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“El Reino Unido se ve sacudido por un movimiento de huelga histórico” (Le Parisien, agosto de 2022)
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“Reforma de las pensiones en Francia: movilización histórica” (Midi libre, enero de 2023)
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“Huelga histórica en el transporte alemán por mejores salarios” (Euronews, marzo de 2023)
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“Canadá: huelga histórica de funcionarios por aumento de salarios” (France 24, abril de 2023)
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“Estados Unidos: huelga histórica en el sector del automóvil” (France Info, septiembre de 2023)
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“Islandia: huelga histórica contra las desigualdades salariales” (Tf1, octubre de 2023)
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“En Bangladesh, una huelga histórica de los obreros textiles” (Libération, noviembre de 2023)
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“En Suecia, un movimiento de huelga interprofesional histórica” (Libération, noviembre de 2023)
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“Huelga histórica de los servicios públicos en Quebec” (Le Monde, diciembre de 2023)
Los titulares de la prensa no dejan lugar a dudas: desde julio de 2022 algo está sucediendo en la clase obrera. Los trabajadores han retomado el camino de la lucha proletaria a escala internacional y esto es, en efecto, un acontecimiento “histórico”.
La CCI califica este cambio como “ruptura”. Creemos que se trata de una nueva dinámica prometedora para el futuro. ¿Por qué?
¿Con qué enfoque debemos entender el significado de la reanudación actual de la lucha?
En enero de 2022, en un momento en el que la crisis sanitaria de Covid todavía era una amenaza, escribimos en un volante internacional1: “En todos los países, en todos los sectores, la clase trabajadora está sufriendo un deterioro insoportable de sus condiciones de vida y de trabajo. Todos los gobiernos -ya sean de derecha o de izquierda, tradicionales o populistas- son implacables en sus ataques. Los ataques llueven bajo el peso del agravamiento de la crisis económica mundial. A pesar del temor a una crisis sanitaria opresiva, la clase trabajadora empieza a reaccionar. En los últimos meses se han desarrollado luchas en Estados Unidos, Irán, Italia, Corea, España y Francia. Es cierto que no se trata de movimientos masivos: las huelgas y manifestaciones son aún muy escasas y poco frecuentes. Pero la burguesía las observa como un halcón, consciente de la magnitud de la cólera que se está gestando. ¿Cómo hacer frente a los ataques de la burguesía? ¿Quedarse aislados y divididos, cada uno en “su” empresa, en “su” sector de actividad? ¡Eso nos dejaría impotentes! Entonces, ¿cómo podemos desarrollar una lucha unida y masiva?”.
Si elegimos producir y distribuir este volante desde el primer mes de 2022, es porque somos conscientes del potencial actual de nuestra clase. En junio, apenas 5 meses después, estalló en el Reino Unido “El Verano de la cólera”, la mayor oleada de huelgas en el país desde 1979 y su “Invierno de la cólera”2, un movimiento que anunció toda una serie de luchas “históricas” a través del mundo. En el momento de escribir estas líneas la huelga se está extendiendo en Quebec.
Para comprender la profundidad del proceso en curso y lo que está en juego, es necesario adoptar un enfoque histórico, el mismo que nos permitió detectar esta famosa “ruptura” en agosto de 2022.
1910-1920
En agosto de 1914, el capitalismo anunció su entrada en la decadencia de la forma más estremecedora y bárbara imaginable: estalla la Primera Guerra Mundial. Durante cuatro espantosos años, en nombre de la patria, millones de proletarios tuvieron que masacrarse unos a otros en las trincheras, mientras los que quedaban atrás -hombres, mujeres y niños- trabajaban día y noche para “apoyar el esfuerzo de guerra”. Las armas escupían balas, las fábricas escupían fusiles. Por todas partes el capitalismo engullía el metal y las almas.
Ante estas condiciones insoportables, los trabajadores se sublevaron. Hubo fraternización en el frente, huelgas en la retaguardia. En Rusia, la dinámica se volvió revolucionaria, es la Insurrección de Octubre. Esta toma del poder por el proletariado fue un grito de esperanza que escucharon los explotados de todo el mundo. La oleada revolucionaria se extendió a Alemania. Fue esta propagación la que puso fin a la guerra: las burguesías, aterrorizadas por esta epidemia roja, prefirieron poner fin a la carnicería y unirse contra su enemigo común: la clase obrera. Aquí, el proletariado demuestra su fuerza, su capacidad de organizarse masivamente, de tomar en sus manos las riendas de la sociedad y de ofrecer a toda la humanidad una perspectiva distinta de la prometida por el capitalismo. Por un lado, la explotación y la guerra, por el otro la solidaridad internacional y la paz. Por un lado. la muerte, por el otro la vida. Si esta victoria fue posible, fue porque la clase y sus organizaciones revolucionarias habían acumulado una gran experiencia a lo largo de décadas de luchas políticas desde las primeras huelgas obreras en los años de 1830.
En Alemania en 1919, 1921 y 1923, los intentos de insurrección fueron sofocados con derramamiento de sangre (¡por la socialdemocracia entonces en el poder!). Derrotada en Alemania, la oleada revolucionaria se rompió y el proletariado se encontró aislado en Rusia. Esta derrota fue evidentemente una tragedia, pero sobre todo una fuente inagotable de lecciones para el futuro (cómo enfrentarse a una burguesía fuerte y organizada, a su democracia, a su izquierda; cómo organizarse en asambleas generales permanentes; qué papel tiene el partido y qué relación tiene con la clase, con las asambleas y los consejos obreros, etc.).
1930-1940-1950
Dado que el comunismo sólo es posible a escala mundial, el aislamiento de la revolución en Rusia significaba implacablemente su degeneración. Y así, desde “dentro”, la situación se fue deteriorando hasta el triunfo de la contrarrevolución. La tragedia fue que esta derrota hizo posible también identificar fraudulentamente la revolución con el estalinismo, que se presenta falsamente como el heredero de la revolución cuando en realidad la asesinó. Sólo unos pocos vieron en el estalinismo la contrarrevolución. Los demás lo defenderán o lo rechazarán, pero todos estos serán portadores de la mentira de la continuidad Marx-Lenin-Stalin, destruyendo así las inestimables lecciones de la revolución.
El proletariado había sido derrotado a escala internacional. Se había vuelto incapaz de reaccionar ante los nuevos estragos de la crisis económica: inflación galopante en Alemania en los años 20, crac de 1929 en Estados Unidos, desempleo masivo en todas partes. La burguesía podía desencadenar sus monstruos y marchar hacia una nueva guerra mundial: nazismo, franquismo, fascismo, antifascismo... a ambos lados de la frontera los gobiernos se movilizaban acusando al “enemigo” de ser un bárbaro. Durante estas oscuras décadas, los revolucionarios internacionalistas fueron perseguidos, deportados y asesinados. Los supervivientes se rindieron, aterrorizados o moralmente aplastados. Otros, desorientados y víctimas de la mentira “estalinismo = bolchevismo”, rechazaron todas las lecciones de la oleada revolucionaria, y algunos rechazaron incluso la teoría de la clase obrera como clase revolucionaria. Es la “medianoche del siglo”3. Sólo un puñado mantuvo el rumbo, aferrándose a una comprensión profunda de lo que es la clase obrera, de lo que es su lucha por la revolución, de lo que es el papel de las organizaciones proletarias, encarnando la dimensión histórica, la continuidad, la memoria y el esfuerzo teórico permanente de la clase revolucionaria. Esta corriente se reconoce como Izquierda Comunista.
Al final de la Segunda Guerra Mundial grandes huelgas en el norte de Italia, y en menor medida en Francia, dieron motivos para creer que la clase obrera había despertado. Churchill y Roosevelt también lo creyeron; extrayendo lecciones del final de la Primera Guerra Mundial y de la oleada revolucionaria, bombardearon “preventivamente” todos los barrios obreros de la Alemania derrotada para protegerse de cualquier riesgo de sublevación: Dresde, Hamburgo, Colonia... todas estas ciudades fueron arrasadas con bombas incendiarias, matando a cientos de miles de personas. Pero en realidad, esta generación estaba demasiado marcada por la contrarrevolución y su aplastamiento ideológico desde los años 1920. La burguesía podía seguir pidiendo a los explotados que se sacrificaran sin arriesgarse a una reacción: tenía que reconstruir y aumentar los ritmos de producción. Así, el Partido Comunista Francés les ordenó “apretarse el cinturón”.
