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Camaradas:
Hemos leído vuestras críticas a nuestro análisis de la guerra con mucha atención, y muy francamente no habíamos pensado que nuestras divergencias sobre la cuestión fueran tan grandes. Vosotros decís: «Los camaradas tienen una visión economicista de la guerra y, lo que es peor, piensan que el petróleo es la causa de todas las guerras... La amenaza no es por la hegemonía del dólar sino porque existe una amenaza a la hegemonía imperialista». En primer lugar, queremos dejar claro que no pensamos que el petróleo como tal sea “la causa de todas las guerras”, sino más bien el petróleo como base para determinar el valor del dólar, como medio de pago y reservas internacionales; esto es algo que vosotros no tenéis en cuenta a pesar de que proporciona a Estados Unidos enormes ventajas económicas y financieras y constituye, junto con su capacidad militar, una de las mayores fortalezas del imperialismo estadounidense.
En el intento de demostrar la falacia de nuestro análisis, vosotros decís: «Tal punto de vista
no puede explicar la guerra de Irán en Irak, Siria, Líbano, etc. ¿Perderá el rial (la moneda iraní) su hegemonía? En los últimos años, además de suministrar equipamiento militar, Irán ha inyectado más de 30,000 millones de dólares en el sistema económico sirio para mantenerlo a flote. Irán envía petróleo gratuitamente al Líbano, exporta electricidad a Irak y no recibe dinero a cambio... Irán paga todo esto porque quiere mantener su hegemonía como potencia regional».
Camaradas, vosotros ponéis al mismo nivel el rial, una moneda no convertible que sólo sirve para la circulación interna, que el dólar, que ha sido utilizado como medio de pago y para las reservas internacionales desde hace más de 70 años. Cualquiera que conozca el mero a, b, c de la política monetaria y del sistema de cambio internacional puede ver que esto es como poner al oro y al papel moneda al mismo nivel. El rial se emite en proporción directa a la riqueza real producida en Irán (véase la ecuación monetaria de Keynes y Fisher); el dólar, por otra parte, como medio de pago y de reservas internacionales, se emite no sólo en proporción a la riqueza producida en EE. UU., sino también en una proporción mayor o menor de la producida en el extranjero por aquellos países que tienen que utilizar el dólar para regular su intercambio.
La ventaja es tan considerable que no es casualidad que en febrero de 1945 -en su regreso de la conferencia de Yalta- Franklin Delano Roosevelt, el presidente de los EE. UU. en aquel momento, hiciera escala en Arabia Saudita para firmar un acuerdo vinculante que establecía que los EE. UU. defenderían a la monarquía saudí de cualquier amenaza externa o de rivales internos a condición de que su petróleo fuera cotizado y vendido en dólares. Eso fue seis meses después de la firma del Tratado de Bretton Woods (julio de 1944), por medio del cual Estados Unidos obligaba a sus aliados a utilizar el dólar en lugar del oro para su intercambio. Keynes, que estaba presente en el B.W. como representante de Gran Bretaña, se dio cuenta de que tal sistema daría una enorme ventaja a EE.UU. en detrimento de sus socios y propuso -sin éxito- un sistema internacional de pagos basado en una unidad monetaria internacional (Bancor) que no tendría valor como moneda de reserva, sino que sólo serviría para realizar intercambios entre los países que se adhirieran al acuerdo y se basaría únicamente en la balanza comercial neta de cada país. EE. UU. objetó que el oro seguiría siendo fundamental ya que sería posible en cualquier momento convertir dólares en oro a razón de una onza (aproximadamente 28 grs.) por 35 dólares. De hecho, esto no reducía ni un solo centavo los ingresos que los EE. UU. obtendrían del nuevo sistema de pagos internacional y al cual no habrían renunciado por nada del mundo.
