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El 20 de agosto de 1940, hace 60‑años, moría Trotski, asesinado por los sicarios de Stalin; fue al principio de la Segunda Guerra imperialista. Con este artículo no queremos simplemente seguir la moda de los aniversarios o aprovechar la ocasión para hacer la semblanza de una gran figura del proletariado. Queremos aprovechar esta fecha para hacer el balance de sus errores y de algunos de sus planteamientos políticos al iniciarse la guerra. Trotski, tras una apasionada vida de militante enteramente dedicada a la causa de la clase obrera, falleció como revolucionario y luchador. La historia está llena de ejemplos de revolucionarios que desertaron o que incluso traicionaron a la clase obrera; pocos son quienes le permanecieron fieles durante su vida entera y que murieron de pie, en la lucha, como Rosa Luxemburg o Karl Liebknecht. Trotski es uno de ellos.
Trotski, en sus últimos años, defendió muchas posiciones oportunistas tales como la política de “entrismo” en la socialdemocracia, el frente único obrero, etc., posiciones criticadas, con toda la razón, por la Izquierda comunista en los años 30. Trotski, sin embargo, nunca se pasó al campo enemigo, el campo de la burguesía, como sí lo han hecho los trotskistas después de su muerte. Sobre la cuestión de la guerra imperialista, muy especialmente, defendió hasta el final la postura tradicional del movimiento revolucionario: transformación de la guerra imperialista en guerra civil.
Toda la burguesía mundial unida contra Trotski
Cuanto más se iba acercando la guerra imperialista mundial, más crucial era, para la burguesía mundial, eliminar a Trotski.
Stalin, para asentar su poder y desarrollar la política que lo convirtió en principal promotor de la contrarrevolución, fue eliminando primero, enviándolos a los campos, a cantidad de revolucionarios, antiguos bolcheviques, especialmente a quienes habían sido compañeros de Lenin, los protagonistas de la Revolución de Octubre. Pero eso no bastaba. Con el incremento de las tensiones guerreras a finales de los años 30, Stalin necesitaba tener las manos totalmente libres, en el interior, para desarrollar su política imperialista. En 1936, al comienzo de la guerra de España, hubo primero el juicio y la ejecución de Zinoviev, Kamenev y Smirnov([1]), luego el que acabó con la vida de Piatakov, Radek y, en fin, el juicio del llamado grupo Rikov-Bujarin-Kretinski. Sin embargo, el bolchevique más peligroso, aunque estuviera en el exterior, seguía siendo Trotski. Stalin ya lo había dañado cuando mandó asesinar en 1938 a su hijo León Sedov en París. Ahora tenía que liquidar al propio Trotski.
“¿Era necesario que la revolución bolchevique hiciera perecer a todos los bolcheviques?” se pregunta en su libro el general Walter G. Krivintsky, que era, en los años 30, el jefe militar del contraespionaje soviético en Europa occidental. Aunque dice no tener respuesta a la pregunta, sí da una muy clara en las páginas 35 y 36 de su libro J’étais un agent de Staline([2]). La prosecución de los juicios de Moscú y la liquidación de los últimos bolcheviques era el precio que había que pagar por la marcha hacia la guerra: “El objetivo secreto de Stalin seguía siendo el mismo (entenderse con Alemania). En marzo de 1938, Stalin montó el gran proceso en diez días del grupo Rikov-Bujarin-Kretinski, que habían sido los asociados más íntimos de Lenin y los padres de la revolución soviética. Esos líderes bolcheviques – odiados por Hitler – fueron ejecutados el 3 de marzo por orden de Stalin. El 12 de marzo, Hitler anexionaba Austria. (…) Fue el 12 de enero de 1939 cuando tuvo lugar ante todo el cuerpo diplomático de Berlín, la cordial y democrática conversación de Hitler con el nuevo embajador soviético.” Y así se llegó al pacto germano-soviético entre Hitler y Stalin del 23 de agosto de 1939.
Aunque la liquidación de los últimos bolcheviques se debía en primer lugar a las necesidades de la política de Stalin, también era una respuesta a las de toda la burguesía mundial. Por eso, el destino de León Troski quedó desde entonces sellado. Para la clase capitalista del mundo entero, Trotski, símbolo de la Revolución de Octubre, debía desaparecer.
