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Mientras la OTAN declaraba en su sitio web: «La OTAN condena en los términos más enérgicos la guerra de Rusia contra Ucrania. La Alianza se mantiene firme en su compromiso de apoyar a Ucrania y ayudarla a ejercer su derecho fundamental a la legítima defensa», Trump humillaba y amedrentaba al presidente ucraniano en público ante los medios de comunicación de todo el mundo, incluso nombrándolo responsable de la barbarie en Ucrania, mientras renovaba lazos e iniciaba negociaciones con la Rusia de Putin. Estas declaraciones provocadoras subrayaron pública y brutalmente la ruptura ideológica y estratégica de los EEUU de Trump con el eje central de la política de la OTAN. Además, Trump cuestionó la solidaridad entre los países de la OTAN, quintaesencia de la Alianza Atlántica: «Si no pagan, no voy a defenderlos», «Mi mayor problema con la OTAN (...) es que si EEUU tuviera un problema y llamáramos a Francia o a otros países que no voy a nombrar y dijéramos “Tenemos un problema”, ¿creen que vendrían a ayudarnos, como se supone que deben hacer? No estoy seguro...». (France 24, 07.03.25). En cuestión de pocas semanas, Donald Trump torpedeó la Alianza Atlántica y demoliendo políticamente el pacto de defensa colectiva que había unido a EEUU y Europa desde 1949. EEUU ya no tenía intención de apoyar a sus aliados en la defensa de Ucrania y ni siquiera garantizaba la solidaridad incondicional de EEUU en caso de agresión sobre alguno de sus socios.
El fin definitivo de las relaciones imperialistas establecidas desde 1945
Estos acontecimientos tienen un profundo significado histórico, ya que marcan el colapso de las relaciones imperialistas entre las grandes potencias vigentes desde 1945. En realidad, son la culminación de todo un proceso iniciado por el hundimiento del bloque del Este a finales de 1989, que marcó también la apertura del periodo de descomposición. En aquel momento, la CCI indicó que el derrumbe del bloque soviético iría acompañado de la desintegración del bloque occidental: «La diferencia con el periodo que acaba de terminar es que estas desavenencias y antagonismos, antes contenidos y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, pasarán ahora a primer plano. La desaparición del gendarme imperialista ruso, y la consiguiente desaparición del gendarme estadounidense frente a sus principales socios del pasado, abre la puerta al desencadenamiento de toda una serie de rivalidades locales adicionales[1]».
La desintegración ha sido gradual desde entonces, con altibajos, culminando hoy en la manifestación explícita del divorcio transatlántico. En su intento de defender su estatus de única superpotencia dominante en el mundo, EEUU explotó inicialmente la OTAN para apoyar su papel de policía mundial y permitirle mantener bajo control a sus «socios» del bloque occidental (1ª guerra de Irak en 1991, Afganistán en 2001), para integrar a los países de Europa del Este del antiguo bloque soviético en su esfera de influencia y, más recientemente, para apoyar a Ucrania contra el ataque ruso, permitiendo así a Washington contrarrestar el deseo de independencia de los países europeos. Sin embargo, éstas ambiciones empezaron a emerger a principios de los años noventa con las maniobras de Francia, Reino Unido y Alemania durante la guerra civil en la antigua Yugoslavia, y se acentuaron con la negativa de los principales países europeos en 2003 a participar en la aventura de la segunda guerra de Irak bajo el mandato de Bush hijo. En términos más generales, el empoderamiento de los países europeos (sobre todo de Alemania) se ha traducido en una reducción significativa de sus contribuciones militares a la OTAN y en su apertura a Rusia y China en términos energéticos y comerciales.
Ante su declive irreversible frente a la explosión del «sálvese quien pueda» y la emergencia de China como rival, la primera potencia mundial pretende ahora utilizar su poder militar, económico y político para imponer la defensa de sus intereses por la fuerza bruta, si es necesario, a todos los demás países, tanto adversarios como aliados. Así, tras el abandono de Ucrania por Washington, el cuestionamiento de la solidaridad transatlántica en el seno de la OTAN y el acercamiento a Rusia, lo que se está barriendo definitivamente es la estructuración del mundo desde 1945.
La irreversibilidad del divorcio transatlántico
El secretario general de la OTAN, M. Rutte, y ciertos círculos militares y políticos europeos siguen esperando que las estruendosas declaraciones de Trump tengan por objeto esencialmente elevar la apuesta en el marco de las negociaciones «transaccionales» sobre la financiación de la OTAN, y que el drástico aumento de los presupuestos militares decidido por los países europeos calme la agresividad antieuropea de Trump. Aunque la forma y la velocidad reales del divorcio entre los «aliados de toda la vida» siguen siendo difíciles de predecir, la irreversibilidad del proceso se ve confirmada por una serie de factores.
