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Desde el desencadenamiento bárbaro del conflicto en Ucrania y su putrefacción en una terrible guerra de posiciones, las masacres en Israel y Gaza, y las amenazas de conflagración en Oriente Medio a través de un conflicto directo entre Israel e Irán, las tensiones en torno a Taiwán, los apetitos incontrolables de las naciones están llevando a los políticos burgueses a pretender «descubrir» que el viejo mundo capitalista es un siniestro cesto de cangrejos. Al comienzo del conflicto en Ucrania, los discursos trataron inmediatamente de convencernos de que teníamos que romper con nuestra «candidez» y aceptar que teníamos que prepararnos para una «guerra de alta intensidad»: ¡hacer sacrificios para alimentar nuevos asesinatos en masa y planear más destrucciones! Por supuesto, en nombre de la «paz» y de la «defensa de la democracia» ...
Una ofensiva ideológica para justificar el armarse y preparar la guerra
En un contexto de aceleración de las tensiones imperialistas donde el sálvese quien pueda es la regla, las burguesías occidentales, en Europa y Estados Unidos, redoblan sus esfuerzos para propagar las peores campañas belicistas en los medios de comunicación. Con total displicencia, el presidente Macron, apoyado por los jefes de Estado de siete países europeos, ha tomado la iniciativa de afirmar que «no hay que descartar» la posibilidad de enviar tropas occidentales a Ucrania. En Gran Bretaña, el general Patrick Sanders abogó por «duplicar el tamaño del ejército británico» y pidió a los ciudadanos de a pie que se preparen para una «movilización cívica». A él se unió el jefe del comité militar de la OTAN, el almirante Rob Bauer, quien afirmó en un discurso: «La responsabilidad de la libertad no recae únicamente sobre los hombros de quienes visten el uniforme [...]. [...] Necesitamos un cambio de mentalidad en los sectores público y privado, de una época en la que todo era planificable, predecible, controlable, impulsado por la eficiencia... a una época en la que cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento». En resumen, desean estar en condiciones de poder movilizar a la población para el «esfuerzo bélico» y preparar tropas para el combate.
Estas declaraciones, que se multiplican y son controvertidas, se ven inmediatamente contradichas por las divisiones y tensiones entre las distintas facciones burguesas. Pero todas coinciden, sin embargo, en una cosa: que hay que apoyar a un bando en la guerra, en este caso a Ucrania. Todos los discursos son unánimes al afirmar que «Ucrania lucha por nosotros» y que «en caso de derrota, el ejército ruso estará a nuestras puertas». Con este telón de fondo, el septuagésimo quinto aniversario de la OTAN adquirió un significado especial, celebrado con gran pompa y platillo, al tiempo que se subrayaba que el estancamiento de Putin no le hacía menos peligroso. Y aunque el Secretario General, Jens Stoltenberg, dejó claro que «no hay planes de enviar tropas de la OTAN a Ucrania», se esforzó en señalar que «los aliados de la OTAN están proporcionando un apoyo sin precedentes a Ucrania».
Se trata de preparar la mente de la gente para que acepte el principio de la guerra y sus sacrificios. Esto es aún más importante porque, como Rosa Luxemburgo señaló en la época de la Primera Guerra Mundial, «la guerra es un asesinato metódico, organizado y gigantesco. Para provocar el asesinato sistemático en hombres normalmente constituidos, es necesario [...] producir una intoxicación apropiada. Éste ha sido siempre el método habitual de los beligerantes. La bestialidad del pensamiento y del sentimiento debe corresponder a la bestialidad de la práctica; debe prepararla y acompañarla»1.(1)
Naturalmente, desde esta perspectiva, el objetivo primordial de todo el belicismo actual es justificar el vertiginoso aumento de los presupuestos militares en todas partes. En este sentido, los impresionantes aumentos del gasto armamentístico en los países escandinavos (20% en Noruega, por ejemplo) y en los países bálticos son muy simbólicos de esta nueva carrera armamentística frenética. De hecho, todos los países europeos están haciendo grandes esfuerzos. Polonia, por ejemplo, aspira a alcanzar la cifra récord del 4% de su PIB (la tasa más alta dentro de la OTAN); Alemania, con el presupuesto de este año (68 000 millones de euros), alcanzará el 2.1% de su PIB por primera vez en más de treinta años y Francia tiene previsto gastar la enorme suma de 413 300 millones de euros en siete años.
Hoy en día, la implicación y los esfuerzos requeridos en términos de gasto armamentístico adquieren una nueva cualidad. Por tanto, desde el final de la Primera Guerra Mundial, la «paz» no ha sido en realidad más que una mistificación, con tantos cadáveres amontonados. Tras el hundimiento del bloque del Este, el nuevo «mundo multipolar» sólo ha generado caos, implicando cada vez más a los ejércitos de las grandes potencias imperialistas en costosos conflictos, con Estados Unidos a la cabeza. Pero las gigantescas sumas de dinero que ahora se planifican se gastan en un contexto de descomposición acelerada y de profundización dramática de la crisis económica que siguió al choque brutal provocado por la epidemia de Covid.
La necesidad de la lucha de clases
La situación actual está marcada por el estancamiento del crecimiento industrial e incluso por signos de recesión, mientras que las deudas siguen creciendo y la inflación continúa erosionando los salarios. Es en este contexto fuertemente degradado en el que la burguesía necesita atacar aún más a los trabajadores para reforzar sus medios militares. Para decirlo claramente, la burguesía no tiene otra opción, dada la espiral a la que está siendo arrastrada por la bancarrota de su sistema, el capitalismo, que planear fríamente ataques con vistas a preparar la guerra e imponer la austeridad para arrastrarnos aún más a su lógica de destrucción.
Semejante locura, y los nuevos ataques económicos que provoca, sólo pueden favorecer las condiciones para la continuación de la lucha de clases. En realidad, las campañas ideológicas sobre la guerra revelan paradójicamente que la burguesía camina sobre cáscaras de huevo en su intento de imponer la austeridad. Todas sus preocupaciones se ven confirmadas por la reanudación de las luchas obreras a escala internacional, en particular en Europa Occidental y Norteamérica. Esta resistencia, a pesar de sus grandes debilidades, atestigua que la clase obrera de estos países no está dispuesta a «morir por la patria».
WH, 10 de abril de 2024
1Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia (1915).