Robert Coulondre([3]), embajador de Francia ante el IIIer Reich, da un testimonio elocuente en una descripción de su último encuentro con Hitler, justo antes del estallido de la IIª Guerra mundial. Hitler se jactaba del Pacto que acababa de concluir con Stalin y se puso a diseñar un panorama grandioso de su futuro triunfo militar. En respuesta, el embajador francés apelando a su discernimiento, le habló del riesgo de revolución provocada por una guerra larga y exterminadora que podría acabar con todos los gobiernos beligerantes: “Usted piensa en sí mismo como si fuera el vencedor... dijo el embajador, pero ¿ha pensado usted en otra posibilidad?, ¿que el vencedor fuera Trotski?”([4]) Hitler dio un brinco como si le hubieran dado una patada en el estómago y se puso a vociferar que tal posibilidad, la amenaza de una victoria de Trotski era una razón de más para que ni Francia ni Gran Bretaña declararan la guerra al IIIer Reich. Isaac Deutscher hizo bien en subrayar el comentario de Trotski([5]) cuando se enteró de ese diálogo, sobre el hecho de que los representantes de la burguesía internacional “están espantados por el espectro de la revolución y lo han bautizado con un nombre de persona”([6]).
Trotski debía desaparecer([7]) y él sabía perfectamente que sus días estaban contados. Su eliminación tenía un significado mucho mayor que la de los demás viejos bolcheviques y de los miembros de la Izquierda comunista rusa. El asesinato de los viejos bolcheviques había servido para fortalecer el poder absoluto de Stalin. El de Trostski vino además a significar que para la burguesía mundial, incluida la rusa, era necesario ir hacia la guerra mundial sin estorbos. El camino quedó perfectamente despejado tras la desaparición de la última gran figura de la Revolución de Octubre, del más célebre de los internacionalistas. Ese fue el resultado de la gran eficacia del aparato de la GPU que Stalin utilizó para liquidarlo. Hubo varias intentonas que se fueron acercando en el tiempo. Nada parecía poder contener la maquinaria estalinista. Poco antes de que lo asesinaran, Trotski ya había sufrido un ataque nocturno por parte de un comando el 24 de mayo de 1939. Los esbirros de Stalin habían logrado instalar ametralladoras en las ventanas de enfrente de su casa. Llegaron a disparar entre 200 y 300 tiros y unas cuantas bombas incendiarias. Por fortuna, las ventanas eran altas y Trostki, Natalia su mujer y Sieva su nieto pudieron escapar de milagro protegiéndose bajo las camas. La intentona siguiente fue la buena. Fue la realizada por Ramón Mercader con su pico.
Las posiciones de Trotski antes de la guerra
Sin embargo, para la burguesía, el asesinato de Trotski no era suficiente. Como lo había escrito justamente Lenin en El Estado y la revolución: “En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta (…) Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía.”
En lo que a Trotski se refiere son quienes pretender ser sus continuadores, aquellos que se reivindican de su herencia, los trotskistas, los que, tras su muerte, han asumido esa sucia labor. Ha sido basándose en sus posiciones oportunistas con lo que han justificado todas las guerras nacionales desde el final de la IIª Guerra mundial y con lo que se hicieron defensores de un campo imperialista, el de la URSS.
En la época de la fundación de la IVª Internacional en 1938, Trotski basaba su reflexión en la idea de que el capitalismo estaba en su período de “agonía”. La Fracción italiana de la Izquierda comunista (Bilan) también defendía esa idea; nosotros también estamos de acuerdo con esa evaluación del período, aunque no seguimos a Trotski cuando afirma que, por esa razón, “las fuerzas productivas habían cesado de crecer”([8]). Es perfectamente justo afirmar, como así lo hace él, que el capitalismo, en su período de “agonía” ha dejado de ser una forma progresista de la sociedad y que su cambio por el socialismo está al orden del día de la historia. Estaba, sin embargo, equivocado al pensar que en los años 30, las condiciones de la revolución estaban reunidas. Lo anunció con la llegada de los Frentes populares en Francia y después en España, contrariamente a lo que defendía la Fracción italiana de la Izquierda comunista([9]). Este error en cuanto a la comprensión del curso histórico, que lo llevaba a creer que la revolución estaba ya al orden del día cuando lo que se estaba preparando era la IIª Guerra mundial, es una de las claves que permite comprender las posiciones oportunistas que defendió particularmente durante ese período.
