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Rev. internacional n° 130 - 3er trimestre de 2007

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Por todas partes, frente a los ataques capitalistas se reanuda la lucha de clases

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Por todas partes, frente a los ataques capitalistas...

... se reanuda la lucha de clases

Prosigue la reanudación de la lucha internacional de la clase obrera. ¡Cuántas veces, a lo largo de su larga historia, patronos y gobernantes no habrán repetido a la clase obrera que ya no existe, que sus luchas por defender sus condiciones de vida eran algo anacrónico y que su objetivo final, echar abajo el capitalismo y construir el socialismo, se había convertido en algo trasnochado, vestigio del pasado. El hundimiento de la URSS y del bloque imperialista del Este, ese viejo mensaje sobre la no existencia del proletariado dio un nuevo impulso que permitió mantener la desorientación en las filas obreras durante una década. Hoy se está disipando esa cortina de humo ideológica. De nuevo, podemos volver a ver y reconocer las luchas proletarias.

En realidad, desde 2003, las cosas han ido cambiando. En la Revista internacional n° 119, del cuarto trimestre de 2004, la CCI publicó una resolución sobre la lucha de clases en la que dábamos cuenta de un giro en las perspectivas de la lucha proletaria con las luchas significativas que hubo en Francia y Austria en reacción a los ataques contra las pensiones. Tres años más tarde, ese análisis parece confirmarse más y más. Pero antes de dar los ejemplos más recientes de esa perspectiva, examinemos una de las condiciones de primera importancia para el desarrollo de la lucha de clases.

Intensificación de la austeridad y desgaste de los discursos
de “acompañamiento” de los ataques

Una de las explicaciones de 2003 ante la renacimiento de la lucha de la clase era que se debía a la renovada brutalidad de los sacrificios impuestos a una clase obrera que pretendían inexistente.

“Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo xxi, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques” (Revista internacional nº 119, 2004).

En 2007, la aceleración y la extensión de los ataques contra el nivel de vida de la clase obrera no han cesado ni mucho menos. De ello, la experiencia británica, entre los países capitalistas avanzados, es un buen ejemplo muy significativo; pero muestra también hasta qué punto el “envoltorio” ideológico que adorna esos ataques está perdiendo su poder embaucador ante quienes deben soportarlos.

La era del gobierno del “New Labour”, el Neolaborismo, del primer ministro Tony Blair, aparecido en 1997 en un momento en que el optimismo ambiente sobre el capitalismo estaba en lo más alto, acaba de terminarse. En aquel entonces, siguiendo la euforia de los años 90 tras el desmoronamiento del bloque del Este, el “New Labour” anunció que había roto con las tradiciones del “viejo” Laborismo; ya no hablaba de “socialismo”, sino de “tercera vía”; no hablaba ya de clase obrera, sino de pueblo, y ya no de división en la sociedad, sino de participación. Se gastaron cantidades ingentes de dinero en el lanzamiento de ese mensaje populista. Había que democratizar la burocracia estatal. A Escocia y Gales se les gratificó con parlamentos regionales. A Londres se le otorgó una alcaldía. Y, sobre todo, la cantidad de todo tipo de recortes en el nivel de vida de la clase obrera, especialmente en el sector público, se presentó como “reformas” exigidas por la “modernización”. Incluso a las víctimas de esas reformas se les otorgaba la palabra para que opinaran sobre cómo ponerlas en marcha.

Ese nuevo envoltorio para unas medidas de austeridad de lo más tradicional, sólo podía dar el pego en la medida en que la crisis económica podía más o menos disimularse. Hoy las contradicciones aparecen descarnadas. La era de Blair, en lugar de realizar una mayor igualdad, lo que ha hecho es, al contrario, aumentar la riqueza de un polo de la sociedad y la pobreza en el otro. Y eso no sólo afecta a los sectores más desheredados de la clase obrera como los jóvenes, los desempleados y los jubilados, reducidos a una pobreza insoportable, sino también a sectores con mejores sueldos, que ejercen un trabajo cualificado y pueden acceder a créditos. Según los contables de Ernst & Young, estos sectores han perdido 17% de poder adquisitivo en los cuatro últimos años, debido sobre todo al incremento de los gastos domésticos (alimentación, servicios, alojamiento, etc.).

Y más allá de las razones puramente económicas, otros factores han empujado a la clase obrera a una reflexión más profunda sobre su identidad de clase y sus propios objetivos. La política extranjera británica no puede ya seguir pretendiendo reivindicarse de no se sabe qué valores “éticos” que proclamaba el “New Labour” en 1997: les aventuras en Afganistán e Irak han demostrado que esa política se basa en sórdidos intereses típicamente imperialistas, que intentaron ocultar con mentiras hoy patentes. Al coste de las “hazañas” bélicas que hoy debe soportar el proletariado, se ha añadido un nueva carga: es sobre el proletariado sobre el que pesan más duramente los efectos de la degradación ecológica del planeta.

La semana del 25 al 29 de junio pasado, durante la cual Gordon Brown sucedió a Tony Blair como primer ministro, fue un resumen significativo de la nueva situación: la guerra en Irak causó nuevas víctimas en la fuerzas británicas y 25 000 viviendas resultaron dañadas por las inundaciones tras unas lluvias sin precedentes en Gran Bretaña; y los empleados de correos iniciaron, por primera vez desde más de una década, una serie de huelgas nacionales contra la baja de los salarios reales y las amenazas de reducción de efectivos. Esos síntomas de las contradicciones de la sociedad de clases sólo han quedado parcialmente ocultados por una campaña de unidad nacional y de defensa del Estado capitalista que éste lanzó tras una ofensiva terrorista bastante “chapucera”.

Gordon Brown marcó la pauta del período venidero: menos “cuento”, más “trabajar duro” y más “cumplimiento del deber”.

En los demás países capitalistas principales también, aunque no sea siguiendo el “modelo” británico, sigue aumentando la factura que la burguesía presenta a la clase obrera para que le pague su crisis económica.

En Francia, el mandato del nuevo presidente Sarkozy es claro: medidas de austeridad. Hay que hacer sacrificios para rellenar el agujero de dos mil millones de euros en el presupuesto de la seguridad social. Se implanta una estrategia, a la que se ha llamado no se sabe si seria o cínicamente “flexiseguridad”, cuya finalidad es dar facilidades para aumentar las horas de trabajo, limitar los salarios y despedir al personal. Y están previstos nuevos ataques sobre el servicio público.

En Estados Unidos, país con las mejores tasas de ganancia oficiales de los países capitalistas avanzados, había, en 2005, 37 millones de personas malviviendo bajo el umbral de pobreza, o sea 5 millones más que en 2001 y eso que entonces la economía estaba oficialmente en recesión ([1]).

El boom inmobiliario, alimentado por las facilidades de acceso al crédito, ha permitido hasta ahora ocultar la pauperización creciente de la clase obrera de EEUU. Pero, al haber aumentado los tipos de interés, los créditos no se reembolsan y los embargos de viviendas se multiplican. Se ha parado el boom del ladrillo, el mercado hipotecario de garantías mínimas se hunde al mismo tiempo que se hunden las ilusiones de muchos obreros de tener seguridad y prosperidad.

El salario de los obreros norteamericanos ha bajado 4 % entre 2001 y 2006 ([2]). Los sindicatos otorgan, sin tapujos, su fianza a esa situación. La United Auto Workers Union, por ejemplo, (sindicato de obreros del automóvil) ha aceptado recientemente una reducción de casi 50 % del sueldo horario y una dura rebaja de los subsidios por despido para 17 000 obreros de la factoría Delphi de Detroit que fabrica recambios de automóvil ([3]). (A principios de año se anunció el cierre de la factoría de esa misma empresa, Delphi, en Puerto Real –Cádiz, España–. Resultado: 4000 obreros a la calle)

En el sector automovilístico también, en Estados Unidos, General Motors prevé 30  000 despidos y Ford 10  000: En Alemania, Volkswagen prevé 10 000 nuevos despidos y en Francia, en PSA, 5000.

El sindicato Ver.di en Alemania ha negociado hace poco una rebaja de 6 % de los salarios y un aumento del tiempo de trabajo de 4 horas para los empleados de Deutche Telecom. Ese sindicato ha afirmado con el mayor descaro haber llegado a un acuerdo… ¡muy valioso!.

BN Amro, primer banco de Holanda, y el británico Barclays anunciaron su fusión el 23 de abril, una fusión que va a acarrear la supresión de 12  800 empleos, mientras que otros 10  800 serán subcontratados. Airbus, fabricante de aviones, ya ha anunciado la supresión de 10  000 empleos y la empresa de telecomunicaciones Alcatel-Lucent otros tantos.

Si la lucha de clases lo es a escala internacional es porque los obreros están enfrentados básicamente a las mismas condiciones en todo el planeta. Las mismas tendencias en los países desarrollados que acabamos de describir someramente se plasman con diferentes formas entre los trabajadores de los países capitalistas periféricos. En estos, la imposición de una austeridad en constante aumento es todavía más brutal y criminal.

La expansión de la economía china no es, ni mucho menos, un nuevo ímpetu del sistema capitalista; depende, en gran parte, del desamparo en que está la clase obrera china, en unas condiciones de vida en constante deterioro, muy por debajo del nivel de su propia reproducción y supervivencia como clase obrera. Un ejemplo abrumador ha sido el escándalo reciente sobre los métodos de “reclutamiento” en nada menos que 8000 fábricas de ladrillos y pequeñas minas de carbón en las provincias de Shanxi y de Henan. Esas manufacturas dependían del rapto de críos a quienes se les imponía un trabajo de esclavos en unas condiciones infernales. Su única salvación era que sus padres los encontraran. Es cierto que el Estado chino acaba de promulgar unas leyes laborales para impedir esos “abusos” del sistema, protegiendo mejor a los trabajadores emigrantes. Es, sin embargo, muy probable que esas leyes no se apliquen nunca como ocurrió con las precedentes, pues de lo único que esas prácticas infames dependen es de la lógica del mercado mundial. Las compañías estadounidenses ejercen una presión contra esas nuevas leyes laborales, incluso a pesar del mínimo alcance que van a tener. Las multinacionales...

“dicen que esas normas harían aumentar considerablemente los costes laborales, al reducir la flexibilidad. Algunos hombres de negocios extranjeros han advertido que no les quedaría otro remedio que transferir sus actividades fuera de China si no se cambiaban esas disposiciones” ([4]).

La situación es básicamente la misma para la clase obrera de los países periféricos que no se han abierto, como China, a los capitales extranjeros. En Irán, por ejemplo, la consigna económica del presidente Ahmadinejad es “autosuficiencia”. Lo cual no ha impedido que Irán haya sufrido la peor crisis económica desde los años 1970, con una caída drástica del nivel de vida de la clase obrera, enfrentada hoy a un 30 % de desempleo y 18 % de inflación. A pesar del aumento de los ingresos gracias a la subida del precio del petróleo, han tenido que racionarlo, pues de su exportación depende la posibilidad de importar productos petroleros refinados así como la mitad de las necesidades alimenticias.

La lucha de clases es mundial

El incremento y la ampliación de los ataques contra la clase obrera por el mundo entero es una de las razones principales por las que la lucha de clases se ha desarrollado en estos últimos años. No podemos hacer aquí la lista de todas las luchas obreras que ha habido por el ancho mundo desde 2003. Ya hemos escrito sobre muchas de ellas en anteriores números de esta Revista internacional. Vamos aquí a hablar de las recientes.

Primero hay que decir que no podemos hacer un repaso completo. La lucha internacional de nuestra clase no es algo que la sociedad burguesa reconozca “oficialmente” de modo que sus medios de comunicación la consideren como fuerza histórica y distinta que haya que comprender y analizar y sobre la cual haya que llamar la atención. Muy al contrario, muchas luchas son desconocidas o completamente desvirtuadas. Por ejemplo, la importante lucha de los estudiantes en Francia contra el CPE de la primavera de 2006 fue, primero, ignorada por la prensa internacional, para luego acabar siendo presentada como una continuación de los incidentes de violencia ciega que habían sucedido en las barriadas francesas en el otoño de 2005. Lo que la prensa procuró enterrar son las valiosísimas lecciones sobre la solidaridad obrera y la autoorganización que ese movimiento ha aportado.

Es significativo que la Organización Internacional del Trabajo, fundada y subvencionada por Naciones Unidas, no se interese en absoluto por los acontecimientos relacionados con la lucha internacional de clase. En lugar de eso, lo que pretende es aliviar la situación, horrible cierto es, de millones de víctimas de la rapacidad del sistema capitalista defendiendo más o menos unos derechos humanos individuales… en el marco legal del mismo sistema que provoca esas situaciones.

En cierto modo, sin embargo, la ocultación oficial a la que se somete a la clase obrera, expresa, por la contraria, su potencial de lucha y su capacidad de derribar el capitalismo.

Durante el año pasado, más o menos desde que se terminó el movimiento masivo de los estudiantes franceses tras la anulación del proyecto de CPE (Contrato de primer trabajo) por el gobierno francés, la lucha de la clase en los países capitalistas principales ha intentado replicar a la presión en aumento constante sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Ha sido a veces mediante acciones esporádicas en muchos países y en diferentes actividades y también amenazas de huelga.

En Gran Bretaña, en junio de 2006, los obreros de la fábrica de automóviles Vauxhall pararon espontáneamente. En abril de ese año, 113  000 funcionarios de Irlanda del Norte hicieron un día de huelga. En España, el 18 de abril, una manifestación reunió a 40  000 personas, obreros procedentes de todas las empresas de la Bahía de Cádiz, que expresaban su solidaridad en la lucha de sus hermanos de clase despedidos por Delphi. El Primero de mayo, un movimiento más amplio todavía movilizó a obreros llegados de otras provincias de Andalucía. Un movimiento tal de solidaridad fue, en realidad, el resultado de la búsqueda activa de apoyo iniciada por los obreros de Delphi, de sus familias y, muy especialmente, de las mujeres, organizadas para ello en un colectivo cuyo objetivo era recabar la más amplia solidaridad posible.

Y en la misma época hubo paros de trabajo en las factorías de Airbus de varios países europeos para protestar contra el plan de austeridad de la empresa. Han sido a menudo jóvenes obreros, una nueva generación de proletarios, los que participaron más activamente en esas luchas, en Nantes y Saint-Nazaire en Francia, en donde se expresó ante todo una voluntad profunda de desarrollar la solidaridad con los obreros de la producción de Tou­louse, que habían cesado el trabajo.

En Alemania hubo durante 6 semanas toda una serie de huelgas de los empleados de Telekom contra las reducciones de que hablamos más arriba. En el momento de escribir este artículo, los ferroviarios alemanes están luchando por los salarios. Ha habido muchas huelgas salvajes: mencionemos, en particular, la de los obreros aeroportuarios italianos.

Pero ha sido en los países “periféricos” donde hemos asistido, en el período reciente, a la continuación de una extraordinaria serie de luchas obreras explosivas y extensas, a pesar del riesgo de una represión brutal y sangrienta.

En Chile, la huelga de los mineros del cobre. En Perú, en primavera, huelga ilimitada a escala nacional de los mineros de carbón, la primera desde hace 20 años. En Argentina, en mayo y junio: asambleas generales de los empleados del metro de Buenos Aires y lucha organizada contra el acuerdo sobre los salarios amañado por su propio sindicato. En mayo del año pasado, en Brasil, los obreros de las factorías Volkswagen llevaron a cabo acciones en Sao Paulo. El 30 de marzo de este año, ante la peligrosidad del tráfico aéreo en Brasil y la amenaza de que encarcelaran a 16 de los suyos, 120 controladores aéreos se negaron a trabajar, paralizando así 49 de los 67 aeropuertos del país. Esta acción es tanto más notoria porque se trata de un sector sometido en gran parte a una disciplina militar. Los obreros resistieron a las fuertes presiones del Estado, a las amenazas, a las calumnias proferidas incluso por ese “amigo de los obreros” que pretende ser el presidente Lula. Desde hace varias semanas, un movimiento de huelgas que afecta a la metalurgia, al sector público y a las universidades es el movimiento de clase más importante desde 1986 en ese país.

En Oriente Medio, cada día más devastado por la guerra imperialista, la clase obrera ha logrado, sin embargo, levantar la cabeza. Ha habido huelgas en el sector público en otoño último en Palestina e Israel sobre un tema similar: sueldos impagados y pensiones. Y una oleada de huelgas ha afectado a numerosos sectores en Egipto a principios de año: en las industrias cementeras, las avícolas, las minas, autobuses y ferrocarriles, sector de la salud, y sobre todo en el textil. Los obreros se lanzaron a una serie de huelgas ilegales contra la reducción drástica de los salarios reales y de las primas. Se lanzaron consignas entre los obreros textiles que expresaban claramente la conciencia de pertenecer a una misma clase, de combatir a un mismo enemigo y también la necesaria solidaridad de clase contra las divisiones entre empresas y las que los sindicatos cultivan constantemente (Ver: “Egipto, el germen de la huelga de masas”, Acción proletaria n° 195, mayo 2007 y, en francés, Révolution internationale n° 380, junio de 2007 “Grèves en Egypte : la solidarité de classe, fer de lance de la lutte”). En Irán, según el diario de negocios Wall Street Journal,
“ha habido una serie de huelgas en Teherán y en al menos 20 grandes ciudades desde el otoño pasado. El año pasado una gran huelga de transportes paralizó Teherán, ciudad de 15 millones de habitantes, durante varios días. Hoy están en huelga decenas de miles de obreros de industrias tan diversas como refinerías de gas, papeleras, imprentas de prensa, automóvil y minas de cobre” ([5]).

En las manifestaciones del Primero de mayo, los obreros iraníes se manifestaron en varias ciudades lanzando consignas como “¡No a la esclavitud asalariada!, ¡Sí a la libertad y a la dignidad!”.

En África occidental, en Guinea, un movimiento de huelgas contra los salarios de hambre y la inflación en los productos alimenticios, se propagó por todo el país en enero y febrero, alarmando no sólo al régimen de Lansana Conté sino a la burguesía de toda la región. La represión feroz del movimiento causó 100 muertos.

Perspectivas

No se trata aquí de hablar de una revolución inminente; además esas manifestaciones de la lucha de clases que se están produciendo por todas las partes del mundo no expresan, ni mucho menos, que entre los obreros haya una conciencia de que sus luchas forman parte de una dinámica internacional. Son luchas básicamente defensivas y comparadas a las que hubo entre mayo del 68 en Francia y 1981 en Polonia y más tarde incluso, las de hoy aparecen mucho menos señaladas y más limitadas. El largo período de desempleo, la descomposición creciente frenan todavía fuertemente el desarrollo de la combatividad y la conciencia obreras. Sin embargo, esos acontecimientos tienen un significado mundial. Indican que por todas partes está aumentando la desconfianza de los obreros hacia las políticas catastróficas de la clase dominante en la economía, la política y lo militar.

En comparación con las décadas precedentes, lo que está en juego en la situación mundial es mucho más grave, mucho más acentuados los ataques, mucho mayores los peligros de la situación mundial. El heroísmo de los obreros que así están hoy retando a los poderes de la clase dominante y de su Estado, es mucho más impresionante, aunque sea más silencioso. La situación actual exige hoy de los obreros ir más allá de lo económico y corporativista. Por ejemplo, por todas partes, los ataques contra las pensiones de jubilación ponen de relieve lo comunes que son los intereses de las diferentes generaciones de obreros, viejos y jóvenes. La necesidad de buscar la solidaridad ha sido una característica llamativa en muchas de las luchas obreras actuales.

La perspectiva a largo plazo de la politización de las luchas obreras se expresa en el surgimiento de pequeñas minorías, pero significativas a más largo plazo, pues intentan comprender y unirse a las tradiciones políticas internacionalistas de la clase obrera; el eco creciente de la propaganda de la Izquierda comunista es también un testimonio de ese proceso de politización.

La huelga general de los obreros franceses en mayo de 1968 puso fin al largo período de contrarrevolución que había seguido al fracaso de la revolución mundial en los años 1920. A aquella le siguieron varias oleadas de luchas proletarias internacionales que se acabaron con la caída del muro de Berlín en 1989. Hoy se vuelve a perfilar en el horizonte un nuevo asalto contra el sistema capitalista.

