" ([19]).
Toda la Hungría burguesa se había agrupado en torno a su nuevo salvador: el Consejo nacional cuyo motor era el partido socialdemócrata. El 16 de noviembre la nueva República era solemnemente proclamada.
La clase obrera no puede culminar su tentativa revolucionaria si no crea en su seno la herramienta vital del Partido comunista. Pero a éste no le basta tener unas posiciones programáticas internacionalistas, es preciso hacerlas vivir en las propuestas concretas al proletariado, en la capacidad para analizar concienzudamente con un prisma amplio los acontecimientos y las líneas a seguir y ahí es decisivo que el Partido sea internacional y no una mera suma de partidos nacionales: para combatir el peso asfixiante y desorientador de lo inmediato y lo local, de los particularismos nacionales, pero también proporcionando solidaridad, debate común, visión global y en perspectiva.
El drama de las tentativas revolucionarias en Alemania y en Hungría fue la ausencia de la Internacional. Esta se formó demasiado tarde, en marzo de 1919, cuando ya la insurrección de Berlín había sido aplastada y la tentativa revolucionaria en Hungría apenas comenzaba ([20]).
El Partido comunista húngaro sufrió esa dificultad con particular crudeza. Ya vimos que uno de sus fundadores fue el Grupo revolucionario que se había formado entre delegados y elementos activos de los obreros de las grandes fábricas de Budapest ([21]), a éste se unieron los elementos venidos desde Rusia -en noviembre de 1918- y que habían formado el Grupo comunista, conducidos por Bela Kun, la Unión socialista revolucionaria de tendencia anarquista y los miembros de la Oposición socialista, núcleo formado dentro del Partido socialdemócrata húngaro desde el estallido de la Primera Guerra mundial.
Antes de la llegada de Bela Kun y sus compañeros, los miembros del Grupo revolucionario habían considerado la posibilidad de formar un Partido comunista. El debate sobre esta cuestión llevó a un bloqueo pues había dos tendencias que no lograron ponerse de acuerdo: por un lado, los partidarios de formar una Fracción Internacionalista en el interior del Partido socialdemócrata y, por otra parte, los que veían urgente la formación de un nuevo partido. Finalmente, para salir del atasco se decidió constituir una Unión que tomó el nombre de Ervin Szabó ([22]) y que decidió proseguir la discusión. La llegada de los militantes procedentes de Rusia cambió radicalmente la situación. El prestigio de la Revolución Rusa y la capacidad persuasiva de Bela Kun inclinaron la balanza del lado de la formación inmediata del Partido comunista. Se constituyó el 24 de noviembre. El documento programático adoptado contenía apreciaciones muy válidas ([23]):
"• así como el Partido socialdemócrata trataba de poner a la clase obrera al servicio de la reconstrucción del capitalismo, el nuevo partido tenía por tarea mostrar a los trabajadores cómo el capitalismo había sufrido ya una sacudida mortal y había llegado a una maduración, no sólo en el plano moral sino también en lo económico, que lo ponía al borde la ruina.
"• Huelga de masas e insurrección armada: he aquí los medios deseados por los comunistas para la conquista del poder. No aspiraban a una República burguesa (...) sino a la dictadura del proletariado organizado en Consejos".
Los medios que se daban eran:
"• mantener viva la consciencia del proletariado húngaro, apartarlo del anterior acoplamiento con la deshonesta, ignorante y corrompida clase dominante húngara (...) despertar en él el sentimiento de la solidaridad internacional, antes sistemáticamente sofocado", [ligar al proletariado húngaro] "a la dictadura rusa de los Consejos y potencialmente también con cualquier otro país en que pueda estallar revolución semejante".
Se creó un periódico -Vörös Ujsàg (Gaceta roja)- y el partido se lanzó a una febril agitación que, desde luego, era necesaria dado el carácter decisivo del momento que se estaba viviendo ([24]). Sin embargo, esta agitación no se vio respaldada por un debate programático profundo, por un análisis colectivo metódico de los acontecimientos. El Partido era en realidad demasiado joven e inexperto y estaba poco cohesionado, todo lo cual -como veremos en el próximo artículo- le llevó a cometer graves errores.
En el periodo histórico de 1914-23 se planteaba al proletariado una cuestión muy complicada. Por un lado, los sindicatos se habían comportado como sargentos reclutadores del capital durante la guerra imperialista y el surgimiento de las respuestas obreras se hizo fuera de su iniciativa. Pero, al mismo tiempo, estaban muy cerca los tiempos heroicos en los que las luchas obreras se habían organizado mediante los sindicatos, estos habían costado muchos esfuerzos económicos, mucha represión, muchas horas de reuniones colectivas. Los obreros todavía los veían como propios y aún confiaban en poder recuperarlos.
Simultáneamente, había un entusiasmo enorme por el ejemplo ruso de los Consejos obreros que habían tomado el poder en 1917. En Hungría y en Austria, en Alemania, las luchas tendían a la formación de Consejos obreros. Sin embargo, mientras en Rusia los obreros acumularon una gran experiencia sobre lo que son, cómo funcionan, qué obstáculos los debilitan, cómo intenta sabotearlos la clase enemiga, tanto en Hungría como en Alemania esa experiencia era muy limitada.
Ese conjunto de factores históricos producía una situación híbrida, que fue hábilmente aprovechada por el Partido socialdemócrata y los sindicatos para constituir el 2 de noviembre el Consejo obrero de Budapest formado por una extraña mezcla de jefes sindicales, líderes socialdemócratas junto con delegados elegidos en algunas grandes fábricas. En los días siguientes se multiplicaron todo tipo de "consejos" que no eran otra cosa que organizaciones sindicales y corporativas que se habían puesto la etiqueta de moda: Consejo de policías (formado el 2 de noviembre y completamente controlado por la socialdemocracia), Consejo de funcionarios, Consejo de estudiantes, ¡hasta se formó un Consejo de sacerdotes el 8 de noviembre!. Esta proliferación de "consejos" tenía como fin cortocircuitar su formación por los obreros.
La economía estaba paralizada. El Estado no podía recaudar gran cosa y como todo el mundo le pedía ayuda su única respuesta era la impresión de papel moneda para subvenciones, pago de los salarios de los empleados estatales, gastos corrientes... En diciembre de 1918 el ministro de Finanzas se reunió con los sindicatos para pedirles detener las reivindicaciones salariales, cooperar con el gobierno para relanzar la economía y tomar, si necesario fuera, las riendas de la gestión de las empresas. Los sindicatos se mostraron muy receptivos.
Pero esto provocó la indignación de los trabajadores. Volvieron a celebrarse reuniones masivas. El Partido comunista recién constituido encabezó la protesta. Había decidido participar dentro de los sindicatos y pronto obtuvo una mayoría en varias organizaciones de las grandes fábricas. En su programa estaba la formación de Consejos obreros pero los consideraba compatibles con los sindicatos ([25]). Esta situación producía un continuo vaivén. El Consejo obrero de Budapest, creado preventivamente por los socialdemócratas, se había convertido en un órgano sin vida. En ese momento, hubo algunos esfuerzos de organización y de toma de conciencia dentro del terreno cada vez más inservible de los sindicatos como por ejemplo la asamblea masiva del sindicato metalúrgico en respuesta a la planes del ministro que tras dos días de debate adoptó acuerdos muy profundos: "Desde el punto de vista de la clase trabajadora, el control estatal sobre la producción no puede desembocar en ningún resultado, ya que la república popular no es más que una forma modificada de la dominación capitalista, y el Estado, en ella, sigue siendo lo que era antes: simplemente el órgano colectivo de la clase detentadora de la propiedad para la opresión de la clase trabajadora" ([26]).
La desorganización y parálisis de la economía puso a los trabajadores y a la gran mayoría de la población al borde del hambre. En tales condiciones la asamblea decidió que: "en todas las grandes empresas deben organizarse Consejos de control de fábrica, que en calidad de órganos de poder obrero, controlen la producción de las fábricas, el suministro de materias primas y también el funcionamiento y toda la marcha de los negocios" (ídem).
Pero no se veían como organizaciones paritarias de cooperación con el Estado ni como órganos de "autogestión" sino como palancas y complementos de la lucha por el poder político: "el control obrero representa únicamente una fase de transición hacia el sistema de gestión obrera, para la cual es necesaria como condición previa la toma del poder político (...) En consideración a todo ello, la asamblea de delegados y de miembros de la organización condena cualquier suspensión, aunque sólo sea provisional, de la lucha de clase, cualquier adhesión a los principios constitucionales, y considera tarea inmediata de la clase trabajadora la organización de los Consejos de obreros, soldados y campesinos como factores de la dictadura del proletariado" (ídem).
El 17 de diciembre, el Consejo obrero de Szeged -segunda ciudad del país- decidió disolver la municipalidad y "tomar el poder". Fue un acto aislado que expresaba el nerviosismo ante el deterioro de la situación. El gobierno reaccionó con prudencia y estableció negociaciones que acabaron en un restablecimiento del ayuntamiento con "mayoría socialdemócrata". En la Navidad de 1918, los obreros de una fábrica de Budapest reclamaron una paga extra. Inmediatamente, sus compañeros de fábricas vecinas retomaron la misma demanda. En un par de días todo Budapest hacía suya la reivindicación que empezaba a extenderse a las provincias. Los empresarios no tuvieron más remedio que ceder ([27]).
A principios de enero, los mineros de Salgótarján formaron un Consejo obrero que decidió la toma del poder y la organización de una milicia. Esto asustó al gobierno central que envió inmediatamente tropas de élite que ocuparon militarmente el distrito y causaron 18 muertos y 50 heridos. Dos días después, los obreros del área de Sátoralja-Llihely toman la misma decisión con idéntica respuesta gubernamental que provoca un nuevo baño de sangre. En Kiskunfélegyhaza, las mujeres organizan una manifestación contra la carestía de alimentos y los precios caros, la policía dispara contra la multitud provocando 10 muertos y 30 heridos. Dos días más tarde, es el turno de los obreros de Pozsony cuyo Consejo proclama la dictadura del proletariado. El Gobierno, falto de fuerzas, pide al Gobierno checoslovaco que ocupe militarmente la ciudad (se trata de un área fronteriza) ([28]).
El problema campesino se agudiza. Los soldados desmovilizados volvían a sus aldeas y extendían la agitación. Se celebraban reuniones reclamando el reparto de tierras. En el Consejo obrero de Budapest ([29]) se manifestó una fuerte solidaridad con los campesinos que desembocó en la propuesta de celebrar una reunión para "imponer al gobierno una solución al problema agrario". La primera sesión no llegó a ningún acuerdo y hubo que celebrar una segunda en la cual acabó aceptando la propuesta socialdemócrata que preveía la formación de unas "explotaciones agrarias individuales con indemnización a los antiguos propietarios". Esta medida logró calmar momentáneamente la situación pero, como veremos en el próximo artículo, apenas duró unas semanas. De hecho, en Arad -cerca de Rumania- a finales de enero los campesinos ocupan las tierras y el gobierno tiene que acallarlos mediante un numeroso dispositivo de tropas que ejecuta la enésima matanza.
En enero la Unión de periodistas se constituye en Consejo y pide la censura de todos los artículos hostiles a la revolución. Se multiplican las Asambleas de tipógrafos y otros sectores relacionados que se suman a esta medida. Los trabajadores de la metalurgia participan en esta actividad que desemboca en la toma del control por parte de los trabajadores de la mayoría de periódicos. Desde ese momento, la publicación de noticias y artículos es sometida a la decisión colectiva de los obreros.
Budapest se había convertido en una gigantesca escuela de debate ([30]). Todos los días, a todas horas, se celebraban discusiones sobre los temas más variados. Se ocupaban locales por doquier. Únicamente los generales y los grandes empresarios estaban privados del derecho de reunión pues cada vez que intentaban hacerlo eran dispersados por grupos de trabajadores metalúrgicos y de soldados que acabaron tomando sus lujosos locales.
En paralelo al desarrollo de los Consejos obreros y ante el problema antes planteado del caos y la desorganización en la producción, en las empresas se multiplica un segundo tipo de organismos -los Consejos de fábrica- que asumen el control de los abastecimientos y la producción de los bienes y servicios esenciales con objeto de evitar la carestía de los artículos más básicos. A finales de enero el Consejo obrero de Budapest decide una audaz iniciativa centralizadora: asumir el control de la fábrica de gas, de las manufacturas de armas, de las principales obras de construcción, del periódico Deli Hirlap y del hotel Hungaria.
Esta decisión supone un desafío al gobierno que es respondida por el socialista Garami proponiendo un proyecto de ley que reducía los Consejos de fábrica a meros colaboradores de los patronos a los que se restablecía la entera autoridad sobre los asuntos de producción, organización empresarial etc. Se multiplican las reuniones masivas protestando contra esta medida. En el Consejo obrero de Budapest la discusión es muy acalorada. El 20 de febrero, en la tercera sesión para tomar una decisión sobre el proyecto de ley, los socialistas dieron un espectacular golpe de efecto, sus delegados irrumpieron en la asamblea con una noticia sensacional: "Los comunistas han lanzado un ataque contra el Népszava. ¡La redacción ha sido asaltada con ráfagas de ametralladora! ¡Varios redactores han perecido ya! ¡La calle está cubierta de muertos y heridos!" ([31]).
