TEXTOS DEL SEGUNDO CONGRESO DE REVOLUTION INTERNATIONALE

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Los textos sobre la “situación internacional” y sobre el periodo de transición que publicamos en este número de la Revista Internacional son informes del Segundo Congreso de R.I., sección de la C.C.I. en Francia. Ambos temas fueron como el telón de fondo en que se inscribieron los trabajos del Congreso, el eje de los debates. Sí estaba en el orden del día del Congreso, no fue por razones teóricas generales sino como respuesta al desarrollo de la situación general. Porque la actual evolución de la crisis del sistema (que no es sino la continuación de su decadencia) plantea, por su agudización, cada vez más abiertamente la perspectiva revolucionaria como única salida posible. Hoy el ahondamiento inevitable de la crisis, de la que ya nadie pretende sacarnos un día, va a obligar al proletariado a recuperar las armas de su lucha histórica. Y ahora que el capital ya no intenta atraer con espejismos de “años mejores” sino que ya solo puede pedir a los proletarios del mundo entero que “se aprieten el cinto”, la revolución aparece no ya como una posibilidad lejana sino como una necesidad vital. El contenido del socialismo, los primeros problemas que planteará la victoria se vuelven una preocupación cada vez mayor para los revolucionarios. A esos problemas quiso responder el Congreso: el análisis de la situación que lleva a la revolución y los primeros problemas que su victoria planteará al proletariado. Ambos aspectos del porvenir, la situación antes y después de la revolución, estarán cada vez más ligados. La actual crisis hace de la revolución una perspectiva cada vez más concreta, lo cual lleva a plantearse el problema del contenido de esta.

Por eso, hoy, algunos grupos se ven llevados a preocuparse por los problemas del periodo de transición y apreciar su importancia. Grupos como el PIC, CWO, la revista Spartacus han consagrado artículos en sus publicaciones sobre ese tema que hace algunos años se desconocía prácticamente en el movimiento obrero que renacía. Es esencialmente la evolución de la realidad misma lo que ha originado esa preocupación. Hizo falta que la crisis apareciera con toda su crudeza para que, elementos de la clase, como ICO, el GLAT, Alarma o los situacionista en 1968-69, hacían bromas sobre las “profecías” de R.I. se vieran obligados a reconocerla y hablar de ella. Pues de la misma manera, también ha sido la evolución actual de la situación lo que lleva a diferentes grupos a preocuparse por los problemas de la revolución y a reconocerlos como problemas. “La humanidad no se plantea problemas que no puede resolver”. La realidad es quien provoca el desarrollo de la conciencia del proletariado de sus intereses y de tareas; es la que pone a los revolucionarios frente a sus responsabilidades en el desarrollo de esa conciencia.

Así pues, cada vez más, la evolución de la situación va a hacer que se plantee el problema del contenido de la revolución, problema que se hará preocupación creciente en el movimiento obrero. ¿Quién toma el poder?, ¿cómo es ese poder?, ¿cómo se organiza?, ¿cuáles son las primeras medidas que toman?, todo se va a plantear y a discutir ampliamente. Es únicamente en base a las experiencias del pasado de la clase como los primeros elementos de una respuesta podrán aportarse. Para ello se necesita una profunda reflexión; la responsabilidad de los revolucionarios a este respecto es tanto más grande porque se rompió la continuidad orgánica con el movimiento obrero del pasado; y el desconocimiento por parte del movimiento obrero actual de lo adquirido en su propio pasado aumenta las dificultades. Ya desde hace varios años, R.I. ha iniciado y desarrollado discusiones sobre el periodo de transición; ahora, de momento, se han concretado en la resolución publicada en esta revista, la cual sirve como contribución en la discusión dentro de la CCI y para la clase obrera en su conjunto.

El texto sobre la “Situación Internacional” que va primero, aparte de ser un cuadro general de la situación política mundial, procura hacer la síntesis de las discusiones sobre la actualidad que hubo durante el pasado año en la CCI, y poner de relieve los diferentes factores que intervienen en cualquier situación; en este sentido, es también un texto de método que intenta afinar las armas para entender cualquier situación política.

