¿Nos dirigimos hacia una tercera guerra mundial?

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En este artículo nos centraremos en los argumentos de la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI) sobre la perspectiva de una tercera guerra mundial. Entre los grupos de la izquierda comunista fuera de la CCI, la TCI tiende a defender las posiciones internacionalistas más claras contra la guerra imperialista, y por eso siempre ha sido destinataria de nuestros llamamientos a los grupos de la izquierda comunista para la elaboración de declaraciones comunes contra las guerras en Ucrania y Medio Oriente. Una de las razones por las que la TCI siempre ha rechazado estos llamamientos es que tenemos perspectivas diferentes sobre la evolución de la situación mundial, en particular sobre la cuestión de una marcha hacia la guerra mundial. En nuestra opinión, tales divergencias no deberían ser un obstáculo para acciones comunes como la publicación de declaraciones conjuntas contra la guerra, ya que compartimos los mismos principios internacionalistas fundamentales. De hecho, tales acciones son importantes por las siguientes razones:

  • Es absolutamente esencial que los revolucionarios tengan una comprensión clara de las principales tendencias de la situación mundial y de lo que implican para el futuro. Evidentemente, las perspectivas trazadas por los revolucionarios deben someterse a la «prueba» del laboratorio vivo de la historia; por otra parte, trabajar sobre una base puramente cotidiana e inmediata es peligroso para su práctica, su interpretación de los acontecimientos actuales e incluso su capacidad para atenerse a principios fundamentales.
  • En este contexto, es esencial no subestimar el principal peligro al que se enfrenta la clase obrera, a saber, la deriva acelerada del capitalismo hacia conflictos militares caóticos e incontrolados, en el marco de una espiral creciente de autodestrucción que implica el colapso ecológico, la crisis económica, etc.
  • También es esencial comprender que el proletariado de los países capitalistas centrales no se enfrentará, en un futuro previsible, a una movilización en una guerra mundial, y que el desarrollo de la lucha defensiva en torno a cuestiones principalmente económicas es la condición previa esencial para llevar a cabo una lucha ofensiva contra el sistema en su conjunto. Esto forma parte del antídoto contra la tentación de las estrategias «antiguerra» inmediatistas que pueden conducir fácilmente a un debilitamiento del internacionalismo.

La posición de la TCI sobre la alineación de las fuerzas imperialistas y los preparativos para la guerra

En particular para la TCI, la crisis económica mundial resultante de la caída de la tasa de ganancia ha alcanzado tal punto que solo el nivel de destrucción que resultaría de una tercera guerra mundial sería suficiente para permitir el nacimiento de un «nuevo ciclo de acumulación». No entraremos aquí en este debate concreto, ya que es evidente que tal nivel de destrucción es mucho más susceptible de provocar la extinción de la humanidad que un nuevo período de prosperidad capitalista. En su lugar, examinaremos el proceso que conduce a un desenlace tan catastrófico, con el fin de poner de relieve las amenazas más urgentes para el futuro del planeta y sus habitantes. Y aquí, la CCI es una de las pocas organizaciones revolucionarias que se opone a la idea de que la tendencia dominante que observamos hoy en día sea la formación de nuevos bloques imperialistas y, por lo tanto, una marcha coordinada hacia la guerra mundial. Estos dos fenómenos son inseparables, como escribimos en mayo de 2022 en nuestro texto de orientación actualizado sobre el militarismo y la descomposición:

«una guerra mundial es la fase última de la constitución de los bloques imperialistas. Más concretamente, es debido a la existencia de bloques imperialistas constituidos que una guerra que, en un principio, solo afecta a un número limitado de países, degenera, por el juego de las alianzas, en una conflagración generalizada»[i].

