Captura de Sadam Husein, discusiones por la paz en Palestina...
A pesar de la súper mediatizada captura del “tirano sanguinario” Sadam Husein, con una puesta en escena que parece haberse calcado de un western de serie B, el evidente atolladero en que se ha metido Estados Unidos (EE.UU.) en Irak, así como su incapacidad para imponer la llamada “hoja de ruta” en Oriente Medio dan prueba del debilitamiento de la primera potencia imperialista mundial.
El proyecto básico del gobierno norteamericano al intervenir en Irak era proseguir y afianzar el cerco estratégico a Europa para atajar el menor intento de avance de sus rivales imperialistas principales, sobre todo Alemania, hacia el Este y el Mediterráneo. El objetivo de la cruzada en nombre del antiterrorismo, la defensa de la democracia y la lucha contra Estados presuntamente poseedores de armas de destrucción masiva fue servir de tapadera ideológica a la guerra en Afganistán e Irak, y a las amenazas de intervención contra Irán. Antes de intervenir en tierras iraquíes, la burguesía de EE.UU. dudó durante largo tiempo, no sobre la decisión de la guerra misma, sino sobre cómo llevarla a cabo. ¿Debían aceptar los Estados Unidos la dinámica que los empuja a actuar cada vez más aisladamente o debían procurar mantener a su alrededor sin maltratar a una serie de aliados, por nula que sea hoy estabilidad de esas alianzas? Finalmente se adoptó la estrategia de Bush: intervenir prácticamente solos y contra todos.
A pesar de la demostración de fuerza de EE.UU., que aplastó a Irak en tres semanas, el liderazgo estadounidense nunca había sido tan cuestionado. Seis meses después de la “victoria” oficial, la estrategia es un fracaso total. La incapacidad de EE.UU. para hacer segura la región es patente. El mundo entero asiste desde entonces a un atasco cada vez más resbaladizo de los ejércitos norteamericanos de ocupación en el barrizal iraquí. No pasa un día sin que los ejércitos de la coalición sean blanco de comandos terroristas. Se han sucedido a un ritmo regular atentados cada vez más mortíferos, que incluso se han extendido más allá de Irak, alcanzando progresivamente toda la región (Arabia Saudí, Turquía, etc.), con víctimas iraquíes o miembros de la llamada “comunidad internacional”. Del lado americano, la ocupación actual ha provocado ya más muertos (225) que el primer año de guerra en Vietnam (147 en 1964). El clima de inseguridad de las tropas y la llegada a EE.UU. de los body bags (bolsas con cadáveres) han ido enfriando los ardores patrióticos (muy relativos ya) de la población, incluso en plena “América profunda”.
Cuando la guerra de Vietnam, la burguesía norteamericana acabó abandonando deliberadamente ese país, pero ganó en el cambio, pues se llevó a China al bloque occidental. Nada compensaría en Irak una retirada estadounidense. Además, una retirada multiplicaría las ambiciones de todos los adversarios y rivales de EE.UU., grandes o pequeños. Y además, el caos que EE.UU. ha provocado y que dejaría tras él, causaría sin la menor duda, el incendio en la región, desprestigiándolo definitivamente en su papel de gendarme del planeta. Lo que se juega es muy importante. Una retirada norteamericana sin más explicaciones sería equivalente a una humillante derrota.
La burguesía de EE.UU. está pues obligada a mantenerse militarmente en Irak, a la vez que va acondicionando las modalidades de su presencia. La Casa Blanca ya ha anunciado una retirada parcial y progresiva a la vez que participa en la instalación de un gobierno iraquí “autónomo” y “democrático” para la primavera de 2004, cuando lo que estaba previsto, en un principio, era 2007. También llama ahora a que otros países occidentales participen en mantener el orden y dar seguridad al territorio, cuando antes se había opuesto tajantemente a toda injerencia de los gobiernos opuestos a la intervención norteamericana en los asuntos iraquíes. Estados Unidos quiere ahora obligar a sus principales adversarios imperialistas a que paguen también ellos el precio financiero y humano de la guerra en Irak. Sin embargo, para ello, no les queda otro remedio que volver a dejar entrar el lobo en el redil, o sea aceptar que entren en Irak por la puerta pequeña unas empresas y unos ejércitos de Alemania y Francia a los que se les había cerrado la puerta grande. Para EE.UU., eso es reconocer su situación de debilidad.
En paralelo a esa reorientación, los Estados Unidos están intentando recuperar la iniciativa internacional: envío de 3000 hombres a Afganistán para una operación masiva contra los rebeldes; en Georgia, sustitución del presidente Shevardnadze por el proamericano Saakashvili, un abogado que ejerció durante bastante tiempo en EE.UU. Fue en ese contexto en el que se organizó minuciosamente la captura, promocionada a ultranza, de Sadam Husein.
Con esa detención, y en su reparto el papel estelar de Estados Unidos, Bush podrá saborear un desquite inmediato. La línea “dura” de la administración de Bush, personificada en Rumsfeld y Wolfowitz podrá salvar la cara. Le permitirá también retomar la iniciativa en materia diplomática. El gobierno de Bush estará durante algún tiempo en una postura más favorable para hacer que Estados como Francia acepten anular la deuda iraquí. Podrá imponer más fácilmente condiciones para una posible participación de empresas alemanas o francesas en la reconstrucción de Irak. Incluso el Consejo de Gobierno iraquí, controlado en gran parte por EE.UU., resultará revalorizado ante la opinión pública internacional.
La detención de Sadam Husein se produjo justo después de un fin de semana marcado por desacuerdos entre naciones europeas. En las discusiones sobre la Constitución para la Unión ampliada, Francia y Alemania tuvieron que enfrentarse a España y Polonia, para las cuales, al ser ambas aliadas de EE.UU. en Irak, alguna migaja de notoriedad caerá tras la captura de Sadam. Estos dos países han sacado partido del peso que les da su apoyo a Estados Unidos para afirmar sus propios intereses en Europa, poniendo trabas a la alianza franco-alemana.
Otra pequeña victoria ha venido como anillo al dedo para fortalecer la propaganda americana. Solo cinco días después de la captura de Sadam y, tras largas discusiones, la Libia de Gaddafi anunciaba su decisión de destruir sus armas de destrucción masiva y cesar toda investigación sobre ellas. Estados Unidos ha hecho saber así al planeta entero que su perseverancia, presión y determinación dan resultados.
La detención de Sadam Husein, sin duda alguna, ha permitido a EE.UU. marcar tantos legitimando en parte su intervención en Irak. Pero los efectos benéficos de todas esas pequeñas victorias serán de muy corta duración.
Las imágenes de la captura del Rais tienen doble filo. Paralelamente al alarde de fuerza norteamericano, la humillación infligida al dictador ha suscitado la indignación y la cólera en las poblaciones árabes. Además las mismas imágenes muestran que Sadam Husein no era ese dictador en la sombra que gobernaba en secreto la resistencia iraquí. Al contrario, se le ve escondido en un agujero, sin ningún medio de comunicación y apoyado únicamente por unos cuantos fieles de su aldea. Por consiguiente, su detención no cambia nada en la normalización de Irak. Y los cincuenta muertos habidos en los dos días siguientes son la prueba más patente.
Francia y Alemania contraatacaron de inmediato. Tras haber felicitado por sus éxitos a la Casa Blanca, con la mayor y más típica de las hipocresías, los media de esos dos países se dedicaron a deslucir la imagen de EE.UU. Se hizo la mayor publicidad a los atentados del día siguiente. Las imágenes humillantes del Rais, difundidas en continuo, se adobaron con ásperos comentarios, más o menos insidiosos, dando a entender que esas imágenes eran una provocación a todas las naciones árabes. Se insistió mucho en que era imposible que Sadam pudiera dirigir la guerrilla desde su agujero. Francia y Alemania no han cesado de criticar al gobierno de Bush por la presión ejercida por éste ante el futuro tribunal iraquí, exigiendo la pena de muerte para el ex dictador, diciendo aquellos países que era ilegal, fuera del derecho internacional, a la vez que no cesaban de difundir masivamente las imágenes del campo de prisioneros de Guantánamo, mostrando así la barbarie y la perversidad de la justicia norteamericana.
La detención de Sadam Husein no cambia nada. Los atentados van a seguir. Y el antiamericanismo va a seguir alimentándose. El actual fortalecimiento momentáneo de la posición de EE.UU. acabará sin duda volviéndose en su contra. En efecto, el caos que EE.UU. será incapaz de atajar ya no podrá ponerse a cuenta de un Sadam Husein que actuaría en la sombra. Aparecerá entonces con más evidencia que es el resultado de la intervención americana, de lo que no dejarán de sacar provecho las burguesías rivales de EE.UU. En todo caso, sea cual sea la forma que acabe tomando la presencia militar de EE.UU. en Irak, sea cual sea la implicación militar de las potencias europeas en una eventual fuerza de “mantenimiento de la paz”, los retos y las tensiones bélicas entre Estados Unidos y sus rivales se incrementarán dramáticamente en la región. La población iraquí no va a sacar el menor beneficio indirecto de una eventual reconstrucción. Esta será muy limitada, sin duda solo alcanzará a las infraestructuras estatales y viarias, así como al funcionamiento de los pozos de petróleo. Va a seguir la guerra y los atentados se van a multiplicar.
A pesar de esos éxitos puntuales, la burguesía estadounidense no puede atajar el desgaste histórico de su liderazgo. La contestación antiamericana no va a cesar. Al contrario, cada avance norteamericano es una motivación suplementaria para que aumente el antiamericanismo. Como escribíamos en el número anterior de esta Revista: “En realidad, la burguesía estadounidense está en un atolladero resultado de una situación mundial bloqueada que no puede resolverse, a causa de las circunstancias históricas actuales, con la marcha hacia una nueva guerra mundial. Al no poder realizarse esa “salida” radical burguesa a la crisis mundial actual, que significaría sin duda la desaparición de la humanidad, ésta última se hunde progresivamente en el caos y la barbarie que caracterizan la fase actual, la postrera, de descomposición del capitalismo” (Revista internacional n° 115, “El proletariado frente a la dramática agravación de todas las contradicciones del capitalismo”)
En Irak, como en el resto del mundo, el capitalismo lo único que puede hacer es arrastrar a la humanidad a un caos mayor y a una barbarie sin fin.
La estabilidad y la paz no son posibles en esta sociedad. La burguesía quisiera convencernos de lo contrario. Ése es el objeto del despliegue de campañas ideológicas como la lanzada en Ginebra sobre Oriente Medio el 1º de diciembre de 2003. La “iniciativa” allí presentada, una solución “completa” al problema de Oriente Medio, opuesta a los métodos del “paso a paso” y de la “hoja de ruta”, aunque no sea oficial, ha sido propuesta por personalidades de primer plano, tanto del lado palestino como del israelí. Recibió un apoyo entusiasta de varios premios Nobel de la Paz, especialmente de Carter y del ex presidente polaco, antiguo sindicalista, Lech Walesa. Kofi Anan, Jacques Chirac, Tony Blair y hasta Colin Powell, un poco más tímidamente éste, saludaron también tal iniciativa.
El mensaje que debe entrar en las mentes proletarias, ahora que hay más guerras imperialistas que nunca, ni nunca habían sido tan violentas y a escala del planeta entero, es claro: la paz en la sociedad capitalista es realizable. Para ello basta con agrupar a todas las personas de buena voluntad y presionar en los Estados capitalistas y en las instancias internacionales.
Lo que a toda costa quiere la burguesía que quede oculto a los ojos de los obreros es que las guerras capitalistas son guerras imperialistas que se imponen tanto al capitalismo moribundo como a su clase dominante. Arrastrado por su propia lógica, el capitalismo en descomposición arrastraría sin remedio a toda la humanidad a una generalización de la barbarie y de las guerras.
W.
Entre el 12 y el 15 de noviembre, se desarrolló en París el “Foro social europeo”, una especie de filial europea del Foro social mundial que desde hace varios años tiene lugar en Porto Alegre, Brasil (el FSE de 2002 fue en Florencia, Italia, y el de 2004 será en Londres). El acontecimiento ha tenido una amplitud considerable. Unos 40 000 participantes, según los organizadores, llegados de todos los países de Europa, desde Portugal hasta los países del Europa central; un programa de casi 600 seminarios y talleres en locales de lo más variado (teatros, ayuntamientos, prestigiosos edificios del Estado) repartidos en cuatro lugares en torno a París; y para concluir, una gran manifestación con 60 a 100 000 personas por las calles de Paris, con los impenitentes estalinistas de Rifondazione comunista de Italia delante y los anarquistas de la CNT atrás.
Con menos cartel en los media, hubo otros dos “foros europeos” en el mismo período: uno para los diputados y otro para los europeos. Y por si tres “foros” no fueran suficientes, lo anarquistas organizaron un “Foro Social Libertario” en las afueras de París, simultáneo con el FSE y presentado abiertamente como “alternativa” a éste.
“Otro mundo es posible”. Este era uno de los grandes lemas del FSE. No cabe ninguna duda de que muchos de los manifestantes del 15 de noviembre, especialmente quizás entre los jóvenes que empiezan a politizarse, existe una verdadera y acuciante necesidad de luchar contra el capitalismo y por “otro mundo” diferente del mundo en que vivimos hoy con su miseria sin fin y sus guerras tan horribles como interminables. Sin duda, algunos se habrán sentido inspirados por esa gran reunión unitaria. El problema es saber no solo que “otro mundo es posible” –y necesario– sino también, y sobre todo, de qué otro mundo se trata y cómo se logrará edificarlo.
Es difícil imaginarse cómo podría el FSE dar una respuesta a esas preguntas. En vista de la cantidad y variedad de organizaciones participantes (sindicatos de ejecutivos y de “jóvenes dirigentes”, organizaciones cristianas, trotskistas tipo LCR y SWP, estalinistas del PCF, hasta los anarquistas de “Alternative libertaire”), mal puede uno imaginarse cómo iba a salir de ahí una respuesta coherente, incluso una respuesta a secas. Todos tenían algo que decir, de ahí la gran variedad de temas en las hojas volantes, en los debates, en los eslóganes. En cambio, cuando se miran de cerca las ideas surgidas del FSE, en el plano precisamente de los grandes temas, se da uno cuenta de que, primero, de nuevas no tienen nada y, segundo, de “anticapitalistas” menos todavía.
La fuerte movilización en torno al FSE, la propuesta por otras tantas fracciones de la izquierda y de la extrema izquierda de una multitud de temas del ámbito “altermundialista”, decidieron a la CCI llevar a cabo una intervención, en función de sus fuerzas pero determinada, en esas reuniones. A sabiendas de que los pretendidos “debates” del FSE ya estaban amañados de antemano (lo cual nos fue confirmado por algunos participantes), nuestros militantes, procedentes de varios países de Europa, favorecieron la venta de nuestra prensa, editada en gran parte de lenguas europeas, y la participación en discusiones informales en torno al acontecimiento. También estuvimos en el FSL para defender, en los debates, la perspectiva comunista contra la del anarquismo.
“El mundo no está en venta” es el eslogan de moda, con varias versiones para cuando hay que ser “realista”: “la cultura no está en venta” para artistas y eventuales del espectáculo, “la salud no está en venta” para enfermeros y trabajadores de la salud pública o también “la educación no está en venta” cuando se trata del personal docente.
¿A quién no le conmueven tales consignas? ¿Quién estaría dispuesto a vender su salud o la educación de sus hijos?
Pero cuando uno se pone a mirar de cerca la realidad que hay detrás de esos lemas, pronto empieza a olerse la trampa. Para empezar, la propuesta no es acabar con la venta del mundo, sino solo de “limitarla”: “Sacar los servicios sociales de la lógica mercantil”. ¿Y qué quiere decir eso en concreto?. Sabemos perfectamente que mientras exista el capitalismo, habrá que pagarlo todo, incluso los servicios como la salud y la educación. Esas partes de la vida social que los “altermundialistas” pretenden “sacar de la lógica mercantil” son de hecho parte del salario global del obrero, gestionado en general por el Estado. El nivel de salario del obrero, la proporción de la producción que le corresponde a la clase obrera no solo no se puede “sustraer”, ni mucho menos, de la lógica mercantil, sino que es el meollo mismo del problema del mercado y de la explotación capitalista. El capital pagará siempre su mano de obra lo menos posible, o sea, lo que es necesario para reproducir la fuerza de trabajo o la próxima generación de obreros. Ahora que el mundo se hunde en una crisis cada día más profunda, cada capital nacional necesita menos brazos, y a los que necesita debe pagarles menos, si no quiere ser eliminado por sus competidores en el mercado mundial. En tal situación, solo gracias a su propia lucha podrá la clase obrera resistir a las reducciones de salario –por muy “social” que éste sea– y ni mucho menos haciendo llamadas al Estado capitalista para que “sustraiga” los salarios de las leyes del mercado, de lo cual sería totalmente incapaz, incluso si, por no se sabe qué locura, le dieran ganas de hacerlo.
En la sociedad capitalista, el proletariado puede, en el mejor de los casos, imponer mediante sus luchas un reparto del producto social más favorable para él, reduciendo la plusvalía extraída por la clase capitalista a favor del capital variable, el salario. Pero eso, en el contexto actual, exige en primer lugar un alto nivel en las luchas (como hemos podido comprobar con la derrota de las luchas de mayo de 2003 en Francia tras el chaparrón de ataques contra el salario social) y, segundo, las ganancias no podrán ser sino temporales (como pudo comprobarse tras el movimiento de 1968 en Francia)
No, esa idea de que “el mundo” no está en venta es una miserable patraña. Lo propio del Capital es que todo se vende y eso el movimiento obrero lo sabe desde 1848; “[la burguesía] ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas esa única y desalmada libertad de comercio (…) La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades que hasta el presente eran venerables y se contemplaban con piadoso respeto. Ha convertido en sus obreros asalariados al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia”. Así se expresaron Marx y Engels en el Manifiesto comunista: bien se ve hasta qué punto sus análisis de entonces siguen vigentes.
“¡Comercio equitativo, no al librecambio!”, ése es otro gran tema del FSE, con el decorado de pequeños campesinos franceses y sus productos “naturales”. Y, en efecto, ¿quién no va a conmoverse con la esperanza de ver a los campesinos y artesanos del Tercer mundo vivir decentemente del fruto de su trabajo? ¿Quién no va a querer parar de una vez la apisonadora del agrobusiness que expulsa a los campesinos de sus tierras para que se amontonen por millones en villas miseria de México o Calcuta?
Aquí también, sin embargo, los buenos sentimientos son el peor guía.
Para empezar, el movimiento del “comercio equitativo” no es nada nuevo. Las asociaciones de las llamadas obras de caridad (como la inglesa Oxfam, presente, claro está, en el FSE) practican el “comercio equitativo” vendiendo artesanías en sus tiendas de beneficencia desde hace más de 40 años, lo cual no ha impedido que se hundan en la miseria millones de millones de seres humanos en África, Asia, Latinoamérica…
Además, esa consigna en boca de los altermundialistas es doblemente hipócrita. José Bové, por ejemplo, presidente del sindicato francés Confederación Campesina, podrá hacer de superestrella de la altermundialización echando pestes contra el agrobusiness y el malvado McDonald. Eso no impide a los militantes de ese sindicato manifestar para exigir que se mantengan las subvenciones de la PAC europea ([1]). La PAC, al bajar artificialmente los precios de los productos franceses, es precisamente uno de los medios principales que mantienen la desigualdad en el comercio a favor de unos y en detrimento, claro está, de otros. Igual que para los sindicalistas que se manifestaron en 1998 en Seattle durante la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC), para los cuales “comercio equitativo” significaba imponer aranceles a la importación de acero “extranjero” producido más barato por obreros de otros países. Al fin y al cabo, cuando se empieza a hacer comercio equitativo se acaba siempre en guerra comercial.
Hablar de “equidad” en el capitalismo es de todas una engañifa. Como lo dijo Engels ya en 1881([2]) en un artículo en el que criticaba la noción de “salario equitativo”: “La equidad de la economía política, por el hecho de que es la economía la que dicta las leyes que regentan la sociedad actual, esa equidad siempre está del mismo lado, el lado del capital”.
El colmo de la engañifa de ese cuento del “comercio equitativo” es la idea de que las presencia de manifestantes “altermundialistas” en Seattle o Cancún, cuando la cumbre de la OMC, habría dado “ánimos” a los negociadores de los países del Tercer mundo para resistir a las exigencias de los “países ricos”. No vamos a extendernos aquí sobre el hecho de que la cumbre de Cancún acabó en fracaso total para los países más débiles, pues los europeos no van a desmantelar la PAC y Estados Unidos va a seguir subvencionando a mansalva su agricultura, contra la penetración en sus mercados de productos más baratos procedentes de los países pobres. Lo más repugnante es que quieran hacer creer que esos dirigentes y burócratas de corbata y cartera del Tercer mundo irían a negociar para defender a los campesinos y a los pobres. Todo lo contrario. Baste un ejemplo: cuando el brasileño Lula denuncia los aranceles impuestos por Estados Unidos para proteger la industria norteamericana de zumos de naranja, no está ni mucho menos pensando en los campesinos pobres sino en las gigantescas plantaciones capitalistas de cítricos en Brasil, donde los obreros se dejan la piel como se la dejan en Florida.
El hilo que une todos esos temas es éste: contra los “neoliberales” de las grandes empresas “transnacionales” (las malvadas “multinacionales” denunciadas en los años 70), se nos propone que tengamos confianza en el Estado, más todavía, que lo fortalezcamos. Los “altermundialistas” pretenden que serían las empresas las que habrían “confiscado” el poder de un Estado “democrático” para imponer su ley “mercantil” al mundo, de modo que el objetivo de la “resistencia ciudadana” debe ser recuperar el poder del Estado y de los “servicios públicos”.
¡Menudo embuste! Nunca antes había estado tan presente el Estado en la economía, Estados Unidos incluidos. Es el Estado el que regula los intercambios mundiales, fijando los tipos de interés, barreras aduaneras, etc. Ya es por sí solo un actor ineludible de la economía nacional, con un gasto público que alcanza el 30-50% del PIB según los países, y con déficits presupuestarios cada vez mayores. Cuando los obreros se empeñan de verdad en defender sus condiciones de vida ¿con quién se topan primero en su camino si no es con las policías del Estado? Exigir, como lo hacen los altermundialistas, el fortalecimiento del Estado para protegernos de los capitalistas es una patraña monumental: el Estado burgués está para defender a la burguesía contra los obreros, y no lo contrario ([3]).
No es por nada si ese llamamiento a apoyar el Estado, y en especial a sus fracciones de izquierda presentadas como los mejores defensores de la “sociedad civil” contra el “neoliberalismo”, procede del FSE. Como dice un refrán inglés: “he who pays the piper calls the tune” (solicita la canción quien paga al músico). Y es en efecto de lo más instructivo fijarse en quién ha financiado el FSE hasta la cantidad de 3,7 millones de euros:
– Primero, los Consejos generales de los departamentos de Seine-Saint-Denis, Val-de-Marne y Essonne contribuyeron con más de 600 000 euros, a la vez que el ayuntamiento de Saint-Denis largó 570 000 euros ya él solo ([4]). El Partido “comunista” francés, esa pandilla de redomados canallas estalinistas, intenta fabricarse una virginidad política después de haber sido el cómplice de los peores crímenes cometidos por el Estado estalinista en Rusia y haber sido el especialista en sabotajes de luchas obreras desde hace décadas.
– El Partido socialista francés, sumamente desprestigiado tras sus ataques antiobreros durante su último paso por el gobierno, y es cierto que los asistentes al FSE no se privaron de burlarse de Laurent Fabius (conocido dirigente del PSF) cuando se atrevió a acudir a algunos debates. Podría uno imaginarse que el PSF vería con malos ojos al FSE ¡Ni mucho menos! El ayuntamiento de París (gobernado por el PSF) ¡pagó 1 millón de euros para los gastos del FSE!
– ¿Y el gobierno francés? Un gobierno de derechas, neoliberal a matar, denunciado por todas las paredes y carteles, en artículos de toda la izquierda reunida, desde los anarquistas hasta los estalinistas, ¿se sintió molesto al comprobar que acudía tanta gente a ese Foro? Al contrario: por orden personal del presidente Chirac el ministerio de Exteriores desembolsó 500 000 euros para cualquier gasto.