¿Qué forma adoptó -y adopta- esta ventaja? El economista estadounidense John Mueller lo explica: «Imagina por un momento que todas las personas con las que te encuentras aceptan los cheques que imprimes como pago. Además, los beneficiarios de tus cheques en todo el mundo no los cobran, sino que los utilizan como dinero para pagar sus propios gastos (por ejemplo, sus importaciones de petróleo -nota del editor). Esto tendría dos consecuencias importantes para tus gastos. La primera es que, si todo el mundo aceptara tus cheques, ya no necesitarías dinero (real -nota del editor). Tu talonario de cheques sería suficiente. La segunda consecuencia sería que cuando consultaras tu cuenta bancaria, te sorprenderías al encontrar que el saldo es superior a la cantidad que no habías gastado. ¿Por qué? Por la razón ya mencionada, es decir, los cheques que imprimieras circularían (de mano en mano) sin ser nunca cobrados. El resultado práctico es que esto pondría a tu disposición más recursos para consumir e invertir. Cuanto más otros utilicen tus cheques como dinero, más abundantes son los recursos adicionales que tendrás a tu disposición»[1].
De hecho, para financiar el Estado del bienestar de EE. UU., la guerra de Corea, la de Vietnam y el enorme gasto militar estadounidense, la Reserva Federal imprimió tantos cheques, que a finales de los años 60 del siglo pasado estaba claro que muchos de ellos estaban ‘sobregirados’ cuando se emitieron, es decir, que no estaban cubiertos por la cantidad acordada de oro. En consecuencia, primero Francia, luego Japón, Alemania y gradualmente la mayoría de los demás países que habían firmado el acuerdo, empezaron a pedir que los dólares que poseían se convirtieran en oro. Sin embargo, sólo consiguieron hacerlo hasta el 15 de agosto de 1971, cuando el entonces presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar. Por primera vez en la historia una moneda completamente inconvertible asumió el papel que hasta entonces había sido prerrogativa exclusiva del dinero mercancía, es decir, un dinero cuyo valor intrínseco corresponde a su valor nominal, como el oro u otro metal precioso.
Sin embargo, esto también dio lugar a la necesidad de controlar a toda costa el mayor número posible de recursos de petróleo, junto con sus rutas comerciales, con el fin de manipular su precio -subiéndolo o bajándolo (subiéndolo especialmente)- en proporción directa al número de ‘cheques’ que era necesario hacer circular para maximizar los ingresos resultantes. Desde entonces, no hay país productor de petróleo, que haya intentado escapar a la dictadura del dólar, que EE. UU. no haya atacado militarmente o con sanciones importantes.
Volviendo al rial: es obvio que, como moneda de circulación exclusivamente interna, no puede perder una hegemonía que nunca ha tenido. Ahora, haced el esfuerzo de imaginar que poséeis el mayor ejército del mundo con algo menos de 800 bases repartidas por el planeta y que sois vosotros los que disfrutáis del privilegio de imprimir esos famosos ‘cheques’ y, de repente, alguien se niega a cambiar su petróleo o su gas o alguna otra mercancía por ellos porque le parece más rentable que le paguen en su propia moneda (como a la Libia de Gadafi) o en la moneda de tu rival (Sadam y el euro). ¿Le enviarías flores para felicitarle, o movilizarías tu ejército para doblegar al rebelde? Tal vez -para demostrar que la causa de la guerra no es económica- vosotros sí le enviariáis flores, pero Estados Unidos, el país en el que no se mueve ni una hoja a menos que el dios del dinero lo decrete, puso en marcha –'lógicamente’, para usar vuestros términos- a su ejército. Lo hicieron contra Irak, contra Gadafi y contra Afganistán. Ustedes lo niegan, pero existe una amplia literatura, incluso de Estados Unidos, que confirma esto y que hariáis bien en leer antes de acusarnos de falsedad.
Pasemos ahora a Afganistán. Vosotros decís: «En los últimos 20 años Estados Unidos ha gastado más de 3 billones de dólares en Afganistán, pero ¿qué fuentes de petróleo se utilizaron? ¿Qué oleoducto o vía de petróleo se ha construido en Afganistán? ¿Dónde están los recursos petrolíferos que podrían haber hecho ganar a Estados Unidos 3 billones de dólares?». Y con eso creéis haber desmontado completamente todo nuestro análisis, calificando nuestras conclusiones de ‘ilógicas’.
