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Revista internacional n° 82 - 3er trimestre de 1995

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Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia - Cuanto más hablan de paz las grandes potencias, más siembran la guerra

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Agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia

Cuanto más hablan de paz las grandes potencias,
más siembran la guerra

La barbarie guerrera que desde hace cuatro años siembra muerte, destrucción y miseria en la antigua Yugoslavia, ha conocido durante al primavera de 1995 un nuevo descenso en el horror. Por primera vez los dos frentes principales de esta guerra, en Croacia y en Bosnia, tras un breve período de menor intensidad guerrera, se han vuelto a encender simultáneamente, amenazando con provocar una hoguera general sin precedentes. Detrás de los discursos «pacifistas» y «humanitarios», las grandes potencias, verdaderas responsables e instigadoras de la guerra más mortífera en Europa desde la Segunda Guerra mundial, han franqueado nuevas etapas en su compromiso. Las dos potencias más importantes, por la cantidad de soldados enviados bajo bandera de la ONU, Gran Bretaña y Francia, han emprendido un aumento considerable de su presencia, y lo que es más, formando una fuerza militar especial, la Fuerza de reacción rápida (FRR), cuya particularidad es la de ser menos dependiente de la ONU y estar bajo mando directo de sus gobiernos nacionales respectivos.

El espeso entramado de mentiras con el que se tapa la acción criminal de los principales imperialismos del planeta en esta guerra se ha desvelado un poco más, dejando entrever el carácter sórdido de sus intereses y los motivos que las animan.

Para los proletarios, especialmente en Europa, la sorda inquietud que engendra esta carnicería no debe ser causa de lamentos impotentes, sino que debe desarrollar su toma de conciencia de la responsabilidad de sus propios gobiernos nacionales, de la hipocresía de los discursos de las clases dominantes; toma de conciencia de que la clase obrera de las principales potencias industriales es la única fuerza capaz de poner fin a esta guerra y a todas las guerras.

Los niños, las mujeres, los ancianos que en Sarajevo como en otras ciudades de la ex Yugoslavia, están obligados a esconderse en los sótanos, sin electricidad, sin agua, para escapar al infierno de los bombardeos y de los snipers, los hombres que en Bosnia, como en Croacia o en Serbia son movilizados por la fuerza para arriesgar sus vidas en el frente, ¿tendrán alguna razón de esperanza cuando se enteren de la llegada masiva de nuevos «soldados de la paz» hacia su país?. Los dos mil marines americanos del portaaviones Roosevelt destinado en mayo al Adriático, los cuatro mil  soldados franceses o británicos que ya han empezado a desembarcar con toneladas de nuevas armas, ¿irán allí, como lo pretenden sus gobiernos para aliviar los sufrimientos de una población que ya ha tenido que soportar 250000 muertos y 3 millones y medio de personas «desplazadas» a causa de la guerra?.

Los cascos azules de la ONU aparecen como protectores cuando escoltan convoyes de víveres para las poblaciones de las ciudades asediadas, cuando se presentan como fuerza de interposición entre beligerantes. Aparecen como víctimas cuando, como así ha ocurrido recientemente, son hechos rehenes por uno de los ejércitos locales. Pero tras esa apariencia se oculta en realidad la acción cínica de las clases dominantes de las grandes potencias que las dirigen y para las cuales la población civil no es más que carne de cañón en la guerra que las enfrenta en el reparto de zonas de influencia en esa parte estratégicamente crucial de Europa. La nueva agravación que la guerra acaba de tener en la primavera pasada es una ilustración patente de ello. La ofensiva del ejército croata iniciada a principios de mayo, en Eslavonia occidental, la ofensiva bosnia desencadenada en el mismo momento justo al final de la «tregua» firmada en diciembre último, pero también la farsa de los cascos azules capturados como rehenes por los serbios de Bosnia, no son unos cuantos incidentes locales dependientes únicamente de la lógica de los combates locales, sino que son acciones preparadas y realizadas con la participación activa, cuando no la iniciativa, de las grandes potencias imperialistas.

Como así lo hemos puesto de relieve en todos los artículos de esta Revista dedicados desde hace cuatro años a la guerra de los Balcanes, las cinco potencias que forman el llamado «grupo de contacto» (Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Gran Bretaña), entidad que serviría supuestamente para poner fin al conflicto, han apoyado y siguen apoyando activamente a cada uno de los campos enfrentados localmente. Y la actual agravación de la guerra tampoco podrá entenderse fuera de la lógica de las acciones de los gángsteres que rigen esas grandes potencias. Fue Alemania, animando a Eslovenia y a Croacia a proclamarse independientes de la antigua Confederación yugoslava, la que provocó el estallido del país, desempeñando un papel primordial en el inicio de la guerra en 1991. Frente al empuje del imperialismo alemán, fueron las otras cuatro grandes potencias las que apoyaron y animaron al gobierno de Belgrado a llevar a cabo una contraofensiva. Fue la primera fase de la guerra, particularmente mortífera y que acabaría en 1992 con la pérdida por Croacia de una tercera parte de su territorio controlado por los ejércitos y las milicias serbias. Francia y Gran Bretaña, con la tapadera de la ONU, enviaron entonces los contingentes más importantes de cascos azules, los cuales, con el pretexto de impedir los enfrentamientos, lo único que han hecho es dedicarse sistemáticamente a mantener el statu quo a favor del ejército serbio. En 1992, el gobierno de Estados Unidos se pronunció a favor de la independencia de Bosnia-Herzegovina, apoyando a la parte musulmana de esta región en una guerra contra el ejército croata (también apoyado por Alemania) y el serbio (apoyado por Gran Bretaña, Francia y Rusia). En 1994, la administración de Clinton logró imponer un acuerdo de constitución de una federación entre Bosnia y Croacia contra Serbia y, al final de año, bajo la dirección del ex presidente Carter, obtuvo la firma de una tregua entre Bosnia y Serbia. A principios del 95, los principales frentes en Croacia y en Bosnia parecían tranquilos. Washington no se priva de presentar esa situación como el triunfo de la acción pacificadora de las potencias, especialmente de la suya. Se trata, en realidad de una tregua parcial que ha favorecido el rearme de Bosnia, esencialmente por EEUU para preparar una contraofensiva contra las tropas serbias. En efecto, después de cuatro años de guerra, éstas, gracias al apoyo de las potencias británica, francesa y rusa, siguen controlando el 70 % del territorio de Bosnia y más de la cuarta parte del de Croacia. El propio gobierno de Belgrado reconoce que su campo, que incluye las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Croacia (Krajina), recientemente «reunificadas» deberá retroceder. Sin embargo, a pesar de todas las negociaciones en las que aparece la pugna entre las grandes potencias, no se alcanza el menor acuerdo ([1]). Lo que no podrá ser obtenido con la negociación, lo será por la fuerza militar. Así, a lo que estamos asistiendo es a la continuación lógica, premeditada, previsible, de una guerra en la que las grandes potencias no han cesado de desempeñar, bajo mano, un papel preponderante.

Contrariamente a lo hipócritamente afirmado por los gobiernos de las grandes potencias, los cuales presentan el reforzamiento actual de su presencia en el conflicto como una acción para limitar la violencia de los nuevos enfrentamientos actuales, éstos son, en realidad, el resultado directo de su propia acción guerrera.

La invasión de una parte de la Eslovenia occidental por Croacia, a principios del mes de mayo, así como la reanudación de los combates en diferentes puntos del frente de 1200 kilómetros que opone el gobierno de Zagreb a los serbios de Krajina; el inicio, en el mismo momento, de una ofensiva del ejército bosnio desplegándose al norte de Bosnia en el enclave de Bihac, en la región del «pasillo» serbio de Brcko y sobre todo en torno a Sarajevo para forzar al ejército serbio a aflojar la presión sobre la ciudad; todo eso se ha hecho por voluntad de las potencias y ni mucho menos por una pretendida voluntad pacificadora de éstas. Está claro que estas acciones han sido emprendidas con el acuerdo y a iniciativa de los gobiernos americano y alemán ([2]).

La farsa de los rehenes

La reacción del campo adverso no es menos significativa del grado de compromiso de las demás potencias, Gran Bretaña, Francia y Rusia, en apoyo de Serbia. Pero aquí, las cosas han sido menos aparentes. Entre las potencias aliadas del lado serbio, únicamente Rusia proclama abiertamente su compromiso. Francia y Gran Bretaña han mantenido hasta ahora un discurso de «neutralidad» en el conflicto. En muchas ocasiones, incluso, sus gobiernos han hecho grandes declaraciones de hostilidad hacia los serbios. Pero esto no les ha impedido nunca ayudarles firmemente tanto en lo militar como en lo diplomático.

Los hechos, ya se conocen: tras la ofensiva croato-bosnia, el ejército de los serbios de Bosnia contesta con una intensificación de los bombardeos en Bosnia y especialmente en Sarajevo. La OTAN, o sea el gobierno de Clinton esencialmente, efectúa dos bombardeos aéreos de represalia sobre un polvorín cerca de Pale, capital de los serbios de Bosnia. El gobierno de Pale responde capturando como rehenes a 343 cascos azules, franceses y británicos en su mayoría. Una parte de éstos es colocada como «escudos humanos», encadenados a objetivos militares que podrían ser bombardeados.

Los gobiernos francés y británico denuncian «la odiosa acción terrorista» contra las fuerzas de la ONU, y en primer lugar contra los países que proporcionan la mayor cantidad de soldados entre los cascos azules, Francia y Gran Bretaña. El gobierno serbio de Milosevic, en Belgrado, declara su desacuerdo con la acción de los serbios de Bosnia, denunciando a la vez los bombardeos de la OTAN. Pero, rápidamente, lo que al principio podía aparecer como un debilitamiento de la alianza franco-británica con la parte serbia, como una comprobación en la práctica del papel «humanitario», neutral, no proserbio, de las fuerzas de la ONU, va a desvelar su realidad: una farsa, una más, que les sirve tanto a los gobiernos serbios como a sus aliados de la UNPROFOR.

Para los gobiernos de esas dos potencias, la toma de rehenes de sus soldados les ha aportado dos grandes ventajas para su acción en esta guerra. Primero, y de entrada, ello ha obligado a la OTAN, a Estados Unidos, a parar todo bombardeo suplementario sobre sus aliados serbios. Al principio de la crisis, el gobierno francés se vio obligado a aceptar el primer bombardeo, pero expresó abiertamente una fuerte desaprobación del segundo. El uso por el gobierno serbio de los rehenes como escudos, permitió zanjar el problema de manera inmediata. Segundo, y sobre todo, la toma de rehenes, presentada como «insoportable humillación» ha sido un excelente pretexto para justificar el envío inmediato por parte de Francia y Gran Bretaña de miles de nuevos soldados a la antigua Yugoslavia. Ya sólo Gran Bretaña ha anunciado la multiplicación por tres del número de soldados en misión.

Ha sido un golpe muy bien montado. Por un lado, los gobiernos británico y francés, para exigir la posibilidad de enviar nuevos refuerzos al terreno para «salvar el honor y la dignidad de nuestros soldados humillados por los serbios de Bosnia»; por otro, Karadzic, el jefe de gobierno de Pale, para justificar su actitud de proteger sus tropas contra los bombardeos de la OTAN; en medio, Milosevic, jefe del gobierno de Belgrado, haciendo el papelón de «mediador». El resultado ha sido espectacular. Mientras que desde hacía semanas, los gobiernos británico y francés «amenazaban» con retirar sus tropas de la ex Yugoslavia si la ONU no les otorgaba una mayor independencia de movimientos y de acción (en particular, la posibilidad de agruparse «para defenderse mejor»), ahora deciden aumentar masivamente sus tropas en el terreno gracias a aquella justificación ([3]).

Al principio de esta farsa, en el momento de la toma de rehenes, la prensa dio a entender que quizás algunos rehenes habían sido torturados. Unos días más tarde, cuando los primeros rehenes franceses fueron liberados, algunos de ellos dieron su testimonio: «Nos hemos dedicado a la musculación y al ping-pong... Hemos visitado toda Bosnia, nos hemos paseado... (los serbios) no nos consideraban enemigos» (Libération, 7.06.95). Tan patente ha sido la actitud conciliadora del mando francés de las fuerzas de la ONU, sólo unos cuantos días después de que el gobierno francés hubiera gritado a más no poder que había dado «consignas de firmeza» contra los serbios: «Aplicaremos estrictamente los principios de mantenimiento de la paz hasta nueva orden... Podemos intentar establecer contactos con los serbios de Bosnia, podemos intentar conducir la ayuda alimenticia, podemos intentar abastecer a nuestras tropas» (Le Monde, 14.06.95). Este diario francés se escandalizaba de la situación: «Tranquilamente, mientras que 144 soldados de la ONU seguían siendo rehenes de los serbios, la Unprofor reivindicaba solemnemente su parálisis». Y citaba a un oficial de la Unprofor: «Desde hace algunos días notábamos una tendencia al relajamiento. La emoción provocada por las imágenes de los escudos humanos se está diluyendo, y tememos que nuestros gobiernos prefieran hacer borrón y cuenta nueva, y evitar el enfrentamiento».

Si los serbios de Bosnia no consideran «enemigos» a los «rehenes» franceses, si ese oficial de la Unprofor tiene la impresión de que los gobiernos francés y británico preferían «evitar el enfrentamiento», es sencillamente porque, por muchos incidentes que se produzcan entre las tropas serbias y las de la ONU en el terreno, sus gobiernos son aliados en esta guerra y porque el «asunto de los rehenes» ha sido un capítulo más del folletín de mentiras y de manipulaciones con las que las clases dominantes intentan tapar sus acciones mortíferas y su barbarie.

El significado de la formación de la Fuerza de reacción rápida

El resultado final del montaje de los rehenes ha sido la formación de la FRR. La definición de la función de ese nuevo cuerpo militar franco-británico, que supuestamente sería la de ayudar a las fuerzas de la ONU en la ex Yugoslavia, ha variado a lo largo de las semanas durante las que los gobiernos de las dos potencias patrocinadoras se han dedicado a hacer aceptar, con dificultad, su existencia y su financiación por las potencias «amigas» en el seno del Consejo de seguridad de la ONU([4]). Pero, sean cuales sean los meandros de las fórmulas diplomáticas empleadas en esos debates entre hipócritas redomados, lo que importa es el significado profundo de esa iniciativa. Su alcance debe ser entendido en dos planos: la voluntad de las grandes potencias de reforzar su compromiso militar en el conflicto, por un lado, y, por otro, la necesidad para esas potencias de quitarse de encima el molesto y engorroso disfraz «humanitario onusiano», o al menos en determinadas circunstancias.

Las burguesías francesa y británica saben que su pretensión de seguir desempeñando un papel como potencia imperialista en el planeta, depende, en gran medida, de su capacidad para afirmar su presencia en esa zona, estratégicamente crucial. Los Balcanes, al igual que Oriente medio, son una baza de primera importancia en la pugna que opone a nivel mundial a todas las grandes potencias. Estar ausente de allí, significa renunciar al estatuto de gran potencia. La reacción del gobierno alemán frente a la constitución de la FFR es muy significativa de esa preocupación común a todas las potencias europeas: «Alemania ya no podrá seguir pidiendo que sus aliados francés y británico hagan el trabajo sucio, mientras que ella guarda para sí las plazas de espectadora en el Adriático a la vez que reivindica un papel político mundial. Deberá asumir también su parte de riesgo» (Libération, 12.06.95). Ésta, que es una declaración de los medios gubernamentales de Bonn, es especialmente hipócrita: como ya hemos visto, el capital alemán ya ha hecho mucho de ese «trabajo sucio» de las grandes potencias. Sin embargo, también es una ilustración muy clara del espíritu que anima a los pretendidos «pacificadores humanitarios» cuando organizan una FRR para «ir en ayuda» de la población civil en los Balcanes.

El otro aspecto de la formación de la FFR es la voluntad de las potencias de darse los medios para asegurar más libremente la defensa de sus propios intereses imperialistas específicos. Así, a finales de mayo, un portavoz del ministerio de Defensa británico, preguntado sobre la cuestión de saber si la FRR estaría bajo mando de la ONU, respondía que los «refuerzos estarían bajo mando de la ONU», para añadir a renglón seguido: «pero dispondrán de su propio mando» (Libération, 31.05.95). Al mismo tiempo, oficiales franceses afirmaban que esas fuerzas tendrían «sus propias “pinturas de guerra” y sus insignias», ya no actuarían con casco azul y su material ya no estaría obligatoriamente pintado de blanco. En el momento en que escribimos este artículo, sigue siendo una incógnita el color de las «pinturas de guerra» de la FRR. Pero el significado de la constitución de esa nueva fuerza militar es de lo más patente: las potencias imperialistas afirman más claramente que antes la autonomía de su acción imperialista.

La población de la ex Yugoslavia, que soporta desde hace ya cuatro años los horro­ res de la guerra, nada positivo podrá esperar de la llegada de esas nuevas «fuerzas de paz». Estas no van allí más que para continuar e intensificar la acción sanguinaria que las grandes potencias han estado llevando a cabo desde el principio del conflicto.

Hacia una agudización de la barbarie guerrera

Todos los gobiernos de la antigua Yugoslavia se han metido ya en una nueva llamarada guerrera. Izetbegovic, jefe del gobierno bosnio, ha anunciado claramente la amplitud de la ofensiva que su ejército ha desatado: Sarajevo no deberá pasar otro invierno asediada por los ejércitos serbios. Expertos de la ONU han calculado que la ruptura del cerco habría de costar más de 15 000 muertos a las fuerzas bosnias. Tan claramente se ha expresado el gobierno croata diciendo que la ofensiva en Eslavonia occidental no era sino el punto de partida de una operación que deberá extenderse a todo el frente que lo opone a los serbios de Krajina, especialmente en la costa dálmata. En cuanto al gobierno de los serbios de Bosnia, éste ha declarado el estado de guerra en la zona de Sarajevo, movilizando a toda la población. A mediados de junio, mientras que diplomáticos americanos se empeñaban en negociar un reconocimiento de Bosnia por los gobiernos serbios, Slavisa Rakovic, uno de los consejeros del gobierno de Pale, declaraba cínicamente que él era «pesimista a corto plazo» y que cree «más en un recrudecimiento de la guerra que en una posibilidad de concluir negociaciones, pues el verano es una estación ideal para batirse» (Le Monde, 14.06.95)

Evidentemente, los serbios de Bosnia ni se baten ni se batirán solos. Las «repúblicas serbias» de Bosnia y de Krajina acaban de proclamar su unificación. Se sabe perfectamente, en lo que respecta al gobierno de Belgrado, el cual supuestamente debe aplicar un embargo sobre las armas hacia los serbios de Bosnia, que nunca lo ha hecho, y, a pesar de las divergencias más o menos ciertas que haya entre las diferentes partes serbias en el poder, su cooperación militar frente a los ejércitos croata y bosnio será total ([5]).Sin embargo, los antagonismos entre los diferentes nacionalismos de la ex Yugoslavia no serían ni mucho menos suficientes para mantener y desarrollar la guerra si las grandes potencias mundiales no los alimentaran y los agudizaran, si los discursos «pacifistas» de éstas no fueran otra cosa sino la tapadera ideológica de su propio imperialismo. El peor enemigo de la paz en la antigua Yugoslavia no es otro que la guerra sin cuartel que se están haciendo las grandes potencias. Todas ellas tienen, a diferentes grados, interés en que se mantenga la guerra en los Balcanes. Más allá de las posiciones geoestratégicas que cada una de ellas defiende o intenta conquistar, en esta guerra lo que ven primero y ante todo es un medio para impedir o destruir las alianzas de las demás potencias competidoras. «En una situación así de inestabilidad, es más fácil para cada potencia perturbar al adversario, sabotear las alianzas que le indisponen, que desarrollar por su parte alianzas sólidas y asegurar una estabilidad en sus tierras» («Resolución sobre la situación internacional», XIº Congreso de la CCI).

Esta guerra ha sido para el capital alemán o francés una poderosa herramienta para quebrar la alianza entre Estados Unidos y Gran Bretaña, como también para sabotear la estructura de la OTAN, instrumento de dominación del capital americano sobre los antiguos miembros del bloque occidental. Recientemente, un alto funcionario del departamento de Estado norteamericano lo reconocía explícitamente: «La guerra en Bosnia ha provocado las peores tensiones en la OTAN desde la crisis de Suez» (International Herald Tribune, 13.06.95). Paralelamente, para Washington, esta guerra ha sido un medio para entorpecer la consolidación de la Unión europea en torno a Alemania. El nuevo presidente de la comisión de la U.E., Santer, se quejaba amargamente de ello, a principios de junio, en unos comentarios sobre la evolución de la situación en los Balcanes.

La agravación actual de la barbarie guerrera en Yugoslavia es la plasmación del avance de la descomposición capitalista, agudizando todos los antagonismos entre fracciones del capital, imponiendo el reino de «cada uno para sí» y «todos contra todos».

La guerra como factor de toma de conciencia del proletariado

La guerra en Yugoslavia es el conflicto más mortífero en Europa desde la última guerra mundial. Desde hacía medio siglo, Europa se había librado de las múltiples guerras habidas entre potencias imperialistas. Los enfrentamientos ensangrentaban las zonas del «Tercer mundo», a través de las luchas de «liberación nacional». Europa había permanecido como «un remanso de paz». La guerra de la ex Yugoslavia, al poner fin a esa situación, cobra un carácter histórico de la mayor importancia. Para el proletariado europeo, la guerra es cada vez menos una realidad exótica que se desarrolla a miles de kilómetros y de la que se siguen las peripecias en los televisores a la hora de comer.

Hasta ahora, esta guerra ha sido un factor muy limitado de preocupación en las mentes de los proletarios de los países industrializados. Las burguesías europeas han sabido presentar el conflicto como otra guerra «lejana», en la que las potencias «democráticas» deben cumplir una misión «humanitaria», «civilizadora», para pacificar a unas «etnias» que se matan sin razón. Aunque cuatro años de imágenes mediáticas manipuladas no hayan podido ocultar la sórdida y bestial realidad de la guerra, aunque en las mentes proletarias esta guerra se sienta como uno de los mayores horrores que hoy se ciernen sobre el planeta, el sentimiento general predominante entre los explotados ha sido el de una relativa indiferencia resignada. Sin entusiasmo, se han esforzado en creer en la realidad de los discursos oficiales sobre las «misiones humanitarias» de los soldados de la ONU y de la OTAN.

La actual evolución del conflicto, el cambio de actitud a que se ven obligados los gobiernos de las principales potencias implicadas están cambiando las cosas. El que los gobiernos de Francia y de Gran Bretaña hayan decidido enviar a miles de nuevos soldados allá, el que éstos sean enviados no ya sólo como representantes de una organización internacional como la ONU, sino como soldados con uniforme y bajo las banderas de su patria, todo ello está dando una nueva dimensión a la manera de percibir esta guerra. La participación activa de las potencias en el conflicto está enseñando su verdadero rostro. El velo «humanitario» con el que las potencias tapan su acción se está desgarrando cada día más, dejando aparecer la siniestra realidad de sus motivaciones imperialistas.

La agravación actual de la guerra en la antigua Yugoslavia se produce en el momento en que las perspectivas económicas mundiales conocen una nueva degradación importante, que anuncia nuevos ataques sobre las condiciones de existencia de la clase obrera, especialmente en los países más industrializados. Guerra y crisis económica, barbarie y miseria, caos y empobrecimiento, más que nunca la quiebra del capitalismo, el desastre que arrastra la supervivencia de ese sistema en descomposición, ponen a la clase obrera mundial ante sus responsabilidades históricas. La agravación cualitativa de la guerra en la antigua Yugoslavia debe ser, en ese contexto, un factor suplementario de toma de conciencia de esa responsabilidad. Y les incumbe a los revolucionarios contribuir con toda su energía en ese proceso del cual ellos son un factor indispensable.

