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El capitalismo atrapado en la espiral de guerras interminables
Los estragos de tres años de guerra en Ucrania, al igual que la indecible barbarie de los quince meses del conflicto israelí-palestino que ha incendiado todo Oriente Medio, son una terrible ilustración de las guerras engendradas por el período de descomposición del capitalismo.
Cualesquiera que sean las treguas o los alto el fuego que se concluyan en el contexto de las futuras maniobras imperialistas, sólo puede ser temporal y sólo representarán pausas momentáneas en el refuerzo del militarismo bárbaro que caracteriza al modo de producción capitalista.
En febrero de 2022, Putin declaró que el ejército ruso avanzaría rápidamente en Ucrania mediante una “operación militar especial” de corta duración. Han pasado tres años y, aunque los misiles y la artillería siguen destruyendo ciudades enteras y cobrándose miles de vidas, la guerra ha llegado a un punto en el que ninguna de las partes está logrando avances significativos, lo que hace que las operaciones militares sean aún más desesperadas y destructivas. Es difícil saber con certeza cuántas personas han muerto o han resultado heridas en la guerra, pero los medios de comunicación hablan ya de más de un millón de muertos o heridos, y a los protagonistas les resulta cada vez más difícil reclutar carne de cañón para cubrir los “huecos” en el frente.
En el Medio Oriente, tras el bárbaro ataque de Hamás, las represalias del Estado de Israel están provocando destrucciones y masacres que han alcanzado un nivel de salvajismo inimaginable. Al igual que Putin, Netanyahu, tras el sangriento ataque del 7 de octubre de 2023, prometió que en tres meses acabaría con Hamás, pero esto ya lleva más de un año y la barbarie que ha desatado no ha dejado de crecer. Israel ha lanzado indiscriminadamente 85,000 toneladas de explosivos, ¡el equivalente a tres veces la cantidad de material explosivo que contenían las bombas lanzadas sobre Londres, Hamburgo y Dresde durante la Segunda Guerra Mundial! Estos feroces ataques dejaron casi 45,000 muertos, más de 10,000 desaparecidos y casi 90,000 heridos, muchos de ellos mutilados, entre ellos miles de niños. Según Save the Children, cada día, desde el comienzo de la guerra en Gaza, alrededor de diez niños han perdido las piernas. Al horror de los bombardeos se suman el hambre y enfermedades como la polio y la hepatitis, que se propagan debido a las inhumanas condiciones sanitarias.
Toda esta locura bélica que se vive desde hace tanto tiempo en Ucrania y la Franja de Gaza se extiende ahora a otros países, ampliando la espiral de caos y barbarie. Tras los combates en el sur del Líbano y el bombardeo de Beirut, la reanudación de los combates en Siria, que condujeron al rápido derrocamiento de Bashar Al Assad, es una buena ilustración de cómo se extiende la inestabilidad. El importante apoyo militar de Rusia e Irán había permitido a Al Assad imponerse al final de la guerra civil siria de 2011 a 2020, aunque la situación fuera precaria. Con el debilitamiento militar de los aliados de Assad, en particular con Rusia atrapada en Ucrania y Hezbolá ocupado en Líbano, su apoyo militar se ha reducido considerablemente, lo que ha provocado una pérdida de control de la situación por parte del régimen. Esto fue aprovechado por el grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS) para atacar y derrocar al gobierno. Sin embargo, la huida de Al Assad no significa en absoluto que el nuevo régimen que ha tomado el poder en Damasco tenga un proyecto coherente y unificado. Por el contrario, una multitud de grupos más o menos radicales “democráticos” o “islamistas”, cristianos, chiitas o suniitas, kurdos, árabes o drusos, participan más que nunca en los enfrentamientos por el control del territorio o de partes de él, con la mafia de patrocinadores imperialistas detrás de ellos: Turquía, Israel, Qatar, Arabia Saudí, Estados Unidos, Irán, los países europeos y puede que incluso Rusia, cada uno con su propia agenda y sus propios intereses imperialistas. Más que nunca, Siria, y el Medio Oriente en general, representan un hervidero de múltiples tensiones que empujan hacia la guerra y el militarismo.
Guerra y militarismo, expresiones bárbaras del capitalismo decadente
Nuevas y sofisticadas armas se han desplegado lo mismo en Ucrania que en el Medio Oriente: escudos de defensa, drones de ataque, manipulación de sistemas de comunicación para transformarlos en artefactos explosivos, etc. También se disparan los presupuestos que los distintos Estados destinan a la compra de armas convencionales y a la modernización o ampliación del arsenal atómico. Según datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), el gasto militar mundial en 2023 ascendió a 2 mil 443 millones de dólares, un aumento del 7% respecto al 2022 (la mayor tasa de crecimiento desde 2009). Y tanto las órdenes como las declaraciones de los jefes de Estado de todos los continentes no nos dan motivos para esperar otra cosa que una impresionante expansión general de la militarización, que al mismo tiempo está dando lugar a un notable aumento de las ganancias de las empresas armamentísticas.
