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Esta dinámica no proviene sólo de la ignorancia y del atraso de las regiones, es en realidad una expresión de la dinámica del capitalismo agonizante. Este tipo de violencia irracional no es propio de los países periféricos, apenas en el año 2000, habitantes de El Ejido, en Almería, España, llenos de fiebre xenófoba, intentaron linchar a un grupo de inmigrantes, y con similares características actúan los “cabezas rapadas” y los hooligans de los países industrializados.
En el linchamiento de Tlahuac, lo que subyace en el fondo, más allá de si fue inducido por la guerrilla, el narco o una provocación gubernamental, es la expresión de la desesperanza, la actuación inmediatista, sin perspectiva de futuro, es la práctica de una masa que al reconocer que las instituciones burguesas no ofrecen seguridad de ninguna índole, toman justicia por su propia mano, pensando que esto soluciona un problema, pero que no ve que el verdadero problema es el sistema que crea la violencia, no sólo por la inseguridad que viene de su actitud corrupta y de complicidad, sino fundamentalmente de la que ejerce cotidianamente en el sometimiento y la explotación. ¿Qué mayor violencia puede haber que la explotación y la miseria a la que el capitalismo condena a los trabajadores?
El caso Tláhuac, no es un hecho aislado y se perfila como un acto típico, producto de la descomposición capitalista, pero que además no hay que perder de vista que esto es utilizado por la clase en el poder: la burguesía, ya por incapacidad o por efecto del enfrentamiento entre sus fracciones, decidió no rescatar a sus perros guardianes, no obstante ahora lo usan como elemento para avivar el enfrentamiento y ejercer presión entre los gobiernos de Fox y de López Obrador. Este enfrentamiento, además, lo extienden para atacar la conciencia de los trabajadores, al inducirlos a tomar partido por alguna de las fracciones en disputa.
Los trabajadores no deben dejarse engañar, deben tener claro que este no es un problema de la llamada sociedad civil, es un problema ante el que deben reflexionar y sacar las lecciones, comprender que la turba, a pesar de su accionar aparentemente masivo, es desesperado y ciego, que rompe con cualquier posibilidad de un accionar solidario y consciente. La vigilancia a cargo de la propia población que ya no confía en la policía, desarrollado bajo los marcos del capitalismo, lejos de ser una alternativa, es una peligrosa arma utilizable por el propio Estado. Los trabajadores deben tener claro que sólo la revolución proletaria acabará con la inseguridad que nos ofrece el capitalismo.
Vania / diciembre 2004