Para Trotski eso se plasmó concretamente en la propuesta del concepto de “programa de transición”, concepto que había elaborado con ocasión de la fundación de la IVª Internacional en 1938. Se trata en realidad de una serie de reivindicaciones prácticamente irrealizables que iban a permitir elevar la conciencia de la clase obrera y espolear la lucha de clases. Ésa era la base de su estrategia política. Desde su punto de vista, el programa de transición no era un conjunto de medidas reformistas, pues su objetivo no era que fueran aplicadas. De hecho, debían servir para mostrar la incapacidad del capitalismo para otorgar reformas duraderas a la clase obrera y, por consiguiente, mostrarle a ésta la quiebra del sistema, animándola así a luchar por su destrucción.
Sobre esas premisas, Trotski desarrolló también su famosa “política militar proletaria” (PMP)([10]), la cual consistía, esencialmente, en la aplicación del programa de transición a un período de guerra y de militarismo universal([11]). Esta política se proponía conquistar para las ideas revolucionarias a los millones de proletarios movilizados. Estaba centrada en la reivindicación de la formación militar obligatoria para la clase obrera, al cuidado de oficiales elegidos, en escuelas especiales de entrenamiento fundadas por el Estado, pero bajo el control de instituciones obreras como los sindicatos. Es evidente que ningún Estado capitalista podía otorgar tales reivindicaciones a la clase obrera sin negarse como tal Estado. La perspectiva para Trotski era que el proletariado en armas iba a derribar el capitalismo, tanto más porque, según él, la guerra iba a crear las condiciones favorables para una insurrección proletaria como había ocurrido con la Iª Guerra mundial.
“La guerra actual, y lo hemos dicho en múltiples ocasiones, no es sino la continuación de la última guerra. Pero continuación no es repetición. (…) Nuestra política, la política del proletariado revolucionario respecto a la segunda guerra imperialista es una continuación de la política elaborada durante la primera guerra imperialista, sobre todo bajo la dirección de Lenin”([12]).
Las condiciones, según él, eran incluso más favorables que las que prevalecían antes de 1917, pues en vísperas de la nueva guerra, objetivamente, el capitalismo estaba dando la prueba de que se encontraba en un atolladero histórico, en un callejón sin salida, y a la vez, en el plano subjetivo, había que tener en cuenta la experiencia mundial acumulada por la clase obrera.
“Es esta perspectiva, (la revolución) la que debe ser la base de nuestra agitación. No se trata solo de tener una posición sobre el militarismo capitalista y negarse a defender el Estado burgués, sino de prepararse directamente para la toma del poder y la defensa de la patria socialista…” (ibídem).
Parece claro que Trotski andaba totalmente desorientado cuando creía que el curso histórico era el de la revolución proletaria. No tenía una visión correcta de la situación de la clase obrera y de la relación de fuerzas entre ella y la burguesía. Únicamente la Izquierda comunista fue capaz de demostrar que, en los años 30, la humanidad estaba viviendo un período de profunda contrarrevolución, que el proletariado había sido derrotado y que solamente la “solución” de la burguesía, la guerra imperialista mundial, era entonces posible.
Cabe señalar, sin embargo, que a pesar de su jerigonza “militarista”, que lo hizo deslizarse hacia el oportunismo, Trotski se mantuvo con firmeza en una postura internacionalista. Pero, con aquello de querer ser “concreto” (como intentaba serlo en las luchas obreras con lo del programa de transición y en el ejército con su política militar) para ganarse a las masas obreras para la revolución, acabó alejándose de la visión clásica del marxismo y defendiendo una política opuesta a los intereses del proletariado. Esa política, que pretendía ser muy táctica era, de hecho, muy peligrosa pues tendía a encadenar a los proletarios al carro del Estado burgués y a hacerles creer que podrían existir buenas soluciones burguesas. En la guerra, esa táctica tan “sutil” será puesta en práctica por los trotskistas para justificar lo injustificable y, especialmente, su adhesión a la burguesía a través de la defensa de la nación y de la participación en la “Resistencia”.