El segundo Congreso de Revolution Internationale no solo se preocupó de problemas “específicos” de la sección en Francia; hizo y concibió su trabajo como parte integrante de la CCI. Ya hemos publicado los textos que incumben más directamente a la sección de Francia en R.I. nº32, pero en los textos que aquí siguen son de interés general e internacional y como tales los ponemos en nuestra prensa internacional para todo el movimiento obrero.

  1. LA SITUACION POLITICA INTERNACIONAL

- I -

Durante años, los portavoces de la burguesía han tratado de exorcizar con pretensiones científicas a los demonios de la crisis. Cubriendo con Premios Nobel y honores a sus economistas más más estúpidamente beatos, la clase burguesa esperaba que los hechos se plegarán a sus aspiraciones. Hoy la crisis del capitalismo aparece con tal evidencia que hasta los sectores más “confiados” y “optimistas” de la clase dominante han admitido no solamente su existencia sino también su gravedad. Por eso, la tarea de los revolucionarios ya no es la de anunciar la inevitabilidad de la crisis, sino subrayar el fallo de las teorías que crecieron como hongos tras las lluvias en la época de la falaz “prosperidad” que acompañó a la reconstrucción de las ruinas de la segunda guerra mundial.

- II-

Entre las teorías más en boga en el mundo burgués, la de la Escuela Neo-Keynesiana era la favorita. ¿No había acaso anunciado una era de prosperidad ilimitada gracias a una intervención atinada del Estado en la economía, gracias a la herramienta del presupuesto? Desde 1945 esta intervención ha sido regla general en todos los países: la catástrofe económica presente viene a anunciar la muerte de las ilusiones de los discípulos de aquel que la burguesía considera como “el mayor economista del siglo XX”.

 De manera general, la situación actual ilustra la derrota de todas las teorías que han hecho del Estado un posible Salvador del sistema capitalista contra la amenaza de sus propias contradicciones internas. El capitalismo de Estado, que ha sido presentado como la simple prolongación del proceso de concentración comenzado en el periodo ascendente del capitalismo o como “superación de la ley del valor”, se revela cada vez más como lo que siempre ha sido desde su aparición durante la Primera Guerra Mundial: la manifestación, esencialmente a nivel político, de los esfuerzos desesperados de un sistema económico acechado para preservar un mínimo de cohesión y para asegurar, no ya su expansión, sino la supervivencia. La violencia con la cual la crisis mundial golpea hoy los países en donde el capitalismo de Estado se ha desarrollado más, va echando por los suelos las ilusiones sobre su naturaleza “socialista” y sobre la pretendida capacidad de “planificación” o del “monopolio del comercio exterior” para acabar con la anarquía capitalista. En esos países se vuelve cada vez más difícil ocultar el desempleo tras una infrautilización de la mano de obra. Ahora, las autoridades reconocen abierta y oficialmente la existencia de esa plaga típicamente capitalista. Igualmente, la subida de los precios, que hasta estos últimos tiempos no tocaba sino el mercado paralelo, se extiende de manera espectacular al mercado oficial. La economía de esos países, que tiene la pretensión de aguantar bien las convulsiones del capitalismo mundial, se revela frágil y mal armada para enfrentar la exacerbación actual de la competencia comercial. Lejos de ser capaz como lo anunciaban ciertos de sus dirigentes de superar el capitalismo occidental, esas economías durante estos últimos años han contraído enormes deudas hacia él, lo cual la sitúa hoy prácticamente en una situación de bancarrota. Esta deuda considerable desmiente de una manera mordaz todas las teorías que, olvidando -a veces en nombre del “marxismo”- que la saturación general de los mercados no es un fenómeno específico de tal o cual región del mundo, sino que toca al conjunto del capitalismo, creyeron encontrar en los países llamados socialistas mercados milagrosos que iban a resolver los problemas que asaltan al capital.

