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Introducción
La evolución de la situación mundial desde el 25º congreso confirma ampliamente lo que plantea la resolución que adoptamos sobre la situación internacional. No sólo la descomposición se convierte en el factor decisivo de la evolución de la sociedad como habíamos anticipado ya desde 19901, sino que en la presente década, «la agregación e interacción de fenómenos destructivos produce un "efecto torbellino" que concentra, cataliza y multiplica cada uno de sus efectos parciales, provocando una devastación aún más destructiva»2.
Concretamente, mientras la crisis económica se profundiza y se produce un deterioro significativo de las condiciones de vida de la clase obrera, que anima una “ruptura” con la situación de pasividad y el desarrollo de la combatividad y potencialmente de la conciencia, el deterioro ecológico y la multiplicación de los focos de guerra imperialista (Ucrania, Armenia/Azerbayán, Bosnia, África, Oriente Medio) muestran la perspectiva de destrucción y ruina que el capitalismo ofrece a la humanidad.
En el terreno de la crisis ambiental, los acontecimientos recientes no dejan margen de duda o relativización sobre las consecuencias del cambio climático para la habitabilidad del planeta y la supervivencia de muchas especies (incluyendo a término la especie humana). Muestras recientes de ello son las inundaciones de Pakistán, o el aumento de la temperatura este verano a más de 40 grados en los países del sur de Europa, la contaminación que ha obligado a cerrar las escuelas en India por las vacaciones de navidad en Noviembre y que hace que 1 de cada 3 niños tengan problemas respiratorios, las hambrunas en África, etc.
De entre todos los elementos del “efecto torbellino” sin embargo, es la guerra imperialista la que determina de forma inmediata el curso de los acontecimientos de la situación mundial. Desde el 25º congreso, hemos asistido a una especie de estancamiento de la guerra en Ucrania, al resurgimiento de la guerra en Nagorno-Karabaj, a las tensiones guerreras en los Balcanes y principalmente a la guerra entre Israel y Hamas. A pesar de la presencia de fondo en la situación mundial de la confrontación entre EEUU y China, esta proliferación de conflictos regionales no es la expresión de una dinámica a la formación de bloques imperialistas sino que confirma la tendencia al “cada uno a la suya” de los enfrentamientos imperialista en este periodo.
1.- Respecto al análisis de los enfrentamientos imperialistas durante la guerra fría, las coordenadas del análisis marxista han cambiado en la situación actual; principalmente sobre la posibilidad de la formación de bloques imperialistas y sobre la confrontación de clases. A pesar de ello, los Bordiguistas (Programa, Le Proletaire, Il Partito) y Damenistas (TCI) se empeñan en ver en la situación actual la formación de dos bloques imperialistas opuestos alrededor de China y EEUU, y la marcha hacia una tercera guerra mundial. De hecho los “expertos” de la burguesía dan una visión de los conflictos imperialistas recientes más ajustada a la realidad3.
Nosotros en la resolución sobre la situación internacional del 24º congreso escribíamos:
«La marcha hacia la guerra mundial está todavía obstruida por la poderosa tendencia a la indisciplina, al sálvese quien pueda y al caos a nivel imperialista, mientras que en los países capitalistas centrales el capitalismo no dispone todavía de los elementos políticos e ideológicos -incluyendo en particular una derrota política del proletariado- que podrían unificar la sociedad y allanar el camino hacia la guerra mundial. El hecho de que seguimos viviendo en un mundo esencialmente multipolar se pone de manifiesto, en particular, en la relación entre Rusia y China. Aunque Rusia se ha mostrado muy dispuesta a aliarse con China en cuestiones concretas, generalmente en oposición a EEUU, no es menos consciente del peligro de subordinarse a su vecino oriental, y es uno de los principales opositores a la "Nueva Ruta de la Seda" de China hacia la hegemonía imperialista»4.
