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Millones de trabajadores, estudiantes y jubilados han estado luchando durante semanas contra la reforma de las pensiones. En las marchas, los manifestantes expresan mucho entusiasmo y un gran orgullo de estar en la calle por millones: “¡juntos somos más fuertes!” Las luchas que están teniendo lugar simultáneamente en muchos países, particularmente en todo en el Reino Unido y Francia, se caracterizan por un nuevo hecho: por primera vez en mucho tiempo, los trabajadores de los sectores público y privado, los empleados con bata (blanca o azul) y los de corbata, los estudiantes precarios, los parados y los trabajadores temporales, empiezan todos, de forma aún muy confusa e incipiente, a reconocerse como una fuerza social unida por las mismas condiciones de explotación: la clase obrera.
Nosotros lo producimos todo. Sin nuestro trabajo, no hay beneficios, no hay mercancías, nada funciona, ni las fábricas, ni los hospitales, ni las escuelas, ni los centros comerciales. Sin nuestro trabajo, los desechos se amontonan, nadie puede comer ni beber, vestirse ni curarse. Sin nuestro trabajo, nada sale de las fábricas y de los puertos, ni los coches, ni los aviones, ni las latas de alimentos... Esta es esencialmente la idea que empieza a surgir en la mente de los trabajadores. Por eso muchos piensan con razón que nuestra mayor fuerza en la lucha reside en nuestra unidad.
El descontento es inmenso, el sentimiento de tener que luchar todos juntos es igual de grande. Pero todo el mundo percibe también que las “caminatas” sindicales, por muy numerosos que sean los que están en las calles, no son suficientes. Esta movilización masiva no parece hacer temblar al gobierno, que está decidido a imponer su reforma. Para muchos, sin “endurecer la respuesta”, cuanto más dure el movimiento, menos gente estará en la calle y en huelga.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo pueden los explotados transformar, a largo plazo, la fuerza colectiva que se percibe cada vez más claramente, en una verdadera relación de fuerza contra la burguesía?
Los sindicatos y los partidos de izquierda lanzaron inmediatamente una consigna que, a primera vista, parece formar parte de una lucha unitaria masiva: si el gobierno no retrocede, a partir del 7 de marzo habrá que “bloquear la economía” y “paralizar Francia”. Algunos incluso llaman a la “huelga general”.
Estas consignas han sido tomadas por huelguistas y manifestantes. Después de todo, ¿esta táctica no se basa en la fuerza principal de los trabajadores en lucha? ¿No podemos arrodillar a la burguesía dejando de trabajar masivamente si nosotros producimos todo?
Lecciones del bloqueo de las refinerías en 2010
No es la primera vez que los sindicatos utilizan esta táctica de bloqueo. En 2010, durante la anterior reforma de las pensiones, las manifestaciones se sucedieron, reuniendo cada vez a millones de personas. Mientras las marchas callejeras por sí solas parecían, a ojos de todos, impotentes y estériles, las minorías buscaban métodos de lucha más radicales y eficaces. Impulsado, en aquel momento, por la CGT, el cierre del “sector estratégico” de las refinerías apareció como una forma de presionar concretamente a la burguesía paralizando el transporte y el conjunto de la economía.
Los trabajadores de las refinerías se declararon en huelga, bloqueando la producción y distribución de gasolina. Sin embargo, la burguesía francesa no retrocedió. Y por una buena razón: tenía capacidad de sobra para hacer frente a los bloqueos. Francia, como muchos otros países, tiene varios millones de toneladas de petróleo en reserva, lo que garantiza muchos meses de suministro. También puede apoyarse en una red internacional de oleoductos para importar gasolina o simplemente trasportándola desde el extranjero por camión. El gobierno de Fillon jugó así al pánico durante algunas semanas, provocando una avalancha en las gasolineras. El riesgo de escasez de gasolina y de parálisis de la economía nacional no era más que una picadura de mosquito en la espalda de un elefante, un cuento de hadas para dormir a los trabajadores.
De hecho, detrás de este estancamiento corporativista, es que ha surgido una amarga derrota para la clase obrera. La burguesía trabajó para aislar a algunos de los huelguistas más combativos y dividir al proletariado. Por un lado, los sindicatos, apoyándose en su control absoluto del movimiento, aislaron a los trabajadores de las refinerías del resto de su clase. Su justificado coraje no fue en absoluto el punto de partida de una extensión de la lucha. En lugar de organizar piquetes volantes frente a las empresas de otros sectores para ganarlos para el movimiento, la CGT encerró a los bloqueadores en sus lugares de trabajo, con una parodia de solidaridad a través de fondos de huelga para “apoyar a los trabajadores en lucha”. Como todo debía jugarse en el único bloqueo de las refinerías, se trataba de resistir, costase lo que costase, en un ambiente de ciudadela sitiada.