Desde finales de los años 60, cuando la burguesía empezó a tomar conciencia de las dificultades de su economía, no han dejado de repetir que la situación actual es fundamentalmente diferente de la de 1929. Aterrada ante la idea de que pudiera conocer otra “depresión” de ese tipo, la burguesía ha tratado consolarse poniendo de relieve todas las diferencias que distinguen la crisis actual de la de entre las dos guerras. Y ha ido destacando, separados del conjunto, los diferentes aspectos y las diferentes etapas de la crisis para no hablar más que de “crisis del sistema monetario” seguida por la “crisis del petróleo”, que sería responsable tanto de la inflación galopante como de la recesión.

Al contrario de lo que piensa la mayoría de los “especialistas” de la clase dominante, la crisis de 1929 y la crisis actual tienen la misma naturaleza fundamental; las dos se inscriben en el ciclo infernal de la decadencia del modo de producción capitalista: crisis-guerra-reconstrucción- nueva crisis, etc. Ambas son la expresión del hecho de que, después de un período de reconstitución del aparato productivo destruido por la guerra imperialista, el capitalismo se encuentra de nuevo incapaz de vender su producción en un mercado mundial saturado. Lo que distingue a las dos crisis son aspectos circunstanciales. En 1929, la saturación del mercado se traduce por una caída brutal del crédito privado que se expresa en la caída brutal de la Bolsa. Después de un primer período de desbandada, tuvo lugar, por medio de políticas de armamento y de grandes obras como en la Alemania de Hitler y el “New Deal” americano, una intervención masiva del Estado en los mecanismos económicos que le dio un nuevo impulso a la economía, de manera momentánea. Pero esta política encuentra sus propios límites por el hecho de que las reservas financieras del Estado no son inagotables: en 1938, las cajas están vacías y la economía mundial se hunde en otra depresión de la cual no sale sino con …  la guerra.

En el período que sigue a la Segunda Guerra, la intervención estatal no se reduce como después de la Primera Guerra. En particular el presupuesto del armamento conserva un lugar fundamental en la economía. Esto explica el mantenimiento desde 1945 de una inflación estructural. Esta expresa la presión creciente de los gastos improductivos necesarios para la supervivencia del sistema y que conduce a un endeudamiento cada vez más generalizado, en especial por parte de los diferentes Estados. Con el final de la reconstrucción y la saturación de los mercados, el sistema no tiene otra escapatoria que la de continuar con la misma política de endeudamiento que transforma la inflación estructural en inflación galopante. Desde entonces, no le queda al capitalismo otra salida que oscilar entre esa inflación y la recesión que vuelve a aparecer apenas los gobiernos tratan de combatir la inflación: por ello los planes de reactivación y los planes de austeridad se suceden a un ritmo cuya aceleración traduce en realidad la agravación catastrófica de las convulsiones del sistema. En la fase actual de la crisis, es de manera cada vez más simultánea y no alterna como la inflación y la recesión se abaten sobre las economías mundiales.

La intervención sistemática del Estado le ha evitado al sistema una caída brutal del crédito privado como la de 1929. Obnubilada por epifenómenos e incapaz de comprender las leyes fundamentales de su propia economía, la burguesía no ve todavía llegar su nuevo 29... por la sencilla razón que se encuentra ya en la situación de 1938.

-IV-

La situación presente de la economía mundial también desmiente la idea, defendida hasta en las filas de los revolucionarios, de que la crisis actual es una “crisis de reestructuración”, entendida no en el sentido de que su única salida es la transformación de la estructura de la sociedad, sino como resultado de un nuevo arreglo de las estructuras económicas existentes. En particular, con tal concepción, las medidas de capitalismo de Estado son presentadas a menudo como un medio para el sistema de superar sus contradicciones.