Pero, ¿significa esto que la guerra tiene un efecto positivo en la economía capitalista? El capitalismo nació en el lodo y la sangre de la guerra y el saqueo, pero su papel y función han cambiado con el tiempo. En el período ascendente del capitalismo, los gastos militares y la guerra misma eran un medio de ampliar el mercado y estimular el desarrollo de las fuerzas productivas, porque las nuevas regiones conquistadas requerían de nuevos medios de producción y subsistencia. Por el contrario, la entrada en el periodo de decadencia (que comenzó con la Primera Guerra Mundial) indica que los mercados solventes se han distribuido mundialmente y que las relaciones de producción capitalistas se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. En este contexto, el sistema capitalista encuentra ciertamente en la guerra (y en su preparación) un impulso para la producción de armamentos, pero como se trata de medios de destrucción, no benefician a la acumulación de capital. La guerra representa, en realidad, una esterilización del capital. Sin embargo, esto no significa, como ya explicó la Gauche Communiste de France, “que la guerra se haya convertido en el objetivo de la producción capitalista, ya que ésta sigue siendo la producción de plusvalía, sino que la guerra se convierte en el modo de vida permanente del capitalismo decadente”[1]. En el período de descomposición del capitalismo, que constituye la última fase de la decadencia irreversible de este modo de producción, las características de la decadencia no sólo se mantienen, sino que se acentúan, de modo que la guerra no sólo sigue sin tener una función económica positiva, sino que ahora se presenta como desencadenante del caos económico y político cada vez mayor, perdiendo así su finalidad estratégica. El objetivo de la guerra se reduce cada vez más a la destrucción masiva irracional, lo que la convierte en uno de los principales factores que amenazan a la humanidad con la aniquilación total. La amenaza de una confrontación nuclear es un trágico testimonio de ello.
Esta dinámica se ilustra claramente en guerras como las que se llevan a cabo en Ucrania y Gaza. Rusia e Israel han arrasado o aniquilado ciudades enteras y contaminado permanentemente tierras de cultivo con sus bombas, de modo que el beneficio que obtendrán de un hipotético fin de la guerra se limitará a campos de ruinas. Las repugnantes masacres de civiles y niños, como el bombardeo de centrales nucleares en Ucrania, ponen de relieve el cambio cualitativo que experimenta la guerra en la descomposición, que se vuelve cada vez más irracional, ya que el único objetivo es desestabilizar o destruir al adversario practicando sistemáticamente una política de “tierra quemada”. En este sentido, si “la fabricación de sistemas de destrucción sofisticados se ha convertido en emblema de una economía moderna y capaz… esas ‘maravillas’ tecnológicas que están hoy demostrando su eficacia asesina en el Medio Oriente, no son, desde el punto de vista de la producción, de la economía, sino un inmenso despilfarro”[2].
La burguesía aumenta los presupuestos... para extender la destrucción y las masacres
El creciente desarrollo de la militarización ha llevado recientemente a algunos países que habían abandonado el servicio militar obligatorio a reintroducirlo, como en Letonia y Suecia, e incluso el partido CDU lo ha propuesto en Alemania. Pero, sobre todo, esto se refleja en la presión generalizada para aumentar el gasto militar, varios portavoces burgueses hacen campaña, por ejemplo, sobre la necesidad de que los países de la OTAN vayan mucho más allá del 2% del PIB acordado para el gasto en defensa. En un escenario en el que los Estados Unidos de Trump jugará más que nunca la carta de America First, incluso hacia países “amigos” que pensaban que estaban a salvo bajo el paraguas nuclear estadounidense, los países europeos buscan urgentemente reforzar sus infraestructuras militares y están aumentando fuertemente su gasto militar para defender mejor sus propias ambiciones imperialistas. Cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dice: “Tenemos que gastar más, tenemos que gastar mejor, tenemos que gastar europeo”, resume la estrategia de expansión de la infraestructura militar europea y de una industria armamentística europea autónoma.
En realidad, la tendencia a la explosión del gasto armamentístico es mundial, estimulada por un avance sin freno del militarismo. Todos los Estados se ven presionados para reforzar su poder militar. Esto refleja básicamente la presión de la creciente inestabilidad de las relaciones imperialistas en el mundo.
Tatlin, 14 de enero de 2025
[1] “Las verdaderas causas de la Segunda Guerra Mundial”. Informe sobre la situación internacional”, GCF, julio de 1945. Revista Internacional 59, 4º trimestre 1989.
[2] “Crisis y militarismo”. Revista Internacional núm. 65, 2º trimestre de 1991