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Rev. Internacional nº 119, 4º trimestre 2004

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De la Conferencia de Moscú 1996 al Foro de discusión 2004

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El surgimiento internacional de las luchas obreras a partir de 1968 acabó con el largo período de contrarrevolución padecido por el proletariado tras la derrota de los asaltos revolucionarios de 1917-23. Una de las expresiones más importantes de ese cambio fue la aparición de grupos proletarios y de círculos que intentaron, a pesar de su inexperiencia y confusiones importantes, reanudar los lazos destruidos junto con el movimiento comunista del pasado. Durante los años 70, el optimismo inmediato, cuando no inmediatista, producido por la reaparición de la lucha de clases seguía muy presente e hizo surgir a corrientes políticas proletarias como la CCI, o permitió a organizaciones como el PCI bordiguista conocer una fase de crecimiento acelerado y espectacular. Pero la construcción de una organización comunista, al igual que la evolución de la lucha de clases en su conjunto, han sufrido un proceso mucho más difícil y penoso del que se había imaginado “la generación del 68”, y muchos de sus elementos, militantes o ex militantes, han pasado de un optimismo superficial a un pesimismo que también lo es. Tras sacar la conclusión de que nunca acabaría el período de contrarrevolución o al quedar decepcionados por la clase obrera, abandonaron la lucha revolucionaria.

Aquí no se trata de entrar en los detalles de las razones de las importantes dificultades y de las crisis aparentemente sin fin vividas por las organizaciones revolucionarias estos dos pasados decenios. Entre ellas se destacan las repercusiones ideológicas del hundimiento del bloque del Este, el reflujo de la lucha de clases que produjo y los efectos perniciosos del avance de la descomposición del capitalismo, cuestiones que exigen un desarrollo más profundo que el que podemos hacer en estas líneas. Pero a pesar de también confrontarse con estas dificultades, la CCI sigue manteniendo lo que ya iba afirmando en los años 70, o sea que la clase obrera no ha sufrido una derrota histórica fundamental y que se está produciendo, a pesar de un retroceso significativo de la conciencia en la clase obrera, un proceso de “maduración subterránea” de la conciencia que se expresa claramente hoy en la aparición de una nueva generación de elementos que intentan apropiarse de lo esencial del programa comunista.

La CCI ya ha escrito varios artículos en su prensa territorial sobre la evolución de estos elementos que se sitúan en esa área intermediaria entre las posiciones políticas de la burguesía y las de la clase obrera. Esta evolución sin la menor duda es un proceso muy heterogéneo obstaculizado por cantidad de trampas ideológicas, en particular el anarquismo y las diversas formas de la ideología del mundo “alternativo”. Se extiende sin embargo con ramificaciones al conjunto del planeta. También hemos asistido a la emergencia de grupos que se definen desde el inicio como simpatizantes de las posiciones de la Izquierda comunista.

En este marco general, una evolución particularmente significativa ha sido la de la aparición de esta nueva generación en dos países que al ser precisamente las zonas en las que la revolución alcanzó su punto más álgido también sufrieron la más brutal contrarrevolución: Alemania y Rusia. Nuestras secciones en Alemania y Suiza han sido particularmente activas y han intervenido en este nuevo medio en Alemania, como lo demuestran el gran número de artículos que les ha dedicado nuestra prensa territorial en alemán (también se han publicado algunos de ellos en inglés, francés y otros idiomas).

Al mismo tiempo, la CCI también ha dedicado un esfuerzo significativo para seguir y participar en el desarrollo del medio político en Rusia. Desde la Conferencia de Moscú en 1997 sobre la herencia de Trotski, sobre la que ya escribimos en la Revista internacional no 92, hemos publicado varios artículos a propósito de los nuevos grupos en Rusia, como han podido comprobarlo los lectores de nuestra prensa: debates con el Buró Sur del Marxist Labour Party sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión nacional, debates sobre el mismo tipo de cuestiones con la Unión comunista internacional, publicación de tomas de posición internacionalistas tanto de los anarcosindicalistas revolucionarios de Moscú (KRAS) como del Grupo de colectivistas proletarios revolucionarios (GPRC) contra la guerra en Chechenia, informe de la reunión pública organizada por la CCI en Moscú en octubre del 2002 para presentar la publicación en ruso de nuestro libro sobre la decadencia (véase por ejemplo la Revista internacional nos 101, 104, 111, 112 y 115, la mayoría de estos artículos son accesibles en nuestro sitio web). Más recientemente, como se puede consultar en la Revista internacional no 118 (únicamente en inglés, posterior a la edición en español), hemos colaborado en la realización de un sitio de discusión en Internet con algunos elementos internacionalistas en Rusia (KRAS, GPRC y más recientemente la UCI) con vistas a ampliar y profundizar los debates que animan a este medio.

Hemos proseguido este trabajo mandando en junio del 2004 una delegación de la CCI para participar en la Conferencia convocada por la biblioteca Victor Serge y el Centro de estudios y de investigación Praxis, que así definían en su circular los temas y objetivos de la reunión:

“... discutir del carácter, de las metas y de las experiencias históricas del socialismo democrático y libertario en tanto que conjunto de ideas y de movimientos sociales (...);

–  socialismo y democracia (...);

–  socialismo y libertad (...);

–  el carácter internacional del socialismo democrático y libertario (...);

–  los protagonistas de las transformaciones socialistas (...);

–  la educación socialista (...).”

Ni que decir tiene que tenemos muchas divergencias fundamentales con las ideas “democráticas” y “libertarias” citadas en la circular y con el grupo Praxis; ya hemos mencionado algunas en nuestra reseña de la reunión pública de octubre del 2002, en particular en lo que toca a la guerra en Chechenia. La experiencia nos ha demostrado sin embargo que este grupo es perfectamente capaz de crear  un foro para un debate abierto a los elementos en búsqueda en Rusia, como lo verificó la conferencia de junio. No solo porque muchos de los temas principales se referían realmente a problemas a los que están confrontados los revolucionarios, sino también porque atrajo, como las precedentes conferencias, a un amplio panel de participantes. Así es como al lado de cierta cantidad de elementos academicistas rusos y “occidentales”, que defendían variantes de la ideología democrática desde la socialdemocracia hasta el trotskismo y el “mundialismo alternativo”, también había varios representantes del medio auténticamente internacionalista que se está desarrollando actualmente en Rusia.

La CCI propuso tres textos a la conferencia, para dar una respuesta comunista a las preguntas planteadas en la circular de llamamiento, sobre estos temas: el verdadero significado del internacionalismo proletario, el mito de la democracia y la alternativa proletaria de los consejos obreros, el carácter reaccionario de cualquier sindicato en este período de la historia (colgado en nuestro sitio web). No nos sorprendimos al ver que los debates en esta conferencia ponían en evidencia una línea de demarcación entre aquellos para quienes internacionalismo significaba solidaridad de clase por encima y contra las divisiones nacionales y aquellos para quienes significaba “amistad entre naciones” o apoyo a los “movimientos de liberación nacional”. Tampoco nos sorprendió el que esta división coincida igualmente con el abismo que separa a quienes afirman que el derrocamiento revolucionario y mundial del capitalismo es hoy en día la única posibilidad progresista para la humanidad, de quienes consideran que puede seguir habiendo algo de progresista en no se sabe qué movimiento parcial y de luchas por “reformas” en este sistema.

Sin embargo, siguen existiendo al mismo tiempo desacuerdos importantes entre los mismos internacionalistas, como lo pusieron en evidencia las discusiones al margen de la conferencia formal, sobre la cuestión de la decadencia del capitalismo, el carácter de la Revolución de Octubre, la cuestión organizativa e incluso sobre el método fundamental del marxismo.

Algunos de estos temas serán debatidos en el foro que hemos mencionado, elaborado en común con el KRAS y el GPRC, ya que para él se han publicado textos sobre la Revolución rusa por parte de las tres organizaciones. Publicamos en este número de la Revista internacional la respuesta sintética que hacemos a las contribuciones del KRAS (sobre la Revolución de octubre) y del GPRC (sobre la idea de que la informatización sería una condición necesaria de la revolución proletaria).

En el número anterior de esta Revista publicamos el último artículo de una serie sobre “El nacimiento del bolchevismo” en 1903-1904. Cien años más tarde, sigue siendo posible hacer interesantes comparaciones entre la situación a la que estaban enfrentados los revolucionarios rusos en los tiempos de Lenin y la situación del medio político actual. Las tareas del momento siguen siendo fundamentalmente idénticas: la definición y la elaboración de un programa comunista y la necesidad de construir una organización de revolucionarios que supere la dispersión extrema de los grupos y círculos existentes. También es comparable el contexto social general, pues podemos discernir en el horizonte (aunque sea más lejano que en 1903) amplios conflictos sociales y huelgas de masas que serán sin la menor duda tan significativos históricamente como los de 1905 en Rusia. Esto tiene como consecuencia que los revolucionarios hoy no tienen a su disposición un tiempo infinito para obrar en la construcción de una organización capaz de intervenir e influir en esos movimientos. Una cosa, eso sí, ha evolucionado desde la primera mitad del siglo XX, y es que la construcción de una organización así no se hará en cada país de forma separada, en un aislamiento relativo con respecto al movimiento comunista internacional, puesto que la cuestión se plantea ya a nivel internacional. Las cuestiones a las que se enfrentan los revolucionarios en Rusia son en lo esencial las mismas que las que se plantean a los revolucionarios de todos los países, y precisamente es la razón por la que los debates de los que tratamos han de ser abordados no solo en el marco general de los principios internacionalistas, sino también en un sentido concretamente internacional. Animamos activamente a todos quienes –en Rusia y en cualquier parte del mundo– estén de acuerdo con las bases de este foro de discusión internacionalista para que manden sus contribuciones al sitio web directamente y a que participen en las futuras conferencias organizadas por el medio ruso.

CCI, Agosto del 2004

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Vida de la CCI: 

  • Intervenciones [2]

El internacionalismo y la guerra: Crítica de las posiciones del CRI

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La visión de Lenin contra la visión burguesa del trotskismo de hoy

 A principios de este año 2004 iniciamos un intercambio de correo electrónico con el grupo CRI (1) el cual, en nombre de un trotskismo auténtico pretendía romper con la lógica trotskista oficial. También recibimos cierta cantidad de documentos de ese grupo que leímos junto con publicaciones de su sitio Internet. Tras esa lectura, estamos ahora en disposición de darle una respuesta apropiada, respuesta que aquí publicamos. En ella ponemos de relieve, apoyándonos en Lenin, que en el ­trotskismo actual no hay posibilidades de defender posiciones del proletariado. Pretender romper con una organización trotskista particular, sin romper con la propia lógica trotskista solo puede llevar al cabo, en la cuestión de la guerra, a dar su apoyo a una fracción de la burguesía contra otra.

Tenemos en cuenta que vosotros afirmáis tanto en el e-mail que nos habéis mandado como en todos vuestros textos que vuestra acción pretende ser parte del combate de la clase obrera y que vuestro “objetivo histórico” es la revolución comunista Sin embargo, la historia del movimiento obrero ha enseñado trágicamente a los comunistas que unos partidos que pretendieron defender a la clase obrera y luchar por el socialismo o el comunismo no tenían otro objetivo verdadero, fuera cual fuera la conciencia que de ello tenían sus militantes, que el de la derrota de la clase obrera, el mantenimiento de la explotación capitalista y, finalmente, el sacrificio de la vida de millones de proletarios en aras de los intereses de sus burguesías nacionales durante las guerras imperialistas del siglo XX.

La historia del siglo pasado demostró con creces que el criterio primordial que define la verdadera pertenencia de clase de una organización que se reivindica del proletariado es el internacionalismo. No fue casualidad si fueron las mismas corrientes que se habían pronunciado claramente contra la guerra imperialista en 1914 y que habían impulsado las conferencias de Zimmerwald y Khiental (los bolcheviques y los espartaquistas, sobre todo) las que volvemos a encontrar después a la cabeza de la revolución, mientras que las corrientes social-chovinistas e incluso centristas (Ebert-Scheidemann, o los mencheviques) fueron la avanzadilla de la contrarrevolución. No es tampoco casual si es la consigna “Proletarios de todos los países, ¡uníos!” la que concluye no solo el Manifiesto comunista de 1848, sino también el Llamamiento inaugural de la AIT en 1864.

Hoy, cuando las guerras no paran de hacer estragos por todas las partes del planeta, la defensa del internacionalismo sigue siendo el criterio decisivo de ­pertenencia de una organización al campo de la clase obrera. Ante esas ­guerras la única actitud conforme a los intereses de nuestra clase es la de rechazar toda participación en uno u el otro de los campos antagónicos, ­denunciar todas las fuerzas burguesas que llaman a los proletarios, sea cual sea el pretexto, a que entreguen sus vidas por uno de esos campos capitalistas, ­suscitar, como lo hicieron los ­bolcheviques en 1914, la única perspectiva: la de la lucha de clases intransigente por el derrocamiento del capitalismo.

Cualquier otra actitud que lleve a pedir a los proletarios que se alisten en uno u otro de los campos militares antagónicos significa transformarse en reclutadores de la guerra capitalista, en cómplices de la burguesía y, por lo tanto, en traidor. Y del mismo modo consideraron Lenin y los bolcheviques a los socialdemócratas, quienes, en nombre de la lucha contra el “militarismo prusiano” unos, y contra “la opresión zarista” otros, llamaron a los obreros a destriparse mutuamente en 1914. Y, desgraciadamente, por muchas buenas intenciones que anunciéis, es esa misma política nacionalista que denunciaba Lenin la que habéis adoptado ante la guerra de Irak.

El apoyo a “la resistencia iraquí”: una consigna burguesa

Cuando en vuestra prensa apoyáis “incondicionalmente la resistencia armada del pueblo iraquí ante el invasor”, lo que en realidad estáis haciendo es llamar a los proletarios de Irak a convertirse en carne de cañón al servicio de tal o cual sector de su burguesía nacional fuera y en contra de la alianza con Estados Unidos (mientras que otros sectores burgueses consideran preferible aliarse a EE.UU. en la defensa de sus intereses). Cabe hacer notar que los sectores dominantes de la burguesía iraquí (que durante décadas estuvo tras Sadam Husein) pudieron ser, según las circunstancias, los mejores aliados de EE.UU. (especialmente en la guerra contra Irán durante los años 1980) o pertenecer al “eje del mal” que por lo visto pretendía acabar con la potencia estadounidense.

Para justificar vuestro apoyo a uno de los sectores de la burguesía iraquí, os basáis (es lo que hicisteis en una de vuestras reuniones de la fiesta de Lutte Ouvrière) en la posición que defendió Lenin durante la Primera Guerra mundial cuando en El socialismo y la guerra, escribía, por ejemplo: “… si mañana Marruecos declarara la guerra a Francia, India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etc. (…) todo socialista desearía la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, amputados en sus derechos, sobre las ‘grandes’ potencias opresoras, esclavistas, expoliadoras” (Cap. 1, “Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915”)

Lo que, sin embargo, olvidáis (o habéis decidido olvidar) es precisamente que uno de los ejes esenciales de ese texto fundamental de Lenin (como, por otra parte, de los demás textos escritos en esa época) es el de denunciar sin contemplaciones los pretextos invocados por las corrientes social-chovinistas para justificar su apoyo a la guerra imperialista, unos pretextos basados en la “independencia nacional” de tal o cual país o nacionalidad.

Así, Lenin afirma por un lado que:

“En realidad, la burguesía alemana emprendió una guerra de rapiña contra Serbia para someter y ahogar la revolución nacional de los Eslavos del Sur…” (La guerra y la socialdemocracia rusa).

Escribe también que:

“El factor nacional en la guerra actual sólo está representado por la guerra de Serbia contra Austria (…). Solo en Serbia y entre los serbios existe un movimiento de liberación nacional viejo ya de muchos años, que aglutina a millones de individuos entre las “masas populares”, y cuya “prolongación” es la guerra de Serbia contra Austria. Si esta guerra estuviera aislada, o sea, si no estuviera vinculada a la guerra europea general, a las pretensiones egoístas y expoliadoras de Inglaterra, de Rusia y demás, todos los socialistas estarían obligados a desear la victoria de la burguesía serbia – es ésa la única conclusión justa y totalmente necesaria que pueda sacarse del factor nacional en la guerra actual”.

Y, no obstante, prosigue:

“La dialéctica de Marx, que es la expresión más acabada del método evolucionista científico, excluye precisamente el examen aislado, o sea unilateral y deformado, del objeto estudiado. El factor nacional en la guerra serbio-austriaca ni tiene ni puede tener la menor importancia seria en la guerra europea general. Si vence Alemania, ésta se tragará a Bélgica, una parte de Polonia otra vez, quizás una parte de Francia, etc. Si se lleva Rusia la victoria, se tragará a Galizia, parte de Polonia otra vez, Armenia, etc. Si la partida queda “en tablas”, permanecerá la antigua opresión nacional. Para Serbia, o sea para más o menos una centésima parte de los beligerantes en la guerra actual, ésta es la “continuación de la política” del movimiento de liberación nacional burgués. Para el 99 por ciento, la guerra es la continuación de la política de la burguesía imperialista, es decir algo caduco, capaz de corromper a las naciones, y ni mucho menos redimirlas.. La Entente, al “liberar” a Serbia, vende los intereses de la libertad serbia al imperialismo italiano a cambio de su apoyo en el saqueo de Austria. Todo eso, de notoriedad pública, ha sido deformado sin escrúpulos por Kautsky para justificar a los oportunistas” (La quiebra de la IIª Internacional, Cap. 6)

Recordemos respecto a la Serbia de 1914 que el Partido socialista de ese país (y por ello fue saludado por todos los internacionalistas de entonces) se negó en redondo y denunció la “resistencia del pueblo serbio contra el invasor austriaco” y eso que éste estaba entonces bombardeando la población civil de Belgrado.

Volviendo a hoy, “es de notoriedad pública” (y podría añadirse que quienes no lo reconocen no hacen sino “deformar sin escrúpulos la realidad”) que la guerra llevada a cabo por Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak (al igual que la guerra desencadenada en agosto de 1914 por Austria y Alemania contra la “pequeña Serbia”) tiene repercusiones imperialistas que superan con mucho a Irak. Concretamente, frente a los países de la “coalición”, hay un grupo de países como Francia y Alemania cuyos intereses son antagónicos de aquellos. Por eso esos dos países lo hicieron todo por impedir la intervención norteamericana del año pasado y, desde entonces, se han negado a enviar cualquier tipo de tropas a Irak. El que votaran en la ONU una resolución presentada por Estados Unidos y Gran Bretaña lo único que significa es que los acuerdos diplomáticos, como las discordias, no son sino otros tantos momentos de la guerra larvada que se libran las grandes potencias.

Por muchas declaraciones de amistad que se hagan, tan cacareadas sobre todo con ocasión del aniversario del desembarco de junio de 1944, el imperialismo francés saca ventajas en las dificultades que pueda encontrar EE.UU. en Irak. En resumen, en lo que desemboca vuestro apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí” es a hacerle el juego a la burguesía de “vuestro” país. Y no nos saquéis aquí a Lenin para justificar esa política, pues a lo que él llamaba era a “… combatir en primer lugar el chovinismo (patriotismo) de ‘su propia’ burguesía” (La situación y las tareas de la Internacional socialista, 1/11/1914).

Hay que aceptar la evidencia y dejar de contarse cuentos de hadas si queréis seguir el ejemplo de Lenin en la defensa del internacionalismo: el apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí contra el invasor” es pura y simplemente una traición al internacionalismo y es, por lo tanto, una política chovinista antiproletaria. Fue contra una política como la vuestra contra lo que Lenin escribió:

“Les socialchovinistas hacen suya la mistificación del pueblo por parte de la burguesía, según la cual la guerra se haría por la defensa de la libertad y de la existencia de naciones, poniéndose así al lado de la burguesía contra el proletariado” (El socialismo y la guerra, cap. 1).

Pero, además, el apoyo a la “resis­tencia del pueblo iraquí”, o sea a los sectores antiamericanos de la burguesía iraquí, no solo es una traición al internacionalismo desde el enfoque de lo que representa Irak en los antagonismos entre grandes potencias imperialistas. O sea que no solo es una traición al internacionalismo respecto a los proletarios de esas potencias. Lo es también para con los proletarios iraquíes a quienes se les quiere vender gato por liebre, llamándoles a hacerse matar en defensa de los intereses imperialistas de su burguesía. Hay que dejar de contarse cuentos: el Estado iraquí es imperialista. En realidad, en el mundo actual, todos los Estados son imperialistas, desde el más poderoso hasta el más pequeño. Así, la “pequeña Serbia”, cuya historia la ha transformado en una de las presas favoritas de los apetitos imperialistas de potencias mayores como Alemania o Rusia (pasando por Francia) se ha portado durante los años 90 en Estado imperialista modelo a base de matanzas y “limpiezas étnicas” para construir la “Gran Serbia” a expensas de otras nacionalidades de la antigua Yugoslavia. Todo ello, claro está, en un contexto dominado por el antagonismo entre las diferentes potencias que defendían ya a Croacia (Alemania o Austria), ya a Bosnia (Estados Unidos) o a Serbia (Francia y Gran Bretaña).

El Estado iraquí no es para nada una excepción en esa realidad del mundo actual. Ni mucho menos. Es, al contrario, una ilustración de lo más instructiva.

En efecto, desde su independencia de la esfera británica, tras la Segunda Guerra mundial, el Estado iraquí, por el lugar que ocupa y sus recursos petrolíferos, no ha dejado nunca de ser un punto central en las rivalidades entre las grandes potencias. “Cliente” durante cierto tiempo de la URSS, se volteó hacia la alianza occidental (sobre todo con un acercamiento espectacular con Alemania y, sobre todo, Francia) durante los años 70 cuando la influencia soviética retrocedió en Oriente Medio. Entre 1980 y 1988, en una de las guerras más largas y mortíferas (1 200 000 muertos) desde 1945, Irak fue la avanzadilla de la ofensiva de los países occidentales contra el Irán de Jomeini, el cual había llamado a la guerra santa contra el “Gran Satán” norteamericano. Las potencias occidentales, especialmente EE.UU. dieron un apoyo sin fisuras a Irak, a partir del verano de 1987 sobre todo, mandando al golfo Pérsico una importante flota que se enfrentó cotidianamente a las fuerzas de Irán, obligando a este país a aceptar el cese de las hostilidades durante en verano de 1988, y eso que antes había infligido punzantes derrotas a Irak.

Está claro que no fue por amor a EE.UU. si Sadam Husein mandó a cientos de miles de proletarios y campesinos en uniforme a hacerse matar en el frente iraní a partir de 1980 (y que de paso gaseó a 5000 civiles kurdos en un solo día, el 16 marzo 1988 en Halabia). En realidad, la burguesía iraquí tenía sus propios objetivos de guerra al lanzarse al conflicto. Además de someter por el terror a la población kurda y shií, quería apoderarse del Chat al Arab (estuario de los ríos Éufrates y Tigris) que Irán controlaba. Además la guerra debía permitir a Irak y a Sadam ocupar el liderazgo del mundo árabe. En resumen, una guerra plenamente imperialista.

La guerra de 1990-91 fue, por su parte, de la misma índole. Ya hemos puesto a menudo en evidencia y hemos denunciado ampliamente los objetivos imperialistas de EE.UU. y sus aliados de entonces en la operación “Tempestad del desierto”. Pero el acontecimiento que sirvió de pretexto para la cruzada contra Irak fue la invasión de Kuwait por ese país durante el verano de 1990. Evidentemente no se trata para los marxistas de entrar en consideraciones de saber quién era el “agresor” y quién el “agredido”, ni ponerse a defender al jeque Yaber y su cuenta bancaria o sus reservas petrolíferas. Lo cual no quita que la operación militar de agosto de 1990 de Irak contra Kuwait fue la de un bandido imperialista contra otro bandido imperialista (empleando la terminología que tanto gustaba a Lenin). El que fueran bandidillos no cambia nada en la naturaleza profunda de su política ni de la que debe tener el proletariado respecto a ese tipo de conflictos.

Un último comentario respecto a la naturaleza imperialista de los Estados del mundo actual. Uno de los argumentos dado a menudo para apoyar la idea de un Estado como Irak no sería imperialista es que no exporta capitales. Este argumento pretende estar en conformidad con el análisis desarrollado por Lenin en su obra El imperialismo, fase suprema del capitalismo que insiste muy especialmente en ese aspecto de política imperialista. En realidad, la explotación que hacen los epígonos de esa visión unilateral del imperialismo para justificar sus traiciones al internacionalismo es del mismo tipo que la que hacen los estalinistas de una frase (totalmente aislada de su contexto por lo demás) de un artículo de Lenin escrito durante la Primera Guerra mundial.

“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. de aquí se deduce que es posible que socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista atrayendo a su lado las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados” (“La consigna de los Estados Unidos de Europa”, Obras escogidasI).

Para los estalinistas (que en general “se olvidan” de la última frase de esa cita),

“Fue éste el mayor descubrimiento de la época y pasó a ser el principio rector  de toda la actividad del Partido Comunista, de toda su lucha por la victoria de la revolución socialista y la edificación del socialismo en nuestro país. La doctrina de Lenin acerca de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país ofreció al proletariado una clara perspectiva de lucha, liberó la energía y la iniciativa de los proletarios de cada país para el embate contra su burguesía nacional, y pertrechó al partido y a la clase obrera de una seguridad, científicamente fundamentada, en la victoria.” (Instituto de marxismo-leninismo del C.C. del P.C.U.S., Prefacio a las Obras escogidas de Lenin, Moscú, 1961).

El trotskismo, extrema izquierda del capital

El método no es nuevo. Siempre fue empleado por los falsificadores del marxismo, por los renegados. Los socialdemócratas alemanes se apoyaron en tal o cual fórmula errónea o ambigua del marxismo para justificar su política reformista y su traición al socialismo. En especial abusaron sin cesar de la cita de Engels sacada de su prefacio de 1895 al folleto de Marx La Lucha de clases en Francia:

“Como Marx predijo, la guerra de 1870-1871 y la derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia, naturalmente, necesitaba años para reponerse de la sangría de mayo de 1871. En cambio, en Alemania, donde la industria –impulsada como una planta de estufa por el maná de miles de millones pagados por Francia– se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más deprisa y con más persistencia. Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. (…) Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”

Y fue el uso antiproletario de una cita errónea de Engels, lo que Rosa Luxemburg denunció en la tribuna del Congreso de fundación del Partido comunista alemán:

“Engels no vivió el tiempo suficiente para ver los resultados, las consecuencias políticas del uso que se hizo de su prefacio, de su teoría. Pero estoy segura de una cosa: cuando se conocen las obras de Marx y de Engels, cuando se conocen el espíritu revolucionario vivo, auténtico, inalterado, que se despeja de todos sus escritos, de todas sus enseñanzas, está una convencida de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos resultantes del parlamentarismo puro y simple; el movimiento obrero en Alemania cedió a la corrupción, a la degradación mucho antes que el 4 de agosto, pues el 4 de agosto no cayó de los cielos, no fue un viraje inesperado, sino la continuación lógica de las experiencias que habíamos hecho anteriormente, día tras día, año tras año; Engels e incluso Marx – si hubiera vivido –habrían sido los primeros en erguirse violentamente contra eso, en detener, frenar brutalmente el vehículo para impedir que se enfangara en un barrizal. Pero Engels falleció el mismo año en que había escrito su prefacio” (Rosa Luxemburg, “Nuestro programa y la situación política”, Informe para el congreso de fundación del P.C.A.)

Volviendo a la idea de que la única manifestación de una política imperialista sería la exportación de capitales, hay que precisar que esa idea no está en el libro de Lenin El imperialismo, fase suprema del capitalismo. Muy al contrario, ya que escribe:

“A los numerosos “antiguos” móviles de la política colonial, el capital financiero [que es según Lenin el motor principal del imperialismo] ha añadido la lucha por los recursos en materias primas, por la exportación de capitales, por “zonas de influencia”, es decir por las zonas de transacciones ventajosas, de concesiones, de obtención de monopolios, etc., –y, en fin, por el territorio económico en general” (El imperialismo, fase suprema del capitalismo, cap. X).