2) El reconocimiento de la correlación desordenada de fuerzas imperialistas, definida esencialmente por la tendencia al "sálvese quien pueda", no debe llevar a subestimar el peligro de la explosión de conflictos militares incontrolados, como ocurrió al comienzo de la guerra en Ucrania en 2022. El conflicto entre EE.UU. y China bien podría conducir a una confrontación militar directa, por lo que la amenaza de un conflicto abierto en este caso (algo subestimada en la Resolución del 25º Congreso sobre la situación internacional) debe analizarse más a fondo.
La estrategia geopolítica proclamada por Estados Unidos desde 1989 ha consistido en impedir la aparición de cualquier potencia que pudiera rivalizar con su enorme superioridad militar en la escena mundial. Esta doctrina confirmaba a la vez que su principal ambición no era la recreación de un bloque, y al mismo tiempo indicaba que, a diferencia de la 1ª y 2ª Guerras Mundiales, en las que esperó en una postura defensiva antes de emerger con el botín, ahora tenía que tomar la ofensiva militar en la escena mundial y convertirse en la fuerza dominante de la desestabilización imperialista.
Los fiascos de Irak y Afganistán demostraron que la política de policía mundial sólo producía más caos, mostrando al mismo tiempo el declive del imperialismo estadounidense. Más recientemente ha intentado reaccionar recurriendo a una defensa más estricta de sus propios intereses (el "America first" de Trump y el "America is back" de Biden), aunque esto desencadene un caos aún mayor. Como ya habíamos identificado, el enorme desarrollo económico, tecnológico y militar de China es una amenaza para el dominio estadounidense.
Por eso EEUU desarrolla una política que trata de dificultar la progresión del desarrollo económico, tecnológico y militar en China, con iniciativas como la deslocalización de empresas, las limitaciones a la colaboración en investigación universitaria de vanguardia, el bloqueo a las exportaciones de tecnología, la”chip quadruple Alliance” de EEUU con Taiwan, Japón y Corea del Sur, que intenta aislar a China de las cadenas de aprovisionamiento mundial de microchips, etc. Por otro lado, trata de establecer un cerco geopolítico que garantice el control del Indopacífico y el continente asiático con iniciativas como el QUAD, la “OTAN de Asia”, que agrupa a EEUU con Japón, India, Australia y Corea del Sur, o el AUKUS, tratado de cooperación militar con Australia y el Reino Unido. Ese cerco de EEUU no deja de estrecharse y los últimos pasos han sido la instalación de bases militares americanas en Filipinas y el logro de ganar a Vietnam como aliado en la región. En última instancia, para EEUU la guerra de Ucrania tiene igualmente el objetivo de aislar estratégica y militarmente a China, desangrando a Rusia despojándola de cualquier vehemencia de potencia mundial y tratando de evitar que China pudiera aprovechar su tecnología militar o sus recursos energéticos y su experiencia y medios en el “gran juego” imperialista mundial. El sangriento estancamiento de la guerra en Ucrania ha hecho avanzar este proyecto estadounidense de desangrar a Rusia.
Recientemente, a esa política de cerco a China se añade además una sobrepuja de provocaciones como la visita de Pelosi a Taipéi, el derribo de globos meteorológicos acusándolos de espionaje, el anuncio de 345 millones de dólares en ayuda militar a Taiwan, o las declaraciones de Biden de que EEUU no dudará en enviar tropas a la isla para defenderla de una invasión china.
El conjunto de todas las iniciativas americanas apunta a una estrategia de aislamiento y de provocación a China, que trata de empujar a enfrentamientos prematuros para los que no está aún cualificada y que podrían incluir choques militares. Esto reproduce en realidad la política de cerco a la “URSS” que obligaba a ésta a implicarse en aventuras imperialistas por encima de sus posibilidades reales económicas y militares, y que acabó produciendo el hundimiento del bloque imperialista que dirigía.