Sí hacia finales de los años 60 ese tipo de teoría podía tener algo de credibilidad, hoy aparece como elucubraciones de intelectuales más o menos originales. Los dirigentes de la economía burguesa serían unos pésimos aprendices de brujos si hubieran hundido la economía en semejante caos únicamente para “reestructurarla”. En realidad, en todos los terrenos, la situación está hoy mucho peor que hace 5 años,  aunque hace cinco años ya se había deteriorado notablemente con respecto a la de hace diez años, Si las condiciones de hace diez años condujeron a las de hace cinco años y la de esta época al resultado actual, es imposible imaginarse cómo las condiciones presentes, (la recesión, el endeudamiento y la inflación nunca habían sido tan alarmantes) podrían desembocar en una mejora cualquiera de la situación de la economía capitalista.

 Los Premios Nobel de Economía, al igual que los “revolucionarios” que echaron por el suelo al marxismo según ellos “superado”, tendrán que resignarse: la crisis actual es una crisis sin salida y que no para de agravarse.

Aunque la crisis actual no pueda sino ir dándose de manera ineluctable, aunque ninguna medida que tome la clase dominante sea capaz de detener su curso, la burguesía se ve, sin embargo, obligada a tomar toda una serie de disposiciones con el fin de tratar, en la desbandada general, de asegurar un mínimo de defensa de su capital nacional y de frenar su degradación.

Por el hecho de que la crisis es el resultado del carácter limitado del mercado mundial que impide la expansión de la producción capitalista, cualquier defensa de los intereses de un capital nacional pasa necesariamente por reforzar sus capacidades competitivas con respecto a los demás capitales nacionales y en definitiva por echar sobre los otros, parte de sus propias dificultades. Además de las medidas de carácter exterior capaces de mejorar sus posiciones en el escenario internacional, cada capital nacional debe, a nivel interno, adoptar una política que tienda a disminuir el precio de coste de sus mercancías con respecto al de otros países, lo cual supone una reducción de los gastos que entran en la fabricación de cada producto. Esta disminución exige una rentabilización máxima del capital y una disminución del consumo global del país, lo cual implica un ataque, por una parte, contra los sectores más atrasados de la producción y contra el conjunto de las clases medias, y por otra, contra el nivel de vida de la clase obrera.

Es, pues, una política que contiene tres partes, -desplazamiento de las dificultades hacia los demás países, hacia las capas intermedias y hacia los trabajadores- que tienen como denominador común el refuerzo de la tendencia hacia el capitalismo de Estado, que la burguesía intenta implantar en todos los países. Este desarrollo del capitalismo de Estado encuentra resistencias, originando contradicciones cuyos mecanismos dan lugar a que la crisis económica desemboque en crisis política, que tiende hoy a generalizarse a su vez.

-VI-

La primera parte de la política de la burguesía de cada país, frente a la crisis el intento de desplazar las dificultades hacia los otros países tropieza con el límite inmediato y evidente de entrar en contradicción con el mismo intento por parte de las demás burguesías nacionales. No puede conducir más que una agravación de las rivalidades económicas entre países que necesariamente acaba teniendo repercusiones a nivel militar. Pero tanto a nivel económico como con mayor razón a nivel militar, ninguna nación puede oponerse sola a todas las otras naciones del mundo. Es lo que explica la existencia de bloques imperialistas que tienden necesariamente a reforzarse a medida que la crisis se profundiza.

La división en bloques no está determinada necesariamente por las rivalidades comerciales mayores (así, por ejemplo, Europa Occidental, Estados Unidos, Japón, principales competidores a nivel económico se encuentran en el mismo bloque imperialista) que no cesan de agravarse. Pero, si enfrentamientos militares entre países de un mismo bloque siempre pueden suceder (por ejemplo, Israel y Jordania en 67, Grecia y Turquía en 74), esas tensiones económicas no pueden impedir la “solidaridad” militar de los principales países que lo constituyen frente al otro bloque. Al no poder expresarse a nivel militar dentro de un mismo bloque, so pena de favorecer al otro, la intensificación de las rivalidades económicas entre países desemboca en la intensificación de las rivalidades militares entre bloques. En tal situación, la defensa del capital nacional de cada país tiende a entrar cada vez más en conflicto con la defensa de los intereses del bloque de tutela, por la cual tiene que pasar inevitablemente. Además de la primera contradicción ya revelada, es pues esta una dificultad suplementaria con la cual tropieza la burguesía de cada país al iniciar la primera parte de su política contra la crisis y que no puede desembocar más que en la sumisión de los intereses nacionales a los del bloque de tutela.