1968
En este contexto estalló la mayor huelga de la historia: Mayo del 68 en Francia. Casi toda la Izquierda Comunista no se dio cuenta de la importancia de este acontecimiento y no comprendió en absoluto el profundo cambio de la situación histórica. Un grupo muy pequeño de la Izquierda Comunista, aparentemente marginado en Venezuela, adoptó un enfoque completamente diferente. Desde 1967, Internacionalismo comprendió que algo estaba cambiando en la situación. Por un lado, sus miembros notaron un ligero repunte de las huelgas y encontraron individuos en varias partes el mundo, interesados en discutir de la revolución. También había reacciones a la guerra de Vietnam que, aunque eran desviadas al terreno pacifista, mostraban que la pasividad y la aceptación de décadas anteriores empezaban a desvanecerse. Por otra parte, este grupo comprendió que la crisis económica volvía con la devaluación de la libra esterlina y la reaparición del desempleo masivo. Tanto es así que en enero de 1968 escribieron: “No somos profetas, ni pretendemos saber cuándo o cómo se desarrollarán los acontecimientos futuros. Pero de lo que estamos seguros y somos conscientes respecto al proceso en el que está inmerso actualmente el capitalismo, es que es imposible de detener (...) y que conduce directamente a la crisis. Y también estamos seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que estamos viviendo ahora en general, llevará a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués” (Internacionalismo núm. 8). Cinco meses más tarde, la huelga general de Mayo del 68 en Francia confirmó de forma deslumbrante estas previsiones. Evidentemente, todavía no era el momento de “una lucha directa por la destrucción del Estado burgués”, sino de una vuelta histórica del proletariado mundial, agitado por las primeras manifestaciones de la crisis abierta del capitalismo tras la contrarrevolución más profunda de la historia. Estas predicciones no son clarividencia, sino simplemente el resultado del notable dominio del marxismo por parte de Internacionalismo y de la confianza que, incluso en los peores momentos de la contrarrevolución, este grupo había conservado en las capacidades revolucionarias de la clase. Hay cuatro elementos en el corazón del planteamiento de Internacionalismo, cuatro elementos que le permitieron anticiparse a Mayo del 68 y luego, en el calor mismo del momento, comprender la ruptura histórica que esta huelga engendró, es decir, el fin de la contrarrevolución y el regreso a la escena internacional del proletariado en lucha. Estos cuatro elementos son una comprensión profunda de:
1) El papel histórico del proletariado como clase revolucionaria;
2) La gravedad de la crisis económica y su impacto en la clase, como acicate para la combatividad;
3) El desarrollo en curso de la conciencia en el seno de la clase, reflexión visible a través de las cuestiones planteadas en los debates de las minorías que buscan posiciones revolucionarias;
4) La dimensión internacional de esta dinámica general, crisis económica y lucha de clases.
En el centro de todo este enfoque está la idea de Internacionalismo de que estaba surgiendo una nueva generación, una generación que no había sufrido la contrarrevolución, una generación que se enfrentaba al retorno de la crisis económica conservando todo su potencial de reflexión y de lucha, una generación capaz de poner en primer plano el retorno del proletariado en lucha. Y eso es lo que efectivamente fue Mayo del 68, que abrió el camino a toda una serie de luchas a escala internacional. Además, todo el ambiente social cambió: tras los años de silencio y plomo, los trabajadores, en particular su juventud, tenían ganas de discutir, de elaborar, de “rehacer el mundo”. La palabra “revolución” estaba en todas partes. Los textos de Marx, Lenin, Luxemburgo y de la Izquierda Comunista circulaban y provocaban debates interminables. La clase obrera intentaba reapropiarse de su pasado y de sus experiencias. En contra de este esfuerzo, toda una serie de corrientes -estalinismo, maoísmo, trotskismo, castrismo, modernismo, etc.- trabajaban para pervertir las lecciones de 1917. La gran mentira de estalinismo = comunismo fue explotada en todas sus formas.
1970-1980
La primera oleada de luchas fue sin duda la más espectacular: el otoño caliente en Italia en 1969, el violento levantamiento en Córdoba, Argentina ese mismo año y la enorme huelga en Polonia en 1970, grandes movimientos en España y Gran Bretaña en 1972... En España en particular, los trabajadores empezaron a organizarse mediante asambleas de masas, proceso que culminó en Vitoria de 1976. La dimensión internacional de la oleada llegó hasta Israel (1969) y Egipto (1972) y, más tarde, a través de los levantamientos en los municipios de Sudáfrica, dirigidos por comités de lucha (los “Cívicos”). A lo largo de este periodo, Internacionalismo trabajó para reagrupar a las fuerzas revolucionarias. Un pequeño grupo con sede en Toulouse y que publicaba un periódico llamado Révolution Internationale se unió a este proceso. Juntos formaron en 1975 lo que aún hoy es la Corriente Comunista Internacional, nuestra organización. Nuestros artículos proclamaban “¡Saludos a la crisis!” porque, en palabras de Marx, no debemos “ver en la miseria sólo miseria” sino, por el contrario, “el lado revolucionario, subversivo, que derrocará a la vieja sociedad” (Miseria de la Filosofía, 1847). Tras una breve pausa a mediados de los años 70, se extendió una segunda oleada: huelgas de los trabajadores iraníes del petróleo y de los trabajadores de la siderurgia en Francia en 1978, el “Invierno de la cólera” en Gran Bretaña, los estibadores en Rotterdam (dirigidos por un comité de huelga independiente) y los trabajadores de la siderurgia en Brasil en 1979 (que también desafiaron el control sindical). Esta oleada de luchas alcanzó su punto culminante con la huelga de masas en Polonia en 1980, dirigida por un comité de huelga interempresarial independiente (el MKS); sin duda el episodio más importante de la lucha de clases desde 1968. Aunque la dura represión de los trabajadores polacos puso fin a esta oleada, no pasó mucho tiempo antes de que se produjera un nuevo movimiento con las luchas en Bélgica en 1983 y 1986, la huelga general en Dinamarca en 1985, la huelga de los mineros en Inglaterra en 1984-85, las luchas de los trabajadores ferroviarios y sanitarios en Francia en 1986 y 1988, y el movimiento de los trabajadores de la enseñanza en Italia en 1987. Las luchas de Francia e Italia en particular -al igual que la huelga de masas en Polonia- muestran una capacidad real de autoorganización con asambleas generales y comités de huelga.
No es sólo una lista de huelgas. Este movimiento de oleadas de luchas no estaba dando vueltas en círculos, sino haciendo verdaderos avances en la conciencia de clase. Como escribimos en abril de 1988, en un artículo titulado “20 años después de mayo de 1968”: “Una simple comparación de las características de las luchas de hace 20 años con las de hoy permite percibir rápidamente la amplitud de la evolución que se ha producido lentamente en la clase obrera. Su propia experiencia, sumada a la catastrófica evolución del sistema capitalista, le ha dado una visión mucho más clara de la realidad de su lucha. Esto se tradujo en:
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La pérdida de ilusiones respecto a las fuerzas políticas situadas a la izquierda del capital, y en primer lugar respecto a los sindicatos, cuyas ilusiones han dado paso a la desconfianza y cada vez más a la hostilidad abierta;
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el abandono cada vez más marcado de formas ineficaces de movilización, callejones sin salida a los que los sindicatos han conducido tan a menudo la combatividad de los trabajadores:
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jornadas de “acción”, manifestaciones, marchas y procesiones tipo funerales;
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huelgas largas y aisladas...
Pero la experiencia de estos 20 años de lucha no sólo ha enseñado a la clase obrera lecciones “en negativo” (lo que no hay que hacer). También nos ha enseñado cómo hacer las cosas:
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La búsqueda de la extensión de la lucha (Bélgica 1986 en particular);
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La búsqueda del control de la lucha, organizándose en asambleas y comités de huelga elegidos y revocables (principalmente en Francia a finales de 1986 y en Italia en 1987)”.
Fue esta fuerza de la clase obrera la que impidió, durante todos estos años, que la Guerra Fría se convirtiera en la Tercera Guerra Mundial. Mientras que las burguesías estaban soldadas en dos bloques listos para la batalla, los trabajadores no querían sacrificar sus vidas, por millones, en nombre de la Patria. Así lo demostró también la guerra de Vietnam: ante las pérdidas del ejército norteamericano (58,281 soldados), la protesta creció en Estados Unidos y obligó a la burguesía norteamericana a retirarse del conflicto en 1973. La clase dominante no podía movilizar a los explotados de todos los países en un enfrentamiento abierto. A diferencia de los años 30, el proletariado no estaba derrotado.