Esto permitió aprobar por una apretada mayoría la disposición contra los Consejos de fábrica pero abrió una etapa crucial: la tentativa de aplastar por la fuerza al Partido comunista.
El asunto del asalto al Népszava pronto se demostraría que era una provocación montada por el Partido socialdemócrata. Esta operación, realizada en un momento especialmente delicado -con los Consejos obreros creciendo por doquier en todo el país y cada vez más soliviantados contra el gobierno-, venía a rematar una campaña -dirigida por el Partido socialdemócrata- contra el Partido comunista y organizada desde meses atrás.
Ya en diciembre 1918, el gobierno -a propuesta del Partido socialdemócrata- había prohibido el uso de todo tipo de papel de prensa con el objetivo de impedir la edición y difusión del Vörös Ujsàg. En enero 1919, el gobierno recurrió a la fuerza: "una mañana un destacamento de 160 policías armados con bombas de mano y ametralladoras, rodeó el Secretariado. Bajo pretexto de registro, los policías invadieron el local, devastaron todo el mobiliario y el equipo y se lo llevaron todo llenando ocho grandes coches" ([32]).
Szanto señala que: "el asesinato de Kart Liebchnecht y Rosa Luxemburg por obra de la contrarrevolución blanca en Alemania, fue considerada por los contrarrevolucionarios húngaros como señal de la lucha contra el bolchevismo" ([33]).
Un periodista burgués de gran influencia -Ladislao Fényes- inició una persistente campaña contra los comunistas. Decía que "había que quitarlos de en medio con las armas en la mano".
El Partido socialdemócrata repetía machaconamente que Rosa y Liebchneckt "se habían ganado la muerte por haber desafiado la unidad del movimiento obrero". Alejandro Garbai -que, posteriormente sería presidente de los Consejos obreros húngaros- declaraba que "los comunistas tienen que ser colocados ante la boca de los fusiles porque nadie puede dividir al partido socialdemócrata sin pagar por ello con la vida" ([34]). La unidad obrera que es un bien fundamental para el proletariado era utilizada fraudulentamente para apoyar y ampliar la ofensiva represiva de la burguesía ([35]).
La cuestión de la "amenaza a la unidad obrera" fue llevada al Consejo obrero de Budapest por el partido socialdemócrata. Los Consejos obreros que apenas empezaban a andar se vieron confrontados a una espinosa cuestión que acabó por paralizarlos: una y otra vez los socialdemócratas presentaban mociones pidiendo la exclusión de los comunistas de las reuniones por "haber roto la unidad obrera". No hacían sino reproducir la feroz campaña de sus compinches alemanes que desde noviembre 1918 habían hecho de la "unidad" su principal baza para arrinconar a los espartaquistas, propiciando una atmósfera de pogromo contra ellos.
En ese contexto se sitúa el asalto al Népszava. Mueren 7 policías. Durante la misma noche del 20 de febrero se produce una oleada de detenciones de militantes comunistas. Los policías, soliviantados por la muerte de 7 colegas, infligen torturas a los detenidos. El 21 de febrero, el Népszava difunde una declaración del partido socialdemócrata que tilda a los comunistas de "contrarrevolucionarios mercenarios de los capitalistas" y llama a la huelga general en señal de protesta. Propone una manifestación la misma tarde ante el parlamento.
La manifestación es gigantesca. Acuden muchos trabajadores que están indignados contra los comunistas por el asalto que se les atribuye, pero sobre todo el partido socialdemócrata moviliza a funcionarios, pequeños burgueses, oficiales del ejército, tenderos etc., que reclaman mano dura de la justicia burguesa contra los comunistas.
El 22 de febrero, la prensa da cuenta de las torturas infligidas a los detenidos. El Népszava sale en defensa de los policías: "Nos explicamos el rencor de la policía y compartimos de la manera más viva su dolor por los colegas caídos en defensa de la prensa obrera. Podemos congratularnos de que los policías hayan dado su adhesión a nuestro partido, que se hayan organizado y que tengas sentimientos solidarios con el proletariado" ([36]).
Estas repugnantes palabras son el santo y seña de una ofensiva en toda la regla dirigida por el partido socialdemócrata contra el proletariado que tiene dos etapas: la primera aplastar a los comunistas como vanguardia revolucionaria y la segunda derrotar a la propia masa proletaria, cada vez más radicalizada.
El 22 mismo, la moción de expulsión de los comunistas del Consejo obrero es aprobada. Los comunistas están completamente descabezados. Aparentemente, la contrarrevolución está triunfando.
En el próximo artículo veremos cómo esta ofensiva acabará fracasando gracias a una vigorosa respuesta del proletariado.
C.Mir 3-3-09
[1]) Un historiador que en algunos aspectos es razonablemente penetrante, Eric Hobsbawn, reconoce en Historia del siglo xx que "... la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo xx. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el que viven" (p. 13, edición española).
[2]) Un testimonio de cómo la guerra mundial conmovió a los contemporáneos es el artículo de Sigmund Freud aparecido en 1915 titulado "Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte", donde señala: "Arrastrados por el torbellino de esta época de guerra, sólo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya o empiezan a cumplirse y sin atisbo alguno del futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la valoración de los juicios que formamos. Quiere parecernos como si jamás acontecimiento alguno hubiera destruido tantos preciados bienes comunes a la Humanidad, trastornado tantas inteligencias, entre las más claras, y rebajado tan fundamentalmente las cosas más elevadas. ¡Hasta la ciencia misma ha perdido su imparcialidad desapasionada! Sus servidores, profundamente irritados, procuran extraer de ella armas con que contribuir a combatir al enemigo. El antropólogo declara inferior y degenerado al adversario, y el psiquiatra proclama el diagnóstico de su perturbación psíquica o mental."
[3]) Los manuales de historia hacen un estudio militar de la evolución de la guerra y cuando llegan a 1917 y 1918 intercalan de repente como si fueran acontecimientos procedentes de otro planeta la Revolución Rusa o el movimiento insurreccional alemán del 18. Véase, por ejemplo, el artículo sobre la primera guerra mundial de Wikipedia que tiene reputación de ser una enciclopedia alternativa: ver https://es.wikipedia.org/wiki/Primera_Guerra_Mundial [11].
[4]) Hoy, la inmensa mayoría de los ideólogos del anarquismo denigra la revolución de 1917 y colma con los peores insultos a los bolcheviques. Sin embargo, eso no era así en 1917-21. En el artículo "La CNT ante la guerra y la revolución [12]" (Revista internacional no 129), mostramos cómo muchos anarquistas españoles -aún manteniendo su propio criterio y con espíritu crítico- apoyaron con entusiasmo la Revolución Rusa y en una editorial de Solidaridad, el periódico de la CNT, se decía: "Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega", por otra parte, Manuel Bonacasa, anarquista muy reputado, afirma en sus Memorias "¿Quién en España -siendo anarquista- desdeñó el motejarse a sí mismo de bolchevique?". Emma Goldman, una anarquista norteamericana, señala en su libro Viviendo mi vida: "La prensa americana, siempre incapaz de ir más allá de la superficie, denunció que el levantamiento de Octubre era propaganda alemana y sus protagonistas, [Lenin, Trotski y sus colaboradores, secuaces del Káiser. Durante meses, los escribas fabricaron historias fantásticas sobre la Rusia bolchevique. Su ignorancia de las fuerzas que habían conducido a la Revolución de Octubre era tan espantosa como sus pueriles intentos de interpretar el movimiento liderado por Lenin. Apenas si hubo un periódico que diera las menores muestras de comprender que el bolchevismo era una concepción social abrigada por brillantes mentes de hombres que poseían el fervor y el coraje de los mártires (...) Era, pues, de lo más urgente que los anarquistas y otros verdaderos revolucionarios dieran la cara por esos hombres vilipendiados y por sus intervenciones en los apresurados sucesos de Rusia]" (edición española tomo II página 154, los subrayados son nuestros). Queremos añadir un hecho muy revelador de cómo se manipula hoy lo que entonces se escribió. En la edición francesa el libro se titulo "La epopeya de una anarquista", publicada por Hachette en 1979 y republicada por ediciones Complexe en 1984 y 2002. Se trata de una traducción - adaptación cometida por Cathy Berheim y Annette Lévy-Willard que son bien conscientes de su traición cuando escriben: "Si nosotras la encontráramos hoy, ella echaría probablemente una mirada de desprecio a nuestra "adaptación" (...) Tal hubiera sido sin duda su apreciación sobre nuestro trabajo. Pero lo único que Emma Goldman, fanática de la libertad, no habría podido reprocharnos es haber hecho de sus memorias una adaptación libre". Como prueba de esta "traición libre", podemos señalar que el pasaje entre corchetes figura en el libro de estas damas más de una forma muy edulcorada.
[5]) Citado por E.H.Carr en La Revolución bolchevique, tomo I, p; 100, edición española.
[6]) En El Movimiento obrero internacional, tomo IV, producido por Ediciones Progreso de Moscú, en una nota se señala: "a raíz de la IIª Guerra mundial, como resultado de largas discusiones en la historiografía marxista se afirmó la característica de las revoluciones de 1918-19 en los países de Europa central como revoluciones democrático burguesas (o democrático nacionales)" (página 277, edición española).
[7]) Citado por E.H.Carr, op. cit., tomo III, página 142, edición española.
[8]) En la antes citada Historia de la Revolución Rusa de Trotski, éste reflexiona en el prólogo del libro sobre el método con el cual analizar los hechos históricos. Criticando un supuesto prisma "neutral y objetivo" preconizado por un historiador francés que afirma "el historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores", Trotski responde: "El lector serio y dotado de espíritu crítico no necesita de esa solapada imparcialidad que le brinda la copa de la conciliación llena de posos de veneno reaccionario, sino de la metódica escrupulosidad que va a buscar en los hechos honradamente investigados, apoyo manifiesto para sus simpatías o antipatías disfrazadas, al contraste de sus nexos reales, al descubrimiento de las leyes por que se rigen. Ésta es la única objetividad histórica que cabe, y con ella basta, pues se halla contrastada y confirmada, no por las buenas intenciones del historiador de que él mismo responde, sino por las leyes que rigen el proceso histórico y que él se limita a revelar".
[9]) Para conocer la revolución rusa hay dos libros que son un clásico en el movimiento obrero. Historia de la Revolución Rusa [13], Trotski, y el famoso libro de John Reed Diez días que estremecieron al mundo.
[10]) El libro antes mencionado de E.H. Carr (página 140) cita de nuevo una declaración de Lloyd George en 1919: "si se iniciase una acción militar contra los bolcheviques, Inglaterra se volvería bolchevique y habría un Soviet en Londres", a lo que añade "Lloyd George hablaba, como era su costumbre, para causar efecto, pero su mente perceptiva había diagnosticado correctamente los síntomas".
[11]) El armisticio generalizado se produjo el 11 de noviembre de 1918 apenas unos días después del estallido de la revolución en Kiel -norte de Alemania- y de la abdicación del káiser Guillermo, el emperador alemán. Ver la serie de artículos sobre la revolución alemana, el primer artículo [14].
[12]) Libro de Bela Szanto La República húngara de los Consejos, página 40, edición española.
[13]) Este fenómeno de subproducción generada por la movilización total y extrema de todos los recursos para el armamento y la guerra también lo constata un autor -Gerd Hardach, La Primera Guerra mundial, página 86 edición española- respecto a Alemania que desde 1917 muestra signos de hundimiento de todo el aparato económico, desabastecimiento y caos, lo cual acaba bloqueando la propia producción de guerra.
[14]) Citado por Kart Radek en el prólogo al libro antes citado, página 10, edición española.
[15]) El austriaco Franz Borkenau, antiguo militante comunista, dice de este acontecimiento en su obra Comunismo mundial (en inglés): "En más de un sentido esta huelga ha sido el mayor movimiento revolucionario de origen realmente proletario que el mundo entero jamás haya vivido (...) La coordinación internacional que la Comintern intentó realizar en reiteradas ocasiones se produjo aquí automáticamente, al interior de las fronteras de las potencias centrales, por la comunidad de interés en todos los países concernidos y por la preeminencia en todas partes de dos problemas principales, el pan y las negociaciones de Brest [se refiere a las negociaciones de paz entre el gobierno soviético y el imperio alemán en enero - marzo de 1918]. Por todas partes, las consignas reivindicaban la paz en Rusia sin anexiones ni compensaciones, raciones más grandes y democracia política" (página 92, versión inglesa, traducción nuestra).
[16]) Bela Szanto, La Revolución húngara de 1919, edición española, página 21.