Nuestro texto de 1991 sobre «el militarismo y la descomposición» fue redactado tras el colapso del bloque imperialista del este dominado por la URSS, acontecimiento que marcó el inicio definitivo de la fase final del capitalismo decadente, la fase de descomposición. Reconocía que la historia había demostrado que, en la época de la decadencia capitalista, existía una tendencia permanente a la formación de bloques imperialistas y que, la desaparición de un bloque imperialista, hasta entonces, daba lugar a la formación de un nuevo bloque. Pero tras considerar la posibilidad de que surgiera un nuevo bloque en torno a los países más poderosos económicamente de la época —Alemania y Japón—, llegaba a la conclusión de que ninguna de estas dos potencias estaba en condiciones de desempeñar ese papel (y mucho menos el antiguo líder del bloque, la URSS, que se encontraba en fase de desintegración). A continuación, identificaba los elementos fundamentales que justificaban esta conclusión:

«… al iniciarse el período de decadencia, y hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, podía existir cierta “paridad” entre los diferentes socios de una coalición imperialista, aunque la necesidad de un jefe se ha notado siempre. Por ejemplo, en la 1ª Guerra Mundial, no existía, en términos de potencia militar operativa, gran disparidad entre los tres “vencedores”: Gran Bretaña, Francia y E.E. U.U. Esta situación ya evolucionó de modo muy importante en la 2ª Guerra mundial, durante la cual los “vencedores” se pusieron bajo la estrecha dependencia de unos E.E. U.U. que poseían una superioridad considerable sobre sus “aliados”. Y ésta se iba a acentuar durante todo el período de “guerra fría” que acaba de terminar, en el que cada jefe de bloque, E.E. U.U. y la URSS, sobre todo en control del armamento nuclear más destructor, han dispuesto una superioridad aplastante sobre el resto de los países del bloque.

Esa tendencia se explica porque, con el hundimiento del capitalismo en su decadencia:

  • lo que se juega en los conflictos y su escala entre los bloques tiene carácter más mundial y general, o sea, cuanto más gánsteres haya que controlar; tanto más poderoso debe ser el “capo”;
  • las armas exigen inversiones cada vez más elevadas. Sólo los países muy grandes podrán sacar los recursos necesarios para la formación de un arsenal nuclear completo y consagrar suficientes medios para la investigación sobre las armas más sofisticadas;
  • y sobre todo, las tendencias centrífugas entre todos los Estados, resultantes de la agudización de los antagonismos nacionales, no harán sino acentuarse.

Este último factor es como con el capitalismo de Estado: cuanto más se desgarran entre sí las diferentes fracciones de una burguesía nacional con la agravación de la crisis que agudiza su mutua competencia, tanto más tiene que reforzarse el Estado para poder ejercer sobre ellas su autoridad. De igual modo, cuantos más estragos produce la crisis histórica y sus formas abiertas, más fuerte debe ser la cabeza de bloque para contener y controlar las tendencias a la dislocación entre las diferentes fracciones nacionales que lo componen. Y está claro que, en la última fase de la decadencia, la de la descomposición, un fenómeno así se agravará todavía más

Por todas estas razones, y en especial la última, la formación de un nuevo par de boques imperialistas no se ve en un horizonte razonable, puede incluso que ni ocurra nunca, que la revolución o la destrucción de la humanidad hayan ocurrido antes.»[ii].

En nuestra opinión, este marco sigue siendo válido hoy en día, aunque la actualización que hicimos en 2022 sobre la cuestión del militarismo y la descomposición reconoce que en 1991 no previmos el auge de China, que fue posible gracias al colapso del antiguo sistema de bloques y al desarrollo de la «globalización», que se tradujo, en particular, en inversiones masivas de capital en China, especialmente por parte de Estados Unidos, lo que provocó el crecimiento desenfrenado de China como nuevo «taller el mundo». Sin embargo, para la TCI y otros, China estaría hoy en día más o menos en condiciones de formar un nuevo bloque capaz de librar una guerra mundial contra «Occidente». Como argumentó su filial británica, la Communist Workers Organisation (CWO), en un artículo reciente:

«Occidente, liderado por Estados Unidos, ha creado, mediante el uso repetido del “arma económica”, una alianza de conveniencia entre las potencias sancionadas (China, Rusia, Irán y Corea del Norte), que ahora las ha llevado a entrar en conflicto con Occidente. Como ya ha demostrado la guerra en Ucrania, no se trata de una “nueva Guerra Fría”, como han afirmado algunos expertos. La situación es totalmente diferente. Durante la Guerra Fría, la URSS y Estados Unidos eran ambas potencias victoriosas y tenían más que perder que ganar con una guerra abierta (y posiblemente nuclear), por lo que el conflicto no era directo. Solo en las guerras por medio de terceros y en las maniobras en el tablero mundial la tensión entre ellas alcanzó su punto álgido.

