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Desde la publicación de este artículo, los acontecimientos recientes, en particular en Oriente Medio, confirman claramente que estamos asistiendo a una escalada cada vez mayor de la guerra entre Israel y Hezbolá en el Líbano. La guerra ya se ha extendido a Yemen con los ataques israelíes contra los puertos controlados por los Hutíes y a Siria con un ataque sobre Damasco. La ofensiva israelí contra Hezbolá comenzó con una operación ultra sofisticada pero totalmente atroz, urdida por el Mossad en pleno centro de Beirut, detonando simultáneamente casi 500 buscas pirateados y walkie-talkies bombas. Seguido de intensos bombardeos aéreos de la capital libanesa, que mataron a cientos de personas, entre ellas muchos niños, e hirieron a más de 1,800 civiles hasta el 26 de septiembre y obligaron hasta un millón de personas a huir de sus hogares. Las informaciones indican que 100,000 de ellas han buscado refugio en Siria, donde ya hay numerosos campos de refugiados en los que los suministros básicos son prácticamente inexistentes.
El 27 de septiembre, se dio un nuevo golpe por el Estado de Israel: el asesinato del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah. Este y otros golpes contra Hezbolá benefician claramente al régimen de Netanyahu, que puede presumir de “victorias” definitivas, a diferencia del mortífero atolladero de Gaza. Mientras tanto, ya ha comenzado una ofensiva terrestre israelí en el sur de Líbano, con incursiones de comandos contra bases de Hezbolá, apoyadas por fuerza aérea. La ofensiva israelí ha privado a Hezbolá de una parte considerable de sus actuales dirigentes, pero es una ilusión total pensar que se puede eliminar el terrorismo aniquilando algunos mandos. La guerra del Líbano no tendrá un desenlace rápido y fácil para Israel, como ya lo descubrió en 2006.
Hezbolá ha jurado venganza y continúa llamando a la destrucción del Estado de Israel, mientras que Teherán, por su parte, lanza una lluvia de misiles balísticos contra Tel Aviv y Jerusalén como represalia, lo que provocará una vez más una escalada en la respuesta israelí. Ambas partes se aprovechan de la atención que suscitan las próximas elecciones estadounidenses, de su incierto resultado y de la proximidad de este evento, para intensificar su política de provocación, haciendo oídos sordos a los requerimientos de Estados Unidos y la Unión Europea, que han pedido un alto al fuego inmediato. Es evidente que las potencias locales se precipitan en una escalada militar cada vez más irracional que amenaza con incendiar toda la región.
Al mismo tiempo, el conflicto revela la posición contradictoria de Estados Unidos, que sigue inundando de armas a Israel y proporcionando informes de inteligencia para algunos de sus ataques, como en la incursión israelí en Yemen. A Washington le interesa el debilitamiento de Irán y de sus aliados en la región, lo que también sería un golpe para Rusia, ya que Irán es uno de sus principales proveedores de armas. Estados Unidos y Gran Bretaña han desempeñado un papel directo en la respuesta de Israel al ataque con misiles iraníes (inteligencia y fuego antimisiles de la flota estadounidense en el Mediterráneo). Pero al mismo tiempo, Washington no quiere que toda la situación se vuelva incontrolable; y el creciente desprecio de Netanyahu a los llamados estadounidenses es una señal más del declive de la autoridad estadounidense a escala mundial.
También es significativo que la guerra entre Rusia y Ucrania se empantana cada vez más. Zelensky recientemente pronunció un discurso en la ONU en un intento de convencer a la “comunidad internacional” para que apoye más eficazmente a Ucrania, presentando hipócritamente un “plan de paz”, cuando en realidad está admitiendo, de forma apenas disimulada, que se trata de presionar a Moscú para “obligar a Rusia a hacer las paces” bajo las nuevas condiciones impuestas por Ucrania. Esto no hizo sino provocar una virulenta reacción de parte de Putin, que declaró que “nunca aceptaría la paz bajo coacción” y reafirmó que las condiciones puestas por Moscú para un alto al fuego seguían siendo las mismas: el reconocimiento de las regiones conquistadas por Rusia al comienzo de la guerra y el descarte de la adhesión de Ucrania de la OTAN. Estas condiciones son, a su vez, totalmente inaceptables para Kiev. Además, Gran Bretaña ha enviado misiles Storm Shadow de largo alcance a Ucrania, y parece haber cambiado de postura sobre permitir su uso contra objetivos en territorio ruso. Si Estados Unidos, Alemania y otros países occidentales dieran luz verde a su uso en Rusia, sería un paso más hacia el abismo. En respuesta, Putin ha modificado el protocolo para el uso de armas nucleares, que ahora permite su uso de forma “asimétrica” en caso de amenaza contra instalaciones cruciales en suelo ruso, incluso por parte de una potencia no nuclear. En consecuencia, la perspectiva de reanudar las negociaciones entre los dos principales protagonistas del conflicto ha quedado una vez más sepultada. Sobre el terreno, en cambio, los combates y la destrucción mutua no sólo se intensifican, sino que amenazan de nuevo con dar un giro aún más peligroso con la reanudación de los bombardeos en torno a los reactores nucleares de la central nuclear de Zaporiyia, mientras cada parte acusa a la otra de jugar con fuego.
