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La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha trastocado profundamente el orden económico mundial que se mantenía a duras penas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con instituciones reguladoras del comercio y las monedas, y una cierta coherencia en las orientaciones de los diferentes capitales nacionales. El giro estadounidense hacia un proteccionismo excesivo y su rechazo a cualquier tipo de cooperación internacional no solo ha tenido un impacto inmediato en todos los países centrales del capitalismo, sino que, sobre todo, ha abierto un periodo de incertidumbre relacionado con la desaparición brutal y, sin duda, definitiva de todos los esfuerzos realizados hasta entonces por la burguesía internacional para mantener la economía capitalista lo más alejada posible del caos y del «cada uno para sí». Esta política contribuye en gran medida a debilitar los grandes equilibrios, especialmente en los planos económico y político, con consecuencias inevitables para la dinámica de la lucha de clases, cuya magnitud futura sigue siendo difícil de evaluar en la actualidad.
El marxismo no es una teoría dogmática que diera respuesta a todo hace 150 años. Se trata sobre todo de un método que toma prestado de la ciencia un enfoque fundamental: verificar constantemente la validez de la teoría a la luz de los hechos. Por lo tanto, tomar distancia de la situación no significa en absoluto alejarse de los hechos, sino todo lo contrario. La primera pregunta que debemos plantearnos como marxistas ante estos cambios es si nuestro marco global de análisis de las tendencias históricas del capitalismo debe cuestionarse o si, por el contrario, los acontecimientos actuales lo confirman. A continuación, a partir de este marco de análisis, debemos considerar qué impacto tiene sobre el capitalismo la combinación de diferentes factores, como las guerras, la crisis económica, la desestabilización comercial y el cambio climático, con el fin de proporcionar a nuestra clase un análisis lo más claro posible de estos trastornos y de los retos que plantean para el futuro.
Los amplios extractos del informe sobre la crisis económica, ratificado por nuestro 26º Congreso Internacional en la primavera de 2025, que publicamos a continuación, muestran la validez de nuestro marco de análisis y nos permiten trazar perspectivas históricas. Sin embargo, el proceso nunca se detiene y, en una situación tan cambiante como la que vivimos hoy en día, corresponde más que nunca a las organizaciones revolucionarias profundizar sin cesar en este marco.
Desde la redacción del informe, la evolución de la situación no ha hecho más que confirmar las perspectivas esbozadas por el congreso. La aplicación, aleatoria y voluble, pero en última instancia muy brutal, de los aranceles por parte de la administración Trump conduce a una aceleración hasta ahora inimaginable del «cada uno para sí» en la esfera económica, la evaporación de las «oportunidades» de la globalización y una desorganización brutal y caótica de los circuitos de producción y logística en todo el mundo, en particular al empujar a cada capital nacional a hacerse cargo por sí mismo de sectores estratégicos de la producción que, por otra parte, no pueden escapar a la realidad de las condiciones de saturación del mercado mundial. Esta exacerbación del «cada uno para sí» acentúa considerablemente la crisis de sobreproducción.
La crisis de sobreproducción no hace más que agravarse, bajo el peso creciente de la desestabilización del comercio mundial, las políticas proteccionistas y, sobre todo, la explosión del gasto militar. Lejos de poner fin a los sangrientos e interminables conflictos que minan el planeta, como Trump se jacta constantemente, Estados Unidos es el primero en echar leña al fuego, como ilustra la situación en Gaza, el conflicto con Irán o, más recientemente, su política agresiva hacia Venezuela, lo que acentúa la presión de la economía de guerra sobre las cuentas públicas y sobre la propia salud global del capital. El divorcio histórico entre Estados Unidos y Europa se traduce, en particular, en un chantaje estadounidense a los demás países de la OTAN para que compren y produzcan armas para Ucrania y aumenten su gasto y producción de armamento con el fin de hacerse cargo de su propia defensa.
Todo ello se produce en un contexto de pérdida de control por parte de las burguesías nacionales de su juego político, lo que afecta a su capacidad para cooperar e intentar regular mínimamente un mercado mundial devastado. En Estados Unidos, las facciones de la clase dominante se enfrentan entre sí sobre la política a seguir. En Europa, los Estados tienen cada vez más dificultades para mantener una coherencia en relación con la defensa del capital nacional y una estabilidad que permita definir orientaciones para el futuro.
Este panorama no hace más que confirmar el estado de decadencia del capitalismo y el hecho de que la esfera económica, que mediante artificios y eludiendo las leyes fundamentales del sistema, aún escapaba en general a esta decadencia, hoy en día no solo es presa de ella, sino sobre todo un acelerador del torbellino infernal que arrastra a este sistema en descomposición.
Entonces, ¿cómo se puede seguir defendiendo hoy en día la idea de que el capitalismo aún es capaz de relanzar nuevos ciclos de acumulación a través de la destrucción del capital provocada por la guerra, como siguen defendiendo las organizaciones del medio político proletario?[1] La abismal deuda del conjunto de los Estados capitalistas, las gigantescas pérdidas relacionadas con la destrucción y la economía de guerra, la desorganización de los mercados y la realidad de la sobreproducción crónica invalidan cualquier idea de la posibilidad de un desarrollo eterno del sistema.
¿Cómo se puede defender hoy en día la visión del siglo XIX de un progreso tecnológico capaz de aumentar la productividad global? Hoy en día, los avances tecnológicos son ciertamente incomparables con los de la época ascendente del capitalismo. Pero, por un lado, se dirigen casi exclusivamente al ámbito militar, una tendencia que se inició desde el comienzo de la decadencia y, sobre todo, las ganancias de productividad se evaporan en la sobreproducción debido a la imposibilidad de vender todas las mercancías producidas y, por lo tanto, de realizar la totalidad de la plusvalía esperada. Por lo tanto, son incapaces de contribuir a un «nuevo ciclo de acumulación», aunque algunos sectores o un cierto número de empresas puedan seguir saliendo airosos, ya que los mercados susceptibles de ofrecer las salidas necesarias para la realización de la plusvalía están, a escala global, saturados desde hace mucho tiempo.