Por otra parte, mediante una intensa campaña sobre los riesgos de la escasez de gasolina, el gobierno y sus medios de comunicación crearon deliberadamente un clima de pánico entre la población. Si, en general, los proletarios no estigmatizaron a los trabajadores de las refinerías e incluso mostraron cierta simpatía, la propaganda mediática histérica contribuyó en gran medida a romper toda reflexión sobre la posibilidad de ampliar la lucha. Al final, la represión policial cayó sobre las refinerías aisladas, dejando a la clase obrera francesa parada durante toda una década.
La huelga de mineros de 1984 en el Reino Unido, una trágica experiencia de bloqueo
La huelga de mineros de 1984 en el Reino Unido es otra ilustración del carácter ilusorio del bloqueo de la producción de un solo sector. En aquella época, el proletariado más antiguo del mundo era también uno de los más combativos. En dos ocasiones, el Estado tuvo incluso que retirar sus ataques. En 1969 y 1972, los mineros consiguieron crear una correlación de fuerzas favorable a la clase obrera dando a la huelga una dinámica de extensión que superaba la lógica sectorial o corporativista. Decenas o centenares de ellos se desplazaron a los puertos, acerías, depósitos de carbón y centrales eléctricas para bloquearlos y convencer a los trabajadores de que se unieran a ellos en la lucha. Este método se conoció como piquetes volantes y simbolizaba la fuerza de la solidaridad y la unidad de los trabajadores.
Decenas o centenares de ellos se dirigieron a los puertos, acerías, depósitos de carbón y centrales eléctricas para bloquearlos y convencer a los trabajadores de que se unieran a ellos en la lucha. Este método se hizo famoso con el nombre de “flying pickets” (“piquetes volantes”) y simbolizaba la fuerza de la solidaridad y la unidad de los trabajadores.
Cuando llegó al poder Thatcher en 1979, se propuso doblegar a la clase obrera aislando en una huelga interminable y agotadora a uno de sus sectores más combativos, los mineros. Durante meses, la burguesía inglesa se preparó para el enfrentamiento acumulando enormes reservas de carbón para hacer frente al riesgo de escasez. En marzo de 1984, se anunciaron brutalmente 20,000 despidos en las minas. Como era de esperar, la reacción de los mineros fue tajante: el primer día de huelga se cerraron 100 de los 184 pozos. Pero un blindaje sindical rodeó inmediatamente a los huelguistas para evitar cualquier riesgo de contaminación. Los sindicatos de los demás sectores apoyaron el movimiento muy platónicamente, es decir, dejaron que los mineros se las arreglaran solos, saboteando activamente cualquier posibilidad de lucha conjunta.
El Sindicato Nacional de Mineros (NUM) completó este trabajo sucio encerrando a los mineros en interminables ocupaciones estériles de los pozos durante más de un año. A fin de evitar el envío de piquetes volantes a las puertas de las empresas vecinas, toda la atención de los trabajadores se centró en la necesidad de ocupar los pozos, todos los pozos, nada más que los pozos, a toda costa. El bloqueo de la producción de carbón se había convertido, bajo la dirección sindical, en el objetivo central y único, en una cuestión en sí misma. En lugar de volar de fábrica en fábrica, los piquetes volantes se quedaron allí, en el mismo lugar, frente a los mismos pozos, mes tras mes.
La represión policial también acabó por hacer mella en los mineros, totalmente exhaustos y aislados. Esta derrota marcó un punto de inflexión, el de una decadencia de la combatividad obrera en el Reino Unido. Anunció incluso el reflujo general de la combatividad de los obreros en todo el mundo y el retroceso de su conciencia a partir de los años noventa.
¿Hay que “paralizar a Francia”?
A diferencia de los ejemplos de las refinerías en Francia o de las minas en el Reino Unido, los sindicatos parecen llamar hoy a millones de personas a participar en una “huelga reconducible”[1]. Pero la realidad es que, en nombre de la fuerza colectiva del proletariado, los sindicatos ya están intentando organizar una retirada corporativista. Hoy se ven obligados a ceñirse a un movimiento de lucha que aspira a la solidaridad y no pueden llamar caricaturescamente a un sector particular para que luche en nombre de los demás.
Sin embargo, desde hace semanas, los sindicatos presionan para que los ferrocarriles (SNCF), la administración del transporte de Paris (RATP), las refinerías, los basureros o algún otro sector “endurezcan el movimiento”, es decir, que se comprometan en huelgas sectoriales. Para el 7 de marzo, los sindicatos convocan huelgas reconducibles “según las modalidades propias de cada sector”. Para el 8 de marzo, convocan “una jornada de huelga feminista”, buscando así dividir a los trabajadores y trabajadoras, como han hecho desde el principio del movimiento repitiendo hasta la saciedad que las mujeres, las carreras largas, tal o cual categoría son más víctimas de la reforma.
