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"Horror", "masacres", "terrorismo", "terror", "crímenes de guerra", "catástrofe humanitaria", "genocidio"... las palabras que salpican las portadas de la prensa internacional dicen mucho de la magnitud de la barbarie en Gaza.
El 7 de octubre, Hamás mató a 1.400 israelíes, cazando a ancianos, mujeres y niños en sus casas. Desde entonces, el Estado de Israel se venga y mata en masa. El diluvio de bombas que llueve día y noche sobre Gaza ha causado ya la muerte de más de 10.000 palestinos, entre ellos 4.800 niños. En medio de edificios en ruinas, los supervivientes carecen de todo: agua, electricidad, alimentos y medicinas. En este mismo momento, dos millones y medio de gazatíes están amenazados por el hambre y las epidemias. 400.000 de ellos son prisioneros en la ciudad de Gaza, y cada día caen cientos, destrozados por los misiles, aplastados por los tanques y ejecutados por las balas.
La muerte está por todas partes en Gaza, igual que en Ucrania. No olvidemos la destrucción de Marioupol por el ejército ruso, el éxodo de personas, la guerra de trincheras que está enterrando a la gente. Hasta la fecha, se cree que han muerto casi 500.000 personas. La mitad en cada bando. Toda una generación de rusos y ucranianos está siendo sacrificada en el altar del interés nacional, en nombre de la defensa de la patria. Y aún hay más: a finales de septiembre, en Nagorno-Karabaj, 100.000 personas se vieron obligadas a huir ante el ejército azerbaiyano y la amenaza de genocidio. En Yemen, el conflicto del que nadie habla se ha cobrado más de 200.000 víctimas y ha reducido a 2,3 millones de niños a la desnutrición. El mismo horror de la guerra se libra en Etiopía, Myanmar, Haití, Siria, Afganistán, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo, Mozambique... Y se está gestando el enfrentamiento entre Serbia y Kosovo.
¿Quién es el responsable de toda esta barbarie? ¿Hasta dónde puede extenderse la guerra? Y, sobre todo, ¿qué fuerza puede oponerse a ella?
¡Todos los Estados son criminales de guerra!
En el momento de escribir estas líneas, todas las naciones piden a Israel que "modere" o "suspenda" su ofensiva. Rusia exige un alto el fuego, tras haber atacado Ucrania con la misma ferocidad hace año y medio, y haber masacrado a 300.000 civiles en Chechenia en 1999 en nombre de esta "lucha contra el terrorismo”. China dice querer la paz, pero está exterminando a la población uigur y amenazando a los habitantes de Taiwán con un diluvio de fuego aún mayor. Arabia Saudí y sus aliados árabes quieren el fin de la ofensiva israelí mientras diezman a la población de Yemen. Turquía se opone al ataque contra Gaza mientras sueña con exterminar a los kurdos. En cuanto a las grandes democracias, tras apoyar "el derecho de Israel a defenderse", piden ahora "una tregua humanitaria" y "el respeto del derecho internacional", habiendo demostrado su pericia en las matanzas masivas con notable regularidad desde 1914.
Este es el principal argumento de Israel: "la aniquilación de Gaza es legítima", como lo fueron las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki y los bombardeos de alfombra sobre Dresde y Hamburgo. ¡Estados Unidos libró las guerras de Afganistán e Irak con los mismos argumentos y métodos que Israel hoy!¡Todos los Estados son criminales de guerra! Grandes o pequeños, dominados o poderosos, aparentemente belicistas o moderados, todos participan en realidad en la guerra imperialista en la arena mundial, y todos consideran a la clase obrera carne de cañón.
Son estas voces hipócritas y embusteras las que ahora nos quieren hacer creer en su impulso a la paz y en su solución: el reconocimiento de Israel y Palestina como dos Estados independientes y autónomos. La Autoridad Palestina, Hamás y Al Fatah están prefigurando cómo sería este Estado: como todos los demás, explotaría a los trabajadores; como todos los demás, reprimiría a las masas; como todos los demás, iría a la guerra.