Deben, especialmente, poner en evidencia que la comprensión del papel desempeñado por las grandes potencias en esta guerra permite combatir el sentimiento de impotencia que la clase dominante inocula desde el principio de aquella. Los gobiernos de las grandes potencias industriales y militares sólo pueden hacer la guerra si la clase obrera de sus países se lo permite, si los proletarios no logran unificar conscientemente sus fuerzas contra el capital. El proletariado de esas potencias, por su experiencia histórica, por el hecho de que la burguesía no ha conseguido encuadrarlo ideológicamente para enviarlo a una nueva guerra internacional, es el único capaz de poner fin a la barbarie guerrera mundial, a la barbarie capitalista en general. Eso es lo que la agravación de la guerra en la antigua Yugoslavia debe recordar a los proletarios.

RV
19 de junio de 1995

 

[1] Es muy significativo que las negociaciones con los diferentes gobiernos serbios sobre el reconocimiento de Bosnia, sean llevadas no por representantes bosnios, sino por diplomáticos de Washington. Tan significativo del compromiso de las potencias junto a tal o cual beligerante, son las posiciones defendidas por cada una de ellas a propósito de esa negociación. Una de las propuestas hechas al gobierno de Milosevic es que reconozca a Bosnia a cambio de un cese de las sanciones económicas internacionales que siguen castigando a Serbia. Pero cuando se trata de definir el levantamiento de sanciones, aparecen las divisiones entre las potencias: para Estados Unidos, ese levantamiento debe ser totalmente condicional y poder ser suspendido en todo momento en función de cada acción del gobierno serbio; para Francia y Gran Bretaña, en cambio, el cese de las sanciones debe estar garantizado durante un período de al menos seis meses; para Rusia, debe ser incondicional y sin límites de tiempo.

[2] El 6 de marzo de este año, un acuerdo militar ha sido firmado entre el gobierno de Croacia y el de los musulmanes de Bosnia para «defenderse del enemigo común». Sin embargo, este acuerdo entre Croacia y Bosnia, y paralelamente entre Estados Unidos y Alemania, para llevar a cabo una contraofensiva contra los ejércitos serbios no puede ser más que provisional y circunstancial. En la parte de Bosnia controlada por Croacia, ambos ejércitos están frente a frente y en cualquier momento pueden reanudarse los enfrentamientos como así fue durante los primeros años de la guerra. La situación en la ciudad de Mostar, la más importante de la región, que fue objeto de enfrentamientos extremadamente mortíferos entre croatas y musulmanes, es muy elocuente. Aunque supuestamente se vive en Mostar bajo un gobierno común croata-bosnio, con una presencia activa de representantes de la Unión Europea, la ciudad sigue estando dividida en dos partes bien diferenciadas, y los hombres musulmanes en edad de combatir, tienen estrictamente prohibido entrar en la parte croata. Pero además, y sobre todo, el antagonismo que opone el capital estadounidense al capital alemán en la ex Yugoslavia, como en el resto del mundo, es la principal línea de enfrentamiento en las tensiones imperialistas desde el hundimiento del bloque del Este (ver «Todos contra todos» en Revista internacional nº 80, 1995).

[3] La exigencia de Francia y de Gran Bretaña de que las fuerzas de la ONU en el terreno sean agrupadas para «defenderse mejor de los serbios» es, también, una maniobra hipócrita. No expresa ni mucho menos una voluntad de acción contra los ejércitos serbios, sino que implicaría, al contrario, abandonar la presencia de cascos azules en casi todos los enclaves cercados por aquéllos en Bosnia (excepto los tres principales). Eso implicaría dejarles toda la posibilidad de apoderarse de ellos definitivamente, aún permitiendo concentrar la «ayuda» de los cascos azules en las zonas más importantes.

[4] La discusión habida al respecto entre el presidente francés Chirac, durante su viaje a la cumbre del G-7 en junio, y el speaker de la Cámara de representantes de EEUU, Newt Gingrich, fue calificada de «directa» y «dura». El gobierno ruso sólo ha aceptado el principio tras haber marcado claramente su oposición y su desconfianza.

[5] El gobierno de Belgrado había obtenido una rebaja del embargo económico internacional a cambio del compromiso de no seguir abasteciendo en armas al gobierno de Pale. Pero los salarios de los oficiales serbios de Bosnia son y siempre han sido pagados por Belgrado. Belgrado no ha dejado nunca de entregar en secreto armas a los «hermanos de Bosnia» y, por ejemplo, el sistema de defensa radar antiaéreo de ambas repúblicas sigue unificado.

Geografía: 

  • Balcanes [1]

Acontecimientos históricos: 

  • Caos de los Balcanes [2]

XIº Congreso de la CCI - El combate por la defensa y la construcción de la organización

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Durante el mes de abril, la CCI ha celebrado su 11º Congreso Internacional. Dado que las organizaciones comunistas son una parte del proletariado, un producto histórico del mismo a la vez que parte integrante y factor activo del combate por su emancipación, el Congreso, que es la instancia suprema de la organización, es un hecho de primera importancia para la clase obrera. Por ello, los comunistas deben rendir cuentas de este momento esencial de la vida de la organización. Durante varios días, delegaciones de 12 países ([1])  representando a más de 1500 millones de habitantes, a las mayores concentraciones proletarias del mundo (Europa Occidental y América del Norte) han debatido, sacado enseñanzas, trazado orientaciones sobre las cuestiones esenciales que confrontaba nuestra organización.

El orden del día del Congreso comprendía esencialmente dos puntos: las actividades y el funcionamiento de nuestra organización y la situación internacional ([2]). Sin embargo, ha sido el primer punto el que ha ocupado la mayor parte de las sesiones y suscitado los debates más apasionados. Esto es debido a que la CCI debía enfrentar dificultades organizativas muy importantes que necesitaban una movilización especial de todas las secciones y de todos los militantes.

Los problemas de organización
en la historia del movimiento obrero...

La experiencia histórica de las organizaciones revolucionarias del proletariado demuestra que las cuestiones que afectan a su funcionamiento son cuestiones políticas en su totalidad y merecen la máxima atención y la mayor profundidad.

Los ejemplos de esta importancia de la cuestión organizativa son numerosos en el movimiento obrero pero podemos evocar de manera especial los de la AIT (Asociación internacional de los trabajadores, llamada igualmente Primera internacional) y el del IIºCongreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) celebrado en 1903.

La AIT había sido fundada en septiembre de 1864 en Londres por iniciativa de cierto número de obreros franceses e ingleses. La AIT dio desde el principio una estructura de centralización, el Consejo central, el cual, tras el Congreso de Ginebra de 1866, pasó a llamarse Consejo general. En el seno de este órgano Marx desempeñará un papel principal puesto que será encargado de redactar un gran número de sus textos fundamentales, tales como el Llamamiento inaugural, sus Estatutos así como los dos Llamamientos sobre la Comuna de París (La Guerra civil en Francia) de mayo 1871. Rápidamente, la AIT (la Internacional, como le llamaban los obreros) se convirtió en una “potencia” en los países avanzados (en primer lugar, en los de Europa occidental). Hasta la Comuna de Paris fue capaz de agrupar a un número creciente de obreros y fue un factor primordial en el desarrollo de dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por esto, será atacada de forma cada vez más encarnizada por la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración de soplones, persecución contra sus miembros etc. Sin embargo, lo que le hará correr el mayor peligro son los ataques procedentes de sus propios miembros y los que se dirigieron contra el modo de organización de la Internacional.

En el momento mismo de la fundación de la AIT, los estatutos provisionales que se dio, fueron traducidos por sus secciones parisinas, fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Prudhon, en un sentido que atenuaba considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Sin embargo, los ataques más peligrosos vendrán más tarde cuando entrará en sus filas la «Alianza de la Democracia socialista», fundada por Bakunin y que iba a encontrar un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional dadas las debilidades importantes que pesaban todavía sobre ella, resultado de la inmadurez del proletariado en esa época, el cual no había podido desgajarse de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo.

«La primera fase de la lucha del proletariado contra la burguesía está marcada por el movimiento sectario. Este tiene su razón de ser en una época en la que el proletariado no está bastante  desarrollado para actuar como clase. Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan soluciones fantásticas que la masa de obreros no tiene otra cosa que hacer sino aceptarlas, propagarlas y ponerlas en práctica. Por su misma naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a toda acción real, a la política, a las huelgas, a las coaliciones, en una palabra, a todo movimiento de conjunto. La masa del proletariado  es indiferente o incluso hostil a su propaganda... Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan desde el momento en que las supera, con ello se convierten en reaccionarias... En fin, estamos ante la infancia del movimiento obrero, de la misma  forma que la astrología o la alquimía son la infancia de la ciencia. Para que fuera posible la fundación de la Internacional era necesario que el proletariado hubiera superado esta fase.

Frente a las organizaciones fantasiosas y antagonistas de las sectas, la Internacional es la organización real y militante de los proletarios en todos los países, vinculados entre sí por la lucha común contra los capitalistas, los  terratenientes y su poder de clase organizado en el Estado. Así, los Estatutos de la Internacional no reconocen sino a las simples sociedades obreras, que persiguen todas el mismo objetivo y que aceptan todas el mismo programa, el cual se limita a trazar los grandes rasgos del movimiento proletario y encomienda  la elaboración  teórica al impulso dado por las necesidades de la lucha práctica y el intercambio de ideas que se hace en sus secciones, admitiendo indistintamente todas las convicciones socialistas en sus órganos y sus congresos.

De la misma forma que, en toda nueva fase histórica, los viejos errores reaparecen un instante para desaparecer a continuación, la Internacional ha visto renacer en su seno secciones sectarias» (Las pretendidas escisiones en la Internacional, capítulo IV, circular del Consejo general del 5 de marzo de 1872).

Esta debilidad estaba mucho más acentuada en los sectores más atrasados del  proletariado europeo, allí donde apenas estaba saliendo del artesanado y el campesinado, particularmente en los países latinos. Estas debilidades fueron aprovechadas por Bakunin, el cual  había entrado en la Internacional en 1868 después del fracaso de la Liga por la paz y la libertad (de la cual era uno de los principales animadores y que agrupaba a republicanos burgueses). El instrumento de las operaciones de Bakunin fue la Alianza de la democracia socialista la cual había sido fundada dentro de la Liga por la paz y la libertad. La Alianza era a la vez una sociedad pública y secreta que se proponía en realidad formar una internacional dentro de la Internacional. Su  estructura secreta y la concertación que permitía entre sus miembros deberían asegurarle el «copo» de un máximo de secciones de la AIT, aquellas donde las concepciones anarquistas tenían más eco. En sí, la existencia en la AIT de varias corrientes de pensamiento no era un problema ([3]). En cambio, las acciones de la Alianza, que pretendía sustituir la organización oficial de la Internacional, fueron un grave factor de desorganización de la misma y le hicieron correr un peligro mortal. La Alianza intentó tomar el control de la Internacional con ocasión del Congreso de Basilea en septiembre de 1869. Con este objetivo, sus miembros, y muy especialmente Bakunin y Guillaume, apoyaron con fervor una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Sin embargo, al fracasar en este empeño, la Alianza, que se había dado estatutos secretos basados en una centralización extrema ([4]), comenzó a hacer campaña contra la «dictadura» del Consejo general, pretendiendo reducirlo al papel de un«Buró de correspondencia y estadísticas» (según los propios términos de los aliancistas) o un buzón de correos (según la respuesta de Marx). Contra el principio de centralización, que expresa la unidad del proletariado, la Alianza preconizaba el «federalismo», la «completa autonomía de las secciones» y el carácter no obligatorio de las decisiones de los Congresos. Lo que pretendía con esto era hacer lo que le diera la gana en aquellas secciones que controlaba. Era la puerta abierta a la desorganización de la AIT.

Frente a este peligro se enfrentó el Congreso de La Haya de 1872, el cual debatió la cuestión de la Alianza sobre la base de un informe de una Comisión de encuesta y finalmente decidió la expulsión de Bakunin y Guillaume, principal responsable de la federación jurasiana de la AIT, que estaba bajo el control completo de la Alianza. El Congreso fue a la vez el punto culminante  de la AIT (fue el único Congreso al que Marx asistió, lo que da idea de la importancia que le atribuía) y su canto de cisne, dado el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que había provocado en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esta realidad. Por ello, además de medidas que tenían por objetivo sustraer a la AIT del control de la Alianza, propusieron que el Consejo general se instalara en Nueva York, alejado de los conflictos que dividían cada vez más la AIT. Esto fue un medio para permitirle una «muerte suave» (sancionada por la Conferencia de Filadelfia de julio 1876) sin que su prestigio fuera recuperado por los intrigantes bakuninistas.

Estos últimos, y tras ellos los anarquistas que han perpetuado esta leyenda, pretendían que el Consejo general habría obtenido la exclusión de Bakunin y Guillaume a causa de diferencias en la manera de plantear la cuestión del Estado ([5]). También han explicado el conflicto entre Marx y Bakunin por razones de personalidad. En suma, Marx habría querido resolver mediante medidas administrativas un desacuerdo que comportaba cuestiones teóricas generales. Nada más falso.

En el Congreso de La Haya no se tomó ninguna medida contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin, que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron haber dejado de formar parte de ella. Igualmente, la AIT «anti-autoritaria» que se formó después del Congreso de La Haya con las secciones que rechazaron sus decisiones, no estaba formada únicamente por anarquistas sino que junto a ellos, estaban los lasallianos alemanes, grandes defensores del «socialismo de Estado», según los propios términos de Marx. En realidad, la verdadera lucha dentro de la AIT  era entre los que preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter obligatorio de las decisiones de los Congresos) y los que reivindicaban el derecho a hacer cada cual lo que le diera la gana, cada cual en su rincón, considerando los Congresos como simples asambleas donde «se podían intercambiar puntos de vista» pero sin tomar decisiones. Con este modo de organización informal, la Alianza podía asegurar de manera secreta la verdadera centralización de todas las federaciones, como lo había reconocido explícitamente Bakunin en numerosas correspondencias. La puesta en práctica de las concepciones «anti-autoritarias» de la Alianza era la mejor forma de entregar la AIT a las intrigas y el poder oculto e incontrolado de la Alianza y de los aventureros que la dirigían.

El IIº Congreso del POSDR fue la ocasión de un enfrentamiento similar entre los defensores de una concepción proletaria de la organización revolucionaria y los partidarios de una concepción pequeño burguesa.

Existen semejanzas entre la situación del movimiento obrero de Europa occidental en tiempos de la AIT y la del movimiento en Rusia a principios de siglo. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia de aquél, explicándose el desfase temporal por el retraso del desarrollo industrial de Rusia. La AIT tuvo como vocación reunir en una organización única las diferentes sociedades obreras que hacía surgir el desarrollo del proletariado. Igualmente, el IIº Congreso del POSDR tenía como objetivo realizar una unificación de los diferentes comités, grupos y círculos que, reclamándose de la socialdemocracia, se habían desarrollado en Rusia y en el exilio. Entre estas organizaciones no existía prácticamente ningún lazo formal tras la desaparición del Comité central que había salido del primer Congreso de 1897. En el IIº Congreso asistimos a una confrontación entre una concepción de la organización representante del pasado del movimiento, la de los mencheviques, y una concepción que expresa las nuevas exigencias, la de los bolcheviques:

«Bajo el nombre de “minoría” se han agrupado en el partido, elementos heterogéneos unidos por el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores del Partido. Algunos militantes eminentes de los antiguos círculos más influyentes, al carecer del hábito de las restricciones en materia de organización que deben autoimponerse en razón de la disciplina de partido, se inclinan a confundir mecánicamente los intereses generales del partido con sus intereses de círculo, que, efectivamente, en el período de los círculos podían coincidir» (Lenin, Un paso adelante, dos atrás).

De  una manera  que se confirmó posteriormente (cuando se produce la revolución de 1905 pero más acentuadamente en 1917 durante la cual los mencheviques se  ponen de parte de la burguesía), la postura de los mencheviques estaba determinada por la penetración, en la socialdemocracia rusa, de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas. En particular, como anota Lenin: “El grueso de la oposición ha sido formado por los elementos intelectuales de nuestro partido”, los cuales han sido uno de los vectores de las concepciones pequeño burguesas en materia de organización. Por ello, estos elementos «izan de la forma más natural el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización y ellos erigen su anarquismo espontáneo en principio de lucha, calificando erróneamente este anarquismo como reivindicación en favor de la tolerancia” (Lenin, Un paso adelante, dos atrás). Y de hecho, existen muchas semejanzas entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquistas en la AIT (en varias ocasiones, Lenin habla del «anarquismo de gran señor» de los mencheviques).

De esta forma, como los anarquistas cuando el Congreso de La Haya, los mencheviques se niegan a reconocer las decisiones del IIº Congreso afirmando que el Congreso «no es una divinidad» y que sus decisiones «no son sacrosantas». En particular, de la misma forma que los bakuninistas entran en guerra contra el principio de centralización y la «dictadura del Consejo general» una vez que han fracasado en su tentativa de hacerse con él, una de las razones por las que los mencheviques, después del Congreso, comienzan a rechazar la centralización reside en que algunos de ellos fueron separados de los órganos centrales que fueron nombrados por aquél. Encontramos igualmente semejanzas en la forma en que los mencheviques hacen campaña contra la «dictadura personal» de Lenin, contra su «puño de hierro», que sigue los pasos de las acusaciones de Bakunin contra la «dictadura» de Marx y el Consejo general.

«Cuando se considera la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso solo puedo decirse que es una tentativa insensata, indigna de un miembro del partido, de romper el Partido... ¿Por qué? Porque únicamente está descontento de la composición de los órganos centrales, pues objetivamente es únicamente esta cuestión la que nos separa. Las apreciaciones subjetivas tales como ofensa, insulto, expulsión, separación, mancha en la reputación etc. no son más que el fruto de una imaginación enferma y de un orgullo herido. Esta imaginación enferma y este amor propio herido llevan derechos a los cotilleos más vergonzosos: sin haber conocido la actividad de los nuevos centros, ni haberlos visto en acción, se van extendiendo por ahí rumores sobre “carencias”, sobre el “guante de hierro” de Ivan Ivanovitch, sobre la “violencia” de Ivan Ivanovitch... A la socialdemocracia rusa le queda una última y difícil etapa que franquear, del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los cotilleos y la presión de los círculos considerados como medios de acción, a la disciplina» («Relación del IIº Congreso del POSDR», Obras completas, tomo 7).

Con el ejemplo de la AIT y del IIº Congreso del POSDR podemos ver toda la importancia de las cuestiones ligadas al modo de organización de las formaciones revolucionarias. En efecto, en torno a estas cuestiones se produjo una decantación decisiva, antes que sobre otras materias, entre la corriente proletaria y las corrientes pequeño burguesas y burguesas. Esto se deriva del hecho que uno de los canales privilegiados a través de los cuales se infiltra en el seno de estas formaciones las ideologías de clases extrañas al proletariado, burguesía y pequeña burguesía, es precisamente el del modo de funcionamiento.

La historia del movimiento obrero está llena de otros ejemplos de este tipo. Si hemos evocado únicamente los dos anteriores es evidentemente por una cuestión de espacio, pero también porque existen similitudes importantes, como veremos más lejos, entre las circunstancias históricas de la constitución de la AIT y el POSDR y las de la CCI.

... y de la CCI

La CCI se ha visto obligada, varias veces, a centrar su atención en este tipo de cuestión. Fue el caso, por ejemplo, en su Conferencia de fundación, en enero 1975, donde examinó la cuestión de la centralización internacional (ver el «Informe sobre las cuestiones de organización de nuestra corriente», publicado en nuestra Revista internacional, nº 1). Un año después, en el momento de su Primer congreso, nuestra organización retomaba el problema con la adopción de los Estatutos (ver el artículo «Los Estatutos de las organizaciones revolucionarias del proletariado», Revista internacional, nº 5). En fin, la CCI, en enero 1982, dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a esta cuestión en respuesta a la crisis sufrida en 1981 ([6]). Frente a la clase obrera y su medio revolucionario, la CCI no ocultó las dificultades padecidas a principios de los 80. Así, la resolución de actividades del Vº Congreso, citada en la Revista internacional nº 34-35, decía: «Desde su IV° Congreso (1981), la CCI ha conocido la crisis más grave de su existencia. Una crisis que, mucho más allá de las peripecias particulares del “asunto Chenier”([7]), ha sacudido a la organización en profundidad, la ha hecho casi estallar, ha provocado directa o indirectamente, la salida de cuarenta militantes, ha reducido a la mitad de sus efectivos su segunda sección territorial. Una crisis que se ha traducido por una ceguera, una desorientación, que la CCI no había conocido desde su fundación. Una crisis que ha necesitado, para ser superada, la movilización de medios excepcionales: la celebración de una Conferencia internacional extraordinaria, la discusión y la adopción de textos de orientación de base sobre la función y el funcionamiento de la organización revolucionaria, así como la adopción de nuevos Estatutos».

Esta actitud de transparencia respecto a las dificultades encontradas por nuestra organización no correspondía, en manera alguna, a un «exhibicionismo» por nuestra parte. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte integrante de la experiencia de la clase obrera. Por ello, un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos atrás, a sacar las lecciones políticas del IIº Congreso del POSDR. Dando cuenta de su vida organizativa, la CCI no hace otra cosa que asumir su responsabilidad frente a la clase obrera.

Evidentemente la puesta en evidencia por parte de las organizaciones revolucionarias de sus problemas y discusiones internas es un plato favorito para todas las tentativas de denigración que buscan sus adversarios. Es el caso, también y muy particularmente, de la CCI. Desde luego, no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obrera para que los centros de propaganda burguesa tengan interés en hablar de ella para intentar desacreditarla. Para la burguesía es preferible construir un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por esto el trabajo de denigrarlas y de sabotaje de su intervención, es tomado a cargo por toda una serie de grupos y de elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a los elementos que se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario.

El conjunto de grupos comunistas ha tenido que encarar los estragos provocados por los parásitos; le incumbe, sin embargo, a la CCI, al ser la organización más importante del medio político proletario, prestar una particular atención al mundillo parásito. En este se encuentran grupos constituidos tales como el Grupo comunista internacionalista (GCI) y sus escisiones (tales como Contre le courant), el difunto Grupo Boletín comunista (CBG) o la ex-Fracción externa de la CCI, que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo, el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados o que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que ella no haya «reconocido sus méritos» a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. También se trata de antiguos simpatizantes que la organización no ha querido integrar porque juzgaba que no tenían la claridad suficiente o porque han renunciado a integrarse por miedo a perder su «individualidad» dentro de un marco colectivo (son los casos del Colectivo comunista Alptraum de México o de Komunist Kranti en India). En todos esos casos se trata de elementos cuya frustración resultante de su cobardía, de su flojera y de su impotencia, se transforma en hostilidad sistemática hacia la organización. Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio, son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir.

Sin embargo, no son los chanchullos del parasitismo lo que va a impedir a la CCI hacer conocer al conjunto del medio político proletario las enseñanzas de su propia experiencia. En 1904, Lenin escribía en el Prefacio de su libro Un paso adelante dos pasos atrás:

«Ellos (nuestros adversarios) exultan y gesticulan a la vista de nuestras discusiones: evidentemente, se esforzarán, para aprovecharlas para sus fines, por agitar tales o cuales pasajes de mi folleto dedicados a los fallos y lagunas de nuestro Partido. Los socialdemócratas rusos están suficientemente curtidos en la batalla como para dejarse molestar por esos alfilerazos, para continuar, pese a todo, su trabajo de autocrítica y continuar desvelando sin cortapisas sus propias lagunas que serán rellenadas necesariamente y sin falta por el crecimiento del movimiento obrero. ¡Que nuestros señores adversarios intenten al menos ofrecernos la verdadera situación de sus “partidos”! Si así fuera, la imagen no se asemejaría ni de lejos a la que presentan las Actas de nuestro IIº Congreso!» (Lenin, Obras completas, tomo 7).