¿Significa esto que la decadencia del modo de producción capitalista, y más aún su período de descomposición, es entendida por la CCI como una dinámica ineludible que traza un camino natural hacia el comunismo? ¡En absoluto! La descomposición traza un camino hacia el colapso del sistema capitalista, no para abrir el camino al comunismo, sino para provocar la destrucción masiva de la humanidad, de su desarrollo y de su entorno, si la clase obrera no logra imponer su perspectiva. Y esta perspectiva del comunismo seguirá siendo siempre el fruto de una lucha a muerte contra el capital. Por eso, los revolucionarios deben ser perfectamente claros sobre la responsabilidad histórica del proletariado, que no tiene toda la eternidad por delante para superar sus dificultades, liberarse del peso de las ideologías burguesas y pequeñoburguesas y recuperar su identidad de clase revolucionaria portadora del único futuro viable y posible para la humanidad, el del comunismo.
En este contexto, el objetivo de un informe del congreso es permitir a la organización dotarse de un marco de análisis sólido para comprender la situación en los años venideros. Al inscribirse así en el largo plazo, un informe no puede limitarse a la actualidad y debe tomar altura, como era el objetivo de este, en particular a través de dos cuestiones centrales para comprender los acontecimientos recientes en el plano económico:
- la creciente interacción entre la descomposición y la crisis económica, que ilustra el torbellino en el que se ve envuelta la sociedad burguesa desde el punto de vista económico,
- el carácter cada vez más implacable del callejón sin salida de la sobreproducción.
1. El creciente torbellino de interdependencias entre la descomposición y la crisis económica
La interdependencia entre la crisis económica y las manifestaciones de la descomposición a diferentes niveles se manifiesta a través de una multitud de fenómenos:
- Por un lado, la sobreproducción ha seguido sacudiendo la economía mundial: así, por ejemplo, ha estallado una grave crisis en la industria alemana, en particular en la industria automovilística, y los problemas económicos de Alemania reflejan los de la UE, mientras que en Estados Unidos también ha estallado una burbuja especulativa bursátil.
- Por otro lado, la perturbación del comercio y la producción mundiales se duplicó en pocos meses. Por ejemplo, debido a los ataques de los hutíes, el 95 % de los barcos que debían atravesar el mar Rojo tuvieron que desviarse. En 2023, la sequía provocó retrasos en el canal de Panamá, lo que aumentó el coste de las mercancías y las materias primas que circulaban entre Estados Unidos y China, así como en otras rutas marítimas mundiales.
- Además, los estragos causados por la interacción del cambio climático y una economía capitalista devastada por más de 50 años de crisis se dejan sentir en todo el mundo. Las inundaciones masivas en Pakistán, los efectos de la sequía en Europa y otros lugares, las devastadoras inundaciones en Valencia, la tercera ciudad más grande de España, han destruido o debilitado las economías locales y regionales.
El aumento del coste de la vida, la destrucción, los problemas de transporte y la contaminación han tenido un impacto cada vez mayor en la economía estadounidense. El impacto de los incendios de Los Ángeles no se limita a la destrucción de edificios: «AccuWeather ha calculado su impacto económico examinando no solo las pérdidas relacionadas con los daños materiales, sino también los salarios no percibidos debido a la ralentización o la paralización de la actividad económica en las zonas afectadas, las infraestructuras que hay que reparar, los problemas de la cadena de suministro y las dificultades de transporte. Incluso cuando las viviendas y las empresas no quedan destruidas, los habitantes pueden verse incapacitados para trabajar debido a las evacuaciones; las empresas pueden cerrar debido a la dispersión de sus clientes o a la imposibilidad de sus proveedores de realizar sus entregas. La inhalación de humo puede tener consecuencias para la salud a corto, mediano y largo plazo, lo que afecta gravemente a la actividad económica global.» Estos efectos pueden verse amplificados por las oleadas de incendios forestales que asolan durante la mayor parte del año a Estados Unidos y Canadá.
Esta tormenta económica, imperialista y «natural» se ve acelerada por el terremoto político provocado por la elección de Trump. Incluso antes de su llegada al poder, la amenaza de aranceles y cuatro años más de caos político era inminente. «La incertidumbre se cierne sobre 2025, en particular los riesgos de tensiones comerciales y los persistentes retos geopolíticos. Las perspectivas comerciales para 2025 se ven empañadas por posibles cambios políticos, en particular el aumento de los aranceles, que podrían perturbar las cadenas de valor mundiales y afectar a los principales socios comerciales. Estas medidas podrían desencadenar represalias y repercusiones que afectarían a las industrias y las economías a lo largo de las cadenas de suministro. La mera amenaza de aranceles crea imprevisibilidad, lo que debilita el comercio, la inversión y el crecimiento económico»[2].
Este caos y la imprevisibilidad de una «terra incognita» sacuden a las tres principales potencias capitalistas rivales.
1.1. Los Estados Unidos
La principal economía mundial sigue en declive. Se observó una recuperación tras la pandemia, pero esta se debió en parte al vasto plan de apoyo implementado por Biden, destinado a revertir el declive de la industria estadounidense. Los empleos manufactureros, principal fuente de beneficios, han caído un 35% desde 1979. En 2023 había 12.5 millones de empleos manufactureros, la misma cifra que en 1946 (hay que tener presente que la población estadounidense se ha más que duplicado desde entonces [1946: 141.4 millones; 2023: 336.4 millones]).