¡Quien paga se aprovecha! Ha sido toda la burguesía francesa, de derechas como de izquierdas, la que ha financiado con liberalidad el FSE, la que le ha prestado sus locales. Y será toda la burguesía, de derechas como de izquierdas, la que piensa sacar tajada del éxito innegable del FSE, sobre todo en dos planos:
La gente del marketing moderno ya no intentan vendernos directamente los productos, sino que usan un método más sutil y eficaz: venden “una visión del mundo” a la que adosan los productos que la simbolizarían. Los organizadores del FSE lo han hecho exactamente igual: nos proponen una “visión del mundo” irreal, en la que el capitalismo ya no sería el capitalismo, en la que las naciones ya no serían imperialistas, en donde se puede construir “otro mundo” sin hacer ninguna revolución internacional comunista. Y en nombre de esa “visión” nos quieren vender una serie de viejos productos adulterados que son los partidos pretendidamente “socialistas” y “comunistas”, disfrazados para la ocasión en “redes ciudadanas”.
Teniendo en cuenta que ha sido la burguesía francesa la que, en esta ocasión, ha entregado los fondos, es lógico que sean sus partidos políticos los que saquen la primera tajada del FSE. No hay que creer, sin embargo, que el tinglado lo ha montado la burguesía francesa sola, ni mucho menos. De hecho, ese esfuerzo por dar nuevo prestigio a su ala izquierda, mediante los “foros sociales” favorece ampliamente a toda la burguesía mundial.
El “Foro social libertario” se presentaba deliberadamente como alternativa al Foro más “oficial” organizado por los grandes partidos burgueses. Podemos preguntarnos hasta qué punto la oposición entre ambos foros era real: al menos uno de los grupos principales que organizaron el FSL (Alternative libertaire) participó también activamente en el FSE, y además la manifestación organizada por el FSL se unió, tras un corto recorrido “independiente”, a la del foro mayor, el FSE.
No vamos a tratar aquí exhaustivamente lo que se dijo en el FSL. Veremos solo algunos temas principales.
Empecemos por el “debate” sobre los “espacios autogestionados” (squatts –okupas–, comunas, redes de intercambio de servicios, cafés “alternativos”, etc.). Si ponemos “debate” entre comillas, es porque los animadores lo hicieron todo por limitarlo a unas cuantas reseñas descriptivas de sus “espacios” respectivos, evitando toda evaluación crítica incluso las procedentes del campo anarquista. Nos dimos pronto cuenta que eso de la “autogestión” es algo muy relativo: un participante inglés explicó que tuvieron que comprar su “espacio”… por la bonita cantidad de 350 000 libras (unos 500 000 euros); otro cuenta la creación de un “espacio”… en Internet, que como todo el mundo sabe es una creación del DARPA ([6]) estadounidense.
Más revelador todavía es el programa de acción de los diferentes “espacios” descritos: farmacia gratuita y “alternativa” (herboristería), servicios de consejo jurídico, café, intercambio de servicios. O sea, el pequeño comercio asociado a servicios sociales abandonados por un Estado que hace recortes en los presupuestos. O sea, el no va más del radicalismo anarquista es suplir los servicios del Estado haciendo del trabajo de éste, pero gratis.
Un debate sobre la gratuidad de los servicios públicos puso de relieve la vacuidad del anarquismo oficial y bienpensante. Pretenden que los “servicios públicos” pueden significar una oposición a la sociedad mercantil, respondiendo gratuitamente a las necesidades de la población –de manera “autogestionada, eso sí– con comités de consumidores, de las colectividades locales, y de los productores. Eso se parece como dos gotas de agua a los “comités de barrio” instalados hoy por el Estado francés para los habitantes de las barriadas de las afueras de París. Todo se plantea como si pudiera introducirse una oposición institucional a la sociedad capitalista, incluso dentro de ella, instaurando, por ejemplo, la gratuidad de los transportes.
Otra característica del anarquismo, muy clara en todos los debates del FSL, es su visión profundamente elitista y educacionista. El anarquismo ni se imagina que “otro mundo” pudiera surgir de las entrañas mismas de las contradicciones del mundo actual. El paso del mundo actual al del futuro y “otro” solo podrá pues hacerse mediante “el ejemplo” dado por los “espacios autogestionados”, mediante una acción educativa sobre los quebrantos del “productivismo” actual. Pero, como lo decía ya Marx hace más de un siglo, si una nueva sociedad debe aparecer gracias a la educación del pueblo, lo que se plantea es saber quién va a educar a los educadores. Pues quienes se pretenden educadores están también ellos formados en y por la sociedad en la que vivimos, y sus ideas de “otro mundo” permanecen en realidad sólidamente amarradas al mundo actual.
En efecto, ambos foros “sociales” no nos sirvieron, a modo de ideas nuevas y revolucionarias, sino viejas ideas que ya revelaron hace mucho tiempo su inadecuación cuando no su carácter claramente contrarrevolucionario.
Los “espacios autogestionados” recuerdan así las empresas cooperativas del siglo XIX, por no hablar de todos los “colectivos obreros” de tiempos más recientes (desde Lip en Francia a Triumph en Gran Bretaña), los cuales o quebraron o permanecieron cual simples empresas capitalistas, precisamente porque deben producir y vender en la economía mercantil capitalista. Recuerdan también todos los intentos “comunitarios” de los años 70 (squats, comités de barrio, escuelas “libres”) que se integraron en el Estado burgués como servicios sociales o educativos.
Todas las ideas de una transformación radical introducidas a través de la “gratuidad” de los servicios públicos recuerdan el reformismo gradualista que ya era un señuelo en el movimiento obrero de 1900 y que quebró definitivamente en la carnicería de 1914 poniéndose del lado de su Estado para defender lo “adquirido”, contra el imperialismo “invasor”. Esas ideas recuerdan la instauración del “Estado del Bienestar” por la burguesía tras la Segunda Guerra mundial para así racionalizar la fuerza de trabajo y mistificarla (en especial dando así “la prueba” de que los millones de muertos habían servido para algo).
Es totalmente inevitable, en el capitalismo como en toda sociedad de clases, que las ideas dominantes de la sociedad sean las de la clase dominante. Si es posible comprender la necesidad y la posibilidad material de una revolución comunista, solo es porque en la sociedad capitalista existe una clase social que encarna ese porvenir revolucionario: la clase obrera. En cambio, si intentamos simplemente “imaginar” lo que podría ser una sociedad “mejor”, basándonos en nuestros deseos e imaginaciones actuales tal como se han formado en y por la sociedad capitalista (y con el modelo de nuestros “educadores” anarquistas), lo único que podemos hacer es “reinventar” el mundo capitalista actual, cayendo ya sea en el sueño reaccionario del pequeño productor que no ve más allá de su “espacio autogestionado”, ya sea en el delirio megalo-monstruoso de un Estado mundial y benefactor al estilo de George Monbiot ([7]).
Para el marxismo, al contrario, se trata de descubrir en el seno mismo del mundo capitalista de hoy las premisas del mundo nuevo que la revolución comunista debe hacer surgir, eso si la humanidad no acaba perdiéndose. Como lo decía el Manifiesto comunista en 1848: “Las tesis de los comunistas no se basan ni mucho menos en ideas, principios inventados o descubiertos por este o aquel reformador del mundo.
Sólo son la expresión general de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está realizando ante nosotros” ([8]).
Podemos distinguir tres elementos importantes, íntimamente relacionados, en ese “movimiento histórico que se está realizando ante nosotros”.
El primero es la transformación, ya realizada por el capitalismo del proceso productivo de toda la especie humana. El menor objeto de uso cotidiano ya no es obra de un artesano que se basta a sí mismo o de una producción local, sino del trabajo común de miles, cuando no decenas de miles de mujeres y hombres que participan en una red que cubre el planeta entero. Librada por la revolución comunista mundial de las trabas que le imponen las relaciones capitalistas mercantiles de producción y de apropiación privada de sus frutos, esa destrucción de todos los particularismos locales, regionales y nacionales, será la base para constitución de una sola sociedad comunidad humana a escala planetaria. A medida que se va realizando la transformación social y la afirmación de todos los aspectos de la vida social de esta comunidad mundial, desaparecerán también las distinciones (arteramente cultivadas hoy por la burguesía como un medio para dividir a la clase obrera) entre etnias, pueblos, naciones. Podemos imaginarnos que las poblaciones y las lenguas se mezclarán hasta el día en que dejará de haber europeos, africanos o asiáticos (menos todavía bretones, vascos o catalanes), sino una sola especie humana cuya producción intelectual y artística se expresará en una lengua comprensible por todos, mucho más rica, precisa y armoniosa que las lenguas en las que hoy se expresa la cultura limitada y cada día más deteriorada de hoy ([9]).
El segundo factor de primera importancia, indisociable del anterior, es la existencia en el seno de la sociedad capitalista de una clase que encarna, y que expresa en el grado más alto, esa realidad del proceso productivo unificado e internacional. Esa clase es el proletariado internacional. El obrero, sea siderúrgico norteamericano, desempleado inglés, empleado de banca francés, mecánico alemán, programador indio o albañil chino, todos ellos tienen algo en común: estar explotados cada día más duramente por la clase capitalista y no poder quitarse de encima esa explotación si no es derribando el orden capitalista mismo.
Hay que señalar dos aspectos de la propia naturaleza de la clase obrera:
El tercer factor que vamos a exponer aquí lo describe bien la estadística: en todas las sociedades de clase que precedieron el capitalismo, el 95 % de la población, más o menos, trabajaba la tierra el excedente en alimentos que producía bastaba lo justo para alimentar al 5% restante (señores y religiosos, pero también artesanos, mercaderes, etc.). Hoy, esa proporción es la contraria. Y, en los países más desarrollados, una parte cada vez más baja de la población está directamente involucrada en la producción de bienes materiales. Es decir que, potencialmente, a nivel de las capacidades físicas del proceso productivo, la humanidad ha alcanzado un estadio de abundancia prácticamente sin límites.
Ya ahora en el capitalismo, las capacidades productivas de la especie humana han creado una situación cualitativamente nueva en relación con toda la historia precedente: mientras que, antaño, la penuria que sufría la mayor parte la población, por no hablar de los períodos de hambrunas, se debía sobre todo a los límites naturales de la producción (nivel bajo de productividad de los suelos, malas cosechas, etc.), en el capitalismo, en cambio, la única causa de la penuria son las propias relaciones de producción capitalista. La crisis que echa a los obreros a la calle no es causada por la insuficiencia de producción, sino que es, al contrario, el resultado directo de que lo producido no puede ser vendido ([10]). Es más, en los países llamados “adelantados”, una parte cada día mayor de la actividad económica no tiene la menor utilidad fuera del sistema capitalista mismo: la especulación financiera y bursátil de todo tipo, los presupuestos militares, los objetos de moda, los productos “con caducidad incorporada” con el único fin de sustituirlos, la publicidad, etc. Si se mira más lejos, es evidente que el uso de los recursos naturales terrestres está dominado por un funcionamiento cada día más irracional –salvo desde el enfoque de la rentabilidad capitalista– de la economía: migración cotidiana de varias horas para millones de seres humanos para acudir a su trabajo, transporte de mercancías por carretera en lugar de la vía férrea para responder a los imprevistos de una producción anárquica, por ejemplo. En resumen, hay un vuelco completo en la relación entre la cantidad de tiempo para producir lo estrictamente necesario (comer, vestirse, alojarse) y el tiempo para producir “más allá de lo necesario”, valga la expresión ([11]).
En nuestras intervenciones –manifestaciones, lugares de trabajo, ventas públicas– nos vemos a menudo confrontados a la pregunta: “bueno, ya que decís que el comunismo no ha existido nunca ¿qué es entonces?” En tales situaciones, intentando dar una respuesta a la vez rápida y global, solemos contestar: “el comunismo es un mundo sin clases, sin naciones y sin dinero”. Por muy resumida que sea (y, en cierto modo, en negativo: “sin”), esa definición contiene, sin embargo, características fundamentales de una sociedad comunista:
Esos tres principios chocan directamente contra los lugares comunes que difunde toda la ideología de la sociedad burguesa, según la cual la “naturaleza humana” sería codiciosa y violenta, la cual determinaría para siempre las divisiones entre explotadores y explotados, o entre naciones. Semejante idea de la “naturaleza humana” le viene pintiparada, claro está, a la clase dominante, pues justifica su dominación de clase e impide a la clase obrera identificar claramente al verdadero responsable de la miseria y de las matanzas que abruman hoy a la humanidad. No tiene, sin embargo, nada que ver con la realidad: contrariamente a las demás especies animales, cuya “naturaleza” (es decir el comportamiento) está determinado por su entorno natural, la “naturaleza humana” se ha ido determinando, cada vez más a medida que su dominio de la naturaleza ha ido avanzando, no por su entorno natural sino por su entorno social.
Los tres factores mencionados antes no son sino un esbozo muy sucinto. Sin embargo tienen grandes repercusiones en la sociedad comunista del futuro.
Los marxistas siempre han resistido a la tentación de elaborar “recetas para el mañana”, primero porque será el movimiento real de las grandes masas de la humanidad el que creará el comunismo y, segundo, porque podemos imaginar lo que será una sociedad comunista con menos precisión todavía que un campesino del siglo XI podía imaginarse el mundo capitalista. Esto no nos quita, sin embargo, de poder despejar (muy sumariamente) algunas grandes líneas resultantes de lo que acabamos de decir.
El cambio más radical se deberá probablemente a la desaparición de la contradicción entre ser humano y trabajo. La sociedad capitalista ha llevado a su punto más elevado la contradicción –que siempre existió en las sociedades de clase– entre trabajo, o sea la actividad que se ejerce obligado, y el ocio, es decir el tiempo en que uno es libre (de manera muy limitada) de escoger su actividad ([13]). La obligación se debe, por un lado, a la penuria impuesta por los límites de la productividad del trabajo y, por otro, por la parte del fruto del trabajo que es acaparada por la clase explotadora. En el comunismo esa coerción ya no existirá: por primera vez en la historia, el ser humano podrá producir en toda libertad, y la producción estará enteramente centrada en la satisfacción de las necesidades humanas. Podría considerarse la posibilidad de que las palabras “trabajo” y “ocio” desaparecerán del lenguaje, puesto que ninguna actividad será emprendida por coerción. La decisión de producir o no producir algo dependerá no sólo de la utilidad de la cosa en sí, sino del grado de placer o interés que podrá aportar el proceso mismo de producción.
La idea misma de la “satisfacción de las necesidades” cambiará. Las necesidades de base (alimentarse, vestirse, protegerse, tomadas en su sentido más elemental) ocuparán un lugar cada vez menos importante en proporción, mientras que se irán afirmando cada día más las necesidades determinadas por la evolución social de la especie. Se pondrá así fin a la distinción entre trabajo “artístico” y el que no lo es. El capitalismo es la sociedad que ha llevado más lejos la distinción entre “el arte” y lo que “no es arte”. La inmensa mayoría de los artistas de la historia quedó anónima, sólo con el auge del capitalismo el artista empieza a firmar su obra y el arte empieza a ser una actividad específica separada de la producción cotidiana. Hoy esa tendencia ha llegado a su paroxismo, con una separación prácticamente total entre las “bellas artes” por un lado (incomprensibles para la gran mayoría de la población y reservadas a una minoría intelectual) y la producción artística industrializada en la publicidad y la “cultura pop” por otro, ambas, de todos modos, reservadas para el “ocio”. Todo esto no es más que el fruto de la contradicción en el capitalismo entre el ser humano y su trabajo. Con la desaparición de esa contradicción, desaparecerá también la contradicción entre la producción “útil” y la producción “artística”. La belleza, la satisfacción de los sentidos y del espíritu serán necesidades básicas del ser humano y el proceso productivo deberá tenerlas en cuenta ([14]).
También la educación cambiará totalmente de naturaleza. En cualquier sociedad, la meta de la educación de los jóvenes es permitirles que ocupen su lugar en la sociedad adulta. Bajo el capitalismo, “ocupar su sitio en el mundo adulto” quiere decir ocupar su lugar en un sistema de explotación brutal, en el cual quien no sea rentable no encontrará nunca su sitio. El objetivo de la educación (que los altermundialistas nos aseguran que “no está en venta”) es sobre todo dar a las nuevas generaciones capacidades que puedan ser vendidas en el mercado, y, más generalmente en esta época de capitalismo de Estado, hacer de tal modo que la nueva generación sea capaz de reforzar el capital nacional frente a sus competidores en el mercado mundial. Es evidente que el capital no tiene el menor interés en promover un espíritu crítico para con su propia organización social. La educación, en resumen, no tiene otro objetivo que el de someter las jóvenes mentes, meterlas en el molde de la sociedad capitalista y de sus necesidades productivas; no es de extrañar que las escuelas se parezcan cada vez más a fábricas y los profesores a obreros en la cadena.
En el comunismo, al contrario, integrar a un joven en el mundo adulto no podrá hacerse sin el estímulo más profundo posible de todos los sentidos, físicos e intelectuales. En un sistema de producción completamente liberado de las exigencias de la rentabilidad, el mundo adulto se irá abriendo al niño a medida que se desarrollen sus capacidades, y el joven adulto no se verá expuesto a la angustia de dejar la escuela y encontrarse en medio de la competencia desenfrenada del mercado del empleo. Y del mismo modo que no habrá contradicción entre “trabajo” y “ocio”, entre “producción” y “arte”, ya no habrá contradicción entre la escuela y “el mundo del trabajo”. Las palabras “escuela”, “fábrica”, “oficina”, “galería de arte”, “museo” ([15]) desaparecerán o cambiaran de sentido, pues todas las actividades humanas se fundirán en un esfuerzo armonioso de satisfacción y de desarrollo de las necesidades y de las capacidades físicas, intelectuales y sensitivas de la especie.
Les comunistas no son unos utopistas. Hemos intentado hacer aquí un esbozo muy breve y necesariamente limitado de lo que deberá ser la nueva sociedad humana que surgirá de la sociedad capitalista actual. En ese sentido, el slogan de los altermundialistas “otro mundo es posible” (incluso “otros mundos son posibles”) no es más que pura mistificación. Solo hay otro mundo posible: el comunismo.
Sin embargo, el nacimiento de ese nuevo mundo no es, ni mucho menos, algo indudable. En eso, el capitalismo es como las otras sociedades de clase que lo precedieron, en donde: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, maestros y oficiales, en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o por la destrucción de las clases beligerantes” ([16]). Así pues, la revolución comunista, por muy necesaria que sea, no por ello es irrevocable. El paso del capitalismo a un mundo nuevo no podrá evitar la violencia de la revolución proletaria, partera inevitable ([17]). La alternativa, en las condiciones actuales de descomposición avanzada de la sociedad actual, sería no solo la destrucción de las dos clases en lucha, sino la de la humanidad entera. De ahí la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros de la clase revolucionaria mundial.
Ante la situación de hoy, el desarrollo de la capacidad revolucionaria del proletariado podrá parecer un sueño tan lejano que grande es la tentación de ponerse a “hacer algo ya”, aunque sea junto a esos viejos canallas socialistas y estalinistas, o sea junto al ala izquierda del aparato estatal de la burguesía. Para las minorías revolucionarias, el reformismo no es un mal menor, “a falta de algo mejor”, sino la componenda mortal con el enemigo de clase. El camino hacia la revolución que podrá crear “otro mundo” será largo y difícil, pero es el único que existe.
Jens
[1] Política agrícola común (PAC), enorme y costoso sistema de mantenimiento artificial de los precios pagados a los productores agrícolas europeos, en perjuicio de sus competidores de otros países exportadores.
[2] Ver https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/05/07.htm [3]– artículo escrito en el Labour Standard.
[3] Es particularmente jocoso leer en las páginas de Alternative libertaire, grupo anarquista francés “queremos que sea la manifestación más importante para que se oiga una vez más que no queremos una Europa capitalista y policíaca” (Alternative libertaire n° 123, noviembre 2003), cuando todo el FSE está financiado por el Estado y coquetea con la mistificación del reforzamiento de los Estados europeos para, pretenden, proteger a los “ciudadanos” contra la gran industria. Por lo que parece no son incompatibles el anarquismo y la defensa del Estado…
[4] Todos esos departamentos (provincias) y ciudades están controlados por el Partido comunista francés.
[5] Como decía Bismarck: “Siempre he oído la palabra ‘Europa’ en boca de esos políticos que exigían algo de las demás potencias que no se atrevían a pedir en su nombre propio” (citado en The Economist du 3/1/04).
[6] Defence Advanced Research Projects Agency.
[7] Gran manitú del movimiento altermundialista, autor de un Manifesto for a new world.
[8] Nunca está de más volver a insistir en la fuerza extraordinaria y capacidad de anticipación del Manifiesto comunista, que puso los cimientos para una comprensión científica del movimiento hacia el comunismo. El propio Manifiesto forma parte del esfuerzo del movimiento obrero desde sus inicios, y que prosiguió tras él, para percibir con la mayor profundidad la naturaleza de la revolución hacia la que con todas sus fuerzas se dirigía. Hemos hecho la crónica de esos esfuerzos en nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material”, que hemos publicado en esta Revista.
[9] “El sitio de la antigua autosuficiencia y aislamiento locales y nacionales, se ve ocupado por un tráfico en todas direcciones, por una mutua dependencia general entre las naciones. Y lo mismo que ocurre en la producción material ocurre asimismo en la producción intelectual. Los productos intelectuales de las diversas naciones se convierten en patrimonio común. La parcialidad y limitación nacionales se tornan cada vez más imposibles, y a partir de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal” (el Manifiesto comunista).
[10] “En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han vuelto demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben” (el Manifiesto comunista).
[11] No podemos entrar aquí en detalles, digamos simplemente que es una noción que hay que usar con precaución, pues las necesidades “de base” están socialmente determinadas: las necesidades en alojamiento y nutrición de un hombre de Cromagnon y las de un hombre de hoy, por poner un ejemplo, no se satisfacen evidentemente ni de la misma manera ni con las mismas herramientas.
[12] Es la imagen de lo que pasó con la derrota de la revolución rusa de octubre 1917: el que muchos de los nuevos dirigentes (Brezhnev por ejemplo) hubieran sido obreros o hijos de obreros pudo dar crédito a la idea de que una revolución comunista que llevara la clase obrera al poder no haría sino instalar una nueva clase dirigente, “proletaria” o algo así. Es una idea alimentada por todas las fracciones de la burguesía, de derechas como de izquierdas, la de hacer creer que la URSS era “comunista” y que sus dirigentes eran diferentes de lo que en realidad eran: una fracción de la burguesía mundial. La realidad fue que la contrarrevolución estalinista volvió a instalar en el poder a una clase burguesa; el que muchos miembros de esta nueva burguesía procedieran del proletariado o del campesinado no cambia nada como tampoco el que un hijo de obrero llegue a ser patrón de empresa.
[13] Es significativo que la palabra “trabajo” venga de la palabra latina tripalium que designaba un instrumento de tortura.
[14] En el FSL, un anarquista quiso, en plan doctoral, darnos una lección sobre la diferencia entre los marxistas, que privilegiarían el “homo faber” (“el hombre que fabrica”) y los anarquistas que privilegiarían el “homo ludens” (“el hombre que juega”). Por mucho que se diga con expresiones latinas, una estupidez sigue siéndolo igual.
[15] Y, con mayor razón, “cárcel”, “presido”, o “campo de concentración”.
[16] El Manifiesto comunista, in “Burgueses y proletarios”.
[17] Para tener una perspectiva mucho más amplia, ver nuestra serie sobre el comunismo mencionada antes, especialmente la parte publicada en la Revista internacional, n° 70.
El éxito del Foro social europeo (FSE) de noviembre pasado en Paris ilustra con evidencia el auge creciente del movimiento altermundialista durante estos diez años pasados. Tras un período de balbuceo con audiencia relativamente limitada (limites sectoriales más que geográficos, en la medida en que universitarios y “pensadores” del mundo entero ingresaron rápidamente en sus filas), el movimiento ha alcanzado rápidamente las características de una corriente ideológica tradicional: primero se granjeó popularidad con el radicalismo de las manifestaciones de Seattle a finales del 99, con ocasión de la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC); luego tiene “figuras” mediáticas, entre les cuales predomina José Bové; y, en fin, sus propios acontecimientos destacados e inevitables: el Foro social mundial (FSE), que pretendía ser lo contrario del foro de Davos (que agrupaba a los principales responsables económicos del mundo) y que se organizó las tres primeras veces en Puerto Alegre (en 2001, 2002 y 2003), ciudad símbolo de “la autogestión ciudadana”.
