Cinco meses de "operación especial": Los enfrentamientos imperialistas en Ucrania intensifican el caos y la barbarie guerrera

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Mientras Rusia no deja de lanzar alfombras de bombas sobre las ciudades ucranianas, al final de la reunión del G7, organizada en el bucólico marco de los Alpes bávaros, el 28 de junio, los representantes de las grandes potencias "democráticas" repitieron en su corazón: "¡Rusia no puede ni debe ganar!" (Macron), falsamente indignados ante el horror de los combates, las decenas de miles de muertos, los millones de refugiados, la destrucción sistemática de ciudades enteras, la ejecución de civiles, el irresponsable bombardeo de centrales nucleares y las considerables consecuencias económicas para todo el planeta. Al fingir el miedo, esta banda de cínicos también pretendía ocultar la responsabilidad muy real de Occidente en esta masacre, en particular la acción desestabilizadora de Estados Unidos que, en sus intentos por contrarrestar el declive de su liderazgo mundial, no dudó en azuzar el caos y la barbarie a las puertas del centro histórico del capitalismo.

La trampa ucraniana tendida por el imperialismo estadounidense al imperialismo ruso

Hoy, Estados Unidos y otras potencias occidentales se presentan como campeones de la paz, de la democracia y de la pobre e inocente Ucrania que se enfrenta al vil ataque del ogro ruso. Aunque los horrores del imperialismo ruso son más difíciles de disimular, ni Estados Unidos ni Ucrania tienen un pedigrí de "caballero blanco". Por el contrario, han desempeñado un papel activo en el desencadenamiento y la perpetuación de la masacre.

La burguesía ucraniana, corrupta hasta los huesos, ya había saboteado los acuerdos de paz de Minsk de 2014, que implicaban, entre otras cosas, cierta autonomía para el Donbass y la protección de la lengua rusa en Ucrania. Ahora es especialmente intransigente y belicosa con Rusia, y algunas facciones se plantean incluso la reconquista de Crimea.

Pero la política estadounidense es mucho más hipócrita y calculadora. A principios de los años 90, Estados Unidos había prometido "informalmente" a Moscú que no aprovecharía la implosión del bloque del Este para extender su influencia a las fronteras de Rusia. Sin embargo, no dudó en integrar a los países del antiguo bloque oriental en su esfera de influencia uno por uno, al igual que no dudó en armar masivamente a Taiwán y en apoyar sus intentos de distanciarse de Pekín tras prometer que respetaría el principio de "una sola China". La política de Estados Unidos hacia Ucrania, por tanto, no tiene nada que ver con la defensa de la viuda y el huérfano o de la democracia, ni con los hermosos principios humanitarios que ningún país duda en revolcar en la sangre y el barro por la defensa de sus sórdidos intereses imperialistas.

Al desafiar a Putin a invadir Ucrania (y empujarlo a hacerlo diciendo que no intervendrían), arrastrándolo a una guerra a gran escala, Estados Unidos, mediante una maniobra maquiavélica, se ha anotado momentáneamente puntos importantes en la arena imperialista, porque la estrategia estadounidense apunta sobre todo a contrarrestar el irremediable declive de su liderazgo en el mundo.

La burguesía estadounidense pudo así restablecer el control de la OTAN sobre los imperialismos europeos. Mientras que esta organización parecía estar en perdición, "en muerte cerebral" según Macron, la guerra de Ucrania permitió el regreso al primer plano de este instrumento de subordinación de los imperialismos europeos a los intereses estadounidenses[1]. Washington ha aprovechado la invasión rusa para llamar al orden a los "aliados" europeos contestatarios: Alemania, Francia e Italia se han visto obligados a cortar sus vínculos comerciales con Rusia y a poner en marcha apresuradamente las inversiones militares que Estados Unidos lleva exigiendo desde hace 20 años.

Del mismo modo, Estados Unidos está asestando golpes decisivos al poder militar de Rusia. Pero detrás de Rusia, Estados Unidos apunta básicamente a China y la colocan bajo su presión. El objetivo de fondo de la maniobra maquiavélica de Estados Unidos es continuar la contención de China, iniciada en el Pacífico, debilitando la relación ruso-china. El golpe a Rusia con la ayuda militar estadounidense al ejército ucraniano es una clara advertencia para Pekín. China no ha dejado de reaccionar de forma vergonzosa ante la invasión rusa: aunque desaprueba las sanciones, Pekín evita cruzar la línea roja que le significaría sanciones estadounidenses. Además, el conflicto ucraniano permite bloquear una amplia zona, desde el Báltico hasta el Mar Negro, indispensable para el despliegue de las "nuevas rutas de la seda", que es sin duda un objetivo importante de la maniobra estadounidense.