No cabe duda que China ha aprendido y toma nota de las lecciones del hundimiento del bloque del Este; pero no hay que descartar la posibilidad de que, ante la continuación e intensificación de la presión de EEUU, acabe por no tener más remedio que responder, y por tanto no hay que subestimar la posibilidad de un conflicto particularmente en el mar de China en torno a Taiwán. Evidentemente en el caso de producirse, las consecuencias serían desastrosas y terribles para todo el mundo; aunque la escala de tal conflicto estuviera limitada por varios factores, en particular por la ausencia de bloques imperialistas y la incapacidad de la burguesía estadounidense para arrastrar a una clase obrera no derrotada a una movilización a gran escala para la guerra.
3) El sangriento conflicto actual en Oriente Medio estalló precisamente en el contexto de la expansión caótica e imprevisible de la tendencia de cada potencia imperialista para sí misma, y no a partir de ningún movimiento hacia la solidificación de bloques.
La retirada de una fuerte presencia militar de EEUU en Oriente Medio fiaba el mantenimiento de la Pax americana en la región a Israel, en el marco de los acuerdos de Oslo (1993), que reconocían el principio de “dos Estados” (por tanto de un Estado Palestino)en la región. Aparentemente reinaba la calma que había permitido incluso firmar los acuerdos de Abraham en 2020, que sancionaban la paz entre Israel y Emiratos Árabes Unidos; sin embargo, Israel en la práctica ha continuado e intensificado una política de hostigamiento y apoyo a los colonos en Cisjordania, saboteando la Autoridad Palestina (AP)apoyando precisamente a Hamas, que ahora es su enemigo mortal, saboteando así en la práctica el mandato americano. La situación ha llegado a un límite con el gobierno de Netanyahu conjuntamente con la extrema derecha. El ministro de finanzas ha llamado al ejército a asumir la venganza de los colonos quemando las casas de los palestinos y la presencia de los soldados de Israel compite con la de la policía de la AP. Así que Hamas, que ganó las últimas elecciones en la franja de Gaza, antes que esperar de brazos caídos el destino de Cisjordania, ha lanzado un ataque a la desesperada.
Ese ataque sin embargo coincide con las ambiciones de otra potencia regional: Irán, que veía un debilitamiento de su presencia en la región y que a su vez, bajo los auspicios de China, había firmado en marzo un acuerdo con Arabia Saudí sobre las “rutas de la seda”, en concurrencia directa con el de Israel y Emiratos Árabes.
El Wall Street Journal hizo público lo que todo el mundo sabía: el ataque de Hamas fue abiertamente preparado y apoyado por Irán y Hezbollah en el sur de Líbano.
La respuesta de Israel de arrasar Gaza con el pretexto de acabar con Hamas muestra una política de tierra quemada por ambas partes. La furia asesina de Hamas encuentra en la venganza exterminadora de Israel la otra cara de la moneda. Y globalmente el incendio de la región es un llamamiento a la intervención de otras potencias regionales, y particularmente de Irán, que es el principal beneficiado de la situación de quiebra del equilibrio regional.
Lo que sin embargo no beneficia a EEUU. El gobierno Biden no ha tenido más remedio que apoyar a regañadientes la respuesta del ejército israelí, tratando, aunque inútilmente, de rebajar la tensión y se ha visto obligado a restablecer su presencia militar en la zona con el envío «Junto con el portaaviones Ford, del crucero Normandy y los destructores Thomas Hudner, Ramage, Carney y Roosevelt, y aumentará la presencia de escuadrones de aviones de combate F-35, F-15, F-16 y A-10 en la región»5. Algunos ya han tenido que intervenir ante los ataques a las tropas americanas en Irak. El objetivo es disuadir a toda costa a Irán de una intervención directa o a través de Hezbollah, que haría estallar toda la región y el mundo entero; pero también a Israel de intentar cumplir su amenaza de “borrar a Irán del mapa”.