Como,
5/07/2007

 

 

[1]) New York Times, 17 abril de 2007.

[2]) The Economist, 14 septiembre de 2006.

[3]) International Herald Tribune, 30 junio/1o julio de 2007.

[4]) Ibid.

[5]) Wall Street Journal, 10 mayo de 2007.

XVIIo Congreso de la CCI - Un fortalecimiento internacional del campo proletario

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XVIIo Congreso de la CCI

Un fortalecimiento internacional
del campo proletario

El XVIIº congreso internacional de la CCI fue a finales de mayo. Las organizaciones revolucionarias no existen para sí mismas, sino que son expresiones del proletariado y, a la vez, factores activos en la vida de éste. Por eso deben rendir cuentas al conjunto de su clase de los trabajos de ese momento privilegiado que es la reunión de su instancia fundamental: el congreso. Esa es la finalidad de este artículo.

Todos los congresos de la CCI son evidentemente momentos muy importantes en la vida de nuestra organización, son jalones que marcan su desarrollo. Sin embargo, importa ante todo señalar que el congreso que tuvimos en la primavera pasada es que ha sido todavía más importante que los anteriores, pues ha sido una etapa de la mayor importancia en una vida, la de la CCI, de más de treinta años ([1]).

Presencia de grupos del medio proletario

La mejor ilustración de lo dicho ha sido la presencia en nuestro Congreso de delegaciones de tres grupos del campo proletario internacional: Opop de Brasil ([2]), SPA ([3]) de Corea del Sur y EKS ([4]) de Turquía. También invitamos al Congreso a otro grupo, Internasyonalismo de Filipinas, pero le fue imposible estar presente, a pesar del empeño que pusieron por mandar una delegación. Pero, eso sí, ese grupo transmitió al congreso de la CCI un saludo a sus trabajos y unos posicionamientos sobre los informes principales que les habíamos presentado.

La presencia de varios grupos del medio proletario en un congreso de la CCI no es una novedad. En el pasado, al iniciarse la andadura de nuestra organización, la CCI ya acogió a delegaciones de otros grupos. En su conferencia constitutiva de enero de 1975, por ejemplo, estuvieron presentes Revolutionary Worker’s Group de Estados Unidos, Pour une intervention communiste de Francia y Revolutionary Perspectives de Gran Bretaña. En el IIº Congreso (1977) había una delegación del Partito comunista internazionalista (Battaglia comunista). Al IIIº (1979) acudieron delegaciones de la Communist Workers’ Organisation (Gran Bretaña), del Nucleo comunista internazionalista y de Il Leninista (Italia) y de un camarada escandinavo no organizado. Por desgracia, esa práctica no pudo continuar por razones independientes de nuestra voluntad: desaparición de algunos grupos, evolución de otros hacia posturas izquierdistas (el NCI, por ejemplo), planteamientos sectarios de grupos como CWO y Battaglia comunista, los cuales se hicieron responsables del sabotaje de las Conferencias Internacionales de los grupos de la Izquierda comunista que se organizaron a finales de los años 70 ([5]). Hacía ya casi 25 años que la CCI no había podido acoger a otros grupos proletarios en uno de sus congresos, de modo que la participación de cuatro grupos en nuestro XVIIº Congreso ([6]) ha sido ya de por sí un acontecimiento de primera importancia.

Significado del XVIIº Congreso

Esa importancia va más allá del hecho de haber podido reanudar con una práctica de la CCI en sus inicios. Lo más importante es qué significa la existencia y la actitud de esos grupos. Éstas se inscriben en una situación histórica que ya identificamos en el congreso anterior:

“La preocupación central de los trabajos del Congreso ha sido la reanudación de los combates de la clase obrera y las responsabilidades que esa reanudación implica para nuestra organización, especialmente ante el crecimiento de una nueva generación de elementos que están inclinándose hacia una perspectiva política revolucionaria” (“Balance del XVIº Congreso de la CCI: prepararse para la lucha de clases y la emergencia de nuevas fuerzas comunistas”, Acción proletaria nº 183 y Revolución mundial nº 88).

 En efecto, cuando se produjo el desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas en 1989,

“... las ensordecedoras campañas de la burguesía sobre la «quiebra del comunismo» y la «victoria definitiva del capitalismo liberal y democrático, sobre el «fin de la lucha de clases» y casi de la propia clase obrera, provocaron un retroceso importante del proletariado, tanto en su conciencia como en su combatividad. Ese retroceso era profundo y ha durado más de diez años. Ha marcado a toda una generación de trabajadores engendrando en ellos desorientación e incluso desmoralización. (…) Solo a partir de 2003, sobre todo a través de las grandes movilizaciones frente a los ataques a las jubilaciones en Francia y en Austria, el proletariado empezó verdaderamente a salir del retroceso que le venía afectando desde 1989. Posteriormente, esta tendencia a la recuperación de la lucha de clases y al desarrollo de la conciencia en su seno no ha sido desmentida. Los combates obreros han afectado a la mayoría de los países centrales, incluso los más importantes, tales como Estados Unidos (Boeing y los transportes de Nueva York en 2005), Alemania (Daimler y Opel en 2004, médicos hospitalarios en 2006, Deutsche Telekom en la primavera de 2007), Gran Bretaña (aeropuerto de Londres en agosto 2005, trabajadores del sector publico en la primavera de 2006), Francia (movimiento de estudiantes universitarios y de enseñanza media contra el CPE en la primavera de 2006), pero también en toda una serie de países de la periferia como Dubai (obreros de la construcción en la primavera de 2006), Bangla Desh (obreros del textil, primavera de 2006) y Egipto (obreros del textil y transportes, primavera de 2007)”.

“[...] Hoy, al igual que en 1968 [cuando la reanudación histórica de los combates de clase acabó con las cuatro décadas de contrarrevolución], el resurgir de los combates de la clase se ve acompañado por un movimiento de reflexión en profundidad y los nuevos elementos que surgen de esta reflexión y se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista son como la parte emergente de un iceberg” ( (“Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVIIº congreso y publicada en esta misma Revista)).

De ahí que la presencia en el Congreso de varios grupos del medio proletario, la actitud abierta a la discusión por parte de esos grupos (al otro extremo de la actitud sectaria de “viejos” grupos de la Izquierda comunista) no tiene nada de casual, sino que es parte activa de la nueva etapa en el desarrollo del combate de la clase obrera mundial contra el capitalismo.

Los trabajos del Congreso confirmaron esa tendencia, entre otras cosas, con los testimonios de las diferentes secciones desde Bélgica a India, en los países “centrales” como en los de la “periferia”: una tendencia tanto a la reanudación de las luchas obreras como al desarrollo de la reflexión entre personas que empiezan a orientarse hacia las posiciones de la Izquierda comunista. También se ilustra esa tendencia en la integración de nuevos militantes en la organización, incluso en países en los que hacía muchos años que se producía integración alguna, y también en la constitución de un núcleo de la CCI en Brasil (ver artículo en esta Revista).

Las discusiones del congreso

Debido a las circunstancias particulares en que se desarrolló el Congreso, fue el tema de las luchas obreras el primer punto del orden del día y el segundo se dedicó al análisis de las nuevas fuerzas revolucionarias que hoy están naciendo y desarrollándose. No podemos, en el marco de este artículo, dar detallada cuenta de las discusiones: la resolución sobre la situación internacional (publicada en esta misma Revista internacional) es una síntesis de ellas. Hay que subrayar fundamentalmente las características nuevas del desarrollo actual de los combates de clase. Se subrayó, en especial, la gravedad de la crisis del capitalismo, la violencia de los ataques que hoy están cayendo sobre la clase obrera y lo que está dramáticamente en juego en la situación mundial: hundimiento en la barbarie bélica y amenazas crecientes que el sistema hace pesar sobre el medio ambiente del planeta, factores todos ellos de politización de las luchas obreras. Es una situación muy diferente a la dominante tras la reanudación histórica de los combates de clase en 1968. Entonces, el margen de maniobra de que disponía el capitalismo le permitía mantener la ilusión de que “mañana será mejor que hoy”. Ahora, pocos se creen semejante ilusión: las nuevas generaciones de proletarios, al igual que las más viejas, son conscientes de que “mañana será peor que hoy”. Por eso, aunque esa perspectiva pudiera ser un factor desmoralizante y desmovilizador de los trabajadores, las luchas que éstos están realizando y que necesariamente seguirán realizando contra los golpes que reciben, van a llevarlos de manera creciente a tomar conciencia de que esas luchas son una preparación para enfrentamientos mucho más amplios contra un sistema moribundo. Ya ahora, las luchas a las que asistimos desde 2003...

“... incorporan, y cada vez mas, la cuestión de la solidaridad, una cuestión de primer orden pues es el “contraveneno” por excelencia del “cada uno a la suya” propio de la descomposición social y porque ocupa, sobre todo, un lugar central en la capacidad del proletariado mundial para no solo desarrollar sus combates actuales sino también para derribar el capitalismo” (Ídem).

Aunque el Congreso se ha preocupado sobre todo de la cuestión de la lucha de clases, también los demás aspectos de la situación internacional fueron tema de discusión. Se dedicó una parte importante de los trabajos a la crisis económica del capitalismo fijándose en particular en el crecimiento actual de algunos países “emergentes”, como India o China, que parece contradecir los análisis hechos por nuestra organización, y los marxistas en general, sobre la quiebra definitiva del modo de producción capitalista. En realidad, tras un informe detallado y una intensa discusión, el congreso concluyó:

“Las tasas de crecimiento excepcionales que ahora están alcanzando países como India, y sobre todo China, no son en modo alguno una prueba de un “nuevo impulso” de la economía mundial, aunque hayan contribuido en buena medida a su elevado crecimiento en el periodo reciente. (…) lejos de representar un “nuevo impulso” de la economía capitalista, el “milagro chino” y el de otras economías del Tercer mundo, no es más que un nuevo aspecto de la decadencia del capitalismo. (...) igual que el “milagro” que representaban las tasas de crecimiento de dos cifras de los “tigres” y “dragones” asiáticos tuvo un doloroso final en 1997, el “milagro” chino actual, a pesar de que sus orígenes son diferentes y de disponer de mejores cartas, tendrá que enfrentarse tarde o temprano a la dura realidad del estancamiento histórico del modo de producción capitalista” (Ídem).

Y, en fin, el impacto que ha provocado en la burguesía el callejón sin salida en que está metido el modo de producción capitalista y la descomposición de la sociedad que esa situación engendra, dio lugar a dos discusiones: una sobre las consecuencias de esa situación en cada país, y, la otra, sobre la evolución de los antagonismos imperialistas entre estados. Sobre este punto, el Congreso puso de relieve, sobre todo tras la aventura iraquí, el insondable fracaso de la política de la primera burguesía del mundo, la estadounidense, y el hecho de que ese fracaso lo que revela es el atolladero en que está metido todo el capitalismo:

“De hecho la llegada del equipo Cheney/Rumsfeld, y compañía a las riendas del Estado no es el simple resultado de un monumental “error de casting” de parte de esa clase [la burguesía]. Esto ha agravado considerablemente la situación de Estados Unidos en el plano imperialista, pero ya era la expresión del callejón sin salida en el que se encontraba un país enfrentado a la pérdida creciente de su liderazgo, y más, en general, al desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” en las relaciones internacionales, característico de la fase de descomposición” (Ídem).

 En un plano más general, el Congreso subrayó que:

“El caos militar que se desarrolla en el mundo, que sumerge amplias regiones en un verdadero infierno y en la desolación, sobre todo en Oriente Medio, pero también y especialmente en África, no es la única manifestación del atolladero histórico en que se encuentra el capitalismo, ni representa, a largo plazo, la amenaza más severa para la especie humana. Hoy está claro que la pervivencia del sistema capitalista tal y como funciona hasta hoy, comporta la perspectiva de destrucción del medio ambiente que había permitido el desarrollo de la humanidad” (Idem).

 El Congreso concluyó esta parte de la discusión afirmando que:

“La alternativa anunciada por Engels a finales del siglo xix: “socialismo o barbarie”, se ha convertido a lo largo del siglo xx en una siniestra realidad. Lo que el siglo xxi nos ofrece como perspectiva es simplemente socialismo o destrucción de la humanidad. Este es el verdadero reto al que se enfrenta la única fuerza social capaz de destruir el capitalismo, la clase obrera mundial” (Idem).

La responsabilidad de los revolucionarios

Esa perspectiva pone tanto más de relieve la importancia decisiva de las luchas actuales de la clase obrera mundial, unas luchas que el Congreso examinó muy especialmente. También subraya el papel fundamental de las organizaciones revolucionarias, y especialmente de la CCI, para intervenir en esas luchas y en ellas se desarrolle la conciencia de lo que está en juego en el mundo actual.

El Congreso ha sacado un balance muy positivo de las intervenciones de nuestra organización en las luchas de la clase ante las cuestiones cruciales que se le plantean a ésta. Subrayó en particular la capacidad de la CCI para movilizarse internacionalmente (artículos en la prensa, en Internet, reuniones públicas, etc.) para dar a conocer las enseñanzas de uno de los principales episodios de la lucha de clases en este período: el de la juventud estudiantil contra el CPE en la primavera de 2006 en Francia. Nuestro sitio Internet conoció durante ese periodo un aumento espectacular de visitas, prueba de que los revolucionarios no solo tienen la responsabilidad sino también la posibilidad de oponerse a la ocultación sistemática de la prensa burguesa cuando se trata de luchas proletarias.

El Congreso también hizo un balance positivo de nuestra política hacia grupos e individuos cuya perspectiva es la defensa o el acercamiento a las posiciones de la Izquierda comunista. Durante ese periodo y como hemos dicho al empezar este artículo, la CCI vio acercarse a ella, tras una serie de intensas discusiones (pues es así como trabaja nuestra organización, que no tiene por costumbre “reclutar” a toda costa, contrariamente a lo que ocurre en las organizaciones izquierdistas), un número significativo de nuevos militantes. La CCI también se ha implicado en varios foros Internet, en inglés sobre todo, al ser éste el idioma más importante a escala internacional, en los que pueden expresarse posiciones de clase, lo que ha permitido a muchos elementos conocer mejor tanto nuestras posiciones como nuestra concepción de la discusión, lo que ha permitido superar los recelos alimentados por la multitud de capillas parásitas cuya vocación no es contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase obrera sino a sembrar la sospecha sobre las organizaciones cuya tarea es precisamente esa contribución. El aspecto mas positivo de esa política ha sido, sin lugar a dudas, la capacidad de nuestra organización para establecer o reforzar lazos con otros grupos que se sitúan en el terreno revolucionario, cuya ilustración es la participación de cuatro entre ellos en el XVIIe Congreso. Ha sido un esfuerzo muy importante por parte de la CCI, particularmente al haber mandado delegaciones a numerosos países (para empezar, claro, a Brasil, Corea, Turquía y Filipinas, pero no sólo a éstos).

Las crecientes responsabilidades que le incumben a la CCI, tanto desde el punto de vista de la intervención en las luchas obreras como en la discusión con los grupos y personas que se sitúan en un terreno de clase implican un reforzamiento de su tejido organizativo. Éste quedó seriamente afectado a principios de los 2000 por una crisis que estalló tras su XIVo Congreso y que provocó un año después una Conferencia extraordinaria, así como una reflexión profunda en su XVo Congreso, en 2003 ([7]). Como lo constató ese Congreso y confirmó el siguiente, la CCI ha superado las fragilidades que originaron aquella crisis. Uno de los factores más importantes en la capacidad de la CCI para superar sus dificultades organizativas está en saber examinarlas atenta y profundamente. Para conseguirlo, la CCI se ha dotado desde 2001 de una comisión especial, distinta de su órgano central y como éste nombrada por el congreso, encargada específicamente de realizar esa labor. Esa comisión también ha entregado su mandato constatando que aunque son importantes los progresos realizados por nuestra organización, persisten, sin embargo, en varias secciones, secuelas y “cicatrices” de las dificultades pasadas. Eso prueba que la confección de un tejido organizativo sólido nunca está acabada, exigiendo un esfuerzo permanente por la organización como un todo y los militantes. Por ello el Congreso decidió, basándose en esa necesidad y partiendo del papel fundamental desempeñado por la comisión durante los años pasados, darle un carácter permanente inscribiendo su existencia en los estatutos de la CCI. Ese tipo de comisión no es una “invención” de nuestra organización, sino que forma parte de la tradición de las organizaciones políticas de la clase obrera: el Partido socialdemócrata alemán, que fue la referencia de la IIa Internacional, también tenía una “Comisión de control” con el mismo tipo de atributos.

Dicho eso, uno de los factores más importantes que ha permitido a nuestra organización no sólo superar su crisis, sino salir reforzada de ella ha sido su capacidad para dedicarse a una reflexión profunda, con toda la dimensión histórica y política, sobre el origen y las manifestaciones de sus debilidades organizativas, reflexión que se basó en varios textos de orientación de los que nuestra Revista ya ha publicado extractos significativos ([8]). El Congreso ha proseguido en esa dirección al dedicar, nada más iniciarse, parte de sus trabajos a discutir un texto de orientación sobre la cultura del debate que ya circulaba desde hacía meses en la organización y que pronto publicaremos en la Revista internacional. Esa cuestión no solo concierne la vida interna de la organización. La intervención de los revolucionarios exige que sean capaces de producir los análisis más pertinentes y profundos y que puedan defenderlos eficazmente en la clase para contribuir en el desarrollo de su conciencia. Ello supone que sean capaces no sólo de discutir lo mejor posible esos análisis sino también de aprender a presentarlos al conjunto de la clase y ante los elementos en búsqueda, con la preocupación de saber cuáles son sus inquietudes y sus cuestionamientos. En la medida en que la CCI se ve confrontada, tanto en sus propias filas como en el conjunto de la clase, a la emergencia de una nueva generación de militantes que se inscriben en la lucha para derribar el capitalismo, debe realizar todos los esfuerzos necesarios para apropiarse plenamente y comunicar a esa generación uno de los factores más valiosos de la experiencia del movimiento obrero, indisociable del método critico del marxismo: la cultura del debate.

La cultura del debate

Tanto la presentación como la discusión dejaron patente que en todas las escisiones vividas en la historia de la CCI, la tendencia al monolitismo había tenido un papel fundamental. En cuanto aparecían divergencias también surgían tendencias a decir que ya no se podía seguir trabajando juntos, que la CCI se había vuelto una organización burguesa o estaba en a punto de serlo, etc., cuando en realidad la mayor parte de esas divergencias podían coexistir perfectamente en el marco de una organización no monolítica. Y eso que la CCI, sin embargo, había aprendido de la Fracción italiana de la Izquierda comunista que cuando había divergencias, incluso en los principios fundamentales, la mayor clarificación colectiva era necesaria antes de cualquier separación organizativa. En ese sentido, las escisiones fueron en su mayoría manifestaciones extremas de debilidad sobre la cultura del debate cuando no de una visión monolítica. Esos problemas, sin embargo, no desaparecieron con la dimisión de militantes, porque también eran la expresión de una dificultad más general de la CCI sobre esta cuestión, pues había confusiones en nuestras filas que podrían arrastrarnos hacia el monolitismo, que tienden a aniquilar el debate en lugar de desarrollarlo. Y esas confusiones siguen existiendo. Tampoco hay que exagerar la envergadura de esos problemas: son confusiones y desaciertos que aparecen puntualmente. Pero la historia ha demostrado, la historia de la CCI y la historia del movimiento obrero, que pequeños desaciertos y pequeñas confusiones pueden ir creciendo si no entendemos las raíces de los problemas.