[17]) Szanto, op cit., página 24.
[18]) Ídem, página 28.
[19]) Ídem, página 35.
[20]) Ver en Revista internacional no 135: 1918-19: "La formación del partido, la ausencia de la Internacional [15]".
[21]) Muy similares a los Delegados revolucionarios en Alemania. En realidad, hay una coincidencia significativa en los componentes que convergen en la formación del Partido bolchevique en Rusia, en la del KPD en Alemania y en la del PC húngaro: "El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra" (artículo citado sobre la revolución alemana).
[22]) Militante de izquierdas de la socialdemocracia que en 1910 abandonó el partido y evolucionó hacia posturas anarquistas. Muerto en 1918 había combatido enérgicamente la guerra desde una posición internacionalista.
[23]) Citamos el resumen de sus principios realizado por Bela Szantó en el libro del que venimos hablando.
[24]) El partido demostró una gran eficacia en la agitación y la captación de militantes. En 4 meses pasó de 4000 a 70 000 militantes.
[25]) Esta misma posición prevaleció en el proletariado ruso y en los bolcheviques. Sin embargo, mientras en Rusia los sindicatos eran muy débiles, en Hungría y otros países su fuerza era mucho mayor.
[26]) Libro de Szanto página 43
[27]) Para compensarles, el ministro socialdemócrata Garami propuso concederles un crédito de 15 millones de coronas. Es decir, que la mejora que los trabajadores habían recibido se evaporaría en unos días con la inflación que semejante préstamo iría a provocar. La subvención fue aprobada incluso con la oposición de los ministros oficialmente burgueses del gabinete
[28]) Esta zona se mantendrá bajo dominio checoslovaco hasta el aplastamiento de la revolución en agosto de 1919
[29]) Desde enero había empezado a revivir en uno de esos vaivenes que hablábamos antes. Las grandes fábricas habían enviado delegados -muchos de ellos comunistas- los cuales habían exigido la reanudación de sus reuniones.
[30]) Esta fue igualmente una característica sobresaliente de la Revolución Rusa que subraya por ejemplo John Reed en su libro 10 días que conmovieron al mundo.
[31]) Szantò, página 60, op. cit.
[32]) Szanto, op. cit., página 51.
[33]) Ibidem.
[34]) Szantó, op. cit., página 52.
[35]) Veremos en un próximo artículo cómo la unidad fue el caballo de Troya que utilizaron los socialdemócratas para mantener el control de los Consejos obreros cuando estos tomaron el poder.
[36]) Citado por Szantò, op. cit, página 63.
Bordiga, comunista de izquierda de Italia, calificó el conjunto de la obra de Marx de "esquela necrológica del capital" - o dicho de otra manera, estudio de las contradicciones internas que la sociedad burguesa no podrá evitar y que la llevarán a su fin.
Decretar la muerte con certeza es un problema para los seres humanos de una manera general: la humanidad es la única especie del reino animal en llevar el peso de la conciencia de la muerte inevitable, y ese fardo se plasma en la omnipresencia de los mitos de la vida más allá de la muerte en todas las épocas de la historia y en todas las formas sociales.
De igual modo, las clases dominantes, explotadoras, y los individuos que la componen eran felices porque eludían la muerte consolándose con sueños sobre el carácter eterno de los fundamentos y del destino de su reinado. El régimen de los faraones y de los emperadores divinos se justificaba con historias sagradas que iban desde los orígenes más remotos hasta el futuro más lejano.
Por muy orgullosa que esté de su visión racional y científica, la burguesía no deja de estar sometida a las proyecciones mitológicas. Como dijo Marx puede observarse eso en la actitud de esa clase hacia la historia en la cual proyecta sus "robinsonadas" sobre la propiedad privada como base de la existencia humana. Y no está menos dispuesta a imaginar el final de su sistema de explotación que los antiguos déspotas. Incluso en su época revolucionaria, incluso en el pensamiento del filósofo por excelencia del movimiento dialéctico, Hegel, se encuentra la misma tendencia a proclamar que la dominación de la sociedad burguesa constituye "el fin de la historia". Marx hizo notar que para Hegel, el avance permanente del Espíritu del Mundo había acabado por encontrar paz y descanso bajo la forma del Estado burocrático prusiano (el cual, por cierto, estaba bien embarrancado en su pasado feudal).
Se considera, pues, como un axioma de base de la visión del mundo de la burguesía, distorsionada por su ideología, el hecho de que no puede tolerar ninguna teoría que afirme el carácter puramente transitorio de su dominación de clase. El marxismo, por su parte, que expresa el enfoque teórico de la primera clase explotada de la historia que lleva en sí los gérmenes de un nuevo orden social, no sufre de semejante ceguera.
Así, el Manifiesto comunista de 1848 empieza por el conocido pasaje sobre la historia, que es la historia de la lucha de clases, la cual, en todos los modos de producción hasta hoy, ha desgarrado el tejido social desde dentro, concluyendo con "una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes" (cap. "Burgueses y proletarios") ([1]). La sociedad burguesa simplificó los antagonismos de clase hasta reducirlos socialmente a dos grandes campos: capitalista de un lado, proletario del otro. Y el destino del proletariado es ser el enterrador del orden burgués.
El Manifiesto, sin embargo, no esperaba que la confrontación decisiva entre las clases fuera el simple resultado de la simplificación de las diferencias en el capitalismo, ni de la evidente injusticia representada por el monopolio de los privilegios y de la riqueza por parte de la burguesía. Era primero necesario que el sistema burgués dejara de ser capaz de funcionar "normalmente", que hubiera alcanzado el punto en que: "Con ello se manifiesta francamente que la burguesía es incapaz de seguir siendo por más tiempo la clase dominante de la sociedad y de imponer a la sociedad, en cuanto ley reguladora, las condiciones existenciales de su clase. Es incapaz de dominar, porque es incapaz de asegurar a sus esclavos la existencia inclusive dentro de su esclavitud, porque está obligada a dejarlos que se suman en una situación en la cual debe alimentarlos en lugar de ser alimentada por ellos. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominio, es decir, que su vida ya no resulta compatible con la sociedad" ([2]).
En resumen, el derrocamiento de la sociedad burguesa se convierte en una necesidad vital para la supervivencia misma de la clase explotada y de la vida social en su conjunto.
El Manifiesto veía en las crisis económicas que asolaban periódicamente la sociedad capitalista de aquel tiempo los signos anunciadores de lo que iba a ocurrir.
"Una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas" ([3]).
Hay varios puntos que subrayar respecto a ese pasaje tan citado:
El Manifiesto se escribió en vísperas de la gran marea de levantamientos que barrió Europa durante el año 1848.
Pero aunque esos levantamientos tenían raíces muy materiales -especialmente la aparición de grandes hambrunas por toda una serie de países- aunque aparecieran entonces las primeras manifestaciones masivas de la autonomía política del proletariado (el Cartismo -chartism en inglés- en Gran Bretaña; el levantamiento en junio de 1848 de la clase obrera parisina), eran fundamentalmente los últimos rescoldos de la revolución burguesa contra el absolutismo feudal. En su esfuerzo por comprender el fracaso de esos levantamientos desde el punto de vista del proletariado (raras veces se alcanzaron ni siquiera los objetivos burgueses de la revolución y la burguesía francesa no vaciló en aplastar a los obreros insurgentes de París), Marx reconoció que la perspectiva de una revolución proletaria inminente era algo prematuro. Ya no solo era que la clase obrera había encajado un duro golpe y había retrocedido políticamente a causa de la derrota de los levantamientos de 1848, sino que además, el capitalismo distaba mucho de haber rematado su misión histórica, se estaba extendiendo por el planeta entero y seguía "creando un mundo a su imagen" como decía el Manifiesto. El dinamismo de la burguesía, como lo reconocía el Manifiesto seguía siendo una realidad. Contra los militantes impacientes de su propio "partido", que creían que bastaba con la simple voluntad para empujar a las masas, Marx planteó que el proletariado necesitaría llevar a cabo muchas luchas, durante años, antes de llegar a la confrontación decisiva con su enemigo de clase. También defendió con ahínco la idea de que "Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta" ([4]).
Fue esa convicción la que animó a Marx a dedicarse al estudio -o, más bien, a la crítica- de la economía política, una investigación amplia y profunda que iba a plasmarse en los Grundrisse y los cuatro volúmenes de el Capital. Para comprender las condiciones materiales de la revolución proletaria, era necesario comprender más en profundidad las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, las debilidades fatales que acabarían condenándolo a muerte.
En su obra, Marx reconoció su deuda con los economistas burgueses como Adam Smith y Ricardo que habían contribuido ampliamente a la comprensión del sistema económico burgués, especialmente porque en sus polémicas contra los apologistas de las formas anteriores de producción semifeudales superadas, defendieron el punto de vista de que el "valor" de las mercancías no era algo inherente a la calidad del suelo, ni de una cifra determinada por los caprichos de la oferta y la demanda, sino que se basaba en el trabajo real de los hombres. Pero Marx mostró también que esos polemistas de la burguesía también eran sus apologistas porque en sus escritos:
Lo fundamental, pues, en todas las teorías económicas burguesas es negar que las crisis sean la prueba de que hay contradicciones de base insuperables en el modo de producción capitalista - pájaros de mal agüero, cuervos anunciadores de desastres cuyos roncos graznidos vaticinan el Ragnarök de la sociedad burguesa.
"La fraseología apologética cuya finalidad es negar las crisis, tiene su importancia, pues prueba lo contrario de lo que pretende probar. Para negar la crisis, afirma la unidad allí donde hay contradicción y oposición. En verdad podía decirse que si no existieran las contradicciones negadas arbitrariamente por los apologistas, no habría crisis. En realidad la crisis existe porque esas contradicciones existen. El objetivo de todas las razones que alegan contra la crisis es negar arbitrariamente las contradicciones reales que la causan. Ese deseo ilusorio de negar las contradicciones no hace sino confirmar las contradicciones reales cuya inexistencia se desea" (Teorías de la plusvalía) ([5]).
La apología del capital por los economistas se basa en gran parte en negar que las crisis de sobreproducción que aparecen durante la segunda y la tercera décadas del siglo xix, sean un indicador de la existencia de barreras insuperables para el modo de de producción burgués.
Frente a la realidad concreta de la crisis, la negación de los apologistas toma diferentes formas que los expertos económicos han vuelto a retomar en estas últimas décadas. Marx subraya, por ejemplo, que Ricardo intentaba explicar las primeras crisis del mercado mundial basándose en diferentes factores contingentes como las malas cosechas, la devaluación del papel moneda, la caída de los precios o las dificultades del paso de períodos de paz a períodos de guerra o de guerra a épocas de paz en los primeros años del siglo xix. Es evidente que esos factores pudieron repercutir en la agudización de las crisis e incluso provocar su estallido, pero no eran el meollo del problema. Esos subterfugios nos recuerdan las recientes posiciones tomadas por "peritos" de la cosa económica que situaban la "causa" de la crisis de los años 70 en el aumento de los precios del petróleo y hoy en la codicia de los banqueros. Cuando a mediados del siglo xix se hizo cada vez más difícil negar el ciclo de las crisis comerciales, los economistas se vieron obligados a desarrollar argumentos más sofisticados, aceptar por ejemplo la idea de que había demasiado capital, pero negando que eso significaba que había también demasiadas mercancías invendibles.
Y cuando se aceptaba el problema de la sobreproducción, se relativizaba. Para los apologistas, en la base, "nunca se vende si no es para comprar otro producto cualquiera que pueda ser útil inmediatamente o pueda contribuir en la producción futura" ([6]). En otras palabras, existe una profunda armonía entre producción y venta y en el mejor de los mundos al menos toda mercancía debía encontrar comprador. Si hay crisis no son otra cosa que las posibilidades contenidas en la metamorfosis de las mercancías en dinero, como así lo defendía John Stuart Mill, o, también, son el resultado de una simple falta de proporcionalidad entre un sector de la producción y otro.
Marx no niega ni mucho menos que pueda haber desproporción entre los diferentes ramos de la producción - insiste incluso en que siempre existe esa tendencia en una economía no planificada de que es imposible producir mercancías en función de la demanda inmediata. A lo que Marx se opone es al intento de usar lo de la "desproporcionalidad" como pretexto para pretender quitarse de en medio las contradicciones más elementales de las relaciones sociales capitalistas: "Y se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un fenómeno de sobreproducción, sino desproporción dentro de las distintas ramas de producción, eso significa simplemente que dentro de la producción capitalista, la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la trabazón de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por lo tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción" (el Capital, vol. III) ([7]).
De igual modo, Marx rechaza el argumento según el cual pueda haber una sobreproducción parcial y no una sobreproducción general: "Por eso Ricardo admite que para algunas mercancías pueda existir un atascamiento del mercado. Lo que sería imposible es el atascamiento general y simultáneo. No niega la posibilidad de sobreproducción en una esfera particular de la producción; pero al no poder producirse ese fenómeno en todos los ramos a la vez, no podría haber ni sobreproducción, ni atascamiento general del mercado" (Teorías sobre la plusvalía) ([8]).