La política estadounidense lleva a la intensificación del caos y del militarismo

Independientemente de la facción de la burguesía que esté en el gobierno, desde el inicio del periodo de descomposición, los Estados Unidos, en su afán de defender su decadente supremacía, ha sido la principal fuerza para extender el caos y la barbarie guerra a través de sus intervenciones y maniobras: ha creado el caos en Afganistán, Irak y ha favorecido la eclosión tanto de Al Qaeda como de Daesh. En el otoño de 2021, agitaron conscientemente las tensiones con China en torno a Taiwán con el fin de reunir a las demás potencias asiáticas en su apoyo. Su política en Ucrania no es diferente hoy en día, aunque su maquiavélica estrategia les permite presentarse como una nación pacífica que se opone a la agresión rusa. Con su abrumadora supremacía militar, Estados Unidos está fomentando el caos guerrero como la barrera más eficaz contra el despliegue de China como contrincante. Pero, lejos de estabilizar la situación mundial, esta política intensifica la barbarie bélica y exacerba los enfrentamientos imperialistas de todas las partes y en un contexto caótico, imprevisible y particularmente peligroso.

Al poner a Rusia contra las cuerdas, Washington está intensificando las amenazas de caos y barbarie guerrera en Europa. La guerra en Ucrania está provocando pérdidas cada vez más calamitosas para Rusia. Sin embargo, Putin no puede detener las hostilidades a estas alturas porque necesita trofeos a toda costa para justificar la operación a nivel interno y salvar lo que pueda quedar del prestigio militar de Rusia, todo ello sin renunciar a sustraer este territorio altamente estratégico de la influencia estadounidense. Por otro lado, cuanto más se eternice la guerra, más se erosionará el poder militar y la economía de Rusia. Estados Unidos no tiene ningún interés en fomentar el cese de las hostilidades, aunque ello suponga sacrificar cínicamente a la población de Ucrania. En las condiciones actuales, la carnicería sólo puede continuar y la barbarie expandirse, probablemente durante meses o incluso años, en formas especialmente sangrientas y peligrosas, como la amenaza que suponen las armas nucleares "tácticas".

Al restablecer el yugo de la OTAN, Estados Unidos también está exacerbando las ambiciones imperialistas y el militarismo de las burguesías europeas. Si los países europeos pudieron alimentar la ilusión después de 1989 de que podían llevar a cabo su política imperialista basándose principalmente en sus activos económicos, la presidencia de Trump y más claramente aún la política agresiva de la administración Biden, basadas en la superioridad militar de Estados Unidos, que ahora se materializa en Ucrania, les hace tomar conciencia de su dependencia en el plano militar y, por tanto, de la urgencia de reforzar su política de armamento, aunque, en un primer momento, no puedan distanciarse demasiado claramente de la OTAN. La decisión de Alemania de rearmarse masivamente, duplicando, así, su presupuesto militar, es un hecho imperialista importante a medio plazo, ya que Alemania había mantenido unas fuerzas armadas modestas desde la Segunda Guerra Mundial. Las disensiones en el seno de la OTAN se manifiestan ya entre un polo "intransigente" que quiere "poner de rodillas a Putin" (Estados Unidos, Gran Bretaña y Polonia, los países bálticos) y un polo más "conciliador" ("todo esto debe terminar en negociaciones", "hay que evitar humillar a Rusia").

Al aumentar la presión sobre China, la burguesía estadounidense también aumenta, además, el riesgo de nuevos enfrentamientos bélicos. La crisis ucraniana tiene consecuencias peligrosamente desestabilizadoras para el posicionamiento imperialista del principal contrincante de Estados Unidos. Pekín sigue aplicando una política de apoyo formal a Putin sin comprometerse, pero la guerra está teniendo un fuerte impacto en sus "nuevas rutas de la seda" y en los contactos con los países centroeuropeos que China había conseguido seducir. Esto ocurre en un momento en que la desaceleración de su economía es cada vez más evidente, con un crecimiento estimado actualmente en el 4,5% del PIB. Mientras Estados Unidos no duda en acentuar estas dificultades y explotarlas en su enfrentamiento con Pekín, la situación exacerba las tensiones en el seno de la burguesía china y acentúa el riesgo de una aceleración de los enfrentamientos en el plano económico e incluso militar.