Para hacer frente al creciente impacto de la crisis económica, la burguesía estadounidense ha pedido cada vez más dinero prestado. La relación entre la deuda y el PIB de Estados Unidos pasó del 32 % en 1980 al 123 % en 2024. Esto significa que extraen billones de dólares del resto de la economía mundial para pagar sus deudas. Cada año, el Estado estadounidense destina al servicio de su deuda lo mismo que al gasto en defensa. En 2023, el déficit entre gastos e ingresos de Estados Unidos fue de 1.8 billones de dólares, ¡casi el doble del presupuesto militar! El aluvión de ataques de la nueva administración contra los trabajadores federales constituye en parte una respuesta a su crecimiento desbocado. La forma irresponsable y brutal en que se están llevando a cabo tendrá un impacto caótico sobre el capitalismo estadounidense. La interrupción repentina de la financiación pública de servicios esenciales como la salud, la recaudación de impuestos, las cotizaciones a la seguridad social, la investigación médica esencial, etc., tendrá consecuencias cada vez más perjudiciales para la economía y la sociedad.
A nivel internacional, el trastocamiento de las reglas por Trump genera una gran incertidumbre e inestabilidad en la economía mundial. La imposición de aranceles a todos los competidores de Estados Unidos y la amenaza de tarifas aún más draconianas si los gobiernos gravan «injustamente» los productos estadounidenses generan tensiones no solo entre Estados Unidos y sus rivales, sino también entre estos últimos.
Esta política de tierra quemada hundirá aún más al capitalismo en la crisis: «… las políticas propuestas por Trump no permiten reducir el déficit comercial global. Reducir el déficit bilateral con China solo aumentaría los déficits con otros países. Es inevitable, dadas las presiones macroeconómicas persistentes. Además, sus políticas comerciales discriminatorias, con aranceles del 60 % a China y del 10 al 20% a los demás, están destinadas a propagarse. Trump y sus acólitos descubrirán que las exportaciones de otros países sustituyen a las de China mediante transbordos, ensamblajes en terceros países o competencia directa… sin duda habrá represalias. Una propagación de este tipo de aranceles elevados en Estados Unidos y en el mundo probablemente provocaría un rápido declive del comercio y la producción mundiales».[3]
Además, esta inestabilidad económica se verá agravada por la política de expulsiones de la administración Trump. El Consejo americano de inmigración declaró que la expulsión de todos los indocumentados podría costar hasta 315 mil millones de dólares y requeriría entre 220 mil y 409 mil nuevos empleados y agentes de fuerzas del orden. También indicó que expulsar a un millón de personas al año costaría 967 mil millones de dólares en diez años. Esta cantidad de migrantes devueltos, junto con la pérdida de remesas, también desestabilizará algunas regiones de Centroamérica y América Latina y agravará la inestabilidad del capitalismo estadounidense.
1.2. China
China ya no es el «salvador» de la economía mundial que fue después de 2007: su sobrecapacidad industrial se ha convertido en un tren desbocado que arrastra a la economía mundial hacia una crisis cada vez más profunda: «En términos simples, en muchos sectores económicos cruciales, China produce mucho más de lo que ella misma o los mercados extranjeros pueden absorber de manera sostenible. Por consiguiente, la economía china corre el riesgo de quedar atrapada en un círculo vicioso de caída de precios, insolvencia, cierres de fábricas y, en última instancia, pérdida de empleos. La caída de las ganancias ha obligado a los productores a aumentar aún más la producción y a aplicar mayores descuentos en sus productos para generar liquidez y pagar sus deudas. Además, mientras las fábricas se ven obligadas a cerrar y las industrias buscan consolidación, las empresas que sobreviven no son necesariamente las más eficientes o rentables. Las supervivientes son más bien aquellas que tienen mejor acceso a subsidios públicos y financiación barata.
Para Occidente, el problema del exceso de capacidad de China representa un desafío a largo plazo que no puede resolverse simplemente con la creación de nuevas barreras comerciales. Por un lado, aunque Estados Unidos y Europa lograran limitar significativamente la cantidad de productos chinos que llegan a los mercados occidentales, esto no resolvería las ineficiencias estructurales acumuladas en China a lo largo de décadas de priorizar la inversión industrial y los objetivos de producción. Cualquier corrección de rumbo podría requerir años de política china sostenida para tener éxito. Por otro lado, el creciente énfasis de Xi Jinping en la autosuficiencia económica china –una estrategia que en sí misma es una respuesta a los intentos percibidos de Occidente de aislar económicamente al país– ha aumentado, en lugar de aliviar, las presiones que conducen a la sobreproducción. Además, los esfuerzos de Washington por impedir que Pekín inunde Estados Unidos con productos baratos en sectores clave probablemente solo creen nuevas ineficiencias dentro de la economía estadounidense, mientras desplazan el problema de sobreproducción china hacia otros mercados internacionales»[4]. La cita anterior constituye una excelente descripción del impacto de la crisis de sobreproducción en China y en la economía mundial.
1.3. La U.E., Rusia, Israel
El gigante económico y político europeo, Alemania, se ha hundido en una crisis económica y política en los últimos dos años. La inestabilidad política de la burguesía alemana hace aún más difícil la gestión de la crisis económica, que se aceleró en 2024. El agravamiento espectacular de la crisis de sobreproducción en Alemania, con el anuncio de una ola de despidos y cierres de empresas en otoño de 2024, ha puesto de manifiesto la fragilidad de este gigante industrial ante el empeoramiento de la crisis económica mundial. Resulta especialmente afectado por la crisis china. Este declive se acelera por la necesidad del Estado alemán de aumentar sus gastos de defensa y, en consecuencia, reducir el gasto público.