Lo que tienen en común todos esos argumentos es negar lo que históricamente tiene de específico el modo de producción capitalista. El capitalismo es el primer sistema económico en haber generalizado la producción de mercancías, la producción para la venta y la ganancia, al conjunto del proceso de producción y de distribución y es en esa especificidad donde encontramos la tendencia a la sobreproducción. No desde luego, como así quiso dejarlo claro Marx, la sobreproducción en relación con las necesidades humanas: "La palabra misma de "sobreproducción" podría llevarnos al error. Mientras las necesidades más urgentes de una gran parte de la sociedad no estén satisfechas o que únicamente lo estén las necesidades inmediatas, no hay, ni mucho menos, sobreproducción en el sentido de superabundancia de productos en relación con las necesidades. Habría que decir, al contrario, que precisamente por ser capitalista la producción, siempre habrá subproducción en el sentido en que suele entenderse. Es la ganancia de los capitalistas lo que limita la producción, y no la necesidad de los productores. Sobreproducción de productos y sobreproducción de mercancías son dos cosas muy diferentes. Cuando Ricardo afirma que la forma mercancía no afecta al producto, y que entre la circulación de mercancías y el trueque sólo hay una diferencia de forma, que el valor de cambio sólo es una forma pasajera de intercambios materiales, y, por lo tanto, que el dinero no es más que un medio formal de circulación, lo único que hace es expresar la tesis de que el modo de producción burgués es el modo absoluto, desprovisto de toda determinación específica, y que su carácter es, por consiguiente, puramente formal. Por eso no hubiera podido admitir que la producción burguesa lleva consigo un límite al libre desarrollo de las fuerzas productivas, limite que se plasma en las crisis cuyo fenómeno básico es la sobreproducción" ([9]).
Marx muestra después la diferencia entre el modo de producción capitalista y los modos de producción anteriores que no pretendían acumular riquezas, sino consumirlas y que se vieron enfrentados al problema de la subproducción más que al de la sobreproducción: "... a los Antiguos transformar el producto en capital ni se les pasaba por la imaginación, o cuando lo hicieron fue a escala muy reducida (la amplitud que daban al atesoramiento propiamente dicho demuestra con creces que el sobreproducto quedaba sin emplear). Transformaban una gran parte en gastos improductivos para obras de arte, monumentos religiosos, obras públicas. Y menos todavía su industria debía servir para liberar y desarrollar las fuerzas productivas materiales: división del trabajo, maquinismo, aplicación de las fuerzas naturales a la producción privada. En su conjunto, no iban más allá del trabajo artesano. Por eso la riqueza que creaban para el consumo privado era relativamente restringida; parece enorme porque se acumulaba en manos de poca gente, que, además, no tenía mucha idea de qué hacer con tanto. No había sobreproducción entre los Antiguos, pero sí sobreconsumo por parte de los ricos, lo que acabó degenerando en los últimos tiempos de Roma y Grecia en una desenfreno demencial. Los escasos pueblos comerciantes entre ellos, vivían en parte a costa de esas naciones básicamente pobres. La base de la sobreproducción moderna es, por un lado, el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, o sea de la producción en masa por productores encerrados en el círculo de lo estrictamente necesario y, por otro, el límite impuesto por la ganancia de los capitalistas" ([10]).
El problema planteado por los economistas es que consideran al capitalismo como si fuera ya un sistema social armonioso - una especie de socialismo en el que la producción está básicamente determinada por las necesidades: "Todas las dificultades planteadas por Ricardo y otros a propósito del problema de la sobreproducción se deben ya sea a que miran la producción burguesa como uno modo de producción en el que no hay diferencia entre la compra y la venta - trueque directo - ya sea, que ven en ella una producción social: como si la sociedad repartiera según un plan sus medios de producción y sus fuerzas productivas, para que sirvieran para satisfacer sus diferentes necesidades, y eso de tal manera que cada sector de la producción recibiera las cantidades necesarias que le corresponden. Esta ficción tiene su raíz en la incapacidad para comprender la forma específica de la producción burguesa, incapacidad que se debe a que la observan y la consideran como la producción a secas. Es igual que el creyente cuando considera su propia religión como la religión sin más y en las demás solo ve que son ‘falsas'" ([11]).
En contra de esas distorsiones, Marx situaba las crisis de sobreproducción en las propias relaciones sociales que definen el capital como modo de producción específico: la relación del trabajo asalariado, "...de tanto reducir a la simple relación consumidor-productor, se acaba olvidando que el asalariado y el capitalista constituyen dos tipos de productores totalmente diferentes, sin mencionar a los consumidores que no producen nada. Eso es quitarse de encima una vez más, haciendo abstracción de ellas, las contradicciones antagónicas reales de la producción. La simple relación asalariado-capitalista implica que:
"1° la mayoría de los productores (los obreros) no son consumidores (compradores) del grueso de su producción, o sea las materias primas y los instrumentos de trabajo; y que 2° la mayoría de los productores (los obreros) no consumen nunca lo equivalente de su producción ya que, por encima de ese equivalente, deben proporcionar la plusvalía o sobreproducto. Para poder consumir o comprar en los límites de sus necesidades, deben ser siempre sobreproductores, producir siempre por encima de sus necesidades" ([12]).
Evidentemente, el capitalismo no comienza cada fase del proceso de acumulación con un problema inmediato de sobreproducción: nació y se ha desarrollado como un sistema dinámico en constante expansión hacia nuevos dominios de intercambio productivo, a la vez en la economía interna y a escala mundial. Pero al ser inevitable la contradicción que Marx describe, esa expansión constante es una necesidad para el capital si quiere retrasar o superar la crisis de sobreproducción. Aquí también, Marx mantuvo ese punto de vista contra los apologistas que veían la extensión del mercado como una simple oportunidad y no como una cuestión de vida o muerte, pues esos apologistas tenían tendencia a considerar al capital como un sistema independiente y armonioso: "Sin embargo, si se admite que el mercado debe extenderse con la producción, debe admitirse también la posibilidad de una sobreproducción. Desde el punto de vista geográfico, el mercado está limitado: el mercado interior es limitado con respecto a un mercado interior y exterior, el cual lo es con respecto al mercado mundial, el cual -aunque capaz de extensión- está también limitado en el tiempo. Así pues, si se admite que el mercado debe extenderse para evitar la sobreproducción, se está admitiendo la posibilidad de la sobreproducción" ([13]).
En el mismo pasaje, Marx prosigue mostrando que si bien la extensión del mercado mundial permite al capitalismo superar sus crisis y proseguir el desarrollo de las fuerzas productivas, la extensión anterior del mercado se vuelve rápidamente incapaz de absorber el nuevo desarrollo de la producción. No veía eso como un proceso eterno: hay límites inherentes a la capacidad del capital para convertirse en un sistema verdaderamente universal y una vez alcanzados esos límites, arrastrarán al capitalismo hacia el abismo: "De ahí, empero, del hecho que el capital ponga cada uno de esos límites como barrera y, por lo tanto, de que idealmente pase por encima de ellos, de ningún modo se desprende que los haya superado realmente; como cada una de esas barreras contradice su determinación, su producción se mueve en medio de contradicciones superadas constantemente pero puestas también constantemente. Aún más: la universalidad a la que tiende sin cesar, encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del desarrollo del capital harán que se le reconozca a él como barrera mayor para esa tendencia y, por consiguiente, propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo" ([14]).
Llegamos así a la conclusión de que la sobreproducción es el primer pájaro de mal agüero que anuncia la decadencia del capitalismo, la ilustración concreta, en el capitalismo de la fórmula fundamental de Marx que explica el auge y el declive de todos los modos de producción existentes hasta hoy: ayer forma de desarrollo (en el caso del capitalismo: la extensión general de la producción de mercancías), se ha convertido hoy en una traba para el progreso de las fuerzas productivas de la humanidad: "Para acercarnos más a la cuestión: por lo pronto, existe un límite que no es inherente a la producción en general, sino a la producción basada en el capital. Este límite es doble, o más bien es el mismo, considerado desde dos puntos de vista. Basta aquí con demostrar que el capital contiene una limitación de la producción que es particular -limitación que contradice su tendencia universal a superar toda traba opuesta a aquélla-, para poner así al descubierto la base de la superproducción, que, en contra de lo que aducen los economistas, el capital no es la forma absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas, forma absoluta que, como forma de la riqueza, coincidiría absolutamente con el desarrollo de las fuerzas productivas. Desde el punto de vista del capital, las etapas de la producción que lo precedieron se presentan igualmente como trabas a las fuerzas productivas. El propio capital, debidamente interpretado, se presenta como condición para el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta tanto las mismas requieran un acicate exterior el cual al mismo tiempo aparece como su freno. Para las mismas es una disciplina que, a determinada altura de su desarrollo, se vuelve superflua e insoportable, ni más ni menos que las corporaciones, etc." ([15]).
Otra crítica de Marx a los economistas políticos se refiere a la incoherencia de éstos, al negar la sobreproducción de mercancías a la vez que admiten la sobreproducción de capital: "En el marco de sus propias premisas, Ricardo es consecuente consigo mismo: afirmar que es imposible una sobreproducción de mercancías, es para él, afirmar que no puede haber plétora o sobreabundancia de capital.
"¿Qué habría dicho entonces Ricardo ante la estupidez de sus sucesores, los cuales niegan la sobreproducción bajo una de sus formas (atascamiento general del mercado) y, en cambio, la aceptan en la forma de plétora, de sobreabundancia del capital, llegando incluso a hacer de esto un punto clave de sus doctrinas?" ([16]).
Sin embargo, Marx, en particular en el tercer volumen de el Capital muestra que el hecho de que el capital tenga tendencia a volverse "sobreabundante", sobre todo en la forma de medios de producción, no es ningún consuelo, pues esa sobreabundancia desarrolla otra contradicción mortal, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ([17]) que Marx califica así: "Es, entre todas las leyes de la economía política moderna, la más importante" ([18]). Esa contradicción está inscrita en las relaciones sociales fundamentales del capitalismo: puesto que el trabajo vivo es el único que puede añadir valor -ése es el "secreto" de la ganancia capitalista- y como, al mismo tiempo, los capitalistas están obligados bajo el látigo de la competencia a "revolucionar constantemente los medios de producción", o sea a aumentar la proporción entre el trabajo muerto de las máquinas y el trabajo vivo de los hombres, están enfrentados a la tendencia intrínseca de que la proporción del nuevo valor contenido en cada mercancía disminuya y, por lo tanto, baje la cuota de ganancia.
Una vez más, los apologistas burgueses evitan aterrorizados lo que eso implica, pues la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia demuestra también lo transitorio del capital: "De otro lado, como la cuota de valorización del capital en su conjunto, la cuota de ganancia, constituye el acicate de la producción capitalista (que tiene como finalidad exclusiva la valorización del capital), su baja amortigua el ritmo de formación de nuevos capitales independientes, presentándose así como un factor peligroso para el desarrollo de la producción capitalista, alienta la superproducción, la especulación, las crisis, la existencia de capital sobrante junto a una población sobrante. Los economistas que, como Ricardo, consideran el régimen capitalista de producción como el régimen absoluto, advierten, al llegar aquí, que este régimen de producción se pone una traba a sí mismo y no atribuyen esta traba a la producción misma, sino a la naturaleza (en su teoría de la renta). Pero lo importante en su horror a la cuota decreciente de ganancia es la sensación de que el régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter puramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción; atestigua que no se trata de un régimen absoluto de producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierta etapa, con su propio desarrollo ulterior" ([19]).
Y en los Grundrisse, las reflexiones de Marx sobre la tendencia decreciente de la cuota de ganancia hacen resaltar lo que fue quizás su anuncio más explícito de la perspectiva del capitalismo que, como las formas anteriores de servidumbre, evita entrar en una fase de obsolescencia o de senilidad durante la cual una tendencia creciente hacia la autodestrucción planteará a la humanidad la necesidad de desarrollar una forma superior de vida social ([20]).
Sin duda Marx vislumbraba el futuro en pasajes como el anterior. Reconocía que existen contratendencias que hacen que la caída cuota de ganancia sea una traba para la producción capitalista a largo plazo y en lo inmediato. Esas contratendencias son: aumento de la intensidad de la explotación, baja de salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, baja del precio de elementos del capital constante y del comercio exterior. La manera con la que Marx trata el comercio exterior, en particular, muestra hasta qué punto las dos contradicciones en el corazón del sistema están estrechamente relacionadas. El comercio exterior implica en parte la inversión para obtener en el exterior una fuerza de trabajo más barata ([21]) y la posibilidad de vender mercancías "por encima de su valor, aunque más baratas que los países competidores" ([22]). Pero en ese mismo punto 5, se habla de la "la necesidad interna [del régimen de producción capitalista], su apetencia de mercados cada vez más extensos" ([23]). Esto se debe también a la tentativa por compensar la baja de la cuota de ganancia, pues, aunque cada mercancía contenga menos ganancia, mientras el capitalismo pueda seguir vendiendo más mercancías, podrá realizar una masa mayor de beneficio. Pero vuelve aquí el capitalismo a toparse con sus límites inherentes: "Pero el mismo comercio exterior fomenta en el interior el desarrollo de la producción capitalista y, con ello, el descenso del capital variable con respecto al constante, a la par que, por otra parte, estimula la superproducción en relación con el extranjero, con lo cual produce, a la larga, el efecto contrario" ([24]).