La marea no ha dejado de crecer desde ese ruidoso arranque: los foros se regionalizan (el FSE es una des sus expresiones, pero se han celebrado otros, en África, por ejemplo), también el FSM se ha trasladado a India a primeros del 2004, y se multiplican periódicos, revistas, manifestaciones y mítines... Resulta hoy imposible preocuparse de cuestiones sociales sin enfrentarse inmediatamente a la marea de las ideas altermundialistas.
Semejante éxito plantea inmediatamente una serie de cuestiones: ¿por qué de manera tan rápida, amplia y pujante? ¿Por qué precisamente ahora?
Para los partidarios de la altermundializacion, le respuesta es sencilla: si su movimiento conoce tal éxito, es porque contiene una verdadera respuesta a los problemas que se plantean hoy en día a la humanidad. Tendrían también que explicar, entre otras cosas, por qué los media (que pertenecen a esas grandes “empresas transnacionales” que no paran de denunciar) les hacen tanta publicidad a todo lo que hacen o dejan de hacer.
Es cierto que el éxito espectacular del movimiento altermundialista corresponde a una verdadera necesidad y sirve intereses bien reales. La pregunta que se plantea entonces es: ¿quién necesita verdaderamente al movimiento altermundialista? ¿qué intereses sirve realmente? ¿Los de las diversas categorías de oprimidos (campesinos pobres, mujeres, “excluidos”, obreros, jubilados...) a los que pretenden defender o los de los defensores manifiestos del orden social actual que hacen la promoción del altermundialismo, y eso cuando no lo financian?
La mejor manera de contestar a estas preguntas es confrontándolas a las necesidades actuales de la burguesía en el terreno ideológico. La clase dominante está efectivamente enfrentada hoy a la necesidad de buscar el medio más eficaz para intentar desintegrar la conciencia de la clase obrera.
El primer elemento es la crisis económica misma que, a pesar de no ser una novedad puesto que se desarrolla desde finales de los 60, alcanza hoy tales dimensiones que la burguesía ya no puede evitar de referirse a ella de forma relativamente realista. La mentira descarada en torno a las tasas de ganancia de dos cifras de los “dragones” asiáticos (Corea del Sur, Taiwán...) para demostrar la salud del capitalismo inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este no puede repetirse: los famosos dragones ya no siguen escupiendo llamas. En cuanto a los “tigres” (Tailandia, Indonesia...) que los acompañaban, han dejado de rugir y ahora lloriquean, implorando la benevolencia de sus acreedores. La mentira con la que se intentó suceder a ésa sustituyendo los “países emergentes” por los “sectores emergentes” de la economía, la famosa “nueva economía”, vivió lo que viven los sueños: la realidad brutal de la ley del valor hizo entrar en razón las vertiginosas subidas de los especuladores; una razón bien amarga, puesto que dejó en la estacada a la mayor parte de las empresas de ese sector.
Hoy en día, el “contexto recesivo” que cada burguesía nacional atribuye a las dificultades de sus vecinas es un eufemismo que se esfuerza de esconder la gravedad de la situación económica hasta en el corazón mismo del capitalismo. Pero este discurso viene acompañado también del que recuerda sin parar, como una cantinela, la necesidad de “hacer esfuerzos”, de “apretarse el cinturón” para volver rápidamente a la prosperidad. Con eso intentan envolver como pueden los ataques que la burguesía desencadena contra la clase obrera, siempre más brutales, más amplios y cercanos, ataques indispensables para la burguesía porque la gravedad de la crisis los hace necesarios para poder preservar sus intereses de clase dominante.
Los ataques han de provocar reacciones por parte del proletariado, aunque sea de forma diferenciada según el país y el momento, y favorecer un desarrollo de las luchas. Esta situación particular es también el fermento de un inicio de toma de conciencia por parte de ciertos elementos de la clase obrera. No se trata de un espectacular desarrollo de la conciencia de clase. No obstante, existen hoy en el proletariado interrogantes sobre las razones reales de los ataques de la burguesía, sobre la realidad de la situación económica, sobre las causas reales de las guerras que se desencadenan permanentemente por el mundo, como también sobre los medios para luchar eficazmente contra esas calamidades que ya no se pueden considerar tan fácilmente como fatalidades nacidas de la “naturaleza humana”.
Estamos muy lejos de que esos cuestionamientos se amplifiquen hasta amenazar la dominación política del capital. Sin embargo provocan inquietud a la burguesía, que prefiere cortar el peligro de raíz. Es esa preocupación el centro mismo del dispositivo ideológico de la altermundializacion, es una reacción adaptada de la burguesía frente a los inicios de una toma de conciencia en la clase obrera. Recordemos aquella idea que nos hicieron entrar hasta por las narices tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes pretendidamente “socialistas”: “Ha muerto el comunismo, ¡Viva el liberalismo! Se ha acabado el enfrentamiento entre dos mundos, fuente de miseria y de guerras. Ya no existe más que un mundo, el único posible, el mundo del capitalismo liberal y democrático, fuente de paz y de prosperidad”.
Pero este mundo demostró rápidamente su capacidad intacta para fomentar guerras y derramar miseria y barbarie a pesar de la desaparición del “Imperio del Mal” (según la expresión del ex presidente norteamericano Reagan) al que se enfrentaba. Y menos de diez años después del triunfo del “único mundo posible”, nace ahora la idea de “otro mundo” posible, una alternativa al liberalismo. La clase dominante, es evidente, ha sabido tomar la medida de los efectos a largo plazo de la crisis de su sistema sobre la conciencia del proletariado, y echar rápidamente una cortina de humo espesa y opaca para desviar a la clase obrera de su perspectiva hacia su verdadero “otro mundo” posible en el que, contrariamente al de los altermundialistas, la burguesía ya no tendrá el menor lugar.
Los problemas que se plantean esas personas que, en el seno de la clase obrera, buscan soluciones pueden clasificarse, como ya hemos visto, en tres temas fundamentales:
Esas tres preguntas son el núcleo de las preocupaciones del movimiento obrero desde sus principios. En efecto, si logra comprender las causas profundas de la situación que está viviendo, si consigue comprender que sólo una perspectiva es posible frente a esas causas, entonces sí conseguirá hacer emerger de esa comprensión su papel revolucionario histórico, si podrá entonces armarse la clase obrera para derribar el capitalismo e iniciar la construcción del comunismo.
Casi dos siglos de experiencia nos muestran que no hay que subestimar la capacidad de la burguesía para comprender ese proceso de toma de conciencia y los peligros históricos que contiene para ella. Por eso la ideología altermundialista, más allá de su apariencia heteróclita, se basa fundamentalmente en esos tres temas esenciales.
El primero de esos temas, la realidad del mundo actual, hace inmediatamente resaltar hasta qué punto la ideología del altermundialismo forma parte íntegra del aparato mistificador burgués, participando plenamente en las mentiras sobre la situación económica del capitalismo. Para el altermundialismo, como para todas las ideologías izquierdistas y anarquistas, la realidad de la crisis histórica de ese sistema queda oculta detrás de una constante denuncia de los grandes trusts. Si una región entera del planeta se hunde en el marasmo económico, será por culpa de las multinacionales. Si la pobreza se extiende hasta el corazón mismo de los países industrializados, es, una vez más, por culpa de unas grandes empresas ávidas de ganancias. Por todas partes del mundo no hay más que infinita riqueza, pero, eso sí, con ese grave defecto de que es acaparada por una minoría sin entrañas. En ese esquema con apariencias de ser coherente, falta un elemento fundamental para quien quiere comprender la evolución de la situación mundial: la crisis, esa crisis definitiva que es la marca de la quiebra del capitalismo.
Para la burguesía, siempre ha sido de la mayor importancia ocultar esa realidad que significa que su sistema no es eterno, que está condenada a abandonar la escena de la historia. Por eso, ante las convulsiones crecientes que asaltan su economía, despliega sus “contextos recesivos”, sus cercanos “finales de túnel” y sus próximas y radiantes mañanas tras las lúgubres noches recesivas. Pero el caso es que, desde que nos largan esos discursos, la situación no ha hecho sino empeorar. Lo cual a la burguesía no le impide, ni mucho menos, darle aires juveniles a esas mentiras haciendo portavoz de ellas al movimiento altermundialista.
Eso no le impide a éste proponer una alternativa al sistema actual. Varias, incluso. Es precisamente en eso en lo que se basa su ideología. En efecto, cada sector de ese movimiento plantea su propia crítica del mundo actual, ligeramente diferente a las de los demás: a veces teñida de ecología, otras marcada por la reflexión económica, otras más por la cultural, alimenticia, sexual… y así una larga lista. Esas diferentes críticas no se quedan ahí: cada una de ellas debe proponer su propia solución positiva. Por eso es por lo que el movimiento altermundialista se ha dado la consigna de que “otros mundos son posibles”: desde un mundo sin Organismos genéticamente modificados (OGM) hasta un mundo autogestionado, pasando por un capitalismo de Estado de lo más clásico.
El proponer tantas alternativas políticas no es, claro está, ningún peligro para la clase dominante, pues ninguna de ellas se sale del marco de la sociedad capitalista. Sólo serían ajustes de mayor o menor monta, más o menos utópicos, pero siempre compatibles con la dominación de la burguesía. En realidad, la burguesía coloca ante la clase obrera todo un panel de “soluciones” para los malos funcionamientos del sistema, que son otras tantas cortinas de humo para ocultar que la única perspectiva capaz de acabar con la barbarie y la miseria es el derribo de su causa fundamental, o sea, el capitalismo moribundo.
El tercer tema del altermundialismo se desprende espontáneamente de los dos primeros: tras haber ocultado las verdaderas razones de la miseria y la barbarie, tras habar ocultado que la única perspectiva para salir de ellas, ya solo queda por ocultar a la verdadera fuerza para lograrlo. Para ello el altermundialismo se dedica a promocionar toda una cantidad de revueltas y controversias contestatarias, procedentes a menudo del campesinado del Tercer mundo, pero también de los países desarrollados, como el movimiento que anima José Bové o, también, capas pequeño burguesas que se lanzan acá o allá al asalto de poder contra una dictadura corrompida o una república “bananera”. Todas esas revueltas expresan, sin lugar a dudas, una reacción, un rechazo contra la miseria que la crisis provoca en la gran mayoría de la humanidad. Pero ninguna de ellas lleva en sí la menor chispa que pudiera servir para reventar el orden capitalista. Al contrario, esas revueltas permanecen encerradas en el marco capitalista y no poseen ninguna perspectiva constructiva que oponer al orden al que se enfrentan.
Desde hace más de siglo y medio, el movimiento obrero ha sabido mostrar que la única fuerza capaz de transformar de verdad la sociedad es el proletariado.
Este no es la única clase que se alza contra la barbarie capitalista, pero es la única que posee la clave para superarlo. Para ello, no sólo debe reconquistar su unidad internacional, sino también su autonomía de clase respecto a las demás clases de la sociedad. La burguesía lo sabe perfectamente. Si tanto exhibe esas luchas nacionalistas pequeño burguesas es porque así mete al proletariado en un cepo en el que su conciencia y perspectiva no podrán desarrollarse.
Ese tipo de patrañas sirve contra un peligro que no es nuevo para la burguesía: el proletariado es potencialmente capaz de echar abajo su sistema desde que éste entró en su fase de decadencia, o sea a principios del siglo XX. La clase dominante entendió qué peligro era ése desde la Primera Guerra mundial, desde la oleada revolucionaria iniciada en Rusia en octubre de 1917 que amenazó el orden capitalista durante varios años, desde 1919 en Alemania hasta 1927 en China. No ha esperado hasta la última década para diseñar su plan de batalla. En realidad, la clase obrera ha tenido ya que soportar más de un siglo de ataques ideológicos basados en la mentira sobre la verdadera naturaleza de la crisis, de la perspectiva comunista y de las potencialidades de la lucha de clases. La marea altermundialista no es una novedad en la historia del pensamiento burgués frente al proletariado. Pero un impulso semejante pone de relieve que algo ha cambiado en el enfrentamiento ideológico de clase, expresa que ha aparecido la necesidad para la clase dominante de adaptar los medios de mistificación contra el proletariado.
“No se cambia un equipo que gana”, suelen decir los especialistas deportivos. En el fondo, los embustes burgueses para impedir que la clase obrera desarrolle su conciencia revolucionaria siguen siendo del mismo tipo, pues deben hacer frente a las mismas necesidades como hemos visto antes. Han sido, tradicionalmente, los partidos de izquierda, socialdemócratas y estalinistas, los transmisores de esos embustes que sirven para ocultar la quiebra histórica del modo de producción capitalista, para proponer alternativas falsas a la clase obrera, para minar cualquiera perspectiva que se abra ante sus luchas.
Son esos partidos los que han sido ampliamente solicitados a finales de los años 60 cuando la crisis actual empezó a desplegarse y sobre todo cuando el proletariado mundial volvió a salir al escenario de la historia, tras cuatro décadas de contrarrevolución (la gran huelga de mayo de 1968 en Francia, el “otoño caliente” italiano de 1969, etc.). Ante el impetuoso auge de las luchas proletarias, los partidos de Izquierda empezaron a proponer “alternativas” de gobierno con la pretensión de que iban a responder a las aspiraciones de la clase obrera. Uno de los temas de esa “alternativa” era que el Estado debía estar mucho más presente en una economía cuyas convulsiones, iniciadas en 1967 al finalizar la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra mundial, se iban incrementando sin cesar. Según esos partidos, los obreros debían moderar sus luchas, incluso renunciar a ellas, y expresar en el terreno electoral su voluntad de cambio, permitiendo a esos partidos alcanzar el gobierno para llevar a cabo una política favorable a los intereses de los trabajadores. Desde entonces, los partidos de izquierdas, especialmente la socialdemocracia pero también los partidos llamados “comunistas” como en Francia, han participado en numerosos gobiernos para aplicar una vez en ellos, no, ni mucho menos, una política de defensa de los trabajadores sino de gestión de la crisis y de ataque a sus condiciones de vida. El desmoronamiento a finales de los años 80 del bloque del Este y de los regímenes supuestamente “socialistas” fue un duro golpe a los partidos que se reivindicaban de esos regímenes, los partidos “comunistas”, los cuales perdieron gran parte de la influencia que tenían en la clase obrera.
Y así, ahora que frente la agravación de la crisis del capitalismo, la clase obrera se ve impulsada a volver a los caminos de la lucha, a la vez que en su seno está volviendo a encenderse la llama de la reflexión sobre los retos de la situación actual de la sociedad, los partidos que representaban tradicionalmente la defensa del capitalismo en las filas obreras sufren un desprestigio considerable que les impide ocupar el lugar que ocuparon en otros tiempos. Por eso no son la avanzadilla de las grandes maniobras destinadas a desviar el descontento y los interrogantes de la clase obrera. Y es el movimiento altermundialista el que, por ahora, está en primera fila, y eso que lo único que hace es recuperar lo esencial de los temas que, en el pasado, tanto juego le dieron a la Izquierda. Es, por lo demás, esto último lo que explica que esos mismo partidos (singularmente los “comunistas”) anden chapoteando en las charcas del movimiento altermundialista, por muy discretos y hasta “críticos” que sean, permitiendo así que ese movimiento aparezca como algo verdaderamente “novedoso” ([1]) y no desprestigiado de entrada.
Esta notable convergencia entre las mistificaciones de la “vieja izquierda” y las del altermundialismo, puede ponerse de relieve en torno a unos cuantos de los temas centrales de éste.
Para dar un bosquejo de los grandes temas de la corriente altermundialista vamos a apoyarnos en los escritos de ATTAC, que aparece como el “teórico” principal de esa corriente.
Esta organización (ATTAC: Asociación para el impuesto de las transacciones financieras y de ayuda a los ciudadanos) nació oficialmente en junio de 1998, tras una serie de contactos en torno a un editorial de Ignacio Ramonet, director del mensual francés le Monde diplomatique de diciembre de 1997. Para ilustrar el éxito del movimiento altermundialista, ATTAC tenía ya más de 30 000 miembros a finales del 2000. Hay, entre ellos, más de 1000 personas morales (sindicatos, asociaciones, asambleas locales), unos cien diputados franceses, muchos funcionarios, sobre todo profesores, y cantidad de famosos, políticos o artistas, organizados en unos 250 comités locales.
Ese poderoso instrumento ideológico se creó sobre la idea de la “tasa Tobin”, del nombre del premio Nobel de economía, James Tobin, para quien un impuesto de 0,05 % en las transacciones de cambio de divisas permitiría su regulación, evitando los excesos de la especulación. Para ATTAC, ese impuesto permitiría, sobre todo, recoger fondos que luego se dedicarían al desarrollo de los países más pobres ([2]).
¿Por qué ese impuesto? Precisamente para, a la vez, frenar y sacar provecho (lo cual es de lo más contradictorio: ¿cómo querer que desaparezca algo de lo que se saca provecho?) de esas transacciones de cambio, y más en general financieras, símbolo de esa globalización de la economía que, grosso modo, hace más ricos los ricos y más pobres a los pobres.
El punto de partida del análisis de la sociedad actual que hace ATTAC es éste:
“La globalización financiera agrava la inseguridad económica y las desigualdades sociales. Elude y minimiza lo escogido por los pueblos, las instituciones democráticas y los Estados soberanos a cuyo cargo está el interés general. Les sustituye lógicas estrictamente especulativas que no expresan más que los intereses de las empresas transnacionales y de los mercados financieros” ([3]).
¿Qué origen tiene, según ATTAC, esta evolución económica? Estas son las respuestas:
“Uno de los hechos notables del final del siglo XX ha sido el auge de las finanzas de la economía mundial: es el proceso de globalización financiera, resultado de la opción política impuesta por los gobiernos de los países miembros del G7”.
La explicación del cambio habido a finales del siglo XX se da más lejos:
“En el marco del compromiso “fordista” ([4]), que funcionó hasta los años 1970, los dirigentes concluían acuerdos con los asalariados, organizando un reparto de las ganancias de productividad en el seno de la empresa, lo cual permitió mantener el reparto del valor añadido. El advenimiento del capitalismo accionarial rubrica el final de ese régimen. El modelo tradicional, llamado “stakeholder”, que considera la empresa como una comunidad de intereses entre sus tres asociados ha dejado el sitio a un nuevo modelo, llamado “shareholder”, que da primacía absoluta a los intereses de los accionistas poseedores del capital-acciones, es decir de los fondos propios de las empresas” ([5]). Además: “El objetivo prioritario de las empresas cotizadas en Bolsa es “crear valor accionarial” (shareholder value), o sea, hacer que suban la cotización de sus acciones para generar plusvalías, aumentando así la riqueza de sus accionistas” ([6]).
También, según los altermundialistas, la nueva opción de los gobiernos de los países del G7 ha acarreado una transformación de las empresas. Las multinacionales o las grandes instituciones financieras, al haber dejado de sacar sus ganancias de la producción de mercancías, “presionan a las empresas para que repartan el máximo de dividendos en detrimento de unas inversiones productivas con rendimiento diferido”.
No vamos a multiplicar aquí las citas del movimiento altermundialista. Las expuestas bastan para poner de relieve tres cosas:
De este modo, las “transnacionales” que hoy se habrían liberado de la autoridad de los Estados se parecen mucho a las “multinacionales” estigmatizadas por los partidos de Izquierda en los años 70 por ese mismo pecado. En realidad, esas “multinacionales” o “transnacionales” tienen una “nacionalidad” y es la de sus accionarios mayoritarios. En realidad, esas multinacionales son la mayoría de las veces grandes empresas de los estados más poderosos, empezando por Estados Unidos y son los instrumentos, junto a los medios militares y los diplomáticos, de la política imperialista de esos Estados. Y cuando tal o cual Estado nacional (como el de una “republica bananera”) está sometido a las órdenes de tal o cual gran “multinacional”, eso no es más que la expresión de la sumisión imperialista de ese Estado a la gran potencia de la que depende la multinacional.
Ya en los años 70, la izquierda exigía “más Estado” para limitar el poder de esos “monstruos modernos” y garantizar un reparto más “equitativo” de las riquezas producidas. ATTAC y compañía no han inventado nada. Pero sobre todo es importante subrayar aquí la gran mentira que contiene esa idea: el Estado nunca ha sido un instrumento de defensa de los intereses de los explotados. Es básicamente un instrumento de preservación del orden social existente y, por lo tanto, de defensa de los intereses de la clase dominante y explotadora. En algunas circunstancias, y para asumir mejor su función, el Estado podrá oponerse a tal o cual sector de esa clase. Así ocurrió en los albores del capitalismo cuando el gobierno inglés estableció reglas para limitar la intensidad de la explotación de los obreros, especialmente de los niños. Algunos capitalistas fueron perjudicados, pero esa medida debía permitir que la fuerza de trabajo, que es la creadora de toda la riqueza del capitalismo, no fuera destruida a gran escala antes de haber alcanzado la edad adulta. De igual modo, cuando el Estado hitleriano perseguía cuando no liquidaba a algunos sectores de la burguesía (los burgueses judíos o los burgueses “demócratas”), eso, evidentemente, no tenía nada que ver con no se sabe qué defensa de los explotados.
El Estado del Bienestar es básicamente un mito destinado a que los explotados acepten que siga la explotación capitalista y se perpetúe la dominación burguesa. Cuando la situación económica se agrava, el Estado, de “izquierdas” o de “derechas” está obligado a quitarse la careta: es el órgano que decreta el bloqueo de los salarios, el que ordena los cortes en los “presupuestos sociales”, los gastos de salud, los subsidios de desempleo y las pensiones por jubilación. Es también el Estado, mediante sus fuerzas represivas, el que acude con sus porras y granadas lacrimógenas, sus detenciones y sus balas si llega el caso, para hacer entrar en razón a los obreros que se nieguen a aceptar los sacrificios que se les quiere imponer.
En realidad, detrás de las ilusiones que los altermundialistas, siguiendo la tradición de la Izquierda clásica, intentan sembrar a propósito de las “multinacionales” y del Estado defensor de los intereses de los “oprimidos”, subyace la idea de que podría existir un “buen capitalismo” que habría que oponer al “mal capitalismo”.
Esa idea alcanza el no va más en la caricatura y la ridiculez cuando ATTAC “descubre” que desde ahora la motivación principal de los capitalistas sería sacar ganancias, adornando ese “descubrimiento” con toda una palabrería rimbombante sobre la diferencia entre los “stakeholders” y los “shareholders”. Hace ya francamente muchos lustros que los capitalistas invierten para extraer ganancias. Bueno, en realidad, es lo que siempre han hecho desde que el capitalismo existe.
En cuanto a las “lógicas estrictamente especulativas” que se deberían a “la globalización financiera”, tampoco han estado esperando a no se sabe qué reunión del G7 de estos últimos años o a que llegara al poder Margaret Thatcher y su amigo Reagan. La especulación es casi tan vieja como la economía capitalista. Ya a mediados del siglo XIX, Marx dejó claro que cuando se acerca una nueva crisis de sobreproducción, los capitalistas tienen tendencia a preferir la compra de valores especulativos a las inversiones en lo productivo. En efecto, de manera muy pragmática, los burgueses han comprendido que si los mercados están saturados, las mercancías producidas gracias a las máquinas compradas a lo mejor no se vendían, impidiendo así tanto la obtención de la plusvalía en ellas contenida (gracias a la explotación de los obreros que han hecho funcionar esas máquinas) como el reembolso del capital avanzado. Por eso decía Marx que las crisis comerciales parecían ser resultado de la especulación cuando en realidad eran su signo anunciador. De igual modo, los movimientos especulativos que hoy observamos plasman la crisis general del capitalismo, y en ningún modo son el resultado de la falta de civismo de este o aquel grupo de capitalistas.
Más allá, sin embargo, de lo estúpido y risible que sea el “análisis científico “ de los “peritos” de la altermundialización, hay una idea que los defensores del capitalismo han utilizado desde hace mucho tiempo para impedir que la clase obrera se oriente hacia su perspectiva revolucionaria. Ya Proudhon, el socialista pequeño burgués de mediados del XIX, intentó distinguir lo “bueno” de lo “malo” del capitalismo. Se trataba para los obreros de apoyarse en “lo bueno” para así proponer una especie de “comercio equitativo” y de autogestión de la industria (las cooperativas).