Las turbulencias económicas del capitalismo alemán son fundamentalmente la expresión de los profundos problemas a los que se enfrenta la UE en su conjunto: «La UE también se ha beneficiado de un entorno mundial favorable. El comercio mundial prosperó gracias a las reglas multilaterales. La seguridad proporcionada por el paraguas de seguridad estadounidense liberó presupuestos de defensa para otras prioridades. En un mundo geopolítico estable, no teníamos motivo para preocuparnos por una creciente dependencia de países que creíamos que seguirían siendo nuestros amigos. Pero los cimientos sobre los que hemos construido nuestro país están hoy tambaleándose. El antiguo paradigma mundial se desvanece. La era del rápido crecimiento del comercio mundial parece haber terminado, y las empresas europeas se enfrentan tanto a una mayor competencia internacional como a un acceso limitado a los mercados extranjeros. Europa ha perdido bruscamente a su principal proveedor de energía, Rusia. Al mismo tiempo, la estabilidad geopolítica se debilita y nuestras dependencias se han revelado como vulnerabilidades…
La UE entra en el primer período de su historia reciente en el que el crecimiento no estará respaldado por el crecimiento demográfico. Hacia 2040, la población activa debería disminuir en casi 2 millones de trabajadores al año. Tendremos que depender más de la productividad para impulsar el crecimiento. Si la UE mantuviera su tasa media de crecimiento de la productividad desde 2015, eso solo sería suficiente para mantener el PIB constante hasta 2050, mientras se enfrenta a una serie de nuevas necesidades de inversión que deberán financiarse con un crecimiento más fuerte.
Para digitalizar y descarbonizar la economía y aumentar nuestra capacidad de defensa, la proporción de inversión en Europa deberá aumentar en torno a 5 puntos porcentuales del PIB hasta alcanzar niveles no vistos desde los años 60 y 70. Es algo sin precedentes: a modo de comparación, las inversiones adicionales previstas por el Plan Marshall entre 1948 y 1951 representaban aproximadamente entre el 1 y el 2% del PIB anual»[5].
Se estima que el desarrollo de las economías de la UE para hacer frente a este desafío, especialmente en armamento, requerirá entre 750 y 800 mil millones de euros: una fuerte inversión en armamentos de todo tipo, compensada por un inevitable recorte del gasto social.
Este entramado cada vez más inestable, compuesto por contradicciones económicas fundamentales, manifestaciones de la descomposición en diversos planos y tensiones imperialistas, así como por la interdependencia de todos estos factores, está sembrando claramente el caos en la economía mundial. A esto se suma el creciente impacto de la barbarie guerrera.
El capitalismo ruso parece haber resistido aparentemente el impacto de la guerra y las sanciones. En realidad, esa ilusión se basa en el aumento del gasto militar, el alza de los precios de la energía, el auge de las inversiones en la economía de guerra (la clase capitalista rusa solo puede invertir en Rusia debido a las sanciones) y el incremento de los déficits públicos. Como ya hemos dicho, esta situación oculta la profundidad del debilitamiento del capitalismo ruso por la guerra. El peso aplastante del militarismo es la prueba más flagrante. El dominio del militarismo sobre la economía vuelve a sumir a Rusia en la inestabilidad de la ex-URSS: «En resumen, 40 años después del inicio del mandato de Mijaíl Gorbachov, Moscú se enfrenta a una reaparición de los problemas que este y sus predecesores conocieron. El ejército dominará la economía rusa durante años. Incluso después de llegar a un acuerdo en la guerra actual, el Kremlin tendrá que reconstituir sus reservas militares, mantener la carrera armamentística y reconvertir al ejército. El complejo militar-industrial seguirá drenando la inversión, los recursos humanos y las capacidades del sector civil».
En cuanto a la burguesía israelí, se enfrenta a una dinámica similar. Las guerras en Gaza, Cisjordania y Líbano han tenido un impacto fenomenal en el déficit del Estado israelí. Antes del inicio de la guerra, el Ministerio de Finanzas preveía un déficit del 1.1% del PIB en 2024; ahora se estima en un 8%. El presupuesto de seguridad de Israel es el segundo más alto del mundo. Las guerras han tenido un impacto dramático en la actividad económica del sur y del norte del país. La pérdida de trabajadores palestinos en algunos sectores y el impacto del reclutamiento han tenido consecuencias nefastas. Por primera vez en su historia, la calificación crediticia del capitalismo israelí ha caído. Todo ello ha aumentado su dependencia del apoyo estadounidense.
La idea de que Israel y Estados Unidos llevarán a cabo una limpieza étnica de Gaza y construirán un balneario mediterráneo es tan ilusoria como repugnante. Para retirar los escombros harían falta 100 camiones trabajando 24 horas al día durante 21 años. Todavía hay al menos 14 mil cuerpos bajo los escombros y 7 500 toneladas de municiones sin explotar. La barbarie militar, el caos económico y la llegada al poder de fracciones populistas de la burguesía están creando un nivel de inestabilidad sin precedentes en el sistema capitalista.
2. La agonía de un mundo dominado por las relaciones capitalistas
Cuando el estalinismo se derrumbó en 1989, tras más de 40 años de retorno de la crisis abierta desde mediados de los años 60, la CCI destacó que las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo moribundo que habían marcado la historia de esa decadencia no solo no habían desaparecido con el tiempo, sino que se habían mantenido, acumulándose y profundizándose, desembocando en la fase de descomposición, que corona y completa tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción capitalista condenado por la historia.
En cuanto a la crisis del capitalismo de Estado que expresaba el colapso de la URSS, nuestra organización puso en evidencia:
- que el derrumbe del capitalismo de Estado estalinista demostraba la impotencia de las medidas de capitalismo de Estado para burlar eternamente las leyes del mercado y marcaba la impotencia de la burguesía mundial ante la crisis de sobreproducción,
- que la ausencia de perspectiva determinaba en el seno de la clase dominante, y sobre todo de su aparato político, una tendencia creciente a la indisciplina y al «sálvese quien pueda»,
- que la quiebra del estalinismo, tras la del Tercer Mundo, anunciaba la quiebra del capitalismo en sus polos más desarrollados.