Pero, fundamentalmente, ¿cómo debemos comprender la importancia dada por Trotski a su “política militar”? Para él, la perspectiva que se perfilaba ante la humanidad era la de una sociedad totalmente militarizada, que iba a estar cada día más marcada por una lucha armada entre las clases. El destino de la humanidad iba a zanjarse, sobre todo, en el plano militar. Por ello, la responsabilidad primera del proletariado era, ya, prepararse para competir por el poder con la clase capitalista. Fue esa idea la que defendió sobre todo al comienzo de la guerra cuando decía: “En los países vencidos, la posición de las masas va a agravarse inmediatamente. A la opresión social se añade la opresión nacional, cuyo mayor peso va a ser soportado por los obreros. De todas las formas de dictadura, la totalitaria de un dominador extranjero es la más intolerable”([13]). “Es imposible colocar un soldado armado detrás de cada obrero y campesino polaco, noruego, danés, holandés, francés”([14]). “Podemos esperarnos con toda certidumbre a que todos los países conquistados se transformen rápidamente en polvorines. El peligro estriba más bien en que las explosiones se produzcan demasiado pronto, sin preparación suficiente y acaben en derrotas aisladas. Aunque, en general es imposible hablar de revolución europea y mundial sin tener en cuenta las derrotas parciales” (Ibídem).
Todo eso no quita para nada que Trotski permaneciera hasta el final como un revolucionario del proletariado. La prueba está en el Manifiesto, llamado de Alarma, de la IVª Internacional que él redactó para tomar posición, sin ambigüedades y únicamente desde el enfoque del proletariado revolucionario, frente a la guerra imperialista generalizada: “Al mismo tiempo, no hemos de olvidar ni un momento que esta guerra no es nuestra guerra (…) La IVª Internacional no construye su política sobre las fortunas militares de los Estados capitalistas, sino sobre la transformación de la guerra imperialista en guerra de obreros contra los capitalistas, por el derrocamiento de las clases dirigentes de todos los países, por la revolución socialista mundial (…) Nosotros explicamos a los obreros que sus intereses y los del capitalismo sediento de sangre son inconciliables. Nosotros movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo. Nosotros propagamos la unidad de los trabajadores en todos los países beligerantes y neutrales”([15]).
Eso es lo que los trotskistas han “olvidado” y traicionado.
En cambio, el “programa de transición” y la PMP fueron orientaciones políticas de Trotski que, desde un punto de vista de clase, acabaron en un fracaso. No sólo no hubo revolución proletaria al término de la IIª Guerra mundial, sino que además la PMP permitió a la IVª Internacional encontrar una justificación a su participación en la carnicería imperialista generalizada, transformando a sus militantes en buenos soldaditos de la “democracia” y del estalinismo. Fue entonces cuando el trotskismo se pasó irremediablemente al campo enemigo.
La cuestión de la naturaleza de la URSS: talón de Aquiles de Trotski
Está claro que la debilidad más grave de Trotski fue no haber comprendido que el curso histórico era hacia la contrarrevolución y, por consiguiente, hacia la guerra mundial como así lo dejó claramente expuesto la Izquierda comunista italiana. Como seguía percibiendo un curso hacia la revolución, en 1936 clamaba que “ha empezado la revolución francesa” (La lutte ouvrière, 9/06/1936); y en cuanto a España: “Los obreros del mundo entero esperan ardientemente la nueva victoria del proletariado español” (La lutte ouvrière, 9/08/1936). Cometía así un enorme error político, haciendo creer a la clase obrera que lo que estaba ocurriendo entonces, especialmente en Francia y España, iba en el sentido de la revolución proletaria, cuando, en realidad, la situación mundial iba en sentido opuesto: “Desde su expulsión de la URSS en 1929 hasta su asesinato, Trotski no paró de interpretar el mundo al revés. Mientras que la tarea del momento consistía en agrupar las energías revolucionarias supervivientes de la derrota para acometer ante todo un balance político completo de la ola revolucionaria, un obcecado Trotski se las ingenió para ver al proletariado siempre en marcha, cuando, en realidad, estaba derrotado. Por eso la IVª Internacional, creada hace más de 50 años sólo fue una cáscara vacía en la que nunca podría haberse desarrollado el movimiento real de la clase obrera, por la sencilla y trágica razón de que estaba en el pleno reflujo de la contrarrevolución. Toda la acción de Trotski, basada en ese error, contribuyó a dispersar más todavía las ya tan débiles fuerzas revolucionarias presentes en el mundo en los años 30 y, peor todavía, a arrastrar a la mayor parte al lodazal capitalista del apoyo ‘crítico’ a los gobiernos de tipo ‘Frente popular’ y de participación en la guerra imperialista”([16]).