Existen corrientes en la historia de la Izquierda comunista que defendieron y teorizaron el monolitismo. La corriente bordiguista es una de sus caricaturas. La CCI, por su parte, es la heredera de la tradición de la Fracción italiana y de la Izquierda comunista de Francia que fueron los adversarios mas determinados del monolitismo y que practicaron con tesón la cultura del debate. La CCI se fundó sobre esa comprensión que se ratificó en sus estatutos. Por eso queda claro que aunque, sobre esta cuestión, perduren problemas en la práctica, ningún militante de la CCI puede pronunciarse en contra de la compresión teórica y práctica de la cultura del debate. Dicho lo cual, es necesario señalar la persistencia de debilidades. La primera de entre ellas es una tendencia a plantear cada discusión en términos de conflicto entre marxismo y oportunismo, entre bolchevismo y menchevismo o de lucha entre proletariado y burguesía. Semejante enfoque sólo tendría sentido si concibiéramos el programa comunista como algo invariable (la “invariabilidad” bordiguista). Y, en esto, el bordiguismo es, por lo menos, consecuente: la invariabilidad y el monolitismo de los que se reivindica son inseparables. Pero si aceptamos que el marxismo no es un dogma, que la verdad es relativa, que no está petrificada sino que es un proceso del que nunca dejaremos de aprender porque la realidad cambia permanentemente, entonces resulta evidente que la necesidad de profundizar, y también las confusiones y los errores, son etapas normales, necesarias, para alcanzar la conciencia de clase. Lo decisivo está en el impulso colectivo, en la voluntad y la participación activa hacia la clarificación.

Ha de notarse que esta tendencia a ver la presencia del oportunismo, o sea la tendencia hacia posiciones burguesas, en cualquier debate, puede acabar llevando a trivializar el peligro real del oportunismo al poner todas las discusiones al mismo nivel. La experiencia nos demuestra que fue precisamente en las escasas discusiones en que los principios fundamentales se pusieron en tela de juicio cuando hubo las mayores dificultades para descubrir tal oportunismo: cuando todo es oportunismo, en fin de cuentas nada lo es.

Otra de las consecuencias de ver oportunismo e ideología burguesa por cada esquina y en cualquier debate, es la inhibición en el debate. Los militantes “ya no tienen derecho” a tener confusiones, a expresarlas o a equivocarse porque inmediatamente se les considerará –y ellos mismos se considerarían– como traidores potenciales. En ciertos debates se enfrentan efectivamente posiciones burguesas y posiciones proletarias y son expresión de crisis y de peligro de degeneración. Pero si se ponen todos los debates en ese plano, se acaba considerando que todos son expresiones de una crisis.

Otro problema que existe, en la práctica más que de forma teorizada, es el que consiste en optar por métodos para convencer a los demás lo más rápidamente posible de la posición correcta. Es una actitud que acaba en impaciencia, en voluntad de monopolizar la discusión, en, por decirlo así, querer “aplastar al adversario”. Esa actitud reduce la capacidad de escuchar lo que dicen los demás. En una sociedad marcada por el individualismo y la competencia, verdad es que resulta difícil aprender a escuchar. Y el no saber escuchar acaba en aislamiento respecto al resto del mundo, lo que es totalmente opuesto a una actitud revolucionaria. En ese sentido, es necesario entender que lo más importante de un debate es que exista, que se desarrolle, que se abra a la participación más amplia y que pueda emerger una verdadera clarificación. En fin de cuentas, la vida colectiva del proletariado, cuando puede desarrollarla, lleva a la clarificación. La voluntad de clarificación es una de las características del proletariado como clase: ése es su interés de clase. Exige la verdad y no la falsificación. Por eso insistía tanto Rosa Luxemburgo en que la primera tarea de los revolucionarios era decir lo que es. Las actitudes de confusión no son ni la norma ni son dominantes en la CCI, pero existen y pueden ser peligrosas si no son superadas. Se ha de aprender en particular a desdramatizar los debates. La mayoría de las discusiones en la organización, y de las que tenemos fuera de ella, no son enfrentamientos entre posiciones burguesas y proletarias. Son discusiones en las que profundizamos colectivamente, basándonos en posiciones compartidas y un objetivo común, para salir de la confusión hacia la claridad.

De hecho, la capacidad para desarrollar una verdadera cultura del debate en las organizaciones revolucionarias es un signo de la primera importancia de su pertenencia a la clase obrera, de su capacidad para seguir vivas e involucradas en las necesidades de su lucha. Ese método no es algo propio de las organizaciones comunistas, sino que pertenece al proletariado como un todo: también es mediante la discusión, especialmente en las asambleas generales, la manera con la que el conjunto de la clase obrera se capacita para sacar las lecciones de sus experiencias y avanzar en el desarrollo de su conciencia de clase. El sectarismo y el rechazo del debate que caracterizan hoy desgraciadamente a muchas organizaciones del campo proletario no son ninguna prueba, ni mucho menos, de su “intransigencia” ante la ideología burguesa o la confusión. Expresan al contrario su miedo a defender sus propias posiciones y, en última instancia, son la prueba de su falta de convicción en la validez de tales posiciones.

Las intervenciones de los grupos invitados

Esa cultura del debate vivificó todos los trabajos del Congreso. Fue saludada como tal por las delegaciones de los grupos invitados que también comunicaron su experiencia y sus propias reflexiones. Uno de los compañeros de la delegación venida de Corea habló de su...

“fuerte impresión ante el espíritu fraterno en los debates, las relaciones de camaradería a las que su experiencia precedente no le había acostumbrado y que envidiaba”.

Otro compañero de la misma delegación nos habló de su convicción de que...

“la discusión sobre la cultura del debate será fructífera para el desarrollo de su propia actividad y que era importante que la CCI, así como su propio grupo, no se consideren como «únicos en el mundo»”.

La delegación de Opop, por su parte, expresó “con la mayor fraternidad un saludo al Congreso” y su “satisfacción de participar a un acontecimiento de tal importancia”. Para la delegación,

“… este Congreso no es un acontecimiento importante solo para la CCI, sino también para la clase obrera como un todo. Aprendemos mucho con la CCI. Hemos aprendido mucho estos tres años pasados en los contactos y los debates que hemos mantenido en Brasil. Ya participamos en el Congreso anterior [el de la sección en Francia en 2006] y hemos podido constatar la seriedad con la que la CCI profundiza los debates, su voluntad de estar abierta a la discusión, de no temerla y de confrontarse a posiciones diferentes a las suyas. Su método es, al contrario, suscitar el debate y queremos agradecer a la CCI habernos hecho conocer esa manera de trabajar. Saludamos igualmente la forma cómo considera la CCI la cuestión de las nuevas generaciones, actuales y futuras. Aprendemos de esa herencia a la que se refiere la CCI, transmitida por el movimiento obrero desde su nacimiento”.

La delegación también manifestó su convicción de que “la CCI también había aprendido en su relación con Opop”, en particular cuando la delegación de la CCI en Brasil participó con Opop en una intervención en una asamblea obrera dominada por los sindicatos.

Por su parte, el delegado de EKS también puso en evidencia la importancia del debate para el desarrollo de las posiciones revolucionarias en la clase, en particular para las nuevas generaciones:

“Para empezar, me gustaría subrayar la importancia de los debates para las nuevas generaciones. Hay gente joven en nuestro grupo y nos hemos politizado gracias al debate. Hemos aprendido mucho del debate, en particular el que tenemos con jóvenes con quienes estamos en contacto... Creo que para la generación joven, el debate será un aspecto muy importante del desarrollo político. Hemos conocido a un compañero mayor que nosotros que vive en un barrio muy pobre de Estambul. Nos ha contado que en su barrio los obreros siempre querían discutir, pero que los izquierdistas que trabajan políticamente en los barrios obreros siempre intentan liquidar el debate para pasar a “lo práctico”, como se puede esperar de ellos. Creo que la cultura del debate de la que se habla aquí ahora, y que he experimentado en este congreso, es la negación del método izquierdista de la discusión vista como competición. Quisiera hacer unos comentarios sobre los debates entre grupos internacionalistas. Primero, pienso, claro está, que tendrían que ser constructivos y fraternales en la medida de lo posible y que siempre hemos de pensar que los debates son el esfuerzo colectivo para lograr una clarificación política entre revolucionarios. No pueden ser una competición o algo que suscite la hostilidad o la rivalidad. Esto sería la negación total del esfuerzo colectivo para llegar a nuevas conclusiones, para acercarse a la verdad. También es importante que el debate entre grupos internacionalistas sea lo más regular posible porque eso ayuda mucho en la clarificación de los que se comprometen internacionalmente. También creo que es necesario que el debate siga abierto a todos los elementos proletarios interesados. También considero que es significativo que los debates sean públicos. Los debates no pertenecen únicamente a los que se comprometen directamente en ellos. El debate por sí mismo, el objeto de la discusión, son una ayuda real para alguien que, sencillamente, puede leer. Recuerdo, por ejemplo, que hasta hace poco tiempo, yo tenía mucho miedo a debatir, pero me encantaba leer. Leer los debates, las conclusiones, ayuda mucho y entonces es importante que los debates sean públicos para que todos los que están interesados puedan leerlos. Es una forma eficaz de desarrollarse teórica y políticamente.”

Las calurosas intervenciones de las delegaciones de los grupos invitados no tenían nada que ver con halagos hacia CCI. Los compañeros de Corea hicieron varias críticas a los trabajos del Congreso, lamentando en particular que no se insistiera más sobre la experiencia de nuestra intervención en el movimiento contra el CPE en Francia, o que el análisis de la situación económica en China no incluya más elementos de la situación social y las luchas de la clase obrera. Los delegados de la CCI tomaron buena nota de esas críticas que permitirán a nuestra organización tener más en cuenta las preocupaciones y las expectativas de otros grupos del campo proletario y, también, estimular nuestro esfuerzo para profundizar los análisis de una cuestión tan importante como la de China. Resulta evidente, además, que los elementos y análisis que aportarán los demás grupos sobre esas cuestiones, en particular los grupos de Extremo Oriente, tendrán un valor inapreciable para nuestro propio trabajo.

Ya durante el Congreso las intervenciones de las delegaciones aportaron mucho a nuestra comprensión de la situación mundial, y en particular, claro está, cuando aportaban elementos concretos sobre la situación en sus países. No podemos, en el marco de este articulo, reproducir íntegramente las intervenciones de las delegaciones, aunque habrá aspectos de ellas que aparecerán en artículos de nuestra prensa. Nos limitaremos aquí a señalar los rasgos mas destacados. En lo que concierne la lucha de clases, el delegado de EKS insistió en que tras la derrota de las luchas masivas del 89 se estaban hoy reanudando las luchas obreras, una oleada de huelgas con ocupaciones de fábricas ante una situación económica dramática para los trabajadores. Ante esta situación, los sindicatos no se limitan a sabotear las luchas como siempre lo han hecho, sino que intentan además propagar el nacionalismo entre la clase obrera alimentando campañas sobre el tema de la “Turquía eterna”. La delegación de Opop, por su parte, puso de relieve que debido a los vínculos existentes entre sindicatos y gobierno actual (el Presidente Lula fue el principal dirigente sindical del país), hay hoy una tendencia a luchar fuera del marco sindical oficial, una “rebelión de la base” como se autodenominó el movimiento del sector bancario en 2003. Los nuevos ataques económicos que está preparando el gobierno Lula van a animar a la clase obrera a luchar, por mucho que los sindicatos adopten una actitud mucho más “crítica” hacia Lula.

Otra contribución importante de las delegaciones de Opop y de EKS en el Congreso hizo referencia a la política imperialista de Turquía y Brasil. Opop aportó elementos que permiten entender mejor la postura de Brasil, país que por un lado muestra ser un aliado fiel a la política norteamericana de “gendarme del mundo” (en particular con su presencia militar en Timor y Haití, país en que asume el mando de las fuerzas extranjeras) y, por otro, intenta desplegar su propia diplomacia, con acuerdos bilaterales en particular con Rusia (a quien compra aviones), India y China (cuyos productos industriales compiten con la producción brasileña). Por otra parte, Brasil desarrolla una política de potencia imperialista regional, intentando imponer sus condiciones a países como Bolivia o Paraguay. En cuanto al compañero de EKS, hizo una intervención muy interesante sobre ciertos aspectos de la vida política de la burguesía turca (en particular sobre lo que está en juego en el conflicto entre sector “islamista” y sector “laico”) y de sus ambiciones imperialistas. Aunque no reproduzcamos aquí esa intervención, queremos subrayar la idea esencial recogida en su conclusión: el peligro de que, en una región vecina a una de las zonas en donde se desencadenan con más violencia los conflictos imperialistas, particularmente en Irak, la burguesía turca entre en una espiral militar dramática, haciendo pagar a la clase obrera aun más el precio de las contradicciones del capitalismo.

Las intervenciones de las delegaciones de los grupos invitados fueron, junto con las de las delegaciones de las secciones de la CCI, un aporte de primera importancia a los trabajos del Congreso y a la reflexión sobre todas las cuestiones, permitiéndole “sintetizar la situación mundial”, como lo señaló la delegación de SPA de Corea. De hecho, como decíamos al principio de este artículo, una de las claves de la importancia de este Congreso fue la participación de los grupos invitados: fue uno de los factores más importantes de su éxito y del entusiasmo compartido por todas las delegaciones en el momento de su clausura.

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Con pocos días de intervalo se han celebrado dos reuniones internacionales: la Cumbre del G8 y el Congreso de la CCI. Ni que decir tiene que hay, evidentemente, diferencias en la amplitud y el impacto inmediatos de ambas reuniones, pero vale la pena poner de relieve el contraste entre ellas, tanto desde el punto de vista de las circunstancias como del de los fines y del tipo de funcionamiento. Por un lado, había una reunión protegida por alambradas, por un despliegue policiaco sin precedentes y por la represión, una reunión en la que las declaraciones sobre la “sinceridad de las discusiones”, sobre “la paz” y el “porvenir de la humanidad” no eran sino siniestras cortinas de humo para esconder los antagonismos entre Estados capitalistas, para preparar nuevas guerras y preservar un sistema que no ofrece ningún porvenir a la humanidad. Por otro lado hubo una reunión de revolucionarios de 15 países en lucha contra todas las pantallas de humo, contra todas las falsedades, capaz de de llevar a cabo debates realmente fraternos con un profundo ánimo internacionalista, para contribuir a la única perspectiva que pueda salvar a la humanidad, la lucha internacional y unida de la clase obrera para echar abajo el capitalismo e instaurar una sociedad comunista.

Sabemos lo largo y difícil que es el camino que nos llevará hasta esa sociedad, pero la CCI está convencida de que su XVIIo Congreso es una etapa muy importante en ese camino.

CCI

 

[1]) Cf. nuestro artículo “Treinta años de la CCI:  apropiarse del pasado para construir el futuro” en Revista internacional no 123.

[2])  Opop : Oposição operária (Oposición obrera). Es un grupo implantado en varias ciudades brasileñas que se formó a principios de los años 90, con elementos, entre otros, en ruptura con la CUT (sindicato brasileño) y el Partido de los trabajadores de Lula (presidente actual de Brasil) para adherirse a las posiciones del proletariado, especialmente sobre la cuestión esencial del internacionalismo, pero también sobre la cuestión sindical (denuncia de esos órganos como instrumentos de la clase burguesa) y la parlamentaria (denuncia de la mascarada “democrática”). Es un grupo activo en las luchas obreras (en el sector bancario en particular) con el que la CCI mantiene discusiones fraternas desde hace varios años y con el que ha organizado varias reuniones públicas en Brasil (léase al respecto, entre otros artículo, “Cuatro intervenciones públicas de la CCI en Brasil: un fortalecimiento de las posiciones proletarias” en ccionline/2006). Una delegación de Opop estuvo ya presente en el XVIIº Congreso de nuestra sección en Francia de la primavera de 2006 (cf. el artículo “17e Congrès de RI : l’organisation révolutionnaire à l’épreuve de la lutte de classe” en Revolution internationale no 370).

[3]) SPA:  siglas del nombre en inglés de la Socialist Political Alliance (Alianza política socialista). Es un grupo que se ha propuesto la tarea de dar a conocer en Corea las posiciones de la Izquierda comunista, sobre todo traduciendo algunos de sus textos de base y organizar, en ese país, discusiones sobre esas posiciones entre grupos y elementos. La SPA organizó en octubre de 2006 una conferencia internacional a la que la CCI, que llevaba discutiendo con ella desde hacía un año, mandó una delegación (cf. nuestro artículo “Informe sobre la Conferencia de Corea de octubre de 2006” en la Revista internacional no 129). Cabe señalar que los participantes en esta conferencia, que se verificó justo cuando los ensayos nucleares de Corea del Norte, adoptaron una “Declaración internacionalista contra la amenaza de guerra en Corea [1]”.

[4]) EKS: Enternasyonalist Komünist Sol (Izquierda comunista internacionalista): grupo formado recientemente en Turquía, resueltamente asentado en las posiciones de la Izquierda comunista. Hemos publicado en francés algunas tomas de posición de IKS en nuestra página WEB (https://fr.internationalism.org/isme327/turquie [2])

[5])  Eso no impidió a la CCI invitar al Buró internacional por el partido revolucionario (BIPR) a su XIIIº Congreso, en 1999. Nosotros pensábamos que la gravedad de lo que se estaba jugando en plena Europa (era cuando los bombardeos de Serbia por los ejércitos de la OTAN) merecía que, como mínimo, los grupos revolucionarios dejaran de lado sus divergencias para encontrarse en un mismo lugar para así examinar juntos todo lo que implica el conflicto y, en su caso, hacer una declaración común. El BIPR, lamentablemente, rechazó la invitación.

[6])  Internasyonalismo estaba políticamente presente, aunque no pudiera haberlo estado físicamente.

[7]) Véanse sobre el tema nuestros artículos “Conferencia extraordinaria de la CCI: el combate por la defensa de los principios organizativos” y “XVo Congreso de la CCI: reforzar la organización ante los retos del periodo”, en los nos 110 y 114 de la Revista internacional.

[8]) Véase « La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado », así como “Marxismo y ética”, en los nos 111, 112, 127 y 128 de la Revista internacional.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [3]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [4]

XVIIº Congreso internacional - Resolución sobre la situación internacional

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XVIIº Congreso internacional

Resolución sobre la situación internacional

Decadencia y descomposición del capitalismo

1. Uno de los elementos más importantes que determinan la vida actual de la sociedad capitalista es su entrada en la fase de descomposición. La CCI, ya desde finales de los años 80, ha planteado cuáles son las causas y las características de esta fase de descomposición de la sociedad, poniendo especialmente de manifiesto que:
a) la fase de descomposición del capitalismo forma parte, íntegramente, del período de decadencia de ese sistema que se inició con la Primera Guerra mundial (tal y como la gran mayoría de los revolucionarios señalaron en aquel mismo momento). Por ello mantiene las principales características de la fase de decadencia del capitalismo, a las que añade características nuevas e inéditas en la vida de la sociedad;
b) representa la fase última de la decadencia, en la que no solamente se acumulan los rasgos más catastróficos de sus etapas precedentes, sino que asistimos a un verdadero pudrimiento de raíz del conjunto del edificio social;
c) todos los aspectos de la sociedad humana se ven prácticamente afectados por la descomposición y, sobre todo, los que son decisivos para su supervivencia misma: los conflictos imperialistas y la lucha de clases. Por tanto, con el telón de fondo de la fase descomposición y sus características fundamentales, hemos de examinar el momento actual de la situación internacional en sus principales aspectos: la crisis económica del sistema capitalista, los conflictos en el seno de la clase dominante, especialmente en el ruedo imperialista, y, en fin, la lucha entre las dos clases fundamentales de la sociedad, la burguesía y el proletariado.