Exactamente con el mismo estado de ánimo damos conocimiento a nuestros lectores de amplios extractos de la Resolución adoptada por nuestro XIº Congreso. Esto no es una manifestación de debilidad de la CCI sino todo lo contrario: es un testimonio de su fuerza.

Los problemas afrontados por la CCI en el último período

« El XI° Congreso de la CCI lo afirma claramente: la CCI estaba en una situación de crisis latente, mucho más profunda que la que había sacudido a la organización a principios de los años 80, una crisis que, de no identificar sus raíces, podía haberse llevado por medio la organización» («Resolución de actividades», punto 1).

«- la Conferencia extraordinaria de enero del 1982, destinada a remontar la pendiente después de la crisis de 1981, no fue capaz de ir hasta el final en el análisis de las debilidades que afectaban a la CCI;
- más aún: la CCI no integró plenamente las adquisiciones de esta conferencia...;
- el reforzamiento de la presión destructiva de la descomposición del capitalismo que pesa sobre la clase y sobre sus organizaciones comunistas.

En este sentido, la única manera para la CCI de poder enfrentar eficazmente el peligro mortal que la amenazaba consistía:
- en la identificación de la importancia de este peligro...;
- en una movilización del conjunto de la CCI, de sus militantes, de las secciones y de los órganos centrales, en torno a la prioridad de la defensa de la organización;
- en la reapropiación de las adquisiciones de la Conferencia de 1982;
- en una profundización de estas adquisiciones» (ídem, punto 2).

El combate por el enderezamiento de la CCI comenzó en otoño de 1993 mediante la discusión en toda la organización de un Texto de orientación que recordaba y actualizaba las enseñanzas de 1982, a la vez que profundizaba sobre el origen histórico de nuestras debilidades. En el centro de nuestra posición habían las preocupaciones siguientes: la reapropiación de nuestras adquisiciones y las del conjunto del movimiento obrero, la continuidad con sus combates y particularmente con su lucha contra la penetración en su seno de las ideologías extrañas, burguesa y pequeño burguesa.

«El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado. De forma más precisa, se refería al combate del Consejo general de la AIT contra la acción de Bakunin y su fieles, así como el de Lenin y los bolcheviques contra las concepciones oportunistas y anarquizantes de los mencheviques aparecidas en el IIº Congreso del POSDR  y después del mismo. Notablemente, importaba que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como lo hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. Esta prioridad en el combate venía dada por la naturaleza de las debilidades que pesaban sobre la organización, debido a su origen en los círculos aparecidos tras el ímpetu dado por la reanudación histórica del proletariado a finales de los años 60; círculos fundamentalmente marcados por el peso de las afinidades, de las concepciones contestatarias, individualistas, en una palabra, concepciones anarquizantes, particularmente influenciadas por las revueltas estudiantiles que acompañaron, contaminándola, la recuperación proletaria. En este sentido, la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo, esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes dentro de la organización: estos clanes eran en realidad el resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del período en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista. Por ello, los clanes se habían convertido, a su vez, en el factor activo y el mejor garante de mantenimiento masivo del espíritu de círculo dentro de la organización» (ídem, punto4).

Aquí, la resolución hace referencia a un punto del Texto de orientación de otoño 1993 que pone de relieve la cuestión siguiente:

«Efectivamente, uno de los peores peligros que amenazan la organización permanentemente, que dañan a su unidad hasta poder destruirla, es la constitución, deliberada o no, de clanes. Cuando domina una dinámica de clanes, las preocupaciones no parten de un real acuerdo político sino de los lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o de las frustraciones compartidas. A menudo, semejante dinámica, en la medida en que no se funda sobre una real convergencia política, se acompaña de la existencia de gurús, o “jefes de banda”, garantes de la unidad del clan, y que pueden establecer su poder bien a partir de un carisma particular, que puede ahogar las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, bien del hecho que son presentados, o ellos mismos se presentan, como “víctimas” de tal o cual política de la organización. Cuando semejante dinámica aparece, los miembros o los simpatizantes del clan no se determinan en su comportamiento o en las decisiones que toman, en función de una elección consciente y razonada basada sobre los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización».

Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero (por ejemplo, la actitud de los antiguos redactores del Iskra, agrupados en torno a Martov y que, descontentos por las decisiones adoptadas por el IIº Congreso del POSDR, habían formado la fracción de los mencheviques), pero también sobre precedentes en la historia de la CCI. No podemos entrar en los detalles pero podemos afirmar que las «tendencias» que ha conocido la CCI (la que escisionó en 1978 para formar el Grupo comunista internacionalista, la tendencia Chenier en 1981 y la tendencia que dejó la CCI en el VIº Congreso para formar la Fracción externa de la CCI) correspondían más bien a dinámicas de clan que a auténticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto, el motor principal de estas «tendencias» no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (estas divergencias eran extremadamente heterogéneas como la ha demostrado la trayectoria ulterior de estas «tendencias»), sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacia elementos que se consideraban «perseguidos» o insuficientemente reconocidos.

El enderezamiento de la CCI

Si la existencia de clanes dentro de la organización no tenía el mismo carácter espectacular que en el pasado, era, sin embargo, un factor que minaba sorda aunque dramáticamente el tejido de la organización. En particular, el conjunto de la CCI (incluidos los camaradas implicados) ha puesto en evidencia que tenía enfrente a un clan que ocupaba un lugar preponderante en la organización y que, aunque no era un simple «producto orgánico de las debilidades de la CCI», sí que había «concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio u hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)» (punto 5 de la Resolución de actividades).

Por esto: «La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido apuntar  cantidad de malos funcionamientos que afectaba a la mayoría de sus secciones territoriales (...). Le ha permitido igualmente comprender los orígenes de la pérdida, señalada por el Informe de actividades del Xº Congreso, del “espíritu de agrupamiento” que había caracterizado los primeros años de la CCI» (Resolución de actividades, punto 5).

Finalmente, tras varios días de debates, muy animados, con una fuerte implicación de todas las delegaciones y una profunda unidad entre ellas, el XIº Congreso de la CCI ha podido alcanzar las conclusiones siguientes:

«El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...), el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...), las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...), estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos (...). El congreso señala en particular las contribuciones realizadas por la organización sobre la comprensión de una serie de cuestiones que han confrontado y confrontan las organizaciones de la clase: avances sobre el conocimiento del combate de Marx y el Consejo general contra la Alianza, del combate de Lenin y los bolcheviques contra los mencheviques, del fenómeno del aventurismo político en el movimiento obrero (representado por figuras como Bakunin y Lasalle), llevado a cabo por elementos desclasados que no trabajan a priori para los servicios del Estado capitalista pero que, en la práctica, son mucho más peligrosos que los agentes infiltrados por aquél» (ídem, punto 10).

«Basándose en estos elementos, el XI° Congreso constata, pues, que la CCI está hoy más fuerte que cuando el precedente Congreso, que está incomparablemente mejor armada para asumir sus responsabilidades frente a los futuros combates de la clase, aunque esté todavía en convalecencia» (ídem, punto 11).

Constatar este resultado positivo del combate llevado por la organización no ha creado sin embargo ningún sentimiento de euforia en el Congreso. La CCI ha aprendido a desconfiar de los arrebatos que son más tributarios de la penetración en las filas comunistas de la impaciencia pequeño burguesa que de una postura proletaria.  El combate que llevan las organizaciones y los militantes comunistas es un combate a largo plazo, paciente, a menudo oscuro, y el verdadero entusiasmo que llevan consigo los militantes no se mide a través de impulsos eufóricos sino por la capacidad de mantenerse, contra viento y marea, de resistir frente a la presión deletérea que la ideología de la clase enemiga hace pesar sobre sus mentes. Por ello, la constatación del éxito que ha coronado el combate de nuestra organización en el último período no nos ha conducido al más mínimo triunfalismo:

«Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...). La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente. (...) En realidad, la historia del movimiento obrero, incluida la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular, la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo ha proseguido durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar para desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate» (ídem, punto 13).

Antes de concluir esta parte sobre las cuestiones organizativas que han sido discutidas en el Congreso, debemos precisar que los debates llevados durante año y medio en la CCI no han dado lugar a ninguna escisión (contrariamente a lo que ocurrió en el VIº Congreso o en 1981). Esto ha sido así porque el conjunto de la organización se ha puesto de acuerdo sobre el marco teórico que se dio para comprender las dificultades que encontraba. La ausencia de divergencias sobre este marco general ha permitido que no se cristalizara una «tendencia» o incluso una «minoría» que teorizara sus particularidades. En gran parte, las discusiones se han focalizado sobre cómo convenía concretar este marco en el funcionamiento cotidiano de la CCI manteniendo sin embargo la preocupación de vincular estas concreciones a la experiencia histórica del movimiento obrero. El que no haya habido escisión es un testimonio de la fuerza de la CCI, de su mayor madurez, de la voluntad manifestada por la inmensa mayoría de sus militantes de llevar resueltamente el combate por su defensa, por recuperar su tejido organizativo, por superar el espíritu de círculo y todas las concepciones anarquizantes que consideran la organización como una suma de individuos o de pequeños grupos afines.

Las perspectivas de la situación internacional

La organización comunista no existe evidentemente para sí misma, no es un espectador sino un actor de las luchas de la clase obrera, su defensa intransigente trata justamente de permitirle mantener su papel.

Con este objetivo el Congreso ha dedicado una parte de sus debates al examen de la situación internacional. Ha discutido y adoptado varios informes sobre esta cuestión así como una Resolución que los sintetiza y que se publica en este mismo número de la Revista internacional. Por ello no nos vamos a extender sobre este aspecto de los trabajos del Congreso. Nos limitaremos a evocar aquí el último de los 3 aspectos de la situación internacional (evolución de la crisis económica, conflictos imperialistas, relaciones de fuerza entre las clases) que han sido discutidos en el Congreso.

La Resolución afirma claramente que:

«Más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana» (punto 14).

Sin embargo, el Congreso ha confirmado lo que la CCI anunció desde el otoño de 1989: «Esta lucha, que surgió con fuerza a finales de los años 60, acabando con la contrarrevolución más terrible que haya vivido la clase obrera, ha sufrido un retroceso considerable con el hundimiento de los regímenes estalinistas, las campañas ideológicas que le han acompañado y el conjunto de acontecimientos ulteriores (guerras del Golfo y en la ex-Yugoslavia)» (ídem). Esencialmente por esta razón hoy: «Las luchas obreras se desarrollan de una manera sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento de altibajos» (ídem).

Sin embargo, la burguesía es muy consciente de que la agravación de sus ataques contra la clase obrera va a impulsar nuevos combates cada vez más conscientes. La burguesía se prepara para ellos, desarrollando una serie de maniobras sindicales a la vez que confía a algunos de sus agentes el cuidado de renovar los discursos sobre la «revolución», el «comunismo» o el «marxismo». Por ello «les incumbe a los revolucionarios, en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos como esos discursos aparentemente revolucionarios. Les incumbe propugnar la perspectiva de la revolución proletaria y el comunismo como única salida capaz de salvar la humanidad y como resultado último de los combates obreros» (punto 17).

Después de haber reconstituido y reunido sus fuerzas, la CCI está de nuevo dispuesta, tras su XIº Congreso, a asumir esa responsabilidad.

 


[1] Alemania, Bélgica, Estados Unidos, España, Francia, Gran Bretaña, India, Italia, México, Holanda, Suecia, Venezuela.

[2] Estaba previsto igualmente un examen del medio político proletario que constituye una preocupación permanente de nuestra organización. Sin embargo, por falta de tiempo este punto ha sido suprimido, aunque ello no significa en forma alguna que abandonemos esta cuestión. Al contrario, al haber superado nuestras propias dificultades de organización estamos en condiciones de aportar nuestra mejor contribución al desarrollo del conjunto del medio revolucionario.

[3] «Al encontrarse en situaciones diferentes de desarrollo según los países en que viven,  las secciones de la clase obrera, sus opiniones teóricas, al reflejar el movimiento real, son necesariamente diferentes. Sin embargo, la comunidad de acción realizada por la Asociación internacional de trabajadores, el intercambio de ideas facilitado por la publicidad hecha por los órganos de las varias secciones nacionales, y por fin las discusiones directas en los congresos generales, no podrán sino engendrar gradualmente un programa teórico común» (Respuesta del Consejo general a la solicitud de afiliación de la Alianza, 9 de marzo de 1869). Se ha de precisar que la Alianza ya había planteado su afiliación con estatutos en que estaba previsto que se dotaba de una estructura internacional paralela a la de la AIT (con un Comité central propio y la celebración de un Congreso en locales separados cuando los Congresos de la AIT). El Consejo general había rechazado tal afiliación basándose en que los estatutos de la Alianza eran contrarios a los de la AIT. Precisaba que estaba dispuesto en afiliar las secciones de la Alianza si ésta renunciaba a su estructura internacional. La Alianza había aceptado estas condiciones pero se había mantenido en conformidad con sus estatutos secretos.

[4] En un «Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso», Bakunin hace la apología de la organización secreta «que alimenta su fuerza por la disciplina, la devoción y abnegación de sus miembros, y por la obedencia absoluta a un Comité único que lo conoce todo y no es conocido de nadie».

[5] Los anarquistas llaman a la abolición del Estado inmediatamente. Es una petición de principios: el marxismo ha puesto en evidencia que el Estado se mantendrá, claro está con formas diferentes a las del Estado capitalista, hasta la desaparición total de las clases sociales.

[6] Ver sobre este tema los artículos siguientes: «La crisis del medio revolucionario», «Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios», publicados respectivamente en la Revista Internacional, números 28, 33 y 34-35.

[7] Chenier, explotando la falta de vigilancia de nuestra organización, se hizo miembro de nuestra sección en Francia en 1978. Desde 1980, emprendió un trabajo subterráneo dirigido a la destrucción de nuestra organización. Para hacerlo, explotó, muy hábilmente, tanto la falta de rigor organizativo de la CCI como las tensiones existentes en la sección en Gran Bretaña. Esta situación había conducido a la formación de dos clanes antagónicos en esta sección, bloqueando su trabajo y desembocando en la pérdida de la mitad de la sección así como a numerosas dimisiones en otras secciones. Chenier fue excluido de la CCI en septiembre de 1981 y publicamos en nuestra prensa un comunicado poniendo en guardia al medio político proletario contra este elemento. Más tarde, Chenier ha comenzado su carrera en el sindicalismo, el Partido socialista y el aparato del Estado, para el cual trabajaba, muy probablemente, desde hacía mucho tiempo.

 

Series: 

  • Construcción de la organización revolucionaria [3]

desarrollo de la conciencia y la organización proletaria: 

  • Primera Internacional [4]
  • Corriente Comunista Internacional [5]

XIº congreso de la CCI - Resolución sobre la situación internacional

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 XIº congreso de la CCI

Resolución sobre la situación internacional

1. El reconocimiento de los comunistas del carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista, de la crisis irreversible en la que está sumido hoy este sistema, constituye la base de granito sobre la que se funda la perspectiva revolucionaria del combate del proletariado. Por eso, todas las tentativas, como las que vemos actualmente, de la burguesía y sus agentes para acreditar que la economía mundial está «saliendo de la crisis» o que ciertas economías nacionales «emergentes» podrán tomar el relevo de los viejos sectores económicos extenuados, son un ataque en regla contra la conciencia proletaria.

2. Los discursos oficiales sobre la «recuperación» prestan mucha atención a la evolución de los índices de la producción industrial o al restablecimiento de los beneficios de las empresas. Si efectivamente, en particular en los países anglosajones, hemos asistido recientemente a tales fenómenos, importa poner en evidencia las bases sobre las que se fundan:
– la recuperación de las ganancias resulta a menudo, particularmente para muchas de las grandes empresas, de beneficios especulativos; y tiene como contrapartida una nueva alza súbita de los déficits públicos; en fin, es consecuencia de que las empresas eliminan las «ramas muertas», es decir, sus sectores menos productivos;
– el progreso de la producción industrial resulta en buena medida de un aumento muy importante de la productividad del trabajo basado en una utilización masiva de la automatización y de la informática.

Por estas razones, una de las características esenciales de la «recuperación» actual es que no ha sido capaz de crear empleos, de hacer retroceder el desempleo significativamente, ni el trabajo precario, que al contrario, se ha extendido más, puesto que el capital vela permanentemente por guardar las manos libres para poder tirar a la calle, en cualquier momento, la fuerza de trabajo excedentaria.

3. Si el desempleo constituye antes que nada un ataque contra la clase obrera, un factor brutal de desarrollo de la miseria y de la exclusión, también es un índice de primer plano de la quiebra del capitalismo. El capital vive de la explotación del trabajo vivo: que se deseche una proporción considerable de la fuerza de trabajo es, más aún que el entierro de partes enteras del aparato industrial, una verdadera automutilación del capital, que da cuenta de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, cuya función histórica era precisamente extender el trabajo asalariado a escala mundial. Esta quiebra definitiva del capitalismo se ve ilustrada igualmente en el endeudamiento dramático de los Estados, que en el curso de los últimos años se ha disparado: entre 1989 y 1994, la deuda pública ha pasado del 53 % al 65 % del producto interior bruto en Estados Unidos, del 57 al 73 % en Europa, hasta llegar al 142 % en el caso de Bélgica. De hecho, los Estados capitalistas están en suspensión de pagos. Si estuvieran sometidos a las mismas leyes que las empresas privadas, ya se habrían declarado oficialmente en quiebra. Esta situación no es, ni más ni menos, que la plasmación de que el capitalismo de Estado es la única respuesta que el sistema puede oponer a su propio callejón sin salida, pero se trata de una respuesta que de ninguna manera es una solución y que no puede servir eternamente.

4. las tasas de crecimiento, en algunos casos de dos cifras, de las famosas «economías emergentes» no contradicen la constatación de la quiebra general de la economía mundial. Resultan de un aflujo masivo de capitales atraídos por el coste increíblemente bajo de la fuerza de trabajo en esos países, de una explotación feroz de los proletarios, de lo que la burguesía púdicamente llama «deslocalizaciones». Esto significa que ese desarrollo económico tiene que acabar afectando la producción de los países más avanzados, cuyos Estados, cada vez más, se indignan contra las «prácticas comerciales desleales» de estos países «emergentes». Además, los rendimientos espectaculares que se regodean en presentar, recubren a menudo una ruina de sectores enteros de la economía de esos países: el «milagro económico» de China significa más de 250 millones de desempleados para el año 2000. En fin, el reciente hundimiento financiero de otro país «ejemplar», México, cuya moneda ha perdido la mitad de su valor de un día para otro, que ha necesitado la inyección urgente de casi 50mil millones de dólares de créditos (con mucho la mayor operación de «salvamento» de la historia del capitalismo) resume la realidad del espejismo que constituye la «emergencia» de ciertos países del tercer mundo. Las economías «emergentes» no son la nueva esperanza de la economía mundial. Sólo son manifestaciones, tan frágiles como aberrantes, de un sistema desquiciado. Y desde luego esta realidad no se pone en entredicho por la situación de los países de Europa del Este, cuya economía se pensaba, aún hasta hace poco, que iba a desarrollarse bajo el sol del liberalismo. Si algunos países (como Polonia) consiguen por el momento salir del paso, el caos que se despliega sobre la economía de Rusia (caída de casi 30 % de la producción en 2 años, más de 2000 % de aumento de los precios para este mismo período) viene a ilustrar de forma impresionante hasta qué punto mentían los discursos que habíamos escuchado en 1989. Hasta tal punto es catastrófico el estado de la economía rusa que la Mafia, que controla una buena parte de sus engranajes, no aparece como un parásito, como es el caso en ciertos países occidentales, sino como uno de los pilares que aseguran un mínimo de estabilidad.

5. En fin, el estado de quiebra potencial en el que se encuentra el capitalismo, el hecho de que no puede vivir eternamente de hipotecas sobre el porvenir, intentando sortear la saturación general y definitiva de los mercados huyendo hacia adelante con el endeudamiento, hace pender amenazas cada vez más fuertes sobre el conjunto del sistema financiero mundial. El sobresalto provocado por la quiebra del banco británico Barings, consecuencia de las acrobacias de un «golden boy», la perturbación que ha seguido al anuncio de la crisis del peso mexicano, sin parangón con el peso de la economía de México en la economía mundial, son índices indiscutibles de la verdadera angustia que atenaza a la clase dominante ante la perspectiva de una «auténtica catástrofe mundial» de sus finanzas, según las palabras del director del FMI. Pero esta catástrofe financiera en realidad revela la catástrofe en la que se hunde el propio modo de producción capitalista y que precipita al mundo entero en las convulsiones más considerables de su historia.

6. El terreno en el que se manifiestan más cruelmente estas convulsiones es el de los enfrentamientos imperialistas. Apenas han trascurrido cinco años desde el hundimiento del bloque del Este, desde las promesas de un «nuevo orden mundial» que hicieron los dirigentes de los principales países de Occidente, y nunca antes el desorden de las relaciones entre Estados ha sido tan flagrante. El «orden de Yalta», si bien se basaba en la amenaza de un enfrentamiento terrorífico entre superpotencias nucleares, y aunque esas dos superpotencias no habían parado de enfrentarse por medio de países interpuestos, contenía un cierto factor «de orden», precisamente. En ausencia de la posibilidad de una nueva guerra mundial, puesto que el proletariado de los países centrales no está alistado, los dos guardianes del mundo procuraban mantener en un marco «aceptable» los enfrentamientos imperialistas. Precisaban esencialmente evitar que sembraran el caos y las destrucciones en los países avanzados, y particularmente en el terreno principal de las dos guerras mundiales: Europa. Este edificio ha saltado en pedazos. Con los sangrientos enfrentamientos en ex-Yugoslavia, Europa ha dejado de ser un «santuario». Al mismo tiempo, esos enfrentamientos han puesto en evidencia lo difícil que es a partir de ahora que se establezca un nuevo «equilibrio», un nuevo «reparto del mundo» después del de Yalta.

7. Si el hundimiento del bloque del Este era en gran medida imprevisible, la desaparición de su rival del Oeste no lo era en absoluto. Había que tener la estupidez de la FECCI y no comprender nada del marxismo para pensar que podría mantenerse un solo bloque. Fundamentalmente todas las burguesías son rivales unas de otras. Esto se ve claramente en el terreno comercial, donde domina «la guerra de todos contra todos». Las alianzas diplomáticas y militares son la concreción del hecho de que ninguna burguesía puede hacer prevalecer sus intereses estratégicos sola en su rincón contra todas las demás. El adversario común es el único cemento de tales alianzas, y no una supuesta «amistad entre los pueblos», que hoy podemos ver hasta qué punto son elásticas y mentirosas, cuando los enemigos de ayer (como Rusia y Estados Unidos) descubren una repentina «amistad», y las amistades que duraban varias décadas (como la de Alemania y Estados Unidos) dan lugar a disputas. En este sentido, si los acontecimientos de 1989 significaron el fin del reparto del mundo surgido de la Segunda Guerra mundial, mostrando la incapacidad definitiva de Rusia para dirigir un bloque imperialista, suponían la tendencia a la reconstitución de nuevas constelaciones imperialistas. Sin embargo, si la potencia económica de Alemania y su localización geográfica la designaban como el único país que podía suceder a Rusia en el papel de líder de un eventual futuro bloque opuesto a Estados Unidos, su situación militar dista mucho de permitirle desde ahora realizar tal ambición. Y en ausencia de una fórmula de recambio de los alineamientos imperialistas que pueda suceder a los que han sido barridos por las sacudidas de 1989, el escenario mundial está sometido como nunca antes lo había estado, debido a la gravedad sin precedentes de la crisis económica que atiza las tensiones militares, al desencadenamiento del «cada uno a la suya», de un caos que agrava la descomposición general del modo de producción capitalista.