La CCI también analizó que, en el marco caótico de esta nueva fase histórica y en un mundo capitalista profundamente alterado por los efectos de la decadencia, la desaparición de los bloques ofreció una oportunidad para mantener la rentabilidad del capital y prolongar la supervivencia del capitalismo gracias a la «globalización» mediante la extensión de la explotación capitalista y de las relaciones sociales capitalistas hasta los últimos rincones del planeta, hasta entonces inaccesibles debido a la existencia de los bloques imperialistas[6]. Esas mismas condiciones permitieron el despegue de China[7]. Sin embargo, indicamos que la «globalización» solo constituyó un interludio que permitió al sistema capitalista preservar relativamente su economía de los efectos de la descomposición: el agravamiento del estado real de la economía, el debilitamiento de la dinámica de la globalización, que debilitaba la realización de la acumulación ampliada, el peso de los gastos militares y el callejón sin salida de la sobreproducción hicieron estallar el andamiaje de las finanzas mundiales basado en un endeudamiento descomunal; la crisis de 2008, la más grave desde 1929, marca un punto de inflexión en la historia del hundimiento del modo de producción capitalista en su crisis histórica. Confirmó que el sistema capitalista se encuentra aún más completamente encerrado en una situación en la que (debido al agotamiento de los últimos mercados extra capitalistas) la hegemonía universal de las relaciones de clase capitalistas hace cada vez más difícil la realización de la acumulación ampliada[8].
En estas condiciones de callejón sin salida y descomposición de la sociedad, los fenómenos ya existentes en la decadencia adquieren una nueva calidad, debido a la incapacidad de la burguesía de ofrecer una perspectiva distinta a la de «resistir paso a paso, pero sin esperanza de éxito, al avance de la crisis; por eso la situación actual de crisis abierta se presenta en términos radicalmente diferentes de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30»[9]. Después de 2008, el cierre de las “oportunidades” de la globalización y la cada vez más evidente incapacidad para superar su crisis de sobreproducción se tradujeron para la clase dominante en la explosión del cada uno por su cuenta en las relaciones entre naciones capitalistas y también dentro de cada nación, mientras los efectos de la descomposición tomaban desde principios de los años 2020 una nueva amplitud poderosamente destructiva sobre la economía capitalista. Se aceleran y vuelven a golpear el corazón del capitalismo mientras los efectos combinados de la crisis económica, la guerra y la crisis climática interactúan y multiplican su impacto desestabilizando la economía y su infraestructura de producción. «Aunque cada uno de los factores que alimentan este efecto “torbellino” de descomposición representa en sí mismo un grave factor de riesgo de colapso para los Estados, sus efectos combinados superan con creces la mera suma de cada uno de ellos tomados aisladamente.»[10] Entre los distintos factores del efecto torbellino, el de la guerra constituye un acelerador del agravamiento de la crisis.
2.1. La descomposición alimenta la carrera acelerada hacia el militarismo.
Este «cambio de época» está provocando el regreso de la guerra de alta intensidad. Con ello:
• alimenta la onda de choque de los conflictos militares sobre la economía global (Ucrania, Oriente Medio, Mar Rojo); la perspectiva de conflictos mayores (Taiwán) o «regionales» (India/Pakistán, Marruecos/Argelia) expone a la economía a perturbaciones incalculables e imprevisibles; la guerra debilita y agota las economías nacionales (Rusia, Ucrania, Israel);
• produce una notable unanimidad entre las distintas facciones de cada burguesía en cada capital nacional de todo el mundo para priorizar el aumento del gasto militar: durante el primer mandato de Trump, en la OTAN, tres países (incluyendo solo uno europeo, Grecia) de unos treinta destinaban el 2% del PIB a defensa; hoy solo ocho países, de los cuales siete son europeos, no han alcanzado ese objetivo. Desde la cumbre de la OTAN de junio de 2025, el plan es destinar el 5% del PIB a defensa, incluyendo un 3.5% a la compra de material militar. Para lograrlo, todos los estados se comprometen a fortalecer la economía de guerra y adaptar sus medios de producción, lo que implica reconstruir las reservas estratégicas alimentarias y militares (municiones) y realizar un esfuerzo considerable para acelerar la producción militar (ejemplo: la transición de toda esta industria a tres turnos de 8 horas en Francia para lograr grandes reducciones en los plazos de producción – para los cañones Caesar, por ejemplo, se ha reducido a la mitad). Esto implica también buscar la estandarización del equipamiento militar entre aliados para permitir a la industria aumentar su capacidad, y relocalizar dentro de su territorio la capacidad de producción militar (pólvora en Francia) para aquellos donde esto sea posible.
Dado que el poder industrial es la base del poder militar, cada capital nacional intenta reindustrializarse, lo que implica esencialmente:
• inversión en sectores clave del poder militar, como la robotización, digitalización e IA. Por ejemplo, EE. UU. ha comenzado a repatriar a su suelo la producción de semiconductores de última generación para garantizar su monopolio;
• la integración de otros aspectos esenciales para el crecimiento de estos sectores: esfuerzos para formar una mano de obra cualificada y adaptar la educación (víctima de los recortes), y la capacidad de producir electricidad abundante y barata;
• mantener artificialmente con vida sectores estratégicos como el acero (con una sobrecapacidad del 25-30% a nivel mundial y hasta el 60% en Francia) mediante la intervención estatal, lo que refuerza irracionalmente la sobreproducción.
Sin embargo, incluso a nivel estratégico, la reindustrialización choca con las propias causas de la desindustrialización: la rentabilidad insuficiente, que llevó a la desaparición o relocalización de industrias, y la carga de la deuda, que se ha disparado desde 2020 y restringe el margen de maniobra de cada capital nacional.