2. Por paradójico que pueda parecer, la situación económica del capitalismo es el aspecto de esta sociedad que resulta menos afectado por la descomposición. Ello es así, principalmente, porque justamente la situación económica es la que determina, en última instancia, los demás aspectos de la vida de este sistema incluidos los que se refieren a la descomposición. Como sucedió en los modos de producción que le precedieron, el modo de producción capitalista, que conoció un periodo ascendente hasta finales del siglo xix, también entró en su periodo de decadencia a principios del siglo xx. El origen de esta decadencia, como sucedió para otros sistemas económicos, es la creciente inadecuación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Concretamente, en el caso del capitalismo cuyo desarrollo está condicionado por la conquista de los mercados extracapitalistas, la Primera Guerra mundial fue la primera manifestación significativa de su decadencia. En efecto, con el fin de la conquista colonial y económica del mundo por las metrópolis capitalistas, éstas se vieron obligadas a enfrentarse entre sí para disputarse sus respectivos mercados. El capitalismo entró desde entonces en un nuevo período de su historia, período que la Internacional comunista, en 1919, calificó como el de las guerras y las revoluciones. El fracaso de la oleada revolucionaria que surgió de la guerra mundial abrió igualmente la puerta a convulsiones cada vez más fuertes de la sociedad capitalista: la gran depresión de los años 30 y su consecuencia, la Segunda Guerra mundial mucho más mortífera y bárbara que la Primera. El período que le sucedió, y que algunos “expertos” de la burguesía calificaron de “Treinta años gloriosos” permitió al capitalismo ofrecer la ilusión de que había conseguido superar sus contradicciones mortales, ilusión compartida incluso por corrientes que se reivindicaban de la revolución comunista. Este periodo de “prosperidad”, resultante tanto de factores circunstanciales como de las medidas paliativas contra los efectos de la crisis económica, dio de nuevo paso a la crisis abierta del modo de producción capitalista que estalló a finales de los años 60 y que se agravó fuertemente a partir de mediados de los 70. Esta crisis abierta del capitalismo desembocó nuevamente en la alternativa anunciada por la Internacional comunista: guerra mundial o desarrollo de las luchas obreras con vistas a la destrucción del capitalismo. La guerra mundial, al contrario de lo que pensaron algunos grupos de la Izquierda comunista, no es ninguna “solución” a la crisis del capitalismo ni le permite “regenerarse” o renovarse con un crecimiento dinámico. Es el callejón sin salida en que se encuentra el sistema capitalista, la agudización de tensiones entre sectores nacionales del capitalismo, lo lleva a una inexorable huida hacia delante en el plano militar cuyo desenlace final es la guerra mundial. Efectivamente, como consecuencia de la agravación de las convulsiones económicas del capitalismo, las tensiones imperialistas conocieron a partir de los años 1970 una evidente agravación. Tales tensiones no pudieron sin embargo desembocar en una guerra mundial dado el surgimiento histórico de la clase obrera, a partir de 1968, en reacción a los primeros efectos de la crisis. Pero al mismo tiempo y aunque la clase obrera fuese capaz de contrarrestar la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía (si es que puede hablarse de “perspectiva”), el proletariado por más que desarrollase una combatividad como no se había visto durante décadas, no fue capaz, sin embargo, de proponer su propia perspectiva, la revolución comunista. Esta situación en la que ninguna de las clases determinantes de la sociedad puede imponerle su perspectiva, en la que la clase dominante se ve reducida a “gestionar” el día a día, golpe a golpe, del hundimiento de su economía en una crisis insuperable, es lo que origina la entrada del capitalismo en su fase de descomposición.

3. Unas de las principales manifestaciones de esta ausencia de perspectiva histórica es el desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” que afecta a todos los niveles de la sociedad, desde los individuos hasta los Estados. Sin embargo, no puede considerarse que en el plano de la vida económica del capitalismo haya aparecido un cambio significativo en este ámbito con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. En efecto, esa tendencia de “cada uno para sí”, la “competencia de todos contra todos” es una característica congénita del modo de producción capitalista. Estas características han tenido que ser temperadas, en el período de decadencia, mediante una intervención masiva del Estado en la economía que ya se puso en marcha durante la Primera Guerra mundial, y que se vio reactivada durante los años 30 especialmente con las políticas fascistas o keynesianas. Esta intervención del Estado se vio completada tras la Segunda Guerra mundial por la instauración de organismos internacionales como el FMI, el Banco mundial, la OCDE y posteriormente la Comunidad económica europea (antecesor de la actual Unión europea), con objeto de impedir que las contradicciones económicas condujesen a una desbandada general como sucedió tras el “jueves negro” de 1929. Hoy, a pesar de todos los discursos sobre “el triunfo del liberalismo”, sobre el “libre ejercicio de las leyes del mercado”, los Estados no han renunciado ni a la intervención en las economías de sus países respectivos, ni a la utilización de las estructuras encargadas de regular, en cierta forma, las relaciones entre ellos o crear otras nuevas como la Organización mundial del comercio. Ahora bien, ni tales políticas ni esos organismos, aunque hayan logrado atenuar significativamente el ritmo de hundimiento del capitalismo en la crisis, han permitido acabar con ésta, por muchos discursos que hagan para congratularse de los niveles “históricos” de crecimiento de la economía mundial y los extraordinarios índices alcanzados por los dos gigantes asiáticos: India y, sobre todo, China.

Crisis económica: se acelera la huida ciega en el endeudamiento

4. Las bases sobre las que asientan las tasas de crecimiento del PIB mundial de los últimos años y que hoy provocan la euforia de los burgueses y de sus lacayos intelectuales no tienen, en lo esencial, nada de novedosas. Se trata de las mismas bases que permitieron impedir que la saturación de los mercados que originó la crisis abierta a finales de los años 60 provocase la asfixia completa de la economía mundial, unas bases que se resumen en un creciente endeudamiento. En el momento actual, la principal “locomotora” del crecimiento mundial reside en los enormes déficits de la economía estadounidense, tanto a nivel presupuestario como de su balanza comercial. Se trata pues de una verdadera huida hacia adelante, que lejos de posibilitar una solución definitiva a las contradicciones del capitalismo, no hace sino anunciar un futuro aun más doloroso y estancamientos brutales del crecimiento económico como los que hemos visto desde hace ya más de 30 años. Hoy mismo, por otra parte, asistimos ya a una acumulación de las amenazas que se ciernen sobre el sector inmobiliario en Estados Unidos que ha representado uno de los motores de la economía norteamericana, y que conllevan el riesgo de catastróficas quiebras bancarias, causando angustia e incertidumbre en los ámbitos económicos. A eso viene a añadirse la perspectiva de otras quiebras de los llamados hedge funds (fondos de inversión especulativos), tras la quiebra de Amaranth sucedida en octubre de 2006. La amenaza tiene, si cabe, mayor calado pues esos organismos cuya razón de ser es la obtención de altos beneficios a corto plazo, especulando con la evolución de los tipos de cambio o el curso de las materias primas no son, ni mucho menos, francotiradores al margen del sistema financiero internacional. Son en realidad las instituciones financieras más “serias” las que colocan una parte de sus recursos en esos hedge funds. Además, las cantidades invertidas en esos organismos son considerables hasta el punto de igualar el PIB anual de un país como Francia, sirviendo de “palanca” a movimientos de capitales mucho más considerables (700 billones de dólares en 2002, o sea 20 veces más que el valor de las transacciones de bienes y servicios, o sea productos “reales”). Y no serán las peroratas de los “altermundistas” y demás denunciadores de la “financiarización” de la economía las que van a cambiar nada. Esas corrientes políticas desearían un capitalismo “limpio”, “equitativo” que dejara de lado la especulación. En realidad ésta no se debe ni mucho menos a un “mal capitalismo” que “se olvidaría” de su responsabilidad de invertir en sectores realmente productivos. Como Marx lo dejó claro desde el siglo xix, la especulación es resultado de que, en la perspectiva de una ausencia de salidas suficientes para las inversiones productivas, los poseedores de capitales prefieren rentabilizarlos a corto plazo en una gigantesca lotería, una lotería que está transformando hoy el capitalismo en un casino planetario. Pretender que el capitalismo renuncie a la especulación en el periodo actual es tan realista como pretender que los tigres se hagan vegetarianos.

5. Las tasas de crecimiento excepcionales que ahora están alcanzando países como India, y sobre todo China, no son en modo alguno una prueba de un “nuevo impulso” de la economía mundial, aunque hayan contribuido en buena medida a su elevado crecimiento en el periodo reciente. Con lo que nos encontramos otra vez como base de ese crecimiento es, paradójicamente, la crisis del capitalismo. En efecto, la dinámica esencial de ese crecimiento procede de dos factores: las exportaciones y las inversiones de capital procedentes de los países más desarrollados. Si las redes comerciales de éstos distribuyen cada vez más bienes fabricados en China en lugar de los productos fabricados en los “viejos” países industriales, es porque pueden venderlos a precios mucho más bajos, lo que acaba siendo una necesidad absoluta en el momento de una saturación creciente de los mercados y, por lo tanto, de una competencia comercial cada vez más agudizada, al tiempo que este proceso permite reducir el precio de la fuerza de trabajo de los asalariados de los países capitalistas más desarrollados. A esta misma lógica obedece el fenómeno de las “deslocalizaciones”, que es la transferencia de actividades industriales de las grandes empresas hacia países del Tercer mundo, en donde la mano de obra es muchísimo más barata que en los países más desarrollados. Hay que resaltar además que si la economía china se beneficia de esas deslocalizaciones en su territorio, también tiende a practicarlas a su vez en dirección de países en donde los salarios aun son más bajos, de África especialmente.

6. De hecho, el trasfondo del “crecimiento de dos dígitos” de China, especialmente de su industria, es el de una explotación desenfrenada de la clase obrera, la cual conoce frecuentemente condiciones de vida que recuerdan las de la clase obrera inglesa de la primera mitad del siglo xix, denunciadas por Engels en su señalada obra de 1844. Por sí sola, esa situación no es un signo de la quiebra del capitalismo, puesto que este sistema se lanzó a la conquista del mundo gracias a una explotación del proletariado igual de despiadada. Hay, sin embargo, unas diferencias fundamentales entre el crecimiento y la condición obrera en los principales países capitalistas del siglo xix y los de la China actual:
– en aquéllos el aumento de los efectivos de la clase obrera industrial en tal o cual país no se correspondía con una reducción similar en otros países: los sectores industriales se desarrollaron de forma paralela en países como Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos. Al mismo tiempo, particularmente gracias a sus luchas de resistencia, las condiciones de vida del proletariado mejoraron progresivamente a lo largo de la segunda mitad del siglo xix;
– en el caso de la China actual, el crecimiento de la industria (como en otros países del Tercer mundo) se está haciendo en detrimento de numerosos sectores industriales de los países del viejo capitalismo, que desaparecen progresivamente; al mismo tiempo, las deslocalizaciones son los instrumentos de un ataque en regla contra la clase obrera de esos países, ataque que comenzó antes de que éstas se convirtieran en una practica corriente, pero que permite intensificarlo aun más en términos de desempleo, deterioro de la calificación, precariedad y empeoramiento de nivel de vida.
– así, lejos de representar un “nuevo impulso” de la economía capitalista, el “milagro chino” y el de otras economías del Tercer mundo, no es más que un nuevo aspecto de la decadencia del capitalismo. Además, la extrema dependencia de la economía china de sus exportaciones es un verdadero factor de fragilidad frente a la contracción de la demanda de sus clientes actuales, contracción que por otro lado no puede dejar de producirse, particularmente cuando la economía norteamericana se vea obligada a poner orden en el endeudamiento abismal que le permite actualmente hacer de “locomotora” de la demanda mundial. Así, igual que el “milagro” que representaban las tasas de crecimiento de dos cifras de los “tigres” y “dragones” asiáticos tuvo un doloroso final en 1997, el “milagro” chino actual, a pesar de que sus orígenes son diferentes y de disponer de mejores cartas, tendrá que enfrentarse tarde o temprano a la dura realidad del estancamiento histórico del modo de producción capitalista.

La agravación de las tensiones imperialistas y del caos

7. La vida económica de la sociedad burguesa, no puede sortear, en ningún país, las leyes de la decadencia capitalista, por una razón evidente, puesto que la decadencia se manifiesta en primer lugar en ese plano. Sin embargo, por esa misma razón, las manifestaciones principales de la descomposición no afectan de momento a la esfera económica. No puede decirse lo mismo de la esfera política de la sociedad capitalista, especialmente respecto a los antagonismos entre sectores de la clase dominante y particularmente en lo que a conflictos imperialistas se refiere. De hecho, la primera gran manifestación de la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, concierne precisamente el terreno de los conflictos imperialistas: el hundimiento del bloque imperialista ruso a finales de los 80, que provocó la inmediata desaparición del bloque occidental. Donde primero se expresa hoy la tendencia de “cada uno para sí”, característica principal de la fase de descomposición, es en el plano de las relaciones políticas, diplomáticas y militares. El sistema de bloques llevaba en sí el peligro de una tercera guerra mundial, que se habría desencadenado si el proletariado mundial no hubiese sido capaz de impedirlo desde finales de los 60; sin embargo representaba cierta “organización” de las tensiones imperialistas, particularmente por la disciplina impuesta por las respectivas potencias dominantes en cada uno de los dos campos. La situación abierta desde 1989 es totalmente diferente. Cierto es que el espectro de la guerra mundial ha dejado de amenazar el planeta, pero al mismo tiempo hemos asistido a un desencadenamiento de antagonismos imperialistas y de guerras locales en las que están implicadas directamente las grandes potencias, empezando por la primera y principal: Estados Unidos. A este país, que desde hace años se ha dado el papel de “gendarme mundial”, le correspondía proseguir y reforzar ese papel ante el nuevo “desorden mundial” surgido al final de la guerra fría. En realidad, si EEUU se ha encargado de ese papel, no es, ni mucho menos, para contribuir a la estabilidad del planeta sino, sobre todo, para intentar restablecer su liderazgo mundial, puesto constantemente en entredicho, sobre todo por parte de sus antiguos aliados, debido a que ya desapareció la argamasa que aglutinaba cada uno de los bloques imperialistas, o sea, la amenaza del bloque adverso. Tras la desaparición total de la “amenaza soviética”, el único medio que le queda a la potencia estadounidense para imponer su disciplina es hacer alarde de lo que constituye su fuerza principal: la enorme superioridad de su potencia militar. Y al hacer así, la política imperialista de Estados Unidos se ha convertido en uno de los principales factores de inestabilidad del mundo. Desde el principio de los años 90 abundan los ejemplos de ello: la primera guerra del Golfo, en 1991, pretendía estrechar los lazos, que ya empezaban a desaparecer, entre los antiguos aliados del bloque occidental (y no para “hacer respetar el derecho internacional”, “mancillado” por la anexión iraquí de Kuwait, como se pretextó). Poco después estallaba en mil pedazos, en Yugoslavia, la unidad de los antiguos aliados del bloque occidental: Alemania encendía el polvorín animando a Eslovenia y Croacia a declararse independientes, mientras Francia y Gran Bretaña nos ofrecían un remake de “la Entente cordial” de principios del siglo xx, al apoyar los intereses imperialistas de Serbia, a la vez que Estados Unidos ejercía de padrino de los musulmanes de Bosnia.

8. El fracaso de la burguesía norteamericana para imponer de forma duradera su autoridad a lo largo de los años 90, incluso después de sus diferentes operaciones militares, la ha llevado a buscar un nuevo “enemigo” del “mundo libre” y de la “democracia”, que le permitiera arrastrar tras ella a las principales potencias mundiales, sobre todo aquellas que habían sido sus aliados: el terrorismo islámico. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que cada vez más parece claro (incluso para más de un tercio de la población norteamericana y la mitad de los habitantes de Nueva York) que fueron consentidos, cuando no preparados, por el aparato de Estado norteamericano, habían de servir de punto de partida de esta nueva cruzada. Cinco años después, el fracaso de esta política es patente. Los atentados del 11 de septiembre permitieron a Estados Unidos implicar a países como Francia o Alemania en su intervención en Afganistán. En cambio, EEUU no ha conseguido implicarlos en su aventura iraquí de 2003, impulsando, al contrario, una alianza de circunstancias entre esos dos países y Rusia contra esa intervención. Y después otros “aliados” de EEUU, comprometidos en un primer tiempo en la “coalición” que ha intervenido en Irak, como España o Italia, han abandonado el navío. Al final, la burguesía americana no ha logrado ninguno de los objetivos que se había fijado oficial u oficiosamente: la eliminación de las “armas de destrucción masiva” en Irak, el establecimiento de una “democracia” pacífica en ese país, la estabilización y una vuelta a la paz del conjunto de la región bajo la égida americana, el retroceso del terrorismo, la adhesión de la población estadounidense a las intervenciones militares de su gobierno.

La cuestión de las “armas de destrucción masiva” se ha saldado rápidamente: quedó inmediatamente claro que las únicas que había en Irak eran las que había aportado la “coalición”, lo que evidentemente puso en evidencia las mentiras de la administración Bush para “vender” su proyecto de invasión de ese país.

En cuanto al retroceso del terrorismo, se puede constatar que la invasión de Irak no sólo no lo atajado en absoluto, sino que, al contrario, ha sido un potente factor de su desarrollo, tanto en Irak como en otras partes del mundo, incluidas las metrópolis capitalistas, como se ha visto en Madrid en marzo de 2004 y en Londres en julio de 2005.

Así, el establecimiento de una “democracia” pacifica en Irak se ha saldado por la implantación de un gobierno fantasma incapaz de mantener el menor control del país sin el apoyo masivo de las tropas estadounidenses, “control” que se limita a unas cuantas áreas de seguridad, dejando en el resto del país el campo libre a las masacres entre las comunidades chií y suní, así como a los atentados terroristas que han causado decenas de miles de víctimas tras la caída de Sadam Husein.

La estabilización y la paz en Oriente Medio nunca han estado tan lejanas: en el conflicto cincuentenario entre Israel y Palestina, hemos visto cómo, en estos últimos años, se producía una agravación continua de la situación, con los enfrentamientos interpalestinos entre Al Fatah y Hamás, al igual que con el considerable descrédito del gobierno israelí, lo que supone una agravación aun más dramática de la situación. La pérdida de autoridad del gigante norteamericano en la región, tras su amargo fracaso en Irak, no es evidentemente ajeno al hundimiento y la quiebra del “proceso de paz” del que es principal valedor.

Esta pérdida de autoridad es también responsable en parte, de las dificultades crecientes que experimentan las fuerzas de la OTAN en Afganistán, y de la pérdida de control del gobierno de Karzai sobre el país en beneficio de los talibanes.

Por otra parte, la chulería creciente que demuestra Irán a propósito de los preparativos para la obtención del arma atómica es una consecuencia directa del hundimiento de Estados Unidos en Irak, que les impide cualquier otra intervención militar.

Finalmente la voluntad de la burguesía americana de superar definitivamente el síndrome de Vietnam, es decir, las reticencias de la población norteamericana al envío de soldados a los campos de batalla, ha conseguido el resultado contrario al que buscaba. Si en un primer momento, la emoción que provocaron los atentados del 11 de septiembre permitió un reforzamiento masivo, en el seno de esta población, de los sentimientos nacionalistas, de la voluntad de una “unión nacional” y de la determinación de implicarse en la “guerra contra el terrorismo”, lo que con el paso de los años se ha ido intensificando ha sido, al contrario, el rechazo de la guerra y del envío de soldados americanos a los campos de batalla.

Hoy en Irak, la burguesía de EEUU se encuentra en un auténtico callejón sin salida. Por un lado, y tanto desde el punto de vista estrictamente militar como desde el económico y político, carece de los medios para comprometer en Irak los efectivos que podrían eventualmente permitirle el “restablecimiento del orden”. Por otra parte, no puede permitirse retirarse pura y simplemente de Irak sin que aparezca todavía más claramente la quiebra total de su política y, además, se abran las puertas a una dislocación de Irak y a una desestabilización aun más considerable de toda la región.

9. Así pues, el balance del mandato de Bush hijo es, desde luego, uno de los más calamitosos de la historia de los Estados Unidos. La subida, en 2001, de los llamados “neocons” (neoconservadores) a la cabeza del Estado norteamericano, fue una verdadera catástrofe para la burguesía estadounidense. La pregunta que cabe hacerse es la siguiente ¿Cómo es posible que la primera burguesía del mundo haya llamado a ese hatajo de aventureros irresponsables e incompetentes a dirigir la defensa de sus intereses? ¿Cuál es la causa de esa ceguera de la clase dominante del principal país capitalista? De hecho la llegada del equipo Cheney, Rumsfeld, y compañía a las riendas del Estado no es el simple resultado de un monumental “error de casting” de parte de esa clase. Esto ha agravado considerablemente la situación de Estados Unidos en el plano imperialista, pero ya era la expresión del callejón sin salida en el que se encontraba un país enfrentado a la pérdida creciente de su liderazgo, y más, en general, al desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” en las relaciones internacionales, característico de la fase de descomposición.