En realidad, la deformación unilateral del análisis del imperialismo de Lenin tenía un objetivo del mismo orden que la interpretación hecha por los estalinistas del corto pasaje citado arriba, sobre la “edificación del socialismo en un solo país”: intentar hacer creer que el sistema que se instauró en la URSS después de la revolución de octubre de 1917, una vez fracasada la ola revolucionaria mundial que la siguió, no tenía nada de capitalista ni imperialista. Como la URSS no poseía los medios financieros de exportar capitales (si no era a una escala ridícula comparada con la de las potencias occidentales), la política que llevaba a cabo no podía ser imperialista, según semejante noción. Y eso incluso cuando esa política consistía en la conquista territorial, en la ampliación de sus “zonas de influencia”, en el saqueo de las materias primas y de los recursos agrícolas, y hasta del desmontaje puro y simple de las factorías de los países ocupados. En realidad, la de la URSS fue una política muy parecida a la de la Alemania nazi en la Europa ocupada (en donde hubo muy poco capital exportado y sí mucho saqueo puro y simple). Evidentemente, tal análisis del imperialismo era pan bendito para la propaganda estalinista contra quienes denunciaban las acciones imperialistas del Estado soviético. Pero cabe recordar que los estalinistas no eran los únicos en rechazar cualquier idea que la URSS fuera capitalista o imperialista. En su mentiroso montaje recibieron el indefectible apoyo del movimiento trotskista con el análisis desarrollado por Trotski que presentaba a la URSS como un “Estado obrero degenerado” en el que habrían desaparecido las relaciones de producción capitalistas.

No es el marco de esta ya larga carta para intentar demostrar la inconsistencia del análisis de Trotski sobre las relaciones de producción en la URSS. Os recomendamos al respecto diferentes artículos publicados en nuestra Revista internacional, especialmente “La clase no identificada, la burocracia soviética vista por Trotski” (Revista internacional no 92). Es importante, sin embargo, subrayar que fue sobre todo en nombre de la “defensa de la URSS y de sus conquistas obreras” si el movimiento trotskista apoyó el campo de los aliados durante la Segunda Guerra mundial, participando, en particular, en los movimientos de “resistencia”, o sea adoptando la misma política que los social-chovinistas de 1914. En otras palabras, traicionó el campo de la clase obrera uniéndose al de la burguesía.

El que los “argumentos” empleados por la corriente trotskista para apoyar la participación en la guerra imperialista no fueran idénticos a los de los social-chovinistas de la Primera Guerra mundial no cambia para nada el fondo del problema. En realidad, eran de la misma naturaleza puesto que ambos llamaban a hacer una diferencia fundamental entre dos formas de capitalismo y apoyar a una de ellas en nombre del “mal menor”. En la Iª Guerra mundial, los chovinistas convictos llamaban a defender la patria. Los social-chovinistas llamaban, unos a defender la “civilización alemana” contra le “despotismo del zar”, y otros la “Francia de la Gran Revolución” contra el “militarismo prusiano”. En la Segunda Guerra mundial, junto a De Gaulle que defendía la “Francia eterna”, los estalinistas (que también se referían, por cierto, a esa “Francia eterna”) llamaban a defender la democracia contra el fascismo y a defender la “patria del socialismo”. Por su parte, los trotskistas le siguieron los pasos a los estalinistas llamando a participar en la “Resistencia” en nombre de la “defensa de las conquistas obreras de la URSS”. De este modo, como los estalinistas, se convirtieron en banderines de enganche para el campo anglo-norteamericano en la guerra imperialista.

Fue dando su apoyo a la Unión Sagrada en la Iª Guerra mundial como los partidos socialistas firmaron su paso al campo de la burguesía. Fue adoptando la teoría de la “edificación del socialismo en un solo país” como los partidos estalinistas dieron el paso decisivo en su camino hacia el campo del capital nacional que quedó rematado con su apoyo a los esfuerzos de rearme de sus burguesías nacionales respectivas y a la preparación activa para la guerra que se anunciaba. Fue su participación en la IIª Guerra mundial lo que rubricó el paso de la corriente trotskista al campo del capital. Por eso no puede haber otra alternativa, si se quiere volver a encontrar el terreno de clase del proletariado sino la de romper que con el trotskismo y desde luego no pretendiendo volver al “trotskismo verdadero”. Eso fue lo que comprendieron las corrientes en el seno de la IVª Internacional que quisieron mantenerse en una oposición internacionalista, corrientes como la de Munis (representante oficial del trotskismo en España), la de Scheuer en Austria, de Stinas en Grecia, Socialisme ou Barbarie en Francia. También fue el caso de la propia viuda de Trotski, Natalia Sedova quien rompió con la IVª Internacional tras la Segunda Guerra mundial sobre la cuestión de la defensa de la URSS y de la participación, en nombre de esa defensa, en la guerra imperialista.

En cuanto a vosotros, si queréis sinceramente, como así lo escribís, llevar a cabo un combate junto a la clase obrera, no podréis evitar la ruptura clara con la corriente trotskista y no solo con esta o aquella organización de dicha corriente.

Una vez más, al problema se le pueden dar las vueltas que se quieran, se puede invocar a Trotski, a Lenin, incluso a Marx, recitar de memoria tal pasaje de El imperialismo, fase suprema del capitalismo; puede uno taparse los ojos o los oídos, o ambos a la vez; puede uno meter la cabeza en la arena o en otra parte, nada podrá cambiar la dura realidad: un grupo que hoy, en Francia, apoya la “resistencia iraquí”, no solo es un banderín de enganche para transformar en carne de cañón a los proletarios iraquíes al servicio de unos sectores (sean shiíes o suníes) entre los más retrógrados de la burguesía iraquí, sino que además aporta un apoyo garantizado a los intereses imperialistas de su propia burguesía nacional, a la vez que cultiva los sentimientos nacionalistas antiamericanos de los proletarios franceses. En todo caso, semejante grupo está usurpando el calificativo de comunista o de internacionalista. No es diferente de los que Lenin tildaba de social-chovinistas: socialistas en palabras, patrioteros y burgueses en los actos.

En cuanto a los argumentos de tinte “marxista” aderezados con tal o cual frase de Lenin o incluso de Marx para justificar la participación en la guerra imperialista, Lenin ya respondió de antemano:

“De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contre le régimen feudal, le capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado hasta tal grado las fuerzas productivas que a la humanidad ya no le queda sino pasar al socialismo, o, si no, soportar durante años, décadas incluso, la lucha armada de las “grandes” potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo gracias a las colonias, los monopolios, los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915 – La guerra actual es una guerra imperialista).

“Los social chovinistas rusos (Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870; los social chovinistas alemanes (estilo Lensch, David y Cia.) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad, para los socialistas, de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia reunidas; en fin, los social chovinistas estilo Kautsky, deseosos de transigir con el chovinismo internacional y darle legitimidad, invocan que Marx y Engels, aún condenando las guerras, se pusieron cada vez, sin embargo, desde 1854-1855 a 1870-1871 y en 1876-1877, del lado de tal o cual Estado beligerante, una vez iniciado el conflicto. Todas esas referencias deforman de una manera asquerosa las ideas de Marx y de Engels por su zalamera complacencia hacia la burguesía y los oportunistas (…) Invocar hoy la actitud de Marx hacia las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidar las palabras de Marx: “Los obreros no tienen patria”, palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria cuyo tiempo ha caducado, a la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx sustituyendo el enfoque socialista por el burgués.” (El socialismo y la guerra, cap. 1).

Esperemos que estos elementos os permitan proseguir vuestra reflexión para así no pararos en una simple ruptura con una organización trotskista particular, sino con el trotskismo en general y con todas las ideas burguesas que transmite.

Saludos comunistas,

CCI (junio de 2004)

 

1 Groupe communiste révolutionnaire internationaliste, escisión del partido trotskista francés Parti des travailleurs. Su sitio Internet es https://groupecri.free.fr [3]

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre la guerra [4]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [5]

Cuestiones teóricas: 

  • Internacionalismo [6]

La mistificación de los "piqueteros" de Argentina (NCI)

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A continuación publicamos extractos de un extenso artículo de los compañeros del Núcleo comunista internacional de Argentina dedicado a analizar en profundidad el llamado movimiento piquetero, denunciar su carácter antiobrero y combatir las mentiras interesadas con las que los grupos izquierdistas de todo pelaje “se dedicaron a engañar al proletariado con falsas expectativas haciéndole creer que los objetivos y los medios del movimiento piquetero contribuyen a hacer avanzar su lucha”.

A esta tarea de engañar, falsificar e impedir que el proletariado saque las verdaderas lecciones y se arme contra las trampas de su enemigo de clase, se apresta a hacer su contribución inestimable un grupo de tendencia anarquista como el GCI con su lenguaje pseudomarxista, como muy bien denuncian los compañeros del NCI.

Los orígenes y la naturaleza del movimiento piquetero

Tal vez pueda suceder que muchos consideren que estas corrientes de desocupados se han iniciado en estos últimos cinco ó seis años cuando la miseria, la desocupación y el hambre arreciaban en las grandes barriadas del Gran Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc. Ello no es así, las corrientes piqueteras, tienen un origen diferente, y este es las llamadas “Manzaneras” que comandaba la esposa del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, en la década del 90, y que cumplían una doble función: una de un control social y político y tejer la capacidad de movilización de las amplias capas desesperadas a favor de la fracción burguesa que representaba Duhalde, y por otro lado las encargadas del reparto de los alimentos a los desocupados (un huevo y medio litro de leche diaria), ya que por ese entonces no existían planes de desempleo, subsidios, etc. Pero a medida que los índices de desocupación aumentaban geométricamente y también las protestas de los desocupados, las manzaneras comienzan a desaparecer de la escena. Había un espacio vacío, que era preciso ocupar, y lo ocupó un ramillete de organizaciones, la mayoría manejadas por la iglesia católica, las corrientes políticas izquierdistas, etc, más tarde entran en escena el maoísta Partido comunista revolucionario con su Corriente clasista y combativa, el trotskista Partido obrero que conformaron su propio aparato de desocupados, el Polo obrero, y sucesivamente, las demás corrientes.

Estas primeras organizaciones hicieron su bautismo de fuego en Buenos Aires, a nivel masivo, con los cortes de ruta sobre la estratégica ruta 3, que une Buenos Aires con el extremo Sur de la Patagonia con la exigencia de más subsidios de desempleo, subsidios que eran controlados y manejados por consejos consultivos que integraban la municipalidad, las corrientes piqueteras, la iglesia, etc., o sea por el Estado burgués.

Es así que los “planes Trabajar” y los distintos subsidios permitieron a la burguesía ejercer un control social y político de los desempleados a través de las respectivas organizaciones piqueteras, sean estas de corte peronista, trotskista, guevarista, estalinista o sindical a través de la C.T.A. Luego estas corrientes comenzaron a esparcirse a través de las barriadas obreras duramente castigadas por la desocupación, el hambre y la marginación, y comenzaron a tejer su estructura, todo ello con el dinero del estado burgués.

Solamente les eran exigidas dos cosas para poder ser beneficiario del subsidio y de los bolsones de comida (5 kg): movilizarse tras las banderas de la organización, y participar en los actos políticos si ésta poseía una estructura política, y aceptar y levantar la mano votando favorablemente las proposiciones de aquel grupo al cual “pertenecía”, todo ello so pena de perder el beneficio del plan, o sea de los míseros $150 pesos, o 50 dólares.

Pero las obligaciones para con la corriente de desocupados no finaliza aquí. Estos últimos se hallaban por parte de las organizaciones de desocupados sujetos a una serie de obligaciones, y su cumplimiento es consignado en libretas donde el que mayor puntaje obtiene, o sea participa en reuniones, marchas, y da su acuerdo a la posición oficial, no corre peligro de ver decaído su beneficio; en cambio, aquel que emite opiniones de disconformidad, el puntaje se reduce hasta perder el plan.

Pero así también, las organizaciones extraían de los desocupados un porcentaje o una suma fija de dinero en concepto de “cotización”, este dinero es para pagar rentados de las corrientes, pagar locales, en donde funcionan tanto la corriente de desocupados como el grupo político de quien depende la primera, etc.

La entrega de esta cotización es de carácter obligatorio, y para tales fines, los llamados “referentes” de cada local barrial de los diversos movimientos de desocupados acompañaban a los desempleados al mismísimo banco en donde luego de cobrar, estos últimos debían entregar el dinero.

En el año 2001, previo a las jornadas interclasistas del 19 y 20 de diciembre, la llamada asamblea piquetera estaba hegemonizada por el Polo obrero, la maoísta Corriente clasista y combativa, y la Federación de tierras, vivienda y habitat.

Las posiciones sustentadas en dichas asambleas y las siguientes demostraron claramente la naturaleza de los diversos movimientos piqueteros, como aparatos al servicio del estado burgués. Dicha naturaleza no ha desaparecido posteriormente cuando la ruptura de la asamblea piquetera de La Matanza, entre el Polo obrero y las otras dos corrientes, ocasionó la conformación del Bloque piquetero.

Las caracterizaciones que se les da a los desocupados, o al “sujeto piquetero” como gusta decir el Partido obrero, en su publicación semanal Prensa obrera cuando expresa que el objetivo del movimiento piquetero es convertirse en un movimiento de masas, entendido esto como de la masa de desocupados, de obreros activos y de todos los sectores medios que son empujados a la clase obrera y de los desposeídos, es decir la clase obrera debe insertarse en un amplio frente interclasista y debe luchar, no en su propio terreno sino en un campo que le es totalmente ajeno.

Lo que demuestra lo correcto de la posición de la CCI, como la que entonces defendimos, cuando calificaba a los sucesos del 19 y 20 de diciembre como una revuelta interclasista.

El Partido obrero en un párrafo sin desperdicio de su XIIIº Congreso dice sin el menor rubor: “El que controla la comida de las masas controla a las masas...”, o sea que a pesar de las declamaciones del Partido obrero por impedir que la burguesía controle a las masas al controlar los alimentos, plantea en realidad la misma actitud que la burguesía, es decir controlar los planes sociales, controlar los bolsones de comida, para poder así controlar a los desocupados. Esta actitud no es privativa del Partido obrero, sino del conjunto y de la totalidad de las corrientes, grupos y /o agrupaciones piqueteras.

Estos pequeños ejemplos sirven para demostrar que los movimientos de desocupados que han ocupado los medios masivos de comunicación, tanto en el plano nacional como internacional, y que llevó a la pequeña burguesía radicalizada a imaginarse el inicio de “una revolución”, de la existencia de “consejos obreros” etc., es una falacia absoluta.

Al considerar, como hace el Partido obrero, que el movimiento piquetero es el hecho más significativo del movimiento obrero desde el “cordobazo” [levantamiento de los obreros de Córdoba en 1969, NDLR], ello así, ya que éste último como también las luchas de carácter netamente obreras que tuvieron lugar en aquellos días no fue una rebelión popular o de neto corte o tinte interclasista, todo lo contrario, fueron combates obreros que desarrollaron comités obreros, que tuvieron a su cargo las mas diversas funciones, como comités de defensa, solidaridad, etc.

Un censor podrá criticarnos diciéndonos que esa es la posición de las direcciones de los movimientos y organizaciones piqueteras, pero lo que importa es la dinámica del proceso o del fenómeno piquetero, sus luchas, sus movilizaciones, sus iniciativas.

La respuesta es sencilla, a quienes nos censuren de esta manera debemos responderles, al igual que lo hicimos con el BIPR en la crítica que en Revolución comunista nº 2 [publicación del NCI] se realizó sobre sus posiciones relativas al “argentinazo” del 19 y 20 de diciembre, que las posturas que esa corriente adoptó son simples deseos de carácter idealista.

Las organizaciones piqueteras son sus líderes, sus jefes, nada más. El resto, los piqueteros con rostros cubiertos quemando neumáticos, son prisioneros de los $150 mensuales y de 5 kg de alimentos que el Estado burgués le otorga vía las organizaciones.

Y, como se dijo más arriba, todo ello debe ser realizado so pena de perder dichos “beneficios”. En síntesis las corrientes piqueteras no significan en absoluto desarrollo de la conciencia, todo lo contrario es retraso en la conciencia obrera, ya que aquellas imprimen una ideología ajena a la clase obrera. Asimismo, en lo expresado de que quien maneja la comida maneja la conciencia, el Partido obrero hace mención a una posición de la burguesía, es su lógica también, perversa, que solamente lleva a la derrota de la clase obrera y de los desocupados, ya que la función del izquierdismo es eso: derrota de la clase obrera, pérdida de la autonomía de clase por más consignas “revolucionarias” que puedan adoptar.

El GCI miente sobre la naturaleza obrera del movimiento piquetero

Las inexactitudes, las medias verdades, y las mistificaciones no ayudan al proletariado mundial, todo lo contrario, profundizan más los errores y las limitaciones en las nuevas luchas por venir. Esa es la actitud del GCI cuando escribe en su revista Comunismo (números 49, 50 y 51), que: “... la primera vez en la historia de Argentina en que la violencia revolucionaria del proletariado logra derribar el gobierno”, y continúa : “reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas “populares” surtidas con el producto de las recuperaciones... Enfrentamientos con la policía y con otros cuerpos de choque del estado, como las patotas mercenarias peronistas, especialmente el día de la asunción de la presidencia del gobierno de Duhalde…”

El GCI, con su actitud y sus falsedades confunde a la clase obrera mundial impidiéndole extraer las necesarias lecciones de los sucesos en Argentina del año 2001.

En primer lugar no se trató de una “violencia revolucionaria” que derribó al gobierno de De La Rúa; todo lo contrario, este gobierno burgués cayó como producto de los conflictos y de las luchas interburguesas. Tampoco hubo reparto de las “mercaderías expropiadas”, los saqueos no fueron tal como pretenden el GCI “un ataque generalizado de la propiedad privada y el estado”, más bien se trató de personas desesperadas, hambrientas, y jamás se pusieron a pensar ni tan siquiera tangencialmente en atacar a la propiedad privada, sino calmar el hambre por un par de días.

Asimismo las falsificaciones de los hechos continúan, cuando habla de la asunción de Duhalde como una lucha entre el “movimiento” del proletariado contra las patotas peronistas; es falso, es mentira, el enfrentamiento que existió el día que asumió Duhalde la primera magistratura nacional, fue entre aparatos del estado burgués: por un lado el peronismo, y por el otro el izquierdismo del MST, PCA, y otros grupos menores trotskistas y guevaristas; pero la clase obrera estuvo ausente ese día.

Quizá por un momento alguien puede pensar que, tal vez, dichos “errores” del GCI se deben a un exceso de entusiasmo revolucionario, a la buena fe, pero al continuar con la lectura de dicha revista, es dable a observar que ello no existe, juega un rol de confusión que solo favorece a la burguesía. El GCI miente a la clase obrera mundial y alimenta la mistificación piquetero, cuando dice que: “… La afirmación proletaria en Argentina no hubiese sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro...” y “… En Argentina, el desarrollo de esta fuerza de clase se muestra, en unos meses tan potente que los proletarios que todavía tienen un trabajo se asocian a la misma… Durante los últimos años toda gran lucha se coordina y articula en torno a los piquetes, a las asambleas y estructuras de coordinación de los piqueteros…”. Sería preocupante que estas afirmaciones las realizaran corrientes del medio político proletario, en cambio no nos extrañan en boca del GCI, un grupo semianarquista que reivindica la ideología pequeña burguesa y racista de Bakunin, lo que nos preocupa son los engaños que dicha publicación está llevando a sus lectores.

El movimiento piquetero, ya se dijo más arriba (con las excepciones de la Patagonia y del norte de Salta) es el heredero de las Manzaneras, y el supuesto asociacionismo que generarían los piquetes, no es más que la obligación que posee cada uno de los beneficiarios del “plan Trabajar” o de cualquiera de los subsidios para no perder dichas migajas que el estado burgués le otorga. No existe entre sí solidaridad, todo lo contrario, es todos contra todos, buscar obtener un beneficio en perjuicio y a costa del hambre del otro.

Por ello no puede calificarse el piquete, ni mucho menos, como el hecho más significativo de la clase obrera y no se puede mentir descaradamente acerca de la “coordinación” de los obreros ocupados con los piquetes. Sigue mintiendo cuando dice que “el asociacionismo generalizado del proletariado en Argentina es sin dudas una afirmación ­incipiente de esa autonomización del proletariado… La acción directa, la organización en fuerza contra la legalidad burguesa, la acción sin mediaciones intermediarias… el ataque a la propiedad privada… son extraordinarias ­afirmaciones de esa tendencia del proletariado a constituirse en fuerza destructora de todo el orden establecido..”.

Estas afirmaciones son sin lugar a dudas una muestra cabal de un intento abierto de estafa a la clase obrera mundial para evitar que pueda extraer las lecciones y las enseñanzas necesarias. Es en definitiva un gran servicio que el GCI presta a la burguesía y a la clase dominante. No puede estafarse a la clase obrera intentado dibujar y cambiar el sentido de los hechos, de las acciones y de las consignas, “el que se vayan todos…” no es una afirmación revolucionaria, sino más bien una afirmación para que se queden todos, es la búsqueda de un “gobierno burgués honesto”.

Pero cabe preguntarse a qué se refiere el GCI con lo de “proletario”. Para este grupo, el proletariado no se define según el papel que juegan en la producción capitalista, es decir si son los dueños de los medios de producción o si venden su fuerza de trabajo. Para el GCI, proletario es una categoría que abarca tanto a los desocupados (que son parte de la clase obrera) como a los lumpen y demás capas o estratos sociales no explotadores, como puede verse en su publicación Comunismo nº 50.

La posición del GCI, de considerar al lumpen dentro de la categoría proletario, no es más ni menos que un intento de plantear en forma encubierta que se ha constituido un nuevo sujeto social revolucionario así como de dividir a los desocupados de su pertenencia a la clase obrera. Por más que lo niegue, el GCI, tiene en muchos aspectos posiciones similares a las adoptadas por el izquierdismo argentino, como el Partido obrero, cuando crea una subcategoría de obreros, los “ obreros piqueteros”. Y eso se ve cuando el GCI intenta explicar su visión (semianarquista y guerrillerista que nada tiene que ver con el marxismo) sobre ese sujeto proletario y dice acerca de los lumpen que son “los elementos más decididos a contraponerse a la propiedad privada” por ser los elementos más desesperados.

Pero la pregunta a formularse es la siguiente: ¿el lumpenproletariado es una capa social distinta al proletariado? Para el GCI no lo es, más bien es el sector más golpeado del proletariado. Aquí evidentemente el GCI asimila desocu­pados con lúmpenes lo cual es radi­calmente falso. Ello no implica en lo absoluto que la burguesía con la desocupación procura que dichos destacamentos obreros sin trabajo se desmoralicen producto de su aislamiento y que procure asimismo lumpenizarlos para que pierdan su conciencia de clase. Pero de ello a la posición sustentada por el GCI hay una gran diferencia, ya que pensar tan siquiera tangencialmente que el lumpen es el sector más desesperado del proletariado y que dicha desesperación conlleva a “no respetar la propiedad privada”, es falso.

Los lumpenes son alguien plenamente integrado a la actual sociedad capitalista del sálvese quien pueda, de cada uno a la suya, y su “no respeto a la propiedad privada” es la desesperación de esta capa social.

Cabe afirmar que el GCI proclama de forma solapada el fin del proletariado, haciéndose eco de las ideologías y teorías propagandizadas por la burguesía en la década de los 90, al proclamar que dichas capas sociales sin futuro son parte del proletariado, y al negar a la clase obrera su carácter de la única clase social revolucionaria en nuestra época y la única clase que tiene una perspectiva comunista y de destrucción del sistema de explotación que impone el capitalismo.

Es falso el carácter proletario y revolucionario de la revuelta del 2001, es falso que el proletariado haya desafiado a la propiedad privada. Las estructuras asociativas a las que se refiere el GCI son parte integrante del aparato estatal, para dividir y desunir a la clase obrera, ya que los grupos piqueteros cualquiera que fuera su estructura, jamás pensaron ni se plantearon destruir la propiedad privada ni propusieron una perspectiva comunista.

En realidad, el GCI es parte integrante de toda la parafernalia mediática en torno a los piquetes y sus grupos piqueteros, mistificando, dividiendo, y desuniendo a la clase obrera, y negando el carácter revolucionario del proletariado, a través de temas a los que, por mucho que intente darles una apariencia ­marxista, no son más que una deformación de la ideología burguesa.

Además, el GCI lanza un artero ataque contra la CCI, y contra la posición que dicha corriente defendió con relación a los acontecimientos del 2001. Consideramos firmemente que la posición que adoptó la CCI en los sucesos de Argentina fue la única que extrajo correctamente las enseñanzas de dicha revuelta popular, mientras que el BIPR se basó pura y exclusivamente en el fetiche de las “nuevas vanguardias” y de las “masas radicalizadas de las naciones periféricas”.

El GCI (así como la Fracción interna de la CCI) adoptó una posición de carácter pequeño burgués, no proletaria y de neto tinte anarquista.

Nuestro pequeño grupo extrajo de las lecciones de la revuelta interclasista en Argentina, las mismas lecciones que los camaradas de la CCI, sin encandilarse por el impresionismo tercermundista del BIPR, ni por la “acción revolucionaria proletaria” de los lúmpenes tal como lo plantea el GCI.

¡Qué despropósito es asimilar a la rebelión interclasista argentina y las capas que intervinieron en ella con la revolución rusa de 1917!, ¿qué tiene de común denominador las expresiones de Kerensky con los análisis acerca del levantamiento del 2001?. La respuesta es NADA.

La analogía del GCI es evidentemente interesada. Pero ello no se debe a errores o análisis apresurados o a visiones idealistas, todo lo contrario, ello es producto pura y simplemente de su opción ideológica que se aleja de la dialéctica materialista y del materialismo histórico, y abraza posiciones anarquistas, en una mezcla difícil de digerir, o sea, utilizando términos llanos, adoptan la ideología pequeña burguesa de las capas medias desesperadas y sin futuro.

Las posiciones de la FICCI

Capitulo aparte merece debatir las posiciones de la FICCI, este grupo a pesar de sus expresiones de ser la “verdadera CCI”, de ser la “única continuadora del programa revolucionaria de la CCI”, demuestra cabalmente su carácter de seguidista al BIPR, y sus análisis equivocados con respecto a la Argentina, lamentablemente no poseemos en español las posiciones de la FICCI con respecto de la Argentina, pero es indudable que de la lectura de la respuesta que dicho grupo realizó a una nota efectuada en Revolución comunista [publicación del NCI], respecto de Bolivia, da una cabal idea de las posiciones de dicho grupo.

“… La CCI actual, contrariamente al resto de todas las fuerzas comunistas, ha rechazado la realidad de las luchas obreras en Argentina (…) Pensamos que los movimientos en Argentina fueron un movimiento de lucha obrera (…) una visión esquemática puede comprender que el proletariado de los países de la periferia no tenga otra cosa que hacer más que esperar a que el proletariado de los países centrales abra la perspectiva de la revolución. Evidentemente, tal visión tiene implicaciones, consecuencias, en las orientaciones e incluso en la actitud militante hacia la lucha. Ya en los años 70 en la CCI, esta incomprensión incorrecta y vulgar, mecánica, había tendido a expresarse incluso en la prensa. Hoy, pensamos que esta visión vuelve con fuerza en las posiciones de la CCI actual bajo una visión absoluta, y por tanto idealista, de la descomposición, lo que ha conducido a que “nuestra” organización adoptara una posición indiferentista, derrotista, e incluso de denuncia, de las luchas obreras argentinas (ver su prensa de ese tiempo) en 2001-2002”.

Estas dos largas citas de la publicación de la FICCI, demuestra cabalmente los mismos errores cometidos por el BIPR, al cual aquella le hace seguidismo en forma no principista, y del GCI, los puntos de contacto es el de considerar en forma absurda que la revuelta popular en la Argentina fue una lucha obrera. Nada más falso.

Es cierto que la posición de la CCI, y de nuestro pequeño grupo difieren con relación al resto de las corrientes comunistas, especialmente el BIPR, y la misma no se refiere, como mal pretenden la FICCI, a una posición derrotista, todo lo contrario, no nos cansamos en reiterar hasta el hartazgo que es necesario extraer de las luchas todas las lecciones y experiencias a fin de no cometer errores o caer en impresionismo, como parece que estas fuerzas han sufrido con la experiencia piquetero. No implica decir que en Argentina 2001, 19 de diciembre no hubo lucha obrera, ser un desertor de la lucha de clases como expresa la FICCI, esta posición es típica de pequeños burgueses desesperados en busca de ver luchas obreras cuando en realidad no las hay.