1990...
En realidad, los años 80 ya empezaban a revelar las dificultades de la clase obrera para desarrollar su lucha más que antes, para llevar adelante su proyecto revolucionario:
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La huelga de masas de 1980 en Polonia fue extraordinaria por su amplitud y por la capacidad de los trabajadores para autoorganizarse en la lucha. Pero también demostró que en el Este las ilusiones en la democracia de Occidente eran inmensas. Peor aún, frente a la represión que azotaba a los huelguistas, la solidaridad del proletariado en Occidente se reducía a declaraciones platónicas, incapaces de ver que a ambos lados del Telón de Acero se trataba en realidad de una misma lucha de la clase obrera contra el capitalismo. Este es el primer indicio de la incapacidad del proletariado para politizar su lucha, para seguir desarrollando su conciencia revolucionaria.
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En 1981, el presidente estadounidense Ronald Reagan despidió a 11,000 controladores aéreos alegando que su huelga era ilegal. Esta capacidad de la burguesía norteamericana para sofocar una huelga utilizando el arma de la represión, muestra cómo se encontraba la relación de fuerzas.
La represión en Polonia y la huelga en Estados Unidos actuaron como un verdadero golpe para el proletariado internacional cuyo efecto duró casi dos años.
En 1984, la primera ministra británica Margareth Thatcher fue mucho más lejos. En aquella época, la clase obrera británica tenía fama de ser la más combativa del mundo, y año tras año batía el récord de días de huelga. La Dama de Hierro provocó a los mineros; mano a mano con los sindicatos, los aisló del resto de sus hermanos de clase; durante un año lucharon solos, hasta que se agotaron (Thatcher y su gobierno habían preparado su golpe acumulando en secreto reservas de carbón); las manifestaciones fueron reprimidas con derramamiento de sangre (tres muertos, 20,000 heridos, 11,300 detenidos). El proletariado británico tardaría 40 años en recuperarse de este golpe y permanecería aletargado y sumiso hasta el verano de 2022 (volveremos sobre esto más adelante). Por encima de todo, esta derrota muestra que el proletariado no ha logrado entender la trampa, evitar el sabotaje y la división sindical. La politización de las luchas sigue siendo ampliamente insuficiente, lo que representa una desventaja creciente.
Una pequeña frase de nuestro artículo de 1988, que ya hemos citado, resume el problema crucial al que se enfrentaba el proletariado en aquella época: “Quizás se habla menos fácilmente de revolución en 1988 que en 1968”. En aquel momento, nosotros mismos no comprendíamos todo el significado de esta constatación, sólo la intuíamos. En efecto, la generación que había cumplido su tarea poniendo fin a la contrarrevolución en Mayo de 1968, no podía desarrollar también el proyecto revolucionario del proletariado.
Esta falta de perspectiva empieza a marcar a toda la sociedad: la droga se extiende tanto como el nihilismo. No es casualidad que fuera en esta época cuando dos palabras contenidas en una canción de la banda punk Les Sex Pistols fueran pintadas con aerosol en los muros de Londres: No future (No hay futuro).
Es en este contexto, en que empiezan a emerger los límites de la generación del 68 y con la putrefacción de la sociedad, que se asestó un terrible golpe a nuestra clase: el colapso del bloque del Este en 1989-91 desató una campaña ensordecedora sobre la “muerte del comunismo”. La gran mentira “estalinismo = comunismo” volvió a explotarse al máximo; todos los abominables crímenes de este régimen, que en realidad era capitalista, se atribuyeron a la clase obrera y a “su” sistema comunista. Peor aún, se pregonará día y noche: “¡He aquí a donde conduce la lucha obrera, a la barbarie y a la bancarrota! ¡He aquí a donde conduce ese sueño de revolución: a una pesadilla!” El resultado es terrible: los obreros se avergonzaban de su lucha, de su clase, de su historia. Privados de perspectiva, se negaban a sí mismos y perdían la memoria de ella. Todas las lecciones y los logros de los grandes movimientos sociales del pasado cayeron en el limbo del olvido. Este cambio histórico de la situación mundial ha sumido a la humanidad en una nueva fase de la decadencia capitalista: la fase de la descomposición.
La descomposición no es un momento fugaz y superficial; es una dinámica profunda que afecta a la sociedad. La descomposición es la última fase del capitalismo decadente, una fase de agonía que acabará o con la muerte de la humanidad o con la revolución. Es el fruto de los años 1970-1980 durante los cuales ni la burguesía ni el proletariado fueron capaces de imponer su perspectiva: la guerra por la burguesía, la revolución por el proletariado. La descomposición expresa esta especie de bloqueo histórico entre las clases:
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La burguesía no infligió a la clase obrera una derrota histórica decisiva que le hubiera permitido movilizarse para una nueva guerra mundial.
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La clase obrera, a pesar de 20 años de lucha que impidieron la marcha a la guerra, y que vieron importantes desarrollos en la conciencia de clase, no ha sido capaz de desarrollar la perspectiva de la revolución, de plantear su propia alternativa política a la crisis del sistema.
Como resultado, privado de toda salida, pero hundiéndose aún en la crisis económica, el capitalismo decadente empezó a pudrirse desde el fondo. Esta putrefacción afecta a la sociedad a todos los niveles, ya que la ausencia de perspectivas y de futuro actúa como un auténtico veneno: aumento del individualismo, de la irracionalidad, de la violencia, de la autodestrucción, etcétera. El miedo y el odio se apoderan poco a poco de la sociedad. Los cárteles de la droga se desarrollaron en América Latina, el racismo está por todas partes...El pensamiento está marcado por la imposibilidad de proyectarse al futuro, está marcado por una visión corta y limitada; la propia política de la burguesía se limita cada vez más a lo inmediato. Este baño de lodo cotidiano impregna inevitablemente a los proletarios, sobre todo porque dejaron de creer en el futuro de la revolución, se avergüenzan de su pasado y ya no se sienten una clase. Atomizados, reducidos a ciudadanos individuales, soportan todo el peso de la putrefacción de la sociedad. El problema más grave es sin duda la amnesia sobre las lecciones y avances del periodo 1968-1989.
Para empeorar las cosas, la política económica de la clase dominante está atacando deliberadamente cualquier sentido de identidad de clase, tanto mediante la disolución de los antiguos centros industriales de resistencia de la clase obrera, como mediante la introducción de formas de trabajo mucho más atomizadas, como la llamada “economía gig” (economía de pequeños trabajos), en la que los trabajadores son tratados regularmente como “auto emprendedores”.
Para toda una parte de la juventud obrera la consecuencia es catastrófica: tendencia a formar bandas en los centros urbanos, expresión tanto de toda falta de perspectiva económica como la búsqueda desesperada de una comunidad alternativa, que lleva a la creación de divisiones asesinas entre los jóvenes, basadas en rivalidades entre barrios y condiciones diferentes, en la competencia por el control de la economía local de la droga o en diferencias raciales o religiosas.
Mientras la generación del 68 sufría este revés, la generación que entró a escena en la edad adulta en 1990 -con la mentira de “la muerte del comunismo” y esta dinámica de descomposición social- parecía perdida para la lucha de clases.
2000-2010
En 1999, en una conferencia de la OMC (Organización Mundial del Comercio) celebrada en Seattle, un nuevo movimiento político saltó a la palestra: el altermundismo. 40,000 manifestantes, en su gran mayoría jóvenes, se alzaron contra el desarrollo de una sociedad capitalista que mercantilizaba todo el planeta. En la cumbre del G8 celebrada en Génova en 2001, fueron 300,000 manifestantes.
¿Qué revela el surgimiento de este movimiento? En 1990, el presidente estadounidense George Bush padre prometió “un nuevo orden mundial” de “paz y prosperidad”, pero la realidad de la década fue bien distinta: la guerra del Golfo en 1991, la guerra de Yugoslavia en 1993, el genocidio de Ruanda en 1994, la crisis y el hundimiento de los “Tigres asiáticos” en 1997... el aumento del desempleo, la precariedad laboral y la “flexibilidad” por doquier. En resumen, el capitalismo seguía hundiéndose en su decadencia. Esto llevó inevitablemente a la clase obrera y a todos los estratos de la sociedad a preocuparse, cuestionarse y reflexionar. Pero cada uno en su rincón. La aparición del movimiento altermundista es el resultado de esta dinámica: una protesta “ciudadana” contra la “globalización”, que reclama un capitalismo global “justo”. Es una aspiración a otro mundo, pero en un terreno no obrero, no revolucionario sino en el terreno burgués de la creencia en el mito de la democracia.