Y también: "La compensación de la baja de la cuota de ganancia mediante la creciente masa de ésta solo rige para el capital total de la sociedad y para los grandes capitalistas, sólidamente instalados. El nuevo capital adicional que actúa por cuenta propia no se encuentra con semejantes condiciones de sustitución, tiene que empezar conquistándolas, y así como la baja de la cuota de ganancia provoca la competencia entre capitalistas, y no la inversa. Es cierto que esta lucha por la competencia va acompañada por el alza transitoria de los salarios y por la nueva baja temporal de la cuota de ganancia que de ella se deriva. Y lo mismo ocurre en lo tocante a la superproducción de mercancías, al abarrotamiento de los mercados. Como la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia, y como sólo puede lograr esa finalidad mediante métodos que ajustan la masa de lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre la base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente. Por lo demás, el capital está formado por mercancías, razón por la cual la superproducción de capital envuelve también la sobreproducción de mercancías" ([25]).
Cuando intenta evitar una de sus contradicciones, lo único que hace el capitalismo es toparse con los límites de la otra. Por eso Marx consideraba inevitables "los conflictos agudos, las crisis, las convulsiones..." de las que ya había hablado en el Manifiesto. La profundización de sus estudios de la economía política capitalista le confirmó en su idea de que el capitalismo llegaría a un punto en el que habría agotado ya su misión progresiva y empezaría a amenazar la capacidad misma de la sociedad humana para reproducirse. Marx no hizo especulaciones sobre la forma precisa que tendría ese momento. No pudo evidentemente ni siquiera ver el surgimiento de las guerras imperialistas mundiales, las cuales, en su intento de "resolver" la crisis económica para ciertos capitales, iban a volverse cada vez más perjudiciales para el capital como un todo y a ser una amenaza cada día mayor para la supervivencia de la humanidad. De igual modo, Marx sólo pudo entrever la propensión del capitalismo a destruir el entorno natural en el cual se basa, en última instancia, toda reproducción social. En cambio, sí que planteó la cuestión del final de la época ascendente del capitalismo en términos muy concretos: como ya lo anotamos en el artículo precedente de esta serie, ya en 1858, Marx consideraba que la apertura de amplias regiones como China, Australia y California indicaba que la tarea del capitalismo de crear un mercado mundial y una producción mundial basada en esos mercados estaba llegando a su fin; en 1881, hablaba del capitalismo en los países adelantados como un sistema que se había vuelto "regresivo", aunque en ambos casos, pensaba que al capitalismo le quedaba mucho camino todavía por recorrer (sobre todo en los países periféricos) antes de dejar de ser un sistema ascendente globalmente hablando.
Al principio, Marx concibió sus estudios del capital como parte de una obra más amplia que abarcaría otros ámbitos de investigación como el Estado o la historia del pensamiento socialista. En realidad, la vida le quedó corta, pues ni siquiera pudo terminar la parte "económica": el Capital fue una obra inconclusa. Al mismo tiempo, pretender elaborar una teoría final decisiva de la evolución capitalista habría sido algo ajeno a las premisas básicas del método de Marx, el cual consideraba la historia como un movimiento sin fin y la dialéctica de la "Astucia de la razón" ([26]) como necesariamente llena de sorpresas. Por consiguiente, en el ámbito de la economía, Marx no dio una respuesta definitiva sobre qué "pájaro de mal agüero" (el problema del mercado o el de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) iba a desempeñar un papel decisivo en la apertura de las crisis que acabarían llevando al proletariado a rebelarse contra el sistema. Pero una cosa está clara: la sobreproducción de mercancías como la sobreproducción de capital son la prueba de que la humanidad ha alcanzado por fin la etapa en la que se ha hecho posible satisfacer las necesidades de la vida de todos y, por lo tanto, crear las bases materiales para eliminar todas las divisiones de clase. El que haya gentes que se mueren de hambre mientras las mercancías no vendidas se amontonan en depósitos o que cierren fábricas que producen bienes necesarios para vivir porque su producción ya no genera ganancias, el foso entre el inmenso potencial contenido en las fuerzas productivas y su compresión en el corsé del valor de cambio, todo eso proporciona las bases para que emerja una conciencia comunista en quienes están más directamente enfrentados a las consecuencias de lo absurdo del capitalismo.
Gerrard
[1]) El Manifiesto comunista, edición bilingüe, "Crítica", Grijalbo, Barcelona, 1998.
[2]) ídem.
[3]) ídem.
[4]) Karl Marx, las Luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, "La abolición del sufragio universal en 1850", https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia6.htm [19]
[5]) Traducido por nosotros de la versión francesa Oeuvres, Tomo 2, Matériaux pour l'"économie" , parte IVª: "Les crises", p. 484, edición La Pléiade (en inglés, Theories of SurplusValue, 2da parte, capítulo XVII).
[6]) Ídem, p. 479
[7]) Citamos aquí la edición del Fondo de cultura económica, 1946, México. Vol. III, cap. XV-3., p. 254).
[8]) Traducido del francés por nosotros, La Pléiade, Oeuvres, Tomo 2, publicado con el título de Matériaux pour l'"économie" , parte IV : "Les crises".
[9]) Teorías sobre la plusvalía, op. cit., p. 490.
[10]) Ídem, p. 491.
[11]) Ídem, p. 491-92.
[12]) Ibíd., p. 484.
[13]) Ídem, p. 489.
[14]) Elementos fundamentales para la crítica de la economía política -borrador- (Grundrisse), tomo 2, cuaderno IV, p. 362 de la edición siglo XIX, 1971.
[15]) Ídem, p. 369.
[16]) Teorías de la plusvalía, op. cit.
[17]) En otras traducciones: "baja tendencial de la tasa de beneficio".
[18]) Grundrisse, op. cit.
[19]) El Capital, Vol. III, cap. XV, "Desarrollo de las contradicciones internas de la ley", p. 240, FCE, 1946, México
[20]) Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) (Grundisse), v. II, cuaderno VII, p. 282, ed. s. XXI, 1971.
[21]) Como puede hoy observarse en los fenómenos de subcontrata, externalización y deslocalización, lo que en inglés llaman outsourcing)
[22]) El Capital, v. III, c. XIV "Causas que contrarrestan la ley", punto 5 "El comercio exterior", p. 237, FCE.
[23]) Ibíd.
[24]) Ibíd. p. 238.
[25]) Ídem, p. 254.
[26]) "Debe llamarse astucia de la razón al hecho de que ella haga actuar en lugar suyo a las pasiones" (Hegel). Con esa expresión, Hegel definía cómo los humanos, a veces, creen estar haciendo la Historia cuando en realidad son víctimas de ella.
Internationalisme no 26, septiembre de 1947
Publicamos aquí dos artículos de la revista Internationalisme, órgano de la Izquierda comunista de Francia ([1]), escritos en 1947 sobre la cuestión del trotskismo. En aquél entonces, el trotskismo ya se había señalado por su abandono del internacionalismo proletario al participar en la Segunda Guerra mundial, contrariamente a los grupos de la Izquierda comunista ([2]), los cuales, en los años treinta, habían resistido a la marea del oportunismo favorecida por la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Entre éstos, en torno a la revista Bilan (fundada en 1933), la Izquierda italiana definía correctamente las tareas del momento: ante la marcha hacia la guerra, no traicionar los principios elementales del internacionalismo y hacer el "balance" del fracaso de la oleada revolucionaria, en particular de la Revolución rusa. La Izquierda comunista combatía las posiciones oportunistas adoptadas por la Tercera Internacional degenerante, y entre ellas, en particular, la política defendida por Trotski de Frente Único con los partidos socialistas, política que arrojaba por la borda toda la claridad tan difícilmente adquirida sobre el carácter capitalista de esos partidos. La izquierda comunista tuvo incluso, en varias ocasiones, la posibilidad de confrontar su enfoque político con el de la corriente -todavía proletaria entonces - formada en torno a las posiciones de Trotski, en particular cuando se intentó unificar a los diferentes grupos opuestos a la política de la Internacional comunista y de los PC estalinizados ([3]).
Fue con el mismo método de Bilan con el que la Izquierda comunista de Francia analizó el fondo de la política del trotskismo que no fue tanto "la defensa de la URSS", aunque esta cuestión manifestaba claramente su equivocación, como la actitud que debía tomarse ante la guerra imperialista. En efecto, como lo pone de manifiesto el primer artículo, "La función del trotskismo", el alistamiento de esta corriente en la guerra no está determinado en primer lugar por la defensa de la URSS, como lo prueba el que algunas de sus tendencias que rechazaban la tesis del Estado obrero degenerado también participaron en el aquelarre imperialista. La determina en realidad la política del "mal menor", la elección de la lucha contra "la ocupación extranjera", "el antifascismo", etc. Esta característica del trotskismo se subraya especialmente en el segundo artículo publicado, "Bravo Abdelkrim, o la pequeña historia del trotskismo", que constata que "toda la historia del trotskismo está en torno a la ‘defensa' de algo" en nombre del mal menor, siendo ese algo cualquier cosa menos proletario. Esta marca de fábrica del trotskismo no fue en modo alguno alterada por el tiempo como lo prueban las distintas manifestaciones del activismo trotskista contemporáneo, así como también su prontitud a elegir un campo contra otro en los múltiples conflictos que ensangrientan el planeta, incluso desde la desaparición de la URSS.
En la raíz de este vagabundeo del trotskismo está, como señala el primer artículo, la atribución de un papel progresista "a ciertas fracciones del capitalismo, a ciertos países capitalistas (y como dice expresamente el programa de transición, a la mayoría de los países)". En esta concepción, según la caracterización que hace el artículo, "la emancipación del proletariado no se realiza gracias a una lucha que pone al proletariado como clase frente a todo el capitalismo, sino que será el resultado de una serie de luchas políticas, en el sentido limitado del término y en las cuales, aliado sucesivamente a distintas fracciones políticas de la burguesía, el proletariado eliminará a unas fracciones, llegando así, por etapas, poco a poco, a debilitar a la burguesía, a vencerla dividiéndola y derrotándola por partes." Ahí ya no queda nada de marxismo revolucionario.
Es un gran error, y muy compartido, considerar que lo que distingue a los revolucionarios del trotskismo es la cuestión de la "defensa de la URSS".
Por supuesto que los grupos revolucionarios, tildados con cierto menosprecio de "ultraizquierda" por los trotskistas (término peyorativo del mismo nivel que el de "hitlero-trotskistas" que a ellos les dan los estalinistas), rechazan naturalmente cualquier tipo de defensa del Estado capitalista (capitalismo de Estado) ruso. La no defensa del Estado ruso por parte de los grupos revolucionarios no es, ni mucho menos, el fundamento teórico y programático de dichos grupos; no es ni más ni menos que la consecuencia política, que está incluida y se deriva normalmente de sus ideas generales, de su plataforma revolucionaria de clase. Y, a la inversa, la "defensa de la URSS" tampoco es lo típico del trotskismo.
Si es verdad que "la defensa de la URSS" es de todas las posiciones políticas que forman su programa la que mejor y más claramente manifiesta su equivocación y su ceguera, se cometería no obstante un grave error queriendo ver el trotskismo solamente a través de esa manifestación. A lo sumo ha de verse en ella la expresión más acabada, más típica, una especie de absceso del trotskismo. Este absceso es tan monstruosamente aparente que su vista repugna a cada día más afiliados de esa Cuarta internacional y, muy probablemente, sea una de las causas, y no la menor, que hace vacilar a muchos simpatizantes en el momento de afiliarse a esa organización. Sin embargo el absceso no es la enfermedad, sino solamente su localización y su exteriorización.
Si tanto insistimos en este punto, es porque demasiada gente que se asusta viendo los estigmas exteriores de una enfermedad tiende a tranquilizarse fácilmente en cuanto aparentemente desaparecen. Olvidan que una enfermedad "blanqueada" no es una enfermedad curada. Esta especie de gente es tan peligrosa, tan propagadora de los gérmenes de la corrupción como la otra, y quizás más aún, al creer sinceramente estar curada.