Más tarde, toda la corriente reformista en el movimiento obrero, por ejemplo su “teórico” principal, Bernstein, intentó defender la capacidad del capitalismo (a condición de que éste esté obligado por una presión de la clase obrera en el marco de las instituciones burguesas, como los parlamentos) para ir satisfaciendo cada vez más los intereses de los explotados. Las luchas de la clase obrera debían pues servir para que triunfaran los “buenos” capitalistas contra los “malos”, los cuales, por egoísmo o miopía, se oponían a esa evolución “positiva” de la economía capitalista.
Hoy, ATTAC y sus amigos nos proponen volver al “compromiso fordista” que prevalecía antes de la llegada de esos brutales y desalmados del “todo para la finanza”, que “preservaría el reparto del valor añadido” entre trabajadores y capitalistas. Así, la corriente altermundialista hace una contribución de primer orden al arsenal de embustes de la burguesía:
– al hacer creer que el capitalismo tendría los medios de volver atrás en sus ataques contra la clase obrera, cuando éstos, en realidad, son resultado de una crisis que el sistema es incapaz de superar;
– dando a entender que hoy podría haber un terreno de entendimiento posible, un “compromiso” entre trabajo y capital.
En resumen, llaman a los obreros no a combatir el modo de producción capitalista, responsable de la agravación de su explotación, de su miseria y del conjunto de la barbarie que se desencadena actualmente en el mundo, sino a movilizarse en defensa de una variante quimérica de ese sistema. O sea, a renunciar a la defensa de sus intereses y a capitular ante los de su mortal enemigo, la burguesía.
Puede entonces entenderse perfectamente por qué esa clase, por mucho que algunos de sus sectores critiquen las ideas altermundialistas, ostenta la mayor indulgencia hacia ese movimiento y lo promueve.
La denuncia firme del movimiento altermundialista como algo de esencia burguesa, la intervención más amplia posible contra unas ideas peligrosas, son prioridades para todos aquellos elementos del proletariado conscientes de que el único mundo hoy posible es el comunismo, y que éste solo podrá construirse resueltamente en contra de la burguesía y todas sus ideologías mistificadoras, cuyo último engendro es el altermundialismo. Y como tal, hay que combatirlo con la misma determinación que a la socialdemocracia o al estalinismo.
Günter
[1] Cabe señalar que entre los temas preferidos del altermundialismo, hay uno que no pertenece a la tradición de los partidos de izquierda clásicos: el tema ecológico. Eso se debe sobre todo a que la ecología es algo relativamente reciente, mientras que los partidos tradicionales de izquierda basan su ideología en referencias más antiguas (aunque siempre de actualidad para mistificar a los obreros). De todos modos, la Izquierda tradicional ha establecido en casi todos los países alianzas estratégicas con la corriente que ha hecho de la ecología su principal especialidad, los Verdes. Así es en el principal país europeo, Alemania.
[2] Hay que decir que James Tobin se desolidarizó del uso que querían hacer los altermundialistas de su receta. A quienes creen que luchan contra el capitalismo con sus cartuchos, el premio Nobel de la economía capitalista nunca ha ocultado que él está A FAVOR del capitalismo.
[3] “Plataforma de ATTAC”, adoptada por la Asamblea constitutiva del 3 de junio de 1998, en Tout sur ATTAC 2002, p. 22.
[4] Ese término se refiere a las tesis de Henry FordI, fundador de una de las mayores multinacionales de hoy, el cual, tras la Primera Guerra mundial defendía la idea de que los capitalista tenían el mayor interés en pagar buenos salarios a los obreros para así ampliar el mercado para las mercancías producidas. Por eso, a los obreros de Ford se les incitaba a comprar unos coches en cuya fabricación habían participado. Esas tesis, que podían parecer “realistas” en períodos de “prosperidad” y que además podían, en cierto modo, favorecer la “paz social” en las factorías del “buen rey Henry”, se derritieron como nieve al sol, cuando la “Gran depresión” de los años 30 cayó sobre Estados Unidos y el resto del mundo (NDLR).
[5] “Licenciements de convenance boursière : les règles du jeu du capitalisme actionnarial” (Despidos y conveniencia bursátil: las reglas del juego de capitalismo accionarial), Paris, 2/05/2001, en Tout sur ATTAC 2002, pp. 132-134.
[6] Tout sur ATTAC 2002, p. 137.
El medio político proletario frente a la guerra
El año 2003 ha estado marcado por un paso muy serio del capitalismo mundial hacia el abismo: la segunda guerra del Golfo y la aparición de un atolladero militar en un área estratégica del mundo. Una guerra de importancia crucial para los nuevos equilibrios imperialistas, con la intervención y la ocupación angloamericana del Irak y la oposición a ésta de unas potencias imperialistas cada día más antagónicas a EE.UU. Ante estas nuevas matanzas, los principales grupos revolucionarios que forman parte de la Izquierda comunista internacional fueron una vez más capaces de responder a la propaganda de la burguesía con tomas de posición resueltamente internacionalistas. Defendieron el ABC del marxismo contra las campañas ideológicas de la burguesía que pretenden desorientar al proletariado. Esto no significa en absoluto que esas organizaciones defiendan todas las mismas posiciones. Incluso, a nuestro parecer, hay que dejar claro que la intervención de la mayoría de ellas tiene debilidades importantes, especialmente sobre la comprensión histórica la fase de conflictos imperialistas abierta con el hundimiento del bloque del Este y la consecuente disolución del bloque opuesto y sobre la comprensión de lo que está en juego en los conflictos actuales. Estas diferencias expresan la heterogeneidad del difícil proceso de maduración de la conciencia en la clase obrera y en sus vanguardias revolucionarias. En este sentido, mientras no se abandonen los principios de clase, esas diferencias no deben ser temas de oposición frontal entre componentes del mismo campo revolucionario, pero sí justifican totalmente la necesidad del debate permanente entre ellas. Este debate no solo es la condición de la clarificación en el campo revolucionario, sino que también es un elemento de clarificación para delimitarse frente a grupos radicales (trotskismo, anarquismo oficial...) de la extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Ha de permitir a las nuevas energías que surgen orientarse ante los diferentes componentes del campo proletario.
Con esta preocupación, nuestra organización hizo un llamamiento a las demás organizaciones revolucionarias cuando empezó la segunda guerra del Golfo, para promover una iniciativa común (documentos, reuniones publicas...) que hubiese permitido “hacer oír las posiciones internacionalistas” ([1]):
“... los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado por señalar en su prensa los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos” ([2]).
Este llamamiento fue mandado:
– al Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR),
– al Partito comunista internazionale (Il Comunista, le Prolétaire),
– al Partito comunista internazionale (Il Partito, llamado “de Florencia”),
– al Partito comunista internazionale (Il Programma comunista).
Fue desgraciadamente rechazado por escrito (por el PCI-le Prolétaire y el BIPR) cuando no ignorado. Ya dimos cuenta de las respuestas así como de nuestras tomas de posición sobre estas respuestas y sobre los silencios de los demás grupos en la Revista internacional nº 113, op. cit.).
Este artículo tiene claramente dos objetivos. Por un lado, al analizar las tomas de posición de los principales grupos proletarios frente a la guerra, pondremos en evidencia que existe realmente un medio político proletario (sea cual sea la conciencia que tienen de éste los grupos que lo constituyen) que se distingue, por su fidelidad al internacionalismo proletario, de las diversas formaciones izquierdistas con verborrea revolucionaria y de las organizaciones abiertamente burguesas o interclasistas. Por otro lado, nos centraremos en ciertas divergencias que tenemos con ellos para demostrar que corresponden por su parte a visiones erróneas; pero que no son en nada un obstáculo para cierta unidad de acción frente a la burguesía mundial. Más aun, pondremos de manifiesto que estas divergencias, por sinceras que sean, las utilizan estos grupos como pretextos para rechazar esta comunidad de acción.
En su carta de llamamiento a los grupos revolucionarios, hicimos resaltar los criterios que a nuestro parecer y más allá de las divergencias que puedan existir sobre otras cuestiones, eran una base mínima suficiente para deslindar el campo revolucionario del de la contrarrevolución:
“1) La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno o sector particular de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.
“2)En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, tras una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a ese país o a su burguesía.
“3) La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.
“4) En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo” ([3]).
Como vamos a ver, todos los grupos a los que hemos escrito han cumplido con estos criterios mínimos en sus tomas de posición.
El PCI Programma comunista establece un marco de análisis muy correcto de la fase actual al afirmar que
“La agonía de un modo de producción basado en la división de la sociedad en clases es mucho más feroz que lo que se puede uno imaginar. Nos lo muestra la historia: a la vez que los cimientos sociales están atravesados por tensiones incesantes y contradicciones, las energías de la clase dominante se movilizan para sobrevivir a toda costa – y así se precisan los antagonismos y aumentan las tendencias a la destrucción, se multiplican los enfrentamientos en el plano comercial, político y militar. En todas sus capas, en todas sus clases, la sociedad entera está atravesada por una fiebre que la devora por todas partes y alcanza a todos sus órganos” ([4]).
Il Partito de Florencia como le Prolétaire también contribuyen a esclarecer el marco al precisar que la guerra no la provocan fulano o mengano, designados como los malos, sino que resulta de un enfrentamiento imperialista a escala mundial:
“El frente del Euro no porque resiste representa una fuerza de paz en oposición al frente belicoso del Dólar, sino uno de los campos en el enfrentamiento general imperialista hacia el que corre el régimen del capital” ([5]).
“La guerra contra Irak, a pesar de la disparidad de fuerzas, no puede ser considerada como una guerra colonial, sino que es en todos sus aspectos una guerra imperialista en ambos frentes, aunque sea menor y menos desarrollado el Estado combatido no deja de ser burgués y expresión de una sociedad capitalista” ([6]).
“El pretendido “campo de la paz”, o sea los Estados imperialistas que consideran como un perjuicio a sus intereses el ataque norteamericano contra Irak, temen que, fortalecido por su victoria rápida, EE.UU. les haga pagar cara su oposición, aunque solo sea excluyéndolos de la región. Las miserables rivalidades imperialistas que oponen los Estados se evidencian a todas luces. Los norteamericanos declaran que Francia y Rusia deberían renunciar generosamente a sus gigantescos créditos a Irak, mientras éstas se indignan de que los contratos para la “reconstrucción” del país sean automáticamente atribuidos a grandes empresas norteamericanas así como la comercialización del petróleo... En cuanto a la famosa “reconstrucción” y a la prosperidad prometida al pueblo iraquí, basta con ver lo que ocurre con la reconstrucción en Afganistán o la situación en la antigua Yugoslavia –ambas regiones en donde siguen presentes tropas occidentales– para entender que para las burguesías de ambos lados del Atlántico, no se trata más que de reconstruir las instalaciones necesarias a la rentabilidad de la producción y de asegurar la prosperidad de las empresas capitalistas” ([7]).
Tales posiciones no dejan ningún lugar a la defensa, aunque sea crítica, de uno u otro campo. Son, al contrario, para esos grupos el firme pedestal para denunciar a esos países y a las fuerzas políticas que ocultan hipócritamente sus propias intenciones imperialistas tras las banderas de la defensa de la paz.
Así es como, para Il Partito, “la pretendida condena común, fácil y al unísono de la guerra (por parte de los países occidentales, ndlr) está basada en un equivoco incontestable, puesto que esta aspiración tiene un origen y un significado diferente, sino opuesto, para las clases antagónicas.
“El “partido europeo”, representante del gran capital y de la gran finanza establecidos de este lado del Atlántico, hoy cada vez más competidor y rival de los norteamericanos, ha tomado posición contra esta guerra. Esto no significa que los magnates de las finanzas salgan a la calle con banderas, sino que controlan los poderosos aparatos de los media, los partidos y sindicatos fieles al régimen para que orienten la frágil opinión pública hacia la derecha o la izquierda. De hecho, si las guerras son para el capital a menudo “injustas”, no les impide ser “necesarias”. Resulta muy fácil distinguirlas: las que son “necesarias” son las que uno gana, las “injustas” son las que ganan los demás. Por ejemplo: para los capitalistas europeos, dispuestos a repartirse de forma salvaje y horrible la antigua Yugoslavia, los bombardeos sobre Belgrado (casi peores que los que han arrasado Irak) eran “necesarios”; los bombardeos sobre Bagdad, por contrario, en los que ven los ricos contratos petrolíferos en peligro de ser rápidamente anulados por la “nueva administración democrática” impuesta por los “libertadores”, son “injustos”” ([8]).
Para Programma comunista, “Ni un solo hombre, Ni un solo centavo para las guerras imperialistas: lucha abierta contra su propia burguesía nacional, italiana o estadounidense, alemana o francesa, serbia o iraquí” ([9]).
Para Il Partito comunista, “los gobiernos de Francia y Alemania, apoyados por Rusia y China, solo se oponen hoy a esta guerra para defender sus propios intereses imperialistas, amenazados por la ofensiva de Estados Unidos en Irak y la región” ([10]).
Para el BIPR, “el verdadero enemigo de los USA (...) es el euro, que está amenazando peligrosamente la hegemonía absoluta del dólar” ([11]).
En coherencia con todo lo precedente, la única actitud consecuente es la de una lucha a muerte contra el capital, sean cuales sean las prendas con las que se presente, y de una denuncia sin reservas del pacifismo. Es precisamente lo que hicieron estos grupos y en particular el BIPR:
“Europa –y en particular el eje franco-alemán– intenta dificultar los planes militares norteamericanos jugando de momento la baza del pacifismo, y así ha armado una trampa ideológica en la que ya han caído muchos. Ya lo sabemos, y lo demuestran los hechos, que ningún Estado europeo, cada vez que ha sido necesario, ha vacilado en hacer prevalecer sus intereses económicos con la fuerza de las armas. Lo que hoy se perfila es un nuevo nacionalismo... supranacional, europeo, ya implícito en muchas declaraciones de los “desobedientes”. La referencia misma a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos, es la presunción de un alineamiento futuro a favor de los objetivos de la burguesía europea en su confrontación final con la burguesía norteamericana” ([12]).
“En gran parte de las “izquierdas” parlamentarias y de sus apéndices “movimentistas” (amplios sectores del movimiento altermundialista), se hace referencia a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos. Intentan así hacer olvidar que esa misma Europa, a propósito de “valores sociales”, es la que ha estado aumentando sin cesar los recortes en las jubilaciones (las pretendidas “reformas de las pensiones”); y es esa misma Europa la que ya ha echado a la calle a millones de trabajadores y que ahora se esfuerza en reducir aun más la fuerza de trabajo a pura mercancía “desechable” mediante una precariedad progresiva y devastadora” ([13]).
Todo esto demuestra entonces la existencia de un mismo campo que se mantiene fiel a los principios del proletariado, el de la Izquierda comunista, sea cual sea la conciencia que tienen de ésta los grupos que la componen.
Lo que no impide, como ya hemos dicho, que existan divergencias a menudo importantes entre la CCI y estos grupos, como lo vamos a ver. El problema no está en la existencia de estas divergencias, sino en el que estos grupos las utilizan para justificar su rechazo de una respuesta común frente a una situación particularmente grave y también en el que no hacen nada para que sean esclarecidas las cuestiones en un debate público serio.
En el nº 113 de la Revista internacional, ya dimos una respuesta a la critica de “frentismo” que nos hizo le Prolétaire y a la de “idealismo” que nos hizo el BIPR, que así intentan explicar los pretendidos errores de análisis de la CCI. Seguimos sin haber recibido respuestas a nuestra argumentación, con excepción de un articulo publicado en el nº 466 de le Prolétaire. Según esta organización, el querer hacer caso omiso del desacuerdo que nos diferencia sobre el tema del derrotismo revolucionario justifica plenamente la crítica de “frentismo” que nos dirige a propósito de nuestro llamamiento a una acción común.
Resulta entonces necesario volver sobre la cuestión del derrotismo revolucionario a la luz del artículo de le Prolétaire. Éste contiene un elemento nuevo sobre el que nos centraremos:
“No es verdad que las organizaciones situadas en esta categoría estén de acuerdo en lo esencial, que compartan una posición común, aunque solo sea sobre la cuestión de la guerra y del internacionalismo. Por contrario, se oponen sobre cuestiones políticas y programáticas que mañana serán vitales para la lucha proletaria y para la revolución, de igual modo que ya hoy se oponen sobre las orientaciones y directivas de acción que dar a los pocos elementos en búsqueda de posiciones clasistas.
“Sobre la cuestión de la guerra en particular, hemos hecho hincapié en la noción de derrotismo revolucionario porque desde Lenin es la que caracteriza la posición comunista en las guerras imperialistas. Ahora bien, la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario. ¿Cómo entonces podría ser posible expresar en común una posición que en el fondo, en cuanto se profundiza un poco, cuando se va más allá de las grandes y bellas frases sobre el derrumbamiento del capitalismo y la dictadura del proletariado, no existe? Una acción común no seria posible más que consintiendo en borrar o atenuar divergencias irreconciliables, o sea escondiéndolas a los proletarios con respecto a quien se interviene ampliamente, consintiendo en presentar a aquellos militantes de otros países que se quiere conseguir una imagen falsa de una “izquierda comunista” unida sobre lo esencial, o sea engañándolos. Disimular sus posiciones, puesto que a eso conducen, se quiera o no, estas propuestas unitarias, queriendo alcanzar unos pocos objetivos inmediatos o contingentes, ¿no es precisamente la definición clásica del oportunismo?” ([14]).
El PCI persiste en querer ignorar nuestro argumento según el cual:
“Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas” ([15]).
También observamos que ya sea por ignorancia (es decir desprecio por la crítica de posiciones políticas, lo cual es un defecto importante en una organización revolucionaria) sea por gusto de la polémica fácil, el PCI no refiere la posición de la CCI sobre la cuestión del derrotismo revolucionario. Se limita en decir que “la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario”, dejando así campo abierto a cualquier interpretación de nuestra posición, y, por qué no, que la CCI estaría en favor “de la defensa de la patria” en caso de ataque por parte de otras potencias. Conviene entonces recordar cuál es nuestra posición sobre el tema, tal como la defendimos ya cuando la primera guerra del Golfo. Afirmamos entonces:
“Esta consigna fue lanzada por Lenin durante la Primera Guerra mundial. Representaba una denuncia de las dilaciones de los elementos “centristas”, los cuales, a pesar de decirse de acuerdo “en principio” para negarse a toda participación en la guerra imperialista, preconizaban sin embargo la necesidad de esperar a que los obreros de los “países enemigos” estuvieran dispuestos a lanzarse a luchar contra la guerra antes de llamar a los del “propio país” a hacer lo mismo. Para argumentar esta posición, anteponían el argumento de decir que si los proletarios de un país se adelantaban por esta vía, favorecerían la victoria del “país enemigo” en la guerra imperialista. Cara a este “internacionalismo” condicional, Lenin contestó con razón que la clase obrera de un país cualquiera no tenía el menor interés en común con “su” burguesía, añadiendo que, además, la derrota de ésta no podía sino favorecer su lucha propia, como ocurrió cuando la Comuna de París (favorecida por la derrota de Francia contra Prusia) o cuando la Revolución de 1905 en Rusia (favorecida por la derrota contra Japón). Concluía de esta constatación que cada proletariado debía “desear” la derrota de “su” burguesía. Esta posición ya era errónea en aquel entonces, en la medida en que implicaba que los revolucionarios de cada país debían reivindicar para “su” proletariado las condiciones más favorables para la revolución proletaria, cuando es mundialmente, y para empezar en los países avanzados (los cuales estaban todos metidos en aquella guerra), donde ha de realizarse la revolución. Sin embargo, la debilidad de esta consigna jamás llevó a Lenin a cuestionar el internacionalismo más intransigente (¡y fue precisamente esta intransigencia la que provocó aquel “patinazo”). En particular, jamás se le habría ocurrido a Lenin apoyar a la burguesía de un país “enemigo”, incluso si en toda lógica esto hubiese podido deducirse de su “deseo”. En cambio, esta consigna fue utilizada más tarde y a menudo por los partidos burgueses pretendidamente “comunistas” para justificar su participación en la guerra imperialista. Así es como por ejemplo los estalinistas franceses “volvieron a descubrir” las virtudes del “internacionalismo proletario” y del “derrotismo revolucionario” tras la firma del Pacto germano-soviético en 1939, tras haberlas olvidado durante mucho tiempo, y volvieron a “olvidarse” de ellas y con la misma rapidez en cuanto Alemania entró en guerra contra la URSS en 1941. También los estalinistas italianos utilizaron ese “derrotismo revolucionario” para justificar, después de 1941, su política al mando de la “resistencia” contra Mussolini. Hoy en día, en nombre de este “derrotismo revolucionario” los trotskistas de todos los países implicados en la guerra de Irak justifican el apoyo a Sadam Husein” ([16]).
Así pues, no es el método adoptado por la CCI el que debe ponerse en entredicho, sino el de sus críticos, los cuales no han asimilado con profundidad las consignas del movimiento obrero de la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23.
Una vez clarificadas estas cuestiones en torno al derrotismo revolucionario, ¿hemos de persistir pensando que las divergencias que hemos puesto en evidencia no son un obstáculo a una respuesta común de los diversos grupos frente a la guerra? A pesar de los errores de los grupos a los que estaba dirigido el llamamiento, consideramos sin embargo que éstos no significan un cuestionamiento de sus posiciones internacionalistas. Estos grupos internacionalistas no son aquellos traidores estalinistas o trotskistas que se aprovecharon de la ambigüedad de la consigna para legitimar la guerra. Son formaciones políticas proletarias que no han sido capaces, por varias razones, de “poner sus relojes en hora” sobre ciertas cuestiones del movimiento obrero.
Recordemos que el BIPR piensa que las divergencias con la CCI son demasiado importantes para permitir una respuesta común con respecto a la guerra. Sin embargo, el siguiente pasaje de una hoja de Battaglia comunista, uno de los dos componentes del BIPR, expresa, al contrario, una convergencia de fondo sobre el análisis de la dinámica de la relación de fuerzas entre proletariado y burguesía, precisamente el tema en el que el BIPR considera tan diferentes nuestros puntos de vista:
“En ciertos aspectos, ya no se necesita el alistamiento en el frente de la clase obrera para la guerra: basta con que se quede en casa, en las fábricas y oficinas, trabajando para la guerra. El problema se plantea cuando esta clase se niega a trabajar para la guerra y se transforma inmediatamente en obstáculo serio al desarrollo de la guerra misma. Eso (y de ningún modo las manifestaciones por importantes que sean de los ciudadanos pacifistas y menos aun las veladas con sermones del Papa) sí que es un freno a la guerra: eso sí que la puede impedir” ([17]).
Este pasaje expresa la idea totalmente correcta según la cual guerra y lucha de clases no son variables independientes una de otra sino que son antitéticas, en el sentido en que cuanto más está alistada la clase obrera, tanto más libres tiene las manos la burguesía para hacer sus guerras; y de igual modo, cuanto más “se niega la clase a trabajar para la guerra”, tanto más “se transforma en obstáculo serio ante el desarrollo de la guerra misma”. Tal como está expresada aquí en boca de Battaglia comunista ([18]), esta idea es muy parecida a la que sirve de base a nuestra noción de curso histórico, resultante histórica de las dinámicas puestas de manifiesto más arriba: la tendencia permanente del capitalismo a la guerra y la tendencia histórica de una clase obrera que no ha sido vencida hacia enfrentamientos decisivos contra la clase enemiga. Y sin embargo Battaglia sigue acusándonos de idealismo al criticar esa posición. Sobre el tema, como en otros diversos puntos en los que Battaglia nos acusa de no enfrentarnos a la situación actual y refugiarnos en nuestro “idealismo”, señalamos al lector que hemos contestado en detalle en varios artículos y directamente en varias polémicas ([19]).
Al observar la actitud puntillosa del BIPR con respecto al examen de sus divergencias con la CCI, hubiésemos esperado una actitud parecida por parte de esta organización con respecto a los demás grupos. Y no es así.