Las naciones más industrializadas se hallan en condiciones más favorables para las luchas obreras revolucionarias, ya sea por su número, concentración en comparación con las naciones periféricas. Pero las condiciones para una revolución proletaria, entendida como una ruptura con la clase dominante, serán más favorables en aquellos países donde la burguesía es más fuerte y las fuerzas productivas han alcanzado un alto grado de desarrollo (…)

La FICCI, solamente ha llevado a cabo una política de calumnias e injurias contra la CCI, al igual que el GCI, y dicho accionar los ha llevado a negar lo innegable, a aceptar lo inaceptable, en primer lugar que la lucha en Argentina en el 2001 fue obrera, y a mistificar como órganos de la clase a los movimientos de desocupados, piquetes etc., cuando la práctica concreta de la lucha de clases ha demostrado lo contrario.

Por una perspectiva revolucionaria

Las corrientes piqueteras que en su conjunto manejan alrededor de 200 000 trabajadores desempleados, si bien no son sindicatos en el término exacto de la palabra, tienen aspectos de sindicatos (pago de cuota, adhesión ciega a la corriente que gestionó el plan, o le hace entrega de la bolsa de mercaderías etc., y fundamentalmente su carácter permanente). No importa que sean manejados por partidos izquierdistas o por la CTA en el caso del FTV, es así que de las primitivas luchas de los desocupados allá por 1996-1997 en la Patagonia en donde los desocupados se organizaron a través de comités, asambleas, etc., los partidos izquierdistas han logrado infiltrarse, como órganos del capital y han esterilizado la lucha de los trabajadores ocupados y desocupados.

Pero algún censor puede decir: ¿no pueden estas corrientes por acción de las bases regenerarse?, ¿deben los desocupados abandonar la lucha? La respuesta a estas preguntas es simplemente NO. Las organizaciones piqueteras, sean apéndices de un partido de izquierda, “independientes”, o brazo de una central obrera, como es el caso de la CTA con el FTV que lidera el oficialista D´Elia, son irrecuperables, están en función del capital, son aparatos de la burguesía, con el objetivo de dividir y dispersar las luchas, y esterilizarlas hasta transformar a los desocupados como parte integrante del paisaje urbano, sin perspectiva revolucionaria, y aislados de su clase.

Asimismo, no se plantea que los trabajadores desocupados deban abandonar la lucha, todo lo contrario deben redoblarla, pero es necesario dejar constancia que los trabajadores desempleados jamás podrán lograr sus reivindicaciones o reformas dentro de este sistema, es por ello que los desempleados deben luchar codo a codo con los ocupados contra este sistema, pero para ello es necesario romper con el aislamiento, no solo con respecto a los ocupados sino entre los desocupados entre sí, que hábilmente la burguesía a través de los partidos izquierdistas y corrientes piqueteras han establecido entre las mismas agrupaciones o con agrupaciones distintas, ya que han introducido la división entre los desempleados generando el pensamiento que el vecino o el compañero de barrio desocupado es un potencial adversario y enemigo que puede sacarle el subsidio y los alimentos.

Hay que romper esta trampa, es necesario que los desocupados rompan el aislamiento que el capital les ha impuesto, cohesionándose con el conjunto de la clase, de la cual ellos son parte, pero es necesario producir una gran transformación en la manera de organizarse, no a través de órganos permanentes, sino siguiendo los ejemplos de los trabajadores de la Patagonia en 1997, o del norte de Salta, en donde se dio la unidad entre la clase y los organismos de lucha fueron los comités, las asambleas generales con mandato revocable, aunque posteriormente fueron encuadrados por los partidos izquierdistas.

Pero igualmente, estas experiencias de lucha son válidas, ya que el desocupado debe luchar contra los subsidios miserables que les dan, contra el aumento de las tarifas públicas, etc., que es en cierta manera la misma lucha que llevan a cabo los ocupados por el salario, deben participar como apoyo en las luchas de clases y transformar sus luchas como parte integrante de un lucha general contra el capital.

Las corrientes piqueteras han creado el término “piquetero” para establecer no solo una diferenciación con los ocupados, sino también con los desocupados que no se hallan encuadrados en sus organizaciones. Las corrientes de desempleados al establecer categorías sociales o nuevos sujetos sociales como: obrero piquetero, desocupado piquetero, intentan dividir y excluir a millones de trabajadores ocupados y desocupados, siendo esta situación beneficiosa a la clase dominante: la burguesía.

Los piqueteros, al igual que en un momento dado los zapatistas fueron y son herramientas al servicio del capital, la “moda” de los pasamontañas, los neumáticos ardiendo en el medio de una autopista, es solamente un marketing del capitalismo, para decir a la clase en su conjunto dos cosas: que existen millones de desocupados prestos a ocupar por menores salarios el puesto de trabajo del obrero ocupado, y así paralizar el desarrollo de la lucha de clases, y por otro lado, con los programas levantados por las diversas corrientes piqueteras, planes de $150, más bolsones de comidas, trabajo genuino en las fabricas capitalistas, que no hay salida fuera de este sistema, por más gobierno obrero y popular que proclamen.

Es así la necesidad de los trabajadores desocupados de romper la trampa de la burguesía, y ello se lograra rompiendo las organizaciones piqueteras, abandonándolas, ya que estas al igual que los sindicatos y los partidos de izquierda son parte integrante del capital. Los trabajadores desocupados son eso, y no como lo plantea el izquierdismo piquetero, esta denominación es para aislar y dividir a los trabajadores desempleados del conjunto de la clase obrera, y transformarlos en una casta, tal como surge de las posiciones de la izquierda del capital.

Los trabajadores ocupados y desocupados en su conjunto deben tender a la unidad de la clase, ya que ambos sectores pertenecen a la misma clase social: obrera, y que ninguna solución provendrá en este sistema, ya que el mismo se halla en bancarrota, que solamente la revolución proletaria que destruya este sistema podrá acabar con la miseria, el hambre, la marginación. Esa es la tarea.

Buenos Aires, junio 16 de 2004

Situación nacional: 

  • Argentina [7]

La necesidad de la solidaridad obrera contra la lógica del capitalismo en bancarrota

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¿Cuál es el medio más efectivo de lucha cuando “nuestro” puesto de trabajo o la planta de producción ya no se consideran productivos? ¿El arma de la huelga pierde su efectividad cuando el capitalista intenta cerrar la fábrica a toda costa o cuando la empresa está al borde de la bancarrota?

Estas cuestiones se han planteado de forma muy concreta, no sólo en Opel, Karstadt o en Wolkswagen sino en todos los lugares donde, como resultado de la crisis económica del capitalismo, las fábricas o las empresas se hallan inmersas en un proceso de “salvamento” o simplemente cierran. Esto no ocurre únicamente en Alemania sino también en Estados Unidos o en China. Y no se limita tampoco a la industria, también los hospitales o las administraciones públicas están afectadas.

Necesitamos luchar pero ¿cómo hacerlo?

A mediados de los años 80 tuvieron lugar grandes luchas defensivas contra los despidos masivos. Recordemos las luchas de Krupp Rheinhausen o la minería británica. En aquel periodo, ramas enteras de la industria tales como siderurgia, minería o astilleros fueron cerradas.

Hoy, sin embargo, el desempleo y el cierre de fábricas se han convertido en el pan nuestro de cada día. Esto produce en una primera fase un extendido sentimiento de intimidación. Muchos despidos han sido aceptados sin apenas resistencia. Sin embargo, la lucha de este verano en Daimler Chrysler ha establecido un jalón. Esta vez los obreros no se dejaron intimidar por sus patronos. Las acciones de solidaridad, particularmente de los obreros de Bremen con sus compañeros amenazados de la planta de Sindelfingen-Sttugart, demostraron que los obreros luchan contra los intentos de enfrentarlos unos con otros.

Actualmente, la huelga en Opel y particularmente en Bochum, como primera respuesta al anuncio de despidos masivos, evidencian de nuevo la voluntad de no aceptar pasivamente los despidos.

No obstante, la cuestión de las posibilidades y los objetivos de la lucha bajo tales circunstancias, debe plantearse. Sabemos que tanto la reciente lucha de Daimler Chrysler, como las anteriores de Krupp Rheinenhausen o la minería británica, acabaron en una derrota. También mostraron en numerosas ocasiones –hoy también- que los sindicatos y los Comités de Fábrica, cuando los obreros están dispuestos a resistir, se adaptan y adoptan el lenguaje de la lucha pero proclamando al mismo tiempo que no hay otra alternativa que la de someterse a la lógica del capitalismo. Lo que piden es evitar lo peor dentro de lo malo. Dicen que el objetivo es salvar la empresa y que ello hace necesarios despidos y sacrificios pero estos deben hacerse de la manera más “social” posible. Así tenemos que el acuerdo alcanzado en la cadena de almacenes de Karstadt-Quelle que ha supuesto la eliminación de 5.500 puestos de trabajo, el cierre de 77 establecimientos y tremendos recortes salariales (para ahorrar 760 millones de € hasta 2007) ¡fue presentado como una victoria de los trabajadores por el sindicato de Verdi!

Desde al menos dos siglos, los asalariados y el capital se han enfrentado sobre los salarios y las condiciones de trabajo, es decir, sobre el grado de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sí los explotados no hubieran luchado, generación tras generación, la situación de los trabajadores actuales apenas sería mejor que la del esclavo, exprimidos hasta no disponer ni un gramo de energía o condenados a trabajar hasta la muerte.

Sin embargo, junto a esa cuestión del grado de explotación, que también se planteaba a los esclavos y a los siervos de épocas anteriores, la economía moderna plantea un segundo problema que aparece únicamente cuando la producción mercantil y el trabajo asalariado se convierten en dominantes: ¿qué hacer cuando el dueño de los medios de producción –la empresa- ya no es capaz de sacar provecho a la fuerza de trabajo? A lo largo de la historia del capitalismo este problema ha conducido siempre al problema del desempleo. Sin embargo, en la situación actual, cuando asistimos a una crisis de sobre producción crónica del mercado mundial, cuando la bancarrota del modo capitalista de producción se hace más y más visible, ese problema –el desempleo- se está convirtiendo en una cuestión de vida o muerte para los trabajadores.

La Perspectiva de la clase obrera contra la Perspectiva del Capital

Los empresarios, los políticos, aunque también los sindicatos y los Comités de Fábrica –es decir, todos aquellos que están implicados en la gestión de la fábrica, la compañía o el Estado- consideran a los trabajadores y a los empresarios como partes de una misma empresa, cuyo bienestar es inseparablemente dependiente de los intereses de la empresa, es decir, que “todos van en el mismo barco”. Según ese punto de vista resulta muy dañino que los “miembros de la empresa” se opongan al interés de la empresa que se resume a fin de cuentas en sacar la máxima ganancia. ¿Para que existen las empresas sino para realizar el máximo de ganancias?

Partiendo de esta lógica, el presidente del Comité General de Fábricas de Opel, Klaus Franz, declaró categóricamente desde el principio que «sabemos muy bien que los despidos son inevitables». Esta es la lógica del capitalismo.

Pero ese no es el único punto de vista desde el cual se puede considerar la situación. En vez de abordar el problema como el resultado de la posición competitiva de Opel, de Karlstadt o de Alemania entera, lo abordamos como el problema de la sociedad en su conjunto, aparece otro punto de vista, otra perspectiva. Sí se ve el mundo no tanto a partir de la estrecha mirada que se desprende de una empresa o de una nación, sino desde la óptica de toda la sociedad, de la humanidad entera, las víctimas ya no pertenecen a Karlstadt o a Opel, sino que forman parte de la clase de los trabajadores asalariados, que constituyen las principales víctimas de la crisis capitalista. Visto desde esta perspectiva, aparece mucho más claro que las vendedoras de Karlstadt, los obreros de las líneas de producción de Opel en Bochum, los desempleados de Alemania del Este, los obreros de la construcción traídos de Ucrania que trabajan en negro en condiciones que rozan la esclavitud, todos ellos comparten un mismo interés no con los explotadores sino unos con otros.

El bando del capital sabe muy bien que esta perspectiva diferente existe. Es la perspectiva que más teme. La clase dominante comprende que sí los obreros de Opel o de Wolkswagen ven los problemas desde el punto de vista de Opel o de Wolkswagen podrán resistirse o luchar pero acabarán “entrando en razón”. Sin embargo, cuando los obreros encuentran su propia perspectiva, cuando descubren el interés común que les une, entonces surge una perspectiva de lucha completamente diferente.

Adoptar el punto de vista de la Sociedad

Los representantes del capital siempre intentan convencernos que de que las catástrofes causadas por su sistema económico son el producto de “inadecuaciones” o de “especificidades” de tal o cual empresa o de tal o cual país. Así, alegan que los problemas de Karstadt son el resultado de una mala estrategia de ventas. Opel, por su parte, habría seguido una política equivocada al imitar el ejemplo de competidores como Daimler Chrysler o Toyota que habían desarrollado con éxito nuevos y atractivos modelos Diesel. Se ha dicho también que 10.000 de los 12.000 empleos previstos para eliminar por General Motors tengan lugar en Alemania sería una revancha de la burguesía americana por la política germana sobre Irak.

Estos argumentos son desmentidos por la realidad. Daimler Chrysler chantajeó a los obreros unos meses antes con argumentos similares. Karsdtadt-Quelle es una compañía cien por cien alemana y no ha tenido ningún reparo en echar sus empleados a la calle. El mismo día en que Karsdtadt decidía los despidos -14 de octubre-, Opel anunciaba los suyos, en la cadena de supermercados Spar se planteaba lo mismo y en Dutch Phillips se abría una nueva ronda de despidos para “salvar la empresa”.

Es significativo que el mismo “Jueves Negro”, el 14 de octubre, en el que coincidieron los despidos de Opel y los de Karstadt, toda una turba de políticos, negociadores sindicales, comentaristas de radio y TV, se apresuraran a distinguir entre los dos casos para dar a entender que había existido una “mera coincidencia”.

Podríamos pensar que los problemas de los empleados de ambas compañías son los mismos, que lo dominante es la similitud de sus intereses y de sus preocupaciones. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario. Nada más anunciara el líder sindical de Kardstadt que con los despidos el “futuro” de la empresa quedaba asegurado, los medios de comunicación lanzaron por todas partes el mensaje de que un problema quedaba resuelto y que “el único” quebradero de cabeza sería Opel. Es decir, los trabajadores de Kardstadt podrían dormir tranquilos, los únicos que deberían estar preocupados serían sus compañeros de Opel.

Pero la única diferencia entre las dos situaciones es que en los primeros, Kardstadt-Quelle, ya se ha decidido un terrible plan que incluye despidos, cierres parciales y el chantaje masivo de la fuerza de trabajo que “conserva su empleo”, mientras que en Opel las espadas siguen en alto. Sin embargo, entre las dos empresas los planes prevén realizar recortes en los costes laborales de ¡1,2 miles de millones de €!, lo que significará un importante recorte de los medios de existencia de muchos miles de trabajadores. ¡Y esto salvará las ganancias de las empresas pero no los puestos de trabajo!

No tiene ningún fundamento la afirmación repetida hasta la náusea según la cual la situación de los trabajadores de Kardstadt es completamente diferente de la de los Opel. Los trabajadores de Kardstadt-Quelle no han conseguido ninguna garantía. El sindicato Verdi habla de “salvación de empleos” y de “éxito de los trabajadores” porque el convenio colectivo se habría mantenido. Esto es vender una derrota amarga como una victoria radiante. ¿Qué valor pueden tener las “garantías de conservación del empleo” y el “mantenimiento del convenio” cuando las compañías están empeñadas en una guerra a muerte con sus competidores lo que les mueve a dejar de lado 6 meses o un año después las solemnes promesas de la víspera? En realidad, las víctimas de la “salvación” de Kardstadt son las mismas que las sacrificadas en Volkswagen, en Daimler Chrysler o en Siemens, en el sector público, o a las que se pretende inmolar en Opel…

Las negociaciones de Kardstadt se concluyeron a toda prisa para evitar que coincidieran con el inicio del “expediente Opel”. Hasta ahora existía una regla tácita entre los burgueses: no hacer coincidir ataques simultáneos a varios sectores importantes de la clase obrera con el objetivo de no despertar ni animar sentimientos de solidaridad mutua. La agudización de la crisis del capitalismo limita cada vez más la posibilidad de ese escalonamiento. Bajo tales circunstancias lo que ha hecho la burguesía ha sido precipitar un “acuerdo positivo” en Kardstadt el mismo día que llegaban las malas noticias procedentes de Detroit.

Los medios de la solidaridad en la lucha

Los despidos masivos y las amenazas de bancarrota no ha superflua el arma obrera de la huelga. Los paros que estallaron en Mercedes y ahora en Opel son una señal importante, un llamamiento a la lucha.

Sin embargo, es verdad que en tales situaciones el arma de la huelga como medio de intimidar al enemigo ha perdido mucha de su efectividad. Por ejemplo, los obreros desempleados no cuentan con esa arma de combate. Igualmente, cuando el objetivo de los empresarios es cerrar, la huelga pierde buena parte de su capacidad de amenaza.

Eso significa que ante el nivel actual de los ataques del Capital lo que necesitamos es la huelga de masas de todos los obreros. Sólo una acción defensiva de estas características podría empezar a proporcionar una confianza en si misma que le permitiera hacer frente a la arrogancia cada vez más prepotente de la clase dominante. Además, el desarrollo de tales movilizaciones masivas permitiría cambiar el clima social promoviendo el reconocimiento de algo elemental pero que hoy pretenden enterrarlo: la satisfacción de las necesidades humanas debe ser la guía de la sociedad.

Esta idea tan elemental significa poner en cuestión el capitalismo cuyo principio fundamental de funcionamiento no es satisfacer las necesidades humanas sino obtener la máxima ganancia. Esta puesta en cuestión es la que desarrollaría una creciente determinación de los obreros con empleo y los obreros desempleados para defender sus intereses.

Desde luego, tales acciones masivas, comunes y solidarias, no son todavía posibles. Pero esto no quiere decir que no podamos luchar y obtener algo ya desde ahora. Pero para ello es necesario comprender que la huelga no es la única arma de la lucha de clases. Todo aquello, ya hoy, que promueva el reconocimiento de los intereses comunes de todos los trabajadores, que revitalice las tradiciones de la solidaridad obrera, preocupa a la clase dominante, la hace menos segura en su arrogancia, le obliga a realizar al menos concesiones temporales.

En 1987, los obreros de Krupp Rheinenhausen, amenazados de cierre y despido masivo, decidieron realizar asambleas masivas abiertas a toda la población, invitaron a obreros de las demás fábricas y a los desempleados. Se popularizó el eslogan “Todos somos obreros de Krupp”. Hoy, sería aún más inaceptable para la burguesía el que los obreros de Kardstadt, Opel, Spar o Siemens, se reunieran juntos para discutir de su situación común. En 1980, durante la huelga de masas en Polonia, era frecuente que los obreros de una ciudad realizaran marchas de distintos puntos que convergían en la fábrica más grande donde se realizaba una gran asamblea y se decidían reivindicaciones comunes.

La lucha de Mercedes antes del verano expresó algo que en Opel o Kardstadt se ha vuelto a repetir: existe un sentimiento creciente de solidaridad entre la población obrera hacia aquellos de sus hermanos sometidos a ataque. En tales circunstancias, las manifestaciones callejeras que recorren una ciudad llamando a trabajadores de otras empresas y tratando de ganar a los desempleados pueden convertirse en el medio para desarrollar una solidaridad común.

La lucha de Mercedes empezó a demostrar también que frente a los despidos masivos los obreros no pueden tolerar que les dividan y enfrenten entre si. En dicha lucha, los capitalistas se dieron cuenta que no podían enfrentar de forma grosera a los obreros de las factorías de Stuttgart y Bremen. El Comité General de Opel anunció que frente a los despidos propuestos la prioridad era mantener la unidad de todas las plantas de General Motors en Alemania. ¿Pero qué quiere decir que los social-demócratas y los sindicalistas hablen de solidaridad? Dado que dichas instituciones forman parte de la sociedad capitalista su concepto de “unidad” no significa lo mismo que los obreros aspiran. Para ellos “unidad” quiere decir que las diferentes plantas se pongan de acuerdo en los precios manteniendo eso sí la competencia entre ellas. El presidente del Comité General de Opel declaró que iba a reunirse con sus colegas suecos de la Saab para discutir qué oferta haría cada cual para llevarse los nuevos modelos previstos por General Motors. ¡Esta es su “unidad”! Los Comités de Fábrica, como los sindicatos, forman parte del capitalismo y de la competencia mortal que hay en su seno.

La lucha común de los trabajadores solo puede ser llevada a cabo por los trabajadores mismos.

La necesidad de poner en cuestión políticamente el capitalismo

Frente a la profundización de la crisis del capitalismo actual, los trabajadores tienen que superar el asco y la desconfianza reinantes hacia las cuestiones políticas. Evidentemente, no hablamos de la política burguesa que solo merece rechazo, sino de la necesidad de abordar los problemas generales de la sociedad y por tanto del problema del poder.

Los despidos masivos actuales nos plantean la realidad de esta sociedad: en ella no somos “trabajadores de Opel” o “trabajadores públicos”, sino que somos un objeto de explotación, un coste de producción, que puede ser despiadadamente apartados por las necesidades del Capital. Estos ataques muestran a las claras que los medios de producción no pertenecen a la sociedad entera ni se ponen a su servicio sino que constituyen la propiedad de una estrecha minoría. Sobre todo, los medios de producción están sometidos a las leyes, cada vez más ciegas y destructivas, del mercado y la competencia. Estas leyes no escritas hunden a partes cada vez más grandes de la humanidad en la pauperización y en una creciente inseguridad. Estas leyes socavan las más elementales reglas de la solidaridad humana, sin las cuales la sociedad acaba siendo imposible. Los obreros, que producen la mayoría de bienes y servicios de esta sociedad, empiezan a comprender lentamente que este orden social es cada vez más inhumano.

Las crisis de Karstadt o de Opel no son el producto de una mala gestión sino la expresión de una crisis crónica, de hace muchos años, que se agrava década tras década. Esta crisis lleva al hundimiento de la capacidad de compra de la población obrera lo que provoca el deterioro de la industria de consumo, de la producción automovilística etc., lo que a su vez acentúa la competencia entre capitalistas obligándoles a nuevos despidos, a nuevos recortes, que provoca nuevas caídas en la capacidad de compra…

Dentro del capitalismo es imposible salir de semejante círculo vicioso.

Corriente Comunista Internacional 15.10.04

Geografía: 

  • Alemania [8]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [9]

La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico (II): Battaglia abandona la noción de decadencia

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En la Revista internacional nº 118 rememoramos ampliamente cómo Marx y Engels definieron las nociones de ascendencia y decadencia de un modo de producción ayudándonos de numerosos pasajes extraídos de sus principales escritos. Vimos, al analizar la sucesión de los distintos modos de producción, que la teoría de la decadencia está en la esencia misma del materialismo histórico. En un próximo número mostraremos cómo esta noción vuelve a aparecer en el núcleo de los programas políticos de la IIª y IIIª Internacionales, en los de las Izquierdas marxistas que se desgajaron de ellas y en los de los grupos actuales que se reivindican de la Izquierda comunista.

Al iniciar la publicación de esta nueva serie de artículos (1) titulada “La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico” nos propusimos responder a ciertas dudas, desde luego legítimas, que fueron planteadas sobre la cuestión pero, sobre todo, para salir al paso de las confusiones que se han difundido a propósito de ella por quienes, sucumbiendo a la presión de la ideología burguesa, abandonan estas adquisiciones básicas del marxismo. El artículo publicado por Battaglia comunista, púdicamente titulado “Por una definición del concepto de decadencia” (2) es un ejemplo significativo. Hemos criticado ocasionalmente algunas de las ideas que aparecen en él (3). No obstante, la publicidad que se le ha dado traduciéndolo a tres idiomas, utilizándolo para a abrir una discusión sobre la decadencia en el seno del BIPR y la introducción que ha hecho la CWO (4) en su revista (5), nos ha llevado a referirnos otra vez al tema para responder lo más ampliamente posible.

 Según Battaglia hay una doble  razón que hace necesario “definir la noción de decadencia”.

  • de una parte, desenmascarar las ambigüedades que contiene la aceptación actual de la noción de decadencia del capitalismo, y de ellas la que tiene del concepto “una visión fatalista y de espera a que muera el capitalismo”.
  • de otra, dejar establecido que, mientras el proletariado no haya derrocado el capitalismo “el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones, sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción”. Por lo que no tiene “ningún sentido hablar de decadencia cuando nos referimos a la capacidad para mantenerse vivo de un sistema de producción” (International Communist nº 21).

La CCI rechaza la idea de que en el marxismo exista una ambigüedad que conduciría a una visión fatalista de la muerte del capitalismo; visión que llevaría a hacer pensar que este sistema, acorralado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría él mismo de la escena histórica. En contra de esa visión, para el marxismo, la ausencia de una “transformación revolucionaria de toda la sociedad” acabaría en “la ruina de las diversas clases en lucha” (Manifiesto comunista), es decir con la desaparición de la sociedad misma. Como lo hemos demostrado, tal ambigüedad no existe más que en la mente de Battaglia . Hay que tomar nota de que, sin quererlo, Battaglia se ha convertido en vocero de los temas de la burguesía en los que se pretende que la visión ­marxista es “fatalista” y en los que se ensalza “la voluntad de los hombres” como motor de la historia. Por su parte, Battaglia dice que no pone en entredicho; sino que al contrario, es en nombre del marxismo (su ­“marxismo”, en realidad) como acomete la refutación de un concepto que realmente está en el núcleo mismo del marxismo y que ellos consideran “fatalista”, como lo veíamos en el artículo anterior de esta serie (Revista internacional nº 118). No es la primera vez, ni la última que un marxismo ficticio contribuye a “refutar” el marxismo real.

En cuanto a la segunda razón invocada por Battaglia para definir la noción de decadencia, esta se sitúa justamente en el extremo opuesto del marxismo, pues para éste, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil… más obligado está a sobrevivir”, acaba transformado en “un sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas” (Marx: El Capital y otros textos).

Veamos cómo su error de método conduce a Battaglia a las peores banalidades: “Incluso en su fase progresista (…) hubo puntualmente crisis y guerras, así como también ataques contra las condiciones de la fuerza de trabajo”. Este error la lleva a asumir otra vez por cuenta propia los tópicos de la burguesía, la cual, con el argumento de que siempre ha habido guerras y miseria, banaliza la especificidad del cúmulo de atrocidades que recorrieron el siglo XX que fue, sin duda, el más bárbaro que la humanidad haya conocido jamás. Y ya puestos a ello, Battaglia acaba rechazando las manifestaciones esenciales de la decadencia del capitalismo.

Seguiremos con la crítica de la visión de Battaglia en la continuación de este artículo (que saldrá en el próximo número de esta Revista internacional), particularmente de su idea de que no habría dos fases fundamentales en la evolución del modo de producción capitalista sino periodos sucesivos de ascenso y de decadencia que seguirían a las grandes fases de evolución de la cuota de ganancia.

Mostraremos que ese camino les lleva a otorgar a las guerras del periodo de la decadencia, que son verdaderas expresiones de la crisis mortal de este sistema cuya proliferación e intensificación suponen amenazas crecientes para la supervivencia de la humanidad, una función de “regulación de las relaciones entre sectores del capital internacional”.

El error de comprensión de la realidad que comete Battaglia es un factor importante de subestimación de la gravedad de la situación. La coloca fuera de juego de la situación con lo que compromete su capacidad de entender el mundo que debe analizar para intervenir en la clase obrera y debilita el impacto de esta intervención por el empleo de argumentos insustanciales y poco convincentes.

¿Desarrollaron Marx y Engels una visión fatalista de la decadencia?

Battaglia comienza su artículo pretendiendo que el concepto de decadencia contiene ambigüedades y que la primera de ellas consistiría en una visión fatalista y de espera de la muerte del capitalismo:

“La ambigüedad reside –nos cuenta– en el hecho de que la idea de decadencia o declive progresivo del modo de producción capitalista deriva de la creencia en una autodestrucción ineluctable ligada a la propia naturaleza del capitalismo (…) de la ilusión de que la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista sería un evento históricamente fechado, económicamente ineludible y socialmente predeterminado. Nacido infantil e idealista, este enfoque acaba teniendo repercusiones negativas en el plano de lo político generando la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con sentarse en la orilla a esperar o, en el mejor de los casos, a intervenir en una situación de crisis ya que los elementos subjetivos de la lucha de clases son percibidos como el último empujón de ese proceso irreversible. Nada más falso”.