Ya hay 195 estados "independientes y autónomos" en el planeta: ¡juntos, gastan más de 2.000 billones de dólares al año en "defensa"! Y de aquí a 2024, estos presupuestos se dispararán.
Las guerras actuales: una política de tierra quemada
Entonces, ¿por qué acaba de decir la ONU: "Necesitamos un alto el fuego humanitario inmediato. Han pasado treinta días. Ya es suficiente. Tiene que parar ahora” ? Obviamente, los aliados de Palestina quieren el fin de la ofensiva israelí. En cuanto a los aliados de Israel, esas "grandes democracias" que dicen respetar el "derecho internacional", no pueden dejar que el ejército israelí haga lo que quiera sin decir nada. Las masacres de Tsahal son demasiado visibles. Sobre todo, desde que prestan apoyo militar a Ucrania contra la "agresión rusa" y sus "crímenes de guerra". No hay que permitir que la barbarie de las dos "agresiones" se parezca demasiado.
Pero hay una razón aún más profunda: todos están tratando de limitar la propagación del caos, porque todos pueden verse afectados, todos tienen algo que perder si este conflicto se extiende demasiado lejos. El ataque de Hamás y la respuesta de Israel tienen algo en común: la política de tierra quemada. La masacre terrorista de ayer y el bombardeo de alfombra de hoy no pueden conducir a ninguna victoria real y duradera. Esta guerra está sumiendo a Oriente Próximo en una era de desestabilización y confrontación.
Si Israel sigue arrasando Gaza y enterrando a sus habitantes bajo los escombros, existe el riesgo de que Cisjordania también se incendie, de que Hezbolá arrastre Líbano a la guerra y de que Irán acabe implicándose. La extensión del caos por toda la región no sólo sería un golpe para la influencia estadounidense, sino también para las ambiciones globales de China, cuya preciada Ruta de la Seda pasa por la región.
La amenaza de una tercera guerra mundial está en boca de todos. Los periodistas lo debaten abiertamente en televisión. En realidad, la situación actual es mucho más perniciosa. No hay dos bloques, ordenados y disciplinados, enfrentados entre sí, como los hubo en 1914-18 y 1939-45, o a lo largo de la Guerra Fría. Mientras que la competencia económica y bélica entre China y Estados Unidos es cada vez más brutal y opresiva, las demás naciones no se pliegan a las órdenes de uno u otro de estos dos colosos; desempeñan su propio papel, en el desorden, la imprevisibilidad y la cacofonía. Rusia atacó Ucrania en contra del consejo chino. Israel está aplastando Gaza en contra del consejo estadounidense. Estos dos conflictos personifican el peligro que amenaza a toda la humanidad: la proliferación de guerras cuyo único objetivo es desestabilizar o destruir al adversario; una cadena interminable de exacciones irracionales y nihilistas; el sálvese quien pueda, sinónimo de caos incontrolable.
Para una tercera guerra mundial, los proletarios de Europa Occidental, Norteamérica y Asia Oriental tendrían que estar dispuestos a sacrificar sus vidas en nombre de la Patria, a tomar las armas y a matarse unos a otros por la bandera y los intereses nacionales, lo que hoy no es en absoluto el caso. Pero lo que está en proceso de desarrollo no necesita este apoyo, este alistamiento de las masas. Desde principios de los años 2000, franjas cada vez más amplias del planeta están sumidas en la violencia y el caos: Afganistán, Irak, Siria, Libia, Líbano, Ucrania, Israel y Palestina... Esta gangrena se extiende poco a poco, país a país, región a región. Este es el único futuro posible para el capitalismo, este decadente y putrefacto sistema de explotación.
¡Para acabar con la guerra hay que acabar con el capitalismo!