Hoy en día, la situación es muy diferente. Dado el estancamiento del sistema capitalista, ninguna potencia tiene asegurado su futuro económico, y todas se enfrentan a crecientes problemas de endeudamiento y a una capacidad cada vez menor para mantener el tipo de sociedad que han tenido hasta ahora. El auge del nacionalismo no se limita a Occidente. Como ahora sabemos, la búsqueda de mayores ganancias en el extranjero por parte del capital estadounidense y la lucha de clases que existía en Estados Unidos en los años ochenta y noventa tuvieron como consecuencia involuntaria alimentar a China, convirtiéndola un rival para su hegemonía. Xi Jinping ha cultivado un nacionalismo mezquino similar, afirmando el nuevo poder económico de China en contraposición con la humillación que sufrió en el pasado por parte de las potencias extranjeras. Y este nacionalismo no se limita a la retórica sobre la reconquista de Taiwán. China ya supera a Estados Unidos en varios ámbitos tecnológicos (el tratamiento de las tierras raras, por ejemplo) y en inteligencia artificial…

… El poderío militar estadounidense sigue siendo muy superior al del resto del mundo, y sigue siendo el único actor global en este sentido. Pero la tecnología cibernética y el hecho de que China haya construido una flota más moderna, entre otras cosas, significan que la brecha se está reduciendo y que ya existe una carrera armamentística tecnológica entre las dos potencias. Esta rivalidad no es nueva y no se limita a Trump. La administración Obama fue la primera en reconocer la amenaza cuando adoptó el “giro hacia Asia” en 2011, pero su política consistía entonces en involucrarse con otros Estados asiáticos (en ese momento, el 40% del crecimiento de la economía mundial se producía en esa región) mientras mantenía vínculos directos con China. Tanto con Trump como con Biden, la política estadounidense se ha vuelto más agresiva hacia China, pero mientras Biden buscaba construir alianzas (AUKUS, etc.) para defender la “democracia” contra los Estados “autoritarios”, el eslogan MAGA de Trump podría reformularse como “Make America Go it Alone” (Hacer que América actúe sola»[iii].

Este pasaje contiene muchas verdades. El espectacular desarrollo de China como potencia mundial en el siglo XXI marca un nuevo nivel de bipolarización de las rivalidades imperialistas, que es el punto de partida para la formación de verdaderos bloques militares. Además, la idea de que China se ha convertido en el principal rival económico e imperialista de Estados Unidos es, en efecto, común a todas las principales facciones de la clase dominante estadounidense, desde Obama hasta Trump. Pero no estamos de acuerdo en que esto signifique que China ya sea capaz de formar un bloque a su alrededor, y ello por dos razones principales:

  • En primer lugar, la propia burguesía china ha reconocido claramente que aún no está en condiciones de cumplir uno de los criterios mencionados en nuestro texto de 1991: una superioridad militar aplastante sobre sus posibles «socios del bloque» y, por extensión, la capacidad de enfrentarse directamente a su principal rival imperialista, Estados Unidos. Por eso, la hoja de ruta china para convertirse en la primera potencia mundial de aquí a 2050 se basa ante todo en el desarrollo de su poderío económico en todo el mundo, como lo demuestra su ambicioso proyecto de la «nueva ruta de la seda» y su compromiso muy real en la carrera tecnológica con Estados Unidos. Por supuesto, esto no significa que estos proyectos económicos no tengan una importante dimensión militar, ni que excluyan el riesgo de conflictos militares abiertos con Estados Unidos o sus aliados, en particular en lo que respecta a la cuestión de Taiwán o el control del mar de China Meridional. Tales conflictos serían altamente irracionales desde el punto de vista del gran proyecto chino, pero son tanto más probables cuanto más se hunde China en la crisis económica y se ve amenazada por una tendencia cada vez más fuerte a la fragmentación, factores que tenderán a socavar sus aspiraciones económicas (y, por tanto, militares) a largo plazo y a empujarla hacia opciones autodestructivas a corto plazo.
  • Una «alianza de conveniencia» no es un bloque, que, como hemos dicho, requiere la sumisión a un único líder, sobre todo teniendo en cuenta la tendencia al «cada uno para sí» que se manifiesta en la fase de descomposición. Rusia, «amiga enterna» China, puede que se alegre del apoyo económico e ideológico de China en su aventura ucraniana, pero nada indica que esté dispuesta a subordinarse a China. Aunque la economía rusa es insignificante en comparación con la china y se ve cada vez más debilitada por la guerra en Ucrania, Rusia sigue considerándose una potencia militar de primer orden por derecho propio, y la historia de las relaciones sino-rusas, salpicada de conflictos fronterizos y momentos de guerra abierta, la ha hecho en realidad recelosa de una alianza demasiado estrecha con su amigo eterno. Del mismo modo, aunque Rusia y China han saludado la presencia de Modi en la reciente cumbre de Pekín, inmediatamente después de la disputa entre la India y Estados Unidos sobre la amenaza de Trump de imponer nuevos aranceles a Delhi, existe una larga historia de conflictos militares entre China y la India por sus fronteras, el último de los cuales estalló en 2024, mientras que China siempre ha apoyado a Pakistán en sus disputas con la India. Por lo tanto, la India no tiene ninguna intención de seguir dócilmente el ejemplo de China.