Nosotros, la CCI, afirmamos, de entrada, que esa ambigüedad está únicamente en la cabeza de Battaglia y que no hay ningún fatalismo ni en Marx ni en Engels, primeros en utilizar y desarrollar ampliamente esta noción de decadencia. Para los fundadores del marxismo la sucesión de modos de producción no obedece a ningún mecanismo ineluctable y autónomo, es la lucha de clases lo que constituye el motor de la historia y lo que zanja las contradicciones socio-económicas. Y parafraseando a Marx podemos decir que aunque se muevan en condiciones predeterminadas son los hombres quienes hacen la historia: “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, en unas condiciones libremente elegidas; estos se las encuentran ahí, ya establecidas, dadas, heredadas del pasado” (Marx: “El 18 de brumario de Luis Napoleón Bonaparte”) o, como dice R. Luxemburgo,

“El socialismo científico nos ha enseñado a comprender las leyes objetivas del desarrollo histórico. Los hombres no hacen la historia libremente. Pero la hacen ellos mismos. El proletariado depende para actuar de su grado de madurez que depende ciertamente del desarrollo social de la época, pero la evolución social no tiene lugar independientemente de él. Él es su impulso y su causa, su producto y su resultado. Su propia acción forma parte de la historia pues contribuye a determinarla. Y si bien no podemos desgajarnos de la evolución histórica, de la misma manera que el hombre no puede librarse de su sombra, sí que podemos, no obstante, acelerarla o retrasarla” (R. Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia (Folleto de Junius)).

Una vieja clase dominante no abdica jamás de su poder. Lo defenderá hasta el final con la las armas y la represión. La noción de decadencia no contiene pues ninguna ambigüedad que pueda asimilarse a la idea de un “proceso de autodestrucción ineluctable”. Cualquiera que sea el estado de disolución de un modo de producción, tanto en el plano político como en el social o en el económico, si las nuevas fuerzas sociales no han tenido ocasión de emerger en las entrañas de la vieja sociedad y si no han tenido ocasión de desarrollar la fuerza suficiente para derrocar a la vieja clase dominante, ni morirá la vieja sociedad ni podrá ser establecida la nueva. El poder de la clase dominante y el apego de ésta a sus privilegios son potentes factores de conservación de una forma social. La decadencia de un modo de producción crea la posibilidad y la necesidad de su derribo pero de ninguna manera la eclosión automática de la nueva sociedad.

No hay ninguna “ambigüedad fatalista y de espera” en el análisis marxista de la sucesión de los modos de producción, contrariamente a lo que da a entender Battaglia. Marx precisa incluso que, cuando la lucha de clases no logra emerger y el resultado no se resuelve a favor de una nueva clase portadora de nuevas relaciones sociales de producción, el periodo de decadencia de un modo de producción puede acabar metido en una fase de descomposición generalizada. Esta posible indeterminación histórica fue definida desde el inicio del Manifiesto comunista por Marx, quien después de haber afirmado que “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” continuaba con una disyuntiva (una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes) que ilustra la alternativa posible de llevar, o no, hasta el final las contradicciones de clase.

“Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, etc., en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí; librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes” (Marx, Manifiesto comunista).

Numerosos ejemplos en la historia de las civilizaciones certifican tales periodos de bloqueo de la relación de fuerzas entre las clases que condenan a esas sociedades a conocer “la destrucción de las clases beligerantes” y en consecuencia a vegetar, a hundirse o incluso a volver a estadios anteriores de su desarrollo.

Es totalmente ridícula la condena por Battaglia de los conceptos descomposición y decadencia. Los anatemiza como “ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (Internationalist Communist nº 21). Desde luego, los militantes de esta organización harían mejor releyendo a sus clásicos, comenzando por El Manifiesto comunista y El Capital, donde estas dos nociones están abundantemente presentes. (Revista Internacional nº 118). Otra cuestión son las incomprensiones o las desviaciones oportunistas que ciertos elementos o grupos hayan podido desarrollar en torno a la noción de decadencia. Con toda seguridad podemos decir que la visión fatalista-de espera es una de esas. Pero el método que estriba en desacreditar la noción de decadencia atribuyéndole los errores que unos y otros hayan podido cometer en su nombre sigue los pasos del que desacredita, como lo hacen los anarquistas, la noción de partido o de dictadura del proletariado a partir del rechazo del estalinismo. Otra cuestión semejante es la impaciencia o el optimismo del que buen número de conocidos revolucionarios dieron prueba, incluido el propio Marx. ¡Cuántas veces fue certificada la muerte del capitalismo en los textos del movimiento obrero! Es notorio el caso de la Internacional comunista y sus partidos afiliados, del que no estuvo exento, les guste o no a los bordiguistas, el Partido comunista de Italia: “La crisis del capitalismo sigue abierta y se agravará hasta su final” (Tesis de Lyón, 1926) (6). Este pecadillo, de alguna manera comprensible, pero del que conviene precaverse al máximo, no se vuelve peligroso mientras los revolucionarios sean capaces de reconocer su error en el momento en que se invierte la correlación de fuerzas entre las clases.

Una concepción del materialismo histórico en el extremo opuesto al marxismo

En su combate contra el “fatalismo”, ­pretendidamente intrínseco a la noción marxista de decadencia, Battaglia nos desvela su propia visión del materialismo histórico. Veamos:

“el carácter contradictorio del modo capitalista de producción –escriben–, las crisis económicas que se derivan de ello, la renovación del proceso de acumulación que queda momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes, no muestran automáticamente la desaparición de este sistema. O bien interviene el factor subjetivo, del cual la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis la premisa económica determinante, o bien el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción”.

Para Battaglia mientras la lucha de clases no haya derrocado el capitalismo, este seguirá “recibiendo nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes” y de esta manera “el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”. Battaglia se sitúa aquí a 180° de la visión desarrollada por Marx de la decadencia de un modo de producción y de la decadencia del capitalismo en particular: “más allá de un cierto punto del desarrollo de las fuerzas productivas estas se convierten en una difícil traba para el capital; en otros términos, el sistema capitalista se convierte en un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo” (Marx: Principios de una crítica de la economía política). En 1881, en el segundo borrador de una carta a Vera Zasulich, Marx considera que “El sistema capitalista está superando su apogeo en Occidente, acercándose al momento en que no será sino un sistema social regresivo” y en El Capital, nos dirá que el capitalismo “…entra en su periodo senil y que cada vez más esta forzado simplemente a sobrevivir”. Los términos utilizados por Marx al tratar de la decadencia del capitalismo no son en absoluto ambiguos: “periodo de senilidad”, “sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas”, etc.; hasta tal punto que Marx y Battaglia utilizan ambos los mismos términos pero justo ¡para decir exactamente lo contrario el uno de la otra a propósito de la decadencia! Así, para Marx, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil…cada vez más va simplemente sobreviviendo”; mientras que para Battaglia la “decadencia… no tiene ningún sentido cuando se trata de la capacidad de sobrevivir del modo de producción” (International Communist nº 21).

Esas citas sobre la definición marxista de la decadencia le servirán al lector para juzgar por sí mismo la diferencia entre la visión materialista e histórica de la decadencia del capitalismo desarrollada por Marx y la visión propia de Battaglia quien, ciertamente, reconoce que el capitalismo conoce crisis y contradicciones crecientes (7) pero que en cada una de ellas, como si de un eterno volver a empezar se tratase (salvo si interviene la lucha de clases), “retomará nuevas fuerzas” y “se reproducirá, reeditando a un nivel superior todas sus contradiccio­nes”. Es cierto que Battaglia tiene algunas excusas para justificarse, pues ignoraba que Marx había hablado de decadencia en El Capital: “Hasta el punto de que la propia palabra de decadencia no aparece nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen El Capital” (International Communist nº 21); y que estaba convencida de que Marx solo en un lugar de toda su obra evocó la noción de decadencia: “Marx se limitó a dar del capitalismo una definición progresista exclusivamente para la fase histórica en la que éste ha eliminado el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso periodo de desarrollo de las fuerzas productivas que estaban inhibidas por la forma económica precedente, pero no avanzó más en una definición de la decadencia salvo puntualmente en la famosa Introducción a la Crítica de la economía política”. Por eso pensamos que en lugar de continuar vertiendo anatemas de excomunión a propósito de las nociones de “decadencia” y de “descomposición”, según ella ajenas al marxismo, sería mejor que Battaglia recapacitara sobre lo que Marx le dijo a Weitling: “La ignorancia no sirve de argumento” y después, volver a leer sus clásicos y en particular al que ellos mismos consideran su Biblia, o sea, El Capital (8) (para las numerosas citas de Marx sobre el concepto de decadencia remitimos al lector a nuestro artículo en la Revista internacional nº 118).

La reducción del método marxista al estudio de ciertos mecanismos económicos

El proceso de decadencia definido por Marx va más allá de una simple “explicación económica coherente”; constituye, sobre todo, el reconocimiento de que las relaciones sociales de producción (asalariado, servidumbre, esclavitud, etc.,) que están en la base de los diferentes modos de producción (capitalismo, feudalismo, esclavismo, etc.) han quedado históricamente caducas. Por tanto, podemos decir que el paso a un periodo de decadencia significa que el fundamento mismo de un determinado modo de producción ha entrado en crisis. El secreto, el fundamento oculto de un modo de producción es “esa forma económica específica en la que el trabajo excedente no pagado es arrebatado a los productores directos” (Marx: El Capital, Libro III). Esta es la base de toda forma de comunidad económica”, es ahí “donde hay que investigar el secreto más profundo, el fundamento oculto de todo el edificio social”. Marx no puede ser más explícito: “Las diferentes formas económicas que adopta la sociedad, el esclavismo, el salariado por ejemplo, solo se distinguen por el modo con el que se impone y es arrebatado ese sobretrabajo al productor inmediato, al obrero” (Marx: El Capital, Libro I). Las relaciones sociales de producción encubren desde luego algo más que simples “mecanismos económicos”; son sobre todo relaciones sociales entre clases ya que materializan las diferentes formas históricas tomadas por la extorsión del sobretrabajo (el asalariado, la esclavitud, la servidumbre, etc.) a lo largo de los diferentes sistemas de explotación. Por consiguiente, lo que indica la entrada en decadencia de un modo de producción es que son esas relaciones específicas entre clases las que entran en crisis, las que están históricamente inadaptadas. Estamos en el núcleo mismo del materialismo histórico, en un mundo que Battaglia, obnubilada por su obsesión por una “explicación económica coherente”, desconoce totalmente.

Oigamos a Battaglia:

“La teoría evolucionista según la cual el capitalismo se caracterizaría por una fase progresista y otra decadente, no tiene ningún valor si no está respaldada por una explicación económica coherente (…) La investigación sobre la decadencia o bien nos lleva a identificar los mecanismos que gobiernan la ralentización del proceso de valorización del capital, con todas las consecuencias que esto tiene, o bien a resistir en una falsa perspectiva, infantilmente profética… (…) Pero la enumeración de fenómenos económicos y sociales una vez identificados y descritos no puede ser considerada por sí misma como la demostración de la fase de decadencia del capitalismo. Esos fenómenos son los efectos, pero la causa que los impone reside en la ley de la crisis de las ganancias”...

... queriéndonos dar a entender, por un lado, que hoy no habría ninguna explicación económica coherente de la decadencia y decretando, por otro, que los fenómenos clásicamente identificados para caracterizar la decadencia de un modo de producción no serían adecuados (cf. infra, subrayado nuestro).

Antes de hacer referencia a una explicación económica particular, la decadencia muestra que las relaciones sociales de producción han llegado a ser demasiado estrechas para seguir impulsando el desarrollo de las fuerzas productivas y que esta colisión entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas afecta al conjunto de la sociedad, en todos sus aspectos. En efecto, el análisis marxista de la decadencia no se refiere a un nivel económico cuantitativo cualquiera, determinado fuera de los mecanismos socio-políticos. Se refiere al contrario al nivel cualitativo de la relación que liga las relaciones de producción mismas al desarrollo de las fuerzas productivas: “A un cierto nivel de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales permanecieron hasta ese momento mudas… Es entonces cuado comienza una era de revolución social”. Es la aparición de esta “colisión” de forma definitiva, irremediable, y no un bloqueo del desarrollo de las fuerzas productivas lo que abre la época de decadencia de la vieja sociedad. Marx precisa bien el criterio: “Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se han transformado hoy en pesados obstáculos”. La frase de Marx, si uno quiere ser riguroso, debe ser pues comprendida en el sentido de que nunca una sociedad expira antes de que el desarrollo de las fuerzas productivas no haya comenzado a ser frenado por las relaciones de producción existentes. La decadencia se define como un conjunto de desajustes, con efectos acumulativos, que se agravan a partir del momento en que el sistema ha agotado lo esencial de sus posibilidades de desarrollo. En la visión marxista, el periodo de decadencia de una sociedad no es sinónimo de parada total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas; sino que se caracteriza por perturbaciones tanto cualitativas como cuantitativas inducidas por aquella colisión, a menudo permanente, entre las relaciones de producción que se han quedado caducas y el desarrollo de las fuerzas productivas que luchan por avanzar.

Mal que le pese a Battaglia, aunque Marx intentará repetidas veces determinar los criterios y el momento de la entrada en decadencia del capitalismo, no avanzará ninguna explicación económica precisa, todo lo más algún que otro criterio general en coherencia con su análisis de las crisis. Procederá, sobre todo, por comparaciones y analogías históricas (véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional). Marx no necesitó las estadísticas de la contabilidad nacional o las reconstituciones ­económicas de la cuota de ganancia utilizadas por Battaglia (9) para pronunciarse sobre el estado de madurez o de caducidad del capitalismo. Y lo mismo se puede decir respecto a los otros modos de producción, Marx y Engels no entraron muy a fondo en el análisis de los mecanismos económicos precisos de esos sistemas para explicar su entrada en decadencia. Lo que sí identificaron fueron los hitos históricos cruciales en su seno a partir de criterios cualitativos inequívocos: la aparición de un proceso global de frenado en el desarrollo de sus fuerzas productivas, un desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre ésta y las clases explotadas, una hipertrofia del aparato del Estado, la aparición de una nueva clase revolucionaria portadora de nuevas relaciones sociales de producción impulsoras de un periodo de transición anunciador de revoluciones sociales, etc. (10).

Ese mismo será el método que habría de seguir la Internacional comunista: no esperar a que cuadrasen todos los componentes de una “explicación económica coherente” para identificar la apertura del periodo de decadencia del capitalismo que se abrió con el estallido de la Primera Guerra mundial (11). Aquélla supo percibir en ésta y en el surgimiento de una serie de criterios cualitativos en todos los planos (económico, social, político), que el capitalismo había acabado su misión histórica. Y si bien el conjunto del movimiento comunista se puso de acuerdo sobre este diagnóstico general, existieron, no obstante, grandes divergencias en cuanto a su explicación económica y a sus consecuencias políticas. Las explicaciones económicas oscilaban entre las avanzadas por Rosa Luxemburgo, acerca de la saturación mundial de los mercados (12), y las de Lenin, que se apoyaban en su análisis desarrollado en El imperialismo fase superior del capitalismo (13). Sin embargo, todos, Lenin el primero, estaban profundamente convencidos de que “la época de la burguesía progresista” había caducado y de que se había entrado en la “época de la burguesía reaccionaria” (14). La heterogeneidad en el análisis de las causas económicas fue tal que Lenin, aunque profundamente convencido de la entrada en decadencia del modo de producción capitalista, defendió la idea de que “En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes” (15), mientras que Trotsky, sobre las mismas bases teóricas que Lenin, llegará poco después a la conclusión de la existencia de un colapso en el desarrollo de las fuerzas productivas; y la Izquierda italiana, por su parte, a considerar que “La guerra de 1914-18 ha marcado el punto final de la fase de expansión del régimen capitalista (…) En la última fase del capitalismo, la de su declive, lo fundamental es que la lucha de clases rige la evolución histórica…” (“Manifiesto” del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista, Octobre, nº 3).

Aparentemente, puede parecer poco lógico identificar la decadencia de un modo de producción a partir de sus manifestaciones y no a partir del estudio de esos substratos económicos que prefiere Battaglia, ya que las primeras son “en última instancia” el producto de estos últimos. Sin embargo es en este orden como los revolucionarios del pasa­do, incluidos Marx y Engels, han procedido en su investigación; no porque en general sean más fáciles de reconocer las manifestaciones superestructurales de una fase de decadencia, sino porque históricamente sus primeras expresiones estallan en ese ámbito. Antes que como fenómeno cuantitativo que se manifiesta, en el plano económico, como un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, la decadencia del capitalismo se mostraba, sobre todo, como un fenómeno cualitativo que se traducía, en los planos social, político e ideológico de la sociedad, por la exacerbación de los an­ta­gonismos en el seno de la clase dominante que desembocaron en el primer conflicto mundial; por la toma en sus manos por parte del Estado de la economía para las necesidades de guerra; por la traición de la socialdemocracia y el paso de los sindicatos al campo del capital; por la irrupción de un proletariado desde entonces capaz de derrocar la domi­nación de la burguesía y por la puesta en marcha de las primeras medidas de control social de la clase obrera. Todas estas características les sirvieron a los revolucionarios de principios del siglo XX para identificar el inicio de la decadencia (16). Es más, Marx no esperó a tener escritas “las explicaciones económicas coherentes” de El Capital antes de pronunciar su sentencia, sobre el carácter históricamente caduco del capitalismo, en El Manifiesto comunista (y eso que en 1848, el capitalismo distaba mucho de mostrar todas sus potencialidades):

“Las fuerzas productivas de las que dispone no sirven ya para fomentar el régimen de propiedad burgués. Al contrario, han llegado a ser tan poderosas para las instituciones burguesas que no hacen sino obstaculizarlas (…). Las relaciones sociales burguesas se han quedado demasiado estrechas para integrar la riqueza que han creado. (…) La sociedad no puede seguir viviendo bajo el dominio de la burguesía, es decir, que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles.”

Para definir la decadencia de un modo de producción, Battaglia se niega obstinadamente a aceptar el método utilizado por todos nuestros ilustres predecesores, comenzando por los propios Marx y Engels. Queriendo ser más marxista que Marx, Battaglia pregona su materialismo repitiendo sin descanso que es absolutamente necesario definir económicamente la decadencia so pena de descalificación total de este concepto. Con esto, Battaglia no demuestra otra cosa que su lerdo materialismo vulgar. Como explicaba Engels en una carta del 21 de setiembre de 1890 a J. Block:

“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado otra cosa. Si alguien [como el BIPR–ndr] lo tergiversa, diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones, que después de ganada una batalla, impone la clase triunfante, etc., las formas jurídicas e incluso, los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un ­sistema de dogmas –ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (…). De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado. (…) El que los jóvenes hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que haber ­subrayado este principio cardinal que negaban sistemáticamente, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ­ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. (…) Desgraciadamente ocurre con harta frecuencia [el BIPR –ndr] que se cree haber entendido totalmente, que se puede manejar sin más una nueva ­teoría, por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre con exactitud, sus tesis fundamentales.”

Ya sea para definir la decadencia, explicar las causas de las guerras, analizar la relación de fuerzas entre las clases o para comprender los procesos de mundialización del capital, el materialismo vulgar ha sido siempre la marca de fábrica de Battaglia (17). Cuando de pasada Battaglia deja caer que sería necesaria una “explicación económica coherente” de la decadencia del capitalismo, no debe darse cuenta que está injuriando a las generaciones de revolucionarios que ya propusieron una: Rosa Luxemburg, La Fracción italiana (18), la CCI o la CWO misma, en su primer folleto titulado: Los fundamentos económicos de la decadencia.

Lo propio del método marxista es partir de las adquisiciones precedentes del movimiento obrero para profundizar en ellas, criticarlas o proponer otras. Pero el método marxista no es el punto fuerte de Battaglia, la cual, creyendo que el mundo y la coherencia revolucionaría han nacido con ella, prefiere reinventar la pólvora: “el objetivo de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha logrado alcanzar el punto máximo del desarrollo de las fuerzas productivas y si es así cuándo, en qué medida y sobre todo por qué”.

Battaglia comunista rechaza las manifestaciones más importantes de la decadencia

Tras haber lanzado sus sospechas sobre el concepto de decadencia (con el pretexto del “fatalismo”), tras haber afirmado perentoriamente que no existe una definición económica coherente de la decadencia y que, sin esta última, este concepto queda vacío de contenido o valor, al rechazar el método marxista para así redefinirla, Battaglia rechaza sus manifestaciones más esenciales:

“Así, no es suficiente referirse al hecho de que, en la fase de decadencia, las crisis económicas y las guerras, así como los ataques contra la fuerza de trabajo, se produzcan a un ritmo acelerado y devastador. Incluso en su fase progresista (...) las crisis y las guerras se manifestaron puntualmente tanto como los ataques a las condiciones de la fuerza de trabajo. Podemos citar el ejemplo de las guerras entre las grandes potencias coloniales a mitad del siglo XVIII, a lo largo del siglo XIX hasta llegar a la Primera Guerra mundial. Podríamos continuar con la enumeración de los ataques sociales, incluso militares, las revueltas y las insurrecciones de la clase que se desarrollaron en esos mismos períodos. Invocar las crisis y las guerras para hablar de la decadencia no se mantiene ya que siempre han existido...”.

Con increíble desprecio a la realidad, a la historia y al marxismo, Battaglia con una simple afirmación no demostrada, se permite el lujo de tirar por la ventana todas las adquisiciones teóricas de las organizaciones de la historia del movimiento obrero. ¿Qué nos dice Battaglia?: que las crisis, las guerras y las luchas sociales siempre han existido –algo que obviamente es una evidencia– pero, de esta evidencia extrae la conclusión de que no podríamos señalar ninguna ruptura cualitativa en la historia del capitalismo, lo que es en nuestra opinión el colmo de la miopía política.

Negando toda ruptura cualitativa en el desarrollo de un modo de producción, Battaglia rechaza el análisis de Marx y Engels según el cual cada modo de producción conoce dos fases cualitativamente diferentes a lo largo de su existencia. Para quien sabe leer, Marx y Engels emplearon términos que sin ningún tipo de ambigüedad demuestran que consideraban dos periodos históricos distintos en el seno de un modo de producción (ver Revista internacional nº 118):

“... Cuando una forma histórica ha alcanzado un determinado grado de madurez…” “... En cierta fase del desarrollo de los medios de producción e intercambio...”, “... el sistema capitalista ha alcanzado su apogeo en el Oeste, acercando el momento en el que no será más que un sistema social regresivo...”, “... el capitalismo ha demostrado que entra en su período de senilidad...”, “... A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas...”, “... toda fase histórica tiene su rama ascendente, y también su rama decadente...”.

En el primer artículo de esta serie vimos igualmente que Marx y Engels identificaron para cada uno de los modos de producción una fase de decadencia (comunismo primitivo, modo asiático de producción, esclavismo, feudalismo y capitalismo) y que en todos los casos consideraron esta fase como de naturaleza cualitativamente diferente de la precedente. Así, Engels en un magistral artículo sobre el modo de producción feudal, titulado La Decadencia del feudalismo y el desarrollo de la burguesía, demostró toda la pujanza del materialismo histórico al definir la decadencia feudal por sus grandes manifestaciones: estancamiento del crecimiento de las fuerzas productivas, hipertrofia del Estado (monarquía), desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre esta última y las clases explotadas, advenimiento de una transición entre las antiguas y nuevas relaciones sociales de producción. En el mismo sentido se pronunció Marx al definir la decadencia del capitalismo, es decir, un período en el que “... a través de agudos conflictos, de crisis, y de convulsiones que traducen la incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas...” y estos conflictos, crisis y convulsiones eran considerados por ambos de naturaleza cualitativamente diferente de los del período ascendente ya que utilizaron explícitamente los términos “sistema social regresivo”, “período de senilidad”, etc.

Es más, tan sólo hace falta poseer un mínimo de conocimientos históricos para comprender la absurdez de la afirmación de Battaglia sobre la continuidad (o la ausencia de ruptura cualitativa) en las manifestaciones de las crisis, de las guerras y las luchas sociales.

A lo largo de la fase ascendente del capitalismo, las crisis económicas conocieron una amplitud creciente, tanto en extensión como en profundidad. Pero hay que tener la desfachatez de Battaglia (aunque bien sabemos que a menudo la ignorancia y la desfachatez van cogidas de la mano) para defender que la gran crisis de los años 1930 hay que situarla ¡en continuidad con la agravación de las crisis de todo el siglo XIX!. Por una parte Battaglia se olvida de recordar aquello que analizaron los revolucionarios en aquella época, es decir, la relativa atenuación de las crisis a lo largo de 20 años (1894-1914) de la fase ascendente del capitalismo (atenuación que favoreció el desarrollo del reformismo): “... los veinte años que precedieron a la guerra (1914-1918) fueron una época de ascenso capitalista particularmente potente. Los periodos de prosperidad se distinguían por su duración e intensidad; los periodos de depresión o de crisis, al contrario por su brevedad...” (Congresos de la IC, 1919-1923), lo que ya deja malparada la “teoría battagliesca” de la continuidad en la agravación de las crisis económicas. Por otra parte, hay que tener una increíble mala fe para no ver que la crisis de los años 1930 no tiene precedentes en ninguna de las crisis del siglo XIX, ni en su duración (una decena de años), su profundidad (reducción en un 50 % de la producción industrial), o en su extensión (más internacional que nunca). Más importante aún, mientras que las crisis de la fase ascendente se resolvían con un desarrollo de la producción y del mercado mundial, la crisis de los años 1930 nunca sería superada desembocando en la Segunda Guerra mundial. Battaglia confunde las dificultades de un organismo en pleno crecimiento con los miasmas de un organismo en plena agonía. ¡En cuanto a la crisis del actual momento histórico, dura desde hace más de treinta años y, lo peor aún esta por llegar¡.

Respecto de los conflictos sociales, se debe constatar un crecimiento de las tensiones entre las clases sociales a lo largo de toda la fase de ascenso del capitalismo hasta su culminación en huelgas generales políticas (por el sufragio universal o la jornada de trabajo de 8 horas) y de masas (Rusia 1905). Pero hay que estar completamente ciego para no ver que los movimientos revolucionarios ocurridos entre 1917 y 1923 son de una amplitud y naturaleza diferente. Ya no nos encontramos ante acontecimientos como insurrecciones o movimientos locales y nacionales, sino, ante una oleada de dimensión internacional cuya duración nada tiene que ver con los movimientos puntuales del siglo XIX. Desde un punto de vista político, estamos ante movimientos que no son esencialmente reivindicativos, como antes de la Primera Gran Guerra, sino insurreccionales que se dan como objetivo, no la reforma social, sino la toma del poder.

En fin, respecto a las guerras, el contraste es aún mucho más evidente. A lo largo del siglo XIX, la guerra tenía, en general, la función de asegurar a cada nación capitalista una unidad (guerras de unificación nacional) y/o una extensión territorial (guerras coloniales) necesarias para su desarrollo. En este sentido, a pesar de todas las calamidades que representaba, la guerra era un momento de la marcha progresiva del capital; en tanto que permitía un desarrollo del mismo, eran los gastos necesarios a pagar por el desarrollo del mercado y por tanto de la producción. Por esa razón Marx hablaba de guerras progresistas al referirse a algunas de ellas. Las guerras entonces eran: a) limitadas a 2 ó 3 países generalmente limítrofes; b) de corta duración; c) provocaban pocos destrozos; d) las llevaban a cabo cuerpos especializados y movilizaban muy poco al conjunto de la economía y la población; e) eran desencadenadas con un objetivo racional de ganancia económica. Determinaban, en general, tanto para los vencedores como para los vencidos un nuevo momento de desarrollo. La guerra franco-prusiana es un ejemplo clásico de este tipo de guerras: fue un momento decisivo en la formación de la nación alemana, es decir, para colocar las bases de un formidable desarrollo de las fuerzas productivas y posibilitar la formación de un sector de los más importantes del proletariado industrial de Europa. Además, esa guerra duró menos de un año, no fue demasiado mortífera y no fue, para el país vencido, un obstáculo real. En el período ascendente, las guerras se manifestaron esencialmente en la fase de expansión del capitalismo como producto de la dinámica de un sistema en expansión: a) 1790-1815: guerras de la Revolución francesa y guerras del imperio napoleónico; b) 1850-1873: guerras de Crimea, de Secesión, de unificación nacional (Alemania e Italia), de México y franco-prusiana (1870); c) 1895-1913: guerra hispano-norteamericana, ruso-japonesa, balcánicas. En 1914, hacía más de un siglo que no había habido ninguna gran guerra. Las guerras que implicaron a las grandes potencias de la época fueron relativamente rápidas. La duración de las guerras se contaba en meses (como fue el caso de la guerra en 1866 entre Prusia y Austria) o en semanas. Entre 1871 y 1914, Europa no conoció ningún conflicto que llevara a los ejércitos de las grandes potencias a atravesar las fronteras enemigas. No hubo ninguna guerra mundial. Entre 1815 y 1914, ninguna gran potencia combatió a otra fuera de su región inmediata. Todo esto cambió en 1914 con la inauguración de la era de los exterminios (19).