Apenas un mes después de la invasión, una validación de nuestro análisis fue proporcionada por el entonces presidente de EE. UU. y un hombre del petróleo, George Bush. Esto es lo que dijo en una entrevista en San Francisco Chronicle, del 2 de noviembre de 2001: «No se equivoquen, esto es por el petróleo. Siempre se trata del petróleo. Puede resultar aburrido repetir un cliché de finales de los 90, pero es cierto». Ciertamente es verdad que EE. UU. no pudo construir el oleoducto que había planeado porque los talibanes se resistieron tan enérgicamente, pero también es cierto que ningún otro país consiguió hacerlo tampoco. También es cierto que se retiraron de Afganistán (llevándose todas las reservas en dólares que tenía el banco central afgano como compensación por los daños de guerra) y sólo después de que una nueva red de oleoductos y la construcción de la nueva ruta de la seda hubiera hecho totalmente superflua la planeada ruta afgana. Pero no era superflua veinte años antes, cuando el coste de la guerra podía verse como una inversión muy rentable ya que podía aumentar sustancialmente la cantidad de esos famosos ‘cheques’ que EE. UU. -repetimos- no obtiene de la venta de petróleo o gas que produce por sí mismo o toma de otros, sino del hecho de que estas mercancías se negocian principalmente en dólares. En 1990, Mueller, el economista estadounidense antes citado, estimó que los ingresos de EE. UU. por este concepto eran unos «500,000 millones más de lo que recaudaba de los contribuyentes estadounidenses y con valores suscritos por estadounidenses y ahorradores extranjeros»[2]. Hoy es más difícil calcular esta cifra porque, desde que Alan Greenspan se convirtió en presidente de la Fed, ésta ha dejado de hacer públicos los datos necesarios para ello. El analista chino Quiao Liang dice en su libro The Arc of Empire (El Arco del Imperio), traducido recientemente al italiano, que el día de su toma de posesión, Greenspan advirtió a sus colegas: «Aquí se puede hablar de todo excepto del dólar» y Quiao Liang comenta: «Esta cuestión es tabú; concierne a la supervivencia de la nación y los estadounidenses son reacios a hablar de ello”[3]. Sin embargo, en el transcurso del tiempo la deuda pública estadounidense, gran parte de la cual está en forma de estos ‘cheques’ sin fecha de caducidad, ha seguido creciendo ininterrumpidamente. Según datos de los analistas de Teleborsa, «al final del tercer cuatrimestre de 2020 la deuda pública y la deuda externa neta de Estados Unidos eran, respectivamente, el 132,8% y el 109% del PIB. Al final del tercer cuatrimestre de 2020 la posición deudora neta externa de Estados Unidos había alcanzado la cifra récord de 13,950 billones de dólares». Esto convierte a Estados Unidos en el país más endeudado del mundo en términos absolutos. Sin embargo, el dólar sigue siendo –‘ilógicamente’ según vuestro criterio- la principal moneda de referencia para la mayoría de las transacciones financieras y comerciales internacionales.
En el intento de demostrar que nuestros análisis carecen de fundamento, al ejemplo de Afganistán, añadís el de Arabia Saudí -de una forma totalmente fuera de lugar en nuestra opinión. Decís: «Según el Wall Street Journal, se supone que Arabia Saudí está negociando con Beijing para fijar el precio de algunas ventas de petróleo a China en yuanes, lo que, según los observadores podría afectar al predominio del dólar en el mercado mundial del petróleo...Uno se pregunta por qué Estados Unidos no derroca a Arabia Saudí, ya que está intentando destruir la industria estadounidense del petroleo, etc., etc.» ¿Por qué? Porque:
a) Arabia Saudí es uno de los mayores clientes de la industria bélica estadounidense.
b) Junto con Israel es un importante baluarte contra la expansión de Irán en Medio Oriente.
c) Es el mayor país exportador de petróleo del mundo que, salvo algunos envíos a China, sigue cotizando y vendiendo petróleo en dólares.
Sin embargo, desde hace algún tiempo la relación entre Arabia Saudí y EE. UU. no ha sido tan idílica como lo fue en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial: particularmente tras la reciente decisión de la OPEP+ de reducir la producción de petróleo en dos mil millones de barriles diarios. Incluso mientras escribimos, la prensa italiana ha publicado una declaración a la CNN del portavoz de seguridad nacional, John Kirby, en la que afirma sin rodeos que la relación entre ambos países ha llegado a su fin: «Creo que el presidente ha dejado claro que debemos replantearnos esta relación a la luz de la decisión tomada por la OPEP+». El presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado es aún más explícito, pidiendo a Biden que «congele toda cooperación con Riyad, incluida la venta de armas» porque, como ha subrayado Richard Blumenthal, el senador por Connecticut, se ha «aliado con un enemigo», Rusia[4]. Si esto no es el preludio de un ataque a gran escala, desde luego se acerca.