1 «Pero Trump ha desarmado políticamente a la OTAN, la ha despojado de lo que hace fuerte a una alianza de defensa colectiva: la fiabilidad»[2]. Ya no se puede contar con la garantía absoluta de una intervención militar en apoyo a la OTAN y el paraguas atómico estadounidense, sino todo lo contrario, como indica una nota reciente del Pentágono, la «Guía Estratégica de Defensa Nacional Interina», basada en directrices del secretario de Defensa Pete Hegseth que el Washington Post pudo consultar (31.03.2025). En ella se especifica que, en caso de agresión, Europa sólo podrá contar con refuerzos de tropas no esenciales frente a China. Además, Trump sigue reclamando Groenlandia a Dinamarca, así como la anexión de Canadá, a pesar de que estos dos países son socios de la OTAN. No es de extrañar que el primer ministro canadiense, Mark Carney, llegara a la conclusión de que EEUU ya no era un socio fiable. Independientemente de los reveses posteriores, se han infundido dudas sobre la indestructibilidad de la Alianza Transatlántica y el apoyo estadounidense a Europa.
2. La irreversibilidad del divorcio también se destaca en el plano ideológico. La conclusión del Pacto Transatlántico y la fundación de la OTAN después de 1945 tuvieron como cobertura ideológica la defensa de la «democracia occidental». El cuestionamiento por parte de Trump al inquebrantable apoyo a Ucrania en favor de un acercamiento al «dictador Putin», y el ataque del vicepresidente Vance en el Foro de Múnich al concepto de democracia defendido por las burguesías europeas, mientras la administración Trump sigue apoyando a los partidos populistas y de extrema derecha en Europa, desgarran por completo esta cobertura ideológica común. Trump está despojando a la Alianza Atlántica de todo su cemento ideológico.
3. Aliado crucial de EEUU contra la URSS durante más de cincuenta años, Europa ha perdido su importancia geoestratégica con el ascenso de China, convirtiéndose sobre todo en un competidor económico y en una fuente de países disidentes, incluso enemigos, en conflictos armados. «También estamos hoy aquí para expresar claramente y sin ambigüedades una realidad estratégica ineludible: EEUU ya no puede centrarse principalmente en la seguridad de Europa. EEUU se enfrenta a amenazas directas contra nuestro propio territorio. Debemos -y estamos en ello- dar prioridad a la seguridad de nuestras propias fronteras. (...) Esto requerirá que nuestros aliados europeos se impliquen plenamente y asuman la responsabilidad de su propia seguridad convencional en el continente[3]». Europa, y por lo tanto el pacto transatlántico, ya no es una prioridad, ni siquiera una necesidad, para el imperialismo estadounidense y la administración Trump lo está expresando sin adornos diplomáticos.
4. Entre los países europeos siguen surgiendo divergencias en cuanto a una subsistencia eventual de lazos trasatlánticos: algunos, como la italiana Meloni y el polaco Tusk, esperan que el importante esfuerzo armamentista de los países europeos contribuya a preservar la esencia de la alianza y a calmar la agresividad antieuropea de la administración Trump; otros, en cambio, ven cómo el vínculo transatlántico se deshace definitivamente y presionan para que se desarrolle una política alternativa frente a EEUU. Estos últimos explotarán sin duda la situación intensificando la presión para romper el «polo europeo». De este modo, Trump tenderá a desarrollar una política «transaccional» más favorable hacia algunos países, como Polonia, o menos favorable hacia otros, como Alemania.
5. «Escuchen, seamos honestos, la Unión Europea fue diseñada para joder a EEUU» (declaración de Trump, 26.02.2025). La multiplicación de aranceles por parte de EEUU sobre las importaciones de los «aliados» europeos -acusados por Trump de tratar a EEUU mucho peor que a ciertos «enemigos»- y las «represalias» europeas no harán sino exacerbar las tensiones entre ambos lados del Atlántico y constituirán el componente económico del divorcio. Esta guerra comercial es una buena ilustración de cómo los «socios» europeos de antaño son vistos ahora como rivales del «America first». La imposición a los países europeos de un gigantesco esfuerzo de inversión militar como consecuencia del fin del paraguas militar estadounidense tiene por objeto, en particular, obligar a todos los países de la UE a «malgastar» parte de sus reservas económicas en el desarrollo de sus recursos militares, de modo que pierdan competitividad frente a EEUU. Además, la variación de los aranceles aduaneros es también potencialmente un medio de sembrar la discordia entre los países europeos.
EE.UU. a la cabeza de la guerra de todos contra todos
Poner en tela de juicio las relaciones imperialistas entre las grandes potencias no solo tiene una gran importancia histórica, sino que sobre todo conducirá a una tremenda aceleración del sálvese quien pueda, la irracionalidad y el caos a escala mundial.