En el periodo de decadencia, muy al contrario, las guerras se manifiestan como producto de la dinámica de un sistema sumido en un callejón sin salida. En un período en el que ya no es posible la formación de unidades nacionales o de independencias reales, toda guerra tiene un carácter interimperialista. Las guerras entre las grandes potencias, por naturaleza: a) tienden a generalizarse al conjunto del planeta ya que encuentran sus raíces en la contradicción permanente del mercado mundial frente a las necesidades de acumulación; b) son de larga duración; c) provocan enormes destrucciones; d) movilizan al conjunto de la economía mundial y de la población de los países beligerantes; e) pierden, desde el punto de vista del desarrollo del capital global toda función económica progresista, convirtiéndose en totalmente irracionales. No expresan ningún desarrollo de las fuerzas productivas sino su destrucción. Ya no son momentos de expansión del modo de producción capitalista sino momentos de convulsión de un sistema agonizante. Mientras que en el pasado vencedor y vencido emergían y la salida de la guerra no determinaba el desarrollo futuro de los protagonistas, en las dos guerras mundiales, ni los vencedores, ni los vencidos, salieron reforzados sino debilitados, en provecho de otro bandido imperialista, los Estados Unidos. Los vencedores no consiguieron hacer pagar a los vencidos los gastos de la guerra (como sí fue el caso del elevado “rescate” en francos-oro pagado a Alemania por Francia tras la guerra franco-prusiana). Este hecho ilustra que en el periodo de decadencia, el desarrollo de unos se hace cada vez más sobre la ruina de los otros.

En el pasado, la fuerza militar venía a apoyar y garantizar las posiciones económicas adquiridas o por adquirir; hoy en día, la economía sirve cada vez más de elemento auxiliar de la estrategia militar. La división del mundo en imperialismos rivales con sus enfrentamientos militares se ha convertido en factores permanentes, en el modo de vida del capitalismo. Esta situación histórica fue analizada con claridad por nuestros predecesores políticos de la Izquierda comunista italiana (1928-45), análisis hoy rechazado por Battaglia, por mucho que pretenda reivindicarse de aquella:

“... Tras la apertura de la fase imperialista del capitalismo a comienzos del presente siglo, la evolución oscila entre la guerra imperialista y la revolución proletaria. En la época de crecimiento del capitalismo, las guerras abrían la vía de expansión de las fuerzas de producción por la destrucción de relaciones caducas de producción. En la fase de decadencia capitalista las guerras no tienen más función que la de realizar la destrucción del excedente de riquezas....” (“Resolución sobre la constitución del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre nº 1, febrero de 1938).

Todo esto fue analizado magistralmente por los revolucionarios del siglo pasado (20), y hoy Battaglia finge ignorarlo cuando plantea ridículamente la cuestión en los términos “... ¿ y ­entonces, según esta Tesis cuando ­habríamos pasado de la fase progresista a la fase decadente?, ¿a finales del siglo XIX?, ¿tras la Primera Guerra mundial?, ¿Tras la Segunda Guerra mundial?...”, sabiendo pertinentemente que para el conjunto del movimiento comunista, incluyendo a su organización hermana (la CWO), fue la Primera Guerra ­mundial la que inició la apertura de la decadencia del capitalismo: “... en el momento de la creación de la ­Internacional Comunista en 1919 parece que la época de la revolución había llegado, lo que decretará su Conferencia de fundación...” (Revolutionary ­Perspectives nº 32, publicación de la CWO).

Hemos intentado demostrar, en esta pri­mera parte, que no existe ningún fatalismo en la visión marxista de la decadencia del capitalismo y que la historia del capitalismo no es una eterna repetición. En la segunda parte, continuaremos con la crítica al método de Battaglia e intentaremos poner en evidencia las implicaciones que conlleva el abandono de la noción de decadencia en el plano político de la lucha del proletariado.

C. Mcl.

 

1) Leer sobre este tema la serie precedente de ocho artículos titulada “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nº 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.

2) Publicado en Prometeo nº 8, serie VI (diciembre 2003). Disponible en francés en la página Web del BIPR – htpp://www.ibrp.org/ [10] y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32 , serie 3, verano 2004. También en Internationalist Communist nº 21.

3) Ver los números 111 (pagina 9), 115 (paginas 7 a 13) y sobre todo 118 (paginas 6 a 16) de la Revista internacional.

4) La Communist Workers´ Organisation y Battaglia comunista han constituido juntas el BIPR (Buró Internacional por el Partido revolucionario).

5) He aquí lo que escribió la CWO en la introducción del artículo de Battaglia Comunista: “... Publicamos a continuación un texto de un camarada de Battaglia Comunista que es una contribución al debate sobre la decadencia. La noción de decadencia forma parte de los análisis de Marx sobre los modos de producción. La expresión más clara está recogida en el famoso prefacio a la Crítica de la economía política en la que Marx enuncia que “A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se desenvolvían hasta ese momento, y que no son más que su expresión jurídica. Ayer, aún formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas condiciones cambian y se convierten en pesadas trabas. Entonces comienza una era de revolución social...”. En el momento de creación de la Internacional comunista en 1919, parecía que la época de la revolución había llegado, hecho que su Conferencia de fundación decretó, 85 años más tarde, esto parece cuando menos discutible. A lo largo del siglo XX, las relaciones de propiedad capitalista han permitido, a pesar de las destrucciones y de los sufrimientos sin precedentes causados por dos Guerras mundiales, desarrollar las fuerzas productivas a un nivel jamás conocido hasta ahora y han llevado a centenas de millones de nuevos obreros a trabajar en las filas del proletariado. ¿Podemos seguir sosteniendo en estas circunstancias que estas relaciones constituyen trabas al desarrollo de las fuerzas productivas en el sentido dado por Marx?. La CWO ha defendido anteriormente que no es la ausencia del desarrollo de las fuerzas productivas, sino los gastos generales asociados a este crecimiento los que deben ser considerados cuando evaluamos la decadencia. Tal argumento, si bien es cierto que reconoce el crecimiento masivo de las fuerzas productivas, abre la puerta a un juicio subjetivo de los gastos generales que han permitido que se produzca tal crecimiento. El texto que sigue a continuación argumenta desde el punto de vista de una aproximación científica de la cuestión o sea una definición económica de la decadencia. Esperamos publicar otros textos sobre este tema en el futuro en esta revista...” (Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, verano 2004, pagina 22, el subrayado es nuestro). Volveremos ulteriormente en esta serie de artículos sobre los argumentos planteados por la CWO para rechazar la noción de decadencia tal y como la definió Marx: la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas, el crecimiento numérico de la clase obrera y la significación de dos guerras mundiales. La publicación de esta introducción basta por el momento para informar a nuestros lectores del sentido de la evolución de las posiciones de la CWO que en el pasado, siempre, se reivindicó de forma central y clara de la definición marxista de decadencia. Así, el primer folleto publicado por la CWO tenía por título Los fundamentos económicos de la decadencia del capitalismo. La cuestión que nos planteamos es: ¿debemos entender hoy día que los fundamentos económicos del citado folleto no eran científicos?.

6) Tesis publicadas en 1926 en París por la Imprenta especial de la Librería del trabajo con el título de Plataforma de la Izquierda. Hay otra traducción disponible en las ediciones Programme communiste: “La crisis del capitalismo sigue abierta y su agravación definitiva es ineluctable”, publicada en la recopilación de artículos nº 7 de textos del Partido comunista internacional titulada Defensa de la continuidad del programa comunista (pag 119, en francés).

7) Señalamos a nuestros lectores que Battaglia duda hasta de eso. No parece estar muy convencida de que el capitalismo tenga crisis y contradicciones crecientes: “Podemos así considerar como un fenómeno de la “decadencia”: el acortamiento de las fases de auge de la acumulación, pero la experiencia del último ciclo demuestra que esa brevedad de la fase de ascenso no implica necesariamente la aceleración del ciclo completo acumulación-crisis-guerra-nueva acumulación...” (Internationalist Communist nº 21).

8) En Internationalist Communist el BIPR decía “... difundir a escala internacional (...) un documento/ manifiesto que quiere ser, más allá de servir para recordar lo urgente que es la necesidad del partido internacional, una invitación seria de parte de todos aquellos que se pretenden vanguardia de la clase...”. Si el BIPR quiere empezar a ser serio, lo primero que debe de hacer es comenzar a asimilar las bases del materialismo histórico y a polemizar sobre las verdaderas cuestiones en debate con argumentos políticos serios en lugar de dialogar consigo mismo contra los anatemas que nacen de su imaginación en su deriva megalómana, típicamente bordiguista, al tomarse como el único poseedor de la verdad marxista el único polo de reagrupamiento revolucionario en el mundo.

9) “... En términos sencillos, el concepto de decadencia se apoya únicamente en las dificultades progresivas que encuentra el proceso de valorización del capital (...) Las dificultades siempre crecientes del proceso de valorización del capital tiene como premisa la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia (...) Ya a partir de finales de los años 60, según las estadísticas emitidas por organismos económicos internacionales como el FMI, el Banco mundial y el mismo MIT, las investigaciones de los economistas del área marxista tales como Ochoa y Mosley, la cuota de ganancia en Estados Unidos era inferior en un 35% respecto de las conseguidas en los años 50...”

10) Para más detalles, véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional.

11) “... II: EL PERIODO DE DECADENCIA DEL CAPITALISMO. Tras haber analizado la situación económica mundial, el Tercer Congreso, constata con precisión completa que el capitalismo, tras haber cumplido su misión de desarrollar las fuerzas productivas, ha caído en la contradicción más irreconciliable con las necesidades no solo de la evolución histórica actual, sino también con las condiciones de existencia humanas más elementales. Esta contradicción fundamental se refleja particularmente en la última guerra imperialista y se ha visto agravada por esta guerra que afectará, de manera muy profunda, al régimen de producción y de circulación. El capitalismo que sobrevive a sí mismo, ha entrado en la fase en la que la acción de sus fuerzas desencadena ruinas y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en las relaciones de la esclavitud capitalista (...). Lo que atraviesa hoy día el capitalismo no es más que su agonía....” (Manifiesto, Tesis y Resoluciones de los cuatro primeros congresos mundiales de la Internacional comunista).

12) “... El declive histórico del capitalismo comienza cuando hay una relativa saturación de los mercados precapitalistas ya que el capitalismo es el primer modo de producción que es incapaz de vivir por sí mismo, que necesita de otros sistemas económicos que le sirvan de mediación y de sustrato. Si bien es cierto que tiende a convertirse en universal, y por tanto a causa de esta tendencia, debe ser destruido, porque por esencia es incapaz de convertirse en una forma de producción universal...” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación del capital)

13) “... De todo lo que se ha dicho anteriormente sobre el imperialismo, queda claro que debe caracterizársele como un capitalismo de transición o, más exactamente, como un capitalismo agonizante (...) el parasitismo y la putrefacción caracterizan el estadio histórico supremo del capitalismo, es decir, el imperialismo. El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto se confirma, tras 1917, a escala mundial...”.

14) “... los socialdemócratas rusos (con Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870. Los social-chauvinistas alemanes (del tipo Lensch, David y compañía) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad para los socialistas alemanes de defender la patria contra la alianza de Rusia y Francia... Todas estas referencias deforman de forma descarada las concepciones de Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas... Invocar a día de hoy la actitud de Marx a propósito de las guerras de la época de la burguesía progresista es olvidar las palabras de Marx: “los obreros no tienen patria” , palabras que se refieren justamente a la época de la burguesía reaccionaria para la que se ha acabado su tiempo, a la época de la revolución socialista, es deformar el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués...” (Lenin, 1915, Obras completas, tomo 21).

15) “... sería un error creer que esta tendencia a la putrefacción excluye el crecimiento rápido del capitalismo; no. Ciertas ramas de la industria, ciertas capas de la burguesía, ciertos países, manifiestan en la época del imperialismo, con una fuerza más o menos grande, tanto una como la otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes, pero este desarrollo se convierte en más desigual, y la desigualdad de este desarrollo se manifiesta particularmente por la putrefacción de los países más ricos en capital (Inglaterra)...” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916).

 16) “... Son por tanto, principalmente factores políticos, una vez que el capitalismo ha entrado en decadencia, lo que demuestra que ha llegado a un impasse histórico, los que determinan el momento del desencadenamiento de las guerras...” (Revista internacional nº 67. “Informe sobre la Situación Internacional del IXº Congreso Internacional de la CCI”).

 17) Sobre todas estas cuestiones, remitimos a nuestros lectores a todas nuestras contribuciones críticas sobre las posiciones políticas de Battaglia comunista. Ver: Revista internacional nº 36 “Los años 80 no son los años 30”, nº 41 “¿Qué método para comprender la lucha de clases”, nº 50 “ Respuesta a BC sobre el curso histórico”, nº 79 “La concepción del BIPR sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión de la guerra”, nº 82 “Respuesta al BIPR: la naturaleza de la guerra imperialista”, nº 83 “Respuesta al BIPR: Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo”, nº 86 “Tras la mundialización de la economía, la agravación de la crisis capitalista”, nº 108 “Polémica con el BIPR: la guerra en Afganistán, estrategia o beneficios petroleros”.

18) “Crisis y ciclos en la economía capitalista agonizante” publicado en Bilan nos 10 y 11 en 1934. Reimpreso en la Revista internacional nos 102 y 103.

19) Eso fue lo que predijo Engels a finales del siglo XIX : “Friedrich Engels dijo un día: “... La sociedad burguesa está situada ante un dilema: o pasa al socialismo o cae en la barbarie”. Pero ¿qué significa, pues, una “caída en la barbarie” en el grado de civilización que conocemos en la Europa de hoy? Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar y las hemos repetido sin presentir su terrible gravedad. Echemos una mirada en torno nuestro en este momento, y comprenderemos lo que significa una nueva caída de la sociedad burguesa en la barbarie. El triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el periodo de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Friedrich Engels predijo una generación antes de la nuestra, hace cuarenta años. Estamos situados hoy ante esta disyuntiva: o bien llega el triunfo del imperialismo y la decadencia de toda la civilización, trayendo como consecuencias, como ocurrió en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, en realidad, un enorme cementerio; o bien la victoria del socialismo, es decir de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra. Ése es un dilema de la historia del mundo, un o bien o bien, todavía indeciso, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado con conciencia de clase. El proletariado deba lanzar resueltamente en la balanza la espada de su combate revolucionario: el porvenir de la humanidad y de la civilización depende de ello” (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia).

20) “... Ha nacido una nueva época. Época de desagregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado...” (Plataforma de la Internacional comunista). “... El comunismo debe de tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencias del imperialismo a su propia negación y a su propia destrucción...” (II º Congreso de la IC, en cuestiones sobre el parlamentarismo). “... La Tercera Internacional se ha constituido tras el final de la carnicería imperialista de 1914-18, en el curso de la cual la burguesía de diferentes países ha sacrificado más de 20 millones de vidas humanas. ¡Acordaos de la guerra imperialista¡, he aquí la primera idea que la Internacional comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen y la lengua que hable. ¡Recuerda lo que ha supuesto la existencia del régimen capitalista durante estos últimos cuatro años. Recuerda que la guerra burguesa ha hundido a Europa y al mundo entero en el hambre y la indigencia!. Acuérdate de que sin la destrucción del capitalismo, la repetición de estas guerras criminales es no solo posible, sino inevitable (....) La Internacional comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para alejar a la humanidad de los horrores del capitalismo...” (Estatutos de la Internacional comunista, Primer congreso).

Series: 

  • La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico [11]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [5]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Battaglia Comunista [12]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La decadencia del capitalismo [13]

Llamamiento de fundación del Foro discusión

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Reproducimos aquí el “Llamamiento” a participaren el foro, publicado en inglés, ruso y alemán en el sitio web russia.internationalist-forum.org

Desde hace unos años en Rusia, unos elementos aislados o pertenecientes a grupos organizados se han comprometido en una reflexión en búsqueda de una coherencia política revolucionaria.

Durante todo el período de la dictadura del capitalismo de Estado, el movimiento proletario en Rusia estuvo aislado, durante decenios, del movimiento internacional de luchas de clases, lo que tuvo como consecuencia no solo dificultar su desarrollo sino también crear mucha confusión ideológica entre los trabajadores en Rusia. El proletariado en Rusia debe de reintegrar el movimiento obrero internacional. Las fuerzas internacionalistas del movimiento obrero en Rusia han de lograr conocer y entender mejor las posiciones y la experiencia de sus compañeros en las demás partes del mundo como también en las diferentes regiones de la antigua Unión Soviética. Esto contribuirá a la clarificación de sus propias posiciones. La conciencia de estas necesidades es lo que ha inspirado esta iniciativa de foro de discusión para dar un marco de clarificación.

¿Cuál es el objetivo de un foro de discusión?

Emprender una discusión sistemática para clarificarse sobre las cuestiones que han sido cruciales para el movimiento obrero y que seguirán siéndolo en las confrontaciones venideras entre las clases: el internacionalismo, las razones de la derrota de la oleada revolucionaria mundial, la degeneración de la Revolución rusa, el capitalismo de Estado, la liberación nacional, el papel de los sindicatos, etc. Su objetivo es reunir y dar a conocer contribuciones sobre estos temas, que desarrollen enfoques diferentes que ya se han expresado en el movimiento obrero así como puntos de vista diferentes, desacuerdos y cuestionamientos que existan entre los participantes en este foro. Este foro es pues un sitio abierto a la discusión y confrontación de ideas políticas, cuyo único objetivo es la clarificación mediante argumentaciones políticas según el método proletario que excluye todo enfoque en contradicción con la meta desinteresada de la emancipación de la clase obrera. Este foro no es desde luego un “coto de caza” para un reclutamiento sin principios tal como los practican habitualmente las organizaciones que se sitúan en la extrema izquierda del aparato político de la burguesía (trotskistas, etc.).

¿Qué corrientes o posiciones políticas pueden expresarse en este foro?

Todos los debates en este foro son públicos y serán por lo tanto publicados vía Internet o en una revista. Todas las contribuciones a los debates de este foro son bienvenidas. No obstante, para preservar el carácter proletario de este foro, es necesario que cada participante rechace abiertamente las posiciones claramente burguesas siguientes:

–  la participación en un gobierno de sea cual sea el país, sean cuales fuesen las razones;

–  el sometimiento de los intereses del proletariado a los de la “nación”, la exaltación del nacionalismo o del patriotismo;

–  la lucha por reformas en el sistema capitalista en vez de la lucha por acabar con él a escala mundial;

–  los llamamientos en defensa de la URSS, antes de que se hundiera, en el ruedo imperialista mundial;

–  la defensa del carácter socialista o de un “Estado obrero degenerado” de los regímenes estalinistas tales como fueron instaurados tras la derrota de la revolución y, más tarde, en países como China o de Europa del Este;

–  el apoyo, por muy crítico que fuera, a todo partido que basara su actividad en una de las posiciones mencionadas.

De estos criterios se desprende que cualquier elemento u organización que se reconozca en la herencia de Stalin, de la socialdemocracia, del trotskismo o de las diferentes variantes reformistas del anarquismo no pueden participar en este foro. Se ha de distinguir, sin embargo, entre el hecho de reivindicarse de una de estas corrientes burguesas –que impide cualquier tipo de participación en este foro– y la situación de elementos que expresen la voluntad de emprender un proceso de ruptura con ellas, a pesar de seguir compartiendo algunas de sus posiciones o su lógica. Elementos así, con sus cuestionamientos, son bienvenidos.

¿Qué textos se pueden publicar en el foro?

El desarrollo de un debate abierto y sin ostracismo en el campo proletario tiene como condición la posibilidad inalienable de expresión libre y de crítica. Cualquier contribución que responda a los criterios del párrafo precedente, proceda ésta de un grupo o de un individuo, podrá ser, por lo tanto, publicada. Sin embargo tiene que responder a unos criterios:

–  que se inscriba en el tema en discusión;

–  que no sea redundante con otra contribución publicable (lo que puede ocurrir si un número significativo de personas no pertenecientes a un grupo político participan en el foro);

–  que adopte, fuese cual fuese la dureza de la polémica, las reglas elementales de respeto mutuo entre compañeros que comparten la misma lucha y el mismo ideal, el de la emancipación obrera y del conjunto de la humanidad;

Es responsabilidad de los organizadores del foro decidir el contenido de cada publicación en función del tema de discusión, así como del encadenamiento de los temas en discusión.

¿Qué perspectivas para el foro?

En el foro como tal no caben perspectivas diferentes de las que guían su creación, o sea el debate abierto con vistas a la clarificación política.

Mientras sea un lugar de discusión política abierta seguirá teniendo su razón de ser, y se puede esperar que su influencia y la riqueza de los debates vayan ampliándose. Sin embargo, ciertas circunstancias pueden llevar a la extinción de su vitalidad. Entonces ya no sería útil en nada para el proletariado y su disolución será entonces la mejor prevención contra su recuperación.

El foro no es el embrión de una futura organización política del proletariado. La clarificación de los puntos de vista discutidos puede conducir a que algunos de sus participantes se orienten hacia posiciones de corrientes históricas del proletariado y se unan a las organizaciones que las defienden. No obstante, este proceso ni debe ni deberá cuestionar la actividad del foro para transformarlo progresivamente en una actividad de organización política, con elaboración de plataforma política que limite lo que es su razón de ser, o sea el debate abierto.

Tampoco se puede excluir que ante acontecimientos clave de la situación (por ejemplo una guerra), ciertos miembros del foro tomen posición públicamente como tales. Esto no sería sino una concreción de una preocupación creciente común en el foro en defensa de los intereses históricos del proletariado, para la cual una toma de posición común en determinadas circunstancias de los internacionalistas puede ser una aportación innegable. Es sin embargo conveniente recordar que esas circunstancias nunca podrán ser la regla, pues en caso contrario correríamos el riesgo de transformar la actividad del foro en actividad de una organización política. Los componentes del foro que sintieran la necesidad, perfectamente legítima, de intervenir con más frecuencia en dirección de la clase obrera pueden reforzar, como simpatizantes o miembros, la actividad de las organizaciones políticas del proletariado ya existentes.

Mayo, junio del 2004

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [5]

Masacre en Beslán, continuación del caos en Irak... Un paso más en la descomposición del capitalismo

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La reciente evolución del capitalismo está hundiendo al mundo en un “espanto sin límites”, en una sucesión desquiciada de atentados, rehenes, matanzas. Eso está alcanzando en Irak unas cotas difícilmente imaginables hace algunos años. Pero el resto del mundo tampoco está libre de todo eso. La matanza bestial de Beslan en Osetia del Norte (Federación Rusa), ha sido un espantoso testimonio de ello. La gravedad de la situación es tal, que hablar hoy de caos ya no es algo propio de unos cuantos “catastrofistas”, sino que es un tema cada día más presente en los medios de comunicación y políticos.

La matanza de Beslan nos ha mostrado la insondable profundidad de la barbarie en la que se hunde la sociedad capitalista: niños rehenes, sometidos a maltratos horribles por unos terroristas chechenos ostentadores de un desprecio inaudito por sus semejantes. Las acciones de los terroristas no son la expresión de un odio hacia tal institución o tal gobierno, sino que se dirige contra seres humanos cuya desgracia es no pertenecer a la misma caterva nacionalista que ellos. Enfrente, el Estado ruso, por su parte, no vacila ante ninguna matanza de civiles, sean cuales sean, con tal de defender su autoridad. Y ya sabemos perfectamente cuál es el resultado de ese engranaje: desestabilización de todas las regiones rusas del Cáucaso, el desencadenamiento de toda una serie de enfrentamientos étnicos o religiosos, la organización en cada república de bandas cuyo único fin proclamado es la persecución de las etnias rivales.

En Irak es la guerra de todos contra todos. Los medios y algunos grupos izquierdistas hablan de una resistencia “nacional” (1). Nada más falso. No hay allí ninguna “lucha de liberación nacional contre el ocupante americano”. Lo que existe es una proliferación de grupos de todo tipo basados en clanes, localidades, obediencia religiosa, etnia… que se dedican a liquidarse mutuamente y a la vez golpean al ocupante. Cada grupo religioso está fraccionado en cantidad de camarillas que se pelean unas contra otras. Los ataques recientes contra ciudadanos de países no implicados en la guerra, contra periodistas, ponen aún más de relieve el carácter ciego y anárquico de esta guerra. Reina la mayor confusión y el rehén es la población entera, una población privada de trabajo, de electricidad, de agua potable, víctima de enfrentamientos ciegos entre unos y otros y sometida a un terror más cruel todavía que en la época de Sadam.

Los factores inmediatos y parciales no permiten comprender la situación. Solo un marco histórico y mundial permite comprender su naturaleza, sus raíces y sus perspectivas. Nosotros hemos contribuido regularmente en la elaboración de este marco y aquí nos limitaremos a recordar sus claves.

El terrorismo se convierte en factor crucial de la evolución imperialista

Tras la caída del antiguo bloque del Este (1989) y ante las rimbombantes promesas de un “nuevo orden mundial” hechas por el padre del actual presidente Bush, anunciamos la perspectiva contraria, la de un nuevo desorden mundial. En un texto de orientación publicado en 1990 (2), hacíamos el análisis de que “el final de los bloques abre las puertas a una forma todavía más brutal, aberrante y caótica del imperialismo”, caracterizada por “conflictos más violentos y numerosos, sobre todo en las zonas en las que el proletariado es más débil”. Esta tendencia, que no ha hecho sino confirmarse durante los últimos quince años, no fue la consecuencia mecánica de la desaparición del “sistema de bloques” sino uno de los resultados de la entrada del capitalismo en su fase terminal de decadencia caracterizada por la tendencia a su descomposición generalizada (3). En la guerra, lo más destacado en lo que acarrea la descomposición es el caos. Por un lado, se expresa en la proliferación de focos de tensiones imperialistas que desembocan en conflictos abiertos  (4) que contienen intereses imperialistas múltiples y contradictorios; por otro lado, a causa de la inestabilidad creciente de las alianzas imperialistas, la incapacidad de las grandes potencias para estabilizar la situación, ni siquiera temporalmente (5).

Basándonos en ese marco de análisis, anunciamos, cuando la primera guerra del Golfo, que “solo la fuerza militar sería capaz de mantener un mínimo de estabilidad en un mundo amenazado por un caos en aumento” (idem) y que, en este mundo, “de desorden asesino, de caos sangriento, el “gendarme” norteamericano intentará hacer reinar un mínimo de orden, desplegando cada vez más masivamente su potencial militar” (id).

Sin embargo, en las condiciones históricas actuales, el único resultado que da el uso de la fuerza militar es el de extender más todavía los conflictos haciéndolos cada más incontrolables. Eso es lo que ilustra el fracaso de Estados Unidos en la guerra de Irak en donde están entrampados en un lodazal sin salida. Esas dificultades de la primera potencia mundial afectan a su autoridad de gendarme, estimulando así las maniobras y los envites de todos los imperialismos, grande o pequeños, incluidos aquellos (como las bandas chechenas, las iraquíes o Al-Qaeda) que carecen de Estado o tampoco aspiran a conquistar uno. El tablero de las relaciones internacionales se parece a un enorme puerto de arrebatacapas en donde todos se enfrentan a lo bestia, transformando en pesadilla la vida de amplios sectores de la población mundial.