Por el momento, los trabajadores no se han dejado atrapar en masa, pero es efectivamente el encierro corporativista lo que los sindicatos intentan imponer bajo el nombre de “huelga general”.
El culto al bloqueo siempre ha sido utilizado por los sindicatos contra la unidad y la masificación de la lucha. Está muy claro que “paralizar Francia”, aparte del trasfondo nacionalista que contiene la fórmula, significa para ellos: encerrar a los trabajadores en su empresa, aislarlos de sus hermanos de clase, de toda discusión, de toda solidaridad real y concreta, y de toda capacidad de extender la lucha. Un movimiento de bloqueo masivo sólo puede tener éxito a través de un verdadero poder de decisión en el seno de asambleas generales soberanas, a través de una verdadera toma en mano de la lucha por los propios trabajadores, a través de la búsqueda activa de la extensión de la lucha a otros sectores, no encerrando a cada uno en su lugar de trabajo.
¡La búsqueda de la extensión y de la solidaridad debe animar todos los métodos de lucha!
Sí, el bloqueo de la economía se basa en una idea profundamente correcta, la que empiezan a percibir los manifestantes: la clase obrera obtiene su fuerza por el lugar central que ocupa en la producción. El proletariado produce casi toda la riqueza de la que se apropia la burguesía. Haciendo huelga, los trabajadores son potencialmente capaces de bloquear toda la producción y paralizar la economía.
Durante los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia y agosto de 1980 en Polonia, enormes huelgas paralizaron estos países. Pero los bloqueos no eran en sí el objetivo de los trabajadores. Si estas dos luchas son históricas y permanecen grabadas en nuestra memoria, es porque el proletariado supo construir una relación de fuerzas a su favor gracias a la autoorganización y a la masividad de sus luchas. Cuando los trabajadores toman las riendas de su lucha, se reúnen espontáneamente en asambleas generales para debatir y decidir colectivamente las acciones a emprender, buscan la solidaridad de sus hermanos de clase yendo a su encuentro, intentando arrastrarlos al movimiento con la ayuda de delegaciones masivas.
Durante estas dos grandes luchas, los huelguistas intentaron sobre todo poner la economía al servicio de la lucha y de sus necesidades. En 1968, por ejemplo, los ferroviarios mantuvieron los trenes en funcionamiento para que la población pudiera desplazarse a las manifestaciones. En 1980, en los momentos más fuertes de este movimiento, la toma de control de los medios de producción fue mucho más lejos todavía: el comité de huelga interempresarial (llamado MKS) organizó el abastecimiento de los huelguistas y de toda la población controlando y haciendo funcionar a las compañías eléctricas y alimentarias o suministrando gasolina a los medios de transporte necesarios para la lucha.
También es muy significativo que los objetivos del bloqueo presentado por los sindicatos sean refinerías, estaciones, aeropuertos, carreteras o transporte público sistemáticamente. El sector del transporte es de hecho un elemento estratégico para la lucha de los trabajadores, pero por razones invertidas exactamente a las mencionadas por los sindicatos: el bloqueo de trenes, metros o autobuses es a menudo un obstáculo para la ampliación de la lucha y puede fomentar el juego de la burguesía porque dificulta la movilidad de los trabajadores que ya no pueden moverse para llevar su solidaridad a los huelguistas, yendo a sus reuniones generales o participando en las manifestaciones. Los movimientos de delegaciones de huelguistas a otras compañías también se dificultan. De hecho, el bloqueo total casi siempre promueve el confinamiento en el corporatismo y el aislamiento.
No existe una receta mágica de lucha lista para usar y válida en todas las circunstancias. Cualquier método de lucha (bloqueo, piquetes, ocupación...) puede a veces servir al movimiento, a veces ser un factor de división y aislamiento. Sólo una cosa es cierta: la fuerza de la clase obrera reside en su unidad, en su conciencia de clase, en su capacidad para desarrollar la solidaridad y extender así la lucha a todos los sectores. Este es el aguijón que debe guiar nuestras luchas.
Tr.Bo, 20 de febrero de 2023
1[] La “huelga reconducible” es un mecanismo tramposo del sindicato para dividir y aislar a los trabajadores. Todos los días, los trabajadores son convocados por el sindicato a "asambleas" para decidir si reanudan la huelga al día siguiente. Dado que en Francia la ley exige un aviso de huelga, bajo esa modalidad no están obligados a presentar un nuevo aviso, pero es una forma que el sindicato aprovecha para evitar que las huelgas confluyan, el descontento obrero se extienda y se unifique.