La mejor prueba de ello es desde luego el hecho de que la burguesía más hábil e inteligente del mundo, la burguesía británica, se haya dejado arrastrar al callejón sin salida de la aventura iraquí. Otro ejemplo de esta propensión a elegir opciones imperialistas desastrosas por parte de las burguesías más “eficaces”, las que hasta ahora habían conseguido manejar con maestría su potencia militar, nos lo proporciona, a menor escala, la catastrófica aventura de Israel en Líbano durante el verano de 2006, una ofensiva que contaba con el beneplácito de los “estrategas” de Washington, y que, tratando de debilitar a Hizbolá, lo único que ha conseguido, en realidad, es reforzarlo.

La destrucción acelerada del medio ambiente

10. El caos militar que se desarrolla en el mundo, que sumerge amplias regiones en un verdadero infierno y en la desolación, sobre todo en Oriente Medio, pero también y especialmente en África, no es la única manifestación del atolladero histórico en que se encuentra el capitalismo, ni representa, a largo plazo, la amenaza más severa para la especie humana. Hoy está claro que la pervivencia del sistema capitalista tal y como funciona hasta hoy, comporta la perspectiva de destrucción del medio ambiente que había permitido el desarrollo de la humanidad. La prosecución, al ritmo actual, de la emisión de gases de efecto invernadero con el consiguiente calentamiento del planeta, anuncia el desencadenamiento de catástrofes climáticas sin precedentes (canículas, huracanes, desertificación, inundaciones...) con su séquito de calamidades espantosas para los seres humanos (hambrunas, desplazamiento de centenares de millones de seres humanos a las regiones más a salvo...). Frente a los primeros efectos visibles de esta degradación medioambiental, los gobiernos y los sectores dirigentes de la burguesía, no pueden esconder a la población la gravedad de la situación y el futuro catastrófico que se avecina. Ahora las burguesías más poderosas y la casi totalidad de los partidos políticos burgueses se pintan de verde y prometen tomar las medidas necesarias para evitarle a la humanidad esa catástrofe anunciada. Pero al problema de la destrucción del medio ambiente le sucede como al de la guerra: que todos los sectores de la burguesía se declaran en contra, aunque esta clase, desde que el capitalismo entrara en la decadencia, es incapaz de garantizar la paz. Y es que no se trata en absoluto de una cuestión de buena o mala voluntad (aunque entre los sectores que más alientan a la guerra, se pueden encontrar los intereses más sórdidos). Hasta los dirigentes burgueses más “pacifistas” son incapaces de escapar a una lógica objetiva que da al traste con sus veleidades “humanistas”, o la “razón”. De igual modo, la “buena voluntad” que exhiben cada vez más los dirigentes de la burguesía con respecto a la protección del medio ambiente, aun cuando en muchos casos sólo se trata de un mero argumento electoral, nada podrá hacer contra las obligaciones que impone la economía capitalista. Enfrentarse eficazmente al problema de la emisión de gases de efecto invernadero supone transformaciones considerables en sectores de la producción industrial, de la producción de energía, de los transportes y de la vivienda, y por tanto, inversiones masivas y prioritarias en todos esos sectores. Igualmente eso supone poner en entredicho intereses económicos considerables, tanto a nivel de grandes empresas como a nivel de los Estados. Concretamente si un Estado asumiera por su cuenta las disposiciones necesarias para aportar una solución eficaz a la resolución del problema, se vería inmediata y catastróficamente penalizado desde el punto de vista de la competencia en el mercado mundial. A los Estados, con las medidas que tienen que tomar para enfrentarse al calentamiento global, les pasa lo mismo que a los burgueses con los aumentos de los salarios obreros; que todos ellos están a favor de tales medidas… pero en las empresas del vecino. Mientras sobreviva el modo de producción capitalista, la humanidad esta condenada a sufrir cada vez más calamidades de todo tipo que este sistema agonizante no puede evitar imponerle, calamidades que amenazan su existencia misma.

 Así pues, como puso en evidencia la CCI hace más de 15 años, el capitalismo en descomposición supone o lleva en sí amenazas considerables para la supervivencia de la especie humana. La alternativa anunciada por Engels a finales del siglo xix: “socialismo o barbarie”, se ha convertido a lo largo del siglo xx en una siniestra realidad. Lo que el siglo xxi nos ofrece como perspectiva es, simplemente, socialismo o destrucción de la humanidad. Este es el verdadero reto al que se enfrenta la única fuerza social capaz de destruir el capitalismo, la clase obrera mundial.

Continúan los combates de la clase obrera,
sigue madurando su conciencia

11. A ese reto se enfrenta el proletariado, como hemos visto, desde hace varias décadas, puesto que su resurgir histórico, a partir de 1968, que puso fin a la más profunda contrarrevolución de su historia, es lo que impidió que el capitalismo impusiera su propia respuesta a la crisis abierta de su economía, la guerra mundial. Durante dos décadas, las luchas obreras se sucedieron, con altibajos, con avances y retrocesos, permitiendo a los trabajadores adquirir toda una experiencia de la lucha y, sobre todo, la experiencia del papel de sabotaje de los sindicatos. Al mismo tiempo, la clase obrera ha estado sometida crecientemente al peso de la descomposición, lo que explica especialmente que el rechazo al sindicalismo clásico se vea a menudo acompañado de un repliegue hacia el corporativismo, que pone de manifiesto el peso de la tendencia “cada uno a la suya” en el seno mismo de las luchas. Fue la descomposición del capitalismo lo que asestó un golpe decisivo a aquella primera serie de combates proletarios, sobre todo con su manifestación más espectacular hasta hoy: el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas ocurrido en 1989. Las ensordecedoras campañas de la burguesía sobre la “quiebra del comunismo” y la “victoria definitiva del capitalismo liberal y democrático”, sobre el “fin de la lucha de clases” y casi de la propia clase obrera, provocaron un retroceso importante del proletariado, tanto en su conciencia como en su combatividad. Ese retroceso era profundo y duró más de diez años. Ha marcado a toda una generación de trabajadores engendrando en ellos desconcierto e incluso desmoralización. Ese desconcierto no sólo lo provocaron los acontecimientos a los que asistimos a finales de los años 80, sino también los que, como consecuencia de ellos, vimos después, como la primera guerra del Golfo en 1991 y la guerra en la ex Yugoslavia. Estos acontecimientos suponían un tajante desmentido a las declaraciones del presidente George Bush padre que anunciaba que el final de la guerra fría traería la apertura de una “nueva era de paz y prosperidad”, pero en un contexto general de desorientación de la clase, esto no pudo ser aprovechado por el proletariado para recuperar el camino de su toma de conciencia, sino que esos acontecimientos acabaron haciendo albergar un profundo sentimiento de impotencia en las filas obreras, debilitando aun más su confianza en sí misma y su combatividad.

A lo largo de los años 90, la clase obrera no renunció totalmente al combate. La sucesión de ataques capitalistas la obligó a emprender luchas de resistencia, pero tales luchas no tenían ni la amplitud ni la conciencia, ni la capacidad de enfrentarse a los sindicatos, de las que habíamos visto en el periodo precedente. Sólo a partir de 2003, sobre todo con las grandes movilizaciones frente a los ataques a las jubilaciones en Francia y en Austria, el proletariado empezó verdaderamente a salir del retroceso que venía sufriendo desde 1989. Posteriormente, esta tendencia a la recuperación de la lucha de clases y al desarrollo de la conciencia en su seno no ha sido desmentida. Los combates obreros han afectado a la mayoría de los países centrales, incluso los más importantes, tales como Estados Unidos (Boeing y los transportes de Nueva York en 2005), Alemania (Daimler y Opel en 2004, médicos hospitalarios en 2006, Deutsche Telekom en la primavera de 2007), Gran Bretaña (aeropuerto de Londres en agosto 2005, trabajadores del sector publico en la primavera de 2006), Francia (movimiento de estudiantes universitarios y de enseñanza media contra el CPE en la primavera de 2006), pero también en toda una serie de países de la periferia como Dubai (obreros de la construcción en la primavera de 2006), Bangladesh (obreros textiles en la primavera de 2006) y Egipto (obreros textiles y de transportes en la primavera de 2007).

12. Engels escribió que la clase obrera desarrolla su combate en tres planos: el económico, el político y el teórico. Comparando las diferencias en estos tres planos entre la oleada de luchas que comenzó en 1968 y la que arrancó en 2003 podremos trazar las perspectivas de ésta.

La oleada de luchas que comenzó en 1968 tuvo una importancia política considerable, pues significó, en particular, el final del periodo de la contrarrevolución. También suscitó una reflexión teórica de primer orden, puesto que permitió una reaparición significativa de la corriente de la Izquierda comunista, cuya expresión más importante fue la formación de la CCI. Las luchas de Mayo del 68 en Francia, las del “otoño caliente” italiano de 1969, hicieron quizás pensar que, dadas las preocupaciones políticas que en ellas se expresaban, asistiríamos a una politización significativa de la clase obrera internacional al calor de las luchas que se iban a desarrollar. Pero tal potencialidad no pudo realizarse. La identidad de clase que se desarrolló en el seno del proletariado en el transcurso de las luchas, tenía más que ver con la de una categoría económica que con la de una verdadera fuerza política en el seno de la sociedad. Y, en particular, el hecho de que esas mismas luchas fueran lo que impidió a la burguesía encaminarse hacia una tercera guerra mundial pasó completamente desapercibido (incluso, todo sea dicho, para la gran mayoría de los grupos revolucionarios). Del mismo modo, el surgimiento de la huelga de masas en Polonia en agosto de 1980, aunque fue entonces el momento culminante desde el final de la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial, en lo que a capacidad organizativa del proletariado se refiere, manifestó, sin embargo, una debilidad política considerable y la “politización” que expresó fue más bien la adhesión a las cantilenas democráticas burguesas e incluso al nacionalismo. Y esto fue así debido a toda una serie de razones analizadas ya por la CCI, y entre las que destacan:
– el ritmo lento de la crisis económica que, al contrario de la guerra imperialista de la que surgió la primera oleada revolucionaria, no permitió que quedara completamente al descubierto la quiebra del sistema, lo que favoreció la conservación de ilusiones sobre la capacidad de este sistema de asegurar condiciones de vida decentes a los trabajadores.
– la desconfianza hacia las organizaciones políticas revolucionarias, resultante de la experiencia traumática que supuso el estalinismo (lo que entre los proletarios de los países del bloque ruso se concretó en unas ilusiones muy arraigadas sobre las “magnificencias” de la democracia burguesa tradicional).
– el peso de la ruptura orgánica entre las organizaciones revolucionarias del pasado y las actuales que aisló a éstas de su clase.

13. La situación en la que se desarrolla hoy la nueva oleada de combates de la clase es muy diferente:
– más de cuatro décadas de crisis abierta y de ataques a las condiciones de vida de la clase obrera, y sobre todo el aumento del desempleo y de la precariedad, han barrido las ilusiones de que “las cosas ya se arreglarán mañana”. Tanto los trabajadores más veteranos como las nuevas generaciones obreras, son cada vez más conscientes de que “en el futuro las cosas solo pueden ir a peor”.
– en un plano más general, la persistencia de conflictos guerreros que toman formas cada vez más sanguinarias, al igual que la amenaza de la destrucción del medio ambiente ya muy sensible hoy, están engendrando un sentimiento, sordo y confuso todavía, de la necesidad de una transformación radical de la sociedad: el surgimiento de movimientos altermundistas con su eslogan “otro mundo es posible” es, en realidad, una especie de antídoto segregado por la sociedad burguesa para tratar de desorientar la fuerza de ese sentimiento.
– el traumatismo que supuso el estalinismo y las campañas desatadas tras su caída hace casi dos décadas se va alejando con el tiempo: las nuevas generaciones de proletarios que se incorporan hoy al trabajo y, eventualmente a la lucha de clases, estaban en plena infancia cuando arreció lo más intenso de la campaña sobre la “muerte del comunismo”.

Estas condiciones determinan toda una serie de diferencias entre la oleada actual de luchas y la que acabó en 1989.

Y aunque las luchas de hoy responden a ataques económicos incluso, en muchos casos, más graves y generalizados que los que desencadenaron los estallidos masivos y espectaculares de la primera oleada, las luchas de hoy no han alcanzado, hasta el momento y al menos hablando de los países centrales del capitalismo, aquel mismo carácter masivo. Esto se explica por dos razones esenciales:
– el resurgir histórico del proletariado a finales de los años 60 sorprendió a la burguesía, lo que desde luego no sucede hoy, pues ésta ha tomado muchas medidas para anticiparse a los movimientos de la clase y limitar su extensión, como queda demostrado, entre otras cosas, con la ocultación sistemática de dichos movimientos en los medios de comunicación.
– el arma de la huelga es hoy más difícil de emplear, habida cuenta, sobre todo, del peso del desempleo como elemento de chantaje contra los trabajadores, y también porque estos mismos son cada vez más conscientes de que el margen de maniobra que tiene la burguesía para satisfacer sus reivindicaciones es cada vez menor.

Sin embargo esto último no es únicamente un factor que intimide a los trabajadores a lanzarse a luchas masivas, sino que conlleva también la toma de conciencia en profundidad sobre la quiebra definitiva del capitalismo, lo que es la condición de una toma de conciencia de la necesidad de acabar con este sistema. En cierto modo, y aunque se manifieste aun de forma muy confusa, la envergadura de los retos a los que se enfrentan los combates de clase – nada menos que la revolución comunista – es lo que explica las vacilaciones de la clase obrera a emprender esos combates.

Por ello, y aun cuando las luchas económicas de la clase sean hoy menos masivas que las de la primera oleada, contienen, sin embargo, al menos implícitamente, una dimensión política mucho más importante. Esta dimensión política ya ha tenido su plasmación explícita como se demuestra en el hecho de que en las luchas se incorporan, y cada vez mas, temas como la solidaridad, una cuestión de primer orden pues es el “contraveneno” por excelencia de la tendencia de “cada uno a la suya” propio de la descomposición social y porque ocupa, sobre todo, un lugar central en la capacidad del proletariado mundial para no sólo desarrollar sus combates actuales sino también para derribar el capitalismo:
– los trabajadores de la fabrica de la Daimler en Bremen entran espontáneamente en huelga contra el chantaje que la dirección de la empresa quiere hacerles a sus compañeros en Stuttgart.
– la huelga del personal de tierra del aeropuerto de Londres contra los despidos de una compañía de catering, y eso que dicha huelga era ilegal.
– la huelga de los empleados de los transportes de Nueva York en solidaridad con los trabajadores más jóvenes a los que la patronal quiere imponer condiciones más desfavorables.

14. Esta cuestión de la solidaridad ha sido central en el movimiento contra el CPE ocurrido en Francia en la primavera de 2006, y que afectó sobre todo a la juventud escolarizada (tanto universitarios como de institutos) y que se situó plenamente en un terreno de clase:
– solidaridad activa de los estudiantes universitarios más decididos que acudieron en apoyo de sus compañeros de otras universidades.
– solidaridad con los hijos de obreros de las barriadas cuya revuelta a la desesperada el otoño del año anterior había evidenciado las terribles condiciones que sufren día tras día, y la ausencia total de perspectiva que les ofrece el capital.
– solidaridad entre generaciones, entre quienes están a punto de convertirse en desempleados o trabajadores precarios y los que ya son asalariados, entre quienes se inician en los combates de clase y los que ya tienen experiencia acumulada.

15. Este movimiento ha sido igualmente ejemplar en lo referente a la capacidad de la clase obrera para mantener la organización de la lucha en sus propias manos mediante las asambleas y los comités de huelga responsables ante ellas (capacidad que hemos visto manifestarse igualmente en la lucha de los obreros metalúrgicos de Vigo en España en la primavera de 2006, en la que los trabajadores de distintas empresas se juntaban en asambleas diarias en la calle). Esto hay que atribuirlo al hecho de que los sindicatos son muy débiles en el medio estudiantil, por lo que no han podido hacer su papel de saboteadores de las luchas que han desempeñado y seguirán desempeñando hasta la revolución. Un ejemplo de esa función antiobrera que ejercen los sindicatos, es el hecho de que las luchas masivas que hemos visto hasta ahora, se han dado sobre todo en los países del Tercer mundo en donde los sindicatos son más débiles (como es el caso de Bangla Desh) o bien pueden ser plenamente identificados como órganos del Estado (como es el caso de Egipto).

16. El movimiento contra el CPE, que se produjo en el mismo país en que tuvo lugar el primero y más espectacular combate del resurgir histórico –la huelga generalizada de Mayo 68– nos proporciona igualmente otras lecciones respecto a las diferencias entre la oleada actual de luchas y la precedente:
– en 1968, el movimiento de los estudiantes y el de los trabajadores se sucedieron en el tiempo, y si bien existió entre ellos simpatía mutua, expresaban sin embargo realidades muy diferentes, respecto a la entrada del capitalismo en su crisis abierta: por parte de los estudiantes se trataba de la rebelión de la pequeña burguesía intelectual contra la perspectiva de una degradación de su estatus en la sociedad; por parte de los trabajadores una lucha económica contra los primeros signos de la degradación de sus condiciones de existencia. En 2006, el movimiento de los estudiantes representa en realidad un movimiento de la clase obrera. Esto pone también de manifiesto que la modificación del tipo de actividad asalariada que se ha producido en los países más desarrollados (aumento del peso del sector terciario a expensas del sector industrial) no pone en cuestión, sin embargo, la capacidad del proletariado de estos países para emprender combates de clase.
– en el movimiento de 1968, es verdad que se discutía de la cuestión de la revolución todos los días, pero eso sucedía sobre todo entre los estudiantes y la idea de revolución que prevalecía en la mayoría de estos, tenia que ver en realidad con algunas variantes de la ideología burguesa como el castrismo en Cuba, el maoísmo en China, etc. En el movimiento de 2006, la cuestión de la revolución estaba mucho menos presente, pero en cambio existe una clara conciencia de que solo la movilización y la unidad de clase de los asalariados pueden echar atrás los ataques de la burguesía.

17. Esta última cuestión nos lleva al tercer aspecto de la lucha proletaria evocado por Engels: la lucha teórica, el desarrollo de una reflexión en el seno de la clase sobre las perspectivas generales de su combate, y el surgimiento de elementos y organizaciones, productos y factores activos de ese esfuerzo. Hoy, al igual que en 1968, el resurgir de los combates de la clase se ve acompañado de un movimiento de reflexión en profundidad, del que la aparición de nuevos elementos que se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista, constituye como la punta emergente de un iceberg. En este sentido existen diferencias notables entre el proceso actual de reflexión y el que se desarrolló en 1968. La reflexión que empezó entonces respondía al surgimiento de luchas masivas y espectaculares, mientras que hoy ese movimiento de reflexión no ha esperado, para arrancar, a que las movilizaciones obreras alcancen esa misma amplitud. Esta es una de las consecuencias de la diferencia, respecto a la de finales de los años 60, de las condiciones a las que debe enfrentarse hoy el proletariado.

Una de las características de la oleada de luchas que empezó en 1968 es que, debido a su propia envergadura, era una demostración de la posibilidad de la revolución proletaria, posibilidad que se había desvanecido de las mentes obreras por la magnitud de la contrarrevolución, pero también por las ilusiones generadas por la “prosperidad” que conoció el capitalismo tras la Segunda Guerra mundial. Hoy el principal alimento del proceso de reflexión no es tanto la posibilidad de la revolución, sino más bien, vistas las catastróficas perspectivas que nos ofrece el capitalismo, su necesidad. Por tanto este proceso es menos rápido y menos inmediatamente visible que en los años 70, pero es más profundo y no se verá afectado por los momentos de repliegue de las luchas obreras.