El caos, al igual que la constante disgregación de las relaciones sociales, explican la importancia que tiene hoy el terrorismo como arma de la guerra entre imperialismos rivales (6). En los años 80, el terrorismo era “la bomba del pobre”, un arma de los Estados más débiles para hacerse oír en el ruedo imperialista mundial (Siria, Irán, Libia…). En los años 1990, se convirtió en arma de la competencia imperialista entre grandes potencias con sus servicios secretos que comanditaban más o menos directamente actos perpetrados por bandas de proscritos (IRA, ETA, etc.). Con los atentados de 1999 en Rusia y el de las Torres Gemelas de 2001, en EE.UU., lo que vemos es que “... los ataques terroristas ciegos, con sus comandos de kamikaces fanáticos, que golpean directamente la población civil, son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista” (7). Cada día más se confirma la tendencia a que algunas de esas bandas de proscritos, especialmente chechenas o islamistas de todo pelaje se declaren “ independientes” de sus antiguos padrinos (8) e intenten hacer su propio juego en el tablero imperialista.

Esa es la prueba más patente del caos que reina en las relaciones imperialistas y de la incapacidad de las grandes potencias, convertidas en aprendices de brujo, para atajar ese caos. Por muchas pretensiones megalómanas que tengan, esos “señores” de la guerra nunca podrán desempeñar un papel totalmente independiente, pues están infiltrados por los servicios secretos de las grandes potencias, cada una de las cuales intenta utilizarlos a su servicio, lo que es fuente de una confusión nunca antes vista en las rivalidades imperialistas.

Asia central, epicentro del caos mundial

La región de Asia Central, con los puntos cardinales de Afganistán al Este, Arabia Saudí al Sur, el Cáucaso y Turquía al Norte y la orilla oriental del Mediterráneo (Siria, Palestina etc.) al Oeste es el centro estratégico del planeta, pues contiene las reservas más importantes en fuentes de energía y está situada en la encrucijada de las rutas terrestres y marítimas de la expansión imperialista.

La tendencia al estallido es la que predomina en los Estados de esta región, a la guerra civil entre todas las fracciones de la burguesía. El epicentro es Irak de donde se propagan las ondas de choque en todas direcciones: atentados a repetición en Arabia Saudí, emergencia de una lucha encarnizada por el poder; guerra abierta entre Israel y Palestina; guerra en Afganistán; desestabilización del Cáucaso en Rusia; atentados y enfrentamientos en Pakistán; atentados en Turquía; situación crítica en Irán y Siria (9). Es un hecho que describíamos nosotros en el editorial de nuestra Revista internacional n° 117 sobre la situación en Irak, situación que sigue agravándose: “... la guerra de Irak (...) entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificul­tades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la ­situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas.”

Un fenómeno semejante apareció ya en muchos países de África (Congo, Somalia, Liberia etc.) que naufragaron en guerras civiles sin fin. Pero que aparezca brutalmente en la región que es centro estratégico del mundo tiene repercusiones muy graves con efectos que serán predominantes en la situación mundial.

En el plano estratégico, se ven así en parte obstaculizadas las necesidades “naturales” de expansión hacia Asia del imperialismo alemán. Los intereses de una gran potencia como Gran Bretaña también están amenazados por la desestabilización de Asia central. El caos actual es como una bomba de desintegración cuyos fragmentos alcanzan a Rusia (como ha podido comprobarse en la situación en el Cáucaso, de la que la tragedia de Beslan ha sido una manifestación entre otras), Turquía, India y Pakistán y acabará por afectar a otras regiones más lejanas: Europa del Este, China, África del norte. Y, en fin, al ser aquella región la reserva energética del planeta, su desestabilización tendrá necesariamente graves consecuencias en la situación económica de muchos Estados industriales como puede verse hoy con la estampida de los precios del petróleo. Pero lo más relevante de la situación actual es la incapacidad creciente de las grandes potencias para detener, ni siquiera momentáneamente, ese proceso de desintegración. Eso es cierto para los propios Estados Unidos, cuya “guerra contra el terrorismo” está siendo un poderoso instrumento… para extender por todas partes el terrorismo y los conflictos bélicos. Por su parte, esos melifluos llamamientos de los rivales de EE.UU. (Alemania, Francia, etc.) para que se imponga un orden mundial “multilateral” basado en el “derecho internacional” y en “los organismos internacionales de cooperación” son patrañas para sembrar la confusión en las mentes proletarias sobre las verdaderas intenciones de la burguesía de esos países. Esas trampillas tendidas al paso del mamut norteamericano son uno de los medios de que disponen unos países que le son militarmente muy inferiores para oponerse a su hegemonía.

Estados Unidos, como decimos, está enfrentado a un “agujero negro” que no sólo amenaza con tragarse a buena parte de sus tropas, sino que es cada día más una afrenta a su prestigio y significa un debilitamiento de su autoridad.

El capitalismo mundial está ante una contradicción insuperable: la fuerza bruta del militarismo usada por la primera potencia mundial, es el único medio para poner coto al caos reinante, y, a la vez, su uso repetido acaba por ser no solo ya incapaz de atajar el incremento de ese caos, sino que además acaba siendo el agente principal de su propagación.

Solo el proletariado es capaz de ofrecer otra perspectiva

Además, aunque los ejércitos estadounidenses son, y con mucho, los más poderosos del planeta, la desmoralización se hace notar en las tropas, y los efectivos para sustituirlas son cada día más limitados. En efecto, la situación dominante en el mundo no es, ni mucho menos, la misma que cuando la Segunda Guerra mundial con un proletariado enrolado tras la derrota de la primera oleada revolucionaria, carne de cañón prácticamente inagotable.

Hoy, el proletariado no está derrotado y ni siquiera el Estado más poderoso del mundo posee el margen de maniobra suficiente para alistar a los proletarios por millones. La relación de fuerzas entre las clases en la situación histórica es un elemento clave en la evolución de la sociedad.

Ninguna otra fuerza, menos el proletariado, es capaz de poner fin a este interminable deslizamiento del capitalismo en la barbarie. Es la única fuerza capaz de ofrecer otra perspectiva a la humanidad. El desarrollo de las minorías revolucionarias en el mundo es la expresión de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Son la parte visible de los esfuerzos del proletariado por dar su réplica de clase a la situación. El camino es difícil y en él no faltan obstáculos. Y uno de ellos son las ilusiones sobre las falsas “soluciones” preconizadas por las diferentes fracciones de la burguesía. Si bien muchos obreros que desconfían de las descaradas políticas belicosas de un tipo como Bush se dan perfecta cuenta de que la “guerra contra el terrorismo” lo único que hace es favorecer los conflictos y los actos terroristas, les es, en cambio, más difícil tomar conciencia de las falsedades pacifistas que sirven de argumentos a los rivales de Bush, los Schröder, Chirac, Zapatero y demás, y más todavía a esos lacayos de la burguesía que ponen su mayor ardor en defender esos temas, mostrándose más radicales, como lo hacen las camarillas de la izquierda del capital, los altermundialistas y los izquierdistas. No hay ninguna ilusión que hacerse: todas las fracciones de la burguesía son ruedas del engranaje mortal que arrastra a la sociedad entera hacia el abismo.

Toda la historia del siglo pasado confirma el análisis que en su día formuló el Primer Congreso de la Internacional Comunista: “La humanidad, cuya cultura ha sido devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ya no existe. No puede seguir existiendo. El resultado final del sistema capitalista de producción es el caos” (10). Y ese caos sólo podrá ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Es ella la que deberá establecer el verdadero orden, el orden comunista. Deberá quebrar la dominación del capital, hacer imposibles las guerras, borrar las fronteras entre Estados, transformar el mundo en una vasta comunidad que trabaje para sí misma, realizar la solidaridad fraterna y la liberación de los pueblos.

Para ponerse a la altura de esa tarea de titanes, el proletariado deberá desarrollar pacientemente y con tenacidad su solidaridad de clase. El capitalismo agonizante quiere acostumbrarnos al horror, a considerar como algo “normal” la barbarie de la que él es responsable. Los proletarios deben reaccionar expresando su indignación ante ese cinismo, expresando su solidaridad con las víctimas de esos conflictos sin fin, de esas matanzas perpetradas por todas las bandas capitalistas. El asco y el rechazo hacia lo que hace vivir a la sociedad el capitalismo en su descomposición, la solidaridad entre miembros de una clase con intereses comunes, son factores esenciales de la toma de conciencia de que es posible otra perspectiva y que una clase obrera unida posee la fuerza de imponerla.

Mir

(26-9-04)

 

1) Los parásitos del GCI incluso tienen la desfachatez de hablar “lucha de clases”.

2) “Militarismo y descomposición”, Revista internacional nº 64.

3) Ver las “Tesis sobre la descomposición” (Revista internacional nº 62) y también “Las raíces marxistas de la noción de descomposición” (Revista internacional nº 117).

4) Según las estadísticas de la ONU, hay actualmente 41 guerras regionales en el mundo.

5) Una ilustración patente de eso es la imposibilidad de lograr un compromiso en el contencioso entre Israel y Palestina, lo cual deja como única perspectiva la agravación sin fin de los enfrentamientos.

6) Hemos analizado la evolución del terrorismo en el artículo “El terrorismo, arma y justificación de la guerra”, Revista internacional nº 112.

7) Revista internacional nº 108 “Pearl Harbour 1941, Torres Gemelas 2001”.

8) Cabe recordar que esos “Señores de la guerra” eran en los años 80 fieles servidores de las grandes potencias: Bin Laden trabajaba para los norteamericanos en Afganistán, y Basaiev, el comanditario probable por parte chechena de la carnicería de Beslan, era un antiguo oficial del ejército soviético.

9) Ni siquiera el Estado más fuerte de la región, Israel, se libra de esas tendencias, aunque sean mucho más atenuadas. Se observa así que los sectores más radicales de las derecha llaman, para replicar al plan de Sharon de desmantelamiento de las colonias judías en Gaza, a la deserción en el ejército y la policía.

10) Plataforma de la Internacional comunista aprobada por el Primer congreso celebrado en marzo de 1919.

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Noticias y actualidad: 

  • Irak [14]

Cuestiones teóricas: 

  • Descomposición [15]

Resolución sobre giro en la lucha de clases

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En su reunión plenaria del otoño de 2003, el órgano central de la CCI puso de relieve la existencia de un giro en la evolución de la lucha de clases internacional: “Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968.” El informe adoptado en esta reunión plenaria resaltaba, sin embargo, que “Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo todavía (…) embrionaria y muy heterogénea “ y dicho informe proseguía afirmando que: “Más en general, hay que saber distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo de alguna manera, el mundo se despierta un buen día siendo diferente, y los cambios imperceptibles a primera vista para la gente en general, un poco parecido al cambio casi invisible entre la marea entrante y la marea saliente. La evolución actual es, sin la menor duda, de este segundo tipo. Las recientes movilizaciones contra los ataques al sistema de pensiones no han significado en manera alguna un cambio inmediato y espectacular de la situación...”

Ocho meses después de que nuestra organización adoptara esas perspectivas, cabe preguntarse en qué medida se han verificado. Ese es el objetivo de esta resolución.

1.Algo sí se confirma:  la ausencia  de “un cambio inmediato y espectacular de la situación” pues desde las luchas de la primavera de 2003 en varios países de Europa, en Francia especialmente, no ha vuelto a haber movimientos masivos o relevantes de la lucha de clases. No ha habido, pues, algo decisivo que venga a confirmar la idea de que las luchas del año 2003 fueron un giro, un viraje en la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. Por consiguiente, no es observando la situación de las luchas obreras durante el año pasado como podremos basar la validez de nuestro análisis, sino que es el conjunto de elementos de la situación histórica lo que determina la fase actual de la lucha de clases. Este examen se basa, de hecho, en nuestro marco de análisis del período histórico actual.

2.En esta resolución, presentaremos de una manera sucinta los elementos determinantes de la situación de la lucha de clases:

• la situación mundial en su conjunto estuvo marcada, a partir de finales de los años 60, por la salida de la contrarrevolución que había aplastado al proletariado desde los años 20. La reanudación histórica de las luchas obreras, marcada, entre otros acontecimientos, por la huelga general en Francia de mayo de 1968, el “otoño caliente italiano” del 69, el “cordobazo” en Argentina aquel mismo año, las huelgas del invierno de 70-71 en Polonia, etc., abrió un curso a los enfrentamientos de clase: ante la agravación de la crisis económica, la burguesía era incapaz de llevar a cabo su “clásica” solución, la guerra mundial, debido a que la clase explotada había dejado de desfilar tras las banderas de sus explotadores.

• Ese curso histórico a los enfrentamientos de clase, y no a la guerra mundial, se ha mantenido al no haber sufrido el proletariado una derrota directa, ni derrota ideológica profunda que lleve a un alistamiento tras las banderas burguesas como las de la democracia o el antifascismo.

• Sin embargo, esta reanudación histórica encontró una serie de dificultades, especialmente a lo largo de los años 80, a causa, evidentemente, de las maniobras desplegadas por la burguesía frente a la clase obrera pero también a causa de la ruptura orgánica sufrida por la vanguardia comunista a consecuencia de la contrarrevolución (ausencia y retraso en el surgimiento del partido de clase, carencia en la politización de las luchas). Uno de los factores de las dificultades crecientes de la clase obrera es la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista moribunda.

• Fue precisamente la expresión más espectacular de la descomposición, o sea el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y del bloque del Este a finales de los años 80, lo que originó un retroceso importante de la conciencia en el conjunto de la clase obrera por el impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” que aquel desmoronamiento permitió.

• Ese retroceso de la clase se agravó todavía más a principios de los 90 por toda una serie de acontecimientos que han acentuado el sentimiento de impotencia de la clase obrera:

–  la crisis y la guerra del Golfo en 1990-91;

–  la guerra en Yugoslavia a partir de 1991;

–  otras múltiples guerras y matanzas en muchos otros lugares (Kosovo, Ruanda, Timor, etc.) con la participación frecuente de las grandes potencias en nombre de los “principios humanitarios”.

• El empleo masivo de justificaciones humanitarias (como en Kosovo en 1999) utilizando las expresiones más brutales de la descomposición (como “la purificación étnica”) fue un factor suplementario de desconcierto para la clase obrera, especialmente en los países avanzados, invitada a aplaudir las aventuras militares de sus gobernantes.

• Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos permitieron a la burguesía de los países avanzados echar una nueva capa de patrañas sobre el tema de la “amenaza terrorista”, del “combate necesario” contra esa amenaza, lo que permitió justificar, en particular, la guerra de Afganistán de finales de 2001 y la de Irak en 2003.

• Por otra parte, lo que habría podido ser después de 1989 un antídoto contra las campañas sobre la “quiebra del comunismo” y la “superioridad del capitalismo liberal”, o sea la agravación de la crisis económica, tuvo un respiro durante los años 90 (que se concretó en cierto retroceso del desempleo); por ello las ilusiones creadas por aquellas campañas se mantuvieron durante esos años con la ayuda de la propaganda incesante sobre los “fabulosos éxitos “ de los “dragones” y “tigres” asiáticos y en torno a la “revolución de las nuevas tecnologías”.

• En fin, el acceso de los partidos de izquierda al gobierno en la gran mayoría de los países europeos en la segunda mitad de los años 90 (favorecida tanto por el retroceso de la conciencia y de la combatividad de la clase obrera como por la calma relativa en la agravación de la crisis económica, permitió a la clase dominante (y ese era su objetivo esencial) proseguir con una serie de ataques económicos contra la clase obrera a la vez que se ahorraba sus movilizaciones masivas, que son una de las condiciones para que le vuelva la confianza en sí misma.

3.Con todos esos elementos podemos basar la existencia verdadera de un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Podemos ya hacernos una primera idea de ese giro con la simple observación y comparación entre situaciones en dos momentos importantes de la lucha de clases durante la última década, en uno de los países que desde 1968 (pero también ya durante el siglo xix) ha sido una especie de “laboratorio” de la lucha de clases y de las maniobras de la burguesía para frenarla, o sea, Francia. Esos dos momentos importantes son las luchas del otoño de 1995, especialmente en el sector transportes, contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social y, últimamente, las huelgas de la primavera de 2003 en el sector público contra la reforma de las jubilaciones que imponía en ese sector una mayor duración en años de trabajo y una baja de las pensiones.

Como ya la CCI lo subrayó entonces, las luchas de 1995 se debieron a una maniobra elaborada por diferentes sectores de la burguesía cuyo objetivo principal, en un período en que la situación económica no imponía ataques violentos inmediatos, era acicalar la agrietada fachada de los sindicatos para que estos pudieran encuadrar mejor y sabotear las luchas venideras del proletariado.

En cambio, las huelgas de la primavera de 2003 vinieron tras un ataque masivo contra la clase obrera que se le hizo necesario a la burguesía ante la agravación de la crisis capitalista. En esas luchas del año pasado, los sindicatos no intervinieron para limpiarse la cara sino para sabotear lo mejor posible el movimiento haciendo posible que se acabara en una mortificante derrota de la clase obrera.

A pesar de las diferencias, esos dos episodios de la lucha de clases, tienen características comunes: al ataque principal, que afecta a todos los sectores de la clase obrera (en 1995, el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social; en 2003: la reforma de las jubilaciones en el sector público) le acompaña un ataque específico contra un sector particular (en 1995 la reforma del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, en 2003 la “descentralización” de varios sectores de Educación), sector particular que, al manifestar una combatividad mayor y más masiva, aparece como la punta de lanza del movimiento. Tras varias semanas de huelga, las “concesiones” hechas en relación con esos ataques específicos, permitieron que se reanudara el trabajo más fácilmente en esos sectores, lo cual habría de favorecer la reanudación general, ya que “la vanguardia” misma cesó la lucha. En diciembre de 1995, fue el abandono del proyecto de reforma del régimen de jubilación de los ferroviarios lo que llevó a estos a parar el  movimiento: en 2003, el “retroceso” del gobierno en las medidas de “descentralización” de cierto personal de los establecimientos escolares contribuyó a la reanudación del trabajo en el sector educativo.

No fue sin embargo en el mismo ambiente en que se realizó la vuelta al trabajo en esos dos episodios:

• en diciembre del 95, a pesar de que se mantuvo el “plan Juppé” (que había obtenido además el apoyo de uno de los principales sindicatos franceses, la CFDT) lo que prevaleció fue un sentimiento de “victoria”: en al menos una cuestión, la del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, el gobierno retiró el proyecto;

• a finales de la primavera de 2003, en cambio, las pocas concesiones acordadas sobre el estatuto de algunas categorías del personal de Educación no fueron, ni mucho menos, consideradas como una victoria (sobre todo porque los batallones más numerosos, o sea los docentes, no estaban directamente afectados por esas medidas y su anulación), sino, sencillamente, que el gobierno no iba a ceder en nada más, y ese sentimiento de derrota se vio acentuado más todavía tras el anuncio por parte de las autoridades de que las jornadas de huelga serían íntegramente deducidas de los salarios, contrariamente a lo que hasta entonces solía ocurrir en el sector público.

Si establecemos un balance global de esos dos episodios de la lucha de clases, puede hacerse resaltar los siguientes puntos:

• en 1995, el sentimiento de victoria, ampliamente extendido en la clase obrera, favoreció notablemente la recuperación de credibilidad de los sindicatos (fenómeno no limitado a Francia, sino de la mayoría de los países de Europa, especialmente Bélgica y Alemania, donde hubo maniobras de la burguesía parecidas a las de Francia, como así lo dijimos en nuestra prensa);

• en 2003, el fuerte sentimiento de derrota resultante de las huelgas de primavera (en Francia, pero también en otros países como Austria) no acarreó un desprestigio importante de los sindicatos, que no tuvieron que quitarse la careta, apareciendo incluso, en algunas circunstancias, como más “combativos que la base”. Sin embargo, ese sentimiento de derrota anuncia un proceso en el que los sindicatos van a ir desplumándose, en el que la multiplicación de sus maniobras permitirá poner en evidencia que bajo su dirección las luchas siempre salen derrotadas y que el único sentido de su juego es el de la derrota.

Por todo eso, las perspectivas para el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado son mucho mejores después de 2003 que después de 1995, pues:

• lo peor para la clase obrera no es la derrota clara, sino el sentimiento de victoria tras una derrota ocultada pero real: fue ese sentimiento de “victoria” (contra el fascismo y por la defensa de la “patria socialista”) el veneno más eficaz para hundir y mantener al proletariado en la contrarrevolución durante cuatro décadas en medio del siglo XX;

• el instrumento principal de control de la clase obrera y del sabotaje de las luchas, el sindicato, ha entrado en un proceso de debilitamiento.

4.La existencia de un giro en las luchas y en la conciencia de clase puede comprobarse de manera empírica mediante el simple examen de las diferencias entre la situación de 2003 y la de 1995, pero se planeta entonces la pregunta siguiente: ¿por qué ese giro ocurre ahora y no hace cinco años por ejemplo?

A esa pregunta podemos ya darle una respuesta simple: por las mismas razones que el movimiento altermundialista empezaba apenas a despuntar hace cinco años, en cambio, hoy, se ha convertido en una verdadera institución cuyas manifestaciones movilizan a cientos de miles de personas y la solícita atención de todos los medios de comunicación.

Siendo más concretos y precisos podemos dar los siguientes elementos de respuesta:

• Tras el enorme impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” desde finales de los años 80, un impacto a la medida de la enorme importancia de un acontecimiento como fue el desmoronamiento interno de unos regímenes que se presentaron (y fueron presentados) durante más de medio siglo como “socialistas”, “obreros”, “anticapitalistas”, se necesitaba cierto tiempo, como mínimo una década en este caso, para que se evaporaran las brumas, el desconcierto resultante de esas campañas, para que se redujese el impacto de los “argumentos” en ellas utilizados Se necesitaron cuatro décadas para que el proletariado mundial pudiera salir de la contrarrevolución, se ha necesitado la cuarta parte de ese tiempo para que se levante de los golpes recibidos tras la muerte de la avanzadilla de esa misma contrarrevolución, el estalinismo, cuyo “cadáver putrefacto ha seguido envenenando la atmósfera que respira [el proletariado]”, como escribíamos en 1989.

• Sobre todo debía desparecer el impacto provocado por la idea, cuyo promotor fue Bush padre, de que el desmoronamiento de los regímenes “socialistas” y del bloque del Este iba a permitir la eclosión de un “nuevo orden mundial”. Semejante idea empezó quedar brutalmente malparada ya a partir de 1990-91 por la crisis y la guerra del Golfo y después por la guerra en Yugoslavia que se prolongó hasta 1999 con la ofensiva en Kosovo. Después vinieron los atentados del 11 de septiembre y ahora la guerra de Irak, al mismo tiempo que la situación empeora constantemente en Israel y Palestina. Día tras día, se hace más evidente que la clase dominante  ya no puede ni poner fin a sus enfrentamientos imperialistas y al caos mundial ni a la crisis económica que es la base de aquellos.

• Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo XXI, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques.

• Sin embargo, la violencia y el carácter cada vez más sistemático de los ataques contra la clase obrera no han provocado hasta ahora una respuesta masiva o espectacular por parte de ésta, ni siquiera una respuesta de una amplitud comparable a las de 2003. En otras palabras, ¿por qué el “giro” de 2003 ha aparecido como una “inflexión” y no como un surgimiento explosivo (como, por ejemplo, el que hubo en 1968 y durante los años siguientes)?

5.A esa pregunta hay diferentes niveles de respuesta. Primero, como ya lo hemos puesto de relieve en muchas ocasiones, fue lenta la manera con la que se desarrolló la reanudación histórica del proletariado: por ejemplo, entre el primer acontecimiento de importancia de esa reanudación histórica, la huelga general en Francia de mayo de 1968 y su punto álgido, o sea, hoy por hoy, las huelgas en Polonia del verano de 1980, pasaron más de 12 años. De igual modo, entre la caída de muro de Berlín en noviembre de 1989 y las huelgas de la primavera de 2003, han pasado 13 años y medio, o sea más tiempo que entre el principio de la primera revolución en Rusia, en enero de 1905 y la revolución de Octubre de 1917.

La CCI ya ha analizado las causas de la lentitud de ese desarrollo si se le compara con el que precedió a la revolución de 1917: hoy la lucha de clases surge a partir de la crisis económica y no de la guerra imperialista, una crisis cuyo ritmo puede frenar la burguesía y esto lo ha demostrado en muchas ocasiones.

También ha puesto la CCI de relieve otros factores que han contribuido en el aminoramiento del ritmo del desarrollo de la lucha y de la conciencia del proletariado, factores debidos a la ruptura orgánica resultante de la contrarrevolución (y que han ido retrasando la formación del partido) a la descomposición del capitalismo, sobre todo la tendencia a la desesperanza, a la huida ciega hacia adelante y al repliegue en sí mismo que afectan al proletariado.

Además, para comprender la lentitud de ese proceso debe tenerse en cuenta el impacto de la propia crisis, sobre todo porque se concreta en un incremento del desempleo, factor importante de inhibición de la clase obrera, especialmente en sus nuevas generaciones, las cuales, aunque suelen ser tradicionalmente las más combativas, están a menudo hoy hundidas en el desempleo antes incluso de haber podido hacer la experiencia del trabajo asociado y de la solidaridad entre trabajadores. Cuando la situación de desempleo tiene la forma de despidos masivos contiene todavía una carga explosiva por muy difícil que sea la forma clásica de la huelga, la cual, en caso de cierre de empresas, es ineficaz por definición. En cambio, cuando el aumento del desempleo es el simple resultado de la no-sustitución de las jubilaciones, como hoy ocurre muy a menudo, los obreros que no logran encontrar empleo se encuentran muy a menudo desamparados.

La CCI ha insistido muchas veces en que el incremento ineluctable del desempleo es una de las expresiones más patentes de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, pues una de las funciones históricas esenciales del sistema era extender el trabajo asalariado al mundo entero y masivamente. Sin embargo, en lo inmediato, el desempleo es sobre todo un factor de desmoralización de la clase obrera, de inhibición de sus luchas. Solo será en una etapa mucho más avanzada del movimiento de la clase cuando el carácter subversivo de ese fenómeno podrá convertirse en factor de desarrollo de su lucha y de su conciencia, o sea, cuando la perspectiva del derrocamiento del capitalismo haya vuelto a aparecer, aunque no sea masivamente pero sí de manera significativa, como algo posible en las filas del proletariado.

6.Esa es precisamente una de las causas del ritmo lento del desarrollo de las luchas obreras hoy, de la debilidad relativa de las réplicas de la clase obrera a los ataques cada día más duros del capitalismo: el sentimiento, muy confuso todavía pero que acabará emergiendo cada día más en los tiempos venideros, de que no hay solución alguna a las contradicciones que hoy minan el capitalismo, ya sea en el plano económico como en otros aspectos de su crisis histórica: la permanencia de enfrentamientos bélicos, el auge del caos y de la barbarie cuyo carácter imparable queda patente cada día que pasa.

Esa vacilación del proletariado ante la amplitud de su tarea ya fue señalada por Marx y el marxismo desde mediados del siglo XIX (en El 18 de brumario de Luis Bonaparte en particular). Es eso lo que explica en parte la paradoja de la situación actual: por un lado, las luchas encuentran grandes dificultades para extenderse a pesar de la violencia de los ataques que debe soportar la clase obrera. Por otro lado, se observa que se va confirmando, en el seno de la clase, un proceso de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterráneo, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista.

En ese contexto, debemos pronunciarnos claramente sobre el alcance de dos aspectos de la situación actual que influyen en la pasividad relativa del proletariado:

• el impacto de las derrotas sufridas en los últimos tiempos. La burguesía ha hecho todo lo posible, sobre todo con declaraciones arrogantes, para que esas derrotas acarreen la mayor desmoralización posible;

• el chantaje permanente con las “deslocalizaciones” para que los obreros de los países desarrollados acepten sacrificios considerables.

Durante un tiempo, esos factores van a servir a “la paz social” en beneficio de la burguesía, y esta va a explotar al máximo ese “filón”. Pero cuando suene la hora de las luchas masivas, pues a las masas obreras no les quedará otro remedio, ante la amplitud de los ataques, entonces la acumulación de humillaciones soportadas por los obreros, el enorme sentimiento de impotencia y humillación, todo ese ambiente de “cada uno para sí” que habrá emponzoñado el ambiente durante años, se convertirán en lo contrario, en la voluntad de no seguir aguantando, la búsqueda determinada de la solidaridad de clase, entre sectores, entre regiones y países, el acceso a una nueva perspectiva, la de la unidad mundial del proletariado para el derrocamiento del capitalismo

CCI, junio de 2004

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [16]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [9]

Respuesta a la contribución del GPRC

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Presentación del texto del GPRC (1)

“¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Para contestar a esta pregunta, es necesario según el GPRC utilizar el método del materialismo histórico y plantearse otra pregunta: “Estaba suficientemente avanzado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad (particularmente en los países más desarrollados) a finales del siglo xix y principios del xx para permitir a los proletarios la organización del control de la producción, de la distribución y del intercambio por el conjunto de la sociedad?”.