La explosión del gasto improductivo está presionando fuertemente al capital nacional y avivando la inflación.
Por otra parte, el ascenso general de la ley del más fuerte y las tensiones belicistas en el contexto de la rivalidad entre EE. UU. y China:
• intensifica la competencia entre naciones y conduce a una reorganización global de la producción industrial a lo largo de las líneas divisorias imperialistas. La imposibilidad de desacoplar las economías estadounidense y china ha dado paso a la ‘reducción de riesgos’ que Estados Unidos quiere imponer a sus aliados. Esta dinámica va acompañada de una tendencia a la cartelización de las cadenas de suministro de materiales o productos estratégicos con miras a «protegerlas», que luego se utilizan como medio de presión y chantaje para ganar una posición de fuerza. Este es particularmente el caso de los metales y minerales raros, dada la dificultad de acceder a ellos a gran escala para operar cadenas de valor completas – más de la mitad de su refinación está bajo control chino – así como de las fuentes de energía.
• trastoca el comercio global mediante restricciones a la exportación y subsidios públicos a industrias consideradas vitales para la seguridad nacional y la soberanía (esto afecta al 12.7% de las importaciones de los países del G20 y al 10% a nivel global);
• impulsa un mayor uso de tecnologías digitales y la fabricación aditiva (impresión 3D), permitiendo a las empresas acercar su producción al punto de venta para acelerar la reorientación de las cadenas de suministro y reducir el atractivo de localizar la producción en China;
• está cambiando y desestabilizando profundamente las condiciones internas de la producción nacional para cada capital nacional: como resumió el ministro de Defensa Lecornu para Francia, por ejemplo, respecto a la «zona gris" de la guerra híbrida que las potencias libran constantemente: «sin estar en guerra, ya no es posible decir que estamos en paz»; «Los ciberataques van en aumento y apuntan a una enorme cantidad de empresas, instituciones públicas e incluso autoridades locales. Las fuerzas armadas están desplegando capacidades para identificar, frustrar y resistir estos ataques dentro del Estado, pero cada líder empresarial, cada administrador público y cada representante local electo también debe proteger a su organización contra esta amenaza, que afecta a todos.»; «Los saltos tecnológicos, la militarización del espacio y lo digital, la guerra de información y la explotación de debilidades económicas permiten a los competidores concebir e implementar nuevas amenazas que pueden tener consecuencias extremadamente graves. Uno de los riesgos que enfrenta Francia hoy es el de ser derrotada sin ser invadida.»[11].
• conduce a un aumento general de los precios (de entre dos y seiscientos por ciento), así como a un cambio en las condiciones bajo las cuales se fijan; el costo más bajo ya no es el único criterio; a esto se suman los precios de la «escasez» y la «seguridad», así como la capacidad financiera del mejor postor.
2.2 La descomposición agrava la crisis del capitalismo de estado en los países centrales
En todos los países centrales del capitalismo, el Estado, garante de los intereses del capital nacional, es el actor central de la economía: en un entorno económico, social e imperialista profundamente cambiado y cambiante, su intervención sigue siendo predominante. Sin embargo, la gravedad del callejón sin salida del capitalismo, así como las necesidades de construir una economía de guerra, están alimentando choques dentro de cada burguesía nacional, en un contexto donde cada capital nacional está profundamente debilitado:
• el peso de la deuda, que restringe severamente la capacidad de los estados para invertir y reduce el margen de maniobra de cada capital nacional para apoyar la economía nacional;
• por la desaparición de la cooperación entre potencias para lidiar con las contradicciones y convulsiones (predecibles) de un sistema aún amenazado por crisis financieras.
Frente a los desafíos de la «soberanía nacional» y los efectos caóticos de la descomposición, particularmente sus repercusiones en la economía; y frente también a la cuestión de la deuda acumulada (que excede o representa varias veces el PNB), el equilibrio de los presupuestos estatales y el equilibrio de pagos (en su mayoría en déficit) adquieren una nueva importancia crucial para cada capital nacional. Con su resiliencia frente a sus rivales en juego, esto representa una nueva vulnerabilidad y fragilidad dentro del contexto del agravamiento de la descomposición. La cuestión del equilibrio presupuestario surge, ya que cada economía nacional se ve cada vez más atrapada en las contradicciones inherentes a la dificultad de acumular capital, mientras que el burlar la ley del valor ha alcanzado niveles históricamente sin precedentes desde la pandemia.
La deuda – o más bien su escala – divide a las facciones burguesas: en Estados Unidos, para la adopción del presupuesto, Trump exigió un aumento ilimitado del techo de la deuda gubernamental, una propuesta que finalmente fue rechazada, incluso con el apoyo de algunos republicanos. En Alemania, la cuestión de los fondos especiales extrapresupuestarios y la necesidad, defendida por parte de la burguesía, de abandonar el «freno de la deuda» (consagrada en la Constitución), vista como un «freno al futuro», fue una causa clave de la implosión de la coalición de gobierno. En China, el Partido Comunista está poniendo en línea al sector financiero, instándolo a servir a la economía de manera más efectiva y contribuir más a la riqueza nacional.
La tendencia de la clase dominante a perder el control de su juego político debido a los efectos de la descomposición sobre la burguesía y la sociedad, y la inestabilidad y el caos resultantes, están afectando la coherencia, la visión a largo plazo y la continuidad de la defensa de los intereses generales del capital nacional.