Estas manifestaciones del impacto perturbador de los antagonismos nacionales dentro de la «alianza de conveniencia» constituyen un serio obstáculo para la formación de un bloque liderado por China. Pero aún más significativo es el hecho, subrayado por la propia CWO, de que Estados Unidos esté adoptando la política de «Make America Go it Alone» (Hacer que América actúe sola), socavando así la posibilidad de una alianza estable entre las «democracias».

En el Texto de 1991, escribíamos: «En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar “por su cuenta y para sí”, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, pero que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, en el que el “gendarme” USA intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo más y más masivo de su potencial militar.»[iv].

Pero, aunque en ningún caso han renunciado al uso masivo de la fuerza militar —como hemos visto, por ejemplo, en los recientes ataques contra las instalaciones nucleares iraníes—, los intentos de Estados Unidos de «mantener un mínimo de orden» han acabado por convertir a este país en el principal factor de exacerbación del desorden. Esto quedó claramente de manifiesto en Irak en 1991, pero aún más durante las invasiones de Afganistán e Irak en 2001 y 2003. Y, como hemos dicho en muchas de nuestras resoluciones y artículos, a diferencia del pasado, cuando eran las potencias más débiles las que tenían más interés en socavar el statu quo imperialista, en la fase de descomposición es la potencia más fuerte del mundo la que se ha convertido en la principal promotora del caos en todo el planeta. Esto ha llegado a tal punto que el régimen de Trump declara abiertamente que ya no es el policía del mundo y opone cada vez más los intereses de Estados Unidos a los del resto del mundo.

Por lo tanto, ya no se puede hablar de «Occidente» o de un bloque occidental. La actual ruptura entre Estados Unidos y Europa, que se traduce en una amenaza muy real para el futuro de la alianza de la OTAN, el apoyo estadounidense a las facciones populistas y de extrema derecha europeas que se oponen a la Unión Europea, así como las declaraciones directas de Estados Unidos sobre la posibilidad de anexionarse Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, constituyen la última etapa de la desintegración de todo el «orden internacional» inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la política estadounidense de hacer pagar a las potencias europeas la guerra en Ucrania no tiene por objeto aumentar la sumisión de estas últimas a un orden dirigido por Estados Unidos. Este objetivo tradicional ha pasado a un segundo plano frente al deseo autodestructivo de Estados Unidos de socavar a todos sus rivales y sembrar el caos y la división entre sus antiguos «aliados». Por su parte, al considerar cada vez más a Estados Unidos no solo como un aliado poco fiable, sino incluso como un enemigo potencial, las grandes potencias europeas, como Alemania, se comprometen a desarrollar su sector militar, lo que tenderá a reforzar su determinación de resistir la intimidación estadounidense y ocupar su lugar en los Juegos Olímpicos imperialistas mundiales.

Cabe añadir que la movilización de un Estado para la guerra supone una unidad fundamental entre las principales facciones de la clase dominante. Esto es cada vez menos el caso en Estados Unidos, donde las divisiones dentro de la clase dominante —entre la izquierda y la derecha, los republicanos y los demócratas, pero también entre el clan que rodea a Trump y otras ramas del aparato estatal, e incluso dentro del propio bando MAGA, se han vuelto tan virulentas que, si a ello se suma la proliferación de grupos armados motivados por todo tipo de ideologías delirantes, el riesgo de una guerra civil en Estados Unidos sale del oscuro ámbito de la ciencia ficción y se vuelve cada vez más concreto.