El Workers'Party en Estados Unidos (organización trotskista disidente, conocida bajo el nombre de su líder, Shachtman), la tendencia de G. Munis en México ([4]), las minorías de Gallien y Chaulieu en Francia, todas las tendencias minoritarias de la "IVa internacional" que, por rechazar la posición tradicional de defensa de Rusia creen estar curadas "del oportunismo" (como dicen) del movimiento trotskista, sólo están "blanqueadas" pero, en el fondo, siguen estando tan impregnadas como antes y totalmente prisioneras de esa ideología.
Eso es tan verdad que basta con tomar como prueba la cuestión más extrema, la que ofrece menos escapatorias, la que plantea y opone más irreductiblemente las posiciones de clase del proletariado y de la burguesía, la cuestión de la actitud que debe tomarse ante la guerra imperialista. ¿Qué vemos?
Unos y otros, mayoritarios y minoritarios, con consignas diferentes, participan todos ellos en la guerra imperialista.
No vale citarnos, para contradecirnos, las declaraciones verbales de los trotskistas contra la guerra. Las conocemos muy bien. No son las declamaciones lo que importa sino la práctica política real que se deriva de las posiciones teóricas y que se concretó en el apoyo ideológico y práctico a las fuerzas de guerra. Nos importa poco saber con qué argumentos se justificó esta participación. La defensa de la URSS es uno de los más importantes, que vincula e implica al proletariado en la guerra imperialista. No es, sin embargo, el único. Como los socialistas de izquierda y los anarquistas, los minoritarios trotskistas que estaban en contra de la defensa de la URSS encontraron otras razones, no menos válidas para ellos y no menos inspiradas por la ideología burguesa, para justificar su participación en la guerra imperialista. Para unos fue la defensa de la "democracia", para otros "la lucha contra el fascismo" o la "liberación nacional" cuando no "el derecho de los pueblos a la autodeterminación" ".
Para todos, siempre fue una cuestión de "mal menor" la que les hizo participar en la guerra o en la Resistencia del lado de un bloque imperialista contra otro.
El partido de Shachtman tiene totalmente razón de reprochar su apoyo el imperialismo ruso a los trotskistas oficiales, considerando que no se trata de un "Estado obrero", pero eso no basta para hacer de Shachtman un revolucionario, ya que no hace ese reproche basándose en una posición de clase del proletariado contra la guerra imperialista, sino únicamente porque considera que Rusia es un país totalitario donde hay menos "democracia" que en otros países y que, en consecuencia, había que apoyar a Finlandia, "menos totalitaria" y más democrática, contra la agresión rusa ([5]).
Para manifestar la naturaleza de su ideología, en particular sobre la cuestión primordial de la guerra imperialista, el trotskismo no necesita para nada defender a la URSS, como lo acabamos de ver. La defensa de la URSS facilita obviamente su posición de participación en la guerra, permitiéndole disfrazarla con una fraseología seudorrevolucionaria, logrando de esta forma obscurecer su carácter profundo e impidiendo plantear la cuestión de la naturaleza de la ideología trotskista a plena luz.
Hagamos pues momentáneamente abstracción, para esclarecernos, de la existencia de Rusia o, si se prefiere, de toda esa sofística sobre el carácter socialista del Estado ruso, con la que los trotskistas acaban oscureciendo el problema central de la guerra imperialista y de la actitud del proletariado. Planteemos sin más la cuestión de la actitud de los trotskistas en la guerra. Los trotskistas responderán obviamente con una declaración general contra la guerra.
Pero una vez recitada correctamente la letanía sobre el "derrotismo revolucionario" en lo abstracto, comenzarán inmediatamente en lo concreto a establecer restricciones, sabios "distingos", "pero..." y "si..." que los llevarán, en la práctica, a tomar partido a favor de uno u otro de los campos en presencia y a llamar a los obreros a participar en la carnicería imperialista.
Cualquiera que haya tenido relaciones con los medios trotskistas en Francia durante los años 39-45, puede atestiguar que sus sentimientos predominantes no estaban dictados en primer lugar por la defensa de Rusia sino por la elección del "mal menor", la opción de la lucha contra "la ocupación extranjera" y la del "antifascismo".
Eso es lo que explica su participación en "la Resistencia" ([6]), en los F.F.I. ([7]) y en la "Liberación". Y cuando el PCI ([8]) de Francia se ve felicitado por secciones de otros países por su participación en lo que llaman "el levantamiento popular" de la Liberación, les dejamos la satisfacción que puede darles el bluf sobre la importancia de esa participación, o sea la importancia de unas cuantas decenas de trotskistas en ¡"el GRAN levantamiento popular"!. Recordemos sobre todo como testimonio, lo que significa políticamente semejante felicitación.
Los revolucionarios parten de la confirmación de que se ha alcanzado la fase imperialista de la economía mundial. El imperialismo no es un fenómeno nacional (es la violencia de la contradicción capitalista entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas -del capital social total- y el desarrollo del mercado que determina la violencia de las contradicciones interimperialistas). En esta fase no puede haber guerras nacionales. La estructura imperialista mundial determina la estructura de cualquier guerra: en esta época imperialista no hay guerras "progresistas". El único progreso está en la revolución social. La alternativa histórica propuesta a la humanidad es: revolución socialista o decadencia, o sea el hundimiento en la barbarie por la destrucción de las riquezas acumuladas por la humanidad, la destrucción de las fuerzas productivas y la masacre continua del proletariado en una sucesión interminable de guerras locales o generales. Los revolucionarios plantean entonces un criterio de clase relacionado con el análisis de la evolución histórica de la sociedad.
Veamos cómo lo plantea teóricamente el trotskismo: "... Pero no todos los países del mundo son países imperialistas. Al contrario, la mayoría de los países son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semicoloniales intentarán, sin duda, utilizar la guerra para sacudir el yugo de la esclavitud. Para ellos, la guerra no será imperialista sino emancipadora. El deber del proletariado internacional será ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores..." (Programa de transición, capítulo "La Lucha contra el imperialismo y la guerra").
Así pues, el criterio trotskista no está vinculado al período histórico que vivimos sino que crea, se refiere, a un concepto abstracto y, por lo tanto, falso del imperialismo. Solamente sería imperialista la burguesía de un país dominante. El imperialismo no sería una fase político-económica del capitalismo mundial sino estrictamente del capitalismo de algunos países, mientras que los demás países capitalistas, la "mayoría", no serían imperialistas. A menos de recurrir a una distinción formal, vacía de sentido, todos los países del mundo están de hecho actualmente dominados económicamente por dos naciones: Estados Unidos y Rusia. ¿Se ha de concluir que solamente la burguesía de ambos países es imperialista y que la hostilidad del proletariado a la guerra no debe ejercerse sino únicamente en esos dos países?
Más aun, si se sigue a los trotskistas y se quita a Rusia, la cual, por definición, "no es imperialista", se llega al absurdo monstruoso de que sólo hay un país imperialista en el mundo: Estados Unidos. Eso nos conduce a la reconfortante conclusión de que el proletariado tiene como deber ayudar a todos los demás países del mundo -puesto que todos son "no imperialistas" y "oprimidos".
Veamos, concretamente, cómo esta distinción trotskista se traduce en los hechos, en la práctica. En 1939, Francia es un país imperialista, así que se propugna el derrotismo revolucionario. En 1940-45, Francia está ocupada: de país imperialista se convierte en país oprimido; su guerra es "emancipadora"; "el deber del proletariado es apoyar su lucha". Perfecto. Pero entonces es Alemania la que en 1945 se convierte en país ocupado y "oprimido": el proletariado debe apoyar una eventual emancipación de Alemania contra Francia. Lo que es verdad para Francia y Alemania también es verdad para cualquier otro país: Japón, Italia, Bélgica, etc. Que no se nos venga a hablar de países coloniales y semicoloniales. En la época imperialista, en la competición salvaje entre los imperialismos, cualquier país que no tiene la oportunidad o la fuerza de ser el vencedor pasa a ser, de hecho, un país "oprimido". Ejemplos: Alemania y Japón y, en el otro sentido, China.
El único deber del proletariado será así andar dando brincos de un platillo a otro de la balanza imperialista, al ritmo de los dictámenes trotskistas, y hacerse masacrar por lo que los trotskistas llaman "Ayuda a una guerra justa y progresista..." (véase Programa de transición, ibídem).
Es el carácter fundamental del trotskismo: en cualquier situación y en todas sus posiciones corrientes, ofrece al proletariado una alternativa, no de oposición y solución de clase: proletariado contra burguesía, sino la alternativa entre dos campos, dos fuerzas capitalistas "oprimidas...": entre burguesía fascista y antifascista; entre "reacción" y "democracia"; entre monarquía y república; entre guerra imperialista y guerras "justas y progresistas".
Partiendo de esa alternativa eterna del "mal menor", los trotskistas participaron en la guerra imperialista, y no en función de la necesidad de la defensa de la URSS. Antes de defenderla, habían participado en la guerra de España (1936-39) en defensa de la España republicana contra Franco. A continuación fue la defensa de la China de Chiang Kai-chek contra Japón.
La defensa de la URSS no es, por lo tanto, la base de sus posiciones, sino el resultado, una manifestación entre otras de su plataforma fundamental, plataforma por la que el proletariado no tiene una posición de clase propia en una guerra imperialista sino que puede y debe hacer una distinción entre los distintos capitalismos nacionales, momentáneamente antagónicos, a los que debe declarar "progresistas" y conceder su ayuda, por regla general a los más débiles, más atrasados, a la burguesía "oprimida".
Esta posición, en la cuestión tan crucial (central) de la guerra, sitúa inmediatamente al trotskismo como corriente política fuera del campo del proletariado y justifica por sí sola la necesidad de ruptura total con él por parte de cualquier elemento revolucionario proletario.
Y sólo hemos puesto de relieve una de las raíces del trotskismo. De forma más general, el trotskismo considera que la emancipación del proletariado no es el resultado de la lucha de forma absoluta que sitúa al proletariado como clase frente al conjunto del capitalismo, sino que será el resultado de una serie de luchas políticas, en el sentido estrecho del término y en las cuales, aliándose sucesivamente a distintas fracciones políticas de la burguesía, eliminará a las otras y así llegará, por grados, por etapas, poco a poco, a debilitar a la burguesía y a triunfar, dividiéndola y venciéndola por partes.
No solo es ése un enfoque que se pretende altamente sutil y estratégico, que se resume en el lema... "ir separadamente y pegar juntos...". Es, sobre todo, una de las bases de la ideología trotskista, y esto queda confirmado en la teoría de la "revolución permanente" (nueva forma), que explica que la permanencia de la revolución considera la propia revolución como un desarrollo permanente de una sucesión de acontecimientos políticos, entre los que la toma del poder por el proletariado no es sino un acontecimiento entre otros, y que no considera que la revolución sea un proceso económico y político de liquidación de una sociedad dividida en clases y, por fin y sobre todo, afirma que la edificación socialista se puede comenzar antes de la toma del poder por el proletariado.
Es verdad que esta concepción de la revolución sigue, en parte, "fiel" al esquema de Marx. Pero no es sino una fidelidad a la letra. Marx conoció ese esquema en 1848, cuando la burguesía seguía aún siendo una clase históricamente revolucionaria, y fue en el fuego de las revoluciones burguesas que se desencadenaron por toda una serie de países de Europa, cuando Marx esperó que no se detuvieran en la fase burguesa, sino que se vieran desbordadas por el proletariado prosiguiendo la marcha adelante hasta la revolución socialista.
Si la realidad invalidó las esperanzas de Marx, fue en todo caso una visión revolucionaria atrevida, anticipadora de las posibilidades históricas. Otra cosa es la revolución permanente trotskista. Fiel a la letra pero traidor al espíritu, el trotskismo sigue otorgando un papel progresista a algunas fracciones del capitalismo, a algunos países capitalistas (y como lo dice expresamente el Programa de transición, son la mayoría), un siglo después de que hayan acabado las revoluciones burguesas, en la época del imperialismo mundial, mientras que la sociedad capitalista ha entrado, como un todo, en su fase decadente.
Marx pensaba en 1848 situar al proletariado a la cabeza de la sociedad, los trotskistas en 1947 ponen el proletariado a remolque de la burguesía declarada "progresista". Es difícil imaginar una caricatura más grotesca, una deformación más obtusa que la que proponen los trotskistas del esquema de la revolución permanente de Marx.
Tal como Trotski la había retomado y formulado en 1905, la teoría de la revolución permanente guardaba todo su significado revolucionario. En 1905, a principios de la era imperialista, cuando el capitalismo parecía tener ante sí muchos años de prosperidad, en uno de los países más atrasados de Europa en el que subsistía todavía toda una superestructura política feudal, donde el movimiento obrero estaba dando sus primeros pasos, ante todas las fracciones de la socialdemocracia rusa que anunciaban la llegada de la revolución burguesa, frente a Lenin que, lleno de restricciones, no se atrevía a ir más lejos que asignar a la futura revolución la tarea de reformas burguesas bajo una dirección revolucionaria democrática de los obreros y campesinos, Trotski tuvo el mérito innegable de proclamar que la revolución sería socialista -la dictadura del proletariado- o no sería.