De hecho, el entusiasmo por la idea de la revolución, que floreció en Mayo del 68 y los años siguientes, por las bases mismas que lo condicionaron, favoreció que los grupos izquierdistas pudieran reclutar a la inmensa mayoría de gente que se adhería a esa idea. Solo una pequeña minoría de personas, los que estaban menos marcados por la ideología pequeño burguesa radical y el inmediatismo que emanaba del movimiento estudiantil, consiguió acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista, y convertirse en militantes de las organizaciones de dicha Izquierda. Las dificultades que, necesariamente, encontró el movimiento de la clase obrera, tras las sucesivas contraofensivas de la clase dominante, y en un contexto en que aun pesaba la ilusión en las posibilidades de un restablecimiento de la situación por parte del capitalismo, favorecieron un nuevo auge de la ideología reformista, de la que los grupos izquierdistas situados a la izquierda del cada vez más desprestigiado estalinismo oficial, se convirtieron en sus promotores más “radicales”. Hoy, y sobre todo tras el hundimiento histórico del estalinismo, las corrientes izquierdistas tienden cada vez más a ocupar el lugar que aquél deja vacante. Esta “oficialización” de esas corrientes en el juego político burgués tiende a provocar una reacción entre sus militantes más sinceros que las abandonan en búsqueda de auténticas posiciones de clase. Precisamente por eso, el esfuerzo de reflexión en el seno de la clase obrera se manifiesta en la emergencia no sólo de elementos muy jóvenes que, de primeras, se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista, sino también de elementos más veteranos que tienen tras sí una experiencia en organizaciones burguesas de extrema izquierda. Esto es, en sí, un fenómeno muy positivo que comporta la posibilidad de que las energías revolucionarias que necesariamente surgirán a medida que la clase obrera desarrolle sus luchas, no podrán ser captadas y esterilizadas con la misma facilidad con que lo fueron en los años 1970, y se unirán en mayor numero a las posiciones y las organizaciones de la Izquierda comunista.

La responsabilidad de las organizaciones revolucionarias, y de la CCI en particular, es participar plenamente en la reflexión que ya se está desarrollando en el seno de la clase obrera, no solo interviniendo activamente en las luchas que están ya desarrollándose, sino también estimulando la posición de los grupos y elementos que se plantean sumarse a su combate.

CCI

Vida de la CCI: 

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VI - Los problemas del período de transición, 4

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En los dos números anteriores de la Revista internacional publicamos los primeros artículos de Mitchell sobre los problemas del período de transición. Estos artículos pertenecen a una serie publicada en los años 30 en Bilan, revista teórica de la Izquierda comunista de Italia. Esos dos primeros artículos establecían el marco teórico del advenimiento de la revolución proletaria (el capitalismo “maduro” a nivel mundial y no en un país o región en particular). En ellos se examinaban las lecciones principales que deben extraerse del aislamiento y la degeneración de la revolución en Rusia, en especial sobre las relaciones entre proletariado y Estado de transición. Los dos artículos siguientes (el aquí publicado y otro más tarde) siguen con esa misma cuestión examinando el problema del contenido económico de la revolución proletaria.

El artículo publicado aquí abajo, que apareció en Bilan nº 34 (agosto-septiembre de 1934) se presenta como una polémica con otra corriente internacionalista de aquel entonces, el GIK de Holanda, cuyo documento Principios fundamentales de la producción y la distribución comunistas se publicó en los años 30. Bilan publicó en francés un resumen hecho por Hennaut, del grupo belga de la Liga de los comunistas internacionalistas. Publicar ese resumen y lanzar una discusión con la tendencia “comunismo de consejos” representada por el GIK pertenecía a la mentalidad, al espíritu de Bilan, el del comprometerse, por principio, en el debate entre revolucionarios. El artículo hace una serie de críticas al método adoptado por el GIK sobre el período de transición, pero nunca pierde de vista que se trataba de un debate en el seno del campo proletario.

Más tarde publicaremos nosotros, CCI, un artículo para tomar posición sobre ese debate. Lo que por ahora queremos subrayar, como ya lo hemos hecho muchas veces antes, es que, aunque no estemos siempre de acuerdo con todos los términos o conclusiones de Bilan, sí compartimos plenamente el fondo de su método: la necesidad de referirnos a las contribuciones de nuestros predecesores en el movimiento revolucionario, el esfuerzo constante de reexaminarlas a la luz de la lucha de clases, sobre todo de la experiencia gigantesca que la Revolución rusa aportó, y el rechazo de toda solución fácil y simplista a los problemas sin precedentes que la transformación comunista de la sociedad planteará. En este artículo, en particular, aparece una clara demarcación con el falso radicalismo que se imagina que la ley del valor y, más en general, toda herencia de la sociedad burguesa podrían abolirse por decreto, del día a la mañana, tras la toma del poder por la clase obrera.

Bilan nº 34 (agosto-septiembre de 1930)

Los estigmas del pasado que hereda la economía proletaria

Los marxistas basan siempre sus análisis y sus perspectivas en el materialismo dialéctico y no en aspiraciones idealistas. Marx decía que:
«Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve (…) jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto» (“Prólogo a la 1ª edición” de el Capital, FCE, México).

De igual modo, el proletariado, tras haber hecho dar a la sociedad un “salto” gracias a la revolución política, deberá someterse a la ley natural de la evolución, a la vez que lo hará todo por acelerar el ritmo de la transformación social. Las formas sociales intermedias, “híbridas”, que surgen en la fase que va del capitalismo al comunismo, el proletariado deberá dirigirlas hacia su decaimiento si quiere realizar sus designios históricos, pero no podrá suprimirlas por decreto. La supresión de la propiedad privada –por muy radical que sea– no suprime ipso facto la ideología capitalista ni el derecho burgués: “la tradición de todas las generaciones muertas es como una pesadilla en el cerebro de los vivos” (K. Marx).

La persistencia de la ley del valor en el período transitorio

Vamos a tratar ampliamente, en esta parte de nuestro trabajo, sobre algunas categorías económicas (valor-trabajo, moneda, salario), que la economía proletaria hereda del capitalismo, y eso sin ventaja alguna. Esto es importante, pues algunos han intentado (aquí nos referimos sobre todo a los Internacionalistas holandeses, cuyos argumentos analizaremos) hacer de esas categorías agentes de la descomposición de la Revolución rusa, cuando, en realidad, las razones de la degeneración de ésta no son económicas sino políticas.

Y para empezar, ¿qué es una categoría económica?
Marx contesta:
“las categorías económicas no son sino las expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción... Los mismos hombres que establecen las relaciones sociales en conformidad con su productividad material, también producen los principios, las ideas, las categorías en conformidad con sus relaciones sociales. Esas ideas, esas categorías son tan poco eternas como lo son las relaciones de las que son expresión. Son productos históricos y transitorios.” (Miseria de la Filosofía)

Podría uno deducir de esa definición que un nuevo modo de producción (o el afianzamiento de sus bases) trae consigo automáticamente las relaciones sociales y las categorías correspondientes: así, la apropiación colectiva de las fuerzas productivas eliminaría de entrada las relaciones capitalistas y las categorías que las plasman, lo que desde el punto de vista social significaría: desaparición inmediata de las clases. Ya lo precisó claramente Marx: en el seno de la sociedad...
“... hay un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción en las relaciones sociales, de formación de las ideas”,
o sea, que hay una interpenetración de dos procesos sociales, uno de decaimiento de las relaciones y categorías pertenecientes al sistema de producción en declive, y el otro de progresión de las relaciones y categorías que el nuevo sistema va engendrando: el movimiento dialéctico impreso en la evolución de las sociedades es eterno, tomando, eso sí, otras formas en una sociedad comunista plenamente alcanzada.

Y ese movimiento será, con mayor razón, más tormentoso y potente en un período de transición entre dos tipos de sociedad.

Y así, algunas categorías económicas, que habrán sobrevivido a la “catástrofe” revolucionaria, no desaparecerán sino cuando desparezcan las relaciones de clase que las habían engendrado, es decir cuando desaparezcan las clases mismas, cuando se abra la fase comunista de la sociedad proletaria. En la fase transitoria, la vitalidad de esas categorías de la antigua sociedad se mantendrá en relación inversa con el aumento del peso específico de los sectores “socializados” en el seno de la economía proletaria. Pero para que decaigan las antiguas categorías lo más importante será el ritmo con se vaya desarrollando la Revolución a escala mundial.

La categoría fundamental es el valor trabajo, parque es la base de todas las demás categorías capitalistas.

No disponemos de mucha literatura marxista sobre el devenir de las categorías económicas del período transitorio; tenemos algún que otro elemento disperso en el pensamiento de Engels en su Anti-Duhring y de Marx en El Capital; Marx también nos ha dejado su Crítica al programa de Gotha, en la cual cada palabra que se refiere al tema que nos ocupa, cobra, por esa misma escasez, una gran importancia cuyo verdadero sentido solo puede restituirse refiriéndose a la teoría del valor misma.

El valor posee esa extraña característica que, aunque se origine en la actividad de una fuerza física, el trabajo, no tiene por sí mismo ninguna realidad material. Antes de analizar la sustancia del valor, Marx, en el “Prólogo a la primera edición” de el Capital, antes citado, nos advierte de esa particularidad:
“La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espíritu del hombre se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en ese terreno, es la capacidad de abstracción”.

Y ya en el análisis sobre el valor en el capítulo 1º de El Capital, Marx añade:
“Cabalmente al revés de lo que ocurre con la materialidad de las mercancías corpóreas, visibles y tangibles, en su valor objetivado no entra ni un átomo de materia natural. Ya podemos tomar una mercancía y darle todas las vueltas que queramos: como valor, nos encontraremos con que es siempre inaprehensible. Recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma unidad social: trabajo humano, que, por tanto, su materialidad como valores es puramente social…” (el Capital, “Mercancía y dinero”).

Además, por lo que se refiere a la sustancia del valor, o sea, al trabajo humano, para Marx, el valor de un producto expresa siempre cierta cantidad de trabajo simple, cuando afirma su realidad social. La reducción del trabajo complejo a trabajo simple es un hecho que se realiza constantemente:
“El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple... Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple” (ídem).

Falta por saber, sin embargo, cómo se realiza esa reducción. Pero Marx, hombre de ciencia, se limita a contestarnos:
“las diversas proporciones en que diversas clases de trabajos se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre” (ídem).

Es un fenómeno que Marx constata pero que no puede explicar porque sus conocimientos de entonces sobre el valor no se lo permiten. Lo único que sabemos es que, en la producción de mercancías, el mercado es el crisol en el que se funden todos los trabajos individuales, todas las cualidades de trabajo, en donde se cristaliza el trabajo medio reducido a trabajo simple:
“la sociedad no valora la torpeza fortuita de un individuo; no reconoce como trabajo humano general sino el trabajo realizado con una habilidad media y normal... sólo cuando es socialmente necesario el trabajo individual contiene trabajo humano general” (F. Engels, La revolución de la ciencia de E. Düring, “Anti- Düring”).

En todas las fases históricas del desarrollo social, el hombre ha tenido que conocer con mayor o menor precisión la cantidad de trabajo necesario en la creación de las fuerzas productivas y de los objetos de consumo. Hasta ahora, esta evaluación se ha hecho siempre de forma empírica y anárquica; con la producción capitalista, y sometida a la presión de la contradicción fundamental del sistema, la forma anárquica ha alcanzado sus límites extremos, pero importa señalar, una vez más, que la medida del tiempo de trabajo social no se establece directamente de una manera absoluta, matemática; es una medida relativa, en relación con el mercado, con ayuda de la moneda: la cantidad de trabajo social que contiene un objeto no se expresa realmente en horas de trabajo, sino en otra mercancía cualquiera que, en el mercado aparece empíricamente como si poseyera una misma cantidad de trabajo social: en cualquier caso, la cantidad de horas de trabajo social y simple que la producción de un objeto exige como término medio es algo que permanece desconocido. Engels hace notar que “La economía de la producción mercantil no es, en modo alguno, la única ciencia que tiene que contar con factores conocidos sólo relativamente”. Y establece un paralelo con las ciencias naturales que utilizan, en física, el cálculo molecular y en química, el cálculo atómico:
“Del mismo modo que la producción mercantil y su economía tienen una expresión relativa de los “quanta”  de trabajo, para ellas desconocidos, que se encuentran en las diversas mercancías, al comparar esas mercancías según sus relativos contenidos en trabajo, así también la química se procura una expresión relativa de la magnitud de los pesos atómicos, por ella desconocidos, comparando los diversos elementos según sus pesos atómicos, es decir, expresando el peso atómico de uno por un múltiplo o una fracción de otro (azufre, oxígeno, hidrógeno). Y del mismo modo que la producción mercantil ha hecho del oro la mercancía absoluta, el equivalente general de las demás mercancías, la medida de todos los valores, así también la química hace del hidrógeno la mercancía dineraria química, al poner su peso atómico = 1, reducir los pesos atómicos de todos los demás elementos al del hidrógeno y expresarlos en múltiplos del peso atómico de éste” (ídem).

Nos referimos ahora a la característica esencial del periodo de transición. En este período todavía existe una deficiencia económica que exige un desarrollo mayor de la productividad del trabajo. Se deducirá sin dificultad que el cálculo del trabajo consumado seguirá imponiéndose, no solo en función de un reparto racional del trabajo social, necesario en todas las sociedades, sino sobre todo por la necesidad de un regulador de las actividades y de las relaciones sociales.

La ilusión de la abolición de la ley del valor mediante el cálculo del tiempo de trabajo

La pregunta central es, pues, la siguiente: ¿de qué manera se medirá el tiempo de trabajo? ¿Seguirá existiendo la forma “valor”?

La respuesta es tanto más difícil porque nuestros maestros no desarrollaron plenamente su pensamiento sobre este tema, apareciendo incluso a veces contradictorio.En AntiDuhring, Engels empieza afirmando que:
“En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los utiliza en socialización inmediata para la producción, el trabajo de cada cual, por distinto que sea su específico carácter útil, se hace desde el primer momento y directamente trabajo social. Entonces no es necesario determinar mediante un rodeo la cantidad de trabajo social incorporada a un producto: la experiencia cotidiana muestra directamente cuánto trabajo social es necesario por término medio. La sociedad puede calcular sencillamente cuántas horas de trabajo están incorporadas a una máquina de vapor, a un hectolitro de trigo de la última cosecha, a cien metros cuadrados de paño de determinada calidad. Por eso no se le puede ocurrir expresar en una medida sólo relativa, vacilante e insuficiente antes inevitable como mal menor –en un tercer producto, en definitiva– los “quanta” de trabajo incorporados a los productos, “quanta” que ahora conoce de modo directo y absoluto, y puede expresar en su medida natural, adecuada y directa, que es el tiempo”.

Y añade Engels, para dar más fuerza a su afirmación sobre las posibilidades de calcular de una manera directa y absoluta, que:
“Tampoco se le ocurriría a la química expresar relativamente los pesos atómicos por el rodeo del peso atómico del hidrógeno si pudiera expresarlos de un modo absoluto con su medida adecuada, esto es, en peso real, en billonésimas o cuadrillonésimas de gramo. En el supuesto dicho, la sociedad no atribuirá valor alguno a los productos.”

Pero precisamente el problema es saber si el acto político que es la colectivización aporta al proletariado –incluso si esa medida es radical– el conocimiento de una nueva ley, absoluta, de cálculo de tiempo de trabajo, que sustituiría de entrada a la ley del valor. Ningún elemento positivo acreditaría esa hipótesis, pues sigue sin explicación el fenómeno de reducción del trabajo compuesto en trabajo simple (que es la verdadera unidad de medida). Por eso, la elaboración de un modo de cálculo científico del tiempo de trabajo que debería de tener necesariamente en cuenta esa reducción, es imposible. Incluso puede ocurrir que el día en que pueda aparecer una ley así, ésta será inútil, es decir, el día en que la producción pueda satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, la sociedad no tenga por qué molestarse en calcular el trabajo, pues la “administración de las cosas” sólo exigirá un simple registro. Y ocurrirá entonces en el ámbito económico un proceso paralelo y análogo al que se desarrollará en la vida política en la cual la democracia resultará superflua en el momento en que se haya realizado plenamente.

Engels, en una nota complementaria al texto citado, acepta implícitamente el valor cuando dice:
“la evaluación de lo útil y de la cantidad de trabajo en los productos será todo lo que podrá quedar, en una sociedad comunista, del concepto de valor de la economía política”.

Este correctivo de Engels podemos completarlo con lo que dice Marx en el Capital:
“tras la supresión del modo de producción capitalista, la determinación del valor, si se mantiene la producción social, seguirá estando en primer plano, pues, más que nunca antes, habrá que regular el tiempo de trabajo así como el reparto del trabajo social entre los diferentes grupos de producción, y tener su contabilidad.”

La conclusión que, por lo tanto, se saca del conocimiento de la realidad que va apareciendo ante un proletariado que tomará la sucesión del capitalismo, es que la ley del valor sigue subsistiendo en el período transitorio, aunque deberá modificarse profundamente para así hacerla desaparecer progresivamente.

¿Cómo y con qué formas actuará esa ley? Debemos partir, una vez más, de lo que hoy existe en la economía burguesa, en la que la realidad del valor que se materializa en las mercancías sólo se manifiesta en los intercambios. Sabemos que esa realidad del valor es puramente social, que sólo se expresa en las relaciones de las mercancías entre sí y únicamente en esas relaciones. Es en el cambio donde los productos del trabajo expresan, como valores, una existencia social, con una forma idéntica por muy distinta que sea su existencia material como valores de uso. Una mercancía expresa su valor por el hecho de que puede intercambiarse por otra mercancía, aparecer como valor de cambio. Solo de esta manera expresa su valor. Sin embargo, aunque el valor se expresa en la relación de cambio, no es el cambio lo que engendra el valor. Este existe independientemente del cambio.

En la fase transitoria solo podrá tratarse del valor de cambio y no de un valor absoluto “natural”, idea que Engels criticó con sarcasmo en su polémica con Dühring.
“Querer suprimir la forma de producción capitalista por el procedimiento de restablecer el «verdadero valor» es, por tanto, lo mismo que querer suprimir el catolicismo por el procedimiento de restablecer al «verdadero» Papa; es querer fundar una sociedad en la que los productores dominen por fin a sus productos, mediante la realización consecuente de una categoría económica que es la más acabada expresión del sometimiento de los productores al producto”.

La supervivencia del mercado expresa la supervivencia del valor

El cambio basado en el valor, en la economía proletaria, es algo inevitable durante un período más o menos largo, pero eso no quita que haya que ir restringiéndolo hasta que desaparezca, en la medida en que el poder proletario logre esclavizar no los productores a la producción como en el capitalismo, sino, al contrario, la producción a las necesidades sociales. Evidentemente, “ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos” (Engels, “La Génesis del Estado ateniense”, Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm [7]).

Pero los intercambios no pueden suprimirse únicamente por voluntad de las personas, sino solo tras y a lo largo de un proceso dialéctico. Así veía Marx las cosas cuando escribió en su Crítica al programa de Gotha lo siguiente:
“En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de esos productos, como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente”.

Esta evolución, Marx la sitúa ya evidentemente en “una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base” y no en “una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (ídem).

La apropiación colectiva, a una mayor o menor escala, permite transformar las relaciones económicas a un grado correspondiente al peso específico que el sector colectivo haya alcanzado en la economía en relación con el del sector capitalista, pero la forma burguesa de esas relaciones se mantiene, pues el proletariado no conoce otras formas con que sustituirlas y porque, además, no puede hacer abstracción de la economía mundial que sigue funcionando con bases capitalistas.

Respecto al impuesto alimenticio instaurado por la Nueva economía política (NEP), Lenin decía que era, “una de las formas de nuestro paso de una especie original de comunismo, el ‘comunismo militar’, que la guerra, la ruina y la extrema miseria hicieron necesario, al intercambio de productos que será el régimen normal del socialismo. Ese cambio, a su vez, no es sino una de las formas del paso del socialismo (con sus particularidades debidas al predominio del pequeño campesino en nuestra población) al comunismo”.

Y Trotski, en su Informe sobre la NEP, en el IVº Congreso de la Internacional Comunista (IC) hacía notar que, en la fase transitoria, las relaciones económicas debían regularizarse mediante el mercado y la moneda.