8. Así, la situación resultante del fin de los dos bloques de la «guerra fría» está dominada por dos tendencias contradictorias –de un lado, el desorden, la inestabilidad de las alianzas entre Estados y del otro el proceso de reconstitución de dos nuevos bloques– pero que sin embargo no son complementarias, puesto que la segunda agrava la primera. La historia de estos últimos años lo ilustra de manera clara:
– la crisis y la guerra del Golfo del 90-91, promovidas por Estados Unidos, son parte de la tentativa del gendarme americano de mantener su tutela sobre sus antiguos aliados de la guerra fría, tutela que éstos últimos están abocados a poner en cuestión con el fin de la amenaza soviética;
– la guerra en Yugoslavia es el resultado directo de la afirmación de las nuevas ambiciones de Alemania, principal instigadora de la secesión eslovena y croata, que atiza las brasas en la región;
– la continuación de esta guerra siembra la discordia tanto en la pareja franco-alemana, asociada en el liderazgo de la Unión europea (que constituye una primera piedra del edificio de un potencial nuevo bloque imperialista), como en la pareja anglo-americana, la más antigua y fiel que haya conocido el siglo XX.

9.Mas aún que los picotazos entre el gallo francés y el águila alemana, la amplitud de las infidelidades actuales en el matrimonio que ya dura desde hace 80 años entre la pérfida Albion y el tío Sam es un índice irrefutable del estado de caos en el que se encuentra hoy el sistema de las relaciones internacionales. Si, después de 1989, la burguesía británica se había mostrado en un primer momento como el aliado más fiel de su consorte americano, particularmente cuando la guerra del Golfo, las pocas ventajas que había sacado de esta fidelidad, así como la defensa de sus intereses específicos en el Mediterráneo y en los Balcanes, que le dictan una política proserbia, le han llevado a tomar distancias considerables con su aliado y a sabotear sistemáticamente la política americana de apoyo a Bosnia. La burguesía británica ha conseguido, con esta política, poner en marcha una sólida alianza táctica con la francesa, con vistas a acentuar la discordia entre Francia y Alemania, a lo que se presta gustoso el capital francés inquieto ante una Alemania «crecida». Esta nueva situación se ha plasmado, sobre todo, en una intensificación de la cooperación militar entre las burguesías británica y francesa, por ejemplo en el proyecto de constitución de una unidad aérea común y, especialmente, en el acuerdo de creación de una fuerza interafricana de «mantenimiento de la paz y prevención de crisis en Africa», lo que supone un cambio espectacular en la actitud británica que antes apoyó la política de USA en Ruanda, encaminada a acabar con la influencia francesa en este país.

10.Esta evolución de la actitud de Gran Bretaña hacia su gran aliado –cuyo disgusto pudo comprobarse por la acogida que Clinton dispensó el 17 de Marzo a Jerry Addams, líder del Sinn Fein irlandés– es uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos en la escena mundial. Revela el fracaso que representa para los Estados Unidos la evolución de la situación en la ex-Yugoslavia, donde la ocupación directa del terreno por tropas británicas y francesas bajo el uniforme de UNPROFOR, ha contribuido en gran medida a frustrar las tentativas norteamericanas de tomar posición firme en esta región, a través de su aliado bosnio. Muestra también que la primera potencia mundial, encuentra cada vez mayores dificultades para jugar su papel de gendarme mundial, papel éste que cada vez soportan menos las demás burguesías que tratan, por su parte, de exorcizar un pasado en el que la amenaza soviética les forzaba a someterse a los dictados de Washington.

Asistimos hoy a un importante debilitamiento, casi una crisis, del liderazgo de USA, que se va confirmando poco a poco en todas partes, y cuya imagen paradigmática sería la vergonzosa retirada de sus marines de Somalia, dos años después de su espectacular (y «retransmitido») desembarco. Este debilitamiento del liderazgo USA permite explicar también, por qué otras potencias osan incordiarle incluso en su «patio trasero» latinoamericano, como se ve en:
– las tentativas de las burguesías francesa y española de promover una «transición democrática» en Cuba CON Castro, y no SIN él como pretende el «tio Sam»;
– el acercamiento de la burguesía peruana al Japón, confirmado con la reciente reelección de Fujimori;
– el apoyo de la burguesía europea, especialmente a través de la Iglesia, a la guerrilla zapatista de Chiapas en México.

11. Este importante debilitamiento del liderazgo USA expresa en realidad que la tendencia dominante, hoy por hoy, no es tanto la constitución de un nuevo bloque sino más bien el «cada uno a la suya». A la primera potencia mundial, dotada de una aplastante superioridad militar, le resulta mucho más difícil dominar una situación marcada por una inestabilidad general, con precarias alianzas en todos los rincones del planeta, que la disciplina forzosa de los Estados impuesta por la amenaza de los mastodontes imperialistas y del Apocalipsis nuclear. En tal situación de inestabilidad, a cada potencia le es más fácil crearle problemas al adversario, saboteando alianzas que le eclipsarían, que desarrollar por su parte sólidas alianzas con que asegurar una estabilidad en sus dominios. Esta situación favorece, evidentemente, el juego de las potencias de 2º orden, por cuanto a éstas les resulta aún más fácil incordiar que mantener el orden. Tal realidad se ve además acentuada por el hundimiento de la sociedad capitalista en la descomposición generalizada. Por ello, hasta los mismos Estados Unidos recurren a menudo a este tipo de políticas. Sólo así puede explicarse, por ejemplo, el apoyo americano a la reciente ofensiva turca contra los nacionalistas kurdos en el norte de Irak, ofensiva que el aliado tradicional de Turquía –Alemania– ha considerado como una condenable provocación. No se trata tanto de una especie de cambio de alianzas entre Turquía y Alemania, sino de ir poniendo piedras (¡y de que tamaño!) en el camino de esa alianza, lo que revela además la importancia de un país como Turquía para ambos jerifaltes imperialistas. También resulta significativo de la actual situación mundial, que USA se vea obligado a emplear en Argelia armas que, como el terrorismo y el integrismo islámico, fueron antaño más propias de Ghaddafi o Jomeini.

Con todo, en estas prácticas desestabilizadoras recíprocas, los Estados Unidos y los demás países no parten de una «igualdad de oportunidades». Y así, mientras la diplomacia norteamericana puede permitirse intervenir en el juego político interno de países como Italia (en apoyo de Berlusconi), España (atizando escándalos como el de los GAL), Bélgica (caso Augusta) o Gran Bretaña (oposición de los «euroescépticos» a Major), sus rivales no pueden hacer lo mismo con USA. En ese sentido, los problemas que puedan surgir en el seno de la burguesía americana ante sus fracasos, o sus debates internos sobre opciones estratégicas delicadas (por ejemplo su alianza con Rusia), no tienen nada que ver con las convulsiones políticas que pueden afectar a otros países. Así por ejemplo, las «disensiones» aireadas con ocasión del envío de 30 mil marines a Haití, no significan divergencias reales sino fundamentalmente un reparto de tareas entre diferentes facciones de la burguesía, que acentúa las ilusiones democráticas y que han facilitado la consecución de una mayoría republicana en el Congreso, tal y como querían los sectores dominantes de la burguesía.

12. A pesar de su enorme superioridad militar y aunque no pueda utilizarla al mismo nivel que en el pasado, aún cuando se vean obligados a recortar algo sus gastos de defensa habida cuenta del déficit presupuestario, los Estados Unidos no renuncian en absoluto a continuar modernizando su arsenal en busca de armas cada vez más sofisticadas, prosiguiendo especialmente el proyecto de la «guerra de las galaxias». Emplear la fuerza bruta o amenazar con ello, constituye prácticamente el único medio de que dispone la potencia norteamericana para hacer respetar su autoridad. Que esta carta se demuestre impotente para frenar el caos, o que lo agrave aún más, como se vio tras la guerra del Golfo o más recientemente en Somalia, no hace más que confirmar el carácter insuperable de las contradicciones que asaltan al capitalismo mundial. Que potencias como China y Japón –rivales de USA en el sureste asiático y en el Pacífico– refuercen considerablemente su potencial militar, sólo puede empujar a Estados Unidos a desarrollar su armamento, y a emplearlo.

13. El caos sangriento en las relaciones imperialistas que hoy caracteriza la situación mundial, encuentra su máximo exponente en los países de la periferia; pero el ejemplo de la ex-Yugoslavia a sólo algunos centenares de kilómetros de las grandes concentraciones industriales de Europa, pone de manifiesto como ese caos se acerca a los países centrales. A las decenas de miles de muertos provocados por las matanzas en Argelia estos últimos años, al millón de cadáveres de las masacres de Ruanda, hay que sumar los cientos de miles de muertos en Croacia y Bosnia. De hecho hoy se cuentan por decenas las zonas de enfrentamientos sangrientos en África, Asia, América Latina, Europa, mostrando el indescriptible caos que el capitalismo en descomposición engendra en la sociedad. En ese sentido el hecho de que las masacres perpetradas por el Ejército ruso en Chechenia (para intentar frenar el estallido de Rusia consiguiente a la dislocación de la antigua URSS), hayan suscitado una complicidad prácticamente generalizada, revela la inquietud que asalta a la clase dominante ante la perspectiva de intensificación de ese caos.

Hay que afirmarlo claramente: sólo la destrucción del capitalismo por el proletariado, puede impedir que ese creciente caos aboque a la destrucción de la humanidad.

14. Hoy, más que nunca, la lucha del proletariado es la única esperanza de porvenir para la sociedad humana. Esta lucha que resurgió con fuerza a finales de los años 60 (poniendo fin a la más terrible contrarrevolución vivida por la clase obrera), ha sufrido un considerable retroceso con el hundimiento de los regímenes estalinistas y las campañas ideológicas que lo acompañaron, así como con acontecimientos (guerra del Golfo, conflicto en Yugoslavia...) que le sucedieron. Este retroceso que afectó de forma masiva al proletariado, tanto en el plano de la combatividad como en el de la conciencia, no desmintió sin embargo, tal y como explicó la CCI en aquellos mismos momentos, el curso histórico hacia los enfrentamientos de clase. Las luchas que el proletariado ha desarrollado en los últimos años han venido a confirmar lo anterior: la capacidad del proletariado para retomar, sobre todo después de 1992, el camino de la lucha de clases, confirmando así que no se ha invertido el curso histórico; y también las enormes dificultades que ha encontrado en ese camino, dada la extensión y la profundidad de ese retroceso. Estas luchas obreras se desarrollan de forma sinuosa, con avances y retrocesos, en un movimiento con altibajos.

15. Los movimientos masivos del otoño de 1992 en Italia, los de Alemania en 1993 y tantos otros ejemplos, mostraron como crecía el potencial de combatividad en las filas obreras. Después, esta combatividad se ha expresado más lentamente, con largos momentos de adormecimiento, pero no se ha visto desmentida. Las masivas movilizaciones del otoño de 1994 en Italia, la serie de huelgas en el sector público en Francia en la primavera de 1995 son, entre otras, manifestaciones de esa combatividad. Sin embargo es necesario reseñar, que la tendencia al desbordamiento de los sindicatos que se vio en Italia en 1992 no se ha visto confirmada en 1994, cuando la manifestación «monstruo» de Roma ha sido por el contrario, una obra maestra de control sindical. De igual manera, la tendencia a la unificación espontánea de los obreros en la calle que apareció en otoño de 1993 en el Ruhr (Alemania), ha dejado paso a maniobras sindicales de gran envergadura, como la «huelga» de la metalurgia de principios de 1995, perfectamente dominada por la burguesía. También las recientes huelgas en Francia, más bien «jornadas de movilización» sindicales, han constituido un éxito para éstos.

16. Las dificultades que hoy experimenta la clase obrera para avanzar en su terreno son resultado, además de la profundidad del retroceso sufrido en 1989, de toda una serie de obstáculos suplementarios promovidos o aprovechados por la clase enemiga. Debemos enmarcar estas dificultades en el peso negativo que ejerce la descomposición general del capitalismo sobre las conciencias obreras, socavando la con­ fianza del proletariado en sí mismo y en la perspectiva de su lucha.

Más concretamente el paro masivo y permanente que hoy se desarrolla, si bien es un signo indiscutible de la quiebra del capitalismo, tiene como principal efecto provocar un fuerte desánimo y desesperación en sectores importantes de la clase obrera, algunos de los cuáles se ven condenados a la exclusión social y casi a la lumpenización. Este desempleo sirve, también, como instrumento de chantaje y represión de la burguesía contra aquellos sectores que todavía conservan un trabajo. De igual modo, los discursos sobre la «recuperación» y algunas estadísticas positivas (beneficios, tasas de crecimiento...) de las economías de los países más importantes, son ampliamente aprovechados por los sindicatos para desarrollar sus discursos sindicales de que «los patronos pueden pagar». Estos discursos son especialmente peligrosos, por cuanto amplifican las ilusiones reformistas de los trabajadores, haciéndolos con ello más vulnerables al encuadramiento sindical, y además porque encierran la idea de que si los patronos «no pudieran pagar», luchar no serviría para nada, con lo que se desarrolla un factor suplementario de división (amén de entre empleados y parados), entre diferentes sectores obreros que trabajan en ramos afectados de manera desigual por los efectos de la crisis.

17. Estos obstáculos han permitido a los sindicatos hacerse con el dominio de la combatividad obrera, canalizándola hacia «acciones» enteramente controladas por ellos. Sin embargo las actuales maniobras de los sindicatos tienen además, y por encima de otros, un sentido preventivo tratando de reforzar su control sobre los trabajadores antes de que la combatividad de estos vaya más lejos, como resultado, lógicamente, de su creciente cólera ante los ataques cada vez más brutales de la crisis.

También es necesario destacar el cambio recientemente operado en ciertos discursos de la burguesía. Mientras en los primeros años tras el hundimiento del bloque del Este, lo dominante eran las campañas sobre «la muerte del comunismo», «la imposibilidad de la revolución»..., hoy se vuelven a poner de moda discursos favorables al «marxismo», a la «revolución» al «comunismo», y no sólo por parte de los izquierdistas. Se trata también de una medida preventiva de la burguesía, destinada a desviar la reflexión de la clase obrera, que tenderá a desarrollarse ante la quiebra cada vez más evidente del modo de producción capitalista. Incumbe a los revolucionarios en su intervención, denunciar con el mayor vigor tanto las maniobras canallescas de los sindicatos, como esos discursos aparentemente «revolucionarios». Les incumbe propugnar la verdadera perspectiva de la revolución proletaria y del comunismo, como única salida capaz de salvar a la humanidad y como resultado último de los combates obreros.

Vida de la CCI: 

  • resoluciones de Congresos [6]

II - Los inicios de la revolución

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En el último artículo de esta Revista internacional, demostrábamos que la respuesta de la clase obrera se fue haciendo cada vez más fuerte en el desarrollo de la Iª Guerra mundial. A principios de 1917, tras dos años y medio de barbarie, la clase obrera logró desarrollar a nivel internacional una relación de fuerzas que permitió someter cada día más a la burguesía a su presión. En febrero de 1917, los obreros de Rusia se sublevaron, derrocando al zar. Pero para acabar con la guerra tuvieron que echar abajo el gobierno burgués y tomar el poder en octubre del 17. Lo ocurrido en Rusia demostraba que establecer la paz no era posible sin haber hecho caer a la clase dominante. La toma victoriosa del poder iba a tener un eco inmenso en la clase obrera de los demás países. Por primera vez en la historia, la clase obrera había logrado hacerse con el poder en un país. El acontecimiento fue una lumbrera para los obreros de los demás países, especialmente de Austria, Hungría, de todo Centroeuropa, pero especialmente de Alemania.

Así, en este país, después de haber estado sometida a la marea de nacionalismo patriotero, la clase obrera se pone a luchar de manera creciente contra la guerra. Aguijoneada por el desarrollo revolucionario en Rusia y después de varios movimientos anunciadores, una huelga de masas estalla en abril de 1917. En enero de 1918, un millón de obreros se echan a la calle en un nuevo movimiento huelguístico y fundan un consejo obrero en Berlín. Influenciados por los acontecimientos de Rusia, la combatividad en los frentes militares se va desmoronando durante el verano de 1918. Las fábricas están en efervescencia; cada día se reúnen más obreros en las calles para intensificar la respuesta a la guerra. La clase dominante en Alemania, consciente del influjo de la Revolución rusa entre los obreros, para salvar su propio pellejo, lo hace todo por levantar una muralla contra la extensión de la revolución.

Sacando las lecciones de los acontecimientos revolucionarios en Rusia y enfrentada a un movimiento de luchas obreras excepcional, a finales de septiembre, el Ejército obliga al Káiser a abdicar y nombra un nuevo gobierno. Pero la combatividad de la clase obrera se mantiene en su impulso y la agitación no cesa.

El 28 de octubre empieza en Austria, pero también en las provincias checa y eslovaca y en Budapest, una oleada de huelgas que se termina con el derrocamiento de la monarquía. Por todas partes aparecen consejos obreros y de soldados, a imagen de los soviets rusos.

En Alemania, la clase dominante pero también los revolucionarios, se preparan desde entonces a la fase determinante de los enfrentamientos. Los revolucionarios preparan la sublevación. Aunque la mayoría de los dirigentes espartaquistas (Liebknecht, Luxemburg, Jogiches) están en la cárcel y aunque durante cierto tiempo, la imprenta ilegal del Partido se encuentra paralizada a causa de una redada policiaca, los revolucionarios siguen sin embargo, preparando la insurrección en torno al grupo Spartakus.

A primeros de octubre los espartaquistas mantienen una conferencia con los Linskradicale de Bremen y de otras ciudades. Durante esta conferencia se deja constancia de que han empezado los enfrentamientos revolucionarios abiertos y se adopta un llamamiento que se difunde con profusión por todo el país y también en el frente. Sus ideas principales son: los soldados han empezado a librarse del yugo, el Ejército se desmorona; pero ese primer ímpetu de la revolución topa con la contrarrevolución. Al haber fallado los medios de represión de la clase dominante, la contrarrevolución intenta atajar el movimiento otorgando pretendidos derechos «democráticos». La finalidad del parlamentarismo y del nuevo modo de votación es que el proletariado siga soportando su situación.

«Durante la discusión sobre la situación internacional quedó plasmado el hecho de que la revolución rusa ha aportado un apoyo moral esencial al movimiento en Alemania. Los delegados deciden transmitir a los camaradas de Rusia su gratitud, su solidaridad y su simpatía fraterna, prometiendo confirmar esa solidaridad no sólo con palabras sino con actos correspondientes al modelo ruso.

Se trata para nosotros de apoyar los motines de los soldados, de pasar a la insurrección armada, ampliar la insurrección armada hasta la lucha por todo el poder en beneficio de los obreros y los soldados, asegurando la victoria mediante huelgas de masas obreras. Ésa es la tarea de los días y las semanas venideras.»

Desde el principio de esos enfrentamientos revolucionarios, podemos afirmar que los espartaquistas ponen inmediatamente al desnudo las maniobras de la clase dominante. Desvelan el carácter mentiroso de la democracia, comprenden sin vacilar los pasos indispensables para el avance del movimiento: preparar la insurrección es apoyar a la clase obrera en Rusia, no sólo en palabras sino en actos. Comprenden que la solidaridad de la clase obrera en la nueva situación no puede limitarse a declaraciones, sino que necesita que los obreros mismos entren en lucha. Esta lección es, desde entonces, un hilo rojo en la historia del movimiento obrero y de sus luchas.

La burguesía también afila sus armas. El 3 de octubre de 1918, retira al Kaiser sustituyéndolo por un nuevo Príncipe, Max von Baden y hace entrar al Partido socialdemócrata alemán (SPD) en el gobierno. La dirección del SPD (partido fundado en el siglo pasado por la clase obrera misma) había traicionado en 1914 y había excluido a los internacionalistas agrupados en torno a los espartaquistas y las Linksradicale, como también a los centristas. El SPD ya no tiene en su seno la más mínima vida proletaria. Desde el inicio de la guerra ha apoyado la política imperialista. Y también va a actuar contra el levantamiento revolucionario de la clase obrera.

Por primera vez, la burguesía llama al gobierno a un partido surgido de la clase obrera y pasado recientemente al campo del capital para asegurar así, en esa situación revolucionaria, la protección del Estado capitalista. Mientras que todavía muchos obreros guardan ilusiones, los revolucionarios comprenden inmediatamente el nuevo papel que va a desempeñar la socialdemocracia. Rosa Luxemburg escribe en octubre de 1918: «El socialismo de gobierno, por su entrada en el gabinete, se ha vuelto el defensor del capitalismo y está cerrando el paso a la revolución proletaria ascendente».

A partir de enero de 1918, cuando el primer consejo obrero aparece durante las huelgas de masas de Berlín, los delegados revolucionarios (Revolutionnäre Obleute) y los espartaquistas se ven regularmente en secreto. Los delegados son muy próximos al USPD. Con un telón de fondo de incremento de la combatividad, de disgregación del frente, de empuje obrero para pasar a la acción, empiezan a finales de octubre, en el seno de un Comité de acción formado tras la conferencia mencionada antes, a discutir de planes concretos para la insurrección.

El 23 de octubre, Liebnecht es liberado de la cárcel. Más de 20 000 obreros vienen a saludarlo a su llegada a Berlín.

Después de la expulsión de Berlín de los miembros de la embajada rusa por el gobierno alemán con la insistencia del SPD, a causa de las asambleas de apoyo a la Revolución rusa organizadas por los revolucionarios, el Comité de acción discute de la situación. Liebnecht insiste en la necesidad de la huelga general y en las manifestaciones de masas que deberán armarse. Durante la reunión de «delegados» del 2 de noviembre, el Comité propone incluso la fecha del 5 con las consignas de: «Paz inmediata y levantamiento del estado de sitio, Alemania república socialista, formación de consejos obreros y de soldados» (Drabkin, p. 104).

Los delegados revolucionarios que piensan que la situación no está madura abogan por una espera suplementaria. Durante ese tiempo, los miembros del USPD en las diferentes ciudades esperan nuevas instrucciones, pues nadie quiere entrar en acción antes que Berlín. La noticia de una sublevación inminente se extiende por otras ciudades del Reich.

Todo va a acelerarse con los acontecimientos de Kiel. El 3 de noviembre, la flota de Kiel debe zarpar para seguir la guerra, pero la marinería se rebela y se amotina. Se crean inmediatamente consejos de soldados, inmediatamente seguidos por la formación de consejos obreros. El mando militar amenaza con bombardear la ciudad. Pero, comprendiendo que no va a lograr aplastar el motín por la fuerza, echa mano de su caballo de Troya: el dirigente del SPD, Noske. Éste, poco después de llegar, consigue introducirse fraudulentamente en el Consejo obrero.