Esta creciente inestabilidad entre los Estados y dentro de ellos no hace que el mundo sea más seguro, aunque obstaculiza la reconstitución de bloques militares. Por el contrario, la falta de disciplina dentro de los bloques y la creciente irracionalidad de los regímenes en el poder tienden a aumentar el riesgo de descontrol a nivel militar. Y la amenaza de militarización y guerra se ve agravada por el peligro de un colapso ecológico a escala planetaria, que la exacerba aún más. Desde principios de la década de 2020, estamos cada vez más inmersos en lo que los elementos más perspicaces de la burguesía denominan la «policrisis» y que nosotros hemos llamado «el efecto torbellino», una espiral mortal en la que todos los diferentes productos de una sociedad en descomposición interactúan entre sí y aceleran todo el proceso de destrucción, lo que confirma que la amenaza más tangible para la supervivencia de la sociedad humana proviene del propio proceso de descomposición.

Los dos polos de la situación mundial

Pero hay otra razón por la que nos dirigimos hacia un «mundo de guerras» en lugar de hacia la reconstitución de bloques con vistas a una guerra mundial clásica: la existencia de un polo alternativo a la espiral de descomposición.

La base de la descomposición es el estancamiento entre las clases, lo que significa que, durante las últimas décadas del siglo XX, la burguesía, a pesar del agravamiento de la crisis económica mundial, no ha sido capaz de movilizar a la clase obrera para una nueva guerra mundial. Y, en nuestra opinión, el proletariado internacional no ha sufrido una derrota histórica comparable a la que sufrió tras el aplastamiento de la revolución mundial a partir de la década de 1920, que permitió a la clase dominante arrastrarlo a la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que ha atravesado un largo período de retroceso y dificultades, pero la reanudación de los movimientos de clase desencadenada por el «verano del descontento» en Gran Bretaña en 2022 fue la señal de que la clase obrera, tras un largo período de maduración subterránea, volvía a la lucha abierta y emprendía el largo camino hacia la reconquista de su identidad de clase y, en última instancia, la perspectiva revolucionaria que puede ofrecer como única alternativa a la putrefacción de la sociedad. Es verdad que algunas partes de la clase obrera, como en Ucrania y Medio Oriente, se han visto efectivamente arrastradas a la guerra, pero esto no se aplica a los batallones centrales de la clase obrera en Europa occidental y América del Norte.

Las luchas que comenzaron en 2022 fueron principalmente una respuesta al deterioro de las condiciones de vida provocado por la crisis económica, pero también es significativo que se produjeran a pesar del estallido de la guerra en las fronteras de Europa y de las intensas campañas de propaganda sobre la necesidad de defender Ucrania y la democracia. Y mientras la clase dominante se compromete a desarrollar la economía de guerra y retira cada vez más su apoyo financiero al gasto social, la relación entre la crisis económica y la guerra se hace cada vez más evidente. Podemos verlo, aunque sea de forma indirecta, en los intentos del ala izquierda del capital de «apropiarse» de este tipo de cuestionamientos en las filas del proletariado, por ejemplo, mediante la popularización de la consigna «welfare not warfare» (bienestar y no guerra) en las manifestaciones obreras.

A una escala más espectacular, hemos asistido a huelgas y manifestaciones muy concurridas, organizadas por los sindicatos italianos, en particular los «sindicatos de base» más radicales, en respuesta al genocidio en Gaza y al encarcelamiento de los activistas de la «flotilla Sumud» que intentaban transportar alimentos y otros suministros a través del bloqueo israelí. A diferencia de las marchas pro palestinas que se celebran regularmente en Londres y en muchas otras ciudades, claramente dominadas por la ideología nacionalista, estas acciones dan la impresión de estar situadas en un terreno obrero, pero como muestra un artículo reciente publicado en la revista italiana de la TCI, Battaglia Comunista, no escapan al dominio del nacionalismo pro palestino y, por lo tanto, a la lógica de la guerra imperialista:

«Es innecesario decir que el contenido estaba marcado por el pacifismo humanitario y el reformismo, sin el menor rastro de internacionalismo proletario, es decir, de clase: las banderas palestinas dominaban sin oposición, acompañadas de las habituales consignas «Palestina libre», etc. La división de la clase obrera por parte de los sindicatos era claramente visible: por un lado, los trabajadores del Si Cobas (principalmente inmigrantes), por otro, los de la CGIL (principalmente italianos), con poca discusión. Battaglia Comunista intervino en varias ciudades con un volante, aunque este se perdió evidentemente en la ola de nacionalismo pro palestino»[v].