¿Y vosotros creéis que la decisión de vender petróleo a China a cambio de renminbi (divisa china) no tiene nada que ver con todo esto? Ahora veamos lo que escribís en la página 3 de vuestro documento: «Los camaradas parecen haber prescindido de la cuestión del petróleo en lo que respecta a la guerra en Ucrania y mantienen que el Kremlin y la Casa Blanca han llegado a un acuerdo más o menos tácito a expensas de la UE y de la propia Ucrania». Esto nos hace sospechar fuertemente que os resulta muy difícil interpretar la realidad en términos de materialismo histórico, que para nosotros es el único método que permite captar la realidad con todas sus contradicciones. Esperamos que vuestra interpretación errónea de lo que hemos escrito se deba a una mala traducción o a una lectura superficial de nuestro artículo «Sobre la invasión rusa (¿y estadounidense?) de Ucrania» (Sull’invasione russa (e americana?) dell’Ucraina) y nosotros sólo podemos invitaros a leerlo de nuevo con más atención, especialmente el segundo apartado, «Condivisione e conflito». Veréis fácilmente que “en lo que respecta a la guerra en Ucrania” la “cuestión del petróleo” y de la moneda en la que se comercia sigue siendo central en nuestro análisis.
Ahora llegamos al razonamiento que os lleva a la conclusión de que la permanencia de la guerra imperialista, de la que la de Ucrania es el episodio más reciente, no tiene ninguna lógica económica. Vosotros decís: «Es innegable que el capital acumulado en Estados Unidos no se deriva únicamente de la explotación de la clase obrera estadounidense. Aunque los Estados Unidos tienen una tasa de productividad del trabajo más elevada, la clase obrera estadounidense no es capaz de acumular una cantidad tan grande de capital. Debido a los monopolios, una gran parte de la plusvalía producida por los trabajadores de otros países acaba en Estados Unidos. La hegemonía imperialista garantiza la seguridad y la continuidad del monopolio imperialista». Camaradas, no es en absoluto el caso que la productividad del trabajo sea más alta en los Estados Unidos que en otras partes. De hecho, debido al constante aumento de la apropiación parasitaria de la plusvalía, desde los tiempos de Ronald Reagan en adelante, se ha vuelto más barato para los Estados Unidos importar mercancías que producirlas internamente, hasta el punto de que el sector manufacturero vale ahora poco más que el 8% del PIB. Sobre este punto, permitidnos recomendaros el libro de Anne Case y Angus Deaton, “Deaths of Despair and the Future of Capitalism” (Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo) – Princeton University Press 2020 o, si os resulta más fácil, nuestro ensayo “Sul declino degli Usa e l'inasprirsi della guerra imperialista permanente” (“Sobre el declive de EE. UU. y la escalada de la guerra imperialista permanente”, Istituto Onorato Damen).
Volviendo al tema: vosotros rechazáis el hecho de que la guerra tenga una justificación económica, pero admitís que Estados Unidos se apropia de una parte sustancial de la plusvalía producida en el extranjero, sin embargo, decís que esto no es por el dólar sino “a causa de los monopolios” y sacáis la conclusión de que: «La hegemonía imperialista garantiza... la continuidad del monopolio imperialista». Camaradas, esto es una tautología: hegemonía imperialista y monopolio imperialista son dos caras de la misma moneda: el imperialismo. Es como decir: Es el imperialismo el que garantiza la continuidad del…imperialismo, lo que parece explicar todo, pero en realidad no explica nada de nada.
Con el nacimiento del euro, alianzas que se habían consolidado con el tiempo, se resquebrajaron; otras se formaron con el objetivo declarado de excluir al dólar del comercio internacional pero, para vosotros, la manzana de la discordia se supone que es una vaga “hegemonía imperialista”, que, por alguna misteriosa razón, no tiene nada que ver con el dominio del dólar. Tenemos que decir que éste es un caso por excelencia de la ilógica de... la lógica. Libia, por ejemplo,ha sido reducida a escombros, no porque quisiera crear una moneda alternativa al franco CFA[5] y al dólar, sino porque, siguiendo la lógica de ustedes, constituía una amenaza para la “hegemonía imperialista” de EE. UU., simplemente por existir.