Pero el movimiento de los consejos obreros y de soldados ya ha lanzado una señal al conjunto del proletariado. Los consejos forman delegaciones masivas de obreros y de soldados que acuden a otras ciudades. Son enviadas grandes delegaciones a Hamburgo, Bremen, Flensburg, al Ruhr y hasta Colonia. Las delegaciones se dirigen a los obreros reunidos en asambleas, haciendo llamamientos a la creación de consejos obreros y de soldados. Miles de obreros se desplazan así de las ciudades del norte de Alemania hasta Berlín y a otras ciudades de provincias. Muchos de ellos son arrestados por los soldados obedientes al gobierno (más de 1300 detenciones sólo en Berlín el 6 de noviembre) y encerrados en los cuarteles, en donde, sin embargo, prosiguen su agitación.

En una semana surgen consejos obreros y de soldados por todas las principales ciudades de Alemania y los obreros toman en sus propias manos la extensión del movimiento. No abandonan su suerte en manos de los sindicatos o del parlamento. Ya no luchan por gremios, aislados unos de otros, con reivindicaciones de sector específicas; al contrario, en cada ciudad se unen y formulan reivindicaciones comunes. Actúan por sí y para sí mismos, buscando la unión de los obreros de las demás ciudades ([1]).

Menos de dos años después de sus hermanos de Rusia, los obreros alemanes dan un ejemplo claro de su capacidad para dirigir ellos mismos su propia lucha. Hasta el 8 de noviembre, en casi todas las ciudades –excepto Berlín– se organizan consejos obreros y de soldados.

El 8 de noviembre los «hombres de confianza» del SPD refieren: «Es imposible parar el movimiento revolucionario; si el SPD quisiera oponerse al movimiento, sería sencillamente anegado por la marea».

Cuando llegan las primeras noticias de Kiel a Berlín el 4 de noviembre, Liebknecht propone al Comité ejecutivo la insurrección para el 8 de ese mes. Mientras que ya el movimiento se ha extendido espontáneamente a todo el país, aparece evidente que el levantamiento de Berlín, sede del gobierno, exige a la clase obrera un método organizado, claramente orientado hacia un objetivo, el de reunir todas sus fuerzas. Pero el Comité ejecutivo sigue vacilando. Sólo será después de la detención de dos de sus miembros en posesión del proyecto de insurrección cuando se decida pasar a la acción para el día siguiente. Los espartaquistas publican el 8 de noviembre de 1918 el siguiente llamamiento:

«Ahora que ya ha llegado el momento de actuar, no debe haber vacilaciones. Los mismos «socialistas» que han cumplido durante cuatro años su papel de sicarios al servicio del gobierno (...) lo están ahora haciendo todo para debilitar vuestra lucha y torpedear el movimiento.

¡Obreros y soldados!, lo que vuestros camaradas han logrado llevar a cabo en Kiel, Hamburgo, Bremen, Lübeck, Rostock, Flensburg, Hannover, Magdeburgo, Brunswick, Munich y Stuttgart, también vosotros debéis conseguir realizarlo. Pues de lo que conquistéis en la lucha, de la tenacidad y del éxito de vuestra lucha, depende la victoria de vuestros hermanos aquí y allá y de ello depende la victoria del proletariado del mundo entero. ¡Soldados! Actuad como vuestros camaradas de la flota, uníos a vuestros hermanos en uniforme de trabajo. No os dejéis utilizar contra vuestros hermanos, no obedezcáis a las órdenes de los oficiales, no disparéis sobre los luchadores de la libertad. ¡Obreros y soldados! Los objetivos próximos de vuestra lucha deben ser:
1) la liberación de todos los presos civiles y militares;
2) la abolición de todos los Estados y la supresión de todas las dinastías;
3) la elección de consejos obreros y de soldados, la elección de delegados en todas las fábricas y unidades de la tropa;
4) el establecimiento inmediato de relaciones con los demás consejos obreros y de soldados alemanes;
5) la toma a cargo del gobierno por los comisarios de los consejos obreros y de soldados;
6) el vínculo inmediato con el proletariado internacional y, muy especialmente, con la República obrera rusa.
¡Viva la república socialista!
¡Viva la Internacional!»

El grupo Internationale (grupo Spartakus),
8 de noviembre.

Los sucesos del 9 de noviembre

A las primeras horas de la madrugada del 9 de noviembre empieza el alzamiento revolucionario en Berlín.

«¡Obreros, soldados, camaradas!
¡Ha llegado la hora de la decisión! Se trata ahora de saber estar a la altura de la tarea histórica...
¡Exigimos la abdicación no de un solo hombre sino de la república!.
¡República socialista con todas sus consecuencias!. ¡Adelante en la lucha por la paz, la libertad y el pan!.
¡Salid de las fábricas! ¡Salid de los cuarteles! ¡Daos la mano! ¡Viva la república socialista!»

(Octavilla espartaquista)

Cientos de miles de obreros responden al llamamiento del grupo Spartakus y del Comité ejecutivo, dejan el trabajo y afluyen en gigantescos cortejos de manifestaciones hacia el centro de la ciudad. A su cabeza van grupos de obreros armados. La gran mayoría de las tropas se une a los obreros manifestantes y fraterniza con ellos. Al mediodía, Berlín está en manos de los obreros y los soldados revolucionarios. Los lugares importantes son ocupados por los obreros. Una columna de manifestantes, obreros y soldados se presenta ante el palacio de los Hohenzollern. Allí, Liebknecht toma la palabra:

«La dominación del capitalismo, que ha transformado a Europa en un cementerio, se ha quebrado (...) Y no será porque el pasado ha muerto por lo que nuestra tarea se habría terminado. Debemos tensar todas nuestras fuerzas para construir el gobierno de los obreros y de los soldados (...) Nosotros damos la mano (a los obreros del mundo entero) y les invitamos a terminar la revolución mundial (...) Proclamo la libre República socialista de Alemania» (Liebknecht, 9 de noviembre).

Además, pone en guardia a los obreros para que no se contenten con lo conseguido, llamándoles a la toma del poder y a la unificación internacional de la clase obrera.

El 9 de noviembre, el antiguo régimen no utiliza la fuerza para defenderse. Pero esto no es así porque vacile en hacer correr la sangre, pues ya tiene millones de muertos en la conciencia, sino porque la revolución le ha desorganizado el Ejército, quitándole gran cantidad de soldados que hubieran podido disparar contra el pueblo. Como en Rusia, en febrero de 1917, cuando los soldados se pusieron del lado de los obreros en lucha, la reacción de los soldados alemanes es un factor importante en la relación de fuerzas. Pero la cuestión central de los proletarios en uniforme sólo podía resolverse gracias a la autoorganización, a la salida de las fábricas y a «la ocupación de la calle», mediante la unificación masiva de la clase obrera. Al haber conseguido convencer a los soldados de la necesidad de la fraternización, los obreros muestran que son ellos quienes desempeñan el papel dirigente.

Por la tarde del 9 de noviembre se reúnen miles de delgados en el Circo Busch. R. Müller, uno de los principales dirigentes de los Delegados revolucionarios, lanza un llamamiento para que: «El diez de noviembre sea organizada en todas las fábricas y en todas las unidades de tropa de Berlín la elección de consejos obreros y de soldados. Los consejos elegidos deberán tener una asamblea en el Circo Busch a las 17 para elegir el gobierno provisional. Las fábricas deberán elegir un miembro para el consejo obrero por cada 1000 obreros y obreras, al igual que todos los soldados deberán elegir un miembro para el consejo de soldados por batallón. Las fábricas más pequeñas (de menos de 500 empleados) deben elegir cada una un delegado. La asamblea insiste sobre el nombramiento por la asamblea de consejos de un órgano de poder».

Los obreros dan así los primeros pasos para crear un situación de doble poder. ¿Lograrán ir tan lejos como sus hermanos de clase de Rusia?.

Los espartaquistas, por su parte, afirman que la presión y las iniciativas procedentes de los consejos locales deben reforzarse. La democracia viva de la clase obrera, la participación activa de los obreros, las asambleas generales en las fábricas, la designación de delegados responsables ante ellas y revocables, ¡ésa debe ser la práctica de la clase obrera!.

Los obreros y los soldados revolucionarios ocupan por la tarde del 9 de noviembre la imprenta del Berliner-Lokal-Anzeiger e imprimen el primer número del periódico Die rote Fahne (Bandera roja), el cual pone inmediatamente en guardia: «No existe la más mínima comunidad de intereses con quienes os han traicionado durante 4 años. ¡Abajo el capitalismo y sus agentes! ¡Viva la revolución! ¡Viva la Internacional!».

La cuestión de la toma del poder por la clase obrera: la burguesía en pie de guerra

El primer consejo obrero y de soldados de Berlín (llamado Ejecutivo) se considera rápidamente como órgano de poder. En su primera proclamación del 11 de noviembre, se proclama instancia suprema de control de todas las administraciones públicas, de los municipios, de los Länder (regiones) y del Reich así como de la administración militar.

Pero la clase dominante no cede así como así el terreno a la clase obrera. Al contrario, va a oponerle la resistencia más encarnizada.

En efecto, mientras que Liebknecht proclama la República socialista ante la mansión de los Hohenzollern, el príncipe Max von Baden abdica y confía los asuntos gubernamentales a Ebert, nombrado canciller. El SPD proclama la «libre República de Alemania».

Así, el SPD se encarga de los asuntos gubernamentales y enseguida apela a «la calma y el orden», anunciando unas próximas «elecciones libres»; se da cuenta de que sólo podrá oponerse al movimiento, minándolo desde dentro.

Proclama su propio consejo obrero y de soldados compuesto únicamente de funcionarios del SPD y al cual nadie le otorga la menor legitimidad. Después, el SPD declara que el movimiento está dirigido en común por él y por el USPD. Esta táctica de entrismo en el movimiento y de destrucción desde el interior ha sido, desde entonces, la utilizada por los izquierdistas con sus falsos comités de huelga, autoproclamados, y sus coordinaciones. La socialdemocracia y sus sucesores, los grupos de la extrema izquierda capitalista, son especialistas en ponerse a la cabeza de un movimiento y manipularlo de tal modo que aparezcan como sus representantes legítimos.

Mientras intenta sabotear el trabajo del Ejecutivo actuando directamente en su seno, el SPD anuncia la formación de un gobierno común con el USPD. Éste acepta, mientras que los espartaquistas, que son todavía miembros de éste en ese momento, rechazan de plano el ofrecimiento. Si para la gran mayoría de obreros, la diferencia entre el USPD y los espartaquistas no es muy clara, éstos últimos tienen sin embargo una actitud clara respecto a la formación del gobierno. Se dan cuenta de la trampa y entienden perfectamente que no es posible meterse en la misma barca que el enemigo de clase.

La mejor manera para combatir las ilusiones de los obreros sobre los partidos de izquierda no es, ni mucho menos, auparlos al gobierno para que así sus mentiras queden al desnudo, como pretenden hoy los trotskistas y demás izquierdistas. Para desarrollar la conciencia de clase, lo indispensable es la delimitación de clase más clara y más estricta y no otra cosa.

En la noche del 9 de noviembre, el SPD y la dirección del USPD se hacen proclamar comisarios del pueblo y el gobierno se hace nombrar por el Consejo ejecutivo. El SPD hace la demostración de su habilidad. Ahora puede actuar contra la clase obrera tanto desde los sillones del gobierno como en nombre del Comité de los consejos. Ebert es a la vez canciller del Reich y comisario del pueblo elegido por el ejecutivo de los consejos; puede así dar la apariencia de estar del lado de la revolución. El SPD tenía ya la confianza de la burguesía, pero al lograr captar la de los obreros con tanta habilidad, muestra sus capacidades maniobreras y de mistificación. Es también ésa una lección para la clase obrera, una lección sobre la manera embaucadora con la que las fuerzas del capital pueden actuar.

Examinemos de más cerca la manera de actuar del SPD sobre todo durante la asamblea del Consejo obrero y de soldados del 10 de noviembre en la que están presentes unos 3000 delegados. No se efectúa el más mínimo control y por eso mismo los representantes de los soldados se encuentran en mayoría. Ebert es el primero en tomar la palabra. Según él, «la vieja desavenencia fratricida» ha desaparecido, al haber formado un gobierno común el SPD y el USPD; se trataría ahora de «emprender en común el desarrollo de la economía sobre la base de los principios del socialismo. ¡Viva la unidad de la clase obrera alemana y de los soldados alemanes!». En nombre del USPD, Hasse celebra la «unidad reencontrada», «queremos consolidar las conquistas de la gran revolución socialista. El gobierno será un gobierno socialista». «Los que ayer todavía trabajaban contra la revolución, ya no están ahora contra ella» (E. Barth, 10 de noviembre de 1918). «Habrá que hacerlo todo para que la contra­ rrevolución no se subleve».

Y es así como, mientras el SPD emplea todos los medios para embaucar a la clase obrera, el USPD sirve de tapadera a sus maniobras. Los espartaquistas se dan cuenta del peligro y Liebknecht declara durante dicha asamblea:

«Debo echar un jarro de agua fría a vuestro entusiasmo. La contrarrevolución ya está en marcha, ya ha entrado en acción...Os lo digo: ¡los enemigos están a vuestro alrededor! (Liebknecht enumera entonces las intenciones contrarrevolucionarias de la socialdemocracia). Ya sé lo muy desagradable que es esta perturbación, pero aunque me fusilarais seguiría diciendo lo que yo creo que es indispensable decir».

Los espartaquistas ponen así en guardia contra el enemigo de clase, que está presente, e insisten en la necesidad de echar abajo el sistema. Para ellos lo que está en juego no es un cambio de personas, sino la superación del sistema mismo.

A la inversa, el SPD con el USPD de remolque, actúa para que el sistema se mantenga haciendo creer que con un cambio de dirigentes y la investidura de un nuevo gobierno, la clase obrera ha obtenido una victoria.

En eso también, el SPD es un buen profesor para los defensores del capital por la manera con la que desvía la cólera sobre personalidades dirigentes para así evitar que se haga daño al sistema en su conjunto. Esta manera de actuar será desde entonces sistemáticamente puesta en práctica ([2]).

El SPD remacha el clavo en su periódico del 10 de noviembre, en donde escribe bajo el título «La unidad y no la lucha fratricida»:

«Desde ayer el mundo del trabajo tiene el sentimiento de hacer surgir la necesidad de unidad interna. De casi todas las ciudades, de todos los Länder, de todos los Estados de la federación nos llegan ecos de que el viejo Partido (el SPD) y los Independientes (el USPD) se han vuelto a encontrar el día de la revolución y se han reunificado en el antiguo Partido (...). La obra de reconciliación no debe fracasar a causa de unos cuantos agriados cuyo carácter no sería lo suficientemente fuerte para superar los viejos rencores y olvidarlos. Al día siguiente de tan magnífico triunfo (sobre el antiguo régimen) ¿habrá que ofrecer al mundo el espectáculo del mutuo desgarramiento del mundo del trabajo en una absurda lucha fratricida?» (Vorwaerts, 10 de noviembre de 1918).

Las dos armas del capital para asegurar el sabotaje político

A partir de ese momento, el SPD pone en movimiento todo un arsenal de armas contra la clase obrera. Además del «llamamiento a la unidad», inyecta sobre todo el veneno de la democracia burguesa. Según él, la introducción del «sufragio universal, igual, directo y secreto para todos los hombre y mujeres de edad adulta fue a la vez presentado como la conquista más importante de la revolución y como el medio de transformar el orden de la sociedad capitalista hacia el socialismo siguiendo la voluntad del pueblo según un plan metódico». Así, con la proclamación de la República y el que haya ministros del SPD en el poder, el SPD hace creer que la meta ha sido alcanzada y con la abdicación del Kaiser y el nombramiento de Erbert a la cancillería, que se ha creado el libre Estado popular. En realidad lo que acaba de ser eliminado en Alemania no es más que un anacronismo de poca monta, pues la burguesía es desde hace ya mucho tiempo la clase políticamente dominante; a la cabeza del Estado ya no hay un monarca, sino un burgués. Eso no cambia gran cosa... Por lo tanto, está claro que el llamamiento a elecciones democráticas va dirigido directamente contra los consejos obreros. Además, el SPD bombardea a la clase obrera con una propaganda ideológica intensiva, mentirosa y criminal:

«Quien quiere el pan, debe querer la paz. Quien quiere la paz, debe querer la Constituyente, la representación libremente elegida por el conjunto el pueblo alemán. Quien critique la Constituyente o quiera contrarrestarla, os está quitando la paz, la libertad y el pan, os está robando los frutos inmediatos de la victoria de la revolución: es un contrarrevolucionario.»

«La socialización se verificará, deberá verificarse (...) por la voluntad del pueblo trabajador, el cual, fundamentalmente, quiere abolir esta economía animada por la aspiración de los particulares a la ganancia. Pero será mil veces más fácil imponerla si lo decreta la Constituyente, y no con la dictadura de no se sabe qué comité revolucionario que la ordena (...)»

«El llamamiento a la Constituyente es el llamamiento al socialismo creador, constructor, a ese socialismo que incrementa el bienestar del pueblo, que eleva la felicidad y la libertad del pueblo y sólo por él vale la pena luchar» (panfleto del SPD).

Si citamos exhaustivamente al SPD es para hacerse una mejor idea de las argucias y de las artimañas que utiliza la izquierda del capital.

Tenemos aquí una vez más una de las características clásicas de la acción de la burguesía contra la lucha de clases en los países altamente industrializados: cuando el proletariado expresa su fuerza y aspira a su unificación, siempre son las fuerzas de izquierda las que intervienen con la más hábil de las demagogias. Son ellas las que pretenden actuar en nombre de los obreros e intentan sabotear las luchas desde dentro, impidiendo que el movimiento supere las etapas decisivas.

La clase obrera revolucionaria en Alemania encuentra frente a sí a un adversario incomparablemente más fuerte que el que enfrentaron los obreros rusos. Para engañarla, el SPD adopta un lenguaje radical que va en el sentido supuesto de los intereses de la revolución, poniéndose así a la cabeza del movimiento, cuando es en realidad el representante principal del Estado burgués. No actúa contra la clase obrera como partido exterior al Estado, sino como punta de lanza de éste.

Los primeros días del enfrentamiento revolucionario muestran ya en aquella época la característica general de la lucha de clases en los países altamente industrializados: una burguesía experimentada en todo tipo de artimañas que se enfrenta a una clase obrera fuerte. Sería una ilusión pensar que la victoria de la clase obrera pueda ser fácil.

Como veremos más tarde, los sindicatos, por su parte, actúan como segundo pilar del capital, colaborando con los patronos inmediatamente después de desencadenarse el movimiento. Tras haber organizado durante el conflicto la producción de guerra, tendrán que intervenir junto al SPD para derrotar al movimiento. Se hacen unas cuantas concesiones, entre ellas la jornada de 8 horas, para así impedir la radicalización de la clase obrera.

Pero el sabotaje político, la labor de zapa de la conciencia de la clase obrera por el SPD no son suficientes: simultáneamente, ese partido traidor sella un pacto con el Ejército para una acción militar.

La represión

El comandante en jefe del Ejército, el general Groener, quien durante la guerra había colaborado cotidianamente con el SPD y los sindicatos como responsable de proyectos armamentísticos, explica:

«Nosotros nos aliamos para combatir el bolchevismo. La restauración de la monarquía era imposible (...) Yo había aconsejado al Feldmarschall no combatir la revolución con las armas, pues era de temer que, teniendo en cuenta el estado de las tropas, ese medio fuera un fracaso. Propuse que el alto mando militar se aliara con el SPD en vista de que no había otro partido que dispusiera de suficiente influencia en el pueblo, y entre las masas, para reconstruir una fuerza gubernamental con el mando militar. Los partidos de derechas habían desaparecido por completo y debía excluirse la posibilidad de trabajar con los extremistas radicales. Se trataba en primer lugar de arrancar el poder de manos de los consejos obreros y de soldados de Berlín. Con ese fin se previó un plan. Diez divisiones debían entrar en Berlín. Ebert estaba de acuerdo. (...) Nosotros elaboramos un programa que preveía, tras la entrada de las tropas, la limpieza de Berlín y el desarme de los espartaquistas. Eso quedó convenido con Ebert, al cual le estoy profundamente reconocido por su amor absoluto a la patria. (...) Esta alianza fue sellada contra el peligro bolchevique y el sistema de los consejos» (octubre-noviembre de 1925, Zeugenaussage).

Con ese fin, Groener, Ebert y demás compinches están cada día enlazados telefónicamente entre las 11 de la noche y la una de la mañana a través de líneas secretas, encontrándose para concertarse sobre la situación.

Contrariamente a Rusia, en donde, en octubre, el poder cayó en manos de los obreros sin que casi se derramara sangre, la ­ burguesía en Alemania se dispone, inmediatamente, junto al sabotaje político, a desencadenar la guerra civil. Desde el primer día reúne todos los medios necesarios para la represión militar.

La intervención de los revolucionarios

Para evaluar la intervención de los revolucionarios, debemos examinar su capacidad para analizar correctamente el movimiento de la clase, la evolución de la relación de fuerzas, lo «que ha sido alcanzado», y su capacidad para proponer las perspectivas más claras. ¿Qué dicen los espartaquistas?

«Ha comenzado la revolución. No es la hora ni de echar las campanas al vuelo por lo ya realizado, ni de hacer triunfalismos ante el enemigo abatido; es la hora de la más severa autocrítica y de la reunión férrea de las energías para así proseguir la labor iniciada. Pues lo que se ha realizado es mínimo y el enemigo NO ESTÁ vencido. ¿Qué hemos alcanzado?. La monarquía ha sido barrida, el poder gubernamental supremo ha pasado a manos de los representantes de los obreros y de los soldados. Pero la monarquía nunca ha sido el verdadero enemigo, sólo ha sido una fachada, el estandarte del imperialismo. (...) Nada menos que la abolición de la dominación del capital, la realización del orden de la sociedad socialista son el objetivo histórico de la revolución actual. Es una tarea considerable que no se logrará en un santiamén con la ayuda de unos cuantos decretos venidos de arriba, sino que sólo podrá ser llevada felizmente a cabo a través de todas las tempestades de la acción propia y consciente de la masa de trabajadores de las ciudades y del campo, gracias a la madurez espiritual más elevada y al idealismo inagotable de las masas populares.

- Todo el poder en manos de los consejos obreros y de soldados, salvaguarda de la obra revolucionaria contra sus enemigos al acecho: ésa es la orientación de todas las medidas del gobierno revolucionario.
- El desarrollo y la reelección de los consejos locales de obreros y de soldados para que el primer ímpetu impulsivo y caótico de su surgimiento pueda ser sustituido por el proceso consciente de autocomprensión de las metas, de las tareas y de la marcha de la revolución.
- La asamblea permanente de los representantes de las masas y la transferencia del poder político efectivo del pequeño comité del comité ejecutivo (vollzugrat) a la base más amplia del consejo obrero y de soldados.
- La convocatoria en el más breve plazo del parlamento de obreros y soldados para que los proletarios de toda Alemania se constituyan en clase, en poder político compacto y se pongan detrás de la obra de la revolución para ser su muralla y su fuerza ofensiva.
- La organización inmediata, no de los «campesinos», sino de los proletarios del campo y de los pequeños campesinos, quienes hasta ahora se encuentran fuera de la revolución.
- La formación de una Guardia roja proletaria para la protección permanente de la revolución y de una Milicia obrera para que el conjunto del proletariado esté permanentemente vigilante.
- La supresión de los órganos del estado policiaco absolutista y militar de la administración, de la justicia y del ejército (...)
- La convocatoria inmediata de un congreso obrero mundial en Alemania para indicar neta y claramente el carácter socialista e internacional. La Internacional, la revolución mundial del proletariado son los únicos puntos de amarre para el futuro de la revolución alemana.»
(R. Luxemburg, «El inicio», Die Rote Fahne, 18 de noviembre de 1918)

Destrucción de las posiciones del poder político de la contrarrevolución, instauración y consolidación del poder proletario, ésas son las dos tareas que los espartaquistas ponen en primer plano con una claridad notable.