Aquí nos referimos a su actitud con su grupo simpatizante y representante político en norteamérica, el “Internationalist Worker’s Group” (IWG) que publica Internationalist Notes. Este grupo ha intervenido junto con anarquistas y ha tenido una reunión publica común con Red and Black Notes, con consejistas y con la “Ontario Coalition Against Poverty” (OCP), especie de grupo típicamente izquierdista y activista. El IWG acaba de publicar una toma de posición en solidaridad con los “compañeros” del OCP encarcelados tras haber sido detenidos por vandalismo en las recientes manifestaciones contra la guerra en Toronto. También ha organizado una reunión publica común con “compañeros anarco-comunistas” en Québec.
Si nosotros estamos convencidos de la necesidad de estar presentes para favorecer la influencia de la Izquierda comunista en los debates de los grupos políticos del pantano, o sea ese espacio en el que las posiciones vacilan entre las de los revolucionarios y las de la burguesía, nos ha dejado sin embargo desconcertados, es lo menos que podemos decir, el método utilizado. Este método consiste en una “apertura” totalmente opuesta a la política de rigor ostentada por el BIPR europeo. Teniendo en cuenta esta diferencia de método, o sea de principios, hemos pensado poder mandar también al IWG una llamada a una iniciativa común, que entre otras cosas decía:
“Si entendemos bien, el rechazo del BIPR [a una acción común] está esencialmente basado en que existen, según él, demasiadas diferencias entre nuestras posiciones respectivas. Citamos la carta que nos ha mandado el Buró: “una acción unida contra la guerra, como sobre cualquier otro tema, no puede considerarse más que entre compañeros bien definidos y políticamente identificados sin el menor equivoco, que comparten las mismas posiciones y las consideran todas esenciales”.
“Nos hemos enterado sin embargo, por el sitio Web del BIPR y también por la prensa (ultimo numero de Internationalist Notes y hojas de Red & Black), que Internationalist Notes en Canadá había cerebrado una reunión común contra la guerra con anarco-comunistas de Québec y con activistas libertarios-comunistas de consejos y “antipobreza” en Toronto. Aparentemente, a pesar de que existan diferencias substanciales entre la CCI y el BIPR sobre varias cuestiones, éstas son insignificantes comparadas con las que existen entre la Izquierda comunista y los anarquistas (por mucho que éstos peguen el término “comunista” al término “anarquista”) y los activistas “contra la pobreza”, los cuales en su sitio Web no afirman ni una sola posición anticapitalista. Hemos de concluir entonces que el BIPR tiene dos estrategias diferentes para su intervención contra la guerra: una para el continente norteamericano y otra para Europa. Las razones invocadas para rechazar una acción común con la CCI en Europa no se aplican a Canadá o Estados Unidos.
“Mandamos entonces específicamente esta carta a Internationalist Notes, como representantes del BIPR en Norteamérica, para reiterar la propuesta que ya hemos hecho al BIPR en su conjunto” ([20]).
Nunca se nos ha contestado a esta carta, lo que expresa ya de por sí una actitud extraña a la política comunista revolucionaria, lo que expresa una actitud en la que se toma posición políticamente en función de sus humores y de lo que menos incomoda ([21]).
Si no hubo la menor respuesta a esta carta, no es por casualidad sino porque no podía haber la menor respuesta coherente posible sin pasar por una autocrítica. Además, la política de la IWG en América del Norte no es algo específico de los compañeros norteamericanos; está marcada por la capacidad de conciliar sectarismo y oportunismo como tan bien sabe hacerlo el BIPR: sectarismo con la Izquierda comunista y oportunismo con los demás ([22]).
De forma mas general, el rechazo a nuestro llamamiento no se basa en divergencias bien reales entre nuestras organizaciones, sino más bien en una especie de voluntad sectaria, y a la vez oportunista, de seguir separados unos de otros para poder seguir tranquilamente con sus actividades políticas, cada uno en su rincón sin arriesgarse a ser criticado o tener que vérselas con estos incansables “pesados” de la CCI.
Semejante actitud por parte de estos grupos no es ni fortuita ni reciente. No deja de recordar la de la IIIª Internacional degenerante que se cerró a la Izquierda comunista –o sea al ala más clara y determinada en la definición de las posiciones revolucionarias–, “abriéndose” en cambio ampliamente a la derecha en su política de fusión con las corrientes centristas (los “Terzini” en Italia, el USPD en Alemania) y de “frente único” con la socialdemocracia traidora y verdugo de la revolución. Internationalisme, órgano de la Izquierda comunista de Francia (ICF, los precursores de la CCI) se refiere a este enfoque oportunista de la IC cuando critica en los años 40 la fundación sobre bases oportunistas del Partido comunista internacionalista de Italia, antepasado común a todos los PCInt bordiguistas y de Battaglia comunista:
“Y resulta extraño asistir hoy, 23 años después de la discusión entre Bordiga y Lenin sobre la formación del PC de Italia, a la repetición del mismo error. El método de la IC, tan combatido por la Fracción de izquierdas (de Bordiga) y cuyas consecuencias fueron catastróficas para le proletariado es el que utiliza la misma Fracción para construir el PC de Italia” ([23]).
Se asistió en los años 30 al mismo enfoque oportunista por parte de los trotskistas, en particular contra la Izquierda italiana ([24]). Y cuando ésta sufrió una ruptura en el momento de la fundación del PCInt, la actitud del nuevo partido con respecto a la ICF no dejaba de recordar la del trotskismo. A pesar de que no se puede hablar de degeneración del PCInt recién nacido en aquel entonces, lo que, en cambio, sí decimos de la IC y posteriormente del trotskismo, así como tampoco se puede hablar hoy de degeneración del BIPR o del PCInt, sin embargo su fundación fue un paso atrás respecto a la actividad y al nivel de clarificación alcanzado por la Izquierda italiana (con su revista Bilan) en los años 30. Así criticaba Bilan este oportunismo:
“Compañeros, existen dos métodos de agrupamiento; el que fue utilizado cuando el Primer congreso de la IC, que convidó a todos los grupos y partidos que se reivindicaban del comunismo a participar a la confrontación de sus posiciones. Y el que utilizó Trotski en 1931, cuando “reorganizó” la Oposición internacional y su secretariado, esforzándose en eliminar previamente y sin la menor explicación a la Fracción italiana y otros grupos que la componían (los viejos compañeros ya se acordarán de la carta de protesta que fue mandada por la Fracción italiana a todas las secciones de la Oposición internacional, censurando este acto arbitrario y burocrático de Trotski)” ([25]).
“El PCI nació en la fiebre de las semanas de 1943... no solo dejó a un lado todo el trabajo positivo que había cumplido la Fracción italiana durante el largo periodo entre 1927 y 1944, sino que en muchos puntos la posición del nuevo partido se quedó muy atrás de la que había tenido la Fracción abstencionista de Bordiga en el 21. En particular sobre la cuestión del Frente único político, en la medida en que se habían hecho propuestas de frente único al partido estalinista en ciertas manifestaciones locales, sobre la participación en elecciones municipales y parlamentarias, dejando de lado la vieja posición abstencionista, sobre el antifascismo, cuando se abrieron las puertas de par en par para que ingresaran elementos de la Resistencia, sobre la cuestión sindical, cuando el partido hizo suya la vieja posición de la IC de fracciones en los sindicatos luchado por conquistarlos y, más aun, a favor de la formación de minorías sindicales (la posición y la política de la Oposición sindical revolucionaria).
“En pocas palabras, bajo la apelación de Izquierda comunista internacional, tenemos una formación italiana de tipo trotskista clásico, menos la defensa de la URSS. Es la misma proclamación del Partido sin tener en cuenta el curso reaccionario, la misma política práctica oportunista, el mismo activismo de agitación estéril de las masas, el mismo desprecio por la discusión teórica y la confrontación de ideas, tanto en el partido como hacia el exterior con los demás grupos revolucionarios” ([26]).
Hoy todavía, Battaglia comunista y los PCInts llevan la marca de este oportunismo original. Pero como ya hemos dicho, creemos en la posibilidad y la necesidad de un debate entre los diferentes componentes del campo revolucionario y no abandonaremos ni mucho menos por mucho que se rechacen nuestras propuestas, y por irresponsable que sea este rechazo.
Ezechiele (diciembre de 2003)
[1] “La responsabilidad de los revolucionarios frente a la guerra. Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento”, Revista internacional, no 113).
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] “De guerra en guerra”, Il Programma comunista, no 3. Es de señalar que estas líneas las escribe una organización que considera que las condiciones y los medios de la lucha proletaria son invariables desde 1848 y que, al ser así, rechaza la noción de decadencia del capitalismo. No podemos sino alegrarnos de que la percepción de la realidad, esta vez, sea más fuerte que el dogma de sus invariables posiciones.
[5] " Contra la guerra y contra la paz del capital, Il Partito comunista, nº 296, febrero de 2003. Dejamos voluntariamente de lado en este artículo la expresión de divergencias secundarias en la cuestión esencial del internacionalismo. Señalemos, sin embargo, que como ya tuvimos ocasión de desarrollarlo en nuestra prensa, es un error caracterizar los campos imperialistas que se enfrentan como el del euro y el del dólar, como podemos comprobarlo con las disensiones en la UE y la zona Euro. Il Partito ¿piensa en serio y contra toda evidencia que Holanda, España, Italia y Dinamarca forman parte con Alemania y Francia de una coalición antiamericana?
[6] La guerra sucia iraquí entre euro y dólar”, Il Partito comunista no 297, marzo-abril de 2003.
[7] “Se acabó la guerra en Irak… sigue la dominación capitalista”. Volante de le Prolétaire, mayo del 2003.
[8] “El pacifismo y la lucha sindical”, Il Partito comunista, no 297, marzo-abril del 2003.
[9] “Réplica de clase a la guerra imperialista”, volante de Programma comunista, marzo del 2003.
[10] “Pacifismo imperialista”, Il Partito comunista, no 296, febrero del 2003.
[11] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[12] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[13] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[14] “Noticias del frentismo político: propuestas unitarias con respecto a la guerra”, le Prolétaire, no 466, marzo-mayo del 2003 (traducción nuestra, subrayados del articulo).
[15] Revista internacional, no 113.
[16] “El medio político proletario frente a la guerra del Golfo”, Revista internacional, no 64.
[17] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003. Subrayado en el original.
[18] Por nuestra parte, Habríamos formulado esa idea de forma un poco diferente, hablando "del rechazo por parte de la clase obrera a sacrificarse por el esfuerzo de guerra", formulación menos restrictiva que la del BIPR, la cual tiene la debilidad de dar a entender que sólo la producción de guerra estaría concernida por el esfuerzo de guerra.
[19] Véase por ejemplo los artículos siguientes, entre los más recientes:
– “Polémica con el BIPR: la lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”, Revista internacional no 100.
– “Discusión con el medio político proletario: la necesidad de rigor y seriedad”, Revista internacional no 101.
– “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de la construcción del Partido”, Revista internacional no 103.
[20] Carta mandada por la CCI el 6 de junio del 2003.
[21] Es ésa una práctica normal en varios grupos bordiguistas, coherentes con la visión que tienen de sí mismos de ser cada uno el único depositario de la conciencia de clase y "único" núcleo del futuro partido. Sin embargo, en esta parte caricaturesca de este componente del medio político proletario, existen grupos más responsables que a pesar suyo tienen que admitir que no están solos en el mundo y contestan al correo de los demás grupos, sea por carta o en artículos de prensa.
[22] Véase en particular los artículos “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del Partido”, Revista internacional, nos 103 y 105.
[23] Internationalisme n° 7, febrero del 46, “A propósito del 1er Congreso del Partido comunista internacionalista de Italia".
[24] Véase sobre el tema nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, y más particularmente la parte que trata de las “Relaciones entre la Fracción de izquierdas del PC de Italia y la Oposición de izquierda internacional”.
[25] Internationalisme n° 10, mayo del 46, “Carta a todos los grupos de la Izquierda comunista internacional”.
[26] Internationalisme n° 23, junio del 47, “Problemas actuales del movimiento obrero internacional”.
A propósito de un “balance consejista” de la Revolución de octubre de 1917
Publicamos aquí una respuesta a uno de nuestros contactos que nos ha escrito para defender lo que este camarada llama “balance consejista de la revolución rusa”. Después de la desaparición del grupo holandés Daad en Gedachte, dejó de existir toda expresión organizada de la corriente consejista en el medio político proletario. Sin embargo, la posición consejista sigue teniendo un fuerte impacto en el movimiento revolucionario actual.
El consejismo pretende rechazar a la vez las posiciones liberales, anarquistas y socialdemócratas por un lado, y, por el otro la posición “leninista”, estalinista y trotskista. Eso lo hace, en un primer momento, enormemente atractivo.
Lo central de la posición consejista, o sea lo que se ha llamado el “enigma ruso”, es muy importante para el movimiento obrero actual y futuro. Se trata de dilucidar si constituye una experiencia que, enfocada de manera crítica –como siempre lo ha hecho el marxismo– servirá de base para una próxima tentativa revolucionaria, o bien –como señala la burguesía, secundada por el anarquismo e indirectamente por el consejismo– sería algo absolutamente rechazable ya que el monstruo del estalinismo tendría sus larvas en el “leninismo” ([1]).
Contestar a la carta tiene el mayor interés, pues este debate nos permite rebatir la posición consejista, contribuyendo así en la clarificación del movimiento revolucionario.
Querido camarada,
Tu texto comienza con un planteamiento de la cuestión que compartimos plenamente: “La comprensión de la derrota de la revolución rusa es una cuestión fundamental para la clase obrera, porque aún vivimos bajo el peso de las consecuencias del fracaso del ciclo revolucionario iniciado por la revolución rusa, sobre todo por el hecho de que la contrarrevolución no asumió la forma clásica de una restauración militar de las relaciones de producción capitalistas clásicas sino la forma de un poder, el estalinismo, que se autodenominaba a sí mismo ‘comunista’, causando un golpe terrible a la clase obrera mundial, que la burguesía aprovecha para causar confusión y desmoralización entre los trabajadores y negar el comunismo como perspectiva histórica de la humanidad. Para lo cual nos hace falta realizar un balance histórico a partir de la experiencia histórica de la clase obrera y del método científico del marxismo, así como de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. Balance que podemos retransmitir a las nuevas generaciones proletarias”.
¡Efectivamente!. La contrarrevolución no se hizo en nombre de la “restauración del capitalismo” sino bajo la bandera del “comunismo”. No fue un ejército blanco el que impuso en Rusia el orden capitalista sino el mismo partido que había estado a la vanguardia de la revolución.
Este desenlace ha traumatizado a las actuales generaciones de proletarios y revolucionarios llevándoles a dudar de las capacidades de su clase y de la validez de sus tradiciones revolucionarias. ¿Lenin y Marx no habrían contribuido, incluso involuntariamente, a la barbarie estalinista? ¿Hubo en Rusia una auténtica revolución? ¿No existe el peligro de que los “planteamientos políticos” destruyan lo que construyen los obreros?
La burguesía ha alimentado estos temores con su campaña permanente de denigración de la revolución rusa, el bolchevismo y Lenin, la cual ha sido reforzada por las mentiras estalinistas. La ideología democrática que la burguesía ha propagado hasta extremos increíbles a lo largo del siglo XX ha fortalecido esos sentimientos con sus insistencias sobre la soberanía del individuo, el “respeto a todas las opiniones” y el rechazo del “dogmatismo” y la “burocracia”.
Centralización, partido de clase, dictadura del proletariado…, todas esas nociones que han sido el fruto de encarnizados combates, de enormes esfuerzos de clarificación teórica y política, están marcados por estigma infamante de la sospecha. ¡No hablemos de Lenin a quien se le niega el pan y la sal y cuya contribución es sometida al más tenaz ostracismo echando mano de cuatro frases sacadas de contexto, entre ellas la famosa sobre la “conciencia importada desde fuera” ([2])!
La combinación de los temores y dudas por un lado y de la presión ideológica de la burguesía por otro, encierra el peligro de que perdamos el lazo con la continuidad histórica de nuestra clase, con su programa y su método científico sin los cuales una nueva revolución es imposible.
El consejismo es la expresión de ese peso ideológico que se concreta en un agarrarse a lo inmediato, lo local, lo económico, considerados como “más próximos y controlables” y en un rechazo visceral a todo lo que huela a político o centralizado, vistos siempre como abstractos, lejanos y hostiles.
Hablas de apropiarse de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. ¡Estamos totalmente de acuerdo! Sin embargo, el consejismo no forma parte de esas aportaciones sino que se sitúa fuera de ellas. Es necesario diferenciar entre el comunismo de los consejos y el consejismo ([3]). El consejismo es la expresión extrema y degenerada de los errores que empiezan a teorizarse en los años 30 dentro de un movimiento vivo como es el comunismo de los consejos. El consejismo es una tentativa abiertamente oportunista de dar una forma “marxista” a las posiciones machacadas mil veces por la burguesía –y repetidas por el anarquismo- sobre la revolución rusa, la dictadura del proletariado, el Partido, la centralización etc.
Ciñéndonos concretamente a la experiencia rusa, el consejismo ataca dos pilares básicos del marxismo: el carácter internacional de la revolución proletaria y el carácter fundamentalmente político de la misma.
Nos vamos a centrar únicamente en esas dos cuestiones. Hay muchas más que abordar –¿Cómo se forma la conciencia de clase?, ¿Cuál es el papel del partido y sus lazos con la clase?, etc., pero creemos que no hay espacio para tratarlas y, sobre todo, esas dos cuestiones –sobre las cuales tú insistes especialmente– nos parecen cruciales para aclarar el “enigma ruso”.
En diversos pasajes de tu texto insistes en el peligro de tomar la “revolución mundial” como una excusa para retrasar sine die la lucha por el comunismo y justificar la dictadura del partido.
“Hay quien atribuye todas las deformaciones burocráticas de la revolución a la guerra civil y a sus devastaciones, al aislamiento de ésta por la falta de la revolución mundial y al carácter atrasado de la economía rusa, pero eso no explica en nada la degeneración interna de la revolución y por qué ésta no fue derrotada en el campo de batalla y sí lo fue desde dentro. Esta explicación la única perspectiva que nos da es que formulemos votos para que las próximas revoluciones tengan lugar en países desarrollados y no se queden aisladas”.
Unas páginas más adelante remachas:
“la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”.
Las revoluciones burguesas fueron revoluciones nacionales. El capitalismo se desarrolló primero en las ciudades y durante largo tiempo convivió con un mundo agrario dominado por el feudalismo; sus relaciones sociales se pudieron construir dentro de un país, aislado de los demás. Así, en Inglaterra la revolución burguesa triunfó en 1640 mientras que en el resto del continente imperaba el régimen feudal.
Pero ¿puede seguir el proletariado el mismo camino? ¿Puede empezar el proletariado a “abolir las relaciones capitalistas de producción” en un país sin tener que esperar a “las calendas griegas de la revolución mundial”?
Estamos seguros de que tú estás en contra de la posición estalinista del “socialismo en un solo país”, sin embargo, al aceptar que el proletariado “empiece la abolición del salariado y la mercancía sin esperar a la revolución mundial” estás reintroduciendo por la ventana esa posición que tiras por la puerta. No existe un camino intermedio entre la construcción mundial del comunismo y la construcción del socialismo en un solo país.
Existe una diferencia fundamental entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria: aquellas son nacionales en sus medios y sus fines, en cambio, la revolución proletaria es la primera revolución mundial de la historia tanto en su fin (el comunismo) como en sus medios (el carácter mundial tanto de la revolución como de la construcción de la nueva sociedad).
En primer lugar, porque «la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado destruida toda nacionalidad» (Ideología alemana) de tal forma que los proletarios no tienen patria y no pueden perder lo que nunca han poseído. En segundo lugar, porque esa misma gran industria
“al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y en la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consiguiente, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia y en Alemania” (Principios del comunismo, Engels, 1847).
Frente a este planteamiento internacionalista, el estalinismo en 1926-27 impuso la tesis del “socialismo en un solo país”. Trotski y todas las tendencias de la Izquierda comunista (incluidos los comunistas germano-holandeses) consideraron semejante posición como una traición y Bilan la vio como la muerte de la IC.
Por su parte, el anarquismo razona en el fondo igual que el estalinismo. Su visión contra la centralización le hace aborrecer la fórmula “socialismo en un solo país”, pero, sobre la base de la “autonomía” y la “autogestión” propugna el “socialismo en una sola aldea” o en “una sola fábrica”. Estas fórmulas parecen más “democráticas” y más “respetuosas de la iniciativa de las masas” pero conducen a lo mismo que el estalinismo: la defensa de la explotación capitalista y del Estado burgués ([4]). El camino es desde luego diferente: en el caso del estalinismo es el método brutal de una burocracia abiertamente jerarquizada; por su parte, el anarquismo explota y desarrolla los prejuicios democráticos sobre la “soberanía” y la “autonomía” de los individuos “libres” y les propone gestionar su propia miseria por medio de organismos locales o sectoriales.
¿Cuál es la posición del consejismo? Como hemos dicho al principio hay una evolución en los diferentes componentes de esta corriente. Las Tesis sobre el Bolchevismo ([5]) adoptadas por el GIK abren las puertas a las peores confusiones ([6]). Sin embargo, el GIK no pondrá jamás abiertamente en cuestión la naturaleza mundial de la revolución proletaria. Ahora bien, su insistencia sobre su carácter “fundamentalmente económico” y su rechazo del partido, le llevarán implícitamente a ese terreno pantanoso. Grupos consejistas posteriores –particularmente en los años 70– teorizarán abiertamente las tesis sobre la construcción “local y nacional” del socialismo. Esto es lo que combatimos en diferentes artículos de nuestra Revista internacional que polemizan contra el tercermundismo y las visiones autogestionarias de varios grupos consejistas ([7]).
Contrariamente a lo que das a entender, el internacionalismo proletario no es un deseo piadoso o una opción entre otras, sino la respuesta concreta a la evolución histórica del capitalismo. Desde 1914, todos los revolucionarios coinciden en que la única revolución que se plantea es la socialista, internacional y proletaria:
“No es nuestra impaciencia, no son nuestros deseos, sino las condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista las que han conducido a toda la humanidad a un atolladero y la han colocado ante un dilema: o permitir que perezcan nuevos millones de hombres y que se destruya hasta el fin toda la cultura europea, o entregar el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, realizar la revolución socialista. Al proletariado ruso le ha correspondido el gran honor de empezar una serie de revoluciones, engendradas de manera ineluctable y objetiva por la guerra imperialista” (Lenin, “Carta de despedida a los obreros suizos”, abril 1917, Obras completas).
Pero no es solo la madurez de la situación histórica la que plantea la revolución mundial. Es también el análisis de la relación de fuerzas entre las clases vista igualmente a escala mundial. La constitución lo antes posible del Partido Internacional del proletariado es un elemento crucial para inclinar a su favor la balanza de fuerzas con el enemigo. Cuanto antes se constituya la Internacional más difícil le será a la burguesía aislar los focos revolucionarios. Lenin luchó para que ya en 1917, antes de la toma del poder, la izquierda de Zimmerwald constituyera inmediatamente una nueva Internacional:
“Estamos obligados, nosotros precisamente, y ahora mismo, sin pérdida de tiempo, a fundar una nueva Internacional revolucionaria, proletaria; mejor dicho, debemos reconocer sin temor, abiertamente, que esa Internacional ya ha sido fundada y actúa” (Tesis de Abril, 1917).
En septiembre de 1917, Lenin planteó la necesidad de la toma del poder, basándose en un análisis de la situación internacional del proletariado y la burguesía: en una carta al Congreso bolchevique de la región Norte (8 octubre 1917) señala:
“Nuestra revolución vive momentos críticos en extremo. Esta crisis ha coincidido con la gran crisis de crecimiento de la revolución socialista mundial y de la lucha del imperialismo mundial contra ella (…) [la toma del poder] salvará tanto la revolución mundial como la Revolución rusa”.
La revolución en Rusia –tras abortar el golpe de Kornilov– pasaba por un momento delicado: si los Soviets no se lanzaban a la ofensiva (toma del poder), Kerenski y sus amigos repetirían nuevas tentativas para paralizarlos y posteriormente liquidarlos acabando con la revolución. Pero eso mismo pasaba a otro nivel en Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña, etc.: la agitación obrera podía recibir un poderoso impulso con el ejemplo ruso o por el contrario corría el riesgo de diluirse en una multiplicación de luchas dispersas.