• la crisis política en Francia está impidiendo la adopción de un presupuesto; las divisiones entre facciones burguesas en Alemania están afectando la capacidad de la UE para prepararse ante las consecuencias económicas de la llegada de Trump al poder;
• la llegada al poder de facciones populistas irresponsables (con programas irreales para el capital nacional) está debilitando la economía y las medidas impuestas por el capitalismo desde 1945 para prevenir la propagación incontrolada de la crisis económica. Trump llega al poder con un plan diametralmente opuesto a la política anteriormente seguida por el gobierno estadounidense, destinado a promover las criptomonedas y la desregulación financiera a gran escala.
La camarilla en torno a Trump quiere ubicar estos proyectos de criptomonedas en Estados Unidos y convertir los activos digitales y otras innovaciones en un instrumento crucial para «hacer que Estados Unidos sea más poderoso que nunca». Productos especulativos por excelencia (que Trump espera que sean una fuente lucrativa de ingresos), respaldados por grandes acciones tecnológicas estadounidenses o por el dólar y comerciados en el mercado de valores a través de nuevos productos, las criptomonedas, utilizadas como medio de pago alternativo, solo pueden competir y debilitar las monedas emitidas y garantizadas por los bancos centrales. Debido a su volatilidad inherente (su solidez es igual a la de la empresa que las emite – lejos de la de un banco central), al escapar del sistema bancario y sin un mecanismo de supervisión, el uso generalizado de las criptomonedas solo puede afectar la estabilidad financiera del sistema capitalista, debilitando el control ejercido por los países sobre los tipos de cambio y la oferta monetaria.
La llegada de Trump al poder y su agresiva política económica son otro factor que divide y desestabiliza a cada burguesía en cuanto a la política y las medidas a tomar para enfrentarla (véanse las tensiones con Canadá y la dimisión de Trudeau, y también las divisiones dentro de la UE). Las medidas propuestas por el populismo solo aumentan el caos y la incertidumbre.
Más generalmente, la tendencia a perder de vista los intereses generales del capital se está acentuando, debido a las profundas divisiones dentro de la clase dominante sobre cómo gestionar la crisis económica; una burguesía fragmentada por conflictos que van más allá de las simples relaciones competitivas, donde las facciones luchan por su supervivencia ante los dilemas y contradicciones insolubles que enfrenta cada capital nacional, y donde cada opción generará su parte de perdedores. Estos conflictos conducen a una tendencia cada vez más clara hacia la dominación del estado por clanes y camarillas motivados principalmente por la defensa de sus propios intereses, donde la obsesión por controlar su posición implica marginar a cualquier rival potencial. Llenan los órganos de decisión con leales, desafiando incluso abiertamente los principios de funcionamiento del Estado, como la separación de poderes, la independencia del poder judicial y los resultados electorales. Esta tendencia es particularmente marcada con la llegada del populismo al poder: Trump, por ejemplo, llegó con un personal de 4 000 leales seleccionados para limpiar a fondo el «estado profundo», y la gestión del Estado adquirió un carácter claramente oligárquico, con gigantes tecnológicos como Musk y Zuckerberg, entre otros, financiando y apoyando a Trump con la clara intención de aprovecharse de la situación.
A la larga, esto solo puede resultar en incompetencia, mala gestión y una disminución del sentido de responsabilidad y, en última instancia, en una disminución de la eficiencia y eficacia económica, por no hablar de los inevitables conflictos y convulsiones resultantes del deseo de retener el poder a toda costa mediante la violencia y los golpes de Estado, lo que en última instancia solo puede debilitar el capital nacional, como ilustran el llamamiento de Trump a marchar sobre el Capitolio al final de su primer mandato, el intento de golpe de Bolsonaro en Brasil, y el del presidente Yoon Suk-yeol en Corea del Sur en diciembre de 2024.
«Si el capitalismo de Estado occidental ha podido sobrevivir a su rival estalinista, es de la misma manera que un organismo más robusto resiste más tiempo a la misma enfermedad. (...) El capitalismo de hoy exhibe tendencias similares a las que causaron la desaparición del capitalismo de Estado estalinista. En cuanto al capitalismo de Estado chino, marcado por el atraso estalinista a pesar de la hibridación de su economía con el sector privado, y plagado de numerosas tensiones dentro de la clase dominante, el endurecimiento del aparato Estatal es un signo de debilidad y una promesa de futura inestabilidad.»[12]
2.3. El callejón sin salida de la sobreproducción es cada vez más implacable
«El panorama que dibuja el sistema capitalista confirma las predicciones de Rosa Luxemburgo: el capitalismo no experimentará un colapso puramente económico, sino que se hundirá en el caos y las convulsiones:
• «la ausencia casi total de mercados extra capitalistas altera ahora las condiciones en las que los principales estados capitalistas deben lograr una acumulación ampliada. Esta, que es condición misma de su propia supervivencia, sólo puede lograrse a expensas directas de los rivales del mismo rango, debilitando sus economías. La predicción hecha por la CCI en los años 70 de un mundo capitalista que sólo podría sobrevivir reduciéndose a un pequeño número de potencias aún capaces de lograr un mínimo de acumulación se está convirtiendo cada vez más en realidad.»[13]
• Como expresión de este callejón sin salida, debido en particular al creciente peso del gasto militar improductivo, la inflación seguirá siendo un factor disruptivo permanente para la estabilidad económica.
• por estas razones, todo el sistema capitalista sigue estando muy expuesto a la ocurrencia de crisis financieras a gran escala y a la desestabilización monetaria.
El nivel de sobreproducción combinado con la anarquía inherente a la producción capitalista, así como las repercusiones de los conflictos imperialistas y la creciente destrucción de los ecosistemas, están desestabilizando profundamente la producción capitalista y exponiendo cada vez más a la sociedad al riesgo de la ocurrencia de shocks que ponen en peligro la capacidad de continuar la producción, provocando escasez y perturbaciones en las cadenas de suministro, con consecuencias sociales y económicas incalculables. Además, como ya ocurre con ciertos productos básicos en algunas áreas – agricultura, productos farmacéuticos y otros segmentos de producción –, se está haciendo evidente que la profundización de la descomposición significa el cese de la producción de tales productos básicos porque su continuidad no es suficientemente rentable. Así, la sobreproducción y la consiguiente dificultad para acumular riqueza paradójicamente conducen a la escasez.