Los años 2000-2010 fueron testigos de una sucesión de intentos de lucha, todos los cuales se toparon con esta debilidad decisiva ligada a la pérdida de la identidad de clase.
El 15 de febrero de 2003 tuvo lugar la mayor manifestación mundial de la que se tiene constancia (hasta el día de hoy). Hubo 3 millones de personas en Roma, 1 millón en Barcelona, 2 millones en Londres, etcétera. El objetivo era protestar contra la inminente guerra de Iraq, que estallaría en marzo; con el pretexto de luchar contra el terrorismo duró 8 años y produjo 1.2 millones de muertos. En este movimiento está presente el rechazo a la guerra, mientras que las sucesivas guerras de los años 1990 no habían suscitado ninguna resistencia. Pero, sobre todo, se trataba de un movimiento encerrado en el terreno cívico y pacifista; no era la clase trabajadora la que luchaba contra las intenciones bélicas de sus Estados, sino una suma de ciudadanos atomizados que exigían a sus gobiernos que adoptaran una política de paz.
En Francia, en mayo-junio de 2003, hubo una serie de manifestaciones contra una reforma del sistema de pensiones. La huelga estalló en el sector de la educación nacional, y se presentaba la amenaza de una “huelga general”. Sin embargo, al final ésta no se produjo, y los profesores permanecieron aislados. Este confinamiento sectorial fue evidentemente el resultado de una política deliberada de división por parte de los sindicatos, pero el sabotaje tuvo éxito porque se basaba en una debilidad muy importante de la clase: los profesores se consideraban diferentes, no como trabajadores, no como miembros de la clase obrera. En ese momento, la propia noción de clase obrera sigue perdida en el limbo, rechazada, desfasada y vergonzante.
En 2006, los estudiantes franceses se movilizaron en masa contra un contrato precario especial para los jóvenes: el CPE (Contrato de Primer Empleo). El movimiento demostró una paradoja: la reflexión se produce en la clase, pero la clase no lo sabe. Los estudiantes redescubrieron, en efecto, una forma de lucha auténticamente obrera: las asambleas generales. En esas asambleas generales se llevan a cabo verdaderas discusiones. Estaban abiertas a los trabajadores, los desempleados y los jubilados; las intervenciones de las personas mayores fueron aplaudidas.
El eslogan faro utilizado en las marchas se convirtió en: “Los jóvenes y los viejos, todos son parte de la misma ensalada”. Era la emergencia de la solidaridad obrera entre generaciones, la comprensión de que todos eran afectados, y que todos tenían que unirse. Este movimiento, que desbordó el marco sindical, contenía el “riesgo” (para la burguesía) de atraer a empleados y obreros por un camino igualmente “incontrolado”. El jefe del gobierno se vio obligado a retirar el proyecto de ley. Esta victoria marcó un paso adelante en los esfuerzos realizados por la clase obrera desde principios de la década de 2000 para salir del estancamiento de los años 1990. Al calor de la lucha, publicamos y distribuimos un suplemento con el título “¡Salud a las nuevas generaciones de la clase obrera!”4. Y efectivamente, este movimiento muestra la emergencia de una nueva generación que no ha experimentado ni la pérdida de impulso de las luchas de los años 80, y a veces su represión, ni ha experimentado directamente las grandes mentiras “estalinismo = comunismo” y “revolución = barbarie”; es una nueva generación golpeada por el desarrollo de la crisis y la precariedad, una nueva generación dispuesta a rechazar los sacrificios impuestos y a luchar. Pero esta generación también creció en los años 1990, y lo que más la caracteriza es la aparente ausencia de la clase obrera, la desaparición de su proyecto y de su experiencia. Esta nueva generación tiene, así, que “reinventar” sus métodos; en consecuencia, retoma los métodos de lucha del proletariado, pero -y el “pero” es grande- de forma no consciente, por instinto, diluyéndose así en la masa de “ciudadanos”. Es un poco como en la obra de Molière en la que Monsieur Jourdain hace prosa sin saberlo. Esto explica por qué, una vez desaparecido, este movimiento no dejó ningún rastro aparente: ni grupos, ni periódicos, ni libros... Los propios protagonistas parecieron olvidar muy rápidamente lo que habían vivido.
El “movimiento de las plazas” que recorrió el mundo unos años más tarde iba a ser una demostración flagrante de esas fuerzas contradictorias, de ese impulso y de esas debilidades profundas e históricas. La combatividad se desarrolló, al igual que la reflexión, pero sin referencia a la clase obrera y a su historia, sin sentido de pertenencia al proletariado, sin identidad de clase.
El 15 de septiembre de 2008, la mayor quiebra de la historia, la del banco de inversión Lehman Brothers, desencadenó una ola de pánico internacional; era la llamada crisis de las “subprimes”. Millones de trabajadores perdieron sus escasas inversiones y pensiones, y los planes de austeridad hundieron en la miseria a poblaciones enteras. Inmediatamente la aplanadora propagandística se puso en marcha: no era el sistema capitalista el que mostraba una vez más sus límites, sino que “son los banqueros corruptos y codiciosos los causantes de todos los males”. La prueba es que algunos países van bien, en particular los BRICS y China. La propia forma que toma esta crisis, “una contracción del crédito” implicando una pérdida masiva de ahorros para millones de trabajadores, hace que sea aún más difícil responder sobre un terreno de clase, ya que el impacto parecía afectar más a los hogares individuales en lugar de a una clase asociada. Esto es precisamente el talón de Aquiles del proletariado desde 1990, el haber olvidado que existe, e incluso que es la principal fuerza de la sociedad.
En 2010, la burguesía francesa aprovechó este contexto de gran confusión en la clase para orquestar, con sus sindicatos, una serie de catorce jornadas de acción que terminaron con la victoria del gobierno (la adopción de otra reforma más a las pensiones) y con el agotamiento y la desmoralización de los trabajadores. Al limitar la lucha a cortejos sindicales, sin vida ni debate en las marchas, la burguesía consiguió explotar la gran debilidad política de los trabajadores para borrar aún más la principal lección positiva del movimiento anti-CPE de 2006: las asambleas generales como savia de la lucha.
El 17 de diciembre de 2010, en Túnez, un joven vendedor ambulante de frutas y verduras vio cómo su escasa mercancía era requisada por la policía, que le propinó una paliza. Desesperado, se prendió fuego. Lo que siguió fue un verdadero grito de rabia e indignación que sacudió a todo el país y traspasó fronteras. La miseria y la represión atroces en todo el Magreb impulsaron a la gente a rebelarse. Las masas se reunieron, primero en la plaza Tahrir de Egipto. Los trabajadores que luchaban se encontraron diluidos en la multitud, en medio de todas las demás clases no trabajadoras de la sociedad. La consigna es en cada país “¡Fuera!”: “Fuera Mubarak”, “Fuera Gadafi”, etc. Es un llamado a la dimisión de los dirigentes y a su remplazo; los protagonistas exigen democracia y reparto de la riqueza. Por tanto, la ira conduce a estas consignas ilusorias y burguesas.
En 2011, en España, toda una generación precaria, obligada a quedarse a vivir en casa de sus padres, se inspiró en lo que hoy se conoce como la “La primavera árabe” e invadió la plaza mayor de Madrid. El lema era: “De la plaza Tahrir a la Puerta del Sol”. Había nacido el movimiento de los “Indignados” que se extendió por todo el país. Aunque este movimiento reúne a todos los estratos de la sociedad, como en el norte de África, aquí la clase obrera es ampliamente mayoritaria. Así, las reuniones adoptan la forma de asambleas para debatir y organizarse. Cuando intervinimos, observamos una especie de ímpetu internacionalista en los numerosos saludos a las expresiones de solidaridad procedentes de todos los rincones del mundo, se toma en serio la consigna “revolución mundial”, se reconoce que “el actual sistema ya es obsoleto” y existe una fuerte voluntad de debatir la posibilidad de una nueva forma de organización social, por lo que se plantean numerosas cuestiones sobre la moral, la ciencia, la cultura, etc.