Entonces, ¿qué debemos hacer? Los trabajadores de todos los países no deben hacerse ilusiones sobre una supuesta paz posible, sobre ninguna solución de la "comunidad internacional", de la ONU o de cualquier otro antro de bandidos. El capitalismo es la guerra. Desde 1914, prácticamente nunca ha cesado, afectando a una parte del mundo y luego a otra. El periodo histórico que nos espera verá cómo esta dinámica mortífera se extiende y amplifica, con una barbarie cada vez más insondable.
Por consiguiente, los trabajadores de todos los países deben negarse a tomar partido por uno u otro bando burgués, en Oriente, en Oriente Medio y en todas partes. Deben negarse a dejarse engañar por la retórica que les pide "solidaridad" con "el pueblo ucraniano atacado", con "Rusia amenazada", con "las masas palestinas martirizadas", con "los israelíes aterrorizados"... En todas las guerras, a ambos lados de las fronteras, los Estados siempre hacen creer a la gente que hay una lucha entre el bien y el mal, entre la barbarie y la civilización. En realidad, todas estas guerras son siempre un enfrentamiento entre naciones rivales, entre burguesías rivales. Son siempre conflictos en los que los explotados mueren en beneficio de sus explotadores.
La solidaridad de los trabajadores no va a los "palestinos" como no va a los "israelíes", a los "ucranianos" o a los "rusos", porque entre todas estas nacionalidades hay explotadores y explotados. Va a los trabajadores y parados de Israel y Palestina, de Rusia y Ucrania, como va a los trabajadores de todos los demás países del mundo. No es manifestándose "por la paz", no es optando por apoyar a un bando contra el otro como se puede mostrar verdadera solidaridad con las víctimas de la guerra, las poblaciones civiles y los soldados de ambos bandos, proletarios de uniforme transformados en carne de cañón, niños adoctrinados y fanatizados. La única solidaridad consiste en denunciar a TODOS los Estados capitalistas, a TODOS los partidos que nos llaman a unirnos detrás de tal o cual bandera nacional, de tal o cual causa bélica, a TODOS los que nos engañan con la ilusión de la paz y de las "buenas relaciones" entre los pueblos.
Esta solidaridad significa sobre todo desarrollar nuestra lucha contra el sistema capitalista responsable de todas las guerras, una lucha contra las burguesías nacionales y su Estado.
En estas luchas, nos mantenemos unidos, desarrollamos nuestra solidaridad, debatimos y tomamos conciencia de nuestra fuerza cuando estamos unidos y organizados. En sus luchas de clase, el proletariado lleva en sí un mundo que es exactamente lo contrario del capitalismo: por un lado, la división en naciones empeñadas en una competencia económica y bélica hasta la destrucción mutua; por otro, una unidad potencial de todos los explotados del mundo. El proletariado ha comenzado a recorrer este largo camino, a dar algunos pasos: durante el "verano de la cólera" en el Reino Unido en 2022, durante el movimiento social contra la reforma de las pensiones en Francia a principios de 2023, durante las huelgas históricas en los sectores de la salud y del automóvil en Estados Unidos en las últimas semanas. Esta dinámica internacional marca el retorno histórico de la combatividad de los trabajadores, el rechazo creciente a aceptar el deterioro permanente de las condiciones de vida y de trabajo, y la tendencia a la solidaridad entre sectores y entre generaciones como trabajadores en lucha. En el futuro, los movimientos tendrán que establecer el vínculo entre la crisis económica y la guerra, entre los sacrificios exigidos y el desarrollo de presupuestos y políticas armamentísticas, entre todas las lacras que arrastra consigo el capitalismo global obsoleto, entre las crisis económica, bélica y climática que se alimentan mutuamente.
Contra el nacionalismo, contra las guerras a las que nos quieren arrastrar nuestros explotadores, las viejas consignas del movimiento obrero que aparecieron en el Manifiesto Comunista de 1848 son hoy más actuales que nunca:
¡Los proletarios no tienen patria!
Proletarios de todos los países, ¡uníos!
Por el desarrollo de la lucha de clases del proletariado internacional
Corriente Comunista Internacional, 7 de Noviembre de 2023