Entre los graves errores de Trotski está en particular su posición sobre la naturaleza de la URSS. Criticó y arremetió contra el estalinismo, pero siguió considerando a la URSS como “patria del socialismo” o, como mínimo, “Estado obrero degenerado”. Pero todos esos errores políticos, por muchas consecuencias dramáticas que hayan tenido, no lo convirtieron en enemigo de la clase obrera, mientras que sus “herederos” sí que acabaron siéndolo después de su muerte. Trotski fue incluso capaz, a la luz de lo ocurrido al iniciarse la guerra, de admitir que tenía que revisar y, sin duda, modificar sus análisis políticos, especialmente en lo que a la URSS se refiere.
Afirmó, por ejemplo, en uno de sus últimos escritos con fecha de 25 de septiembre de 1939, titulado “La URSS en la guerra”: “No cambiamos de orientación, pero supongamos que Hitler dé la vuelta a su armamento e invada los territorios del Este ocupados por el Ejército rojo. (…) A la vez que con las armas en la mano asestarán sus golpes contra Hitler, los bolcheviques-leninistas realizarán una propaganda contra Stalin, para así preparar su derribo en la etapa siguiente...” (Œuvres, tomo 22).
Defendía, sí, su análisis de la naturaleza de la URSS, pero vinculaba el destino de ésta a la prueba a la que iba a someterla la IIª Guerra mundial. En ese mismo artículo, Trotski decía que si el estalinismo salía vencedor y fortalecido de la guerra (perspectiva que no imaginaba), tendría entonces que volver a revisar su juicio sobre la URSS e incluso sobre la situación política general: “Si se considera, sin embargo, que la guerra actual va a provocar no la revolución sino el retroceso del proletariado, ya solo existe una solución a la alternativa: la de la descomposición posterior del capitalismo monopolista, su fusión posterior con el Estado y la sustitución de la democracia, allá donde se ha mantenido todavía, por un régimen totalitario. La incapacidad del proletariado para tomar la dirección de la sociedad podría efectivamente, en esas condiciones, hacer surgir una nueva clase explotadora nacida de la burocracia bonapartista y fascista. Sería, con gran certidumbre, un régimen de decadencia que significaría el crepúsculo de la civilización.
“Se llegaría a un resultado análogo en caso de que el proletariado de los países capitalistas avanzados, tras haber tomado el poder, apareciera incapaz de conservarlo y lo abandonara, como en la URSS, en manos de una burocracia privilegiada. Estaríamos entonces obligados a reconocer que la recaída burocrática no se debería al atraso del país y al entorno capitalista , sino a la incapacidad orgánica del proletariado para volverse clase dirigente. Habría entonces que establecer retrospectivamente que, en sus rasgos fundamentales, la URSS actual es la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala internacional.
“Nos hemos apartado mucho de la discusión sobre cómo denominar el Estado soviético. No protesten nuestros críticos, sin embargo: sólo situándose con la perspectiva histórica necesaria se podrá formular un juicio correcto sobre un problema como el de la sustitución de un régimen social por otro. La alternativa histórica llevada hasta su término, se presenta así: o el régimen estalinista no es más que un paréntesis abominable en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en sociedad socialista, o el régimen estalinista es la primera etapa de una nueva sociedad de explotación. Si este segundo pronóstico se confirma, entonces, claro está, la burocracia sería una nueva clase explotadora. Por muy terrible que sea esta segunda posibilidad, si el proletariado mundial aparece efectivamente incapaz de cumplir con la misión que la historia le ha confiado, ya sólo cabría reconocer que el programa socialista, construido sobre las contradicciones internas de la sociedad capitalista, sería finalmente una utopía. Es evidente que se necesitaría entonces un nuevo “programa mínimo” para defender los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática totalitaria.” (subrayados nuestros).
Haciendo abstracción de la visión en perspectiva que Trotski desarrollaba en ese momento, visión reveladora de un gran desánimo, cuando no de una profunda desmoralización, que parece hacerle perder toda confianza en la clase obrera y en su capacidad para asumir históricamente la perspectiva revolucionaria, está claro que Trotski está iniciando ahí una puesta en entredicho de sus posiciones sobre la naturaleza “socialista” de la URSS y sobre el carácter “obrero” de la burocracia.