La toma del poder en Rusia fue concebida siempre como una contribución a la revolución mundial y no como una tarea de gestión económica nacional. Varios meses después de octubre, Lenin se dirige a una Conferencia de Comités de fábrica de la zona de Moscú en estos términos:
“la Revolución rusa no es más que un destacamento avanzado del ejército socialista mundial y el éxito y el triunfo de la revolución que hemos realizado dependen de la acción de este ejército. Es algo que ninguno de nosotros olvidamos (…) El proletariado ruso se da cuenta de su aislamiento revolucionario y ve claramente que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero”.
Siguiendo la posición consejista, tú piensas que el motor desde el primer día de la revolución proletaria es la adopción de medidas económicas comunistas. Esto lo desarrollas en numerosos pasajes de tu texto:
“en abril de 1918 Lenin publicó Las tareas inmediatas del poder soviético en donde ahonda en la idea de construir un capitalismo de Estado bajo control del partido, desarrollando la productividad, la contabilidad y la disciplina en el trabajo, acabando con la mentalidad pequeño burguesa y la influencia anarquista, y sin dudar en propugnar métodos burgueses: como el uso de especialistas burgueses, el trabajo por piezas, la adopción del taylorismo, la dirección unipersonal ([8])… Como si los métodos de producción capitalistas fuesen neutros y su uso por un partido ‘obrero’ garantizase su carácter socialista. El fin de la construcción socialista justifica los medios”.
Como alternativa proclamas que “la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”, desarrollando “la comunistización de las relaciones de producción, con el cálculo del trabajo social necesario para la producción de bienes”.
El capitalismo ha formado el mercado mundial desde principios del siglo XX. Ello significa que la ley del valor opera sobre toda la economía internacional y a ella no puede escapar ningún país ni grupo de países. El bastión proletario (el país o grupo de países donde triunfa la revolución) no es ninguna excepción. La toma de poder en el bastión proletario no significa un “territorio liberado”. Todo lo contrario, ese territorio sigue perteneciendo al enemigo pues está sometido enteramente a la ley del valor del capitalismo mundial ([9]). El poder del proletariado es esencialmente político y el papel esencial del territorio que ha ganado es servir de cabeza de puente de la revolución mundial.
Los dos principales legados del capitalismo a la historia de la humanidad han sido la formación del proletariado y el carácter objetivamente mundial que ha dado a las fuerzas productivas. Esos dos legados son atacados en la raíz por la teoría de la “comunistización inmediata de las relaciones de producción”: “abolir” el trabajo asalariado y la mercancía a nivel de cada fábrica, localidad o país supone, por una parte, despedazar la producción en un amasijo de pequeñas piezas autónomas, y hacerla prisionera de la tendencia al estallido y el cisma que encierra el capitalismo en su periodo histórico de decadencia y que se concreta de forma dramática en su fase terminal de descomposición ([10]). Por otro lado, significa dividir al proletariado al atarlo a los intereses y necesidades de cada una de las unidades de producción local, sectorial o nacional en las que se ha “liberado” de las relaciones capitalistas de producción.
Dices que “Rusia en 1917 abrió un ciclo revolucionario que se cerró el 37. Los obreros rusos fueron capaces de tomar el poder, pero no de usarlo para una transformación comunista. Atraso, guerra y colapso económico y aislamiento internacional no explican por sí mismos la involución. La explicación está en una política que hace del poder un fetiche y lo separa de las transformaciones económicas que deben realizar los órganos de clase: asambleas y consejos donde se superan la división entre funciones políticas y sindicales, la concepción leninista privilegia la cuestión del poder político en detrimento de la socialización de la economía y de la transformación de las relaciones de producción. El leninismo como enfermedad burocrática del comunismo. Si la revolución es primero política, se limita a gestionar el capitalismo a la espera de la revolución mundial, se crea un poder que no tiene otra función que la represión y la lucha contra la burguesía, que se acaba auto perpetuando a toda costa, primero en la perspectiva de la revolución mundial, y después por si mismo”.
Lo que te hace agarrarte al clavo ardiendo de las “medidas económicas comunistas” es el temor a que la revolución proletaria “se quede bloqueada a nivel político” convirtiéndose en una cáscara vacía que no produzca ningún cambio significativo en las condiciones de vida de la clase obrera.
Las revoluciones burguesas fueron primero económicas y remataron la faena arrancando el poder político a la vieja clase feudal o llegando a algún tipo de componenda con ella.
“Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales: asociación armada u autónoma en la comuna, en unos sitios República urbana independiente, en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas, y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el estado representativo moderno” (el Manifiesto comunista).
Durante más de 3 siglos, la burguesía va conquistando una posición tras otra en el terreno económico (comercio, préstamos, manufactura, gran industria) hasta que logra conquistar el poder político en revoluciones cuyo paradigma es la francesa de 1789.
Ese esquema de su evolución histórica responde a su naturaleza de clase explotadora (aspira a instaurar una nueva forma de explotación, el trabajo asalariado “libre” frente a la servidumbre feudal) y a las propias características de su régimen de producción: apropiación privada y nacional de la plusvalía.
¿Puede el proletariado seguir la misma trayectoria en su lucha por el comunismo? Su objetivo no es crear una nueva forma de explotación sino abolir toda explotación. Eso significa que no puede aspirar a levantar en la vieja sociedad un poder económico previo desde cuya plataforma lanzarse a la conquista del poder político sino que tiene que seguir justamente el trayecto contrario: tomar el poder político a escala mundial y desde ahí construir la nueva sociedad.
Economía significa sometimiento de los hombres a leyes objetivas independientes de su voluntad. Quien dice economía dice explotación y alienación. Marx no habló de una “economía comunista” sino de la crítica de la economía política. El comunismo significa el reino de la libertad frente al reino de la necesidad que ha dominado la historia de la humanidad bajo la explotación y la penuria. El principal error de los Principios de la producción y la distribución comunista ([11]), texto clave de la corriente consejista, es que pretende establecer el tiempo de trabajo como automatismo económico neutro e impersonal que regularía la producción. Marx critica esta visión en la Crítica del Programa de Ghota donde señala que la propuesta de “a igual trabajo igual salario” se mueve todavía en los parámetros del derecho burgués. Mucho antes, en la Miseria de la filosofía, había subrayado que :
“En una sociedad futura, donde habrá cesado el antagonismo de clases y donde no habrá clases, el consumo no será determinado por el mínimo de tiempo necesario para la producción; al contrario, la cantidad de tiempo que ha de consagrarse a la producción de los diferentes objetos estará determinada por el grado de utilidad social de cada uno de ellos” anotando que “la competencia realiza la ley según la cual el valor relativo de un producto es determinado por el tiempo de trabajo necesario para crearlo. El hecho de que el tiempo de trabajo sirva de medida de valor de cambio, se convierte así en una ley de desvalorización continua del trabajo” (ídem) ([12]).
En tu texto das a entender que el “leninismo” caería en una “fetichización” de la política. En realidad, es todo el movimiento obrero empezando por el propio Marx el que sería culpable de semejante “falta”. Fue Marx quien en la polémica con Proudhon (el libro antes citado) señaló que:
“El antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Por cierto, ¿puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como último desenlace, a la contradicción brutal, al choque cuerpo a cuerpo? No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay movimiento político que no sea, al mismo tiempo, movimiento social. Sólo en un orden de cosas en el que no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: “luchar o morir; la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable” (ídem).
El consejismo fundamenta su defensa del carácter económico de la revolución proletaria en el siguiente silogismo: como la base de la explotación del proletariado es económica, para abolirla hay que tomar medidas económicas comunistas.
Para responder a este sofisma hemos de abandonar el terreno resbaladizo de la lógica formal y situarnos en el terreno sólido del análisis histórico. En la evolución histórica de la humanidad intervienen dos factores íntimamente relacionados pero que cada uno tiene su propia entidad: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas y la configuración de las relaciones de producción (el factor económico); por otra parte, la lucha de clases (el factor político). La acción de las clases se basa ciertamente en la evolución del factor económico pero no es un mero reflejo del mismo, un simple resorte que actúa ante los impulsos económicos como el perro de Pavlov. En la evolución histórica de la humanidad registramos una tendencia hacia un peso cada vez mayor del factor político (la lucha de clases): la desintegración del viejo comunismo primitivo y su reemplazo por las sociedades esclavistas fue un proceso esencialmente objetivo, violento, producto de muchos siglos de evolución. El paso del esclavismo al feudalismo surgió de un proceso gradual de desmoronamiento del viejo orden y de recomposición del nuevo donde el factor consciente tuvo un peso muy limitado. En cambio, en las revoluciones burguesas la acción de las clases tiene mayor peso aunque “el movimiento de la inmensa mayoría se realiza en provecho de una minoría”. Sin embargo, como antes hemos señalado, la burguesía cabalga sobre la fuerza arrolladora de enormes transformaciones económicas en gran medida fruto de un proceso objetivo e ineluctable. El peso del factor económico es todavía abrumador.
En cambio, la revolución proletaria es el resultado final de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía que requiere un alto grado de conciencia y la participación activa de aquél. Esa dimensión fundamental y prioritaria del factor subjetivo (conciencia, unidad, solidaridad, confianza, de las masas proletarias) significa primacía del carácter político de la revolución proletaria que es la primera revolución masiva y consciente de la historia.
Estarás a favor de una revolución proletaria hecha mediante la participación activa y consciente de la gran mayoría de los trabajadores, donde se exprese el máximo de unidad, solidaridad, conciencia, heroísmo, voluntad creadora. Pues bien, en ello reside el denostado carácter político de la revolución proletaria.
Tu balance de la revolución rusa se puede reducir a esto: sí en lugar de “fetichizar” la política y esperar a las “calendas griegas de la revolución mundial” se hubieran adoptado medidas inmediatas de entrega de las fábricas a los trabajadores, de abolición en éstas del trabajo asalariado y los intercambios mercantiles, entonces no se hubiera producido la “burocratización” y la revolución habría seguido adelante. Es una lección que tentó al comunismo de los consejos y que el consejismo ha vulgarizado en nuestros días.
Al sacar esta lección, el consejismo rompe con la tradición del marxismo y se vincula a otra tradición: la del anarquismo y el economicismo. La fórmula del consejismo no tiene nada de original: la defendió Proudhon siendo severamente desmontada por la crítica de Marx; fue retomada posteriormente por las teorías cooperativistas; después por el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario y en Rusia por el economicismo. En 1917-23 resurgió con el austro-marxismo ([13]), con Gramsci y su “teoría” de los Consejos de fábrica ([14]); Otto Rühle y ciertos teóricos de las AUUD siguieron el mismo camino. En Rusia, pese a que desarrollaron constataciones justas, tanto el grupo Centralismo democrático como la Oposición obrera de Kollontai cayeron en las mismas ideas. En 1936, el anarquismo hizo de las “colectividades” españolas la gran alternativa al “comunismo burocrático y estatalizador” de los bolcheviques ([15]).
Lo que es común a todas estas visiones –y que está en la raíz igualmente del consejismo– es una concepción de la clase obrera como una mera categoría económica y sociológica. No ve a la clase obrera como una clase histórica, dotada de una continuidad en su lucha y su conciencia, sino como una suma de individuos que se moverían por los más estrechos intereses economicistas ([16]).
El cálculo del consejista es el siguiente: para que los obreros defiendan la revolución han de “comprobar” que da resultados inmediatos, han de tocar con sus propias manos los frutos de la revolución. Esto se consigue dándoles el “control” de las fábricas, permitiendo que las puedan gestionar pos sí mismos ([17]).
¿El “control de la fábrica”? ¿Qué control se puede tener de ella cuando lo que produce ha de someterse a los costes y al margen de beneficio que le marca la concurrencia en el mercado mundial? De dos cosas una: o se declara la autarquía y con ello se produce una regresión de proporciones incalculables que aniquilaría toda revolución; o se trabaja en el mercado mundial viéndose sometido a sus leyes.
El consejista proclama la “abolición del trabajo asalariado” a través de la eliminación del salario y su sustitución por el “bono según el tiempo de trabajo”. Esto es eludir la cuestión con palabras bien sonantes: hay que trabajar unas determinadas horas y por muy justo que sea el bono habrá siempre unas horas retribuidas y otras no retribuidas que significan la plusvalía. El eslogan “a trabajo igual salario igual” forma parte del derecho burgués y encierra la peor de las injusticias, como señaló Marx.
El consejista proclama la “abolición de la mercancía” al reemplazarla por “la contabilidad entre fábricas”. Pero estamos en las mismas: lo que se produzca tendrá que ajustarse al valor de cambio impuesto por la concurrencia dentro del mercado mundial.
El consejismo intenta resolver el problema de la transformación revolucionaria de la sociedad con “formas y nombres” eludiendo la raíz del problema.
“El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstruir la sociedad sobre una base que no es más que la sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo de la actual sociedad” (Marx, Miseria de la filosofía).
A las propuestas del anarquismo y el consejismo sobre la “revolución económica” les pasa lo mismo que a Mister Bray: cuando la sombra toma cuerpo se comprueba que no es sino el cuerpo de la actual sociedad. El anarquismo en 1936 con sus colectividades lo que hizo no fue sino implantar un régimen de explotación extrema, al servicio de la economía de guerra, todo ello embellecido con la “autogestión”, la “abolición del dinero” y demás pamplinas.
Sin embargo, hay una consecuencia mucho más grave en las propuestas consejistas: conducen a que la clase obrera renuncie a su misión histórica por el plato de lentejas de la “toma inmediata de las fábricas”.
En tu texto señalas que “clase y partido no tenían intenciones idénticas. Las aspiraciones de los obreros iban en el sentido de apoderarse de la dirección de las fábricas y de dirigir la producción por sí mismos”. “Apoderarse de la dirección de las fábricas” significa que cada sector de la clase obrera tome su parte en el botín recién arrancado al capitalismo y se lo gestione en su propio beneficio, y, todo lo más, se “coordine” con los obreros de las demás fábricas. Es decir, pasamos de la propiedad de los capitalistas a la propiedad de los individuos obreros. ¡No hemos salido del capitalismo!
Pero, peor aún, significa que la generación obrera que hace la revolución tiene que consumir en su propio beneficio y sin pensar para nada en el porvenir, las riquezas recién tomadas al capitalismo. Esto lleva a que la clase obrera renuncie a su misión histórica de construir el comunismo a escala mundial cediendo al espejismo de “tenerlo todo y enseguida”.
Esta tentación de caer en “el reparto de las fábricas” constituye un peligro real para la próxima tentativa revolucionaria. Hoy el capitalismo ha entrado en su fase terminal: la descomposición ([18]). Descomposición significa caos, disgregación, implosión de las estructuras económicas y sociales en un mosaico desarticulado de fragmentos y a nivel ideológico una pérdida de la visión histórica, global y unitaria que la ideología democrática se encarga de demonizar sistemáticamente como “totalitaria” y “burocrática”. Las fuerzas de la burguesía empujarán decididamente en esa dirección en nombre del “control democrático”, la “autogestión” y otras frases semejantes. El riesgo es que la clase se vea derrotada al perder toda perspectiva histórica y encerrarse en cada fábrica y en cada localidad. Pero no será únicamente una derrota casi definitiva sino que significará que la clase obrera se deja arrastrar por la falta de perspectiva histórica, por el egoísmo, el inmediatismo y la ausencia absoluta de miras que propaga por todas partes la ideología de la burguesía en la situación actual de descomposición.
El bastión proletario nace sometido a una brutal y angustiosa contradicción: por un lado, vive bajo el capitalismo atacado a muerte por sus leyes económicas, militares e imperialistas (invasión militar, bloqueo, necesidad de intercambios comerciales en condiciones desfavorables para sobrevivir, etc.); de otro lado, tiene que romper ese nudo corredizo alrededor de su cuello a través de las únicas armas que posee: la unidad y la conciencia de toda la clase proletaria y la extensión internacional de la revolución.
Ello le obliga a una política compleja y, en ocasiones contradictoria, para mantener a flote la sociedad amenazada de desintegración (abastecimiento, funcionamiento mínimo del aparato productivo, la defensa militar etc.) y, simultáneamente, volcar el grueso de sus fuerzas hacia la extensión de la revolución, el estallido de nuevos movimientos de insurrección proletaria.
En los primeros años del poder soviético, los bolcheviques se atuvieron firmemente a esa política. En su estudio crítico de la revolución rusa, Rosa Luxemburg señala de forma concluyente:
“El destino de la Revolución rusa depende totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial”.
Como decía una Resolución del Buró territorial de Moscú del Partido bolchevique adoptada en febrero 1918 a propósito del debate sobre Brest-Litovsk:
“En el interés de la revolución internacional aceptaremos el riesgo de perder el poder de los Soviets, que se convierte en puramente formal; hoy como ayer, la tarea principal que tenemos es extender la revolución a todos los países” ([19]).
En esa política, los bolcheviques cometieron toda una serie de errores. Sin embargo, estos errores se podían corregir mientras la fuerza de revolución mundial siguiera todavía viva. Solamente, cuando desde 1923, la revolución recibe un golpe mortal en Alemania, la tendencia creciente de los bolcheviques a hacerse prisioneros del Estado del territorio ruso y de dicho Estado a entrar en una contradicción cada vez más irreconciliable con los intereses del proletariado mundial, se impone definitiva e implacablemente. El Partido bolchevique deja de ser lo que era y se convierte en un mero gestor del capital.
Una crítica marxista de dichos errores no tiene nada que ver con la crítica que hace el consejismo. La “crítica” consejista empuja hacia el anarquismo y la burguesía, la crítica marxista permite reforzar las posiciones proletarias. Muchos de los errores cometidos por los bolcheviques eran compartidos por el resto del movimiento obrero internacional (Rosa Luxemburg, Bordiga, Pannehoek). Con esto no queremos “lavar las culpas” de los bolcheviques sino simplemente señalar que se trataba de un problema de toda la clase obrera internacional y no el producto de la “maldad”, el “maquiavelismo” y el “carácter burgués oculto” de los bolcheviques como piensa el consejismo.
No tenemos tiempo para abordar la crítica marxista de los errores bolcheviques. Hemos trabajado en ello ampliamente en nuestra Corriente. Particularmente queremos destacar los siguientes documentos:
– serie sobre el comunismo, artículos de la Revista internacional números 99 y 100;
– folleto (en francés) sobre el Periodo de transición;
– folleto (en francés) sobre la Revolución rusa.
Estos documentos pueden servir de base para proseguir la discusión. Esperando haber contribuido a un debate claro y fraternal recibe nuestros saludos comunistas.
Acción proletaria – Corriente comunista internacional
[1] Los consejistas más extremos no se detienen en la puesta en cuestión de Lenin. Siguen la ruta y acaban cuestionando a Marx y abrazando a Prudhon y Bakunin. En realidad lo que hacen es aplicar la lógica implacable de la posición según la cual existe una continuidad entre Lenin y Stalin. Ver para ello el artículo “En defensa del carácter proletario de Octubre 1917” en Revista internacional nos 12 y 13, un artículo fundamental para discutir sobre la cuestión rusa.
[2] Nuestro rechazo de la campaña de la burguesía contra Lenin no significa en absoluto que aceptemos a pies juntillas todas sus posiciones. Al contrario, en diferentes documentos hemos dado buena cuenta de sus errores o confusiones sobre el imperialismo, la relación entre el partido y la clase etc. La crítica forma parte de la tradición revolucionaria (como decía Rosa Luxemburgo es como el aire que necesitamos para respirar). Pero la crítica revolucionaria tiene un método y una orientación que está en los antípodas de la denigración y la calumnia burguesa o parásita.
[3] No podemos desarrollar aquí esta cuestión. Te remitimos al libro que hemos publicado en francés e inglés sobre la Izquierda comunista germano-holandesa.
[4] Ver al respecto el artículo “El mito de las colectividades anarquistas”, publicado en la Revista internacional nº 15 e incluido en nuestro libro: 1936, Franco y la República aplastan al proletariado.
Evidentemente, aquí no podemos desarrollar esta cuestión: frente al “modelo” ruso, supuestamente burocrático y autoritario, estaría el “modelo” español de 1936 que sería “democrático”, “autogestionario” y “basado en la iniciativa autónoma de las masas”.
[5] No podemos abordar en el marco de esta respuesta la principal afirmación de las Tesis del Bolchevismo –la naturaleza burguesa de la revolución rusa. Es un punto que hemos rebatido ampliamente en la Revista internacional nos 12 y 13 (ver nota 1) y en la “Respuesta a Lenin filósofo” de Pannehoek en la Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30. En todo caso, esa teorización supuso una ruptura con lo que defendieron anteriormente muchos miembros de la corriente del comunismo de los consejos: en 1921 Pannehoek afirmaba “La acción de los bolcheviques es inconmensurablemente grande para la revolución en Europa Occidental. Con la toma del poder han dado un ejemplo al proletariado del mundo entero… Con su praxis han planteado los grandes principios del comunismo: dictadura del proletariado y sistema de Soviets o consejos” (citado en libro sobre la historia de la Izquierda comunista germano-holandesa).
[6] Ver “Octubre del 17, comienzos de la revolución proletaria, en Revista internacional nos 12 y 13.
[7] Ver “Los epígonos del consejismo en la práctica” en Revista internacional no 2, “Carta a Arbetamarkt” en Revista internacional no 4 y “Respuesta a Solidarity sobre la cuestión nacional” en Revista internacional no 15, “El peligro consejista” en Revista internacional no 40, “La miseria del consejismo moderno” en Revista internacional no41 y “Debate sobre el consejismo” en Revista internacional no 42.
[8] Ha de quedar claro que nosotros siempre hemos criticado ciertos métodos de producción propugnados por Lenin y criticados por grupos dentro del partido como Centralismo Democrático. Ver la serie sobre el comunismo publicada en el artículo correspondiente de la Revista internacional no 99.
[9] El bastión proletario tendrá que adquirir alimentos, medicinas, materias primas, bienes industriales etc. a precios desventajosos, sometido a bloqueos y en condiciones de una más que probable desorganización de los transportes. Esto no es únicamente un problema de la atrasada Rusia; como demostramos en el folleto Octubre principio de la revolución mundial (publicado en francés) el problema sería más grave aún en un país central como Alemania o Gran Bretaña. A ello se une la guerra de la burguesía contra el bastión proletario: bloqueo comercial, guerra militar, sabotaje etc. Y finalmente, un futuro intento revolucionario del proletariado tendrá que cargar con el duro peso de las consecuencias del mantenimiento del capitalismo en las condiciones de su descomposición histórica: hundimiento de las infraestructuras, caos en comunicaciones y suministros, efectos devastadores de una interminable sucesión de guerras regionales, destrucciones ecológicas…
[10] Todas las peroratas actuales sobre la “mundialización” del capitalismo que comparten tanto el denostado “neoliberalismo” como su supuesto antagonista –el movimiento “antiglobalización”– ocultan el hecho de que el mercado mundial se formó hace más de un siglo y que hoy el problema que enfrenta el sistema es su tendencia irremediable al estallido y la autodestrucción brutal a través sobre todo de las guerras imperialistas.
[11] Aquí no podemos desarrollar una crítica detallada de los Principios. Te remitimos a la que realiza nuestro libro ya citado sobre la Historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[12] Pannehoek formuló con toda razón grandes reservas a los Principios. Ver nuestro libro antes mencionado.
[13] Ver en Revista internacional no 2 “Del austro-marxismo al austro-fascismo”.
[14] Ver en el libro Debate sobre los Consejos de fábrica, la clara crítica que Bordiga dirige a las especulaciones de Gramsci.
[15] Ver nota 4.
[16] No es ninguna paradoja que adopten el mismo error en el que cayó Lenin en el ¿Qué hacer?, al torcer la barra y decir que “los obreros solo pueden alcanzar una conciencia tradeunionista”. Sin embargo, existe una diferencia abismal entre Lenin y los consejistas: mientras el primero fue capaz de corregir el error (y no por motivos tácticos como indicas) los consejistas no son capaces siquiera de reconocerlo.