Estas guerras demuestran que cuando se trata de jugar con fuego, ¡toda la clase dominante de este cruel sistema es culpable!
Este verano, las tensiones asesinas en Ucrania y Oriente Medio se han intensificado en una espiral destructiva cuyo desenlace no podría ser más claro: de estas guerras nunca saldrá nada provechoso para ninguno de los beligerantes.
Una escalada guerrera sin fin
Los avances del ejército ruso en el este de Ucrania han sido respondidos con nuevas incursiones, esta vez directamente en suelo ruso por parte del ejército ucraniano en la región de Kursk. Se ha dado un paso más, amenazando a la población y al mundo con una extensión del conflicto y un enfrentamiento aún más mortífero. Todos los beligerantes están atrapados en una espiral extremadamente peligrosa: Zelensky, espera poder golpear más profundamente a Rusia gracias a los misiles europeos y estadounidenses que está recibiendo. Y esto sólo alimenta la huida hacia delante asesina del Kremlin, cuyos ataques en Poltava han añadido 55 muertos a la interminable lista de víctimas. Por su parte, Bielorrusia sigue siendo una fuerza que podría participar activamente en el conflicto: con la incursión ucraniana en Kursk, esta posibilidad ha aumentado. En la frontera común entre Bielorrusia y Ucrania, el gobierno de Lukashenko ha estacionado un tercio de su ejército, y sus maniobras militares de junio sirvieron para recordar que tiene armas nucleares rusas en su territorio. El riesgo de que la espiral bélica se extienda también está presente en Polonia, que ha vuelto a expresar su preocupación manteniendo a sus tropas en alerta. Aunque la OTAN, de la que Polonia es miembro, se ha negado oficialmente a enviar tropas, el Primer ministro polaco, Donald Tusk, había evocado a finales de marzo una “época de preguerra”.
En Oriente Medio, a la ignominia cotidiana en Gaza se ha sumado la ofensiva del ejército israelí en Cisjordania y su intervención en el sur del Líbano, en una huída adelante totalmente irracional. El provocador asesinato del líder de Hamás en Teherán no hizo sino provocar su sustitución por un nuevo dirigente aún más extremista y sanguinario, encendiendo otra mecha en el polvorín regional. Todo esto, por supuesto, ha proporcionado nuevos pretextos a Irán y sus aliados para implicarse más en el conflicto multiplicando los crímenes y las provocaciones.
Mientras se celebraban las hipócritas conversaciones de alto el fuego en Doha a mediados de agosto, las masacres y la destrucción seguían con mayor intensidad. Netanyahu no cesa de torpedear cualquier intento de apertura diplomática, para reforzar mejor su política de tierra quemada, amontonando cadáveres en un intento de salvar su pellejo. Cada parte no ha hecho más que acentuar la carnicería para influir en las negociaciones.
Netanyahu como Hamás, así como Putin y Zelensky y las potencias imperialistas que los apoyan activamente, todos estos buitres imperialistas se sumergen en una lógica interminable de enfrentamientos cada vez más destructivos. Esto confirma plenamente que la espiral guerrera del capitalismo en plena decadencia ha perdido toda racionalidad económica y tiende a descontrolarse tanto para sus protagonistas directos como para todas las potencias imperialistas implicadas.
Por su duración, su curso y el bloqueo político en el que se hunden, por su irracionalidad y la precipitación hacia una lógica de tierra quemada, estos conflictos ilustran el enorme peso de la descomposición del sistema capitalista, cuya aceleración irreversible amenaza cada vez más con destruir a la humanidad. Si la guerra mundial no está a la orden del día, debido a la inestabilidad de las alianzas y a la indisciplina generalizada que caracterizan actualmente las relaciones internacionales, la intensificación y la extensión progresiva de los conflictos sólo pueden conducir, a largo plazo, a una destrucción y un caos cada vez mayores.