En otras palabras, ¿estaba suficientemente “disciplinado, unificado y organizado” el proletariado por el proceso de producción capitalista antes del siglo XX como para hacerlo capaz no solo de expropiar a los expropiadores, arrancándoles los medios de producción, sino también de “hacerse cargo de éstos, organizar el dominio de la economía sin perder el control sobre los que dirigen, sin dejarles transformarse en nuevos explotadores”.

El GPRC nos invita a entender las características, determinadas por el proceso de producción, de la clase obrera del siglo XIX y primeros del siglo XX: “ejerce el trabajo asociado”, pero “para poder dirigir el proceso del trabajo en una fábrica como un todo, alguien tiene que estar por encima de los trabajadores y dirigirlos”. En otras palabras, “a pesar de que las relaciones entre trabajadores en el proceso de organización del trabajo estén inmersas en una economía dominada por el maquinismo, éste no domina las relaciones de los trabajadores entre ellos”. Estas relaciones están caracterizadas ante todo “no por la existencia de contactos entre obreros, sino por el aislamiento de éstos (...). La manufactura, y más tarde la industria basada en el maquinismo, exige la cooperación entre obreros en el proceso de trabajo, pero no por ello se unen en un todo colectivo (...). Y cuando unos obreros no están unidos en un colectivo, no pueden elaborar juntos decisiones que les permitan controlar el proceso de producción. Quizás lo pudieran si tuvieran la posibilidad de controlar a sus dirigentes, elegirlos y cambiarlos, si esas elecciones no fueran sino un disfraz que disimula las maniobras de los líderes ante sus subordinados”.

“El proletariado industrial del siglo XIX y XX era incapaz de autoorganizarse en todas las estructuras de la sociedad sin pasar por mediadores o jefes; esa incapacidad está en los orígenes del desarrollo de una burocracia obrera de sindicatos reformistas (socialdemócratas, estalinistas, anarquistas, etc.). Este mismo factor explica por qué los proletarios han dejado casi siempre que esa burocracia los traicione”.

Para el GPRC, así se plantea el problema de base: “Cuantas más personas están en un grupo, más les es difícil comunicar entre ellas (...). Para superar ese obstáculo, son necesarios medios técnicos que permitan a numerosas personas recibir la misma información, intercambiársela y tomar decisiones comunes en tan poco tiempo como el que les es necesario hacerlo a unas pocas sin medios técnicos. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de las fuerzas productivas no permitía todavía dar esos medios a las personas. Y sin estos medios, el control del poder y el gobierno por los obreros mismos no es posible más que a una escala de empresas muy pequeñas “.

El GPRC cita a Lenin, en El Estado y la revolución: “Los obreros, tras haber conquistado el poder político, romperán el viejo aparato burocrático, lo destrozarán hasta sus cimientos, lo desmantelarán por completo y lo reemplazarán por un nuevo aparato que se compondrá de esos mismos obreros y empleados. Para impedirles burocratizarse, habrán de tomarse las medidas minuciosamente estudiadas por Marx y Engels: 1. elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento; 2. sueldo que no superior al de cualquier obrero; 3. aprobación inmediata de medidas para que todos cumplan con funciones de control y de vigilancia, que todos sean durante cierto tiempo “burócratas”, de modo que así nadie pueda convertirse en “burócrata”.” Pero para el GPRC, por correctas que fuesen estas medidas, éstas no podían realizarse en las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas en tiempos de la Revolución rusa. La situación cambia con la segunda mitad del siglo XX, debido al nivel cualitativamente nuevo del desarrollo de las fuerzas productivas que permiten en particular la informatización de la producción: rapidez de tratamiento de un volumen importante de informaciones procedentes de la gran masa de los obreros, repercusión para cada uno de ellos del análisis de las informaciones tratadas, repetición de ese proceso tantas veces como sea necesario para desembocar finalmente en una síntesis de las opiniones individuales y poder elaborar la decisión final.

“El ordenador es lo que puede unificar en un todo colectivo a los trabajadores que ejercen el trabajo asociado”. Cuanto más informatizado esté su trabajo más fácil les es tomar decisiones colectivas y más fácil les es controlar a unos dirigentes que siguen siendo necesarios para coordinar acciones y decisiones, en caso en que el colectivo no pueda hacerlo por sí mismo.

“Cuando la humanidad entre de nuevo en un período de grandes enfrentamientos sociales parecidos a los de la primera mitad del siglo XX, muchas cosas se repetirán, la doblez de muchos dirigentes obreros y de organizaciones abusará de la confianza que les tengan los obreros. Las causas objetivas de ese fenómeno existente en la primera mitad del siglo XX, siguen existiendo hoy y no pueden ser compensadas por ningún estudio de las lecciones de la historia”.

“La informatización por sí misma puede crear el socialismo. La revolución proletaria mundial es necesaria a la transición de la humanidad al socialismo. Pero la revolución no podrá ser mundial y socialista sino en la época de los ordenadores y de la informática. Esa es la dialéctica de la transición al socialismo”.

Respuesta de la CCI

La pregunta que se plantea la GPRC es vital: “¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Y para contestarle el único método que tenemos a nuestro alcance es el del materialismo histórico (2).

Al ser su objetivo sustituir unas relaciones de producción basadas en la escasez por unas relaciones de producción basadas en la abundancia, la revolución proletaria solo es, en efecto, posible si el capitalismo ha desarrollado suficientemente las fuerzas productivas para crear las condiciones materiales de la transformación de la sociedad. Se trata de la primera condición para la revolución proletaria, siendo la segunda el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa que demuestre de manera patente que las relaciones de producción capitalistas han de ser sustituidas por otras relaciones de producción.

Los revolucionarios han dedicado siempre la mayor atención a la evolución de la vida del capitalismo para así evaluar si el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones insuperables que de ello se derivan permiten o no la victoria de la revolución comunista. En 1852, Marx y Engels reconocieron que aún no se habían alcanzado las condiciones para la victoria de la revolución proletaria cuando estallaron los acontecimientos revolucionarios de 1848, y que el capitalismo debía seguir desarrollándose para permitirla. En 1864, pensaban que había sonado la hora de la revolución cuando participaron en el nacimiento de la Asociación internacional de trabajadores, pero se dieron rápidamente cuenta, antes incluso de la Comuna de París en 1871, de que el proletariado no estaba maduro todavía debido a que el capitalismo seguía poseyendo una economía con un gran potencial de desarrollo.

Así pues, las dos revoluciones que se habían intentado hasta entonces, la de 1848 y la Comuna, habían fracasado porque no existían todavía las condiciones materiales de la victoria del proletariado. Esas condiciones iban a aparecer durante el período siguiente, el cual permitió que el capitalismo conociera el período de desarrollo más importante de su historia. A finales del siglo XIX, las viejas naciones burguesas ya se habían repartido el conjunto del mundo no capitalista. En adelante, el acceso para cada una de ellas a nuevos mercados y nuevos territorios las enfrentaría por los de sus rivales. Mientras se multiplicaban las tensiones que implicaban ocultadamente a las grandes potencias se asistió a un incremento considerable de sus armamentos. Ese auge de las tensiones imperialistas y del militarismo preparó las condiciones del estallido de la Primera Guerra mundial pero también de las condiciones de la crisis revolucionaria de la sociedad. La primera degollina imperialista mundial del 1914-18, así como la oleada revolucionaria que surgió en 1917 en reacción contra aquella barbarie, demostraron que desde entonces existían ya las condiciones objetivas de la revolución. Para la vanguardia proletaria de la oleada revolucionaria mundial del 1917-23, la Primera Guerra mundial significó la quiebra histórica del capitalismo y la entrada en su fase de decadencia, poniendo en evidencia que la única alternativa posible para la sociedad era o el socialismo o la barbarie.

A pesar de ese cambio evidente en la situación mundial, el GPRC considera que en aquel entonces el sistema capitalista seguía teniendo un papel progresista para la maduración de las condiciones de la revolución. Considera que aún era necesario que su desarrollo permitiese el invento de los ordenadores y la generalización de su uso, únicos instrumentos capaces de oponerse a la tendencia de los dirigentes a traicionar los obreros, tendencia responsable del fracaso de la Revolución rusa. Gracias a estos formidables progresos tecnológicos, que permiten “sintetizar” la opinión de numerosos obreros, éstos podrán arreglárselas sin representantes, dirigentes para tomar las decisiones. Esto nos dice el GPRC. Antes de contestar a este sorprendente análisis del fracaso de la Revolución rusa, hemos de señalar un problema de método debido precisamente a una aplicación inadaptada del materialismo histórico.

Los ochenta y pico años transcurridos desde el fracaso de la oleada revolucionaria mundial no solo han demostrado que la prolongación de la agonía del capitalismo no ha creado para nada unas condiciones materiales mejores para la revolución, sino, al contrario, las bases materiales para la sociedad comunista incluso se han debilitado, como lo está demostrando la situación actual de caos y descomposición generalizada al planeta entero. El proletariado revolucionario podrá aprovechar plenamente para la revolución y la liberación de la especie humana, muchos inventos hechos bajo el capitalismo, muchos de ellos realizados en su fase decadente. Así es para los ordenadores y muchas cosas más. Sin embargo, por importantes que sean esos inventos, su existencia no puede ocultar la dinámica real del capitalismo decadente que nos lleva a la ruina de la civilización. Si la primera oleada revolucionaria mundial hubiese logrado vencer a la burguesía a escala mundial también habría evitado a la humanidad conocer la peor era de barbarie que jamás conoció en su historia. Y además estamos también seguros de que habrían surgido otros inventos que habrían permitido al ser humano emanciparse del reino de la necesidad. Comparados con ellos, los ordenadores actuales parecerían herramientas prehistóricas.

La experiencia viva de la revolución en toda su amplitud desmiente las tesis del GPRC sobre la tendencia ineluctable a la traición de los jefes. Durante su fase ascendente, los consejos obreros demostraron que eran el órgano por excelencia que permitía al proletariado, por su sistema de delegados elegidos y revocables, desarrollar su lucha tanto en el plano económico como en el político, que eran ellos el “medio por fin revelado de la dictadura del proletariado”. El movimiento hizo surgir dirigentes proletarios en sus filas, que expresaban o defendían con valor y abnegación, los intereses generales del proletariado. En cuanto al partido, fue capaz de ponerse en la vanguardia de la revolución, guiarla hacia la victoria en Rusia, haciendo todo lo que pudo por la extensión de la revolución mundial y en particular allí donde era determinante, en Alemania.

La oleada revolucionaria mundial refluyó debido a una serie de derrotas decisivas del proletariado, entre las que fue determinante el aplastamiento de la insurrección de enero de 1919 en Berlín. Aislada y agotada por la guerra civil, la Revolución rusa no podía sino debilitarse y así ocurrió efectivamente con la extinción del poder de los consejos obreros y de cualquier forma de vida proletaria en ellos, con la ascensión del estalinismo en Rusia, y especialmente en las filas del Partido bolchevique en el poder. Durante ese giro contrarrevolucionario, traicionaron muchos revolucionarios y muchos obreros que habían sido elegidos a puestos de responsabilidad en el Estado se transformaron en fieles defensores de la burocracia, cuando no en miembros de ella.

Las traiciones a la causa obrera por jefes proletarios, por organizaciones que hasta entonces habían sido proletarias, no es algo específico del período de reflujo de la oleada revolucionaria mundial, sino un factor del combate histórico de la clase obrera. Son la consecuencia de un oportunismo creciente hacia la ideología de la clase dominante ante la que se acaba capitulando. Esta tendencia, no obstante, no es inevitable y no depende en absoluto de la posibilidad que tenga o deje de tener el proletariado para utilizar ordenadores. Depende de la relación de fuerzas entre las clases, como lo demuestran tanto la oleada revolucionaria como su reflujo, y también de la lucha política intransigente que son capaces de desarrollar los revolucionarios contra todo tipo de concesiones a la ideología burguesa.

Las tareas  que el proletariado, y en su seno las minorías revolucionarias, tuvo que encarar a principios del siglo XX fueron titánicas. Tuvieron que luchar contra el oportunismo creciente en la Segunda internacional, un oportunismo que acarreó la traición de la mayoría de los partidos que la constituían y su paso al campo de la burguesía en el momento decisivo de la guerra imperialista mundial. Y, al mismo tiempo, los revolucionarios que siguieron fieles al marxismo y al combate histórico de su clase tuvieron que entender y hacer comprender al proletariado nada menos que las implicaciones para la lucha de clases del cambio de período, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. La causa de la derrota de la oleada revolucionaria se debió en gran parte a que la clase obrera no tomó entonces ampliamente conciencia, y con todas sus consecuencias, de que sus antiguos partidos pasados al enemigo eran ya la avanzadilla de la reacción contra la revolución, que los sindicatos se habían transformado en órganos del Estado capitalista en las filas obreras. También se debió a que el partido mundial de la revolución, la Internacional comunista, nació demasiado tarde.  No son pues las condiciones objetivas de la revolución las que no estaban suficientemente maduras, sino las condiciones subjetivas. De ahí la importancia, hoy también, del combate político para que se difundan al máximo las lecciones sacadas por generaciones y generaciones de revolucionarios, las lecciones de lo que sigue siendo la mayor experiencia revolucionaria del proletariado.

Y, precisamente, la pesada cargada de la jerarquía en el cerebro de los vivos no podrá ser combatida fuera de la lucha por la abolición de las clases y no desaparecerá totalmente sino con la instauración de una sociedad comunista. La división del trabajo no es una característica propia de las sociedades divididas en clases. Ya existió en las sociedades de comunismo primitivo y seguirá existiendo en la sociedad de comunismo evolucionado. No es la división del trabajo lo que origina la jerarquía, sino que es la sociedad dividida en clases lo que imprime a la división del trabajo su carácter jerárquico, como medio para dividir a los explotados y dominar la sociedad. El problema que plantea la contribución del GPRC es precisamente que al polarizarse en las cuestiones de jerarquía en sí, sin considerar para nada los antagonismos de clase, se coloca fuera del campo de la lucha política.

En realidad, el GPRC busca desesperadamente una solución técnica a un problema que es fundamentalmente político y al que la experiencia vivida por la clase obrera ya dio la solución antes incluso de la oleada revolucionaria de 1917-23, con el surgimiento de los soviets en 1905. Las discusiones en las asambleas no tienen como meta la de despejar “democráticamente” una opinión intermedia que sea la síntesis de las opiniones individuales de los obreros. Al contrario, son el medio inevitable del debate y de la lucha política que permite la clarificación de las masas todavía influidas por las fracciones de izquierda e izquierdistas de la burguesía. Para tomar decisiones, elegir delegados, cada cual no se determina aislado, sentado delante de su ordenador, sino a mano alzada en asambleas ante sus compañeros de lucha. Así viven y funcionan las asambleas, materializando los diferentes niveles de centralización de la lucha, hasta el más alto de ellos. La receta del GPRC es la antítesis de ese tipo de organización unitaria de la clase obrera y no puede llevarnos más que a la negación de los valores que debe desarrollar el proletariado en su lucha: la confianza de unos compañeros de lucha de quienes el delegado elegido es a priori especialmente digno; la actividad creadora por medio de la discusión colectiva y contradictoria. De hecho, el GPRC confunde dos nociones: la conciencia y el conocimiento. Para que los obreros tomen conciencia, necesitan ciertos conocimientos: en particular, han de conocer el mundo en el que están luchando, el enemigo al que combaten con sus diferentes rostros (burguesía oficial, Estado, fuerzas de represión, sindicatos y partidos de izquierdas), las metas y los medios de la lucha. Pero la conciencia no se puede reducir al conocimiento: un especialista universitario en historia, economía o sociología conoce, en general, sobre estos temas muchas más cosas que un obrero consciente revolucionario. Pero sus prejuicios de clase, su adhesión a los ideales de la clase dominante, le impiden poner sus conocimientos al servicio de una verdadera conciencia. En el mismo sentido, no es la suma de conocimientos lo que permite a los obreros tomar conciencia, sino su capacidad para quitarse de encima el dominio de la ideología dominante. Y esta capacidad no se conquista delante de una pantalla de ordenador capaz de dar todas las estadísticas del mundo, todas las síntesis posibles e imaginables. Se conquista gracias a la experiencia de clase, presente y pasada, de la acción y de los debates colectivos. La contribución específica de los ordenadores es mínima en ese aspecto, muy por debajo de lo que contribuía la prensa de que disponía la clase obrera en el siglo XIX.

El GPRC afirma que es inútil recurrir a las lecciones de la historia para entender la derrota de la Revolución rusa. Lo último que le puede ocurrir al proletariado sería renunciar a las lecciones esenciales que nos ha dejado la Revolución rusa (3), en particular en lo referente a las condiciones de su degeneración, por ser esas lecciones una contribución esencial para poder vencer al capitalismo en la próxima oleada revolucionaria:

–  aislada en un bastión proletario, la revolución está condenada a muerte a más o menos corto plazo;

–  el Estado del período de transición –semi-Estado– que inevitablemente surge tras el derrocamiento de la burguesía, tiene un papel de garante de la cohesión de la sociedad en la que siguen existiendo antagonismos de clase (4). No es pues una emanación del proletariado y por eso no puede ser un instrumento de la marcha hacia el comunismo, papel que sigue estando exclusivamente en manos de la clase obrera organizada en consejos obreros y de su partido de vanguardia. En los períodos de reflujo de la lucha de clases, además, ese Estado tiende a expresar plenamente su carácter reaccionario intrínseco contra los intereses de la revolución;

–  por esto la identificación de los consejos obreros con el Estado no puede conducir sino a la pérdida de la autonomía de clase del proletariado;

–  del mismo modo, la identificación del partido con el Estado no puede sino producir la corrupción de su función de vanguardia política del proletariado, transformándose en gestor del Estado. Tal situación fue la que llevó al Partido bolchevique a tomar la iniciativa de la represión de Kronstadt, verdadera tragedia para el proletariado, y a ser progresivamente la encarnación de la contrarrevolución en marcha.

CCI, octubre del 2004

 

1) Grupo de Colectivistas proletarios revolucionarios. El texto del GPRC está publicado en ruso y en inglés el sitio del foro: russia.internationalist-forum.org

2 Ya hemos dedicado un artículo a esta cuestión: “Al inicio del siglo xxi, ¿por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, publicado en las Revista internacional nos 103 y 104.

3) Una de las mayores expresiones de la réplica proletaria a la contrarrevolución fue la publicación en los años 30 de la revista Bilan, órgano de la Izquierda comunista de Italia, cuya principal actividad fue precisamente la de sacar las lecciones de la primera oleada revolucionaria mundial. Las posiciones programáticas de la CCI, en gran parte, son el producto de ese trabajo. La CCI ha publicado numerosos artículos de su Revista internacional sobre la Revolución rusa, en particular en los nos 71, 72, 75, 89, 90, 91 y 92.

4) Véase nuestro folleto El Estado en el período de transición.

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [5]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La revolución proletaria [17]

Respuesta a la contribución del KRAS

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El texto del KRAS (1) tiene el objetivo primordial de poner en evidencia las causas de la derrota de la Revolución rusa: “La Revolución rusa de 1917-1921 sigue siendo para la mayoría de las “izquierdas” una “revolución desconocida”, tal como la nombró hace 60 años el anarquista exiliado Volin. La causa principal de esa ignorancia no es la ausencia de informaciones sino más bien la importante cantidad de mitos fabricados acerca de ella. La mayoría de ellos viene de la confusión entre la Revolución rusa y las actividades del Partido bolchevique. No puede uno liberarse de esa confusión si no entiende el papel real desempeñado por los bolcheviques en los acontecimientos de aquel entonces (...) Uno de esos mitos consiste en decir que el Partido bolchevique no era un partido como los demás sino la vanguardia de la clase obrera (...) Todas las ilusiones sobre el carácter “proletario” de los bolcheviques son desmentidas por la realidad de su oposición a las huelgas obreras ya desde 1918 y por el aplastamiento de Kronstadt en 1921 por los cañones del Ejército rojo. No se trata de un “trágico malentendido”, sino de la represión con metralla de la base obrera “ignorante”. Los jefes bolcheviques tenían intereses concretos y realizaron una política concreta (...) Su visión del Estado como tal, de la dominación de las masas, significativa de individuos desprovistos de todo tipo de sentimiento de igualdad, en quienes predominaba el egoísmo y para quienes la masa no era más que una materia prima sin voluntad propia, sin iniciativa y sin conciencia, incapaz de autogestión social. Es el rasgo fundamental de la psicología del bolchevismo. Es típico de su carácter dominador. Archinoff denomina esta nueva capa “nueva casta”, la “cuarta casta”. De grado o por fuerza, con esos enfoques, los bolcheviques lo único que pudieron realizar fue una revolución burguesa (...) Intentemos primero definir qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917 (...) La socialdemocracia (incluso la de tipo bolchevique) siempre sobreestimó el grado de desarrollo del capitalismo y el grado de “europeísmo” de Rusia (...) En realidad, Rusia era más bien un país del “tercer mundo”, utilizando un término de hoy (...) Los bolcheviques se convirtieron en los actores de una revolución burguesa sin burgueses, de la industrialización capitalista sin capitalistas privados (...) Al tomar el poder, se convirtieron en “partido del orden” que no pretendía desarrollar el carácter social de la revolución. El programa del gobierno bolchevique no tiene ningún contenido socialista”.

Otros argumentos desarrollados en el texto del KRAS, que no reproducimos en su totalidad, serán citados en nuestra respuesta. En resumen, estos son los elementos esenciales de sus tesis:

–  el Partido bolchevique está en la continuidad de la vieja socialdemocracia y es un partido de carácter burgués, contra la clase obrera;

–  la Revolución rusa fue una revolución burguesa, al no existir otra alternativa en la Rusia del 1917;

–  las medidas económicas tras Octubre del 17 y la política del Partido bolchevique no eran verdaderamente socialistas, al no haberse realizado la verdadera autogestión en manos de la clase obrera.

Una discusión “histórica” con errores “históricos” de método

La ausencia flagrante de un marco internacional para entender la situación de Rusia, vista como si fuera un territorio aparte del resto del mundo, es, en realidad, común a muchas críticas, aparentemente radicales, que se hacen a los bolcheviques. Es ese un error de método que ignora lo que distingue en su esencia misma la existencia del proletariado y la de la burguesía. Al ser el capitalismo un modo de producción que domina todo el planeta, su superación no puede ser realizada más que a escala mundial por la clase proletaria internacional, al contrario de la burguesía cuya existencia es inseparable del marco nacional. La Revolución rusa no fue pues un asunto exclusivo del proletariado ruso, sino la respuesta del proletariado en su conjunto a las contradicciones del capitalismo mundial en aquel entonces, en particular al primer acto de quiebra de ese sistema que amenazó la existencia misma de la civilización, la Primera Guerra mundial. La Revolución rusa fue la avanzadilla de la oleada revolucionaria internacional entre 1917 y 1923, y por eso fue con la mayor razón si la dictadura del proletariado en Rusia se giró hacia el proletariado internacional, en particular el proletariado alemán, el cual que tenía en sus manos el destino de la revolución mundial.

La transformación de las relaciones de producción no se hará sino tras la toma de poder político a escala mundial por la clase obrera. Contrariamente a los períodos de transición del pasado, el que lleva del capitalismo hacia el comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino, al contrario, dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para arrancar progresivamente de la sociedad los componentes del capitalismo: propiedad privada, mercado, salariado, ley del valor, etc. Pero tal política económica solo podrá realizarse de verdad cuando el proletariado derrote militarmente a la burguesía. Mientras ese objetivo no se haya realizado definitivamente, las exigencias de la guerra civil mundial serán prioritarias a la transformación de las relaciones de producción allí donde el proletariado haya tomado el poder, sea cual sea el nivel de desarrollo económico de la región.

No se ha de tener pues la menor ilusión sobre las posibles realizaciones sociales inmediatas justo después de la revolución, especialmente cuando ésta no ha logrado extenderse todavía a un conjunto de países significativos para la relación de fuerza entre clases a escala internacional. Aunque deban tomarse cuanto antes, si es posible inmediatamente tras la toma de poder, ciertas medidas como la expropiación de los capitalistas privados, la uniformidad de las remuneraciones, la asistencia a los más desfavorecidos, la disposición libre de ciertos bienes de consumo, una importante reducción de la jornada de trabajo que permita en particular a los obreros implicarse en la dirección de la revolución, éstas no son, en sí mismas, medidas de socialización y pueden perfectamente ser recuperadas por el capitalismo.

La tesis del KRAS no la defienden exclusivamente las corrientes que se proclaman anarquistas. Es muy cercana a la posición que formuló en 1934 el grupo GIK (Gruppe Internationaler Kommunisten), que formaba parte de la corriente consejista, en sus famosas Tesis sobre el bolchevismo. También hizo el mismo tipo de crítica el grupo de la Oposición obrera en Rusia; criticaba esencialmente la ausencia de autogestión de las fábricas en Rusia inmediatamente después de la revolución. No es por casualidad si representantes de la Oposición obrera como Alexandra Kolontai, obsesionados por la ilusión de que era inmediatamente posible implantar medidas socialistas en la producción que habrían sido para ellos la verdadera “prueba del socialismo”, acabaron a finales de los años 20 en el campo del estalinismo. Tras la ilusión del “socialismo en una fábrica” y la consigna contrarrevolucionaria del estalinismo “el socialismo en un solo país” hay efectivamente la misma lógica. En ambos casos, no se trata más que del mantenimiento, con otro nombre cuando no con otra forma, de las relaciones de explotación que no pueden abolirse mientras no sea abolida la dominación mundial del capital.

Vemos que las cuestiones planteadas por el KRAS no son nuevas, sino que pertenecen a la historia del movimiento obrero. La incapacidad del GIK o de la Oposición obrera para tratar los acontecimientos en Rusia en el marco internacional los llevó a una vía muerta que no les permitió sacar lecciones reales y acabó desmoralizando a sus miembros. El consejismo acabó cayendo en el fatalismo: si fue derrotada la Revolución rusa, sería por que estaba condenada al fracaso desde sus inicios. De ahí a afirmar que no era posible una revolución del proletariado en aquel entonces sino que la revolución no podía más que ser burguesa solo hay un paso, y lo dieron. Las “Tesis sobre el bolchevismo” del GIK son en cierto modo una reinterpretación de la historia y de las condiciones de la época que intenta dar una “explicación” a la derrota de la Revolución rusa, vista a posteriori como una aventura condenada de antemano.

Con un enfoque totalmente opuesto al del consejismo (2) Rosa Luxemburg, en sus conclusiones al folleto la Revolución rusa dedicado a la crítica de algunos aspectos de la política de los bolcheviques, resume magistralmente el carácter de los problemas a los que se enfrentaban: “En Rusia, la cuestión solo podía plantearse. Por eso es por lo que el porvenir pertenece, por todas partes, al “bolchevismo”.”

Las dificultades para plantear la cuestión a escala histórica y mundial

Así como existe un marco geográfico específico al surgimiento de cada tipo de revolución (el de la nación para la burguesía y el del mundo para el proletariado), ésta tampoco es posible en cualquier momento de la historia, sino que está determinada por factores históricos, y en primer lugar por la dinámica del modo de producción dominante y el nivel de contradicciones que lo acosan. El papel histórico de las revoluciones siempre ha sido el de romper las cadenas del viejo modo de producción cuando este se ha vuelto un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, un factor de crisis de la sociedad. Así fue cuando las grandes revoluciones burguesas contra el feudalismo, en Inglaterra en el siglo XVII por ejemplo o en Francia a finales del XVIII, y también cuando la revolución proletaria en Rusia del 17 contra el capitalismo. Más precisamente, todos los modos de producción atraviesan una fase ascendente, durante la cual son capaces de hacer progresar el desarrollo de las fuerzas productivas y hacer avanzar la sociedad. Pero también, más tarde, conocen una fase de decadencia en la que son un freno para las fuerzas productivas, lo que acarrea un estancamiento de la sociedad. El capitalismo es el primer modo de producción en la historia que ha sido capaz de conquistar el conjunto del planeta y construir un mercado mundial, durante su fase ascendente. Tras haber cumplido esa tarea, a principios del siglo XX, empezó una nueva época caracterizada por un desarrollo sin precedentes de las rivalidades entre grandes potencias por un nuevo reparto del mercado mundial. La expresión trascendental de ese fenómeno, la Primera Guerra mundial, fue la señal de la entrada brutal y plena del capitalismo en su fase de decadencia. Tal cambio en la vida de la sociedad iba a tener obligatoriamente consecuencias en cuanto a la función de la clase dominante de un sistema decadente, cuya perpetuación es una amenaza creciente para la existencia de la humanidad. Así es como se volvió desde entonces una clase reaccionaria, por todas partes ¡incluida Rusia!.