«El balance de la primera semana de la revolución es que en el Estado de los Hohenzollern no ha cambiado nada fundamentalmente, el Consejo obrero y de soldados funciona como representante de un gobierno imperialista en bancarrota. Todas sus acciones están inspiradas por el miedo a la masa de los obreros (...)

«El Estado reaccionario del mundo civilizado no se transformará en Estado popular revolucionario en 24 horas. Soldados que, ayer mismo, eran los guardianes de la reacción y asesinaban a los proletarios revolucionarios en Finlandia, en Rusia, en Ucrania, en los países bálticos y obreros que dejaron hacer eso tranquilamente no han podido convertirse en 24 horas en portadores conscientes de las metas del socialismo» (18 de noviembre).

El análisis de los espartaquistas, afirmando que no se trata de una revolución burguesa, sino de la contrarrevolución burguesa ya en marcha, su capacidad para analizar la situación con clarividencia y un enfoque de conjunto, todo ello es la expresión de lo indispensable que son, para el movimiento de la clase, sus organizaciones políticas revolucionarias.

Los consejos obreros, punta de lanza de la revolución

Como lo hemos descrito más arriba, en las grandes ciudades, durante los primeros días de noviembre, por todas partes se formaron consejos de obreros y de soldados. Incluso si los consejos surgen «espontáneamente», su aparición no es ninguna sorpresa para los revolucionarios. Ya habían aparecido en Rusia, al igual que en Austria y en Hungría. Como lo decía la Internacional comunista por la voz de Lenin en marzo de 1919: «Esta forma, es el régimen de los soviets con la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado era “latín” para las masas en nuestros días. Ahora, gracias al sistema de los soviets, ese latín se ha traducido a todas las lenguas modernas; la forma práctica de la dictadura ha sido encontrada por las masas obreras» (Discurso de apertura del primer congreso de la Internacional comunista)

La aparición de los consejos refleja la voluntad de la clase obrera de tomar su destino en sus manos. Los consejos obreros sólo pueden aparecer cuando en el conjunto de la clase hay una actividad masiva y cuando se desarrolla en profundidad la conciencia de clase. Por ello, los consejos no son sino la punta de lanza de un movimiento profundo y global de la clase, y su vida depende en gran parte de las actividades del conjunto de la clase. Si la clase debilita sus actividades en las fábricas, si la combatividad afloja y la conciencia retrocede en la clase, ello repercute en la vida misma de los consejos. Los consejos son el medio para centralizar las luchas de la clase y son la palanca mediante la cual la clase exige e impone el poder sobre la sociedad.

En muchas ciudades, los consejos obreros empiezan, en efecto, a tomar medidas para oponerse al Estado burgués. Desde el principio de la existencia de los consejos, los obreros intentan paralizar el aparato de Estado burgués, tomar sus propias decisiones en lugar del gobierno burgués y hacerlas aplicar. Es el inicio del período de doble poder, como en Rusia después de la Revolución de febrero. Ese fenómeno aparece por todas partes, pero es más visible en Berlín, sede del gobierno.

El sabotaje de la burguesía

Para la clase es vital mantener su control sobre los consejos obreros, porque son la palanca de la centralización de la lucha obrera y todas las iniciativas de las masas obreras convergen en su seno.

En Alemania, la clase capitalista utiliza un verdadero caballo de Troya contra los consejos: el SPD. Este partido, que hasta 1914 había sido un partido obrero, los combate, los sabotea desde dentro, y los desvía de su objetivo en nombre de la clase obrera.

Empezando por su composición, utiliza todo tipo de trampas para meter a sus delegados. El Consejo ejecutivo de Berlín, al principio se compone de 6 representantes respectivamente del SPD y el USPD, y de 12delegados de los soldados. Sin embargo en Berlín, el SPD consiguió –con el pretexto de la necesidad de paridad de votos y de la necesidad de la unidad de la clase obrera– meter un número importante de sus hombres en el Consejo ejecutivo sin que ninguna asamblea obrera tomara la decisión. Gracias a esta táctica de insistencia sobre la «paridad (de votos) entre los partidos», el SPD tiene más delegados de lo que corresponde a su influencia real en la clase. En provincias las cosas no son muy diferentes: en 40 grandes ciudades, casi 30 consejos de obreros y soldados están bajo la influencia dominante del SPD y el USPD. Los consejos obreros adoptan una vía radical sólo en las ciudades en las que los espartaquistas tienen mayor influencia.

Por lo que concierne a las tareas de los consejos, el SPD intenta esterilizarlas. Mientras que por su naturaleza los consejos tienden a actuar como contrapoder frente al poder del Estado burgués, e incluso a destruirlo, el SPD se las apaña para debilitar estos órganos de la clase y someterlos al Estado burgués. Esto lo hace propagando la idea de que los consejos tienen que concebirse como órganos de transición hasta la convocatoria de elecciones para la asamblea nacional, pero también para hacerles perder su carácter de clase, defendiendo que tienen que abrirse a toda la población, a todas las capas del pueblo. En muchas ciudades el SPD crea «comités de salud pública», que incluyen a todas las capas de la población -desde los campesinos a los pequeños comerciantes, y por supuesto los obreros- con los mismos derechos en estos organismos.

Mientras que los espartaquistas empujan desde el principio a la formación de Guardias rojas para poder imponer, incluso por la fuerza si fuera necesario, las medidas tomadas, el SPD torpedea esta iniciativa en los consejos de soldados diciendo que «expresa una desconfianza hacia los soldados».

En el Consejo ejecutivo de Berlín hay constantemente enfrentamientos sobre las medidas y la dirección a tomar. Aunque no se puede decir que todos los delegados obreros tuvieran una claridad y una determinación suficiente sobre todas las cuestiones, el SPD hace todo lo posible para minar la autoridad del Consejo, tanto desde el interior como del exterior. Así:
– cuando el Consejo ejecutivo da instrucciones, el Consejo de los Comisarios del pueblo (dirigido por el SPD), impone otras;
– el Ejecutivo nunca tendrá su propia prensa y tendrá que ir a mendigar espacio en la prensa burguesa para la publicación de sus resoluciones. Los delegados del SPD hicieron todo lo posible para que fuera así;
– cuando estallan las huelgas en las fábricas de Berlín en noviembre y diciembre, el Comité ejecutivo, bajo la influencia del SPD, toma posición en su contra, aunque expresan la fuerza de la clase obrera y podrían haber permitido corregir los errores del Comité ejecutivo;
– finalmente, el SPD –como fuerza dirigente del gobierno burgués– utiliza la amenaza de los Aliados, que según decían estarían preparados para intervenir militarmente, ocupar Alemania y evitar la «bolchevización», para hacer dudar a los obreros y frenar el movimiento. Así por ejemplo, hacen creer que si los consejos obreros van demasiado lejos, EE.UU. va a terminar el suministro de alimentos a la población hambrienta.

Tanto a través de la amenaza directa desde el exterior, como del sabotaje desde el interior, el SPD utiliza todos los medios contra la clase obrera en movimiento.

Desde el principio, el SPD se afana por aislar a los consejos de su base en las fábricas. Los consejos se componen, en cada fábrica, de delegados elegidos por las asambleas generales y que son responsables ante ellas. Si los obreros pierden o abandonan su poder de decisión en las asambleas generales, si los consejos se desvinculan de sus «raíces», de su «base» en las fábricas, se debilitan y acaban inevitablemente siendo víctimas de la contraofensiva burguesa. Por eso desde el principio, el SPD presiona para que su composición se haga sobre la base de un reparto proporcional de delegados entre los partidos políticos. La elegibilidad y revocabilidad de los delegados por las asambleas no es un principio formal de la democracia obrera, sino la palanca con la cual el proletariado puede dirigir y controlar su lucha partiendo de su célula de vida más pequeña. La experiencia en Rusia ya había mostrado que la actividad de los comités de fábrica es esencial. Si los consejos obreros no tienen que rendir cuentas ante la clase, ante las asambleas que los han elegido, si la clase no es capaz de ejercer su control sobre ellos, eso significa que su movimiento está debilitado y que el poder se le escapa.

En Rusia, Lenin lo había señalado: «Para controlar hay que detentar el poder (...) Si pongo en primer plano el control, ocultando esa condición fundamental, digo una verdad a medias y hago el juego a los capitalistas y los imperialistas. (...) Sin poder, el control es una frase pequeñoburguesa vacía que dificulta la marcha y el desarrollo de la revolución» (Conferencia de abril, «Informe sobre la situación actual», 7 de mayo, Obras completas -traducido por nosotros).

Mientras que en Rusia, desde las primeras semanas, los consejos que se apoyaban en los obreros y los soldados disponían de un poder real, el Ejecutivo de los Consejos de Berlín había sido desposeído de él. Rosa Luxemburg lo constata justamente: «El Ejecutivo de los Consejos unidos de Rusia es -a pesar de lo que se pueda escribir contra él- con toda seguridad, otra cosa que el ejecutivo de Berlín. Uno es la cabeza y el cerebro de una potente organización proletaria revolucionaria, el otro es la rueda de recambio de una camarilla gubernamental cripto-capitalista; uno es la fuente inagotable de la plenipotencia proletaria, el otro carece de fuerza y orientación; uno es el espíritu vivo de la revolución, el otro su sarcófago» (R. Luxemburg, 12 de diciembre de 1918).

El Congreso nacional de los Consejos

El 23 de noviembre, el Ejecutivo de Berlín convoca un Congreso nacional de los Consejos en Berlín para el 16 de diciembre. Esta iniciativa, que intenta reunir todas las fuerzas de la clase obrera, en realidad será utilizada contra ella. El SPD impone que, en las diferentes regiones del Reich, se elija un «delegado obrero» por cada 200 000 habitantes, y un representante de los soldados por cada 100000 soldados, con lo que la representación de los obreros se reduce, mientras que se amplía la de los soldados. En lugar de ser un reflejo de la fuerza y la actividad de la clase en las fábricas, este congreso nacional, en manos del SPD, va a escapar a la iniciativa obrera.

Además, según los propios saboteadores, sólo pueden elegirse «delegados obreros» los «trabajadores manuales e intelectuales». Por eso todos los funcionarios del SPD y de los sindicatos se presentan «mencionando su profesión»; sin embargo, los miembros de la Liga Spartakus, que se presentan abiertamente como tales, son excluidos. Moviendo todos los hilos posibles, las fuerzas de la burguesía consiguen imponerse, mientras que a los revolucionarios, que actúan a cara descubierta, se les prohíbe tomar la palabra.

Cuando se reunió el Congreso de los Consejos el 16 de diciembre, rechazó en primer lugar la participación de los delegados rusos. «La asamblea general reunida el 16 de diciembre no trata deliberaciones internacionales sino únicamente asuntos alemanes en los cuales los extranjeros por supuesto no pueden participar... La delegación rusa es un representante de la dictadura bolchevique.» Esa es la justificación que da el Vorwarts nº 340 (11 de diciembre de 1918). Al hacer adoptar esta decisión, el SPD priva de entrada a la Conferencia de lo que debería haber sido su carácter más fundamental: ser la expresión de la revolución proletaria mundial que había comenzado en Rusia.

En la misma lógica de sabotaje y de desviación, el SPD hacer votar igualmente el llamamiento a la elección de una Asamblea constituyente para el 19 de enero de 1919. Habiendo comprendido la maniobra, los espartaquistas llaman a una manifestación de masas ante el congreso. Más de 250 000 manifestantes se agrupan bajo la consigna: «Por los Consejos obreros y de soldados, no a la asamblea nacional».

Mientras el Congreso está preparado para actuar contra los intereses de la clase obrera, Liebknecht se dirige a los participantes de la manifestación: «Pedimos al Congreso que asuma todo el poder político en sus manos para realizar el socialismo, y que no lo transfiera a la constituyente, que no será para nada un órgano revolucionario. Pedimos al Congreso de los Consejos que tienda la mano a nuestros hermanos de clase en Rusia y que llame a los delegados rusos a venir a unirse a los trabajos del congreso. Queremos la revolución mundial y la unificación de todos los obreros de todos los países en los Consejos obreros y de soldados» (17 de diciembre de 1918).

Los revolucionarios habían comprendido la necesidad vital de la movilización de las masas obreras, la necesidad de ejercer una presión sobre los delegados, de elegir otros nuevos, de desarrollar la iniciativa de asambleas generales en las fábricas, de defender la autonomía de los consejos contra la asamblea nacional burguesa, de insistir sobre la unificación internacional de la clase obrera.

Pero incluso después de esta manifestación masiva, el Congreso sigue rechazando la participación de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht, bajo el pretexto de que no son obreros, cuando en realidad la propia burguesía ya ha conseguido meter a sus hombres en los consejos. Durante el Congreso, los representantes del SPD defienden el Ejército para protegerlo de un mayor desmoronamiento por los consejos de soldados. El congreso decide igualmente no recibir ninguna delegación más de obreros y soldados para no tener que plegarse a su presión.

Al final de sus trabajos el Congreso llega a propagar la confusión haciendo alarde de las pretendidas primeras medidas de socialización mientras que los obreros ni siquiera han tomado el poder: «Llevar a cabo medidas socio-políticas en las empresas tomadas una a una, aisladas, es una ilusión, mientras la burguesía aún tenga el poder en sus manos» (IKD, Der Kommunist). La cuestión central del desarme de la contrarrevolución y del derribo del gobierno burgués, todo esto se dejó de lado.

¿Qué tienen que hacer los revolucionarios ante un tal desarrollo de los acontecimientos? El 16 de diciembre en Dresde, Otto Rühle, que entretanto se ha inclinado hacia el consejismo, tira la toalla ante el Consejo obrero y de soldados local cuando las fuerzas socialdemócratas de la ciudad se hacen con él. Los espartaquistas, al contrario, no abandonan el terreno al enemigo. Después de haber denunciado el congreso nacional de los Consejos, llaman a la iniciativa de la clase obrera:

«El Congreso de los Consejos ha sobrepasado sus plenos poderes, ha traicionado el mandato que le habían dado los consejos de obreros y de soldados, ha suprimido la base sobre la que estaban fundadas su existencia y su autoridad. Los consejos de obreros y de soldados a partir de ahora van a desarrollar su poder y a defender su derecho a la existencia con una energía diez veces mayor. Declararán nula y sin futuro la obra contrarrevolucionaria de sus hombres de confianza indignos» (Rosa Luxemburg, Los Mamelucos de Ebert, 20 de diciembre de 1918).

La savia de la revolución es la actividad de las masas

La responsabilidad de los espartaquistas es empujar adelante la iniciativa de las masas, intensificar sus actividades. Esta orientación es la que van a plantear 10 días después, durante el congreso de fundación del KPD. Retomaremos los trabajos de este congreso de fundación en un próximo artículo.

Los espartaquistas habían comprendido en efecto que el pulso de la revolución latía en los Consejos; la revolución proletaria es la primera revolución que se hace por la gran mayoría de la población, por la clase explotada. Contrariamente a las revoluciones burguesas, que pueden hacerse por minorías, la revolución proletaria sólo puede ganar la victoria si está nutrida y empujada por la actividad de toda la clase. Los delegados de los Consejos, los Consejos mismos, no son una parte aislada de la clase que puede y tiene que aislarse o protegerse de ella, o que deberían mantener al resto de la clase en la pasividad. No, la revolución sólo puede avanzar con la participación consciente, vigilante, activa y crítica de la clase.

Para la clase obrera en Alemania, esto significaba, en ese momento, que tenía que entrar en una nueva fase en la que había que reforzar la presión a partir de las fábricas. Respecto a los comunistas, su agitación en los Consejos locales era la prioridad absoluta. Así los espartaquistas siguen la política que Lenin había ya preconizado en abril de 1917, cuando la situación en Rusia era comparable a la de Alemania: «Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario, y que, por consiguiente, nuestra tarea, en tanto que este gobierno se deje influenciar por la burguesía, no puede sino explicar paciente, sistemática, obstinadamente a las masas los errores de su táctica, partiendo esencialmente de sus necesidades prácticas.

Mientras estemos en minoría, nos aplicamos a criticar y a explicar los errores cometidos, afirmando al mismo tiempo la necesidad de que todo el poder pase a manos de los soviets de diputados obreros, a fin de que las masas se liberen de sus errores por la experiencia» (Tesis de abril, nº 4).

No podemos comprender verdaderamente la dinámica en los consejos si no analizamos más de cerca el papel de los soldados.

El movimiento revolucionario de la clase se inició con la lucha contra la guerra. Pero es fundamentalmente el movimiento de resistencia de los obreros en las fábricas lo que «contamina» a millones de proletarios vestidos de uniforme en el frente (la proporción de obreros entre los soldados es mucho más alta en Alemania que en Rusia). Finalmente los motines de los soldados y las revueltas de los obreros en las fábricas crean una relación de fuerzas que obliga a la burguesía a poner fin a la guerra. Mientras dura la guerra, los obreros de uniforme son el mejor aliado de los obreros que luchan en la retaguardia. Gracias a su resistencia se crea un relación de fuerzas favorable en el frente interior; como señala Liebknecht: «Esto había dado como consecuencia la desestabilización del Ejército. Pero desde que la burguesía ha puesto fin a la guerra, se abre una escisión en el seno del Ejército. La masa de soldados es revolucionaria contra el militarismo, contra la guerra y contra los representantes abiertos del imperialismo. Pero respecto al socialismo está aún indecisa, dubitativa e inmadura» (Liebknecht, 19 de noviembre de 1918). Mientras perdura la guerra y las tropas continúan movilizadas, se forman consejos de soldados.

«Los consejos de soldados son expresión de una masa compuesta por todas las clases de la sociedad, en cuyo seno los proletarios son con mucho la más numerosa, pero no desde luego el proletariado consciente de sus objetivos y dispuesto a la lucha de clases. En muchas ocasiones se forman desde arriba, directamente por oficiales o círculos de la alta nobleza, que así se adaptan hábilmente a las circunstancias tratando de mantener su influencia en los soldados y presentándose como la élite de sus representantes» (Liebknecht, 21 de noviembre de 1918).

El Ejército, como tal, es un instrumento clásico de represión y de conquista imperialista, controlado y dirigido por oficiales sumisos al Estado explotador. En una situación revolucionaria con miles de soldados en efervescencia las relaciones jerárquicas clásicas ya no se respetan, los obreros en uniforme deciden colectivamente, y esto puede conducir a la disgregación del Ejército, más cuando los obreros en uniforme están armados. Pero para que esa disgregación se produzca es necesario que la clase obrera, con su lucha, se alce como un polo de referencia lo suficientemente fuerte entre los obreros.

Durante la fase final de la guerra existía esa dinámica. Por eso la burguesía, que veía como ese peligro se desarrollaba, decide parar la guerra como medio para impedir una radicalización aún mayor. La nueva situación que se crea con el fin de la guerra permite a la burguesía «calmar» a los soldados y alejarlos de la revolución pues, por su parte, el movimiento de la clase obrera no es lo suficientemente fuerte como para atraer hacia sí a la mayoría de los soldados. Esto permite a la burguesía manipular mejor en su favor a los soldados.

Si durante la fase ascendente del movimiento los soldados son un polo importante e indispensable a la hora de acabar con la guerra, cuando la burguesía lanza su contraofensiva su papel varía.

La revolución solo puede hacerse internacionalmente

Mientras que durante cuatro años los capitalistas han combatido duramente entre si, y han sacrificado millones de vidas humanas, súbitamente se unen ante el estallido de la revolución en Rusia y, sobre todo, cuando el proletariado alemán comienza a lanzarse al asalto. Los espartaquistas comprenden muy bien el peligro del aislamiento de la clase obrera en Rusia y en Alemania. El 25 de noviembre lanzan el siguiente llamamiento:

«¡A los proletarios de todos los países!. Ha llegado la hora de ajustar las cuentas a la dominación capitalista. Pero esta gran tarea no pueda cumplirla el proletariado alemán solo. Solo podemos luchar y vencer llamando a la solidaridad de los proletarios del mundo entero. Camaradas de los países beligerantes, sabemos vuestra situación. Sabemos bien cómo vuestros gobernantes, gracias a la victoria obtenida, ciegan al pueblo con los resplandores de la victoria (...). Vuestros capitalistas victoriosos están listos para ahogar en sangre nuestra revolución, a la que temen tanto como la vuestra. A vosotros la “victoria” no os ha hecho más libres sino aún más esclavos. Si vuestras clases dominantes logran estrangular la revolución proletaria en Alemania y en Rusia se volverán contra vosotros con una ferocidad redoblada (...). Alemania da a luz la revolución social pero el socialismo solo lo puede levantar el proletariado mundial» («A los proletarios de todos los países», Spartakusbund, 25 de noviembre 1918).

Mientras que el SPD hace todo  para separar a los obreros alemanes de los rusos, los revolucionarios comprometen todas sus fuerzas en la unificación de la clase obrera.

A este respecto los espartaquistas son conscientes de que «Hoy en día reina entre los pueblos de la Entente, de forma natural, una fuerte embriaguez de victoria, y alborozo por la ruina del imperialismo alemán, la liberación de Francia y Bélgica, es tan grande que no esperamos por el momento un eco revolucionario en esas partes de la clase obrera» (Liebknecht, 23 de diciembre de 1918). Sabían que la guerra había causado una peligrosa división en las filas de la clase obrera. Los defensores del capital, en particular el SPD, comienzan a predisponer a los obreros alemanes contra los de los demás países. Agitan incluso la amenaza de un intervención extranjera. Todo eso fue utilizado a partir de ese momento por la clase dominante.

La burguesía había sacado las lecciones de Rusia

La firma por parte de la burguesía del armisticio que ponía fin a la guerra, bajo la dirección del SPD, ante el miedo a que la clase obrera se radicalizara y siguiera «los pasos de los Rusos», abre una nueva situación.

Como señala R. Müller, uno de los principales miembros de los Delegados revolucionarios: «El conjunto de la política de guerra y todos sus efectos sobre la situación de los obreros, la unión sagrada de la burguesía, todo aquello que había azuzado la cólera de los obreros, se ha olvidado».

La burguesía ha sacado las lecciones de Rusia. Si en este país la burguesía hubiera puesto fin a la guerra en marzo o abril de 1917, seguramente la Revolución de octubre no habría sido posible o, en todo caso, habría sido mucho más difícil. Por tanto es preciso parar la guerra para pisarle los píes del movimiento revolucionario de la clase. A ese nivel los obreros en Alemania se encuentran ante una situación más difícil que sus hermanos de clase en Rusia.

Los espartaquistas captan que el final de la guerra implica un giro en las luchas y que no es previsible una victoria inmediata contra el capital.

«Si vemos las cosas desde el terreno del desarrollo histórico no podemos esperar que surja súbitamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución de clase grandiosa y consciente de sus objetivos en una Alemania que ha ofrecido la imagen espantosa del 4 de agosto y los cuatro años que le han seguido; lo que hemos vivido el 9 de noviembre ha sido sobre todo el hundimiento del imperialismo, más que la victoria de un principio nuevo. Para el imperialismo, coloso con pies de barro, podrido desde su propio interior, simplemente había llegado su hora y debía derrumbarse: lo que siguió fue un movimiento más o menos caótico sin un plan de batalla, muy poco consciente: el único incluso coherente, el único principio constante y liberador se resume en la consigna: creación de consejos obreros y de soldados» («Congreso de fundación del KPD», R. Luxemburgo).

Por eso no se puede confundir el inicio con el final del movimiento, con su objetivo final, pues «ningún proletariado del mundo, incluso el alemán, puede zafarse de la noche a la mañana de los estigmas de una servidumbre milenaria. La situación del proletariado encuentra, menos política que espiritualmente, su estado más elevado el PRIMER día de la revolución. Serán las luchas de la revolución lo que elevará al proletariado a su madurez completa» (R. Luxemburgo, 3 de diciembre de 1918).