La teoría de la revolución permanente ponía el acento sobre el papel del proletariado como única clase revolucionaria desde entonces en adelante. Fue una proclamación revolucionaria audaz, dirigida contra los teóricos socialistas pequeñoburgueses miedosos y escépticos, y contra los revolucionarios vacilantes a quienes les faltaba confianza en el proletariado.
En la actualidad, cuando la experiencia de los cuarenta últimos años confirmó plenamente esos elementos teóricos, en un mundo capitalista acabado y ya decadente, la teoría de la revolución permanente de "nuevo cuño" está únicamente dirigida contra las "ilusiones" revolucionarias de esos extravagantes ultraizquierdistas, esa pesadilla del trotskismo.
En la actualidad, se insiste en las ilusiones atrasadas de los proletarios sobre las inevitables etapas intermedias, la necesidad de una política realista y positiva, los gobiernos trabajadores y campesinos, las guerras justas y las revoluciones de emancipación nacionales progresistas.
Tal es en adelante el destino de la teoría de la revolución permanente entre las manos de discípulos que sólo supieron retener y asimilar las debilidades, y nada de lo que fue la grandeza, la fuerza y el valor revolucionarios del ilustre maestro.
Apoyar las tendencias y las fracciones "progresistas" de la burguesía, reforzar la marcha revolucionaria del proletariado basándola en utilizar la división y los antagonismos intercapitalistas, son las fuentes de la teoría trotskista. Hemos visto la primera, veamos el contenido de la segunda.
En primer lugar, sobre cómo garantizar mejor el orden capitalista. Es decir, garantizar mejor la explotación del proletariado.
En segundo lugar, sobre las divergencias entre los intereses económicos de los diferentes grupos que componen la clase capitalista. Trotski, que se dejó a menudo llevar por su estilo y sus metáforas hasta perder de vista su contenido social real, hizo a menudo hincapié en este segundo aspecto. "Es erróneo considerar el capitalismo como un conjunto unificado", enseñaba. "La música también es un conjunto, pero sería un músico bien pobre el que no distinguiera las notas unas de otras". Y esta metáfora la aplicaba a los movimientos y luchas sociales. A nadie se le ocurrirá negar o no hacer caso de la existencia de oposiciones de intereses dentro de la clase capitalista, y las luchas que de ellas resultan. La cuestión está en saber qué lugar ocupan esas distintas luchas en la sociedad. Sería un marxista revolucionario muy mediocre el que pusiera en el mismo plano la lucha entre las clases y la lucha entre grupos de la misma clase.
"La historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de las luchas de clase". Esta tesis fundamental de el Manifiesto comunista, no desconoce obviamente la existencia de luchas secundarias entre distintos grupos e individualidades económicas dentro de las clases ni su importancia relativa. Pero el motor de la historia no son esos factores secundarios, sino la lucha entre la clase dominante y la clase dominada. Cuando una nueva clase debe, en la historia, sustituir a la antigua, incapaz ya de garantizar la dirección de la sociedad, o sea en un período histórico de transformación y revolución social, la lucha entre ambas clases determina y domina absolutamente, de forma categórica, todos los acontecimientos sociales y todos los conflictos secundarios. En tales períodos históricos, como el nuestro, hacer hincapié en los conflictos secundarios, de los cuales se quiere determinar y condicionar la marcha del movimiento de la lucha de clases, su dirección y su amplitud, demuestra con claridad deslumbrante que no se ha entendido nada sobre las cuestiones más elementales de la sociología marxista. No se hace otra cosa sino juegos malabares con abstracciones sobre notas de música, y se supedita, en lo concreto, la lucha social histórica del proletariado a las contingencias de los conflictos políticos intercapitalistas.
Toda esta política se basa, en el fondo, en una singular ausencia de confianza en las propias fuerzas del proletariado. Indudablemente, las tres últimas décadas de derrotas ininterrumpidas han ilustrado trágicamente la inmadurez y la debilidad del proletariado. Pero uno se equivocaría buscando el origen de esta debilidad en el autoaislamiento del proletariado, en la ausencia de una línea suficientemente flexible de conducta hacia las demás clases, capas y formaciones políticas antiproletarias. Es todo lo contrario. Desde la fundación del la IC, no se ha cesado de denigrar la enfermedad infantil de la izquierda, de elaborar la estrategia irrealista de conquista de amplias masas, de conquista de los sindicatos, de la utilización revolucionaria de la tribuna parlamentaria, del frente único político con "el diablo y su abuela" (Trotski), de participación en el Gobierno obrero de Sajonia....
¿Cuál fue el resultado?
Desastroso. Cada nueva conquista de la estrategia en flexibilidad era seguida por una derrota mayor, más profunda. Para atenuar esa debilidad que asignan al proletariado, para "reforzarlo", no sólo iban corriendo a apoyarse en fuerzas políticas extraproletarias (socialdemocracia) sino también en fuerzas sociales ultrarreaccionarias: partidos campesinos "revolucionarios" (Conferencia internacional del campesinado-Conferencia internacional de los pueblos coloniales). Cuanto más se acumulaban las catástrofes sobre la cabeza del proletariado, más triunfaban en la IC la rabia de las alianzas y la política de explotación. Se debe ciertamente buscar el origen de toda esta política en la existencia del Estado ruso, que ha encontrado en sí mismo su razón de ser, que no tiene por naturaleza nada en común con la revolución socialista, opuesto y ajeno como lo es y lo será al proletariado y a sus objetivos de clase.
El Estado, para su conservación y su reforzamiento, debe y puede encontrar aliados en las burguesías "oprimidas", en los "pueblos" y los países coloniales y "progresistas", porque esas categorías sociales están, por naturaleza, llamadas a construir el Estado. El Estado ruso podrá especular sobre la división y los conflictos entre otros Estados y grupos capitalistas, porque es de la misma naturaleza social y de clase que ellos.
En esos conflictos, el debilitamiento de uno de los antagonistas puede convertirse en la condición de su reforzamiento (del Estado). Y todo lo contrario es lo que ocurre con el proletariado y su revolución. El proletariado no puede contar con ninguno de esos aliados, no puede apoyarse en ninguna de esas fuerzas. Está solo y, además, en oposición constante, en oposición histórica irreducible con el conjunto de esas fuerzas y elementos que presentan, contra él, una unidad indivisible.
Concienciar al proletariado de su posición, de su misión histórica, no ocultarle nada sobre las grandes dificultades de su lucha, enseñarle también que no le queda otra opción, que debe y puede vencer a pesar de las dificultades aunque sea al precio de su existencia humana y física, esa es la única forma de armar al proletariado para la victoria.
Pero pretender evitar la dificultad buscando posibles aliados (aunque sean temporales) al proletariado, presentándole fuerzas "progresistas" en las demás clases sobre las que pueda apoyar su lucha, es equivocarlo para consolarlo, es desarmarlo y extraviarlo.
Y ésa es efectivamente la función actual del movimiento trotskista.
Marc
Internationalisme no 24, julio de 1947)
Hay quienes sufren de un sentimiento de inferioridad, otros de un sentimiento de culpabilidad, y otros de manía persecutoria. El trotskismo, por su parte, sufre de una enfermedad que se podría llamar, a falta de otra expresión, "defensismo". Toda la historia del trotskismo da vueltas en torno a la "defensa" de algo. Y cuando por desgracia hay semanas vacías en las que no encuentran nada ni a nadie que defender, los trotskistas están literalmente desesperados. Se les reconoce entonces por sus rostros tristes, sus rasgos descompuestos, sus miradas extraviadas, buscando desesperadamente una causa o una víctima cuya defensa podrían tomar, como el toxicómano su ración diaria de veneno.
Afortunadamente para los trotskistas existe una Rusia que conoció la revolución. Podrá servirles hasta el final de los tiempos para proveer su necesidad de causas que defender. Ocurra lo que ocurra con Rusia, los trotskistas permanecerán, impasibles, a favor de la "defensa de la URSS" ya que es en Rusia donde han encontrado una fuente inagotable para satisfacer su vicio "defensista".
Pero no solo cuentan las grandes defensas. Para rellenar la vida del trotskismo, además de la grande, la inmortal, la incondicional "defensa de la URSS" - fundamento y razón de ser del trotskismo -también necesita las chiquitas "defensas... cotidianas", la pequeña "defensa diaria".
El capitalismo, en su fase de decadencia, desencadena una destrucción general no solo del proletariado, víctima de siempre del sistema, sino que la represión y la masacre se repercuten, incluso multiplicándose, en el mismo seno de la clase capitalista. Hitler masacra a los burgueses republicanos, Churchill y Truman cuelgan y fusilan a Goering y Cía., Stalin pone a todo el mundo de acuerdo asesinando a unos y otros. El caos sangriento general, el desencadenamiento de una bestialidad perfeccionada y de un sadismo refinados desconocidos hasta entonces son el tributo inevitable de la imposibilidad del capitalismo para superar sus contradicciones, y de la ausencia de la voluntad consciente del proletariado para echarlo abajo. ¡Alabado sea Dios! ¡Qué ganga para nuestros hambrientos de causas que defender! Nuestros trotskistas están a su gusto. Cada día se presentan nuevas causas para nuestros modernos caballeros, que les permiten manifestar abiertamente su carácter generoso de desfacedores de entuertos y vengadores de ofendidos.
En otoño de 1935, Italia comienza una campaña militar contra Etiopía. Es una guerra indiscutiblemente imperialista de conquista colonial que opone, por un lado, un país capitalista avanzado, Italia, y por el otro, un país atrasado, Etiopía, económica y políticamente aún semifeudal. Italia es el régimen de Mussolini, Etiopía el del Negus, el "rey de los reyes". Pero la guerra etíope-italiana es más que una simple guerra colonial de tipo clásico: es la preparación, el preludio a la guerra mundial que se anuncia. Pero los trotskistas no tienen por qué mirar tan lejos. Les basta saber que Mussolini es el "malvado agresor" contra el "reino pobre" del Negus para salir inmediatamente en defensa "incondicional" de la independencia nacional de Etiopía. ¡No faltaría más! Y añadirán sus voces al coro general (coro del bloque "democrático" anglosajón todavía en formación y buscándose) para reclamar sanciones internacionales contra "la agresión fascista". Más defensores que nadie y, sobre ese tema, sin lecciones que recibir de nadie, culparán y denunciarán la defensa insuficiente, en su opinión, de la SDN ([9]), y llamarán a los obreros del mundo a garantizar la defensa de Etiopía y del Negus. Es cierto que la defensa trotskista no dio buena suerte al rey Negus, que a pesar de ella fue derrotado. Pero en toda justicia no se puede culpar a los trotskistas de la responsabilidad de la derrota, ya que cuando se trata de defensa, incluso de la de un Negus, los trotskistas no regatean. ¡Siempre presentes!
En 1936 se desencadena la guerra en España con la forma de "guerra civil" interna, que divide a la burguesía española entre clan franquista y clan republicano; es el ensayo general de la guerra mundial inminente, jugando con la vida y la sangre de los obreros. El gobierno republicano-estaliniano-anarquista está en una posición de inferioridad militar manifiesta. Los trotskistas vuelan naturalmente en socorro de la República "en peligro contra el fascismo". Una guerra no puede obviamente proseguir sin combatientes ni material. Podría detenerse. Alarmados ante semejante perspectiva (la desaparición de motivo de defensa), los trotskistas movilizan entonces a todas sus fuerzas para reclutar combatientes para las brigadas internacionales y se desviven para mandar "cañones a España". Pero el Gobierno republicano son los Azaña, Negrin, los amigos de ayer y de mañana de Franco contra la clase obrera. ¡Los trotskistas no reparan en detalles! No regatean su ayuda. O se está a favor o en contra de la Defensa. Nosotros, trotskistas, somos neo-defensores, punto.
En 1938, la guerra causa estragos en Extremo Oriente. Japón ataca a la China de Chiang Kai-chek. ¡No hay vacilación posible: "Todos como un solo hombre por la defensa de China". El propio Trotski explicará que no es hora de recordar la sangrienta masacre de miles y miles de obreros de Shangai y Cantón por los ejércitos de ese mismo Chiang Kai-chek durante la Revolución de 1927. El Gobierno de Chiang Kai-chek podrá ser un gobierno capitalista a sueldo del imperialismo americano y ser perfectamente comparable con el régimen japonés en lo que a explotación y represión de los obreros se refiere, eso importa poco ante el principio superior de la independencia nacional. El proletariado internacional movilizado por la independencia del capitalismo chino sigue siendo dependiente...del imperialismo yanqui, pero Japón perdió efectivamente a China y fue vencido. Los trotskistas pueden estar satisfechos. Al menos realizaron la mitad de su objetivo. Cierto es que esta victoria antijaponesa ([10]) costó la vida de unas cuantas decenas de millones de obreros masacrados durante 7 años en todos los frentes del mundo por la guerra mundial. Cierto es que los obreros en China, como en todas partes, siguen explotados y machacados cada día. Pero ¿qué importancia tienen con respecto a la independencia garantizada (muy relativa) de China?