A esa respecto, la práctica de Revolución rusa ha confirmado la teoría: la supervivencia del valor y del mercado lo que traducen no es otra cosa que la imposibilidad del Estado proletario para coordinar inmediatamente todos los elementos de la producción y de la vida social y suprimir el “derecho burgués”. La evolución de la economía sólo podría orientarse hacia el socialismo si la dictadura proletaria hubiera extendido cada vez más su control sobre el mercado hasta someterlo totalmente al plan socialista, o sea, hasta abolirlo. O dicho de otra manera, si la ley del valor, en lugar de desarrollarse como lo hizo yendo de la producción mercantil simple a la producción capitalista, hubiera seguido el proceso inverso de regresión y extinción que va de la economía “mixta” al comunismo integral.

No vamos a extendernos sobre la categoría dinero o moneda, pues solo es una forma desarrollada del valor. Si admitimos la existencia del valor, debemos admitir la del dinero, el cual perdería (en una economía orientada hacia el socialismo), sin embargo, su carácter de “riqueza abstracta”, su poder de equivalente general capaz de apropiarse de cualquier riqueza. El proletariado aniquila ese poder burgués de la moneda mediante, por un lado, la colectivización de las riquezas fundamentales y de la tierra, que se hacen inalienables y, por otro lado, por su política de clase: racionamiento, precios, etc. El dinero pierde también, efectiva aunque no formalmente, su función de medida de los valores a causa de la alteración progresiva de la ley del valor; en realidad, sólo conserva su función de instrumento de circulación y de pago.

Los internacionalistas holandeses, en su ensayo sobre el desarrollo del comunismo ([1]) se han inspirado más del pensamiento idealista que del materialismo histórico. Así, su análisis de la fase transitoria (que no delimitan con la nitidez necesaria de la fase comunista) procede de una apreciación antidialéctica del contenido social de ese período.

Es verdad que los camaradas holandeses parten de una premisa justa cuando hacen la distinción, marxista, entre el período de transición y el comunismo pleno. Para ellos también sólo en la primera fase es válido medir el tiempo de trabajo ([2]). Pero donde sí abandonan la tierra firme de la realidad histórica es cuando, contra esa realidad, proponen una solución contable y abstracta de cálculo del tiempo de trabajo. En realidad, no contestan como marxistas a la pregunta fundamental: ¿Cómo, con qué mecanismos sociales se determinan los gastos de producción sobre la base del tiempo de trabajo durante el período de transición? Escamotean la respuesta mediante demostraciones aritméticas bastante simplistas. Dirán, claro, que la unidad de medida de la cantidad de trabajo que necesita la producción de un objeto es “la hora de trabajo social medio”. Pero con eso no arreglan nada. Lo único que hacen es constatar lo que constituye el fundamento de la ley del valor, trasponiendo la fórmula marxista “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Sin embargo proponen una solución: “cada empresa calcula cuánto tiempo de trabajo está incorporado en su producción…” (página 56), pero sin indicar con qué procedimiento matemático el trabajo individual de cada productor se convierte en trabajo social, el trabajo cualificado o complejo en trabajo simple, que, como hemos visto, es la medida común del trabajo humano. Marx describe mediante qué proceso social y económico se reduce a esa medida todo el trabajo humano en la producción mercantil y capitalista; para los camaradas holandeses, la Revolución y la colectivización de los medios de producción parecen ser suficientes para que prevalezca una ley “contable” salida de no se sabe dónde y cuyo funcionamiento nadie nos explica. Para ellos, esa sustitución es, sin embargo, explicable: puesto que la Revolución deroga la relación social privada de producción, también deroga, al mismo tiempo, el cambio, que es una función de la propiedad privada (página 52).
“En el sentido marxista, la supresión del mercado no es otra cosa sino el resultado de las nuevas relaciones de derecho” (página 109).

Están sin embargo de acuerdo con que “la supresión del mercado debe entenderse en que aparentemente sobrevive el mercado en el comunismo, pero se modifica completamente el contenido social de la circulación de mercancías y productos, una circulación basada en el tiempo de trabajo, expresión de la nueva relación social” (página 110). Pero, precisamente, si el mercado sobrevive (aunque se modifiquen el fondo y la forma de los intercambios) es porque solo puede funcionar basado en el valor. Eso no lo perciben los internacionalistas holandeses, “subyugados” como están por su fórmula “tiempo de trabajo”, la cual, sustancialmente, no es otra cosa sino el valor mismo. Para ellos, además, no se excluye que en el “comunismo” se siga hablando de “valor”, pero evitan decir lo que eso implica desde el punto de vista del mecanismo de las relaciones sociales, resultante del mantenimiento del tiempo de trabajo. Salen del paso concluyendo que, puesto que el contenido del valor se modificará, habrá que sustituir la palabra “valor” por la expresión “tiempo de producción”, lo cual no modificará para nada la realidad económica. También dicen que no habrá intercambio de productos, sino paso de productos (páginas 53 y 54). Y también que:
“en lugar de la función del dinero, tendremos el registro de movimiento de los productos, la contabilidad social, basado, en la hora de trabajo social media” (p. 55).

Hemos de ver cómo el desconocimiento de la realidad histórica lleva a los internacionalistas holandeses a otras conclusiones erróneas, cuando examinan el problema de la remuneración del trabajo.

(continuará).

 


[1]) “Los fundamentos de la producción y de la distribución comunista”, artículo del que Bilan ha publicado un resumen del camarada Hennaut (nº 19, 20, 22).

[2]) A este respecto, hemos de señalar que en el resumen del camarada Hennaut se metió un lapsus. Dice: “Y contrariamente a lo que algunos se imaginan, esa contabilidad se aplica no sólo a la sociedad comunista que ha alcanzado un nivel de desarrollo muy elevado, sino que se aplica a toda sociedad comunista – o sea desde el momento en que los trabajadores hayan expropiado a los capitalistas – sea cual sea el nivel que haya alcanzado” (Bilan).

 

Series: 

  • El comunismo, entrada de la humanidad en su verdadera historia [8]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Izquierda Comunista [4]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La dictadura del proletariado [9]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • La Izquierda italiana [10]

Historia del movimiento obrero - El sindicalismo frustra la orientacion revolucionaria de la CNT (1919-23)

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En el artículo 2º de esta serie señalamos cómo la CNT había dado lo mejor de sí misma en el periodo de 1914-1919 marcado por las pruebas decisivas de la guerra y la revolución. Pero, al mismo tiempo, habíamos insistido en que esa evolución no había permitido superar la contradicción que tiene desde la raíz el sindicalismo revolucionario al pretender conciliar dos términos que son antitéticos: sindicalismo y revolución.

En 1914, la gran mayoría de los sindicatos se habían puesto del lado del capital y habían participado activamente en la movilización de los obreros para la terrible carnicería que significó la Primera Guerra mundial. Esta traición fue ratificada cuando ante los movimientos revolucionarios del proletariado que estallaron a partir de 1917, los sindicatos volvieron a ponerse del lado del capital. Eso fue especialmente claro en Alemania donde, junto con el partido socialdemócrata, sostuvieron el Estado capitalista frente a la insurrección obrera en 1918-23.

La CNT fue junto a las IWW ([1]) una de las escasas organizaciones sindicales que en esa época se mantuvo fiel al proletariado. Sin embargo, en el periodo que vamos a tratar se vio claramente cómo su componente sindical tendía a dominar la acción de la organización y a acabar con la tendencia revolucionaria que existía en su seno.

Agosto 1917, el fiasco de la huelga general revolucionaria:
la CNT arrastrada al terreno de las “reformas” burguesas

Los sindicatos no son organismos creados para la lucha revolucionaria. Al contrario,
«luchan en el terreno del orden político burgués, del Estado de derecho liberal. Para poder desarrollarse, necesitan un derecho de coalición sin obstáculos, una igualdad de derechos aplicada estrictamente y nada más. Su ideal político, en tanto que sindicatos, no es el orden socialista, sino la libertad y la igualdad del Estado burgués» (Pannehoek, Las divergencias tácticas en el movimiento obrero, 1909, subrayado en el original).

Como hemos mostrado en esta serie ([2]), el sindicalismo revolucionario intenta escapar a esta contradicción asignándose una doble tarea: por una parte, la específicamente sindical de intentar mejorar dentro del capitalismo las condiciones de vida obrera; por otro lado, la de luchar por la revolución social. La entrada del capitalismo en su etapa de decadencia planteaba claramente que los sindicatos son incompatibles con la segunda tarea y sólo pueden sobrevivir aspirando a un puesto dentro del Estado burgués en unas condiciones de “libertad e igualdad” lo que les lleva igualmente a anular y hacer imposible su primera tarea.  Esta realidad empezó a mostrarse con toda nitidez dentro de la CNT con el episodio de la huelga general de agosto de 1917.

La situación en España era de un enorme descontento social dadas las condiciones infames de explotación de los obreros, la brutal represión, a lo que se añadía una inflación galopante que devoraba los ya de por sí bajos salarios. En el terreno político el viejo régimen de la Restauración ([3]) entraba en una crisis terminal: la formación de “juntas” en el ejército, la actitud rebelde de los más significativos representantes de la burguesía catalana etc., provocaban convulsiones crecientes.

El PSOE –que en su gran mayoría había sostenido una postura aliadófila ([4])– creyó ver en esta situación la “oportunidad” de realizar la “revolución democrática burguesa” en unas condiciones históricas donde esto ya no era posible. Intentó utilizar el enorme descontento obrero como palanca para derribar el régimen de la Restauración y tejió una doble alianza: por el lado de la burguesía se comprometió con los republicanos, los reformistas del régimen y la burguesía catalanista. Por  el lado proletario logró comprometer a la CNT.

El 27 de marzo de 1917, la UGT (en nombre del PSOE) llevó a cabo una reunión con la CNT (representada por Seguí, Pestaña y Lacort) en la que se acordó un manifiesto que, con fórmulas ambiguas y equívocas, proponía una “reforma” del Estado burgués de contenido muy moderado. El tenor del documento nos lo da este pasaje claramente nacionalista y que propone una defensa a ultranza del Estado burgués:
«los más llamados al sostenimiento de las cargas públicas siguen sustrayéndose al cumplimiento de su deber de ciudadanía: los beneficiados con los negocios de guerra, ni emplean sus ganancias en el fomento de la riqueza nacional, ni se avienen a entregar parte de sus beneficios al Estado» (
[5]).

El manifiesto propone preparar la huelga general... «con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras». Es decir: se piden unas “reformas” del régimen burgués para tener “unos mínimos decorosos” (¡es lo que garantiza en términos generales el capitalismo en su funcionamiento “normal”!) y, como cosa “revolucionaria”, “permitir las actividades emancipadoras”.

Pese a las numerosas críticas que recibieron, los dirigentes confederales siguieron adelante en el apoyo al  “movimiento”. Largo Caballero y otros dirigentes de la UGT se desplazaron a Barcelona para convencer a los militantes de la CNT más recalcitrantes. Sus dudas fueron vencidas con el espejismo de la “acción”. A pesar de que la “huelga general” se planteaba por objetivos claramente burgueses, se creía a pies juntillas (según el esquema del sindicalismo revolucionario) en que el solo hecho de producirse desencadenaría una “dinámica revolucionaria” ([6]).

En una situación social cada vez más agitada, con frecuentes huelgas, y con el estímulo de las noticias que llegaban de Rusia, estalló una huelga de ferroviarios y tranviarios en Valencia el 20 de julio que pronto se extendió a toda la provincia con la solidaridad masiva de todos los trabajadores. La patronal cedió el 24 de julio pero puso una condición provocadora: el despido de 36 huelguistas. El sindicato de ferroviarios de UGT anunció para el 10 de agosto la huelga general del sector en caso de que se produjera tal despido. El Gobierno, sabedor de los preparativos de huelga general nacional, forzó una postura intransigente de la compañía ferroviaria, con el fin de provocar prematuramente un movimiento que no estaba maduro.

A partir del 10 de agosto se declaró la huelga general ferroviaria y para el 13 se convocó –mediante un comité formado por miembros de la directiva del PSOE y de la UGT– la huelga general nacional. El manifiesto de convocatoria era vergonzoso: tras implicar a la CNT –«ha llegado el momento de poner en práctica, sin vacilación alguna, los propósitos anunciados por representantes de la UGT y la CNT, en el manifiesto suscrito en marzo último»– terminaba con la siguiente proclamación:
«Ciudadanos: no somos instrumentos de desorden, como en su impudicia nos llaman con frecuencia los gobernantes que padecemos.
Aceptamos una misión de sacrificio por el bien de todos, por la salvación del pueblo español, y solicitamos vuestro concurso. ¡Viva España!» ([7]).

La huelga fue seguida de forma desigual en los diferentes sectores y regiones pero lo que se vio enseguida fue una notoria desorganización y el hecho de que los políticos burgueses que la habían alentado pusieron pies en polvorosa –se exiliaron a Francia – o la desautorizaron rotundamente como fue el caso del político catalanista Cambó (hablaremos posteriormente de este personaje). El gobierno sacó al ejército por todas partes, declaró el estado de sitio y dejó que la soldadesca protagonizara sus desmanes habituales ([8]). La represión fue salvaje: detenciones en masa, juicios sumarísimos… Unos 2000 militantes cenetistas fueron a la cárcel.

La “huelga general” de agosto supuso una sangría para los obreros que causó la desmoralización y el reflujo de partes de la clase que ya no volverían a levantar cabeza durante más de una década. Vemos aquí los resultados de uno de los planteamientos clásicos del sindicalismo revolucionario –la huelga general–. La mayoría de militantes cenetistas desconfiaba de los objetivos burgueses de la convocatoria pero soñaba con que la “huelga general” sería la ocasión para “desencadenar la revolución”. Suponían –según el esquema abstracto y arbitrario– que provocaría  una especie de “gimnasia revolucionaria” que levantaría a las masas.

La realidad desmintió brutalmente tales especulaciones. Los obreros españoles estaban fuertemente movilizados desde el invierno de 1915 tanto en el plano de las luchas como en el plano de la toma de conciencia (como ya vimos en el artículo 2º de la serie, la Revolución en Rusia había despertado un gran entusiasmo). El plan de huelga general frenó fuertemente esa dinámica: el famoso manifiesto conjunto UGT-CNT de marzo 1917 había colocado a los obreros en una posición de expectativa, de ilusionarse con los burgueses “reformistas” y los militares “revolucionarios” de las Juntas, de confiar en los buenos oficios de los dirigentes socialistas y ugetistas.

1919, la huelga de La Canadiense:
el germen de la huelga de masas abortado por el planteamiento sindical

En 1919, la oleada revolucionaria mundial que había comenzado en Rusia, Alemania, Austria, Hungría etc. estaba en su punto álgido. La Revolución rusa había despertado un enorme entusiasmo que lanzó igualmente al combate al proletariado en España. Sin embargo éste se manifestó de forma dispersa. Las movilizaciones fueron muy fuertes en Cataluña pero apenas tuvieron eco en el resto de España ([9]). Su punto culminante lo constituyó la huelga de  La Canadiense ([10]) que comenzó como una tentativa inspirada por la CNT para imponer su presencia a la patronal catalana; la empresa fue escogida deliberadamente por el impacto que podía tener en el tejido industrial en Barcelona. En enero de 1919, frente a la decisión de la patronal de disminuir los salarios de ciertas categorías de trabajadores, algunos de estos se dirigen a la empresa a protestar, y 8 son despedidos. La huelga comienza, en Febrero, y en 44 días, frente a la intransigencia de la patronal, animada por las autoridades ([11]), la huelga se generaliza a toda la ciudad de Barcelona y toma una magnitud que nunca antes se había visto en España (una auténtica huelga de masas tal y como la reconoció Rosa Luxemburgo en el movimiento ruso de 1905: en pocos días los obreros de todas las empresas y centros laborales de la gran urbe catalana se unen a la lucha sin convocatoria previa, pero de forma totalmente unánime como si una voluntad común los hubiera dominado a todos). Cuando las empresas intentaron publicar un comunicado amenazando a los obreros, el sindicato de impresores impuso la “censura roja” impidiendo su publicación.

Pese a la militarización, pese a que cerca de 3000 fueron encarcelados en el castillo de Montjuich, pese a que se declaró el estado de guerra, los trabajadores perseveraron en su lucha. Los locales de la CNT estaban clausurados pero los obreros se organizaron por sí mismos en Asambleas espontáneas como reconoce el sindicalista Pestaña:
«¿Cómo puede llevarse a cabo una huelga de esta clase si los Sindicatos estaban clausurados y los individuos que los componen se encontraban perseguidos?(…)
nosotros, entendiendo que la verdadera soberanía reside en el pueblo, no tuvimos más que un poder consultivo; el Poder ejecutivo radicaba en la asamblea de todos los delegados de los Sindicatos de Barcelona, que se reunió a pesar del Estado de guerra y la persecución diaria, y cada día se tomaban acuerdos para el siguiente, y cada día se ordenaba qué fracciones o qué trabajos debían paralizarse al día siguiente» (Conferencia de Pestaña en Madrid, octubre de 1919 sobre la huelga de La Canadiense, tomado de: Trayectoria sindicalista, A. Pestaña, ed. Giner, Madrid, 1974, pag. 383).

Los líderes de la CNT catalana –todos ellos de tendencia sindicalista- quisieron terminar la huelga cuando el gobierno central, dirigido por Romanones ([12]), dio un viraje de 180 grados y envió a su secretario personal a negociar un acuerdo que concedía las principales reivindicaciones. Muchos obreros desconfiaban de este acuerdo y, en particular, veían que no había garantías de que se liberara a los numerosos compañeros encarcelados. Confusamente, aunque estimulados por las noticias de Rusia y otros países, querían proseguir en una perspectiva de ofensiva revolucionaria. El 19 de marzo en el Teatro del Bosque, la asamblea rechaza el acuerdo y los líderes sindicales convocan una reunión para el día siguiente en la plaza de toros de Las Arenas, a la que acuden 25000 trabajadores. Seguí (líder indiscutible de la tendencia sindicalista de la CNT, conocido como el mejor orador político del momento) después de una hora hablando plantea la disyuntiva de aceptar el acuerdo, o ir a Montjuich a liberar a los presos, desencadenando la revolución. Semejante planteamiento “maximalista” desorienta completamente a los obreros que aceptan la vuelta a trabajo.

Los temores de muchos obreros se vieron confirmados. Las autoridades se niegan a liberar a los presos y la indignación es muy grande, el 24 de marzo, se desencadena una nueva huelga general muy masiva que paraliza de nuevo toda Barcelona, desbordando la política oficial del sindicato. Sin embargo, la mayoría de los obreros están confusos. No hay una perspectiva revolucionaria clara. No se mueve el resto del proletariado español. En esas condiciones, pese a la combatividad y el heroísmo de los obreros de Barcelona, que llevaban meses sin cobrar, lo que mantiene la huelga es el activismo y la presión de los grupos de acción de la CNT, en los que confluyen viejos militantes y jóvenes radicales.

Los obreros acaban volviendo al trabajo muy desmoralizados, lo que es aprovechado por la patronal para imponer un lock out generalizado que lleva a las familias obreras al borde del hambre. La tendencia sindicalista no preconiza ninguna respuesta. Una proposición de Buenacasa (militante anarquista radical) de ocupar las fábricas es rechazada.