La sobreproducción también es evidente en la grave crisis del sector agrícola, que ha dado lugar a revueltas campesinas en todo el mundo, incluidos los países centrales. Agobiado por la crisis (aumento de los costos de energía e insumos), que se ha visto exacerbada en Europa por la disminución histórica de la producción debido al clima y al aumento histórico de las enfermedades epizoóticas que conducen al sacrificio masivo de ganado, muchas granjas están condenadas a desaparecer (por ejemplo, en Francia, donde se prevé la pérdida de 84 000 puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo para 2050 y se espera que desaparezcan 200 000 granjas – ¡la mitad del total!). En respuesta, los gobiernos (particularmente en la UE) están impulsando una mayor industrialización de la producción animal y vegetal, acompañada del abandono de cualquier objetivo 'verde'. Esta intensificación del productivismo agrícola, en la que el capitalismo global se lanza precipitadamente (y que es una causa principal de la destrucción ambiental), fomenta el desarrollo de zoonosis, como la que se está incubando en los Estados Unidos, que potencialmente podría tener consecuencias similares a las de la gripe española de 1918.
Finalmente, la introducción de la IA en la producción es un intento del capitalismo de aumentar el crecimiento del PIB global y revertir la disminución general de la productividad laboral durante las últimas dos décadas: «La automatización afectará a una proporción creciente de la fuerza laboral. En las últimas dos décadas, ha reemplazado principalmente ocupaciones de habilidades medias, como operadores de máquinas, metalúrgicos y oficinistas. La automatización ahora afectará a ocupaciones de altos ingresos, como médicos, abogados, ingenieros y profesores universitarios. Aunque se crearán nuevos empleos, habrá una falta de coincidencia entre los trabajos perdidos y los trabajos recién creados. Esta falta de coincidencia podría prolongar el período de desempleo para muchos trabajadores...»[14] «La automatización podría eliminar el 9% de los empleos existentes y cambiar radicalmente alrededor de un tercio de ellos en los próximos 15 a 20 años»[15] El cuarenta por ciento de las horas trabajadas podría desaparecer en los países centrales. Esta “cuarta revolución industrial”, otro intento más de escapar temporalmente de las contradicciones de la sobreproducción, reduce el tamaño del mercado solvente, mientras que el aumento en la composición orgánica del capital, que corresponde a su generalización, exige una acumulación aún mayor. En última instancia, la IA solo puede reforzar aún más el callejón sin salida.
Además, el auge de la IA, que consume grandes cantidades de agua para enfriar infraestructuras a veces ubicadas en áreas áridas (¡) y electricidad (el consumo se multiplicará por diez en los Estados Unidos para 2026), tiene enormes repercusiones ambientales. Estimula el consumo de combustibles fósiles, como en el caso de Estados Unidos, que planea aumentar la perforación en un 18%, o China, donde depende del carbón. ¡También se espera que la IA cause escasez en ciertas regiones de los Estados Unidos!
La economía capitalista está, por tanto, cada vez más marcada por la incertidumbre, la desestabilización y el caos, la fragilidad y el debilitamiento del sistema, y el crecimiento sin fin de su crisis. La desaparición de la coordinación internacional para hacer frente a la crisis y el repliegue en el aislamiento nacional también expresan la incapacidad del capitalismo para producir nuevos motores capaces de reactivar la economía global, mientras que Estados Unidos en los años 80 y China después de 2008 aún pudieron desempeñar este papel. Debido al debilitamiento general del sistema capitalista, todos los Estados se están hundiendo en la crisis: la ausencia de mercados extra capitalistas suficientes está cambiando ahora las condiciones bajo las cuales los principales Estados capitalistas deben lograr la acumulación ampliada: cada vez más, esto solo puede lograrse, como condición de su propia supervivencia, a expensas directas de rivales del mismo rango, debilitando sus economías.
CCI
[1] La Tendencia Comunista Internacional, por ejemplo: “Puntualizaciones sobre el concepto de decadencia”
[2] ONU, Comercio y Desarrollo
[3] Why Trump’s trade war will cause chaos. 19.11.2024 (Por qué la guerra comercial de Trump causará caos) [Financial Times]
[4] China’s Real Economics crisis (La verdadera crisis económica de China) Forein Affairs, 6 agosto 2024,
[5] The Future of European competitiveness. (El futuro de la competitividad europea. La UE, septiembre de 2024) Oficina de publicaciones de la Unión Europea.
[6] Ver «Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia», Revista Internacional 172, 2024, pp. 43-44.
[7] Ídem pp. 45-46.
[8] Ídem pp. 45-46.
[9] “Tesis sobre la descomposición”, Revista Internacional 107
[10] «Esta crisis se convertirá en la más grave de todo el período de decadencia» Revista Internacional 172, p. 46
[11] La Voix du Combattant, n.º 1900, diciembre de 2024: «Todos estamos preocupados por las amenazas que se ciernen sobre nuestro país». Entrevista con el ministro del Ejército, Sébastien Lecornu. Este análisis se desarrolla en su libro: «Vers la guerre? La France face au Réarmement du Monde», Plon, 2024, en particular el capítulo 6, «Ahora podemos ser derrotados sin siquiera ser invadidos».
[12] «Esta crisis se convertirá la más grave de todo el período de decadencia». Revista Internacional 172, p. 46
[13] Ibid.
[14] «Le monde en 2040 selon la CIA», un libro de Laurent Barucq, p. 102
[15] Ídem p 101.






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