Por su parte Rusia sin duda se beneficia de que el foco de atención y propaganda bélica se desplace de Ucrania a Palestina. Eso interfiere con los recursos financieros y militares que EEUU podría emplear en el frente ruso y “da un respiro” a la tensión guerrera. Además Putin se beneficia del apoyo de EEUU al salvajismo de la represión israelí para denunciar la hipocresía de la sociedad americana y de “Occidente”, que denuncia la ocupación de Crimea pero consiente la invasión de Gaza. Sin embargo Rusia no puede hacer avanzar significativamente sus propios intereses en la región a través de esta guerra.
China podría igualmente ver con buenos ojos el debilitamiento de la política USA de “pivot to the East”; pero la guerra y la desestablización de la región va en contra de sus propios intereses geopolíticos del trazado de la nueva ruta de la seda.
La guerra actual en Oriente Medio no es pues el resultado de la dinámica a la formación de bloques imperialistas, sino del “cada uno para sÍ”; Al igual que el enfrentamiento en Ucrania, esta guerra confirma la tendencia dominante de la situación imperialista mundial: una creciente irracionalidad alimentada por la tendencia de cada potencia imperialista a actuar por su cuenta y la sangrienta política de la potencia dominante, Estados Unidos, para contrarrestar su inevitable declive impidiendo el ascenso de cualquier posible contendiente.
4) La Guerra en Oriente Medio tiene un impacto en el conjunto de la clase obrera de los países centrales aún mayor que la de Ucrania, por un lado porque en algunos países como Francia, un gran porcentaje de la emigración procede de los países árabes6, pero también porque la “defensa del pueblo palestino” forma parte desde hace tiempo del bagaje de la “ideología de izquierdas” de los grupos trotskistas y anarquistas, y también hay que decirlo, del apoyo a la “liberación nacional” de algunos grupos bordiguistas como Programa. Así hemos visto manifestaciones de 30.000 asistentes en Berlín, 40.000 en Bruselas y 35.000 en Madrid, por la defensa de los palestinos y por la paz. Por otro lado, el sionismo se cubre con “la cuestión judía”, que no solo tiene connotaciones históricas, sino que implica una parte de la población en Europa y en EEUU. Eso explica las manifestaciones y actos contra el antisemitismo en Francia, recientemente en París, o en Alemania; y también las campañas en las universidades americanas, como en Harvard, donde los estudiantes que han denunciado las masacres han sido expuestos como antisemitas.
A pesar de ello, la Guerra en Oriente Medio probablemente no va a acabar con la dinámica de “ruptura” de la pasividad de la clase obrera que identificamos a partir del “verano del descontento” en Gran Bretaña, que no tiene como punto de partida una respuesta a la Guerra, lo que en la situación actual demandaría un desarrollo de la conciencia y una politización en el conjunto de la clase que por el momento no es el caso; sino la profundización de la crisis económica.
Cuando Internacionalismo planteó la perspectiva de una reanudación de la lucha de clases en los años 60, su análisis se basaba fundamentalmente en dos elementos: 1) el final del periodo de “prosperidad” tras la 2ª guerra mundial y la perspectiva de la crisis; 2) la presencia de una nueva generación en la clase obrera que no había sufrido una derrota. La dimensión que tomaron las luchas en Mayo 68 en Francia y el Otoño caldo en Italia 69, etc fue, además de lo anterior, también el producto de la falta de preparación de la burguesía.
La condición de que el proletariado no está derrotado es igualmente determinante y lo más importante en la situación actual. Por otro lado, la situación actual de agravación de la descomposición y efecto torbellino, presenta elementos que son un obstáculo a la lucha y la toma de conciencia del proletariado; pero contiene igualmente una agravación cualitativa de la crisis, que se expresa en un deterioro significativo de las condiciones de vida del proletariado. La decisión de entrar en lucha, de no resignarse, de no confiar y esperar “un nuevo desarrollo de la economía”, significa una reflexión sobre la situación global, una desconfianza hacia las expectativas que puede ofrecer el capitalismo, un mínimo balance de lo que nos han prometido y no han cumplido. En ese sentido, “enoug is enough” implica una maduración subterranea de la conciencia. Ese planteamiento tiene una dimensión internacional, para el conjunto de la clase obrera. El ejemplo de las luchas en Francia y GB, y ahora en EEUU, forma parte igualmente de una reflexión por la que los trabajadores en otros países se identifican con los que participan en esas luchas. Eso forma parte igualmente del inicio de una reflexión sobre la identidad de clase.