Pero tanto si el pacifismo como el nacionalismo son la ideología principal invocada, estas movilizaciones son medios para desviar la indignación proletaria contra la guerra capitalista. En este caso, Battaglia logró, mantenerse en el terreno de clase, sin embargo, como hemos mostrado en varios artículos, la incapacidad de comprender la totalidad de las fuerzas detrás de la masacre de Gaza llevó a muchos internacionalistas en ciernes a confusiones extremadamente peligrosas. Esto ha sido muy evidente en organizaciones anarquistas como el Anarchist Communist Group, con su apoyo a Palestine Action y otras actividades pro palestinas, pero incluso una corriente de la izquierda comunista —los bordiguistas— no ha evitado serias ambigüedades en torno a la cuestión[vi]. Cabe señalar aquí que, en una reciente reunión pública del grupo bordiguista que publica The International Communist Party, los compañeros del PCI dejaron claro que se plenamente detrás de la huelga en Italia, principalmente debido a su implicación en diversos sindicatos de base. También hemos argumentado que la respuesta «estratégica» de la TCI a la campaña belicista — consistente en la formación de grupos No War But The Class War sobre una plataforma mínima— no solo oscurece el papel real de la organización política de la clase, sino que también los ha expuesto a alianzas  peligrosas con grupos más o menos empantanados en el izquierdismo[vii].

 

El problema de los revolucionarios que no logran desmarcarse de las acciones «antiguerra» dominadas por el pacifismo o el nacionalismo está relacionado con un problema más amplio, ya que el creciente rechazo no solo hacia la guerra, sino también hacia la represión y la corrupción capitalistas, a menudo asociadas con ataques contra las condiciones de vida básicas, está provocando una ola de revueltas en todo el mundo: los movimientos denominados «Gen-Z» en Indonesia, Nepal, Kenia, Madagascar, Marruecos y otros lugares, pero se trata de movimientos «populares» que reúnen a diferentes clases y capas sociales, que por sí mismos no pueden desarrollar una perspectiva proletaria y se ven invariablemente atrapados en reivindicaciones de cambio democrático. Y también en este caso hemos visto cómo la TCI ha perdido la cabeza y se ha quedado rezagada respecto a estos movimientos. El artículo de este número de la Revista Internacional, Cuando se cae en la trampa de la lucha por la democracia burguesa contra el populismo, nos da varios ejemplos[viii].

Estas movilizaciones —a las que se suman las grandes manifestaciones «No Kings» contra Trump en Estados Unidos, que reunieron aún más abiertamente a millones de personas bajo la bandera de la defensa de la democracia burguesa contra el autoritarismo— demuestran el peligro que representa la situación actual para la clase obrera, que corre el riesgo de ser arrastrada hacia un falso terreno, y la importancia central de las luchas defensivas de la clase obrera, de las reacciones a la crisis económica en el terreno proletario, ya que estas luchas son la base indispensable para que la clase obrera se reconozca como una fuerza social distinta, como una clase para sí misma. Y esto es, a su vez, el único punto de partida para que la clase obrera sea capaz de plantear el problema de la lucha contra el sistema capitalista en su conjunto, con sus guerras, su represión, sus pandemias y su devastación ecológica. En suma, para desarrollar su propia perspectiva revolucionaria autónoma y mostrar así el único camino a seguir para todos los sectores de la población oprimidos y empobrecidos por el capitalismo en descomposición.

Amos, noviembre de 2025

 

[ii] Ídem

[iii] Cincuenta años de lucha, cincuenta años nadando contra corriente, Perspectives révolutionnaires 26 [En Inglés]

[viii] Véase también el artículo publicado por la TCI: «Declaración sobre las manifestaciones en Nepal»[solo en inglés], firmado por el NWBCW South Asia, en el que se ofrece a los jóvenes nepalíes la perspectiva de «llevar a cabo una lucha política y violenta y apoderarse de las fábricas, los recursos alimentarios, los recursos energéticos, los transportes y las armas».

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Polémica en el medio político proletario