En Estados Unidos, Israel y el Reino Unido, este “movimiento de plazas” adoptó el nombre de “Occupy”. El hecho de “ocupar” es por tanto puesto al centro; los participantes hablaron de su sufrimiento como consecuencia de la precariedad y la flexibilidad que hacían casi imposible el simple hecho de tener verdaderos compañeros de trabajo estables o la más mínima vida social. Esta explotación y desestructuración implacables individualizan, aíslan y atomizan. Los protagonistas de Occupy logran así, la alegría de reunirse y formar una comunidad, de poder hablar e incluso vivir como parte de un colectivo. Así que ya hay una especie de regresión en comparación con los Indignados, porque no se trata tanto de luchar como de estar juntos. Pero, sobre todo, Occupy nació en Estados Unidos, el país de la represión obrera bajo Reagan, el país que simbolizó la victoria del capitalismo sobre el “comunismo”, el país campeón de la sustitución de la clase obrera por individuos “emprendedores”, empleados libres, etcétera. Por tanto, este movimiento está extremadamente marcado por la pérdida de identidad de clase, por el borrado de toda la experiencia obrera acumulada pero reprimida. Occupy se centró en la teoría del 1% (la minoría que posee la riqueza... de hecho la burguesía) para exigir más democracia y una mejor distribución de los bienes. En otras palabras, fue una peligrosa ilusión de un capitalismo mejor, más justo, y más humano. Además, el bastión del movimiento es Wall Street, la bolsa de Nueva York (Occupy Wall Street), para simbolizar que el enemigo son las finanzas viciadas.
Pero en el fondo, esta debilidad también marca a los Indignados: la tendencia a verse como “ciudadanos” y no como proletarios, hace que todo el movimiento sea vulnerable a la ideología democrática, que acaba permitiendo que partidos burgueses -como Syriza en Grecia y Podemos en España- se presenten como los verdaderos herederos de estas revueltas. “¡Democracia Real Ya!” se convirtió, desgraciadamente, en la consigna del movimiento.
Finalmente, el reflujo de este “movimiento en las plazas” profundizó aún más el retroceso general de la conciencia de clase.
En Egipto, las ilusiones sobre la democracia han allanado el camino para la restauración del mismo tipo de gobernanza autoritaria que había sido el catalizador inicial de la “Primavera árabe”. En Israel, donde las manifestaciones masivas lanzaron en su día el lema internacionalista: “Netanyahu, Mubarak, Assad, el mismo enemigo”, esta vez la brutal política militarista del gobierno de Netanyahu vuelve a imponerse. En España, muchos jóvenes que habían participado en el movimiento están enredados en el callejón sin salida absoluto del nacionalismo catalán o español. En Estados Unidos, la focalización en el 1% alimenta el sentimiento populista contra “las élites”, “el Establishment”, ...
El período 2003-2011 representa, pues, toda una serie de esfuerzos de nuestra clase para luchar contra el continuo deterioro de las condiciones de vida y de trabajo en este capitalismo en crisis, pero, privada de una identidad de clase, acaba (temporalmente) en un marasmo mayor. Y el agravamiento de la descomposición en la década de 2010 agravará aún más estas dificultades: desarrollo del populismo, con toda la irracionalidad y el odio que encierra esta corriente política burguesa, proliferación a escala internacional de atentados terroristas, toma del poder sobre regiones enteras por narcotraficantes en Latinoamérica y por los señores de la guerra en Oriente Medio, África y el Cáucaso, enormes oleadas de emigrantes que huyen del horror del hambre, de la guerra, de la barbarie, de la desertificación ligada al calentamiento climático... mientras el Mediterráneo se está convirtiendo en un cementerio acuático.
Esta dinámica podrida y mortífera tiende a reforzar el nacionalismo y la confianza en la “protección” del Estado; lleva a dejarse influir por las falsas críticas al sistema que ofrece el populismo (y, para una minoría, el yihadismo), a adherirse a la “política de identidad” ... La falta de identidad de clase se ve agravada por la tendencia a la fragmentación en identidades raciales, sexuales y de otro tipo, lo que a su vez refuerza la exclusión y la división, mientras que sólo el proletariado que lucha por sus propios intereses puede ser verdaderamente integrador.
En resumen, la sociedad capitalista se está pudriendo desde sus bases.
2020...
Pero en la situación actual no hay que ver sólo la descomposición. Otras fuerzas están actuando: con el hundimiento en la decadencia la crisis económica se agrava y con ella surge la necesidad de luchar; el horror de la vida cotidiana plantea sin cesar cuestiones que acaban por incidir en la mente de los trabajadores; las luchas de los últimos años han comenzado a dar algunas respuestas y estas experiencias están cavando sus surcos sin que nos demos cuenta. En palabras de Marx: “Reconocemos a nuestro viejo amigo, nuestro viejo topo que tan bien sabe trabajar subterráneamente para aparecer de repente”.
En 2019 se desarrolla en Francia un movimiento social contra una nueva (sic) reforma de las pensiones. Más que la combatividad, que es muy grande, lo que nos llama la atención es la tendencia a la solidaridad entre generaciones que se expresa en las marchas: muchos trabajadores próximos a los sesenta años -y, por tanto, no afectados directamente por la reforma- hacen huelga y se manifiestan para que los asalariados jóvenes no sufran este ataque gubernamental. La solidaridad intergeneracional, muy presente en 2006, parece resurgir. Escuchamos a los manifestantes corear “¡La clase obrera existe!”, cantar “¡Estamos aquí, estamos aquí por el honor de los trabajadores y por un mundo mejor!”, y defender la idea de “guerra de clases”. Si bien se trata de una minoría, la idea vuelve a estar en el aire, ¡algo que no ocurría desde hace 30 años!
En 2020 y 2021, durante la pandemia de Covid y sus múltiples confinamientos, constatamos la existencia de huelgas en Estados Unidos, Irán, Italia, Corea, España y Francia que, aunque dispersas, daban testimonio de la profundidad de la cólera, ya que es particularmente difícil luchar en estos tiempos de control de plomo estatal en nombre de “la salud de todos”
Por eso, en enero de 2022, cuando la inflación reapareció tras casi 30 años de tregua en este frente económico, decidimos redactar un volante internacional que decía:
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“Los precios se disparan, sobre todo en productos de primera necesidad como los alimentos, la energía y el transporte… dejando a cada vez más personas con dificultades para alimentarse, alojarse, calentarse y desplazarse”.
Y es en este volante donde, por tanto, anunciamos: “En todos los países, en todos los sectores, la clase obrera sufre un deterioro insoportable de sus condiciones de vida y de trabajo. (...) Los ataques llueven bajo el peso de la agravación de la crisis económica mundial. A pesar del temor a una crisis sanitaria opresiva, la clase obrera empieza a reaccionar (...) Es cierto que no se trata de movimientos masivos: las huelgas y manifestaciones siguen siendo demasiado escasas y aisladas. Pero la burguesía los observa como un halcón, consciente de la amplitud de la cólera que se está gestando (...) Entonces, ¿cómo desarrollar una lucha unida y masiva?”.
El estallido de la guerra en Ucrania un mes después fue un acontecimiento aterrador; la clase temía que el conflicto se extendiera y degenerara. Pero, al mismo tiempo, la guerra empeoró considerablemente la inflación. Junto con los efectos desastrosos del Brexit, el Reino Unido ha sido el más afectado.
Ante este deterioro insoportable de las condiciones de vida y de trabajo, estallaron en el Reino Unido huelgas en sectores muy diversos (sanidad, educación, transportes, etc.): ¡fue lo que los medios de comunicación llamaron “El verano de la cólera”, en referencia a “El invierno de la cólera” de 1979 ¡que sigue siendo el movimiento más masivo de cualquier país después del de mayo de 1968 en Francia!
Al establecer este paralelismo entre estos dos grandes movimientos, separados por 43 años, los periodistas dicen mucho más de lo que piensan. Porque detrás de esta expresión de “cólera” se esconde un movimiento extremadamente profundo. Dos expresiones correrán de piquete en piquete de huelga: “Enough is enough!” (¡Ya basta!) y “¡Somos trabajadores!”. En otras palabras, si los trabajadores británicos se levantan contra la inflación, no es sólo porque ésta sea insoportable. La crisis es necesaria, pero no suficiente. Es también porque la conciencia ha madurado en las cabezas de los trabajadores, es que el viejo topo ha cavado durante décadas y ahora asoma una pequeña parte de su hocico. Retomando el método de nuestros antepasados de Internacionalismo, que les permitió anticipar la llegada de mayo de 1968 y luego comprender su significado histórico, hemos podido desde agosto de 2022 subrayar en nuestro volante internacional que el despertar del proletariado británico tiene un significado mundial e histórico; por eso nuestro volante concluye que: “Las huelgas masivas en el Reino Unido son un llamado al combate para los proletarios de todo el mundo”. El hecho que el proletariado que fundó la Primera Internacional con el proletariado francés en 1864 en Londres, que fue el más combativo de las décadas 1970-80, que sufrió una gran derrota a manos de Thatcher en 1984-85 y que desde entonces no había sido capaz de reaccionar, anuncie que ahora “¡Ya basta!” revela lo que está madurando en lo más profundo de las entrañas de nuestra clase: el proletariado empieza a recuperar su identidad de clase, a sentirse más seguro de sí mismo, a sentirse una fuerza social y colectiva.