El peso del pasado

Los espartaquistas señalan, muy justamente, que el peso del pasado es la principal causa de las grandes dificultades que encuentra la clase obrera. La confianza, aún importante, que muchos obreros tienen aún en el SPD es una debilidad peligrosa. Muchos de ellos consideran que la política de guerra de este partido es, en gran medida, resultado de una desorientación pasajera. Es más, para ellos la guerra era resultado de una maniobra innoble de la camarilla gobernante, que ahora ha sido derribada. Rememorando la insoportable situación que sufrían en el período previo a la guerra, ahora esperan superar definitivamente la miseria. Además las promesas de Wilson que anuncia la unión de las naciones y la democracia aparecen como una garantía contra nuevas guerras. No ven la república democrática que se les «propone» como una república burguesa, sino como el terreno en el que va a nacer el socialismo. En resumen, es determinante la falta de experiencia en la confrontación con los saboteadores, el SPD y los sindicatos.

«En todas las revoluciones anteriores los combatientes se enfrentaban abiertamente, clase contra clase, programa contra programa, espada contra escudo. (...) (Antes) eran siempre los partidarios del sistema a derrocar o que estaba amenazado quienes en nombre de ese sistema, y para salvarlo, tomaban las medidas contrarrevolucionarias. (...) En la revolución de hoy en día las tropas que defienden el antiguo orden se acomodan bajo la bandera del Partido socialdemócrata y no bajo su propia bandera y uniforme de la clase dominante (...) La dominación de la clase burguesa está llevando hoy a cabo su última lucha histórica bajo una bandera ajena, bajo la bandera de la propia revolución. Y es un partido socialista, es decir la creación más original del movimiento obrero y de la lucha de clases, quien se convierte en el instrumento más importante de la contrarrevolución burguesa. El fondo, la tendencia, la política, la psicología, el método, todo ello es capitalista de arriba abajo. De socialista solo queda la bandera, el atavío y la fraseología» (R. Luxemburgo, Una victoria pírrica, 21 de diciembre de 1918).

No se puede formular más claramente el carácter contrarrevolucionario del SPD.

Por ello los espartaquistas definen la siguiente etapa del movimiento de ésta forma: «El paso de una revolución de soldados, predominante el 9 de noviembre de 1918, a una revolución específicamente obrera, es el paso de un trastorno superficial y puramente político a un proceso de larga duración consistente en un enfrentamiento económico general entre el trabajo y el capital, y exige a la clase obrera revolucionaria un grado de madurez política, de educación y de tenacidad diferente del dela primera fase de inicio» (R. Luxemburg, 3 de enero de 1919).

No hay duda de que el movimiento de comienzos de noviembre no es sólo una «revolución de soldados», pero sin los obreros en las fábricas, los soldados nunca habrían llegado a tal nivel de radicalización. Los espartaquistas ven la perspectiva de un verdadero paso adelante cuando, en la segunda mitad de noviembre y en diciembre, estallan las huelgas en el Ruhr y la Alta Silesia, que ponen de manifiesto la actividad de la clase obrera en las fábricas, y un retroceso del peso de la guerra y de los soldados. Tras el final de las hostilidades, el hundimiento de la economía conduce a una degradación aún mayor de las condiciones de vida de la clase obrera. En el Ruhr muchos mineros paran el trabajo y, para imponer sus reivindicaciones van a las otras minas para encontrar la solidaridad de sus hermanos de clase y así construir un frente potente. Así ven a desarrollarse las luchas, viviendo retrocesos para desarrollarse de nuevo con más fuerza.

«En la actual revolución las huelgas que acaban de estallar (...) son los primeros inicios de un enfrentamiento general entre el capital y el trabajo, anuncian el comienzo de una lucha de clases potente y directa, cuya salida solo puede ser la abolición de las relaciones salariales y la introducción de le economía socialista. Son el desencadenante de la fuerza social viva de la revolución actual: la energía de la clase revolucionaria de las masas proletarias. Abren un período de actividad inmediata de las masas mucho más amplio».

Por ello, R. Luxemburgo señala acertadamente que: «Tras la primera fase de la revolución, la de la lucha principalmente política, viene la fase de una lucha reforzada, intensificada, esencialmente económica. (...) En la fase revolucionaria por venir, las huelgas no solo se extenderán más y más, sino que serán el centro, el punto decisivo de la revolución, inhibiendo las cuestiones puramente políticas» (R. Luxemburgo, Congreso de fundación del KPD).

Después de que la burguesía pusiera fin a la guerra bajo la presión de la clase obrera, y que pasara a la ofensiva para frenar las primeras tentativas de toma del poder por el proletariado, el movimiento entra en una nueva etapa. O la clase obrera es capaz de desarrollar nuevas fuerzas para empujar la iniciativa de los obreros en las fábricas y lograr «pasar a una revolución obrera específica», o la burguesía podrá continuar su contraofensiva.

En el próximo artículo abordaremos la cuestión de la insurrección, las concepciones fundamentales de la revolución obrera, el papel que deben desempeñar los revolucionarios y el que efectivamente desempeñaron.

DV

 


[1] En Colonia, el movimiento revolucionario fue muy fuerte. En solo 24 horas, el 9 de noviembre, 45 000 soldados se negaron a obedecer a los oficiales y desertaron. Ya el 7 de noviembre, marineros revolucionarios procedentes de Kiel iban camino de Colonia. El futuro canciller K. Adenauer, entonces alcalde de la ciudad, y la dirección del SPD tomarían medidas para «calmar la situación».

[2] Desde entonces el capital actúa siempre utilizando la misma táctica: en 1980, cuando Polonia estaba dominada por una huelga de masas de obreros, la burguesía cambió de gobierno. La lista de ejemplos en los que la clase dominante cambia a las personas para que la dominación del capital no se vea afectada, es interminable.

 

Series: 

  • Revolución alemana [7]

Historia del Movimiento obrero: 

  • 1919 - la revolución alemana [8]

Respuesta al BIPR (I) - La naturaleza de la guerra imperialista

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El BIPR han respondido en la International Communist Review nº 13 a nuestro artículo de polémica «El concepto del BIPR sobre la decadencia del capitalismo» aparecido en el nº 79 de esta Revista internacional. Esa respuesta expone de forma razonada posiciones. En ese sentido su artículo es una contribución al necesario debate que debe existir entre las organizaciones de la Izquierda comunista, las cuales tienen la responsabilidad decisiva en la lucha por la constitución del Partido comunista del proletariado.

El debate entre el BIPR y la CCI se sitúa dentro del marco de la Izquierda comunista:

  • no es un debate académico y abstracto, sino una polémica militante para dotarnos de posiciones claras, depuradas de cualquier ambigüedad o concesión a la ideología burguesa, muy especialmente en cuestiones como la naturaleza de las guerras imperialistas y los fundamentos materiales de la necesidad de la revolución comunista.
  • es un debate entre partidarios del análisis de la decadencia del capitalismo: desde principios de siglo el sistema ha entrado en una crisis sin salida lo que contiene una amenaza creciente de aniquilación de la humanidad y del planeta.

Dentro de ese marco, el artículo de respuesta del BIPR insiste en su visión de la guerra imperialista como medio de devaluación del capital y reanudación del ciclo de acumulación y justifica esa postura con una explicación de la crisis histórica del capitalismo basada en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

Estas dos cuestiones son el objeto de nuestra respuesta a su respuesta ([1]).

Lo que nos une con el BIPR

En una polémica entre revolucionarios y a causa precisamente de su carácter militante hemos de partir de lo que nos une para en ese marco global abordar lo que nos separa. Este es el método que ha aplicado siempre la CCI, siguiendo a Marx, Lenin, Bilan, etc., y que empleamos al polemizar con el PCI (Programa) ([2]), sobre la misma cuestión que ahora tratamos con el BIPR. Subrayar esto nos parece muy importante porque, en primer lugar, las polémicas entre revolucionarios tienen siempre como hilo conductor la lucha por su clarificación y reagrupamiento en la perspectiva de la constitución del Partido mundial del proletariado. En segundo lugar, porque entre el BIPR y la CCI, sin negar ni relativizar la importancia y las implicaciones de las divergencias que tenemos sobre la comprensión de la naturaleza de la guerra imperialista, es mucho más importante lo que compartimos:

  1. Para el BIPR las guerras imperialistas no tienen objetivos limitados sino que son guerras totales cuyas consecuencias sobrepasan de lejos las que podrían tener en el período ascendente.
  2. Las guerras imperialistas unen los factores económicos y políticos en un nudo inseparable.
  3. El BIPR rechaza la idea de que el militarismo y la producción de armamentos como medio de «acumulación de capital» ([3]).
  4. Como expresión de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas contienen la amenaza creciente de destrucción de la humanidad.
  5. Existen en el capitalismo actual tendencias importantes al caos y la descomposición, aunque como luego veremos el BIPR no les da la misma importancia que nosotros.

Estos elementos de convergencia expresan la capacidad común que tenemos para denunciar y combatir las guerras imperialistas como momentos supremos de la crisis histórica del capitalismo, llamando al proletariado a no elegir entre los distintos lobos imperialistas, apelando a la revolución proletaria mundial como única solución al atolladero sangriento al que lleva el capitalismo a la humanidad, combatiendo a muerte las adormideras pacifistas y denunciando las mentiras capitalistas de que «estamos saliendo de la crisis».

Estos elementos, expresión del patrimonio común de la Izquierda comunista, hacen necesario y posible que ante acontecimientos de envergadura como las guerras del Golfo o de la antigua Yugoslavia, los grupos de la Izquierda comunista hagamos manifiestos conjuntos que expresen ante la clase la voz unida de los revolucionarios. Por eso propusimos en el marco de las Conferencias internacionales de 1977-80 hacer una declaración común ante la guerra de Afganistán y lamentamos que ni BC ni CWO (que luego constituirían el actual BIPR) hubieran aceptado esta iniciativa. Lejos de ser una propuesta de «unión circunstancial y oportunista» estas iniciativas en común son instrumentos de la lucha por la clarificación y la delimitación de posiciones dentro de la Izquierda comunista porque establecen un marco concreto y militante (el compromiso con la clase obrera ante situaciones importantes de la evolución histórica) en el cual debatir seriamente las divergencias. Ese fue el método de Marx o de Lenin: en Zimmerwald, pese a que existían divergencias mucho mayores que las hoy pudieran existir entre la CCI y el BIPR, Lenin aceptó suscribir el Manifiesto de Zimmerwald. Por otra parte, en el momento de la constitución de la IIIª Internacional, existían entre los fundadores importantes desacuerdos no solo sobre el análisis de la guerra imperialista, sino sobre cuestiones como la utilización del parlamento o los sindicatos y, sin embargo, ello no impidió unirse para combatir por la revolución mundial que estaba en marcha. Ese combate en común no era el marco para acallar las divergencias sino, al contrario, la plataforma militante dentro de la cual abordarlas con seriedad y no de forma académica o según impulsos sectarios.

La función de la guerra imperialista

Las divergencias entre el BIPR y la CCI no se sitúan sobre las causas generales de la guerra imperialista. Ateniéndonos al patrimonio común de la Izquierda comunista vemos la guerra imperialista como expresión de la crisis histórica del capitalismo. Sin embargo, la divergencia surge a la hora de ver el papel de la guerra dentro del curso del capitalismo decadente. El BIPR piensa que la guerra imperialista cumple una función económica: permite una devaluación masiva de capital y, en consecuencia, abre la posibilidad de que el capitalismo reemprenda un nuevo ciclo de acumulación.

Esta apreciación parece la mar de lógica: ¿no hay antes de una guerra mundial una crisis generalizada, como por ejemplo la de 1929?; al ser una crisis de sobreproducción de hombres y mercancías ¿no es la guerra imperialista una «solución» al destruir en grandes proporciones obreros, máquinas y edificios? ¿no se reemprende después la reconstrucción y con ello se supera la crisis?. Sin embargo, esta visión, tan aparentemente simple y coherente, es profundamente superficial. Recoge –como luego veremos– una parte del problema (efectivamente, el capitalismo decadente se mueve a través de un ciclo infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis...) pero no plantea el fondo del problema: por una parte, la guerra es mucho más que un simple medio de restablecimiento del ciclo de acumulación capitalista y, de otro lado, ese ciclo se encuentra profundamente viciado y degenerado y está muy lejos de ser el ciclo clásico del período ascendente.

Esta visión superficial de la guerra imperialista tiene consecuencias militantes importantes que el BIPR no es capaz de captar. En efecto, si la guerra permite restablecer el mecanismo de acumulación capitalista, en realidad se está diciendo que el capitalismo siempre podrá salir de la crisis a través del mecanismo doloroso y brutal de la guerra. Esta es la visión que en el fondo nos propone la burguesía: la guerra es un trance horrible que no gusta a ningún gobernante, pero es el medio inevitable que permite encontrar una nueva era de paz y prosperidad.

El BIPR denuncia esas supercherías pero no se da cuenta que esa denuncia se encuentra debilitada por su teoría de la guerra como «medio de devaluación del capital». Para comprender las consecuencias peligrosas que tiene su posición debería examinar esta declaración del PCI (Programa):

«La crisis tiene su origen en la imposibilidad de proseguir la acumulación, imposibilidad que se manifiesta cuando el crecimiento de la masa de producción no logra compensar la caída de la cuota de ganancia. La masa de sobretrabajo total ya no es capaz de asegurar beneficios al capital avanzado, de reproducir las condiciones de rentabilidad de las inversiones. Destruyendo el capital constante (trabajo muerto) a gran escala, la guerra ejerce entonces una función económica fundamental (subrayado nuestro): gracias a las espantosas destrucciones del aparato productivo, permite, en efecto, una futura expansión gigantesca de la producción para sustituir lo destruido, y una expansión paralela de los beneficios, de la plusvalía total, o sea, del sobretrabajo que tanto necesita el capital. Las condiciones de recuperación del proceso de acumulación de capital quedan restablecidas. El ciclo económico vuelve a arrancar... El sistema capitalista mundial, viejo al iniciarse la guerra, encuentra el manantial de juventud en el baño de sangre que le proporciona nuevas fuerzas y una vitalidad de recién nacido» (PC, nº 90, pag. 24, citada en nuestra polémica de la Revista internacional, nº 77. Subrayado por nosotros).

Decir que el capitalismo «recupera la juventud» cada vez que sale de una guerra mundial tiene unas claras consecuencias revisionistas: la guerra mundial no pondría al orden del día la necesidad de la revolución proletaria sino la reconstrucción de un capitalismo que vuelve a sus inicios. Eso es tirar por tierra el análisis de la IIIª Internacional que dice claramente que «una nueva época surge. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado». Significa, pura y simplemente, romper con una posición fundamental del marxismo: el capitalismo no es un sistema eterno sino un modo de producción cuyos límites históricos le imponen una época de decadencia en la cual está a la orden del día la revolución comunista.

Esta declaración la citamos y criticamos en nuestra polémica sobre la concepción de la guerra y la decadencia del PCI (Programa) de la Revista internacional, nos 77 y 78. Esto es ignorado por el BIPR, el cual en su «Res­ puesta» parece defender al PCI (Programa) cuando afirma: «Su debate con los bordiguistas se centra en su aparente punto de vista de que existe una relación mecánica causal entre guerra y ciclo de acumulación. Decimos “aparentemente” porque, como es habitual, la CCI no da ninguna cita que muestre que la visión histórica de los bordiguistas sea tan esquemática. Estamos poco inclinados a aceptar las aserciones sobre Programa comunista a la vista de la manera cómo interpretan nuestros puntos de vista» ([4]).

La cita que dimos en Revista internacional nº 77 habla por sí sola y pone en evidencia que en la posición del PCI (Programa) hay algo más que «esquematismo»: si el BIPR se sale por la tangente con lloriqueos sobre nuestras «malas interpretaciones» es porque, sin atreverse a decir las aberraciones del PCI (Programa), sus ambigüedades conducen a ellas: «Nosotros decimos que la función (subrayado en el original) económica de la guerra mundial (esto es sus consecuencias para el capitalismo) es devaluar capital como preludio necesario para un posible nuevo ciclo de acumulación» ([5]).

Esta visión de la «función económica de la guerra imperialista» viene de Bujarin. Éste, en La Economía mundial y el imperialismo, libro que escribió en 1915, y que fue una aportación en cuestiones como el capitalismo de Estado o la liberación nacional, desliza, sin embargo, un error importante, ve las guerras imperialistas como un instrumento del desarrollo capitalista: «La guerra no puede detener el curso general del desarrollo del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de la expansión al máximo del proceso de centralización... La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por la mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce» ([6]).

La guerra imperialista no es un medio de «devaluación del capital» sino una expresión del proceso histórico de destrucción, de esterilización de medios de producción y vida, que caracteriza globalmente al capitalismo decadente.

Destrucción y esterilización de capital no es lo mismo que devaluación de capital. El período ascendente del capitalismo comportaba crisis cíclicas periódicas que llevaban a periódicas devaluaciones de capitales. Es el movimiento señalado por Marx: «Al mismo tiempo que disminuye la tasa de beneficio, la masa de capitales aumenta. Paralelamente, se produce una depreciación del capital existente, que detiene esa baja e imprime un movimiento más rápido a la acumulación de valor-capital... La depreciación periódica del capital existente, que es un medio inmanente al régimen de producción capitalista, para detener la baja de la cuota de beneficio y acelerar la acumulación de valor capital mediante la formación de capital nuevo, perturba las condiciones dadas –en las cuales se efectúan los procesos de circulación y de reproducción del capital– y, como consecuencia, va acompañada de bruscas interrupciones y de crisis en el proceso de producción» ([7]).

El capitalismo, por su propia naturaleza, desde sus orígenes, tanto en el período ascendente como en la decadencia, cae constantemente en la sobreproducción y, en ese marco, las periódicas sangrías de capital le son necesarias para retomar con más fuerza su movimiento normal de producción y circulación de mercancías. En el período ascendente, cada etapa de devaluación de capital se resolvía en una expansión a mayor escala de las relaciones capitalistas de producción. Y esto era posible porque el capitalismo encontraba nuevos territorios precapitalistas que podía integrar en su esfera sometiéndolos a las relaciones salariales y mercantiles que le son propias. Por esa razón «las crisis del siglo XIX que Marx describe lo son todavía de crecimiento, crisis en las que el capital sale reforzado... Tras cada crisis quedan aún mercados nuevos por conquistar para los países capitalistas» ([8]).

En el período de decadencia estas crisis de devaluación de capitales prosiguen y se hacen más o menos crónicas ([9]). Sin embargo, a ese rasgo inherente y consustancial del capitalismo, se superpone otro característico de su época de decadencia y fruto de la agravación extrema de las contradicciones que comporta dicha época: la tendencia a la destrucción y la esterilización de capital.

Esta tendencia viene dada por la situación de bloqueo histórico que determina la época decadente del capitalismo: «¿Qué es la guerra imperialista mundial? Es la lucha por medios violentos, a la que se ven obligados a librarse los diferentes grupos capitalistas, no para la conquista de nuevos mercados y fuentes de materias primas, sino para el reparto de los ya existentes, un reparto en beneficio de unos y en detrimento de otros. El curso de la guerra se abre, y tiene sus raíces, en la crisis económica general y permanente que estalla, marcando por ello el fin de las posibilidades de desarrollo al cual ha llegado el régimen capitalista» («El renegado Vercesi», mayo 1944, en el Boletín internacional de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, nº 5). En el mismo sentido «el capitalismo decadente es la fase en la cual la producción no puede continuar más que a condición (subrayado en el original) de tomar la forma material de productos y medios de producción que no sirven al desarrollo y la ampliación de la producción sino a su restricción y destrucción» (ídem).

En la decadencia, el capitalismo no cambia, en manera alguna, de naturaleza. Continúa siendo un sistema de explotación, continúa afectado (a una escala mucho mayor) por la tendencia a la depreciación del capital (tendencia que se hace permanente). Sin embargo, lo esencial de la decadencia es el bloqueo histórico del sistema del cual nace una poderosa tendencia a la autodestrucción y el caos: «La ausencia de una clase revolucionaria que presente la posibilidad histórica de engendrar y presidir la instauración de un sistema económico en correspondencia con la necesidad histórica, conduce la sociedad y su civilización a un atolladero, donde el desplome, el hundimiento interno, son inevitables. Marx dio como ejemplo de ese atolladero histórico las civilizaciones de Grecia y de Roma en la antigüedad. Engels, aplicando esta tesis a la sociedad burguesa, llega a la conclusión de que la ausencia o la incapacidad del proletariado llamado a resolver, superándolas, las contradicciones antitéticas que surgen en la sociedad capitalista, sólo puede tener como desembocadura la vuelta a la barbarie» (ídem).

La posición de la Internacional comunista sobre la guerra imperialista

El BIPR ironiza frente a nuestra insistencia sobre este rasgo crucial del capitalismo decadente: «Para la CCI todo se reduce a “caos” y “descomposición” y con ello no necesitamos molestarnos demasiado con un análisis detallado de las cosas. Esta es la clave de su posición» ([10]). Volveremos sobre esta cuestión; queremos precisar, sin embargo, que esa acusación de simplismo que supondría en opinión del BIPR nada menos que una negación del marxismo como método de análisis de la realidad, deberían dirigirla al Ier Congreso de la IC, a Lenin y a Rosa Luxemburgo.

No es objeto de este artículo poner en evidencia las limitaciones de la posición de la IC ([11]) sino apoyarnos en sus puntos claros. Examinando los documentos fundacionales de la Internacional comunista vemos en ellos indicaciones claras que rechazan la idea de la guerra como «solución» a la crisis capitalista y la visión de un capitalismo de posguerra que funciona «normalmente» según los ciclos de acumulación propios de su período ascendente.

«La “política de paz” de la Entente desvela aquí definitivamente a los ojos del proletariado internacional la naturaleza del imperialismo de la Entente y del imperialismo en general. Prueba al mismo tiempo que los gobiernos imperialistas son incapaces de acordar una paz “justa y duradera” y que el capital financiero no puede restablecer la economía destruida. El mantenimiento del dominio del capital financiero conduciría a la destrucción total de la sociedad civilizada o al aumento de la explotación, de la esclavitud, de la reacción política, del armamentismo y finalmente a nuevas guerras destructoras» ([12]).

La IC deja bien claro que el capital no puede restablecer la economía destruida, es decir, no puede restablecer, tras la guerra, un ciclo de acumulación «normal», sano, no puede encontrar, en suma, «una nueva juventud» como dice el PCI (Programa). Más aún, en caso de volver a un «restablecimiento», éste estaría profundamente viciado y alterado por el desarrollo del «armamentismo, la reacción política, el incremento de la explotación».

En el Manifiesto del Ier Congreso, la IC aclara que «El reparto de materias primas, la explotación de la nafta de Bakú o de Rumania, o de la hulla del Donetz, del trigo de Ucrania, la utilización de las locomotoras, de los vagones y de los automóviles de Alemania, el aprovisionamiento de pan y carne de la Europa hambrienta, todos esos problemas fundamentales de la vida económica del mundo ya no están regidos ni por la libre competencia ni tampoco por combinaciones de trusts o de consorcios nacionales o internacionales. Ellos han caído bajo el yugo de la tiranía militar para salvaguardar de ahora en adelante su influencia predominante. Si la absoluta sujeción del poder político al capital financiero condujo a la humanidad a la carnicería imperialista, esta carnicería permitió al capital financiero no solamente militarizar hasta el extremo el Estado sino también militarizarse a sí mismo, de modo tal que no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre» ([13]).