La inexistencia de bloques imperialistas dispuestos a la guerra mundial (como lo fueron el bloque Occidental y el bloque del Este durante la Guerra Fría) genera, en última instancia, más inestabilidad: al no existir ya un enemigo común ni una disciplina de bloque, cada Estado y/o facción actúa ahora exclusivamente en función de sus propios objetivos, lo que les lleva más fácilmente al enfrentamiento en una lucha de todos contra todos, obstaculizando la acción de los demás y dificultando cada vez más el control de sus políticas.
Debido a esta tendencia Estados Unidos, al tiempo que mantiene su apoyo a la OTAN, ve cómo en su seno las propias fracciones se desgarran por la política a seguir, tanto en Ucrania como en Gaza. Mientras que la administración Biden propuso mantener la ayuda a sus aliados, los republicanos trataron de limitarla, congelando inicialmente en el Congreso 60,000 millones de dólares de apoyo a Ucrania y 14,000 millones a Israel, antes de ceder finalmente y aceptar desbloquearlos. Estas fracturas están acentuando la dificultad de Estados Unidos para imponer su hegemonía en el mundo. En consecuencia, pierde cada vez más el control de sus políticas y su autoridad sobre los protagonistas de los conflictos.
También debido a toda esa atmósfera, se echa más leña al fuego de la creciente polarización entre las dos grandes potencias, China y Estados Unidos. Aunque la perspectiva de una guerra a gran escala entre estas dos potencias está descartada por el momento, las tensiones son constantes y el riesgo de una confrontación regional en torno a Taiwán no hace sino aumentar. China prosigue sus maniobras militares cerca y alrededor de la isla, prosigue e intensifica, aunque con cautela, sus provocaciones militares en el mar de China y aumenta su intimidación, especialmente hacia Filipinas y Japón. Estados Unidos, muy preocupado, alza la voz y reafirma su apoyo a sus aliados locales amenazados, al tiempo que intensifica sus provocaciones. La situación es cada vez más incontrolable e imprevisible. Los riesgos de nuevas conflagraciones no cesan de aumentar.
Los proletarios siguen siendo las principales víctimas.
Ya sea directamente en las zonas de conflicto o lejos del frente ante los recortes relacionados con la economía de guerra, los proletarios son siempre los más afectados. En las zonas de guerra, son víctimas de bombardeos, sufren restricciones y tienen que soportar el terror, los horrores y las masacres. Cuando no son explotados en las fábricas, minas u oficinas, la burguesía los utiliza como carne de cañón. En Ucrania, el gobierno enrola a discreción a cualquier hombre de entre 25 y 60 años, ya sea directamente reteniéndolo o con el señuelo de un salario superior al de un trabajo civil. Además del alistamiento obligatorio, la burguesía se aprovecha de las miserables condiciones de los trabajadores para comprar su sangre y su vida.
Todo esto no sería posible sin una intensa propaganda nacionalista, machaconas campañas ideológicas y una narrativa planificada por el Estado: «La guerra es un asesinato metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esta embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes,. La bestialidad de los pensamientos y de los sentimientos debe corresponder a la bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla»[1] Esta es la razón por la que la clase obrera en Ucrania, en Rusia o en Oriente Medio no tiene actualmente capacidad de reaccionar, y le resultará muy difícil hacerlo ante la “embriaguez” a la que está siendo sometida.
Es cierto que el gobierno de Netanyahu es cada vez más impopular, y que la noticia de cada asesinato de rehenes israelíes por parte de Hamás ha provocado grandes manifestaciones, ya que cada vez más israelíes reconocen que el objetivo declarado por el gobierno de liberar a los rehenes y destruir a Hamás son contradictorios entre sí. Pero las manifestaciones, incluso cuando exigen un alto el fuego, se mantienen dentro de los límites del nacionalismo y la democracia burguesa y no contienen ninguna dinámica hacia una respuesta proletaria a la guerra.
El proletariado de los países occidentales, por su experiencia de la lucha de clases, en particular sobre las sofisticadas trampas impuestas por la dominación burguesa, sigue siendo el principal antídoto contra la espiral destructiva. A través de sus luchas contra los efectos de la economía de guerra, tanto los recortes presupuestarios como la inflación galopante, está sentando las bases de sus futuros asaltos contra el capitalismo.
Tatlin/WH, 5 de septiembre de 2024
[1] La crisis de la Socialdemocracia (1915), Rosa Luxemburgo.Ed. Anagrama, Barcelona 1976, pag 52