Cierto que, indirectamente, la cuestión de la Guerra está presente en ese proceso. Esa maduración se ha producido durante dos décadas de agravación de los conflictos imperialistas simultaneamente a la agravación de la crisis económica; más aún, la “ruptura” se ha producido a pesar del estallido de la guerra de Ucrania. De hecho, el desarrollo de las luchas conduce necesariamente al inicio embrionario de una reflexión que relaciona la crisis y la Guerra, por ejemplo cuando se ve que la inflación aumenta por los gastos en armamentos y que nos exigen sacrificios para aumentar los presupuestos de defensa.
5) Sin embargo, el empeoramiento de la situación mundial está lleno de peligros para la clase obrera. ¿Quién puede predecir las consecuencias de una guerra entre EEUU y China, cuya escala puede empequeñecer cualquier conflicto desde 1945? ¿O los efectos de otras catástrofes que traerá el periodo de descomposición?
En este periodo de descomposición, no solo han cambiado las condiciones de la agravación de los conflictos imperialistas, pasando de la “Guerra fría” entre dos bloques imperialistas al “cada uno para sí”; también han cambiado desde el punto de vista de la confrontación de clases.
Durante el periodo de la Guerra fría, la resistencia del proletariado, el hecho que la burguesía no hubiera conseguido derrotar a la clase obrera, significaba el principal obstáculo a la guerra imperialista total. Y la confrontación de clases podía analizarse en términos de “curso histórico”, como había hecho la Izquierda italiana en el exilio (BILAN) en los años 30, ante la guerra de 1936 en España y la IIª guerra mundial: o curso a la derrota del proletariado y la guerra, o curso hacia los enfrentamientos decisivos y la perspectiva revolucionaria.
En el periodo actual de agravación caótica de los conflictos imperialistas según la tendencia del “cada uno para sí”, la no derrota del proletariado no impide la proliferación de enfrentamientos guerreros que aunque por el momento implican a los países donde el proletariado es más débil, como en Rusia/Ucrania u Oriente Medio, no excluye la posibilidad de que alguno de los países centrales pueda embarcarse en aventuras guerreras.
Así, mientras en los años 1960-90 el tiempo jugaba a favor del proletariado, que podía madurar las lecciones de sus fracasos y vacilaciones para preparar nuevos asaltos en su lucha contra el capitalismo, como escribimos en las «Tesis sobre la descomposición» en 1990, a partir de entonces, el período de descomposición ha creado una carrera contrarreloj para la clase obrera.
02.12.2023
1 La decadencia del capitalismo no es un proceso homogéneo y regular: al contrario, tiene una historia con diferentes fases. La fase de descomposición ha sido identificada en nuestras Tesis como “expresión de la entrada del capitalismo decadente en una fase específica - y última - de su historia, aquélla en la que la descomposición social se convierte en un factor, incluso en el factor, decisivo de la evolución de la sociedad” (tesis 2). Es evidente que, si el proletariado no fuera capaz de derrocar al capitalismo, asistiríamos a una terrible agonía que conduciría a la destrucción de la humanidad.
2 https://es.internationalism.org/content/4897/los-anos-20-del-siglo-xxi-l...
3 Actualización de las tesis de la Descomposición (2023), Revista Internacional n 170
4 Resolución sobre la situación Internacional del XXIVº congreso de la CCI, Revista Internacional nº 167
5 Los AngelesTimes, 8 de Octubre 2023
6 el 10% de la población de Francia son musulmanes, o sea aproximadamente 6 millones