El objetivo primordial de la administración Trump, en línea con la política de Biden, es utilizar todos los medios económicos y militares para impedir que el retador chino amenace la declinante supremacía de EEUU. Con este fin, Trump pretende desvincular a Rusia de China, y para ello está dispuesto a sacrificar Ucrania y la estabilidad de Europa, e incluso la cohesión de la UE. Sin embargo, aunque Rusia no puede sino celebrar el acercamiento propiciado por EEUU, a la vez que ve con recelo el creciente dominio económico de China sobre Siberia, al mismo tiempo desconfía del carácter fluctuante de las decisiones de Trump, de ahí la reticencia de la facción de Putin a comprometerse en el proceso de finalización de los combates sobre la base del «acuerdo» propuesto por Washington. De hecho, Trump está dando un paso sin estar seguro de su éxito y sin preocuparse por las consecuencias. En este sentido, Trump es una caricatura de cómo la burguesía en descomposición desarrolla su política imperialista: «apostar», con una visión inmediata, sin preocuparse de las consecuencias a más largo plazo.
Una de las principales consecuencias del divorcio transatlántico es, sin duda, la explosión generalizada del gasto en armamento y, más en general, del militarismo en Europa. Se multiplican las reuniones entre los principales países europeos para aumentar la producción militar y prestar apoyo a Ucrania. En toda Europa se ha anunciado un aumento de los presupuestos militares para los próximos años: es el caso de Gran Bretaña, Francia[4] y Alemania[5], y la UE ha anunciado un apoyo de 800.000 millones de euros en los próximos 10 años. Alemania ha votado reformar su Constitución para eliminar un punto que le prohíbe incurrir en déficit público, de modo que pueda endeudarse para aumentar el gasto militar. Pero ya están apareciendo divergencias entre los estados: se expresan matices entre Francia y Gran Bretaña, por un lado e Italia y Polonia, por ejemplo, sobre qué hacer en relación con Ucrania; del mismo modo, ¿Cuál será la actitud de las otras potencias europeas ante Alemania, primera potencia económica en la UE, que también quieren convertirse en la principal potencia de la UE; en Holanda, el Primer Ministro se ha visto superado en votos dentro de su propia mayoría en cuanto a los compromisos con Ucrania, con los populistas defendiendo la idea de que el dinero debe usarse ante todo para el pueblo de holandés. Si surge un acercamiento estratégico con EEUU y en el seno de la UE, la tendencia es hacia el fin de las alianzas militares estables, una dinámica propia de la exacerbación del «sálvese quien pueda» en el periodo de descomposición y que ya es ampliamente evidente en diversos conflictos en todo el mundo.
Abandonando a Ucrania, torpedeando el Pacto Transatlántico, girando hacia Rusia -en definitiva, destruyendo los últimos cimientos del orden internacional que había sobrevivido a la caída de la URSS-, EEUU se enfrentará a un mundo imperialista que le será aún más hostil y menos controlable, porque nada estable surgirá de esta «convulsión de alianzas», que nunca podrá generar alianzas duraderas. De hecho, Trump ha dicho al mundo: la palabra del gobierno estadounidense no vale nada, no pueden confiar en nosotros. Está claro que él y su camarilla no buscan construir alianzas internacionales sólidas, sino «acuerdos» bilaterales puntuales que sean válidos «ahora mismo». Así, tras los sucesivos fracasos de la burguesía estadounidense para imponer su orden y limitar el movimiento del «sálvese quien pueda», Trump ha reconocido que es imposible frenar esta dinámica, pero en su lugar se coloca a la cabeza de la misma declarando abiertamente la «guerra de todos contra todos». Esta es la verdadera «estrategia» vandálica de la nueva administración estadounidense: «El orden mundial se ha convertido en un arma utilizada contra nosotros. Nos corresponde una vez más crear un mundo libre a partir del caos. Esto requerirá una América (...) que ponga sus propios intereses por encima de todos los demás[6]». A partir de ahora, no habrá vuelta atrás.
Para la clase obrera, el divorcio transatlántico y la «convulsión de las alianzas» anuncian básicamente dos cosas: una intensificación significativa de los ataques contra sus condiciones de vida, provocados por la exacerbación del militarismo, y la multiplicación de horribles enfrentamientos bélicos, como los que masacran a miles de personas cada mes en Ucrania o Palestina. Frente a las campañas destinadas a movilizarlos en defensa del Estado democrático, frente a la «guerra todos contra todos», los trabajadores deben, por el contrario, mantener su unidad en su terreno de clase para luchar contra los ataques de las diferentes burguesías.
R. Havanés, 20-04-2025
[1] Texto de orientación: «Militarismo y descomposición», Revista Internacional 64, 1991.
[2] Columna de Alain Frachon, Le Monde, 06.03.2025.
[3] Discurso de P. Hegseth, 12.02.25 en la reunión del Grupo de Contacto OTAN-Ucrania.
[4] «Los créditos votados en la ley de programación militar 2024-2030 ascienden a 413.000 millones de euros».
[5] «Está previsto un fondo masivo de 500.000 millones de euros para situar a Alemania a la cabeza de la defensa europea».
[6] Secretario de Estado M. Rubio, Comisión del Senado, 15.01.25, en «Alliance atlantique ou schisme occidental?». Le Monde diplomatique, abril de 2025.