Trotski fue asesinado bastante antes de que terminara la guerra; Rusia se encontró en el campo de los vencedores junto a los países llamados “democráticos”. Como Trotski tenía previsto hacer, esas condiciones históricas exigían a quienes se pretendían sus fieles continuadores, una revisión de su posición en la dirección apropiada, o sea, como él decía: “establecer retrospectivamente que, en sus rasgos fundamentales, la URSS actual es la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala internacional”. No sólo se negó a hacerlo la IVª Internacional, sino que, además, se pasó con armas y equipo a las filas de la burguesía. Sólo algunos elementos salidos del trotskismo pudieron mantenerse en el campo revolucionario, como quienes formaron el grupo chino que publicó en 1941 El Internacionalista([17]); los miembros de la sección española de la IVª Internacional con G. Munis([18]); los Revolutionären Kommunisten Deutschlands (RKD); el grupo Socialisme ou Barbarie en Francia; Agis Stinas en Grecia([19]) o Natalia Trotski.
Fiel al espíritu de quien había sido su compañero en la vida y en la lucha por la revolución, Natalia, en una carta de 9 de mayo de 1951 dirigida al Comité ejecutivo de la IVª Internacional, volvía e insistía muy especialmente sobre la naturaleza contrarrevolucionaria de la URSS: “Obsesionados por fórmulas viejas y superadas, seguís considerando al Estado estalinista como un Estado obrero. Ni puedo ni quiero seguiros en ese punto. (…) Debería quedar claro para cada uno que la revolución ha sido totalmente destruida por el estalinismo. Y sin embargo, vosotros seguís diciendo que bajo ese régimen monstruoso, Rusia seguiría siendo un Estado obrero.”
Sacando todas las consecuencias de esa tan clara toma de posición, así proseguía ella muy justamente: “Lo más insoportable de todo es la posición sobre la guerra en la que os habéis comprometido. La tercera guerra mundial que amenaza a la humanidad pone al movimiento revolucionario ante los problemas más difíciles, las situaciones más complejas, las decisiones más graves. (…) Pero frente a los acontecimientos de los años recientes, seguís preconizando la defensa del Estado estalinista y comprometiendo a todo el movimiento obrero en ella. Incluso ahora apoyáis a los ejércitos del estalinismo en la guerra a la que está sometido el mártir pueblo coreano”.
Y concluía con valeroso temple: “Ni quiero ni puedo seguiros sobre ese punto (...) No hay más remedio que anunciaros que no me queda otra solución sino la de decir abiertamente que nuestros desacuerdos ya no me permiten quedarme durante más tiempo en vuestras filas”([20]).
Los trotskistas hoy
Como lo afirma Natalia, los trotskistas ni siguieron a Trotski ni revisaron sus posiciones políticas tras la victoria de la URSS en el segundo conflicto mundial. Pero además, las únicas discusiones o planteamientos para esclarecerse o profundizar (eso cuando se producen en su seno) se refieren al tema de la “política militar proletaria”([21]). Esas discusiones siguen manteniendo el silencio sobre cuestiones fundamentales como la de la naturaleza de la URSS o la del internacionalismo proletario y del derrotismo revolucionario frente a la guerra. En medio de una jerigonza pseudocientífica, y dándole vueltas al asunto, Pierre Broué lo reconoce: “Es en efecto indiscutible que la ausencia de discusiones y de balance sobre esa cuestión (la PMP) ha sido un gran peso en la historia de la IVª Internacional. Un análisis en profundidad, pondría de relieve esa ausencia como origen de la crisis que empezó a zarandearla en los años‑50”([22]).
Las organizaciones trotskistas traicionaron y se cambiaron de campo, así son las cosas, por mucho que los historiadores trotskistas, como Pierre Broué o Sam Levy den vueltas y más vueltas para ahogar la cuestión hablando de simple crisis de su movimiento: “La crisis fundamental del trotskismo surgió de la confusión e incapacidad para comprender la guerra y el mundo de la inmediata posguerra”([23]).