Tanto más cuanto que estas huelgas tienen lugar en un momento en que la guerra de Ucrania y todos sus discursos patrióticos hacen estragos. Como decíamos en nuestro volante de finales de agosto de 2002: “La importancia de este movimiento no se limita al hecho de que pone fin a un largo periodo de pasividad. Estas luchas tienen lugar en un momento en que el mundo se enfrenta a una guerra imperialista a gran escala, una guerra que enfrenta a Rusia y Ucrania sobre el terreno, pero que tiene un alcance mundial con, en particular, la movilización de los países miembros de la OTAN. Se trata de una movilización armamentística, pero también económica, diplomática e ideológica. En los países occidentales, el discurso de los gobiernos pide sacrificios para “defender la libertad y la democracia”. En concreto, esto significa que los proletarios de estos países deben apretarse aún más el cinturón para “mostrar su solidaridad con Ucrania”, de hecho, con la burguesía ucraniana y la de los países occidentales. (...) Los gobiernos piden “sacrificios para luchar contra la inflación”. Se trata de una farsa siniestra cuando lo único que hacen es agravarla con la explosión de los gastos de guerra. Este es el futuro prometido por el capitalismo y sus burguesías nacionales en competencia: más guerras, más explotación, más destrucción, más miseria. Con esto está también lo que las huelgas del proletariado en el Reino Unido llevan en germen, aunque los trabajadores no siempre sean plenamente conscientes de ello: la negativa a sacrificarse cada vez más por los intereses de la clase dominante, el rechazo a hacer sacrificios por la economía nacional y por el esfuerzo de guerra, la negativa a aceptar la lógica de este sistema que está llevando a la humanidad hacia la catástrofe y, en última instancia, a su destrucción”.
Mientras las huelgas en el Reino Unido continuaban y afectaban cada vez a más sectores, en Francia se iniciaba un importante movimiento social contra... la reforma de las pensiones. Las mismas características se manifestaban a este lado del Canal de la Mancha: también en Francia, los manifestantes hacían hincapié en su pertenencia al campo de los trabajadores y la consigna “¡Enough is Enough!” se retomaba bajo la forma de “C’est assez !” (“¡Ya basta!”). Evidentemente, el proletariado en Francia aportó a esta dinámica internacional su costumbre de salir a la calle en masa, lo que contrastaba con los piquetes dispersos impuestos por los sindicatos en el Reino Unido. Aún más significativa de la contribución de este episodio de lucha al proceso internacional global fue la consigna que floreció por doquier en las manifestaciones: “Vosotros nos ponéis los 64, nosotros os volvemos a poner el 68” (el gobierno quería retrasar la edad legal de jubilación a los 64 años, y los manifestantes contraatacaron con su deseo de reconstruir el Mayo del 68). Aparte del excelente juego de palabras (ejemplo de la creatividad de la clase obrera en lucha), esta consigna inmediatamente popular indica que el proletariado, al empezar a reconocerse como clase, al empezar a recuperar su identidad de clase, empieza también a recordar, a reactivar su memoria dormida. Nos sorprendió, además, interviniendo en las manifestaciones, ver referencias al movimiento de 2006 contra el CPE. Mientras que este episodio parecía haber sido borrado, ignorado por todos, ahora los jóvenes manifestantes volvían a hablar de él, preguntándose lo que había pasado... Inmediatamente publicamos y distribuimos un nuevo volante, recordando la cronología del movimiento y sus lecciones (la importancia de las asambleas generales abiertas y soberanas, es decir, realmente organizadas y dirigidas por la asamblea y no por los sindicatos). Al ver el título, los manifestantes vinieron a pedirnos el volante, y algunos nos dieron las gracias después de leerlo cuando nos volvieron a ver en la acera. Así pues, no es sólo el factor “ruptura con el pasado” lo que explica la capacidad de la nueva generación actual para dirigir al conjunto del proletariado a la lucha. Al contrario, la noción de continuidad es quizás aún más importante. Así que teníamos razón al escribir en 2020: “Las conquistas de las luchas del periodo 1968-89 no se han perdido, incluso si pueden haber sido olvidadas por muchos trabajadores (y revolucionarios): la lucha por la autoorganización y la extensión de las luchas, el comienzo de una comprensión del papel anti obrero de los sindicatos y los partidos capitalistas de izquierda, la resistencia al reclutamiento bélico, la desconfianza en el juego electoral y parlamentario, etcétera. Las luchas futuras deberán basarse en la asimilación crítica de estas lecciones, yendo mucho más lejos, y ciertamente no en su negación u olvido” (Artículo de balance del 23er Congreso, Revista Internacional 164, 2020).
La experiencia acumulada por las generaciones anteriores desde el 68, e incluso desde el inicio del movimiento obrero, no ha sido borrada, sino más bien guardada en una memoria latente; la reconquista de la identidad de clase permite que ésta pueda ser reactivada, y que la clase obrera pueda ponerse en marcha para reivindicar su propia historia.
En concreto, las generaciones que vivieron el 68 y el enfrentamiento con los sindicatos en los años 70 y 80 siguen vivas hoy, pueden contar sus historias y transmitirlas. La generación “perdida” de los años 90 también puede aportar su contribución. Los jóvenes de las asambleas de 2006 y 2011 podrán por fin comprender lo que hicieron, el sentido de su autoorganización, y contárselo a la nueva generación. Por una parte, esta nueva generación de los años 2020 no ha sufrido las derrotas de los años 1980 (bajo Tatcher y Reagan), ni la mentira de 1990 sobre la muerte del comunismo y el fin de la lucha de clases, ni los años de oscuridad que siguieron; por otra parte, ha crecido en una crisis económica permanente y en un mundo en descomposición, por lo que lleva en su interior una combatividad intacta. Esta nueva generación puede atraer tras de sí a todas las demás, teniendo que escucharlas y aprender de sus experiencias, sus victorias y sus derrotas. El pasado, el presente y el futuro pueden volver a unirse. Este es todo el potencial que lleva en sí el movimiento actual y el porvenir, esto es lo que hay detrás de la noción de “ruptura”: una nueva dinámica que rompe con la inmovilidad y la amnesia que han dominado desde 1990, una nueva dinámica que se reapropia de la historia del movimiento obrero de forma crítica para llevarlo mucho más lejos. Las huelgas que hoy se desarrollan son fruto de la maduración subterránea de las décadas anteriores, y pueden a su vez conducir a una maduración mucho mayor.
Y evidentemente, quienes representan esta continuidad y memoria históricas, las organizaciones revolucionarias, tienen un inmenso papel que desempeñar en este proceso.
Frente a los efectos devastadores de la descomposición, el proletariado tendrá que politizar sus luchas
Desde 2020 y la pandemia de Covid, la descomposición del capitalismo se ha acelerado en todo el planeta. Todas las crisis de este sistema decadente -sanitaria, económica, climática, social y guerrera- se entrecruzan para formar un vórtice devastador5. Esta dinámica amenaza con arrastrar a toda la humanidad a la muerte.
La clase trabajadora se enfrenta, por tanto, a un gran desafío: cómo desarrollar su proyecto revolucionario y plantear, así, su perspectiva, la del comunismo, en este contexto de putrefacción. Para ello, debe ser capaz de resistir a todas las fuerzas centrífugas que la presionan sin tregua; debe ser capaz de no dejarse atrapar por la fragmentación social que fomenta el racismo, el enfrentamiento entre bandas rivales, el repliegue y el miedo; debe ser capaz de no ceder a las sirenas del nacionalismo y de la guerra (supuestamente humanitaria, antiterrorista, de “resistencia”, etc. Las burguesías siempre acusan al enemigo de la barbarie para justificar la suya). Resistir a toda esta podredumbre que corroe poco a poco al conjunto de la sociedad y lograr desarrollar su lucha y sus perspectivas implica necesariamente que el conjunto de la clase obrera eleve su nivel de conciencia y de organización, que logre politizar sus luchas, cree lugares de debates, de elaboración y de toma de control de las huelgas por los propios trabajadores.