Lo mismo para Irak, Siria, las sanciones contra Venezuela, etc. Básicamente, defienden defendéis una versión más cruda de la posición de la CCI. Ellos también piensan que la guerra “no tiene una lógica económica” y que dejó de tenerla a partir de la primera guerra mundial: «La política económica en la posguerra es una política de crisis permanente...el resultado final de la producción es el caos», al contrario que en el siglo XIX cuando la guerra era todavía: «un medio de conquistar nuevos mercados para desarrollar las fuerzas productivas»[6] Como diría Carlo Levi, Cristo se detuvo...a finales del siglo XIX aunque ha sido durante el siglo XX, y después de dos guerras mundiales, cuando se ha producido un desarrollo más vigoroso de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo que en toda la historia anterior de la humanidad.
Esto es lo que ocurre cuando se abandona la crítica marxista de la economía política y la concepción materialista de la historia que la produce, en la creencia de que la historia las ha superado, y las sustituyen por una especie de teleología histórica, en la que la fuerza motriz ya no es, o no es principalmente, la lucha entre la burguesía y el proletariado, sino más bien “el caos y la irracionalidad”. De esta manera se pierde de vista el suelo bajo los pies. Sin embargo, volveremos a esto, si es necesario, en otro momento y en otro lugar. Volviendo a vuestras críticas, concretamente a la última. Leemos: «Los camaradas -es decir, nosotros de la IOD- sostienen que la formación del partido internacionalista e internacional es una condición para poner fin a la guerra, escriben: “Para detener la guerra es necesario un nuevo partido internacionalista y comunista”, y añaden: “Necesitamos un partido internacionalista y comunista internacional, pero sólo la clase obrera puede poner fin a la guerra imperialista, no un partido internacionalista y comunista internacional”». No, camaradas, no pensamos que sea el partido el que haga la revolución y ponga fin a la guerra; esa es tarea de la clase. Sin embargo, sí pensamos -y lo repetimos aquí- que, sin la presencia organizada y organizadora del partido en el seno de la clase, ésta no podrá alcanzar espontáneamente una conciencia revolucionaria. Este es aún más el caso de hoy, dividida como está, por la nueva organización y la división internacional del trabajo, en una plétora de segmentos dispersos por todo el planeta. Es incapaz de oponerse, ni siquiera mediante la lucha económica, a los ataques contra sus condiciones de vida y de trabajo que la burguesía lanza a diario; menos podemos hablar de oponerse a la guerra imperialista. Por esta razón, en nuestra opinión, el partido no sólo es ‘necesario’ sino indispensable. Por la misma razón sostenemos que es deber primordial de los revolucionarios de hoy dedicar su energía y su inteligencia a su construcción. En ausencia del partido comunista en todo el mundo, la revolución comunista está destinada a seguir siendo una utopía.
En conclusión, camaradas, firmamos la declaración conjunta contra la guerra porque estamos de acuerdo con el marco de clase que identifica al capital como único responsable del conflicto y al proletariado como la verdadera víctima. Sin embargo, pensamos que sobre las causas de la guerra y sobre el análisis del imperialismo vemos las cosas de manera muy diferente y esto no puede ser ignorado al considerar la perspectiva de continuar la discusión.
Con nuestros saludos más fraternales.
Istituto Onorato Damen
[1] Michel Albert - Capitalismo contro Capitalismo, edición Il Mulino, pp. 41-42 o Capitalisme contre Capitalisme, edición Seuil.
[2] Ibid – p.42.
[3] Quia Liang - L'Arco dell'Impero, edición italiana LEG, p.93.
[4] Véase Il Fatto quotidiano del 14 de octubre 2022.
[5] El franco CFA es el nombre de dos monedas: el franco CFA de África Occidental, utilizado en ocho países de África Occidental, y el franco CFA de África Central, utilizado en seis países de África Central. Los códigos de moneda ISO son XAF para el franco CFA de África Central y XOF para el franco CFA de África Occidental. Aunque las dos monedas comúnmente reciben el mismo nombre de franco CFA y tienen el mismo valor, no son intercambiables.
[6] Como dijo el camarada Ramon de la CCI en su intervención escrita para la Reunión Pública en los Estados Unidos del 28 de septiembre.