-VII-

La capacidad de cada burguesía para realizar esa parte de su política está condicionada esencialmente por la potencia de su economía. Este hecho se traduce en primer lugar en un desplazamiento de los primeros ataques de la crisis hacia los países de la periferia del sistema: los del tercer mundo. Pero a medida que la crisis se agrava, sus efectos vienen a golpear cada vez más brutalmente en las metrópolis industriales, entre las cuales son también, las que poseen el potencial económico más sólido, las que resisten mejor. Así pues, la “reactivación” de 1975-76 de la cual se beneficiaron sobre todo los Estados Unidos y Alemania, se pagó con una deterioración catastrófica de las economías europeas más débiles, como las de Portugal, de España y de Italia, lo cual aumentó en igual medida su dependencia con respecto a los países más poderosos, sobre todo los EEUU. Esta supremacía económica repercute en el nivel militar, en el cual no solamente los países más débiles tienen que someterse de manera creciente al más poderoso, sino que además el bloque que tiene el poder económico más sólido (el dirigido por los EEUU) progresa y se refuerza en detrimento del otro. Hoy está claro, por ejemplo, que la famosa “derrota” americana en Vietnam fue en realidad un repliegue táctico de una zona sin gran interés militar o económico para ir a reforzar la potencia americana en las zonas mucho más importantes de África Austral y, sobre todo, del Oriente Medio. La agravación de la crisis anula pues las veleidades de “independencia nacional” que se habían desarrollado, favorecidas por la reconstrucción de ciertos países como Francia, al igual que desmiente brutalmente todas las mistificaciones entretenidas por la extrema izquierda del capital sobre la “liberación nacional” y la “victoria sobre el imperialismo americano”.

-VIII-

La segunda parte de la política burguesa frente a la crisis consiste en una mejor rentabilización del aparato productivo que se ejerce en contra de las capas sociales no proletarias. Consiste, por una parte, en un ataque contra el nivel de vida del conjunto de las clases medias ligadas a los sectores no productivos o a la pequeña producción, por otra parte, en una eliminación de los sectores económicos más anacrónicos, menos concentrados o que trabajan según técnicas arcaicas. Las capas sociales, generalmente bastante heteróclitas, afectadas por esas medidas, que están compuestas especialmente por el pequeño campesinado, los artesanos, la pequeña industria y el pequeño comercio, cuyos ingresos se ven a menudo reducidos de manera drástica con una agravación de la presión fiscal y de la competencia por parte de unidades productivas o de distribución más concentradas; lo más corriente es que se arruinen o se vean obligadas a abandonar su actividad. Esta política puede afectar también, con medidas de capitalismo de Estado, a las profesiones liberales, a los empleados superiores, ciertos sectores de la administración o del sector terciario, particularmente parasitarios, al igual que a fracciones de la clase dominante misma, bajo su forma más clásica, ligada a la propiedad individual.

Esta política del capital nacional tropieza necesariamente con la resistencia, a veces muy fuerte, del conjunto de esas capas que, aunque sean incapaces de unificarse y están históricamente condenadas, pueden pesar de manera notable sobre la vida política. Particularmente, esas capas pueden tener un peso electoral importante y a veces decisivo en ciertos países, en la medida en que constituyen el apoyo esencial de los gobiernos de derecha ligados al capitalismo clásico -que dominaron muchos países durante el período de reconstrucción- o bien una fuerza complementaria para gobiernos de izquierda, particularmente en Europa del norte. Por eso, la resistencia de esas capas sociales puede constituir un freno muy potente en contra de las medidas de capitalismo de Estado que esos Gobiernos se ven obligados a tomar de manera imperativa. Este freno puede, en ciertos casos, desembocar en una parálisis verdadera de las capacidades de esos gobiernos para tomar ese tipo de medidas, lo que viene a ser un factor agravante de la crisis política de la clase dominante.