Entonces, ¿qué nos dicen todas estas huelgas, calificadas de “históricas” por los medios de información, sobre la dinámica actual y la capacidad de nuestra clase para proseguir sus esfuerzos, aunque esté rodeada de un mundo en putrefacción?
La fragmentación social contra la solidaridad obrera
La solidaridad que se ha expresado en todas las huelgas y movimientos sociales desde 2022 demuestra que la clase obrera, cuando lucha, no sólo consigue resistir a esta putrefacción social, sino que empieza a esbozar un antídoto, la promesa de otro futuro posible: la fraternidad proletaria. Su lucha es la antítesis de la guerra de todos contra todos hacia la que empuja la descomposición.
En los piquetes y manifestaciones en Canadá, Francia e Islandia, las expresiones más comunes son “¡Todos estamos en el mismo barco!” y “¡Todos debemos luchar juntos!”.
Incluso en Estados Unidos, un país asolado por la violencia, las drogas, el aislacionismo y la división racial, la clase obrera fue capaz de plantear la cuestión de la solidaridad obrera entre sectores y entre generaciones. Los testimonios que se desprenden de la huelga “histórica” del verano de 2023, cuyo núcleo fueron los trabajadores del automóvil, muestran incluso que el proceso sigue avanzando y profundizándose:
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“¡Tenemos que decir basta! No sólo nosotros, sino toda la clase obrera de este país tiene que decir, en algún momento, ¡basta! (...) Todos estamos hartos: los trabajadores temporales están hartos, los empleados con muchos años de antigüedad como yo estamos hartos... porque estos trabajadores temporales son nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros amigos” (Littlejohn, jefe de mantenimiento en los oficios calificados de la planta de estampado de Ford en Búfalo, Estados Unidos).
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“Todos estos grupos no son movimientos separados, sino un grito de guerra colectivo: somos una ciudad de trabajadores: obreros y empleados, sindicalizados y no sindicalizados, inmigrantes y nativos” (Los Ángeles Times).
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“El complejo Stellantis de Toledo, Ohio, se llenó de vítores y bocinazos de automóviles al comenzar la huelga” (The Wall Street Journal).
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“Las bocinas apoyan a los huelguistas frente a la planta del fabricante de automóviles en Wayne, Michigan” (The Guardian).
Esta solidaridad se basa explícitamente en la idea de que “¡todos somos trabajadores!”.
¡Qué contraste con los intentos de pogromo antiinmigración de Dublín (Irlanda) y Romans-sur-Isère (Francia)! En ambos casos, tras un apuñalamiento mortal, una parte de la población culpó de los asesinatos a la inmigración y exigió venganza, saliendo a la calle para linchar a la gente. No se trata de incidentes aislados e insignificantes; al contrario, anuncian la deriva general de la sociedad. Las reyertas entre bandas de jóvenes, las agresiones, los asesinatos cometidos por individuos desequilibrados y los disturbios nihilistas se multiplican y no harán sino aumentar más y más.
Las fuerzas de la descomposición impulsarán progresivamente la fragmentación social; la clase trabajadora se encontrará en medio de un odio creciente. Para resistir a estos vientos fétidos, tendrá que seguir esforzándose por desarrollar su lucha y su conciencia. El instinto de solidaridad no será suficiente; la clase trabajadora tendrá que trabajar también por su unidad, es decir, por tomar conscientemente la construcción de sus vínculos y de su organización en la lucha. Esto implica inevitablemente enfrentarse a los sindicatos y a su sabotaje permanente de división. Aquí volvemos a la necesidad de reapropiarse de las lecciones de las luchas de los años 1970 y 80.
La guerra contra el internacionalismo
El cruce del Atlántico por el grito de “¡Ya basta!” revela el carácter profundamente internacional de nuestra clase y de su lucha. Las huelgas en Estados Unidos son el resultado directo de la influencia de las huelgas en el Reino Unido. También aquí teníamos razón cuando escribíamos en la primavera de 2023: “Siendo el inglés, además, la lengua de comunicación mundial, la influencia de estos movimientos supera necesariamente la que podrían tener las luchas en Francia o Alemania, por ejemplo. En este sentido, el proletariado británico muestra el camino no sólo a los trabajadores europeos, que deberán estar en la vanguardia del ascenso de la lucha de clases, sino también al proletariado mundial, y en particular al proletariado norteamericano.” (Informe sobre la lucha de clases, 25º Congreso, Revista Internacional 170, 2023).
Durante la huelga de las Tres Grandes de la industria automovilística (Ford, Chrysler, General Motors) en Estados Unidos, empezó a surgir el sentimiento de ser una clase internacional. Además de esta referencia explícita a las huelgas del Reino Unido, los trabajadores intentaron unificar la lucha a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y Canadá. La burguesía no se equivocó; comprendió el peligro de tal dinámica y el gobierno canadiense firmó inmediatamente un acuerdo con los sindicatos para poner fin prematuramente a este vestigio de lucha común e impedir así cualquier posibilidad de unificación.
Durante el movimiento en Francia, también hubo expresiones de solidaridad internacional. Como escribimos en nuestro volante de abril de 20236: “Los proletarios empiezan a tenderse la mano más allá de las fronteras, como vimos con la huelga de los obreros de una refinería belga en solidaridad con los obreros de Francia, o la huelga del “Mobilier national” en Francia -antes de la visita (aplazada) de Carlos III a Versalle-, en solidaridad con “los trabajadores ingleses en huelga desde hace semanas por aumentos salariales”. A través de estas expresiones aún muy embrionarias de solidaridad, los obreros empezaron a reconocerse como clase internacional: “¡Todos estamos en el mismo barco!”.
De hecho, el resurgimiento de la combatividad obrera desde el verano de 2022 tiene quizás una dimensión internacional aún más fuerte que en los años 1960/70/80. ¿Por qué?
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Porque la “globalización”, esta red económica mundial extremadamente tupida, confiere a la crisis económica una dimensión mundial igualmente inmediata.
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Porque ya no hay zonas “resistentes” a la crisis económica: China y Alemania también se han visto afectadas, al contrario que en 2008 (lo que dice mucho de la gravedad de la actual crisis abierta).
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Porque el proletariado se enfrenta en todas partes al mismo deterioro de las condiciones de vida.
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Por último, pero no menos importante, porque los vínculos entre los proletarios de los distintos países se han estrechado fuertemente (colaboración económica a través de las multinacionales, intensa migración internacional, información globalizada, etc.).
En China, el “crecimiento” sigue ralentizándose y el desempleo disparándose. Las cifras oficiales del gobierno chino muestran que ¡una cuarta parte de los jóvenes están desempleados! Como respuesta, se desarrollan luchas: “Afectadas por la caída de los pedidos, las fábricas que emplean a un gran número de trabajadores se están deslocalizando y están despidiendo a trabajadores. Se multiplican las huelgas contra los salarios impagados y las manifestaciones contra los despidos sin indemnización”. Estas huelgas, en un país donde la clase obrera está bajo el manto ideológico y represivo del supuesto “comunismo”, son particularmente significativas de la magnitud de la cólera que se está gestando. Con el probable hundimiento del sector de la construcción inmobiliaria a la vuelta de la esquina, habrá que estar atentos a las posibles reacciones de los trabajadores.
Por el momento, en el resto de Asia, es sobre todo en Corea del Sur donde el proletariado ha vuelto a la senda de la huelga, con un gran movimiento general el pasado mes de julio.
Esta dimensión profundamente internacional de la lucha de clases, este inicio de comprensión de que los trabajadores en huelga luchan todos por los mismos intereses, cualquiera que sea el lado de la frontera en que se encuentren, representa exactamente lo contrario de la naturaleza intrínsecamente imperialista del capitalismo. Ante nuestros ojos se desarrolla la oposición entre dos polos: uno constituido por la solidaridad internacional, el otro por guerras cada vez más bárbaras y asesinas.