[17] Guardando las distancias y sin querer exagerar la comparación, los consejistas conciben a los obreros en el mismo papel que los campesinos en la revolución francesa. Esta liberó a aquellos de ciertas cargas feudales sobre la propiedad agraria y ello hizo que fueran entusiastas soldados del ejército revolucionario y muy especialmente del ejército napoleónico. Aparte de que esta concepción revela una visión subordinada e inconsciente del proletariado que desmiente todas las protestas sobre la “participación” y la “iniciativa” de las masas que alega el consejismo, lo más grave es que olvida que mientras el campesino podía liberarse mediante el cambio de propiedad de la tierra, el proletariado jamás se liberará mediante el cambio de la propiedad en la fábrica. La revolución proletaria no consiste en un hecho puramente local y jurídico de liberar a los obreros de la opresión de un señor capitalista sino de liberar al proletariado y a toda la humanidad del yugo de unas relaciones sociales globales y objetivas que se imponen más allá de las relaciones personales o de propiedad: las relaciones de producción capitalistas basadas en la mercancía y el salariado.
[18] Ver en Revista internacional nº 62 las “Tesis sobre la Descomposición”.
[19] A propósito del Tratado de Brest-Litovsk dices que significó el “rechazo a una guerra revolucionaria que, aunque a corto plazo hubiera significado la pérdida temporal de las ciudades, habría permitido desarrollar una guerra popular con constitución de milicias en los campos y fusionar la revolución obrera con la campesina tal como proponía la izquierda bolchevique creando la posibilidad de iniciar la constitución del modo de producción comunista” (pag. 9). No podemos desarrollar esta cuestión (te remitimos al folleto en francés mencionado en la nota 8). Sin embargo, tu reflexión nos plantea algunas cuestiones. En primer lugar, ¿Qué es la “revolución campesina”? ¿Qué “revolución” puede hacer el campesinado que habría que fusionar con la “revolución obrera”? El campesinado no es una clase sino una categoría social en la que se confunden diversas clases sociales con intereses diametralmente opuestos: terratenientes, propietarios medios, pequeños propietarios, jornaleros… Por otra parte ¿cómo se puede iniciar “la constitución del modo de producción comunista” a base de guerrillas en el campo con las ciudades abandonadas al enemigo?
Historia del movimiento obrero
Hace 100 años que el Partido obrero socialdemócrata ruso celebró su segundo Congreso –no en Rusia, puesto que a causa de la represión bajo el régimen zarista hubiera sido prácticamente imposible- sino en Bélgica y en Gran Bretaña. Aún así, fue preciso cambiar el lugar de reunión a mitad del Congreso, debido a la estrecha vigilancia de la “democrática” policía belga. Aquel Congreso pasó a la historia como el de la escisión del partido en bolcheviques y mencheviques.
Los historiadores de la clase dominante han interpretado esta escisión de diferentes maneras. Una escuela de pensamiento –que podríamos llamar escuela de historia “Orlando Figes”, para quien la Revolución de octubre 1917 fue un completo desastre– considera que el surgimiento del bolchevismo fue por supuesto “algo malísimo” ([1]). Si Lenin y su banda de fanáticos, cuyas influencias políticas tienen más que ver con Nechaiev y el terrorismo autóctono ruso que con el socialismo internacional, no hubieran arrancado la democracia de la socialdemocracia, si en lugar del bolchevismo hubiera triunfado el menchevismo en 1917, nos hubiéramos ahorrado, no sólo la tremenda guerra civil de 1918-21, y el terror estalinista de los años 30 y 40, que fueron consecuencias inevitables de la crueldad bolchevique, sino también con toda probabilidad Hitler, la Segunda Guerra mundial, la Guerra fría, y sin duda además Sadam Husein y la guerra del Golfo.
Ese fanático antibolchevismo sólo puede encontrarse normalmente en otro sitio: en los anarquistas. Para ellos, el bolchevismo secuestró la verdadera revolución en 1917; si no hubiera sido por Lenin, y su visión autoritaria, heredada del apenas menos autoritario Marx, si no hubiera sido por el partido bolchevique, que como todos los partidos, sólo se esfuerza por tener el monopolio del poder, hoy podríamos ser libres y vivir en una federación mundial de comunas... El antibolchevismo es el único rasgo verdaderamente distintivo de todas las variedades de anarquismo, ya sea con la cruda versión algo caricaturesca descrita antes, ya sea con variantes mucho más sofisticadas que hoy se llaman comunistas antileninistas, autonomistas, etc., todos ellos están de acuerdo en que lo último que necesita la clase obrera es un partido político centralizado modelo bolchevique.
Cuando la ideología burguesa, y su sombra anarquista pequeño-burguesa, no ven las organizaciones comunistas como malvados conspiradores todopoderosos que han causado grandes daños a los intereses de la humanidad, las desprecian como lugares de cultos semirreligiosos irrisorios y tarados que ya no le interesan a nadie; como utopistas y teóricos de salón separados de la realidad, sectarios incurables dispuestos a escindirse y apuñalarse por la espalda con cualquier pretexto. Para esta línea argumental, el congreso de 1903 proporciona materia abundante, ¿No se originó el bolchevismo en un oscuro debate sobre una simple frase de los estatutos del partido sobre quién es miembro del partido y quién no? Aún peor, ¿no tomó la ruptura final entre mencheviques y bolcheviques la forma de una pelea sobre la composición del comité de redacción de Iskra? ¿No prueba esto suficientemente la futilidad, la imposibilidad de construir un partido revolucionario que no sea un campo de batalla de ambiciones egoístas y luchas entre facciones como sabemos que son los partidos burgueses?
A pesar de todos los pesares, nosotros defendemos, en continuidad con Lenin, que el Congreso de 1903 fue un momento profundamente importante en la historia de nuestra clase, y que la escisión entre bolchevismo y menchevismo fue una expresión de arraigadas tendencias sociales subyacentes en el movimiento obrero, no sólo en Rusia, sino en todo el mundo.
Como ya hemos argumentado antes (ver el artículo sobre la huelga de masas de 1905 en la Revista internacional nº 90) los primeros años del siglo XX fueron una fase de transición en la vida del capitalismo mundial. Por una parte, el modo de producción burgués había alcanzado límites sin precedentes: había unificado todo el planeta a un nivel nunca antes visto en la historia de la humanidad; había alcanzado niveles de productividad y sofisticación tecnológica con los que difícilmente se podía soñar en épocas pasadas; y con el nuevo siglo parecía estar llegando a nuevas cumbres con la generalización de la energía eléctrica, del telégrafo, la radio y la comunicación telefónica, con el desarrollo del automóvil y el aeroplano. Estos vertiginosos avances técnicos, también se acompañaban de tremendos logros a nivel intelectual –por ejemplo, Freud publicó su Interpretación de los sueños en 1900, Einstein su Teoría general de la relatividad en 1905.
Por otra parte, sin embargo, se cernían negros nubarrones cuando lo que unos llaman “Belle époque” y otros el “Edwardian summer” (el verano eduardiano) estaba de lo más soleado. El mundo se había unificado, es cierto, pero sólo en interés de la competencia de las diferentes potencias imperialistas, y cada vez estaba más claro que el mundo se quedaba demasiado pequeño para que esos imperios continuaran expandiéndose sin que finalmente tuvieran que enfrentarse entre ellos violentamente. Gran Bretaña y Alemania se habían embarcado ya en una carrera armamentística que presagiaba la guerra mundial de 1914; Estados Unidos, que hasta entonces se había contentado con expandirse hacia sus propios territorios del Oeste, ya entraba en las Olimpiadas imperialistas con la guerra de Cuba contra España en 1898; y en 1904, el imperio zarista fue a la guerra contra la potencia naciente de Japón. Entretanto, el espectro de la guerra de clases empezó a hacer sonar sus cadenas: más insatisfechos cada vez con los viejos métodos del sindicalismo y la reforma parlamentaria, sintiendo en sus propias carnes la creciente incapacidad del capitalismo para satisfacer sus reivindicaciones económicas y políticas, los trabajadores de numerosos países se lanzaban a movimientos de huelgas de masas que a menudo sorprendían y preocupaban a los ahora respetables dirigentes sindicales. Este movimiento afectó a muchos países a finales de la década de 1890 y comienzos de la de 1900, como mostró Rosa Luxemburg con su obra primordial Huelga de masas, partido y sindicatos, pero alcanzó su punto álgido en Rusia en 1905, donde dio lugar a los primeros soviets y sacudió los cimientos del régimen zarista. Total, el capitalismo podía haber alcanzado su cenit, pero los indicios de su decadencia irreversible se hacían cada vez más claros.
El texto de Luxemburg era también una polémica dirigida contra los que, en el partido eran incapaces de ver los signos de una nueva época, querían que el partido pusiera todo su peso en la lucha sindical, y veían la política restringida esencialmente a la esfera parlamentaria. En la década de 1890, Rosa ya había librado un combate contra los “revisionistas” en el partido –representados por Edward Bernstein y su libro Socialismo evolucionista– que habían tomado el largo periodo de crecimiento relativamente pacífico del capitalismo como una refutación de las predicciones de Marx de una crisis catastrófica. De esta forma, “revisaban” la insistencia de Marx sobre la necesidad de que la revolución destruya el sistema. Concluían que la socialdemocracia debería reconocerse como lo que, en cualquier caso, había llegado notablemente a convertirse: un partido de la reforma social radical, que podía obtener una mejora continua de las condiciones de vida de la clase obrera, e incluso un desarrollo pacífico y armonioso hacia un régimen socialista. En ese momento, Rosa Luxemburg había sido más o menos apoyada en su combate contra ese reto patente al marxismo, por el centro del partido en torno a Karl Kautsky, que se aferraba a la visión “ortodoxa” de que el sistema capitalista estaba condenado a experimentar crisis económicas cada vez más intensas y que la clase obrera tenía que prepararse para tomar el poder. Pero este centro, que veía la “revolución” como un proceso esencialmente pacífico y legal, pronto se mostró incapaz de comprender la importancia de la huelga de masas y la insurrección en Rusia en 1905, que anunciaba la nueva época de revolución social, en que las viejas estructuras y métodos del periodo ascendente, no sólo son insuficientes, sino se convierten en obstáculos contrarios a la lucha contra el capitalismo.
Los análisis de Luxemburg mostraban que en esta nueva época, la principal tarea del partido no sería organizar a la mayoría de la clase en sus filas, o ganar una mayoría democrática en el terreno parlamentario, sino asumir la dirección política en los amplios movimientos espontáneos de huelgas de masas. Anton Pannehoek llevó aún más lejos estas posiciones, para señalar que la lógica final de la huelga de masas era la destrucción del aparato de Estado. La reacción de las burocracias del partido y el sindicato a esta nueva visión radical –una reacción basada en un profundo conservadurismo, un miedo a la lucha de clases abierta y una creciente acomodación a la sociedad burguesa– presagiaba la escisión irreversible que se produjo en el movimiento obrero durante los acontecimientos de 1914 y 1917, cuando primero la derecha, y después el centro del partido, terminaron sumándose a las fuerzas de la guerra imperialista y la contrarrevolución contra los intereses internacionalistas de la clase obrera.
En Rusia, el movimiento obrero, aunque más joven y menos desarrollado que el movimiento en occidente, también sentía las mismas presiones y contradicciones. Como los revisionistas en el SPD, Struve, Tugan-Baranowski y otros, propagaron una versión “inofensiva” del marxismo –un marxismo “legal” que vaciaba la visión del mundo del proletariado de su contenido revolucionario y lo reducía a un sistema de análisis económicos. En esencia el marxismo legal argumentaba a favor del desarrollo del capitalismo en Rusia. Esta forma de oportunismo, aceptable para el régimen zarista, no tuvo mucho impacto en los trabajadores rusos, que encaraban unas condiciones espantosas de pobreza y de represión, y difícilmente podían posponer la defensa inmediata de sus condiciones de vida cuando se les imponía una forma extremadamente brutal de industrialización capitalista. En esas condiciones, empezó a arraigar una forma más sutil de oportunismo –la tendencia que se llamó “economicismo”. Como los bernsternianos, para quienes “el movimiento es todo y el objetivo nada”, los “economicistas”, como los que se agrupaban en torno al periódico Rabochaia Mysl, también adoraban al movimiento inmediato de la clase; pero como no había ningún terreno parlamentario de que hablar, este inmediatismo se restringía mayormente a la lucha día a día en las fábricas. Para los economicistas, los trabajadores estaban principalmente interesados por el pan y nada más. La política para esta corriente se reducía principalmente a tratar de conseguir un régimen parlamentario burgués y se daba esencialmente una tarea de oposición liberal. Como planteaba el credo economicista, escrito por YD Kuskova, “para los marxistas rusos hay solamente una línea: participar, proporcionando asistencia, en la lucha económica del proletariado; y en la actividad de la oposición liberal”. En esta visión extremadamente estrecha y mecánica del movimiento proletario, la conciencia de clase, para desarrollarse a gran escala, tenía, en cualquier caso, que emerger más o menos de un incremento de las luchas económicas. Y puesto que la fábrica o la localidad eran el terreno de esas escaramuzas inmediatas, la mejor forma de organización para intervenir en ellas era el círculo local. Esto era también una forma de volcarse ante el hecho inmediato, puesto que el movimiento socialista ruso durante las primeras décadas de su existencia estuvo disperso en una plétora de círculos locales aislados, diletantes, y a menudo transitorios, que apenas estaban conectados entre sí.
Oponerse a la tendencia economicista fue el principal objetivo del libro de Lenin ¿Qué hacer?, publicado en 1902. Lenin argumentó contra la idea de que la conciencia socialista surgiera simplemente de la lucha diaria; y planteó que se requería que la clase obrera interviniera en el terreno político. La conciencia socialista no podía engendrarse meramente de la relación inmediata entre patronos y trabajadores, sino únicamente de la lucha global entre las clases-y así de la relación más general entre la globalidad de la clase obrera y la clase dominante, y también de la relación entre la clase obrera y todas las demás clases oprimidas por la autocracia ([2]).
El desarrollo de la conciencia revolucionaria de clase requería, en especial, la construcción de un partido unificado, centralizado y declaradamente revolucionario; un partido que tenía que ir más allá del estadio de círculos y de la estrechez de miras y el espíritu de círculo personalista que significaba. En contra de la visión economicista que reducía el partido a un mero accesorio, o “cola” de la lucha económica, apenas distinto de otras formas de organización obrera más inmediatas como los sindicatos, un partido proletario debía existir sobre todo para conducir al proletariado del terreno económico al terreno político. Para estar preparado para esta tarea, el partido tenía que ser una “organización de revolucionarios” mas que una “organización de trabajadores”. Mientras que en esta última, el único criterio para participar era ser un trabajador que busca defender intereses de clase inmediatos, la primera tenía que estar compuesta de “revolucionarios profesionales” ([3]), militantes revolucionarios que trabajaban de mutuo acuerdo sin considerar sus orígenes sociológicos.
Por supuesto el Qué hacer de Lenin es sobre todo conocido por la formulación de Lenin sobre la conciencia, especialmente por haber recogido de Kautsky la noción de que la “ideología” socialista es producto de los intelectuales de la clase media, lo que llevaba a la concepción de que la conciencia de la clase obrera es “espontáneamente” burguesa. Se ha dicho mucho sobre esos errores, que en cierto modo son la imagen refleja del economicismo y una real concesión a una visión puramente inmediatista, en la que se ve la clase obrera sólo tal como es en un momento dado, en los centros de trabajo, más que como una clase histórica, cuya lucha contiene también la elaboración de la teoría revolucionaria. Lenin corrigió pronto la mayoría de estos errores –en realidad ya había comenzado a hacerlo en el IIº Congreso. Fue ahí donde admitió por primera vez “haber torcido demasiado la dirección” en su argumento contra los economicistas, y afirmó que ciertamente los obreros podían participar en la elaboración del pensamiento socialista, señalando también que, sin la intervención de los revolucionarios, la conciencia de clase que emerge espontáneamente está constantemente tratando de ser desviada hacia la ideología burguesa por la interferencia activa de la burguesía. Lenin iba a llevar más lejos estas clarificaciones tras la experiencia de la revolución de 1905. Pero en cualquier caso, el punto central de su crítica del economicismo sigue siendo válido: la conciencia de clase sólo puede ser la comprensión del proletariado de su posición histórica y global, y no puede alcanzar madurez sin el trabajo organizado de los revolucionarios.
También es importante comprender que Lenin no escribió Qué hacer a título individual, sino como representante de la corriente alrededor del periódico Iskra, que defendía la necesidad de terminar la fase de círculos y de formar un partido centralizado con un programa político definido, organizado en particular en torno a de un periódico militante. Los iskristas fueron al IIo Congreso como una tendencia unificada, y los delegados que sostenían esta línea eran una clara mayoría, a la que se oponía principalmente un ala derecha compuesta por el grupo Rabocheie Dielo encabezado por Martinov y Akimov, que estaba fuertemente influenciado por el economicismo; y representantes de una forma de “separatismo” judío (el Bund). Es cierto, como relata por ejemplo Deutcher en el primer volumen de su biografía de Trotski, que ya habían algunas tensiones y diferencias en el grupo dirigente de Iskra, pero había, o se suponía que había, amplio acuerdo sobre la posición contenida en el libro de Lenin. Este acuerdo continuó durante gran parte del Congreso, y al final del Congreso, no sólo se escindió el grupo de Iskra, sino que todo el partido se vio sacudido por la ruptura histórica entre bolchevismo y menchevismo, que, a pesar de varios intentos durante los 10 años siguientes, no iba a cicatrizarse nunca.
En Un paso adelante, dos pasos atrás (publicado en 1904), Lenin nos ofrece un análisis muy preciso de las diferentes corrientes dentro del Congreso del partido. Comenzó con una escisión a tres bandas entre el grupo de Iskra, el ala derecha antiiskrista, y los “elementos inestables y vacilantes”, para los que Lenin usó el término de “pantano”. Al final del congreso, una parte de los iskristas que se había hundido en el pantano –de forma clásica como el centrismo ha hecho siempre en la historia del movimiento obrero– terminó proporcionando un nuevo envoltorio para los argumentos de la derecha abiertamente oportunista ([4]). Además, en el enfoque de Lenin, las características del pantano coincidían en gran medida con la excesiva influencia de los intelectuales en el periodo de los círculos –procedentes de un estrato pequeño burgués, orgánicamente predispuestos al individualismo y al “anarquismo aristocrático” que desdeñan la disciplina colectiva de la organización proletaria.
La escisión iba a enconarse más tarde en profundas divergencias programáticas sobre la naturaleza de la próxima revolución en Rusia; en 1917 esas divergencias acabarían siendo fronteras de clase. Y sin embargo no se expresaron al comienzo sobre cuestiones programáticas generales, sino esencialmente sobre cuestiones de organización.
Los principales puntos del orden del día del Congreso eran los siguientes:
– adopción de un programa
– adopción de los estatutos
– confirmación de Iskra como el “órgano central” (literalmente esto quería decir que era la publicación dirigente del partido, aunque se aceptaba en general que el equipo editorial de Iskra fuera también el órgano central del partido en sentido político, puesto que el Comité central establecido por el congreso debía cumplir una función principalmente organizativa en el interior de Rusia).
La discusión sobre el programa ha sido en gran parte ignorada por la historia; inmerecidamente de hecho. Ciertamente, el programa de 1903 reflejaba fuertemente la fase de transición en la vida del capitalismo –el ocaso entre la ascendencia y la decadencia, y en particular la expectativa de algún tipo de revolución burguesa en Rusia (aunque no fuera dirigida por la burguesía). Pero hay más que eso en el programa de 1903: en ese momento era el primer programa marxista que usaba el término dictadura del proletariado –un asunto significativo puesto que uno de los temas explícitos del congreso iba a ser el combate contra el “democratismo” en el partido y en el proceso revolucionario (Plejanov por ejemplo, argumentaba que, llegado el momento, un gobierno revolucionario no debería tener ninguna vacilación en dispersar una asamblea constituyente de mayoría contrarrevolucionaria, como iban a plantear los bolcheviques en 1918 –aunque, para entonces, Plejanov se había convertido en un fanático defensor de la democracia contra la dictadura del proletariado). La cuestión de la “dictadura” también estaba vinculada al debate sobre la conciencia de clase; como los consejistas en un periodo posterior, Akimov vio el peligro de una dictadura del partido sobre los obreros precisamente en una fórmula de Lenin sobre la conciencia en Qué hacer. Ya hemos tratado brevemente este debate antes; pero sobre la discusión en el Congreso –particularmente las críticas de Martinov a las posiciones de Lenin– habremos de volver en otro artículo, porque, aunque pueda parecer sorprendente, la intervención de Martinov es una de las más teóricas de todo el Congreso, y plantea muchas críticas correctas a las formulaciones de Lenin, aunque nunca llegara a abordar la cuestión central. Pero no fue este el asunto que llevó a la escisión de la corriente de Iskra. Al contrario, en ese momento, en las sesiones, los iskristas estaban unidos en defensa del programa, y también de la necesidad de un partido unido, contra las críticas del ala derecha, elementos declaradamente democratistas, que rechazaban el término mismo de “dictadura del proletariado”, y que en cuestiones organizativas favorecían la autonomía local contra las decisiones tomadas de manera centralizada.
Otro asunto importante suscitado pronto en el Congreso, también tuvo una respuesta unida de los iskristas: la posición del Bund en el partido. El Bund pedía “derechos exclusivos” en la tarea de intervenir en el proletariado judío en Rusia; mientras que todo el empuje del Congreso iba a la formación de un partido para toda Rusia, las demandas del Bund apuntaban a un proyecto de partido separado para los obreros judíos. Martov, Trotski y otros, procedentes muchos de ellos del mundo judío, rebatieron esos argumentos y mostraron plenamente los peligros de las concepciones bundistas. Si cada grupo étnico o nacional pretendiera lo mismo en Rusia, el resultado final sería un estado de dispersión peor que la fragmentación existente en círculos locales, y el proletariado se escindiría completamente en divisiones nacionales. Por supuesto, lo que se ofreció al Bund aún va más allá de lo que sería aceptable hoy (“autonomía” para el Bund en el partido). Pero la autonomía se distinguía claramente del federalismo: este último significaba “un partido dentro del partido”, el primero significaba un cuerpo integrado con una esfera particular de intervención, pero subordinado enteramente a la autoridad superior del partido. Esto ya significaba por tanto, una clara defensa de los principios organizativos.
La escisión comenzó con el debate sobre los Estatutos –cuando aún no había concluido. El punto de confrontación –la diferencia entre la definición de Lenin y la de Martov sobre quién es miembro del partido- era sobre una expresión que podrá parecer demasiado sutil (y ciertamente ni Lenin ni Martov habían previsto una escisión sobre ese punto). Pero detrás de ella había dos conceptos completamente diferentes del partido, mostrando que no había un acuerdo real sobre Qué hacer en el grupo de Iskra.
Recordemos las formulaciones: la de Martov dice:
“Se considerará como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia a todo el que acepte su programa, apoye al partido con recursos materiales y le preste su colaboración personal de forma regular bajo la dirección de una de sus organizaciones”.
La de Lenin:
“Se considerará miembro del partido a todo el que acepte su programa y apoye al Partido, tanto con recursos materiales, como con su participación personal en una de las organizaciones del mismo”.
El debate sobre estas formulaciones, mostraba la profundidad real de las diferencias sobre la cuestión de organización –y la unidad esencial entre el ala abiertamente oportunista y el “pantano” centrista. Se centró sobre la distinción entre “prestar la colaboración personal al Partido” y “participar personalmente en él”– la distinción entre los que simplemente simpatizan con el Partido apoyándolo, y los que son militantes implicados del Partido.
Así, siguiendo la intervención de Akimov sobre el hipotético profesor que apoya al Partido y debería tener derecho a llamarse socialdemócrata, Martov afirmó que “cuanto más abarque el título de miembro del partido, mejor. Solo podríamos alegrarnos de que cada huelguista, cada manifestante, respondiera de sus actos proclamándose miembro del Partido” (1903, Actas del Segundo Congreso del POSDR, New Park, 1978, p. 312, 22ª sesión, 2 de agosto –traducido por nosotros). Ambas posiciones revelaban el deseo de construir un “amplio” Partido, según el modelo alemán; implícitamente un Partido que pudiera llegar a ser una fuerza política, dentro más que en contra, la sociedad burguesa.