Es cierto que el trotskismo no comprendió la guerra ni el mundo de la inmediata posguerra, pero es precisamente por eso por lo que traicionó a la clase obrera y al internacionalismo proletario apoyando a un campo imperialista contra el otro en la IIª Guerra mundial. Desde entonces no ha cesado de apoyar a los pequeños imperialismos contra los grandes en las numerosas luchas llamadas de liberación nacional y otras luchas de “pueblos oprimidos”. Pierre Broué, Sam Levy y demás, quizás no se hayan enterado, pero el trotskismo murió para la clase obrera; y, como posible instrumento de emancipación de dicha clase, no hay para él resurrección posible. De nada les sirve a los trotskistas pretender recuperar a los verdaderos internacionalistas y, en particular, la labor de la Izquierda comunista italiana durante la guerra, como así intentan hacerlo los Cahiers Leon Trotsky en ese mismo número 39 (páginas 36 y siguientes) ¡Un poco de decencia, señores! ¿Cómo se atreven a mezclar a los internacionalistas de la Izquierda comunista italiana con la IVª Internacional patriotera y traidora a la clase obrera? Nosotros, Izquierda comunista, no tenemos nada que ver con la IVª Internacional y todas sus actuales reencarnaciones. En cambio, sí decimos: ¡Dejad a Trotski en paz! Él sí que sigue perteneciendo a la clase obrera.
Rol
[1] Puede leerse Dieciséis fusilados en Moscú de Víctor Serge.
[2] Yo fui un agente de Stalin, ediciones Champ Libre, París, 1979.
[3] Robert Coulondre (1885-1959) fue embajador de Francia en Moscú y luego en Berlín.
[4] Citado por Isaac Deutscher, p. 682 del tomo‑6 de Trotski, ediciones 10/18, París, 1980.
[5] Página 68 del tomo 24 de las Œuvres de Trotski en el “Manifiesto de la IVª Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, redactado por él el 23 de mayo de 1939.
[6] Obra citada, p. 683. Pierre Broué en Cahiers de Léon Trotsky (Cuadernos de Leon Trotski) cita la obra del historiador norteamericano Gabriel Kolko, Politics of war, llena de ejemplos que van en el mismo sentido.
[7] Como en el caso de Jean Jaurès justo antes del estallido de la Iª Guerra mundial (1914-18), aunque salvando las distancias, pues Jaurès era un pacifista, mientras que Trotski seguía siendo un revolucionario y un internacionalista.
[8] Para nosotros, el hecho de que el sistema haya entrado en decadencia no significa que no puede desarrollarse. Para nosotros, como para Trotski, en cambio, hay decadencia cuando un sistema ha perdido su dinamismo y las relaciones de producción se han convertido en una traba para el desarrollo de la sociedad. En resumen, que el sistema ha dejado de tener un papel progresista en la historia y que ya ha madurado para dar a luz a otra sociedad.
[9] Ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia y nuestro folleto, en francés, Le trotskisme contre la classe ouvrière.
[10] Esta posición no era nueva en Trotski; ya la había esbozado durante la Guerra de España. “… desmarcarse claramente de las traiciones y de los traidores sin dejar de ser los mejores combatientes del frente”, p. 545 de Ecrits (Escritos). Vuelva a recoger la comparación entre ser el mejor obrero de la fábrica y ser el mejor soldado del frente. Esta expresión también es usada en la guerra contra Japón en China, nación “colonizada” y “agredida” por aquél (cf.‑Œuvres nº 14).
[11] “Nuestro programa de transición militar es un programa de agitación” , Œuvres nº 24.
[12] Trotski, “Fascisme, bonapartisme et guerre”, tomo 24 de Œuvres.
[13] Trotski, “Notre cap ne change pas” (“Nuestro rumbo no cambia”) en tomo 24 de Œuvres.
[14] Ibídem. Si cita esas naciones es porque acababan de ser vencidas cuando redactó el artículo.
[15] “Manifiesto de la IVª Internacional” del 20 de mayo de 1940, p. 75, tomo 24 de Œuvres de Trotski.
[16] Corriente comunista internacional, Le trotskisme contre la classe ouvrière (folleto en francés).
[17] Ver Revista internacional nº 94.
[18] Ver en nuestro folleto Le trotskisme contre la classe ouvrière, el artículo “Trotski pertenece a la clase obrera, los trotskistas lo han raptado”. Ver también en la Revista internacional nº 58 “En memoria de Munis” por su muerte en 1989.
[19] Mémoires de Stinas en ediciones La Brèche, Paris, 1990.
[20] Les enfants du prophète, Cahiers Spartacus, París, 1972.
[21] Ver Cahiers Leon Trotski nº 23, 39 y 43 o Revolutionary History nº 3, 1988.
[22] Cahiers Leon Trotski nº 39.
[23] Sam Levy, veterano del movimiento trotskista británico, en Cahiers Leon Trotski nº 23.