-IX-

La tercera parte de la política capitalista frente a la crisis, la agresión al nivel de vida de la clase obrera es la que está destinada a convertirse en la más importante para el capital, en la medida en que esta clase es la principal productora de la riqueza social. Esta política, que tiene como fin esencial la reducción de los salarios reales y el aumento de la explotación se manifiesta principalmente a través de la inflación, que afecta más particularmente a los precios de bienes de consumo importantes en los medios obreros como la alimentación, el aumento masivo del desempleo, la supresión de ciertas “ventajas sociales”, que de hecho, forman parte de los medios de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto del salario y, finalmente, una intensificación, a veces violenta, de las cadencias de trabajo.

Esta agresión contra el nivel de vida de la clase obrera se ha vuelto una realidad evidente, reconocida por la clase capitalista misma que hace de ella la pieza angular de sus “planes de austeridad”. Esta agresión es, de hecho, mucho más violenta de lo que se atreven a afirmar las cifras oficiales, en la medida en que éstas no toman en cuenta el ataque contra las “ventajas sociales”, (medicina, seguro social y demás) ni el desempleo que no solo afecta a los trabajadores en paro, sino que pesa sobre el conjunto de la clase obrera al representar también una baja global del capital variable, destinado a mantener la fuerza de trabajo.

Esta situación destruye otra teoría que tuvo su momento de gloria durante el período de reconstrucción: la que proclamaba la falsedad de las previsiones marxistas sobre la pauperización absoluta del proletariado. Hoy ya no es de manera relativa, sino de manera absoluta cómo disminuye el consumo de los trabajadores y aumenta la explotación.

-X-

La agresión capitalista contra la clase obrera tropezó, desde su principio en 1968-69, con una respuesta muy viva por parte de esta. Este enfrentamiento entre burguesía y proletariado es el que hoy determina el curso general de la evolución histórica con respecto a la crisis: no una guerra imperialista como después de la crisis de 1929, sino guerra de clase. En este sentido, de las tres partes de la política burguesa, es la que se dirige directamente a la clase obrera a la que tiende a convertirse en primordial en la evolución política general. En particular en las zonas en donde el proletariado es más importante, el capital va a ir poniendo por delante sus fracciones políticas “de izquierda”, que son las más capaces para mistificar y encuadrar a la clase obrera para que acepte los “sacrificios” exigidos por la situación económica. En países industrializados, esta necesidad de llamar a la izquierda se hace sentir tanto más por cuanto la situación de la economía misma es incapaz de ser un factor de “consenso social” y de confianza en la capacidad del capitalismo para superar la crisis. Contrariamente a los países más prósperos y que resisten mejor ante la crisis, en los cuales no se necesita propaganda “anticapitalista” para amarrar a los trabajadores a su capital nacional, estos países están, pues, en vísperas de cambios importantes en su aparato político. Sin embargo, y es esta una contradicción suplementaria que asalta a la clase dominante, esos cambios tropiezan con una resistencia a menudo muy decidida por parte de los equipos que están todavía en el poder y que, aún en detrimento de los intereses globales del capital nacional, hacen todo lo posible para quedarse en el poder o conservar un lugar importante.

-XI-

En la aplicación de cada uno de esos tres ejes de su política, la burguesía se tropieza pues con toda una serie de resistencias y de contradicciones, pero cada vez más, esos ejes de la política capitalista llegan a entrar en contradicción entre sí mismos.