La huelga de La Canadiense –momento cumbre de la repercusión de la oleada revolucionaria mundial en España- permite extraer 3 lecciones:
1ª La lucha queda encerrada en Barcelona y toma la forma de un conflicto “industrial”. Aquí se ve claramente el peso del sindicalismo que impide a la lucha extenderse a escala territorial y tomar una dimensión política y social que plantee claramente el enfrentamiento con el Estado burgués ([13]). El sindicato es un órgano corporativo que no expresa una alternativa ante la sociedad sino únicamente una propuesta dentro del cuadro económico del capitalismo. Pese a que había una tendencia real a la politización, en la huelga de La Canadiense, no logró expresarse realmente y no fue percibida jamás por la sociedad española como una lucha de clases que planteara otra perspectiva a la sociedad.
2ª Las asambleas y los Consejos Obreros son órganos unitarios de la clase mientras que el sindicato es un órgano que no puede superar la división sectorial –la cual a su vez es la unidad básica de la producción capitalista-. En la lucha de La Canadiense había tentativas de asambleas directas de los obreros que se superponían a las estructuras sectoriales del sindicato pero éstas, en última instancia, tenían el poder de decisión y debilitaban y dispersaban a aquéllas ([14]).
Los Consejos obreros se levantan como un poder social que desafía más o menos conscientemente al Estado capitalista. Como tal poder es percibido por toda la sociedad y particularmente por las clases sociales no explotadoras que tienden a dirigirse a él para dirimir sus asuntos. En cambio, la organización sindical es vista –por muy poderosa que aparezca– como un órgano corporativo limitado a los “asuntos de la producción”. En última instancia, los demás trabajadores y las clases oprimidas los perciben como algo extraño y particular pero no como algo que afecte directa e inapelablemente a sus asuntos. Esto fue muy patente en la huelga de La Canadiense que no logró integrar en un movimiento unitario la fuerte agitación social del campo andaluz que entonces estaba en su punto álgido (el famoso Trienio bolchevique, 1917-20). Pese a que ambos movimientos se inspiraban en la Revolución rusa y a la simpatía real que existía entre sus protagonistas caminaron completamente en paralelo sin la más mínima tentativa de unificación ([15]).

La tendencia sindicalista domina la CNT

La tercera lección es la labor de sabotaje que realizó la tendencia sindicalista en el interior de la CNT y que copaba en la práctica su dirección (Seguí y Pestaña ([16]) eran sus principales representantes). En el momento más álgido de la lucha aceptó y logró imponer a la CNT la constitución de una Comisión mixta con la Patronal encargada de cerrar de forma “equitativa” los conflictos laborales. En la práctica se convirtió en un bombero volante que se dedicaba a aislar y desmovilizar los focos de lucha. Frente al contacto y la acción directa colectiva de los obreros, la Comisión mixta representaba la parálisis y el aislamiento de cada foco de lucha. Gómez Casas en su libro Historia del anarcosindicalismo español (2006) reconoce que:
«los obreros manifestaron su repulsa por la Comisión, que se disolvió.
Había cundido el divorcio entre representantes obreros y representados y se produjo cierta desmoralización con quebranto de la unidad obrera» (página 152).

Pese a las buenas intenciones ([17]), la tendencia sindicalista dominaba cada vez más la CNT y era un factor de burocratización:
«Parece evidente que, en vísperas de la represión de 1919, estaba en proceso de formación algo similar a una burocracia sindicalista, a pesar de los obstáculos que significaban las actitudes y tradiciones cenetistas al proceso de burocratización, y especialmente porque no había agentes sindicales a sueldo en los sindicatos ni en los comités (…) Esta evolución desde la espontaneidad y el amateurismo anarquista a la burocracia sindical y al profesionalismo fue, en condiciones normales, la vía casi inevitable de las organizaciones obreras de masas –incluyendo las que arraigaban en el medio catalán– y la CGT francesa ya la había recorrido al norte de los Pirineos» (Meaker, The Revolutionnary Left in Spain, 1974, página169).

Buenacasa constata que:
«El sindicalismo, guiado ahora por hombres que han tirado por la borda los principios anarquistas, que se hacen llamar señores y dones [señoras], [que] despachan consultas y firman acuerdos en las oficinas del gobierno y en los ministerios, que viajan en automóviles y… en coche-cama… está evolucionando rápidamente a la forma europea y norteamericana, que permite a sus líderes convertirse en personajes oficiales» (citado por Meaker, pag. 188).

La tendencia sindicalista utilizaba el apoliticismo de la ideología anarquista y del sindicalismo revolucionario para encubrir un apoyo, apenas disimulado, a la política burguesa. Se declaraba “apolítico” frente a la Revolución rusa, frente a la lucha por la revolución mundial, en definitiva, frente a toda tentativa de política proletaria internacionalista. Sin embargo, ya vimos cómo, en agosto 1917, no desdeñó apoyar una tentativa política nacional. De la misma forma, apoyó sin disimulos la “liberación nacional” de Cataluña. En una famosa conferencia en Madrid a finales de 1919, Seguí afirmó:
«Nosotros, los trabajadores, como que con una Cataluña independiente, no perderíamos nada, sino que por el contrario ganaríamos mucho, la independencia de Cataluña no nos da miedo (…) Una Cataluña liberada del Estado español os aseguro, amigos madrileños, que sería una Cataluña amiga de todos los pueblos de la península hispánica» (
[18]).

En el Congreso de Zaragoza 1922, la tendencia sindicalista propugnó la famosa Resolución “política”. Esta daba pie a la participación de la CNT en la política española (es decir, a su integración dentro de la política burguesa) y así lo interpretó alborozada la prensa burguesa ([19]). La redacción se hizo, no obstante, de forma muy retorcida para no contrariar a una mayoría que se resistía a pasar por el aro. Dos pasajes de la Resolución son especialmente significativos.

En el primero se afirma retóricamente que la CNT es «un organismo netamente revolucionario que rechaza, franca y expresamente, la acción parlamentaria y de colaboración con los partidos políticos».

Pero esto no es sino el agua fresca con la cual se quiere hacer tragar la píldora amarga de la necesidad de participar en el Estado capitalista, en el marco del capital nacional, lo cual se formula de una manera verdaderamente rebuscada... «su misión [la de la CNT] es la de conquistar sus derechos de revisión y fiscalización de todos los valores de solución de la vida nacional, y a tal fin su deber es la de ejercer una acción determinante por medio de la coacción derivada de las manifestaciones de fuerza y de dispositivos de la CNT» ([20])

Palabrejas como “valores de solución de la vida nacional” no son sino fórmulas alambicadas para colar a los combativos militantes cenetistas de entonces los pasos necesarios para integrarse en el Estado capitalista.

El segundo pasaje es aún más concluyente: aclara que la intervención política que reivindica la CNT es la de «elevar a planos superiores el nivel de la conciencia colectiva: educar a los individuos en el conocimiento de sus derechos; luchar contra el poder político; reclamar que sea reparada una injusticia; velar porque se guarde respeto a las libertades conquistadas y pedir una amnistía» (op.cit. página 499).

¡No se puede ser más claro en la voluntad de aceptar el marco del Estado democrático con todo su abanico de “derechos”, “libertades”, “justicia”, etc.!

La incapacidad de las tendencias revolucionarias de la CNT
para oponerse a la tendencia sindicalista

Contra la tendencia sindicalista se levantó una fuerte resistencia que fue animada fundamentalmente por 2 sectores: los militantes anarquistas y los partidarios de ingresar en la Internacional comunista.

Sin negar el mérito de ambas tendencias, hay que señalar su desunión ya que no fueron capaces ni de discutir mutuamente ni de colaborar contra la tendencia sindicalista. Por otro lado, ambas sufrían una fuerte debilidad teórica. La tendencia pro-bolchevique que constituyó unos Comités sindicalistas revolucionarios (CSR) –similares a los que Monatte y otros impulsaron dentro de la CGT francesa en 1917– no iba más allá de reclamar una vuelta a la CNT de preguerra sin intentar comprender las nuevas condiciones marcadas por el declive del capitalismo y la irrupción revolucionaria del proletariado. Por su parte, la tendencia anarquista lo fiaba todo a la acción, por lo que reaccionaba muy bien en momentos de lucha o ante posturas demasiado evidentes de la tendencia sindicalista pero no era capaz de llevar un debate ni una estrategia metódica de lucha.

Sin embargo, el factor decisivo de su debilidad era su adscripción incondicional al sindicalismo, defendían a ultranza que los sindicatos seguían siendo herramientas válidas para el proletariado.

La tendencia pro-bolchevique sufrió la degeneración de la IC que en el segundo congreso adoptó las “Tesis sobre los sindicatos” y en el tercer congreso  preconizó el trabajo en los sindicatos reaccionarios. Al mismo tiempo fundó la Internacional sindical roja y propuso a la CNT integrarse en ella. Estos planteamientos no hacían otra cosa que reforzar a la tendencia sindicalista dentro de la CNT a la vez que espantaban a la tendencia anarquista que se refugiaba más y más en la acción “directa”.

La tendencia sindicalista argüía con razón que en cuestión de práctica y coherencia sindical ellos eran mucho más competentes que la ISR y los CSR puesto que estos proponían reivindicaciones y métodos de lucha totalmente irrealistas –en una coyuntura de reflujo creciente. Además, les reprochaban su “politización” para lo que criticaban la falsa politización que preconizaba la IC en degeneración: Frente único, Gobierno obrero, Frente sindical etc.

La poca discusión que había giraba sobre temas que llevaban por si mismos a la confusión: politización basada en el frentismo versus apoliticismo anarquista; ingreso en la ISR o formación de una “internacional” del sindicalismo revolucionario ([21]). Eran dos cuestiones que daban totalmente la espalda a la realidad sufrida en la época: en el convulso periodo de 1914-22 se había mostrado que los sindicatos habían ejercido el triple papel de sargentos reclutadores para la guerra (1914-18), verdugos de la revolución y saboteadores de la lucha obrera. La Izquierda comunista en Alemania había desarrollado una intensa reflexión sobre el papel de los sindicatos que llevó a decir a Bergmann ([22]) en el Tercer Congreso de la Internacional comunista que «la burguesía gobierna combinando la espada y la mentira. El ejército es la espada del Estado mientras que los sindicatos son los órganos de la mentira». Sin embargo, nada de esto repercutió en la CNT cuyas tendencias más consecuentes seguían prisioneras del planteamiento sindical.

La derrota del movimiento y la segunda desaparición de la CNT

Con el reflujo del movimiento huelguístico de La Canadiense (desde finales de 1919), la burguesía española con su fracción catalana al frente desarrolló un ataque despiadado contra los militantes de la CNT. Se organizaron bandas de pistoleros pagadas por la patronal y coordinadas por el Capitán General y el Gobernador militar de la región que perseguían a los sindicalistas y los asesinaban en el más puro estilo mafioso. Se llegó a alcanzar la cifra de 30 muertos diarios. Paralelamente, las detenciones se multiplicaban y policía y Guardia Civil restablecieron la práctica bárbara de la “cuerda de presos”: los sindicalistas detenidos eran conducidos a pie a centros de detención ubicados a cientos de kilómetros. Muchos morían en el camino víctimas del agotamiento, las palizas inflingidas o eran simplemente tiroteados. Apareció la práctica igualmente terrible de la “ley de fugas” que la burguesía española iba a hacer tristemente famosa: se soltaba al preso en la calle de noche o en un camino perdido y se le acribillaba sin piedad por haberse “evadido”.

Los organizadores de esa barbarie fueron los propios burgueses catalanes, “modernos” y “democráticos” que siempre habían reprochado a sus colegas aristócratas castellanos su brutalidad y su ausencia de “maneras”. Pero la burguesía catalana había visto la amenaza del proletariado y quería tomar una cumplida venganza. Por eso, su principal prohombre de entonces –Cambó, del cual hemos hablado antes– fue quien más impulsó la plaga de los pistoleros. El gobernador militar –Martínez Anido, vinculado a la rancia aristocracia castellana– y los burgueses catalanes “progresistas” se reconciliaban definitivamente en la persecución de los militantes proletarios. Era un símbolo de la nueva situación: ya no existían fracciones progresistas y fracciones reaccionarias dentro del espectro burgués, todas coincidían en la defensa reaccionaria de un orden social caduco y aniquilador.

Las matanzas duraron hasta 1923 con el golpe del general Primo de Rivera que instauró la dictadura con el apoyo sin disimulo del PSOE-UGT. Atrapada en una espiral terrible, en medio de una fuerte desmovilización de las masas obreras, la CNT respondió a los pistoleros con la organización de cuerpos de autodefensa que devolvían golpe por golpe y que lograron asesinar a políticos, cardenales y patronos señalados. Sin embargo, esta dinámica degeneró rápidamente en una cadena de muertos sin fin que aceleraron el cansancio y la desmoralización de los trabajadores. Por otro lado, colocada en un terreno donde era inevitablemente la más débil, la CNT sufrió una hemorragia interminable de militantes, asesinados, encarcelados, inválidos, huidos… Pero eran muchos más los que se retiraban, completamente desmoralizados y perplejos. En la última época, además, los cuerpos de autodefensa cenetistas se vieron infiltrados muy a su pesar por toda clase de elementos turbios y gangsteriles que no tenían más actividad que el asesinato y que no hacían sino desprestigiar a la CNT y aislarla políticamente.

En 1923 la CNT de nuevo ha sido aniquilada por una represión ignominiosa. Pero su segunda desaparición ya no tiene las mismas características que la primera:
– Entonces, en 1911-15, el sindicalismo todavía podía cumplir –aunque cada vez más atenuado- un papel favorable a la lucha obrera; ahora, en 1923, el sindicalismo ha perdido de forma prácticamente definitiva toda capacidad de contribuir a la lucha obrera.
– Entonces, la desaparición de la organización no llevó a una desaparición de la reflexión y la búsqueda de posiciones (lo que permitió la reconstitución de 1915 basada en la lucha contra la guerra imperialista y en la simpatía por la revolución mundial). Ahora, la desaparición da paso al fortalecimiento de 2 tendencias: la sindicalista y la anarquista que nada pueden aportar a la lucha y la conciencia proletaria.
– Entonces no desapareció el espíritu unitario y abierto, conviviendo anarquistas, sindicalistas revolucionarios, socialistas etc. Ahora, todas las tendencias marxistas o se han autoexcluido o han sido eliminadas, solo queda la combinación de dos tendencias fuertemente sectarias y encerradas en un apoliticismo extremo: la sindicalista y la anarquista.

Como veremos, en un próximo artículo, la nueva reconstitución de la CNT a fines de la década de los 20 se hará sobre unas bases totalmente diferentes a las de su nacimiento (1910) o su primera reconstitución (1915).

RR y C.Mir 19-6-07

 

[1] Ver los artículos de la Revista internacional nos 124 y 125 dentro de esta misma serie.

[2])  Ver en particular el primer artículo de la serie en Revista internacional nº 118.

[3]) Régimen de la Restauración (1874-1923): sistema de monarquía “liberal” que se dio la burguesía española basado en un turno de partidos dinásticos que excluía no solo a los obreros y campesinos sino a capas significativas de la pequeña burguesía e incluso de la propia burguesía.

[4]) Ver artículo 2o de esta serie en Revista internacional nº 129

[5]) Las citas del mencionado manifiesto están tomadas del libro Historia del movimiento obrero en España (tomo II página 100) de Tuñón de Lara.

[6]) Como lo cuenta Victor Serge (militante belga de origen ruso de orientación anarquista, que sin embargo colaboró con los bolcheviques) que en esos momentos estaba en Barcelona, «El Comité nacional de la CNT no se planteaba ninguna cuestión fundamental. Entraba en la batalla sin conocer la perspectiva ni evaluar las consecuencias de su acción».

[7]) Libro antes citado página 107.

[8]) Antes hemos hablado de las Juntas de militares que supuestamente eran muy “críticas”· con el régimen (aunque en realidad, contrariamente al papel progresista que, como señala Marx en sus escritos sobre España del New York Daily Tribune, desempeñó el ejército en la primera mitad del siglo xix, estas “juntas” sólo pedían… ”¡más salchichón!”). El PSOE alentó entre las masas obreras la ilusión de que los militares “revolucionarios” se pondrían de su parte. En Sabadell, un gran centro industrial de Cataluña, el regimiento de Vergara conducido por el líder de las Juntas –el Coronel Márquez– desencadenó una salvaje represión causando 32 muertos (según cifras oficiales).

[9]) «Pero si la burguesía llegaba, a través del ejército, a recomponer las partes desperdigadas de su economía y a mantener una centralización de las regiones más opuestas desde el punto de vista de su desarrollo, el proletariado por el contrario, bajo el impulso de las contradicciones de clase tendía a localizarse en sectores en los que dichas contradicciones se expresaban violentamente. El proletariado de Cataluña fue arrojado a la arena social, no en función de una modificación del conjunto social de la economía española, sino en función del desarrollo de Cataluña. El mismo fenómeno se desarrolló en otras regiones, incluidas las regiones agrarias» (Bilan nº 36, noviembre 1936, “La lección de los acontecimientos en España”)

[10]) Ebro Power and Irrigation, una empresa británico-canadiense popularmente conocida como La Canadiense. Suministraba electricidad a las empresas y las viviendas de Barcelona.

[11]) En un primer momento la empresa estaba dispuesta a negociar y fue el gobernador civil González Rothwos quien presionó para que no fuera así y envió a la policía a la fábrica

[12]) Conde de Romanones (1863-1950), político del partido liberal, varias veces Primer ministro.

[13]) Es la diferencia entre lo que Rosa Luxemburgo llamó la “huelga de masas” a partir de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905 y los métodos sindicales de lucha. Ver la serie sobre 1905 en Revista internacional números 120 a 122.

[14]) Por otra parte, es importante darse cuenta que, incluso con la mejor voluntad –como era el caso entonces– el sindicato tiende a secuestrar y anular la iniciativa y la capacidad de pensamiento y decisión de los obreros. La primera fase de la huelga había sido terminada como hemos visto antes no por una Asamblea General donde todos pueden aportar sus contribuciones y decidir colectivamente, sino por un mitin en la Plaza de Toros donde los grandes líderes hablan sin límites, manejan emocionalmente a las masas y les colocan en tesituras donde no pueden decidir conscientemente sino dejarse llevar por los consejos del líder de turno.

[15]) Se ha achacado esa dispersión al carácter fundamentalmente campesino del movimiento andaluz en contraposición al carácter obrero de la lucha en Barcelona. A este respecto es importante ver las diferencias con Rusia: aquí la agitación campesina toma una forma generalizada y se une consciente y fielmente a la lucha proletaria (a pesar de llevar su propio ritmo y presentar sus propias reivindicaciones algunas de ellas contradictorias con la lucha revolucionaria); los campesinos están fuertemente politizados (muchos de ellos son soldados movilizados para el frente) y tienden a formar Consejos campesinos solidarios con los Soviet; los bolcheviques tienen una presencia minoritaria pero importante en el campo. Muy diferente es la situación en España: la agitación campesina queda localizada en Andalucía y no va más allá de una suma de combates locales; los campesinos y jornaleros no se plantean cuestiones sobre el poder y la situación general, se concentran sobre la reforma agraria; los lazos con la CNT son más de simpatía y de relaciones familiares pero no hay una influencia política de esta última, cosa a lo cual tampoco aspira.

[16]) El primero (1890-1923), ya hemos hablado antes, fue el líder indiscutible de la CNT, entre 1917-23. Era partidario de la unión con la UGT a lo que le llevaba no tanto su “moderación” sino su posición sindicalista a ultranza. Fue asesinado por las bandas del Sindicato Libre (hablaremos después). Pestaña (1886-1937) acabó escindiéndose de la CNT en 1932 para fundar un “Partido sindicalista” inspirado en el laborismo británico.

[17])  Debemos reseñar que esta tendencia sintió en un principio una simpatía sincera por la revolución rusa (Seguí por ejemplo votó en el famoso Congreso de La Comedia, diciembre 1919, por la integración en la 3ª Internacional). Fueron, por un lado, la progresiva decepción ante la degeneración que sufría la Revolución en Rusia –y también la IC– y, sobre todo, la necesidad de asumir hasta las últimas consecuencias el planteamiento sindical, lo que hizo que esta tendencia acabara rechazando totalmente la Revolución rusa izando la bandera del apoliticismo

[18])  Del libro antes citado de Juan Gómez Casas.

[19])  Esta Resolución anuncia claramente la política de la CNT a partir de 1930: apoyo tácito al cambio político a favor de la República española, abstención selectiva, apoyo al Frente popular en 1936, etc.

[20])  Cita tomada del libro de Olaya, Historia del movimiento obrero en España, tomo II, página 496.

[21])  En 1922 se celebraría la conferencia de Berlín que resucitaría la AIT y pretendió dar una coherencia anarquista al sindicalismo revolucionario. Abordaremos esto en un próximo artículo.

[22])  Representante del KAPD en el Tercer Congreso de la IC (1921)

 

Series: 

  • El sindicalismo revolucionario en España [11]

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