El KRAS no se pronuncia claramente sobre el contexto histórico e internacional de la revolución rusa, del cual depende la posibilidad misma de la revolución proletaria. Hay ambigüedades en su argumentación. Mientras que, por un lado, su crítica a los bolcheviques no sale del marco ruso, en otro pasaje de su artículo, sin embargo, se puede apreciar otro enfoque del problema, mucho más correcto: “Tampoco hemos de olvidar la situación social internacional. El capitalismo mundial estaba entonces en una situación histórica muy específica, en la bisagra entre un período de industrialización primario (frühindustrielle Stufe) y una nueva etapa “taylorista-fordista” del industrialismo capitalista (...) Era todavía posible eliminar el industrialismo capitalista mundial antes de que éste empezara a destruir las bases de la vida humana y desintegrar la sociedad”.

Este pasaje contiene la idea justa de que la Primera Guerra mundial y la Revolución rusa ocurrieron en un período histórico caracterizado por un cambio profundo del capitalismo como un todo. ¿Por qué entonces no sacar las consecuencias de ello para el análisis de la revolución en Rusia, dejando de considerarla como un fenómeno específicamente ruso? Esto le permitiría entender por fin que con aquel cambio en la vida del capitalismo ¡era la destrucción del capitalismo a escala mundial lo que se puso al orden del día! Tanto los consejistas como la Oposición obrera, a pesar de su lealtad a la causa del proletariado, no lograron entenderlo. Otros, los mencheviques, con motivaciones muy diferentes, usaron el mismo método para condenar la revolución proletaria en Rusia, aduciendo el enorme peso que significaba el campesinado o que Rusia no estaba lo suficientemente industrializada. Al afirmar así que no estaba suficientemente madura para tal paso hacia adelante en la historia, no quedaba otro remedio que el de dejar el poder en manos de la burguesía y defender el capitalismo. No estamos comparando a los mencheviques con el KRAS, sino que queremos poner en evidencia los peligros que entraña un método que comparte con los consejistas y la Oposición obrera. Semejante método nos haría afirmar hoy, en 2004, que la revolución proletaria no es posible en ningún país del tercer mundo. Sería evidentemente algo absurdo: al ser el capitalismo un sistema global que no logró desarrollar industrialmente el mundo entero durante su fase ascendente, menos posibilidades tendrá de lograrlo desde que entró en decadencia.

No, la Revolución rusa no es para nada un acontecimiento exclusivamente ruso, sino el primer asalto de la clase obrera mundial contra el sistema inhumano responsable de la Primera Guerra mundial.

El KRAS ha de zanjar: revolución burguesa o revolución proletaria

Tratemos primero de constatar qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917”. Estamos totalmente de acuerdo con esa forma con la que plantea el KRAS la cuestión en un pasaje de su texto. El problema está en que no aplica ese método.

Afirma en varios lugares que debido al insuficiente desarrollo económico en Rusia, la tarea de los bolcheviques se limitaba a la realización de una revolución burguesa. Esta afirmación es un disparate si se analiza con el enfoque de que el capitalismo había entrado en decadencia en el mundo entero. En cambio, otras citas del texto contradicen esa afirmación, al evidenciar que era la revolución proletaria lo que estaba en marcha en Rusia: “Sin embargo, no se puede entender la Revolución rusa únicamente como revolución burguesa. Las masas rechazaron el capitalismo y lo combatieron vehementemente, incluso el capitalismo de Estado de los bolcheviques. (...) El resultado de sus esfuerzos y deseos fue la forma con que la que se concretó en Rusia la revolución social mundial . La mezcla de una revolución de los obreros proletarios de las ciudades con la revolución de los campesinos comunales (Gemeindebauern) en los campos. (...) Los acontecimientos de Octubre del 17, mediante los cuales el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, fueron el resultado del desarrollo del movimiento de masas desde febrero, en nada fueron el resultado de una conspiración bolchevique. Lo único que hicieron los leninistas fue utilizar la atmósfera revolucionaria que reinaba entre obreros y campesinos”. Totalmente de acuerdo: los acontecimientos de Octubre del 17, por los que el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, resultaron del desarrollo del movimiento de masas de después del mes de febrero y en absoluto de una conspiración bolchevique.

Pero al no llevar hasta sus últimas consecuencias el enfoque propuesto, o sea “entender qué revolución estaba a la orden del día”, el KRAS se detiene a medio camino y defiende la tesis de dos revoluciones paralelas de carácter diferente, la burguesa aparentemente justificada por el subdesarrollo de Rusia personificada en los bolcheviques y la “de abajo”, aparentemente motivada por la impugnación del capitalismo, animada por las masas: “En paralelo con esa revolución “burguesa” (política) en torno al poder estatal se desarrolla otra revolución por abajo. Las consignas de autocontrol del trabajo y de la socialización de la tierra se desarrollan y se hacen cada vez más populares, las masas populares empiezan a realizarlas desde debajo, de forma revolucionaria. Se desarrollaron nuevos movimientos sociales: consejos de obreros y consejos de campesinos...”.

La simultaneidad de una revolución proletaria y de una revolución burguesa es una contradicción desde el punto de vista de la maduración de las condiciones que las explican respectivamente, la ascendencia del modo de producción capitalista para ésta y la decadencia para aquélla. Ahora bien, la guerra mundial que se desencadenó en aquel entonces fue la prueba patente de la quiebra histórica del capitalismo, de su decadencia; y la caída de la burguesía en Rusia fue ante todo la consecuencia de su participación directa en la degollina mundial.

Aclarado pues el carácter proletario de la Revolución rusa de 1917 se plantea la cuestión del carácter clasista del partido bolchevique y del papel que desempeñó en el proceso que desembocó en la muerte de la revolución y la victoria de la contrarrevolución.

El carácter clasista del Partido bolchevique

La degeneración de la revolución y del partido bolchevique, al transformarse en avanzadilla de la contrarrevolución, se vio favorecida por los errores cometidos por el Partido bolchevique que a menudo no le eran específicos sino que correspondían a una inmadurez del movimiento obrero como un todo.

Así es como Lenin y los bolcheviques tenían la idea falsa, resultante del esquematismo burgués, de que la toma del poder político por parte del proletariado consistía en la toma de poder por su partido. Esta era sin embargo una idea compartida por el conjunto de las corrientes de la Segunda internacional, incluso por las de izquierda. Fue precisamente la experiencia de la Revolución rusa y de su degeneración lo que permitió entender que el esquema de la revolución proletaria, en ese aspecto, era fundamentalmente diferente al de la revolución burguesa. Hasta finales de su vida en enero del 1919, Rosa Luxemburg, por ejemplo, cuyas divergencias con los bolcheviques fueron siempre muy conocidas, compartía también esa falsa idea: “Si Spartakus se apodera del poder, será por la clara voluntad, indudable, de la gran mayoría de las masas proletarias” (Discurso sobre el programa, Congreso de fundación del PC de Alemania, diciembre del 18). ¿Se ha de concluir que Rosa Luxemburg también era una “jacobina burguesa”, tal como anarquistas y consejistas califican a Lenin? Pero entonces, ¿qué revolución burguesa estaban defendiendo Rosa y los espartaquistas en la Alemania industrial de 1919?

Al ser la derrota de la oleada revolucionaria mundial y el aislamiento del bastión proletario la causa primera de la victoria de la contrarrevolución en Rusia, sería un error de método achacarla a concepciones falsas en el movimiento obrero. Si se hubiese extendido la revolución, estas concepciones hubiesen sido superadas en la marcha del proletariado mundial hacia la revolución, tanto en lo práctico como en lo teórico, pasando por la lupa de la crítica todo lo que se habría realizado.

La degeneración del Partido bolchevique es la consecuencia de una concepción falsa de su papel con respecto al Estado, que lo llevó a identificar su tarea de vanguardia de la revolución con la de principal gestor de esa institución. Esa es la situación que lo puso en una situación de creciente antagonismo con la clase obrera y que explica el aplastamiento de Kronstadt, que dirigió y justificó políticamente (3) Entender el proceso de degeneración y los errores cometidos por los bolcheviques no significa “perdonarlos”, sino que forma parte precisamente de ese esfuerzo de clarificación indispensable en el proletariado del que depende la solución de los futuros combates de la clase obrera. Por el contrario, afirmar como lo hace el KRAS que el Partido bolchevique desde el principio era un partido burgués es un procedimiento tan simplista como fácil para evitar tener que hacerse muchas preguntas o tener que revisar prejuicios, como también un método que no permite entender el proceso vivo de la lucha de clases.

CCI, octubre del 2004

 

1) Este texto esta colgado en ruso y en alemán en el sitio del foro https://russia.internationalist-forum.org/tiki-index.php?page=RUSSISCHE+... [18]. Las citas las hemos traducido nosotros. En caso de que hubiese traducciones erróneas respecto al original, no serían, evidentemente, intencionadas.

2) En el marco de este texto, no podemos desarrollar, una vez más, la crítica del consejismo clásico. Para más detalles, véanse los números 37, 38, 39 y 40 de la Revista internacional, así como nuestro folleto Rusia 1917, principio de la revolución mundial.

3) La CCI ya ha dedicado varios artículos sobre el tema, en particular “Entender Kronstadt”, Revista internacional nº 104.

Geografía: 

  • Rusia, Caúcaso, Asia Central [1]

Vida de la CCI: 

  • Correspondencia con otros grupos [5]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1917 - la revolución rusa [19]

Reunion Publica de la CCI en Argentina: La decadencia del capitalismo

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El viernes 27 de agosto celebramos en Buenos Aires una Reunión Pública sobre el tema LA DECADENCIA DEL CAPITALISMO.

Un lugar de discusión proletaria

Varios asistentes expresaron su agradable sorpresa por la discusión viva y animada, con participación activa de los presentes, que tuvo lugar. Lo veían en los antípodas de las reuniones de grupos de izquierda o extrema izquierda del capital, adonde un orador (o varios turnándose) sueltan discursos interminables que cansan a la gente que acaba yéndose a su casa desmoralizada. En contra de todo eso, se demostró palpablemente que la Reunión Pública de la CCI es un lugar donde se puede discutir, se pueden contraponer argumentos, todo ello en vistas a la clarificación, la claridad es un arma de la clase obrera, del fuego del debate nace la luz de la claridad.

La decadencia del capitalismo amenaza la supervivencia de la humanidad

La presentación planteó: ¿cómo explicar dos guerras mundiales, interminables guerras regionales y las guerras caóticas actuales acompañadas de un terrorismo ciego y bárbaro? ¿Cómo explicar la degradación imparable de las condiciones de vida de todos los trabajadores del mundo incluidos los “privilegiados” de Alemania, Francia, USA etc.? ¿Cómo explicar el hambre galopante en el mundo, las epidemias y las enfermedades más espantosas? ¿Cómo explicar la creciente dislocación de las relaciones sociales que lleva consigo la inseguridad, la degradación moral, las drogas, el irracionalismo, la más abyecta barbarie? ¿Cómo explicar la amenaza cada vez mayor de enormes catástrofes ecológicas?

La burguesía, en todas sus variantes nos ofrece toda clase de falsas explicaciones: habría una crisis de reestructuración del capitalismo, un capitalismo “reformado” con una intervención del Estado para corregir sus tendencias más negativas haría que otro mundo sería posible etc.

Frente a ello, la explicación de la CCI es que el capitalismo es un sistema social decadente que desde la primera guerra mundial se ha convertido en una traba para el desarrollo de la humanidad y que la continuación de su supervivencia conlleva la amenaza de destrucción del género humano. Como dijo la Internacional Comunista en su primer congreso (marzo1919): “el período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye el capitalismo con sus contradicciones insolubles”.[1]

La clase obrera es la única clase social que puede destruir el capitalismo

Esta presentación que se ciñó a 20 minutos para dar el mayor tiempo posible a la discusión no fue puesta en cuestión abiertamente por ninguno de los presentes. La discusión se centró en 2 cuestiones:

·        ¿Quién puede destruir el capitalismo?

·        ¿Qué son verdaderamente la revolución proletaria y el comunismo?

De forma general, los asistentes estaban de acuerdo en que el proletariado es la clase revolucionaria que tiene en sus manos la lucha por la destrucción del capitalismo. Sin embargo, se plantearon algunas dudas que la propia discusión clarificó:

·        ¿No sería el proletariado actual completamente diferente del proletariado de finales del siglo XIX y principios del XX y por tanto no tendría ni la posibilidad ni la necesidad –dado su supuesto mayor acomodamiento en la sociedad - de destruir el capitalismo?

·        ¿Al haberse cerrado tantas fábricas, al caer en el desempleo muchos obreros, no habría perdido el proletariado sus armas clásicas de lucha entre ellas la huelga?

Aunque no podemos extendernos demasiado en las respuestas que la propia reunión dio a estas cuestiones, quedó claro que el proletariado seguía siendo el productor colectivo de las principales riquezas de la sociedad capitalista, que esta no podía existir sin la explotación del proletariado, y que este tenía como principales armas su unidad, su conciencia y su capacidad para organizarse masivamente, al servicio de las cuales se supeditaba el arma de la huelga[2].

El comunismo nada tiene que ver con el capitalismo de Estado de la antigua URSS, Cuba, China etc.

Dos asistentes defendieron como “análisis marxista” el supuesto carácter “socialista” o “como paso al socialismo” de regímenes como los de la antigua URSS, Corea del Norte, Cuba etc. Dijeron que allí había habido “revoluciones socialistas”. Otros asistentes les respondieron de forma contundente:

·        El “socialismo en un solo país” es una traición al proletariado. Su revolución será mundial o no será. El comunismo solo podrá empezar a construirse a partir de la destrucción del capitalismo en todos los países.

·        En Rusia, China, Cuba, Corea del Norte etc., lo que reina es una forma particular del capitalismo de Estado, tendencia general que domina todo el capitalismo mundial y que se impone bajo diversas formas en todos los países: en USA por ejemplo el capitalismo de Estado toma la forma “liberal” de una combinación entre la burguesía privada clásica y la intervención muy fuerte del Estado en todos los campos de vida económica, social, militar etc.

·        La única revolución proletaria que ha existido en el siglo XX es la revolución rusa y la oleada revolucionaria que le siguió y que llegó hasta la Argentina (la Semana Trágica). Fue la derrota del proletariado en los demás países –principalmente en Alemania- lo que llevó al bastión proletario en Rusia a un trágico aislamiento y a una degeneración que desembocó en la contrarrevolución estalinista.

·        Esta contrarrevolución se hizo en nombre del “comunismo”, de la “dictadura del proletariado” y del partido bolchevique que había estado en la vanguardia de la revolución. La mentira del “comunismo” en Rusia ha hecho mucho daño a las generaciones proletarias posteriores que han caído en una desconfianza en sus propias fuerzas y en una duda sobre su perspectiva comunista.

La reunión tuvo que acabar por limitaciones de tiempo y varios asistentes manifestaron la necesidad de proseguir el debate. En particular, uno de ellos propuso discutir qué es la dictadura del proletariado y cómo luchar hoy por ella. Se convino igualmente en que una síntesis de la reunión se publicaría en Internet para poder continuar la discusión por este medio.

Corriente Comunista Internacional

 

[1] Invitamos a los lectores a leer y animar un debate sobre el artículo que aparece en nuestra REVISTA INTERNACIONAL nº118 “La decadencia del capitalismo en la médula del materialismo histórico”

[2] Para abordar estos temas un debate podría tener lugar sobre 2 documentos: el artículo ¿Por qué el proletariado no ha realizado todavía la revolución? (en REVISTA INTERNACIONAL números 103 y 104) y el artículo sobre el sindicalismo revolucionario (REVISTA INTERNACIONAL nº 118).

Situación nacional: 

  • Argentina [7]

Vida de la CCI: 

  • Reuniones públicas [20]

Reunión Pública de la CCI en Argentina: Donde está hoy la lucha de clases?

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La barbarie golpea con brutalidad a la humanidad: guerras en muchos países, miseria y hambre en la gran mayoría, catástrofes ecológicas…

De esta barbarie hay un solo responsable: el CAPITALISMO MUNDIAL EN TODOS SUS ESTADOS, TODOS SUS GOBIERNOS Y TODOS SUS INTEGRANTES

Sólo la lucha de clase del proletariado, la clase explotada de este sistema pero también la clase revolucionaria, puede enfrentarse a la barbarie de este sistema y desarrollar sus luchas, su unidad y su conciencia para acabar logrando la fuerza necesaria para acabar con él.

Pero ¿Dónde está hoy la lucha de clase del proletariado? ¿Cuál es la actual relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado tanto a nivel mundial como en Argentina? ¿Qué dificultades, problemas y debilidades tiene que superar el proletariado para avanzar en su lucha? ¿Qué políticas y qué planteamientos le ayudan a ir hacia delante? ¿Qué lecciones pueden sacarse de las luchas más recientes en el mundo y acá en Argentina?

Responder a todas estas cuestiones es importante e interesa de forma vital a todos los que estamos comprometidos con la lucha del proletariado y la liberación de la humanidad.

Esta nota es para invitar a todos los interesados a participar:

Monteagudo 21/41 1888 FLORENCIO VARELA Provincia Buenos Aires

Viernes 5 de noviembre a las 20 horas

Geografía: 

  • Argentina [21]

Vida de la CCI: 

  • Reuniones públicas [20]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [9]

Un giro en la lucha de clases

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La aceleración de la crisis mundial está reduciendo cada día más el margen de maniobra de la burguesía, a la que, en su lógica de explotación capitalista, no le queda más solución que la de atacar cada vez más violenta y frontalmente el nivel de vida de la clase obrera en su conjunto.

Ataques violentos y frontales contra la clase obrera

Cada burguesía nacional adopta por todas partes las mismas medidas: planes de despidos que afectan a todos los sectores de la actividad, deslocalizaciones, incremento del tiempo de trabajo, desmantelamiento acelerado de la protección social (pensiones, salud, subsidios de desempleo), ataque contra los salarios, aumento acelerado de la precariedad en el empleo, en la vivienda, creciente deterioración de las condiciones de vida y de trabajo. Todos los obreros, tengan trabajo o estén desempleados, activos o jubilados, trabajen en el sector público o en el privado, están amenazados por esa situación.

En Italia, tras unas medidas similares a las de Francia contra las pensiones y una ráfaga de despidos en las factorías de Fiat, son ahora 3700 supresiones de empleo (más de la sexta parte de la plantilla) en la compañía aérea Alitalia.

En Alemania, el gobierno socialista y verde de Schröder, siguiendo un programa de austeridad bautizado “Agenda 2010”, ha empezado a aplicar a la vez una reducción de los reembolsos por gastos de salud, los controles de las bajas por enfermedad, la subida de las cuotas para la seguridad social y para las pensiones, así como el de la edad mínima para jubilarse que ya era de 65 años. Siemens, con el acuerdo del sindicato IG-Metall y con la amenaza de traslado a Hungría, exige que los obreros trabajen entre 40 y 48 horas en lugar de 35 antes y sin compensación salarial. Otras grandes empresas acaban de negociar acuerdos similares: la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), Bosch, Thyssen-Krupp, Continental y la industria automovilística (BMW, Opel, Volkswagen, Mercedes-Daimler-Chrysler). La misma política encontramos en Holanda, un Estado conocido ya por haber desarrollado desde hace ya mucho el trabajo a tiempo parcial. El ministro holandés de economía ha anunciado que el retorno a las 40 horas (sin aumento compensatorio) era un buen medio para relanzar la economía nacional.

El llamado “plan Hartz IV”, cuya puesta en marcha está prevista para principios de 2005 en Alemania muestra la vía que han tomado todas las burguesías, empezando por las europeas: se trata de reducir el subsidio de desempleo y su duración, así como también hacer más difíciles las condiciones para obtenerlo, especialmente la de estar obligado a aceptar una oferta de empleo mucho peor pagada que el empleo perdido.

Esos ataques no se limitan al continente europeo, sino que se llevan a cabo a nivel mundial. El constructor canadiense de aviones Bombardier Aerospace se propone suprimir entre 2000 y 3200 empleos. La firma estadounidense de telecomunicaciones AT & T prevé 12 300 despidos. General Motors suprimirá 10 000 empleos, amenazando también a factorías europeas en Suecia o Alemania. El Bank of America anunció la supresión de 4500 empleos que se añaden a los 12 500 programados en abril pasado. Y es así como en Estados Unidos, donde el desempleo está volviendo a alcanzar porcentajes récord (la expresión que se usa es “crecimiento sin empleos”), cerca de 36 millones de personas (12,5 % de la población) viven por debajo del umbral de pobreza, y entre ellas 1,3 millones cayó en la precariedad durante el año 2003, a la vez que 45 millones de personas carecen de todo tipo de cobertura social. En Israel, los municipios están en quiebra y los empleados municipales no cobran sus salarios desde hace meses. Y eso sin olvidar las condiciones de explotación espantosas en las que viven los obreros del llamado Tercer mundo en medio de una desenfrenada competencia en el mercado mundial por reducir los costes de la fuerza de trabajo.

Muchos de esos ataques son presentados como “reformas” indispensables con la única finalidad de que los proletarios acepten sin rechistar los “sacrificios”. El Estado capitalista y cada burguesía nacional pretenden que con esas pretendidas “reformas” están laborando en nombre, primero, del interés general por el bien de la colectividad; después dicen que lo hacen por preservar el futuro de nuestros hijos y de las generaciones futuras. La burguesía quiere que nos creamos que lo que procura es salvar el empleo, las cajas del seguro de desempleo y de la seguridad social, las pensiones, cuando lo que está haciendo es desmantelar de manera contundente toda protección social de la clase obrera. Para que los obreros acepten esos sacrificios, pretende que tales “reformas” son indispensables en nombre de la “solidaridad ciudadana”, para instaurar más justicia e igualdad social, contra la defensa de intereses gremiales mezquinos, contra los egoísmos y los privilegios. Cuando la clase dominante habla de más igualdad, lo que en realidad quiere imponer es la nivelación por debajo de las condiciones de vida de la clase obrera. Contrariamente al siglo xix cuando, en el contexto histórico de un capitalismo todavía en plena expansión, las reformas aceptadas por la burguesía iban en un sentido de mejora de las condiciones de vida de la clase obrera, hoy, el capitalismo ya no puede ser reformado. Ya no puede ofrecer a los trabajadores sino miseria y más miseria, una pauperización creciente. Todas esas pseudoreformas ya no son el signo de un capitalismo todavía en plena prosperidad, sino, todo lo contrario, son el signo de su quiebra irremediable.

La clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía

La resolución que publicamos a continuación fue adoptada por el órgano central de la CCI en junio pasado.

El proyecto central de ese texto era demostrar la existencia de un “giro” o un “viraje” en la evolución de la lucha de clases que ya habíamos propuesto en nuestros análisis de la situación desde las luchas de la primavera de 2003 en Francia y Austria contra la “reforma” de las pensiones impuesta por la burguesía. Nos proponíamos con ese texto aportar elementos de respuesta a algunos de nuestros lectores y simpatizantes que habían expresado dudas sobre la validez de nuestro análisis.

Desde entonces, la realidad de la lucha de clases misma, a través de algunos movimientos sociales, ha venido a confirmar de modo más tangible la existencia de ese giro en la lucha de clases en el ámbito internacional.

A pesar de la fuerza y la omnipresencia del encuadramiento sindical y el control permanente que los sindicatos siguen ejerciendo sobre las luchas, a pesar de las vacilaciones para entablar la lucha contra, por un lado, las maniobras de intimidación de la burguesía y, por otro, ante la falta de confianza en sus propios medios de lucha, ahora ya está claro que la clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía, aunque el nivel de esa respuesta esté todavía muy por debajo del de los ataques que recibe. La movilización de los tranviarios italianos o de los empleados de correos ingleses durante el invierno de 2003 y, después, la de los obreros de la factoría Fiat de Melfi (Italia meridional) en primavera contra los planes de despidos fueron ya un signo, a pesar de todas sus dificultades y su aislamiento, de ese despertar de la combatividad obrera. Hoy los ejemplos se han multiplicado y son más significativos. En Alemania, en julio pasado, más de 60 000 obreros de Mercedes-Daimler-Chrysler participaron en huelgas y manifestaciones de protesta contra el chantaje y el ultimátum de la dirección. Ésta los emplazó: o aceptan algunos “sacrificios” en cuanto a condiciones de trabajo para aumentar la productividad (chantaje especialmente dirigido a los obreros de la fábrica de Sindelfingen-Stuttgart de Bade-Würtemberg), y supresiones de empleo en las factorías de Sindelfingen, Unterürkheim y Mannheim, o, si no, tendrán que apencar con el traslado de las fábricas a otros lugares (lo que se llama “deslocalización”). No solo ya hubo obreros de Siemens, Porsche, Bosch y Alcatel, que soportan ataques similares, que participaron en esas movilizaciones sino que, aún cuando la dirección se dedicaba a jugar conscientemente la baza de la división entre obreros de diferentes factorías, el hecho de que se asociaran a las manifestaciones muchos asalariados de Bremen, ciudad adonde iban a trasladarse los empleos según el plan de deslocalización, es una expresión muy significativa de que la solidaridad obrera, aunque embrionaria, existe. Desde hace varias semanas en España, los obreros de los astilleros de Puerto Real (Andalucía) o de Sestao (Bilbao), han desencadenado un movimiento muy duro para intentar oponerse a un plan de privatización que, en realidad, significaría supresión de miles de empleos, plan que prosigue con el actual gobierno de izquierdas, a pesar de sus promesas.

Más recientemente, una manifestación organizada por los sindicatos y los altermundialistas en Berlín el 2 de octubre, y que debía “concluir” la serie de “protestas de los lunes” contra el plan gubernamental “Hartz IV” reunió a 45 000 personas. El mismo día hubo una gigantesca manifestación en Ámsterdam, precedida de importantes movilizaciones regionales, contra los proyectos del gobierno. Oficialmente había 200 000 participantes, o sea la manifestación más importante en aquel país en estos diez últimos años. A pesar de la consigna principal dominante en esa manifestación (“¡No al gobierno, sí a los sindicatos!”), la reacción más espontánea de los propios participantes fue la “sorpresa” y el “asombro” de encontrarse tanta gente junta. Cabe recordar que Holanda fue, junto con Bélgica, uno de los primeros países señalados por la reanudación internacional de luchas obreras en el otoño de 1983.

Cada uno de esos movimientos sirve de revelador de la reflexión que está hoy calando profundamente en el proletariado: la acumulación, la amplitud y la naturaleza de los ataques de la burguesía no sólo acaban disolviendo las ilusiones que la clase dominante intenta esparcir, sino que además exigen a los explotados un nivel de conciencia cada vez más elevado por la inquietud y los interrogantes sobre el destino, el porvenir para ellos, sus hijos y las generaciones venideras que es capaz de ofrecer un sistema de explotación cada vez más intolerable. Consciente de sus responsabilidades en la lenta maduración de esta toma de conciencia entre los obreros de la quiebra del sistema capitalista, la CCI ha intervenido muy activamente en las luchas. En Alemania en el mes de julio, en España en septiembre, la CCI hizo unas hojas que difundió ampliamente, interviniendo así directamente en la situación local. El 2 de octubre, tanto en Ámsterdam como en Berlín, la venta de nuestra prensa alcanzó récords territoriales, como así había ocurrido ya en Francia durante las luchas de la primavera de 2003, lo cual también es una ilustración significativa de las características y las potencialidades del giro actual.

 

Wim (11 de octubre)

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [16]

Herencia de la Izquierda Comunista: 

  • La lucha del proletariado [9]

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