La respuesta de Lenin a Akimov , Martov, y Trotski, que ya se habían inclinado hacia el “pantano” en este punto, restablecía los argumentos principales de Qué hacer:
“¿Mi formulación, limita o amplía el concepto de miembro del Partido?... Mi formulación limita este concepto, mientras la de Martov la amplia, puesto que lo que distingue su concepto es (para usar su propia expresión correcta), su “elasticidad”. Y en el periodo de la vida del partido que estamos atravesando, es precisamente esa “elasticidad” la que con toda seguridad, abre la puerta a todos los elementos de confusión, vacilación y oportunismo... salvaguardar la firmeza de la línea del partido y la puridad de sus principios es de lo más urgente, porque con la restauración de su unidad, el Partido reclutará muchos elementos inestables, cuyo número aumentará a medida que crezca el Partido. El camarada Trotski entendió muy incorrectamente las ideas fundamentales de mi libro Qué hacer cuando habló de que el Partido no era una organización conspiradora... olvidó que en mi libro abogo por una serie de organizaciones de diferentes tipos, desde la más secreta y exclusiva, hasta otras amplias y “laxas” en comparación. Olvidó que el Partido debe ser solo la vanguardia, el dirigente de la vasta masa de la clase obrera, cuya totalidad (o casi), obra bajo el control y la dirección de las organizaciones del Partido, pero no pertenece ni tiene que pertenecer al Partido” (ídem).
La experiencia de 1905 –y sobre todo la de 1917– confirmaría ampliamente la opinión de Lenin sobre este punto. La clase obrera de Rusia creó sus propias organizaciones de lucha al calor de la revolución –los comités de fábrica, los soviets, las milicias obreras, etc.– y fueron esos órganos los que agruparon al conjunto de la clase. Pero precisamente por eso, el nivel de conciencia en esos órganos era muy heterogéneo y estaban inevitablemente influidos e infiltrados por la ideología burguesa y sus agentes de la clase dominante. De ahí la necesidad de que la minoría de revolucionarios conscientes se organizara en un Partido distinto en esos órganos de masas, un Partido que no estuviera sometido a las confusiones y vacilaciones eventuales en la clase, sino que estuviera armado con una visión coherente de los métodos y los fines históricos del proletariado. Los conceptos “elásticos” de los mencheviques, por el contrario, los hacían tan faltos de toda firmeza, que solo podían convertirse, en el mejor de los casos, en un factor de confusión, y en el peor, en un vehículo para los esquemas de la contrarrevolución.
Se ha argumentado que la concepción “limitada” del partido de Lenin, su rechazo del modelo de partido de masas favorecido por la socialdemocracia europea de la época, era producto de las condiciones y tradiciones específicas de Rusia: la herencia conspiradora del grupo terrorista Voluntad del pueblo (el hermano de Lenin vivió esa tradición y fue ahorcado por participar en una tentativa de asesinar al zar); y de las condiciones de intensa represión que hacían imposible que existiera cualquier organización legal de trabajadores. Pero es mucho más justo decir que la visión del partido de Lenin, como una vanguardia revolucionaria clara y determinada, corresponde a las condiciones que, cada vez más, se imponían a escala internacional –las condiciones de la decadencia del capitalismo, en la que el sistema va asumiendo una forma totalitaria, declarando fuera de la ley cualquier organización permanente de masas, e imponiendo con mayor intensidad el carácter minoritario de las organizaciones comunistas. En particular, la nueva época significaba que la función del partido –como Rosa Luxemburg había dejado claro– no era encuadrar y organizar directamente al conjunto de la clase, sino asumir la función de dirección política en los movimientos explosivos de clase desencadenados por la crisis del capitalismo. En otro artículo veremos que Rosa Luxemburg malinterpretó seriamente el significado de la escisión de 1903, y apoyó la línea de los mencheviques contra Lenin. Pero más allá de estas diferencias, había una profunda convergencia que iba a hacerse evidente al calor de la revolución misma.
Pero volvamos al debate de los estatutos. En ese momento del Congreso, antes de la salida del Bund y los economicistas, había una corta mayoría a favor del enunciado de Martov. La escisión que siguió se produjo en torno a una cuestión aparentemente mucho más trivial –quién tenía que estar en el comité de redacción de Iskra. La reacción casi histérica a la propuesta de Lenin de sustituir el viejo equipo de 6 (Lenin, Martov, Plejanov, Axelrod, Potresov y Zasulich) por un equipo de 3 (Lenin, Martov y Plejanov), daba la medida del peso del espíritu de círculo en el Partido, de la dificultad para comprender lo que significaba realmente el espíritu de partido, no en general, sino en lo más concreto.
En Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin hizo un resumen magistral de las diferencias entre el espíritu de círculo y el espíritu de partido:
“La redacción de la nueva Iskra lanza contra Alexándrov la edificante indicación de que “la confianza es una cosa delicada que no se puede meter a mazazos en los corazones ni en las cabezas” (núm. 56 suplemento). La redacción no comprende que precisamente el colocar en primer plano la confianza, la mera confianza, delata una vez más su anarquismo señorial y su seguidismo en materia de organización. Cuando yo era únicamente miembro de un círculo, ya fuera del grupo de los seis redactores o de la organización de Iskra, tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X, alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni argumentos. Una vez miembro del Partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades del viejo espíritu de círculo; estoy obligado a argumentar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un razonamiento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa. De nuestra táctica, de nuestros estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “desconfío”, sin más ni más, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del Partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita parta expresar mi “desconfianza”, para sacar adelante las ideas y los deseos dimanantes de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista del Partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza...”
Un asunto clave en la controversia sobre la composición del comité de redacción era la afinidad sentimental de Martov hacia sus amigos y camaradas en la vieja Iskra, y su creciente, aunque infundada sospecha sobre los verdaderos motivos de Lenin para argumentar que ya no deberían estar en el nuevo equipo. Globalmente, todo este episodio demostraba una chocante incapacidad de revolucionarios con experiencia, como Martov o Trotski, para superar sus sentimientos de orgullo herido y trascender sus simpatías puramente personales, y poner los intereses políticos del movimiento por encima de los lazos de simpatía. Plejanov iba a mostrar en el curso de los acontecimientos la misma dificultad más tarde; aunque en el Congreso estuvo de parte de Lenin, después le parecieron demasiado intransigentes y rudas las denuncias de Lenin de la actitud de Martov y Cia., y cambió de caballo a mitad carrera; tras haber obligado a Lenin a dimitir del comité de Iskra que había sido elegido por el Congreso, entregó el órgano del Partido a los mencheviques. Todos los antiguos iskristas que previamente habían defendido a Lenin de las acusaciones de la derecha sobre su deseo de imponer una dictadura, un “estado de sitio” –por decirlo en los términos de Martov– en el Partido, ahora no encontraban palabras suficientes para denunciar la política de Lenin: Robespierre, Bonaparte, autócrata, monarca absoluto, etc.
De nuevo en Un paso adelante, dos paso atrás (pag. 418-19, ídem), Lenin definió muy elocuentemente esa clase de reacción, hablando de :
“... la persistente nota sostenida de enojo que suena en todos los escritos de todos los oportunistas contemporáneos en general y de nuestra minoría en particular. Se ven perseguidos, oprimidos, expulsados, asediados, aperreados... Miren, en efecto, las actas del Congreso de nuestro Partido y verán que la minoría está constituida por todos los ofendidos, por todos los que han sufrido de la socialdemocracia revolucionaria alguna ofensa en algo”.
Lenin también muestra la “estrecha relación psicológica” entre esas respuestas, todas las grandiosas denuncias contra la autocracia y la dictadura en el partido, y la mentalidad oportunista en general, incluyendo su punto de vista sobre cuestiones programáticas más generales:
“... predominan inocentes y patéticas declamaciones acerca del absolutismo y la burocracia, la obediencia ciega y los tornillos y ruedecitas; declamaciones tan candorosas que resulta aún muy difícil distinguir en ellas lo que hay efectivamente de principio de lo que es en realidad cooptación. Pero quien en mucho hablar se empeña, a menudo se despeña: los intentos de analizar y definir exactamente la odiosa “burocracia” conducen inevitablemente al autonomismo; los intentos de “profundizar” y fundamentar llevan indefectiblemente a justificar el atraso, llevan al seguidismo, a la fraseología girondina. Por último, como único principio efectivamente definido y que, por lo mismo, se manifiesta con peculiar claridad en la práctica (la práctica precede siempre a la teoría), aparece el principio del anarquismo. Ridiculización de la disciplina, autonomismo y anarquismo, tal es la escalerilla por la que tan pronto baja como sube nuestro oportunismo en materia de organización, saltando de peldaño en peldaño y esquivando con habilidad toda definición precisa de sus principios. Exactamente la misma gradación presenta el oportunismo en cuanto al programa y la táctica: burla de la ortodoxia, de la estrechez y de la inflexibilidad –“crítica” revisionista y ministerialismo– democracia burguesa”.
El comportamiento de los mencheviques planteaba la cuestión de la disciplina de Partido en otro aspecto. Aunque (tras la partida de los semieconomicistas y el Bund) habían quedado en minoría (de ahí el nombre) al final del Congreso, se saltaron completamente las decisiones que había tomado sobre la composición del comité de redacción de Iskra. Martov, en solidaridad con sus amigos “expulsados”, se negó a participar en el nuevo comité, y más tarde, su facción llevó a cabo un boicot de todos los órganos centrales mientras estuviera en minoría. Los mencheviques, y todos los que los apoyaban en el plano internacional (esto incluía a Kautsky y Rosa Luxemburg) desencadenaron una campaña de desprestigio personal contra Lenin, acusándolo, entre otras cosas, de intentar sustituir por un órgano central todopoderoso la vida democrática del Partido. Pero la realidad era muy diferente: Lenin expresó claramente la defensa de la autoridad del centro real del Partido, el Congreso, que los mencheviques habían ignorado totalmente. Lenin definió así el verdadero problema que había tras los gritos de los mencheviques de “democracia contra burocracia”:
“Burocracia contra democracia es precisamente centralismo contra autonomismo; es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas de la socialdemocracia. Este último trata de ir de abajo arriba, y por ello defiende, siempre que puede y cuando puede, el autonomismo, la “democracia” que va (en los casos en que hay exceso de celo) hasta el anarquismo. El primero trata de empezar por arriba, preconizando la extensión de los derechos y deberes del organismo central respecto a las partes. En la época de la dispersión y del esparcimiento en círculos, la cima de donde quería la socialdemocracia revolucionaria en su organización era inevitablemente uno de los círculos, el más influyente por su actividad y consecuencia revolucionaria (en nuestro caso la organización de Iskra). En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del Partido y de disolución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el congreso del Partido, órgano supremo del mismo. El congreso agrupa, en la medida de lo posible, a todos los representantes de las organizaciones activas y, designando organismos centrales (muchas veces con una composición que satisface más a los elementos de vanguardia que a los rezagados, que gusta más al ala revolucionaria que a su ala oportunista), hace de ellos la cima hasta el congreso siguiente” .
Así, detrás de diferencias “triviales” se planteaban en realidad importantes cuestiones de principio –Lenin habla de oportunismo en materia de organización, y el oportunismo sólo existe con relación a los principios. El principio es el centralismo. Como Bordiga planteó en su texto de 1922, El Principio democrático: “La democracia no puede ser para nosotros un principio. Sí lo es indiscutiblemente el centralismo, puesto que las características esenciales de la organización del Partido tienen que ser la unidad de estructura y de acción”. El centralismo expresa la unidad del proletariado, mientras que la democracia es un “simple mecanismo de organización” (ídem). Para la organización política del proletariado, el centralismo no puede significar nunca la dirección de una casta burocrática, puesto que solo puede mantenerse vivo si hay una auténtica participación consciente de todos los miembros en la defensa y la elaboración del programa y los análisis del Partido; al mismo tiempo tiene que estar basado en una confianza profunda en la capacidad de los órganos centrales elegidos por la expresión más alta de la unidad de la organización –el Congreso– para impulsar las orientaciones de la organización entre los congresos. En ese proceso se emplean por supuesto procedimientos “democráticos” y se toman decisiones por mayoría, pero son sólo medios de un fin, que es la homogeneización de la conciencia y la forja de una unidad real de acción en la organización ([5]).
Contrariamente a lo que piensan otros grupos y elementos del Medio proletario actual, la cuestión del funcionamiento centralizado de la organización no es, en absoluto, una cuestión secundaria, una cobertura para cuestiones programáticas más profundas; es en sí mismo una cuestión programática. El BIPR por ejemplo insiste en que las recientes escisiones en la CCI no lo han sido en absoluto por cuestiones de organización. Se niegan categóricamente a considerar la cuestión del funcionamiento, de los clanes, de la centralización, y buscan “las verdaderas debilidades programáticas de la CCI” que han llevado a las escisiones (por ejemplo nuestra supuesta mala interpretación de la lucha de clases, o nuestra teoría de la descomposición capitalista). Es ése un error de método, ajeno a la posición de Lenin. A decir verdad, nos recuerda los comentarios de Axelrod tras el IIº Congreso del POSDR:
“Con mi pobre inteligencia, soy incapaz de entender lo que se quiere decir con “oportunismo en materia de organización” planteado como algo autónomo, desprovisto de cualquier relación orgánica con ideas programáticas o tácticas” (“Sobre los orígenes y significado de nuestras divergencias actuales, carta a Kautsky”, 1904, traducido por nosotros).
En realidad, la lucha contra el oportunismo en materia de organización ya había sido ampliamente demostrada por la práctica de Marx en la Iª Internacional, en particular en el combate contra los intentos de Bakunin de subvertir la centralización construyendo una red de organizaciones secretas que no rendían cuentas mas que a él mismo. En el Congreso de 1872 de La Haya, Marx y Engels consideraron más importante poner este asunto en el orden del día, que las lecciones de la Comuna de París –que ciertamente se cuentan entre las más vitales de toda la historia del movimiento revolucionario proletario.
Igualmente, la escisión entre bolcheviques y mencheviques nos ha dejado lecciones vitales sobre el problema de la construcción de una organización de revolucionarios. A pesar de todas las diferencias entre las condiciones que confrontaron los revolucionarios en Rusia a principios del siglo XX y las que han confrontado los grupos del campo proletario desde el resurgir histórico de la lucha de clases a finales de los 60, hay, sin embargo, muchos puntos en común. En particular los nuevos grupos que surgieron en la última parte del siglo XX han tenido que cargar con el peso del espíritu de círculo. La ruptura entre ellos y las generaciones anteriores de revolucionarios, que tenían amplia experiencia en lo que era trabajar en un verdadero Partido proletario, los efectos traumáticos de la contrarrevolución estalinista, que han instilado en la clase obrera una profunda desconfianza en la noción misma de un partido político centralizado, las importantes influencias de la pequeña burguesía y las capas intelectuales después de 1968, comparables al peso desproporcionado de la intelligentsia en los orígenes del movimiento revolucionario en Rusia, las campañas incesantes de la clase dominante contra la idea misma del comunismo y a favor de una aceptación incuestionable de la ideología democrática –todos esos factores han hecho la tarea de construcción de la organización más dura que nunca hoy.
La CCI ha escrito muchas veces sobre estos problemas –el ejemplo más reciente es el artículo en el número 114 de esta Revista sobre el XVº Congreso de la CCI, que mostraba también cómo esas dificultades se ven agudizadas por la atmósfera pútrida de la descomposición capitalista. En particular, las presiones de la descomposición, que tienden a gangsterizar toda la sociedad, tienden constantemente a convertir los vestigios del espíritu de círculo en un fenómeno más pernicioso y destructivo –en clanes, agrupamientos informales paralelos tremendamente destructivos, con sus propias lealtades personales por afinidad y sus hostilidades basadas en lo mismo.
También hemos hecho notar el sorprendente paralelismo entre las escisiones en nuestras propias filas, expresiones de esas dificultades que acabamos de mencionar, y la escisión entre bolcheviques y mencheviques en 1903. Cuando los elementos que formaron la “Fracción Externa de la CCI” desertaron de nuestras filas en 1985, publicamos un artículo en la Revista internacional 45 que trazaba las similitudes históricas entre la FECCI y los mencheviques. En particular el artículo mostraba que la tendencia que después formaría la FECCI, había sido un agrupamiento basado más en lealtades personales, orgullo herido y absurdos sentimientos de persecución, que en verdaderas diferencias políticas ([6]).
Igualmente, la autodenominada Fracción interna de la CCI, formada en 2001, también presentaba muchas de las características del menchevismo de 1903. La FICCI tuvo sus orígenes en un clan, que se encontraba a gusto con los avances de la CCI mientras estuvo bien instalado en nuestro órgano central internacional. En realidad respondió con una campaña de calumnias y denigración a una minoría de camaradas que habían empezado a profundizar en la verdadera situación de la organización. Y en cuanto este clan perdió lo que él mismo consideraba como una “posición de poder”, inmediatamente empezó a postularse como defensor de la democracia, herido y perseguido por la burocracia usurpadora. Habiendo reivindicado previamente ser el defensor más vigoroso de los estatutos, empezó a partir de ese momento a saltarse sin vergüenza todas las normas que se había dado la organización; quizás lo más notable en ese sentido fue su mofa de la decisión del XIVo Congreso de la CCI, que había elaborado un método coherente para abordar las divergencias y las tensiones que habían aparecido en el órgano central. Esto significaba un comportamiento similar al de los mencheviques hacia el Congreso de 1903.
Como los mencheviques, ambas escisiones de la CCI se sintieron obligadas a “profundizar su posición y reafirmarla”, descubriendo rápidamente que habían desarrollado importantes diferencias programáticas con la CCI –incluso aunque originalmente se hubieran presentado como los verdaderos guardianes de la plataforma y de los análisis de la CCI. Así la FECCI se desembarazó de la pesada carga de nuestro marco de análisis de la decadencia; y la FICCI por su parte, se deshizo de nuestro concepto de descomposición, concepto, digamos, poco “popular” en el medio proletario, que esa banda trata de infiltrar. En este contexto, la dificultad del medio proletario para tratar la cuestión de la organización como una cuestión política per se, lo hace notablemente incapaz de responder adecuadamente a los problemas organizativos que enfrenta la CCI (por no mencionar sus propios problemas) y plenamente vulnerable a las campañas de seducción de un grupo como la FICI, que tiene una función puramente parásita en el Medio.
Si mencionamos estas experiencias no es porque queramos ponerlas al mismo nivel que los acontecimientos del Congreso de 1903, pues no nos vamos a engañar a nosotros mismos pensando que ya somos el partido de clase. Lo que sí es cierto es que quien no comprende las lecciones de las experiencias del pasado, está condenado a repetirlas. Si no se ha asimilado todo el significado de la escisión entre bolcheviques y mencheviques, será imposible progresar hacia la formación del partido proletario de la próxima revolución. Ninguna organización proletaria hoy o mañana puede evitar crisis organizativas y escisiones, como tampoco pudieron los bolcheviques –sea en 1903, 1914, 1917 u otros momentos históricos clave. Pero si estamos armados con las lecciones del pasado, esos momentos de crisis permitirán que las organizaciones políticas proletarias, como ocurrió una y otra vez en la historia de los bolcheviques, salgan políticamente reforzadas y vigorizadas y sean así más capaces de responder a las imperiosas demandas de la historia.
En un segundo artículo profundizaremos en el debate sobre la conciencia de clase del IIo Congreso y en la controversia entre Lenin, Trotski y Luxemburg sobre la escisión en la socialdemocracia rusa.
Amos
[1] Referencia humorística a un libro inglés (1066 and all that) que describía cómo presentaban los manuales escolares algunos acontecimientos históricos como “algo malísimo”.
[2] Parte de lo que Lenin dice en Qué hacer sobre los revolucionarios como “tribunos del pueblo” hay que verlo a la luz de cómo los socialdemócratas rusos comprendían la revolución que se avecinaba; no creían que se trataba de una lucha directa por el socialismo, sino dirigida inicialmente a acabar con la autocracia e inaugurar una fase de “democracia”. Los bolcheviques, a diferencia de los economicistas y más tarde los mencheviques, estaban convencidos de que esa tarea iba más allá de las fuerzas de la burguesía en Rusia y tendría que llevarse a cabo por la clase obrera. En cualquier caso, el punto más importante sigue siendo válido: la conciencia socialista no puede surgir sin que la clase obrera sea consciente de su posición general en la sociedad capitalista, y esto necesariamente implica ver más allá de los confines de la fábrica la totalidad de las relaciones de clase en la sociedad.
[3] Lenin dejó claro en el Congreso que con el empleo del término “revolucionarios profesionales”, no se refería a agentes del Partido pagados y que trabajaban para él a tiempo completo; en esencia el término “profesional” se usaba en contraste con la actitud “amateur” de la fase de círculos donde los grupos no tenían una forma clara, ni un plan de actividades firme, y sólo duraban como media unos pocos meses antes de que la policía los disolviera.
[4] Este análisis de las tres principales corrientes en las organizaciones políticas obreras –derecha abiertamente oportunista, izquierda revolucionaria y centro vacilante– conserva hoy toda su validez, igual que el término de “pantano” que Lenin aplica a la tendencia centrista. Vale la pena transcribir la nota a pie de página del propio texto de Lenin sobre este término, porque recuerda lo que ocurre hoy cuando la CCI usa el término “pantano” para caracterizar la zona cambiante de transición entre la política del proletariado y la de la burguesía: “Tenemos ahora en el Partido gentes que, al oír esta palabra, se horrorizan y se lamentan a gritos de una polémica impropia de camaradas. ¡Extraña deformación del instinto bajo la influencia de lo oficial... cuando se aplica indebidamente! Casi no hay partido político con lucha interna que prescinda de este término, el cual sirve siempre para designar a los elementos inconstantes que vacilan entre los que luchan. Tampoco los alemanes, que saben mantener la lucha interna en un marco de exquisita corrección, se ofenden por la palabra “versumpft” [“metido en la charca”] y no se horrorizan ni manifiestan ridícula “pruderie” [mojigatería, gazmoñería] oficial” (Un paso adelante, dos pasos atrás).
Por supuesto cuando nosotros usamos este término hoy, nos referimos a un área intermedia entre las organizaciones proletarias y burguesas, mientras que Lenin se refiere al pantano dentro del partido proletario. Estas diferencias reflejan cambios históricos reales en los que no podemos entrar ahora, pero eso no debe ocultar lo que tienen de común las dos aplicaciones del término.
[5] Más tarde, Lenin empleó el término “centralismo democrático” para describir el método de organización por el que abogaba, como después usaría el término “democracia obrera” para describir el modo de funcionamiento de los soviets. Desde nuestro punto de vista, ninguno de esos dos términos son muy útiles, sobre todo porque el término “democracia” (gobierno del pueblo) implica un punto de vista aclasista. Tendremos que volver sobre esto en otro momento. Lo que es interesante sin embargo, es que Lenin no usó este término en 1903, y que en realidad, su principal blanco fue precisamente la ideología del “democratismo” en el movimiento obrero.
[6] Nuestro texto de orientación de 1993 sobre el funcionamiento organizativo publicado en la Revista internacional no 109 (un texto que también desarrolla un importante análisis del Congreso de 1903) explica que la FECCI fue realmente un clan, más que una verdadera tendencia o fracción, mientras que nuestras “Tesis sobre el parasitismo” (Revista internacional nº 94) muestran el lazo orgánico entre los clanes y el parasitismo: los clanes o bandas que se han visto implicados en escisiones de la CCI, invariablemente evolucionan hacia grupos parásitos, que sólo pueden desempeñar un papel negativo y destructivo en el conjunto del medio proletario. Esto se ha confirmado de sobra por la trayectoria de la FICCI.
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[2] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/israelpalestina
[3] https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/05/07.htm
[4] https://es.internationalism.org/en/tag/21/563/altermundialismo
[5] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/anarquismo-oficial
[6] https://es.internationalism.org/en/tag/noticias-y-actualidad/foros-sociales
[7] https://es.internationalism.org/en/tag/21/374/polemica-en-el-medio-politico-sobre-la-guerra
[8] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/bordiguismo
[9] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr
[10] https://es.internationalism.org/en/tag/21/368/rusia-1917
[11] https://es.internationalism.org/en/tag/vida-de-la-cci/cartas-de-los-lectores
[12] https://es.internationalism.org/en/tag/corrientes-politicas-y-referencias/consejismo
[13] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[14] https://es.internationalism.org/en/tag/5/466/enigma-ruso
[15] https://es.internationalism.org/en/tag/21/476/el-nacimiento-del-bolchevismo
[16] https://es.internationalism.org/en/tag/historia-del-movimiento-obrero/1903-fundacion-del-partido-bolchevique
[17] https://es.internationalism.org/en/tag/2/39/la-organizacion-revolucionaria