Las incalculables consecuencias de la guerra en Ucrania

La ausencia de toda motivación económica para las guerras fue evidente en cuanto el capitalismo entró en decadencia: "La guerra fue el medio indispensable para que el capitalismo abriera posibilidades de desarrollo ulterior, en el momento en que estas posibilidades existían y sólo podían abrirse por medio de la violencia. Del mismo modo, el colapso del mundo capitalista, habiendo agotado históricamente todas las posibilidades de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo ulterior para la producción, no hace más que engullir hacia el abismo las fuerzas productivas y acumular ruina sobre ruina a un ritmo acelerado[2].

El conflicto de Ucrania es un vivo ejemplo de cómo la guerra no sólo ha perdido su función económica, sino también de cómo la carrera hacia el caos bélico está reduciendo cada vez más las ganancias estratégicas de la guerra. Por ejemplo, Rusia se ha embarcado en una guerra en nombre de la defensa de los rusoparlantes, pero está masacrando a decenas de miles de civiles en regiones predominantemente rusoparlantes, al tiempo que convierte estas ciudades y regiones en ruinas y sufre ella misma considerables pérdidas materiales y de infraestructura. Si, en el mejor de los casos, al final de esta guerra captura el Donbass y el sureste de Ucrania, habrá conquistado un campo de ruinas (el coste de la reconstrucción se estima actualmente en 750,000 millones de euros), una población que le odia y habrá sufrido un importante revés estratégico en cuanto a sus ambiciones de gran potencia.

En cuanto a Estados Unidos, en su política de contención de China, se ha visto abocado a fomentar una cínica política de "tierra quemada", lo que ha provocado una inconmensurable explosión de caos a nivel económico, político y militar. La irracionalidad de la guerra nunca ha sido tan evidente.

Esta tendencia al aumento de la irracionalidad de los enfrentamientos bélicos va de la mano de la creciente irresponsabilidad de las fracciones gobernantes que llegan al poder, como ilustran la irresponsable aventura de Bush hijo y los "neo-cons" en Irak en 2003, la de Trump de 2018 a 2021 o la facción en torno a Putin en Rusia. Son la emanación de la exacerbación del militarismo y de la pérdida de control de la burguesía sobre su aparato político, lo que puede llevar a un aventurerismo fatal, a largo plazo, para estas facciones, pero con el peligro, sobre todo, para la humanidad.

Al mismo tiempo, las consecuencias de la guerra para la situación económica de muchos países son dramáticas. Rusia es un importante proveedor de fertilizantes y energía, Brasil depende de sus fertilizantes para sus cultivos. Ucrania es un gran exportador de productos agrícolas, y es probable que suban los precios de productos básicos como el trigo. Estados como Egipto, Turquía, Tanzania o Mauritania dependen al 100% del trigo ruso o ucraniano y están al borde de una crisis alimentaria. Sri Lanka y Madagascar, ya sobreendeudados, están en bancarrota. Según el secretario general de la ONU, la crisis ucraniana corre el riesgo de "empujar hasta 1,700 millones de personas (más de una quinta parte de la humanidad) a la pobreza, la indigencia y el hambre". Las consecuencias económicas y sociales serán mundiales e incalculables: empobrecimiento, miseria, hambre...

Lo mismo ocurre con las amenazas ecológicas para el planeta. Los combates que asolan Ucrania, país que cuenta con la tercera central nuclear de Europa, en una región con una industria envejecida, herencia de la época "soviética", presentan enormes riesgos de catástrofes ecológicas y nucleares. Pero, de forma más general, en Europa y en el mundo, si oficialmente la transición energética sigue siendo la prioridad, la necesidad de deshacerse de los combustibles rusos y de responder a la subida de los precios de la energía empujan a las principales economías a tratar ya de reactivar la producción de carbón, petróleo, gas y energía nuclear. Alemania, los Países Bajos y Francia ya han anunciado medidas en este sentido.

La imprevisibilidad del desarrollo de los enfrentamientos, las posibilidades de que se les vaya de las manos, que son más fuertes que durante la Guerra Fría, marcan la actual fase de descomposición y constituyen una de las dimensiones especialmente preocupantes de esta aceleración del militarismo. Más que nunca, la actual barbarie guerrera pone de manifiesto la actualidad para la humanidad de la alternativa "socialismo o destrucción de la humanidad". En lugar de la muerte y la barbarie capitalista: ¡el socialismo!

R. Havannais, 4 de julio de 2022

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