1939. La Alemania de Hitler ataca Polonia. ¡Adelante en defensa de Polonia! Pero ocurre que el "Estado obrero" ruso también ataca Polonia, también guerrea con Finlandia y arranca por la fuerza territorios a Rumania. Eso desorientó un poco a los cerebros trotskistas que, como los estalinistas, sólo recobrarán cuando se iniciaron las hostilidades entre Rusia y Alemania. Entonces todo se volvió claro, demasiado claro, trágicamente claro. Durante 5 años los trotskistas llamarán a los proletarios de todos los países a hacerse masacrar por la "defensa de la URSS" e indirectamente por todos sus aliados. Combatirán al gobierno de Vichy que quiere poner al servicio de Alemania el imperio colonial francés y arriesgar así "su unidad". Combatirán a Pétain y otros Quisling ([11]). En Estados Unidos, reclamarán el control del ejército por los sindicatos para garantizar mejor la defensa de Estados Unidos contra la amenaza del fascismo alemán. Estarán presentes en todas las guerrillas y en todas las resistencias, en todos los países. Será el período del apogeo de la "defensa".
Podrá haberse acabado la guerra, en cambio, la profunda necesidad de "defensa" en los trotskistas es infinita. El caos mundial que siguió el cese oficial de la guerra, los distintos movimientos de nacionalismo exasperado, los levantamientos nacionalistas burgueses en las colonias, tantas expresiones del caos mundial que siguieron el cese oficial de la guerra y que fueron utilizados y fomentados por todas partes por las grandes potencias para sus intereses imperialistas, seguirán proporcionando ampliamente materia que defender para los trotskistas. Son en particular los movimientos burgueses coloniales en los que, bajo las banderas de "liberación nacional" y de "lucha contra el imperialismo" (muy verbal), se sigue masacrando a decenas de miles de trabajadores, que llevarán a su colmo la exaltación defensista de los trotskistas.
En Grecia, los dos bloques, ruso y angloamericano, se enfrentan por la soberanía en los Balcanes, bajo los colores locales de una guerra de guerrilla contra el gobierno oficial, los trotskistas entran en danza. Al grito de "¡Manos quietas con Grecia!", anuncian la buena noticia a los proletarios de la constitución de brigadas internacionales en el territorio yugoslavo del "liberador" Tito ([12]), llamando a los obreros a alistarse en ellas para liberar a Grecia.
Con el mismo entusiasmo, informan de sus heroicas hazañas en China, en las filas del ejército pretendidamente comunista y que de esto tiene tanto como el gobierno de Stalin del que son la emanación. Indochina, en donde también se organizan las masacres como se debe, será otra tierra de elección para la defensa trotskista "de la independencia nacional de Vietnam". Con el mismo impulso generoso, los trotskistas apoyarán y defenderán al partido nacional burgués "Destour", en Túnez y el partido nacional burgués (PPA) de Argelia. Descubrirán virtudes liberadoras al MDRM, movimiento burgués nacionalista de Madagascar. La detención, por sus compadres del gobierno capitalista francés, de los consejeros de la República y diputados de Madagascar, lleva a su colmo la indignación de los trotskistas. Cada semana, el periódico la Vérité se llenará de llamadas en defensa de los "pobres" diputados malgaches. "¡Liberen a Ravoahanguy!, ¡liberen a Raharivelo!, ¡liberen a Roseta!" Las columnas del diario serán insuficientes para contener todas las "defensas" que tienen que hacer los trotskistas. ¡Defensa del Partido estalinista amenazado en Estados Unidos! ¡Defensa del movimiento panárabe contra el sionismo colonizador judío en Palestina, y defensa de los fanáticos de la colonización chovinista judía, los líderes terroristas del Irgún, contra Inglaterra! Defensa de las Juventudes socialistas contra el Comité director de la SFIO.
Defensa de la SFIO contra el neosocialista Ramadier.
Defensa de la CGT contra sus jefes.
Defensa de las "libertades..." contra las amenazas "fascistas de De Gaulle".
Defensa de la Constitución contra la reacción.
Defensa del gobierno PS-PC-CGT contra el MRP.
Y dominándolo todo, defensa de la "pobre" Rusia de Stalin, ¡amenazada de cerco! por Estados Unidos.
¡Pobres, pobrecitos trotskistas, sobre los frágiles hombros de quienes pesa la agobiante carga de tantas "defensas"!
El pasado 31 de mayo ocurrió un acontecimiento un tanto sensacional: Abdelkrim, el viejo jefe del Rif ([13]), se despidió "a la francesa" del gobierno francés, escapándose durante su transferencia a Francia. Esta fuga fue preparada y realizada con la complicidad del rey Faruk de Egipto, que le propuso un asilo digamos real, y también se benefició de la indiferencia condescendiente de Estados Unidos. La prensa y el gobierno franceses expresan su disgusto. La situación de Francia en sus colonias no está para que se añadan nuevas causas de desordenes. Pero más que un peligro real, la fuga de Abdelkrim ridiculiza una poquito más a Francia, cuyo prestigio en el mundo ya es suficientemente vacilante. Por eso se entienden perfectamente las recriminaciones de toda la prensa, que se queja del abuso de confianza de Abdelkrim que se evade a pesar de haber dado su palabra de honor al gobierno democrático francés.
Acontecimiento "formidable" para nuestros trotskistas, que patalean de alegría y entusiasmo. La Vérité del 6 de junio, con título "Bravo Abd-El-Krim!", se conmueve ante el que "... condujo la lucha heroica del pueblo marroquí...", explicando la dimensión revolucionaria de su gesto. "Si han engañado, escribe la Vérité, a estos señores del estado mayor y del ministerio de Colonias, hicieron bien. Es necesario saber engañar a la burguesía, mentirle, usar ardides contra ella, enseñaba Lenin...". Aquí vemos a Abdelkrim transformado en discípulo de Lenin, ¡en espera de ser miembro de honor del Comité ejecutivo de la IVa Internacional!
Los trotskistas aseguran al "viejo combatiente rifeño, que como en los viejos tiempos quiere la independencia de su país" que "... mientras luche Abdelkrim, todos los comunistas del mundo le prestarán ayuda y asistencia". Y concluyen: "Eso que ayer decían los estalinistas, nosotros, trotskistas, lo repetimos hoy".
¡Efectivamente... no podía decirse mejor!
No acusamos a los trotskistas de "repetir hoy lo que los estalinistas decían ayer" ni hacer lo que los estalinistas siempre han hecho. Tampoco reprochamos a los trotskistas el "defender" a quienes les dé la gana. Cumplen totalmente con su papel.
Pero que se nos permita expresar un deseo, un único deseo: ¡Ojalá que la necesidad "de defender" que tienen los trotskistas no los oriente un día hacia proletariado. Con ese tipo de defensa, el proletariado nunca se recuperaría.
¡La experiencia del estalinismo le basta ampliamente!
Marc
[1]) Léase nuestro folleto en francés la Izquierda comunista de Francia, https://fr.internationalism.org/brochure/gcf [23].
[2]) Léase nuestro artículo, la Izquierda comunista y la continuidad del marxismo, https://fr.internationalism.org/icconline/1998/gauche-communiste [24].
[3]) Léase a este respecto el primer capítulo de la Izquierda comunista de Francia, "Las tentativas abortadas de creación de una Izquierda comunista de Francia".
[4]) [Nota de la redacción] Una referencia particular ha de hacerse a Munis que romperá con el trotskismo sobre la base de la defensa del internacionalismo proletario. Ver a este respecto nuestro artículo de la Revista internacional no 58, "A la memoria de Munis, un militante de la clase obrera"; https://es.internationalism.org/rinte58/Munis_militante_revolucionario.htm [25].
[5]) [Nota de la redacción] Se trata de la ofensiva rusa de 1939 que, además de Finlandia, también afectó a Polonia (que estaba siendo invadida por Hitler), los países bálticos y Rumania.
[6]) Es característico que el grupo Johnson-Forest, escisión del Partido de Schachtman y que se considera "muy a la izquierda" porque rechaza tanto la defensa de la URSS como las posiciones antirrusas de Schachtman, critique severamente a los trotskistas franceses que, según él, no habrían participado bastante activamente en "la Resistencia". He aquí una expresión típica de lo que es el trotskismo.
[7]) [Nota de la redacción] "Fuerzas francesa del interior", conjunto de las agrupaciones militares de la resistencia interior francesa que se constituyeron en la Francia ocupada y que se pusieron, en marzo de 1944, bajo las órdenes del general Kœnig y la autoridad política del general De Gaulle.
[8]) [Nota de la redacción] "Partido comunista internacionalista", resultado de la agrupamiento en 1944 del Partido obrero internacionalista y del Comité comunista internacionalista.
[9]) [Nota de la redacción] Sociedad de las naciones, precursor, en la anteguerra, de Naciones Unidas.
[10]) Léase, por ejemplo, en la Verité del 20/06/47, "La lucha heroica de los trotskistas chinos": "En la provincia de Shantung nuestros camaradas se convirtieron en los mejores combatientes de guerrillas... En la provincia de Kiang-Si... los trotskistas son saludados por los estalinistas como "los más honestos combatientes antijaponeses", etc."
[11]) [Nota de la redacción] Vidkun Quisling fue el dirigente del Nasjonal Samling (partido nazi) noruego y dirigente del gobierno fantoche impuesto por los alemanes después de la invasión de Noruega.
[12]) [Nota de la redacción] Josip Broz Tito fue uno de los principales responsables de la resistencia yugoslava, y tomó el poder en Yugoslavia a finales de la guerra.
[13]) [Nota de la redacción] Abd-al-Krim al Jattabi (o Abdelkrim, nacido por 1882 a Ajdir en Marruecos, muerto el 6 de febrero de 1963 en El Cairo, Egipto) dirigió una larga resistencia contra la ocupación colonial del Rif - región montañosa del norte de Marruecos - en un primer tiempo de los españoles y a continuación de los franceses, consiguiendo formar una "República confederada de las tribus del Rif" en 1922. La guerra para aplastar esta nueva República fue llevada a cabo por un ejército de 450 000 hombres reunido por los Gobiernos francés y español. Al ver perdida su causa, Abdelkrim se constituyó preso de guerra con el fin de ahorrar las vidas de los civiles, lo que no impidió a los franceses bombardear los pueblos con gas mostaza, causando así 150 000 muertes civiles. Abdelkrim fue exiliado en la isla de La Reunion a partir de 1926 dónde vivió en residencia forzosa, pero le dieron permiso de residencia en Francia en 1947. Cuando su buque hacía escala en Egipto, consiguió librarse de sus guardias, muriendo en El Cairo (véase Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Abd_el-Krim [26]).
Links
[1] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2114/tras-el-hundimiento-del-bloque-del-este-inestabilidad-y-caos
[2] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1151/1989-1999-el-proletariado-mundial-ante-el-hundimiento-del-bloque-d
[3] https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3847
[4] https://es.internationalism.org/rint123/katrina.htm
[5] /file:///K:/Activités/2009-rint/rint-sp%20109%20a%20137/Rint_139/sp/Acción%20Proletaria%20nº%20180,%202005.
[6] https://es.internationalism.org/ap/2005/180_Tsunami
[7] http://www.legambientearcipelagotoscano.it/globalmente/petrolio/incident.htm
[8] http://www.scienzaesperienza.it/news.php?/id=0057
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/21/481/medioambiente
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/3/50/medio-ambiente
[11] https://es.wikipedia.org/wiki/Primera_Guerra_Mundial
[12] https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci
[13] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo1/index.htm
[14] https://es.internationalism.org/en/content/2279/i-frente-la-guerra-el-proletariado-revolucionario-reanuda-con-sus-principios
[15] https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/200810/2709/iii-1918-19-la-formacion-del-partido-la-ausencia-de-la-internacion
[16] https://es.internationalism.org/en/tag/21/531/la-revolucion-hungara-de-1919
[17] https://es.internationalism.org/en/tag/2/37/la-oleada-revolucionaria-de-1917-1923
[18] https://es.internationalism.org/en/tag/acontecimientos-historicos/hungria-1919
[19] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia6.htm
[20] https://es.internationalism.org/en/tag/21/492/decadencia-del-capitalismo
[21] https://es.internationalism.org/en/tag/20/468/bordiga
[22] https://es.internationalism.org/en/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[23] https://fr.internationalism.org/brochure/gcf
[24] https://fr.internationalism.org/icconline/1998/gauche-communiste
[25] https://es.internationalism.org/rinte58/Munis_militante_revolucionario.htm
[26] https://es.wikipedia.org/wiki/Abd_el-Krim
[27] https://es.internationalism.org/en/tag/21/510/la-izquierda-comunista-de-francia