La perspectiva que traza la IC es la de una «militarización de la economía» cuestión que todos los análisis marxistas evidencian como una expresión de la agravación de las contradicciones capitalistas y no como su alivio o relativización aunque sea temporal (el BIPR en su Respuesta, pag. 33, rechaza el militarismo como medio de acumulación). También la IC insiste en que la economía mundial no puede volver ni al período liberal ni siquiera al de los trusts y, finalmente, expresa una idea muy importante: «el capitalismo ya no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre». Esto sólo puede interpretarse de una manera: tras la guerra mundial el mecanismo de acumulación ya no puede funcionar normalmente, para hacerlo necesita del «hierro y la sangre».

La perspectiva que apunta la IC para la posguerra es la agravación de las guerras: «Los oportunistas que antes de la guerra invitaban a los obreros a moderar sus reivindicaciones con el pretexto de pasar lentamente al socialismo y que durante la guerra lo obligaron a renunciar a la lucha de clases en nombre de la unión sagrada y la defensa nacional, exigen del proletariado un nuevo sacrificio, esta vez con el propósito de acabar con las consecuencias horrorosas de la guerra. Si tales prédicas lograsen influir a las masas obreras, el desarrollo del capital proseguiría sacrificando numerosas generaciones con nuevas formas de sujeción, aún más concentradas y más monstruosas, con la perspectiva fatal de una nueva guerra mundial» ([14]).

Fue una tragedia histórica que la IC no desarrollara este claro cuerpo de análisis y, además, que en su etapa de degeneración lo contradijera abiertamente con posturas que insinuaban la concepción de un capitalismo «vuelto a la normalidad» reduciendo los análisis sobre el declive y la barbarie del sistema a meras proclamas retóricas. Sin embargo, la tarea de la Izquierda comunista es precisar y detallar esas líneas generales legadas por la IC y está claro que de las citas anteriores no se desprende una orientación que vaya en el sentido de un capitalismo que da vueltas en torno a un ciclo constante de acumulación-crisis-guerra devaluativa-nueva acumulación... sino más bien en el sentido de una economía mundial profundamente alterada, incapaz de retomar las condiciones normales de la acumulación y abocada a nuevas convulsiones y destrucciones.

La irracionalidad de la guerra imperialista

Esta subestimación del análisis fundamental de la IC (y de Rosa Luxemburgo y Lenin) se pone de manifiesto en el rechazo por parte del BIPR de nuestra noción de la irracionalidad de la guerra: «Pero el artículo de la CCI altera el significado de esta afirmación (sobre la función de la guerra) porque su comentario subsiguiente es que eso significaría que estaríamos de acuerdo con que “hay una racionalidad económica en el fenómeno de la guerra mundial”. Eso implicaría que vemos la destrucción de valores como el objetivo del capitalismo, es decir, que eso es la causa (subrayado en el original) directa de la guerra. Pero causas no son lo mismo que consecuencias. La clase dominante de los Estados imperialistas no va a la guerra conscientemente para devaluar capital» ([15]).

En el período ascendente del capitalismo las crisis cíclicas no eran provocadas conscientemente por la clase dominante. Sin embargo, las crisis cíclicas tenían una «racionalidad económica»: permitían devaluar capital y, en consecuencia, reanudar la acumulación capitalista a un nuevo nivel. El BIPR piensa que las guerras mundiales de la decadencia cumplen un papel de devaluación de capital y reanudación de la acumulación. Es decir, les atribuyen una racionalidad económica de índole similar al de las crisis cíclicas en el período ascendente.

Ahí está justamente el error central tal y como advertíamos a CWO, hace ya 16 años, en nuestro artículo «Teorías económicas y lucha por el socialismo»: «Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de la CWO: “cada crisis conduce mediante la guerra a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción se repita de nuevo” (cita de la CWO tomada de la publicación Revolutionary Perspectives, nº 6, pag.18, en su artículo «La acumulación de contradicciones»). Para la CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un nivel más alto» ([16]).

El BIPR sitúa la diferencia entre ascendencia y decadencia únicamente en la magnitud de las interrupciones periódicas del ciclo de acumulación: «Las causas de la guerra vienen de los esfuerzos de la burguesía para defender sus valores de capital frente a los de los rivales. Bajo el capitalismo ascendente tal rivalidad se expresaba en el nivel económico y entre firmas rivales. Aquellos que podían alcanzar un grado de concentración de capital más grande (tendencia capitalista a la centralización y el monopolio) estaban en posición... de empujar a sus competidores contra la pared. Esta rivalidad llevaba también a una sobreacumulación de capital que desembocaba en las crisis cada 10 años del siglo XIX. En éstas las firmas más débiles quebraban o eran tomadas por sus rivales más poderosos. El capital podía ser devaluado en cada crisis y entonces una nueva ronda de acumulación podía recomenzar, aunque el capital se hacía más centralizado y concentrado... en la era del capital monopolista, en la que la concentración ha alcanzado el nivel del Estado nacional, lo económico y lo político se interrelacionan en la etapa decadente o imperialista del capitalismo. En esta época las políticas que demanda la defensa de los valores del capital involucran a los Estados mismos y se elevan a rivalidades entre las potencias imperialistas» ([17]). Como consecuencia de ello «las guerras imperialistas no tienen tales objetivos limitados (como las del período ascendente, ndt). La burguesía... una vez se embarca en la guerra lo hace hasta que se produce la aniquilación de una nación o de un bloque de naciones. Las consecuencias de la guerra no se limitan a una destrucción física de capital sino también a una masiva devaluación del capital existente» ([18]).

En el fondo de estos análisis hay un fuerte economicismo: sólo conciben las guerras como un producto inmediato y mecánico de la evolución económica. En nuestro artículo de la Revista internacional, nº 79, expusimos que la guerra imperialista tiene una raíz económica global (la crisis histórica del capitalismo) pero de ahí no se deduce que cada guerra tenga una motivación económica inmediata y directa. El BIPR buscó en la guerra del Golfo una causa económica y cayó en el terreno del economicismo más vulgar diciendo que era una guerra por los pozos de petróleo. Igualmente ha explicado la guerra yugoslava por el apetito de no se sabe qué mercados por parte de las grandes potencias ([19]). Es cierto que luego, bajo la presión de nuestras críticas y de las evidencias empíricas, corrigió esos análisis pero no ha llegado nunca a poner en cuestión ese economicismo vulgar que no puede concebir la guerra sin una causa inmediata y mecánica de tipo «económico» detrás de ella ([20]).

El BIPR confunde rivalidad comercial y rivalidad imperialista que no son necesariamente iguales. La rivalidad imperialista tiene como causa de fondo una situación económica de saturación general del mercado mundial, pero eso no quiere decir que tenga como origen directo la mera concurrencia comercial. Su origen es económico, estratégico y militar y en él se concentran factores históricos y políticos.

De la misma forma, en el período ascendente del capitalismo, las guerras (de liberación nacional o coloniales) si bien tenían una finalidad económica global (la constitución de nuevas naciones o la expansión del capitalismo mediante la formación de colonias) no venían directamente dictadas por rivalidades comerciales. Por ejemplo, la guerra franco-prusiana tuvo orígenes dinásticos y estratégicos pero no venía ni de una crisis comercial insalvable para ninguno de los contendientes ni de una particular rivalidad comercial. Esta cuestión el BIPR es capaz de entenderla hasta cierto punto cuando dicen: «Mientras las guerras post-napoleónicas del siglo XIX tenían sus horrores (como lo ve correctamente la CCI) la verdadera diferencia estaba en que se luchaba por objetivos específicos que permitían alcanzar soluciones rápidas y negociadas. La burguesía del siglo XIX todavía tenía la misión programática de destruir los residuos de los viejos modos de producción y crear verdaderas naciones» ([21]). Además, el BIPR ve muy bien la diferencia con el período decadente: «el coste de un mayor desarrollo capitalista de las fuerzas productivas no es inevitable. Además, estos costes han alcanzado tal escala que amenazan la destrucción de la vida civilizada tanto a corto plazo (medio ambiente, hambrunas, genocidio) y a largo plazo (guerra imperialista generalizada)» ([22]).

Las constataciones del BIPR son correctas y las compartimos plenamente, pero deberían plantearle una pregunta muy simple: ¿qué significa que las guerras de la decadencia tengan «objetivos totales» y que el coste del mantenimiento del capitalismo llegue hasta el extremo de suponer la destrucción de la humanidad? ¿pueden corresponder esas situaciones de convulsión y destrucción que el BIPR reconoce que son cualitativamente diferentes a las del período ascendente, a una situación económica de reproducción normal y sana de los ciclos de acumulación del capital, que sería idéntica a la del período ascendente?.

La enfermedad mortal del capitalismo decadente el BIPR la sitúa únicamente en el momento de las guerras generalizadas, pero no la ven en los momentos de aparente normalidad, en los períodos donde, según ellos, se desarrolla el ciclo de acumulación del capital. Esto le lleva a una peligrosa dicotomía: por un lado, conciben épocas de desarrollo de los ciclos normales de acumulación del capital donde asistimos a un crecimiento económico real, se producen «revoluciones tecnológicas», crece el proletariado. En estas épocas de plena vigencia del ciclo de acumulación, el capitalismo parece volver a sus orígenes, su crecimiento parece mostrarle en una situación idéntica a su período juvenil (esto el BIPR no se atreve a decirlo, mientras que el PCI-Programa lo afirma abiertamente). Por otro lado, estarían las épocas de guerra generalizada en las cuales la barbarie del capitalismo decadente se manifestaría en toda su brutalidad y violencia.

Esta dicotomía recuerda fuertemente a la que expresaba Kautski con su tesis del «superimperialismo»: por una parte, reconocía que tras la Primera Guerra mundial el capitalismo entraba en un período donde podían producirse grandes catástrofes y convulsiones, pero, al mismo tiempo, establecía que había una tendencia «objetiva» a la concentración suprema del capitalismo en un gran trust imperialista lo cual permitía un capitalismo pacífico.

En el prólogo al libro antes citado de Bujarin (La Economía mundial y el imperialismo), Lenin denuncia esta contradicción centrista de Kautsky: «Kautsky ha prometido ser marxista en la época de los graves conflictos y de las catástrofes, que él se ha visto forzado a prever y a definir muy netamente, cuando, en 1909, escribía su obra sobre el tema. Ahora que está absolutamente fuera de duda que dicha época ha llegado, Kautski se limita a seguir prometiendo ser marxista en una época futura, que no llegará quizá nunca, la del superimperialismo. En una palabra, el prometerá ser marxista, tanto como se quiera, pero en otra época, no en el presente, en las condiciones actuales, en la época que vivimos» (libro citado, pág. 6, edición española).

Guardando las distancias, al BIPR le pasa lo mismo. El análisis marxista de la decadencia del capitalismo lo guarda celosamente para el período en que estalle la guerra, entre tanto para el período de acumulación se permite un análisis que hace concesiones a las mentiras burguesas sobre la «prosperidad» y el «crecimiento» del sistema.

La subestimación de la gravedad del proceso de descomposición del capitalismo

Esa tendencia a guardar el análisis marxista de la decadencia para el período de guerra generalizada explica la dificultad que tiene el BIPR para comprender la actual etapa de la crisis histórica del capitalismo: «La CCI ha sido consecuente desde su fundación hace 20años en dejar de lado todo intento de análisis sobre cómo el capitalismo ha conducido la crisis actual. Piensa que todo intento de ver los rasgos específicos de la crisis presente es equivalente a decir que el capitalismo ha resuelto la crisis. No se trata de eso. Lo que incumbe a los marxistas actualmente es tratar de entender por qué la crisis presente sobrepasa en duración a la gran depresión de 1873-96. Pero mientras esta última fue una crisis cuando el capitalismo entraba en su fase monopolista y era todavía soluble por una simple devaluación económica, la crisis de hoy amenaza la humanidad con una catástrofe muchísimo más grande» ([23]).

No es cierto que la CCI haya renunciado a analizar los rasgos de la presente crisis. El BIPR se convencerá de esto estudiando los artículos que regularmente publicamos en cada número de la Revista internacional, siguiendo la crisis en todos sus aspectos. Para nosotros la crisis abierta en 1967 es la reaparición en forma abierta de una crisis crónica y permanente del capitalismo en su decadencia, es la manifestación de un freno profundo y cada vez más incontrolable del mecanismo de acumulación capitalista. Los «rasgos específicos» que tiene la crisis actual constituyen las distintas tentativas del capital a través del reforzamiento de la intervención del Estado, la huida hacia adelante en el endeudamiento y las manipulaciones monetarias y comerciales, para evitar una explosión incontrolable de su crisis de fondo y, simultáneamente, la evidencia del fracaso de tales pócimas y su efecto perverso de agravar mucho más el mal incurable del capitalismo.

El BIPR ve como la «gran tarea» de los marxistas explicar la larga duración de la crisis actual. No nos sorprende que al BIPR le choque esa larga duración de la crisis, en la medida en que no comprenden el problema de fondo: no asistimos al fin de un ciclo de acumulación sino a una situación histórica prolongada de bloqueo, de alteración profunda, del mecanismo de acumulación. Una situación, como decía la IC, donde el capitalismo no puede asegurar sus funciones económicas esenciales más que por el hierro y la sangre.

Este problema de fondo que tiene el BIPR le lleva a ironizar una vez más acerca de nuestra posición sobre la actual situación histórica de caos y descomposición del capitalismo: «mientras podemos estar de acuerdo en que hay tendencias hacia la descomposición y el caos (después de 20 años del fin del ciclo de acumulación es difícil ver cómo no podía ser de otra manera) éstas no pueden ser utilizadas como eslóganes para evitar un análisis concreto de qué es lo que está pasando» ([24]).

Como se ve, lo que más le preocupa al BIPR es nuestro supuesto «simplismo», una especie de «pereza intelectual» que se refugiaría en gritos radicales sobre la gravedad y el caos de la situación del capitalismo, como muletilla para no entrar en un análisis concreto de lo que está pasando.

La preocupación del BIPR es justa. Los marxistas nos molestamos y nos molestaremos (esa es una de nuestras obligaciones dentro del combate del proletariado) en analizar detalladamente los acontecimientos evitando caer en generalidades retóricas al estilo del «marxismo ortodoxo» de Longuet en Francia o de las vaguedades anarquistas que reconfortan mucho pero que ante los momentos decisivos llevan a graves desvaríos oportunistas cuando no a traiciones descaradas.

Sin embargo para poder hacer un análisis concreto de «lo que está pasando» hay que tener un marco global claro y es en ese terreno donde el BIPR tiene problemas. Como no comprende la gravedad y la profundidad de las alteraciones y el grado de degeneración y contradicciones del capitalismo en «tiempos normales», en las fases del ciclo de acumulación, todo el proceso de descomposición y caos del capitalismo mundial, que se ha acelerado substancialmente con el derrumbe del bloque del Este en 1989, se le escapa de las manos, es incapaz de comprenderlo.

El BIPR debería recordar las estupideces lamentables que dijo cuando el derrumbe de los países estalinistas especulando sobre los «fabulosos mercados» que estos solares de ruinas podrían ofrecer a los países de Occidente y creyendo que supondrían un alivio de la crisis capitalista. Luego, ante lo aplastante de las evidencias empíricas y gracias a nuestras críticas, el BIPR ha corregido sus errores. Esto está muy bien y revela su responsabilidad y su seriedad ante el proletariado. Pero el BIPR debería ir al fondo del asunto: ¿por qué tantas meteduras de pata? ¿por qué tiene que cambiar arrastrado por los hechos mismos? ¿qué vanguardia es esa que tiene que cambiar de posición a remolque de los acontecimientos, incapaz siempre de preverlos?. El BIPR debería estudiar atentamente los documentos donde hemos expuesto las líneas generales del proceso de descomposición del capitalismo ([25]). Comprobaría que no hay problema de «simplismo» por nuestra parte sino de retraso e incoherencia por la suya.

Estos problemas tienen una nueva muestra en la siguiente especulación del BIPR: «Una prueba más del idealismo de la CCI está en su acusación final al Buró de que “no tiene una visión unitaria y global de la guerra” lo cual llevaría a la “ceguera y la irresponsabilidad (sic)” de no ver que una próxima guerra podría significar “nada menos que la completa aniquilación del planeta”. La CCI podría tener razón, aunque nos gustaría conocer las bases científicas de esta predicción. Nosotros mismos hemos dicho siempre que la próxima guerra amenaza la existencia de la humanidad. Sin embargo no hay una certeza absoluta de esta destrucción total de todo lo existente. La próxima guerra imperialista podría no desembocar en la destrucción final de la humanidad. Hay armas de destrucción masiva que no se han usado en conflictos anteriores (como por ejemplo las armas químicas o biológicas) y no hay garantía que un holocausto nuclear podría abarcar todo el planeta. De hecho los preparativos presentes de las potencias imperialistas incluyen la eliminación de armas de destrucción masiva a la vez que se desarrollan las armas convencionales. Incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada (incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control)» ([26]).

El BIPR debería aprender un poco de la historia: en la Primera Guerra mundial todos los bandos emplearon las máximas fuerzas de destrucción, corrieron desesperados por encontrar el ingenio más mortífero. En la Segunda Guerra mundial cuando Alemania ya estaba vencida se produjeron los masivos bombardeos de Dresde empleando bombas incendiarias y de fragmentación y después con Japón igualmente vencido Estados Unidos empleó la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Después, la masa de bombas que cayó en 1971 sobre Hanoi en una noche superó la masa de bombas caídas en todo 1945 sobre Alemania. A su vez, la «alfombra de bombas» que lanzaron los «aliados» sobre Bagdad batió el triste récord de Hanoi. En la misma guerra del Golfo se probaron, experimentando sobre los propios soldados norteamericanos, nuevas armas de tipo nuclear-convencional y químico. Se empieza a saber ahora que Estados Unidos hizo en los años 50 experimentos sobre su propia población con armas bacteriológicas... Y ante esa masa de evidencias que se pueden leer en cualquier publicación burguesa, el BIPR ¡tiene la torpeza y la ignorancia de especular sobre el grado de control de la burguesía, sobre «su interés» en evitar un holocausto total!. De forma suicida, el BIPR sueña en que se emplearían armas «menos destructivas» cuando 80 años de historia prueban todo lo contrario.

En esta especulación insensata, el BIPR no sólo no comprende la teoría sino que ignora olímpicamente la aplastante y repetida evidencia de los hechos. Debería comprender lo gravemente erróneo y revisionista de esas ilusiones estúpidas de pequeño burgués impotente que se agarra al clavo ardiendo de que «incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada».

El BIPR debe superar su centrismo, su oscilación entre una posición coherente sobre la guerra y la decadencia del capitalismo y las teorizaciones especulativas que hemos criticado sobre la guerra como medio de devaluación del capital y reanudación de la acumulación. Esos errores le llevan, en efecto, a no considerar y tomarse en serio como instrumento coherente de análisis lo que él mismo dice: «incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control».

Esta frase es para el BIPR un mero paréntesis retórico; pero si quisiera ser plenamente fiel a la Izquierda comunista y comprender la realidad histórica esa frase debería ser su guía de análisis, el eje de pensamiento para comprender concretamente los hechos y las tendencias históricas del capitalismo actual.

Adalen
27-5-95


[1] En su respuesta el BIPR desarrolla otras cuestiones como una peculiar concepción del capitalismo de Estado que no trataremos aquí.

[2] Ver en Revista internacional, nº 77 y 78, «Negar la decadencia del capitalismo equivale a desmovilizar al proletariado ante la guerra».

[3] El BIPR afirma su coincidencia con nuestra posición pero en vez de reconocer la importancia y las consecuencias de esa convergencia de análisis reacciona de forma sectaria y nos acusa de mantener ese rechazo del error que cometió Rosa Luxemburgo sobre el «militarismo como sector de acumulación de capital» de manera deshonesta. En realidad, como luego demostraremos, la comprensión de que el militarismo no es un medio de acumulación de capital es un argumento a favor de nuestra tesis fundamental sobre el bloqueo creciente de la acumulación en el período de decadencia, y no un desmentido de esa tesis. Por otra parte, los compañeros del BIPR se confunden cuando dicen que es gracias a su crítica si cambiamos de posición sobre el tema del militarismo. Deberían leer los documentos de nuestros predecesores (la Izquierda comunista de Francia) que contribuyeron de manera fundamental al análisis de la economía de guerra a partir de una crítica sistemática a la idea de Vercesi de la «guerra como solución a la crisis capitalista». Ver «El renegado Vercesi» (1944).

[4] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29.

[5] Ídem.

[6] Libro citado, pág. 139, edición española.

[7] El Capital, libro 3º, sección 3ª, capítulo XV, parte 2.

[8] «Las teorías sobre las crisis: desde Marx hasta la IC», en Revista internacional, no 22, pag. 17.

[9] Ver nuestro artículo de polémica con el BIPR en Revista internacional nº 79, apartado «La naturaleza de los ciclos de acumulación en la decadencia capitalista».

[10] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 30.

[11] La IC en sus dos primeros Congresos tenía como tarea urgente y prioritaria llevar adelante los intentos revolucionarios del proletariado mundial y reagrupar sus fuerzas de vanguardia. En ese sentido sus análisis sobre la guerra y la posguerra, sobre la evolución del capitalismo etc. no pudieron ir más allá de la elaboración de unos rasgos generales. El curso posterior de los acontecimientos, las derrotas del proletariado y el avance veloz de la gangrena oportunista en el seno de la IC, condujeron a que contradijera esos rasgos generales y a que las tentativas de elaboración teórica (en particular, la polémica de Bujarin contra Rosa Luxemburgo en su libro El Imperialismo y la acumulación de capital, de 1924) constituyeran una brutal regresión respecto a la claridad de los dos primeros Congresos.

[12] «Tesis sobre la situación internacional y la política de la Entente», Documentos del Ier Congreso de la IC, pág.78, edición española.

[13] Ídem.

[14] Ídem.

[15] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, p. 29.

[16] Revista internacional, no 16, pag. 19.

[17] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29-30.

[18] Ídem.

[19] Ver el artículo «El medio político proletario ante la guerra del Golfo» en Revista internacional, no 64.

[20] Battaglia Communista de enero de 1991 anunciaba, a propósito de la guerra del Golfo, que «la tercera guerra mundial ha comenzado el 17 de enero» (dia de los primeros bombardeos directos de los «aliados» sobre Bagdad). En el número siguiente, BC pliega velas ante la metedura de pata pero en lugar de sacar lecciones del error persisten en él: «en ese sentido, afirmar que la guerra que ha comenzado el 17 de enero marca el inicio del tercer conflicto mundial no es un acceso de fantasía, sino tomar acta de que se ha abierto la fase en la que los conflictos comerciales, que se han acentuado desde principios de los años 70, no pueden solucionarse si no es con la guerra generalizada». Ver en Revista internacional, nº 72, el artículo «Cómo no entender el desarrollo del caos y los conflictos imperialistas» donde se critican y analizan estos y otros lamentables patinazos.

[21] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13.

[22] Ídem, pág. 31.

[23] Ídem, pág. 34.

[24] Ídem, pág. 35.

[25] Ver en Revista internacional, no 60, las «Tesis sobre los países del Este» acerca del hundimiento del estalinismo; en la Revista internacional, no 62, «La descomposición del capitalismo»; y en Revista internacional, no 64, «Militarismo y descomposición».

[26] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 36.

 

Series: 

  • Polémica en el medio político: sobre la decadencia [9]

Corrientes políticas y referencias: 

  • Tendencia Comunista Internacionalista (antes BIPR) [10]

Cuestiones teóricas: 

  • Guerra [11]
  • Imperialismo [12]

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