Dicho esto, la clase obrera está aún muy lejos de ser lo suficientemente fuerte (consciente y organizadamente) como para levantarse explícitamente contra la guerra, o incluso contra los efectos de la economía de guerra:
- En Europa Occidental y Norteamérica, por el momento, las dos grandes guerras en curso no parecen afectar sustancialmente a la combatividad de la clase obrera. Las huelgas en el Reino Unido comenzaron justo después del inicio de la guerra en Ucrania, la huelga en la industria automovilística en Estados Unidos continuó a pesar del estallido del conflicto en Gaza, y otras huelgas se han desarrollado desde entonces en Canadá, Islandia y Suecia... Pero el hecho es que los trabajadores todavía no han conseguido incorporar a su lucha -en sus consignas y debates- el vínculo entre la inflación, los golpes asestados por la burguesía y la guerra. Esta dificultad se debe a la falta de confianza de los trabajadores en sí mismos, a su falta de conciencia de la fuerza que representan como clase; levantarse contra la guerra y sus consecuencias parece un reto demasiado grande, abrumador, fuera de su alcance. Lograr este vínculo depende de un mayor grado de conciencia. El proletariado internacional tardó 3 años en establecer este vínculo frente a la Primera Guerra Mundial. En el periodo 1968-1989, el proletariado fue incapaz de establecer este vínculo, lo que constituyó uno de los factores que inhibieron su capacidad para desarrollar su politización. Así pues, después de 30 años de reflujo, no deberíamos esperar que el proletariado diera este paso fundamental de inmediato. Es un paso profundamente político, que marcará una ruptura crucial con la ideología burguesa. Es un paso que requiere comprender que el capitalismo es una barbarie militar, que la guerra permanente no es algo accidental sino una característica del capitalismo decadente.
- En Europa del Este, en cambio, la guerra ha tenido un impacto absolutamente desastroso; no ha habido oposición -ni siquiera manifestaciones pacifistas- a la guerra. Aunque el conflicto se ha cobrado ya 500 000 vidas (250 000 en cada bando), y los jóvenes de Rusia y Ucrania huyen de la movilización para salvar el pellejo, no ha habido ninguna protesta colectiva. La única salida ha sido individual: desertar y esconderse. Esta ausencia de reacción de clase confirma que, si bien 1989 fue un golpe contra todo el proletariado a nivel mundial, los trabajadores de los países estalinistas fueron golpeados aún más duramente. La extrema debilidad de la clase obrera de Europa del Este es la punta del iceberg de la debilidad de la clase obrera en los países del conjunto de la antigua URSS. La amenaza de guerra que se cierne sobre los países de la antigua Yugoslavia es en parte posible gracias a esta profunda debilidad del proletariado que vive allí.
- En cuanto a China, es difícil evaluar con precisión cuál es la situación de la clase trabajadora de este país en relación con la guerra. Debemos seguir de cerca la situación y su evolución. La magnitud de la crisis económica que se avecina tendrá un gran impacto en la dinámica del proletariado. Dicho esto, al igual que en el Este, el estalinismo (vivo o muerto) seguirá desempeñando su papel contra nuestra clase. Cuando uno tiene que estudiar las ideas distorsionadas de Karl Marx en la escuela, el marxismo asquea.
De hecho, cada guerra -que inevitablemente estallará- planteará problemas diferentes al proletariado mundial. La guerra en Ucrania no plantea los mismos problemas que la guerra en Gaza, que no plantea los mismos problemas que la guerra que amenaza a Taiwán. Por ejemplo, el conflicto israelí-palestino engendra una podrida situación de odio en los países centrales entre las comunidades judía y musulmana, lo que permite a la burguesía hacer una gran alharaca de división.
Pero tanto en Occidente como en Oriente, tanto en el Norte como en el Sur, podemos reconocer que, en general, el proceso de desarrollo de la conciencia sobre la cuestión de la guerra será muy difícil, y no hay ninguna garantía de que el proletariado consiga llevarlo a cabo. Como señalamos hace 33 años: “A diferencia del pasado, el desarrollo de una nueva oleada revolucionaria no vendrá de una guerra, sino del agravamiento de la crisis económica (...) La movilización de la clase obrera, punto de partida de las luchas de clase a gran escala, vendrá de los ataques económicos. Del mismo modo, a nivel de conciencia, el agravamiento de la crisis será un factor fundamental para revelar el callejón sin salida histórico del modo de producción capitalista. Pero en este mismo nivel de conciencia, la cuestión de la guerra está llamada una vez más a desempeñar un papel clave:
- al poner en evidencia las consecuencias fundamentales de este impasse histórico: la destrucción de la humanidad,
- al constituir la única consecuencia objetiva de la crisis, de la decadencia y de la descomposición que el proletariado puede hoy limitar (a diferencia de todas las demás manifestaciones de la descomposición), en la medida en que, en los países centrales, actualmente no está enrolado bajo las banderas del nacionalismo”. (“Militarismo y descomposición”, Revista Internacional 64, 1991).
También aquí vemos hasta qué punto la capacidad del proletariado para politizar sus luchas será la clave del futuro.
La irracionalidad populista contra la conciencia revolucionaria
La agravación de la descomposición va a poner toda una serie de obstáculos en el camino de la clase trabajadora hacia la revolución. Además de la fragmentación social, la guerra y el caos, crecerá el populismo.
En Argentina, Javier Milei acaba de ser elegido presidente. ¡El 23º país más grande del mundo está dirigido por un hombre que cree que la Tierra es plana! Celebra sus reuniones con una motosierra en la mano. En resumen, hace que Trump parezca un hombre de ciencia. Más allá de la anécdota, esto muestra hasta qué punto la descomposición avanza y envuelve en su irracionalidad y podredumbre a sectores cada vez más amplios de la clase dirigente:
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En Estados Unidos, Trump es el favorito para las próximas elecciones presidenciales.
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En Francia, por primera vez, la posibilidad de que la extrema derecha llegue al poder se hace creíble, incluso muy probable.
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Italia está liderada por el gobierno de Meloni.
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En Holanda, la victoria de Geert Wilde, islamófobo y soberanista confeso, sorprendió a todos los expertos.
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En Alemania, el populismo también está al alza, alimentado sobre todo por el discurso de odio ante las oleadas masivas de refugiados.
Hasta ahora, toda esta putrefacción no ha impedido a la clase obrera desarrollar sus luchas y su conciencia. Pero debemos mantener la mente y los ojos bien abiertos para seguir la evolución y evaluar el impacto del populismo en el pensamiento racional que el proletariado debe desarrollar para llevar a cabo su proyecto revolucionario.
Este paso decisivo en la politización de las luchas faltó en los años 1980. Hoy, es en el contexto terriblemente más difícil de la descomposición donde el proletariado debe conseguirlo, de lo contrario el capitalismo arrastrará a toda la humanidad a la barbarie, al caos y, en última instancia, a la muerte.
Una revolución victoriosa es posible. No es sólo la descomposición la que avanza, sino también las condiciones objetivas de la revolución: una crisis económica mundial cada vez más devastadora que nos empuja a la lucha; una clase trabajadora cada vez más numerosa, concentrada y vinculada a escala internacional; una acumulación de experiencias históricas de la clase obrera.
¡El hundimiento en la decadencia revela cada vez más claramente la necesidad de una revolución mundial!
Para lograrlo, los esfuerzos actuales de nuestra clase tendrán que continuar, en particular la reapropiación de las lecciones del pasado (las oleadas de lucha de los años 1970-80, la oleada revolucionaria de los años 1910-20). La generación actual que se está levantando pertenece a toda una cadena que nos une a las primeras luchas, ¡los primeros combates de nuestra clase desde la década de 1830!
A largo plazo, también debemos conseguir romper la gran mentira que pesa sobre nosotros desde la contrarrevolución, según la cual estalinismo = comunismo.
Con todo este proceso, se juega la cuestión de la confianza en la fuerza organizada del proletariado, en la perspectiva y por lo tanto en la posibilidad de la revolución… Es al calor de las luchas por venir, en la lucha política contra el sabotaje sindical, contra las sofisticadas trampas de las grandes democracias, logrando reunirnos en asambleas, comités y círculos para debatir y decidir, que nuestra clase aprenderá todas estas lecciones necesarias. Porque, como escribió Rosa Luxemburgo en una carta a Mehring: “El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una gran y poderosa concepción del mundo.” (Rosa Luxemburgo, carta a Franz Mehring).
Sí, este camino será difícil, accidentado e incierto, pero no hay otro.
Gracchus
1 ¡Contra los ataques de la burguesía, necesitamos una lucha unida y masiva! (Volante internacional) Búsqueda | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
2 Como dice Shakespeare en Ricardo III.
3 Título de un libro del periodista y revolucionario Víctor Serge.
4 ¡Salud a las nuevas generaciones de la clase obrera! | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
5 Leer en la Revista Internacional 169, 2022: Los años 20 del Siglo XXI: La aceleración de la descomposición capitalista plantea abiertamente la cuestión de la destrucción de la humanidad | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org)
6 Desde “El verano de la ruptura en 2022”, hemos escrito 7 volantes diferentes, de los que se han distribuido más de 130,000 sólo en Francia.