 En ciertos casos hay convergencia entre algunos de esos ejes: por ejemplo, las medidas necesarias de capitalismo de Estado que tienen que caer sobre los sectores más anacrónicos del capitalismo constituyen, al mismo tiempo, un buen medio para que las fracciones de izquierda del capital mistifiquen a los trabajadores, haciéndolas pasar como medidas “anticapitalistas” o “socialistas”. De igual modo, es posible que la lucha contra los sectores más anacrónicos de la sociedad sea llevada por fuerzas políticas que tienen la confianza y el apoyo del bloque de tutela, como es el caso hoy en España, en donde el proceso de “democratización” se hace en relación y con el acuerdo directo de la burguesía europea y americana. Sin embargo, se asiste a menudo a un conflicto entre las medidas de capitalismo de Estado, que la agravación de la crisis hace indispensables y el estrechamiento de las relaciones de sumisión del capital nacional con respecto a su bloque de tutela; ese conflicto puede ocurrir por un ataque a los intereses económicos de la potencia dominante o también por que las fuerzas políticas más apropiadas para tomar aquellas medidas, tienen, en política internacional, opciones que no están conformes con las del bloque. Puede surgir, en el mismo sentido, un conflicto entre las necesidades del capital nacional en política internacional y las mistificaciones nacionalistas que pondrá en práctica para encuadrar al proletariado.

 

A medida que la crisis se ahonda, esas diferentes contradicciones tienden a agudizarse y a volver aún más inextricables los problemas que se le plantean a la burguesía, la cual se ve cada vez más llevada a enfrentar esos problemas, no con un plan a largo plazo ni a término medio, sino uno por uno según van surgiendo, día a día, en función de las urgencias del momento. Este aspecto empírico de la política de la burguesía se ve acentuado aún más por el hecho que es una clase incapaz de tener una visión a largo plazo de sus propias perspectivas históricas. Verdad es que la burguesía puede aprovechar las experiencias pasadas que sus hombres, políticos y universitarios, economistas o historiadores le recuerdan cuando es necesario para evitar que cometa los mismos errores: por ejemplo, a nivel económico, supo evitar el pánico de 1929, al igual que, a nivel político, supo tomar, en 1945, disposiciones para evitar una oleada revolucionaria de postguerra como la de 1917-23. Sin embargo, esta utilización de sus propias experiencias no va nunca mucho más lejos que el aprendizaje de cierto número de respuestas precisas frente a situaciones de un repertorio ya conocido. Sus propios prejuicios de clase impiden a la burguesía tener una comprensión correcta de las leyes históricas, incapacidad agravada por el hecho de que es hoy una clase reaccionaria que domina una sociedad que está en plena descomposición y decadencia. Esta incapacidad se manifiesta con mayor amplitud, por cuanto la situación económica se le va de las manos y, con ella, la comprensión de los mecanismos cada vez más complejos y contradictorios de tal situación.

La comprensión de las diferentes políticas que la burguesía de tal o cual país adopta en tal o cual momento, así como la evolución de las relaciones de fuerza y de los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de esa clase, tienen pues que tomar en cuenta el conjunto de los datos contradictorios de los diferentes problemas que tiene que resolver y la importancia relativa que estos datos adquieren en los diferentes países, según su respectiva situación geográfica, histórica, económica y social. Tiene que tomar en cuenta, en particular, el hecho de que la burguesía no actúa necesariamente en cada momento de la manera más apropiada para la defensa de sus intereses inmediatos o históricos y que es a menudo a largo plazo y en conflictos a veces violentos que sus fracciones más capaces para encarar la situación se imponen a los que lo son menos.

-XIII-

Es en los países subdesarrollados en donde las contradicciones que encuentra la burguesía en sus intentos políticos son más violentas. La imposibilidad de desarrollo económico condena de antemano cualquier medida que tome la clase dominante: lejos de poder desplazar hacia otros países sus dificultades, sufre, al contrario, el peso de ese mismo tipo de política por parte de la burguesía de los países más desarrollados. Esta impotencia a nivel económico tiene como resultado a nivel político una inestabilidad crónica y convulsiones brutales. El enfrentamiento de las diferentes fracciones del capital nacional no puede solventarse en un terreno institucional con mecanismos “democráticos”; al contrario, las más de las veces desemboca en conflictos armados. Estos conflictos son particularmente violentos entre, por una parte, las fracciones más ligadas al capitalismo de Estado, cuya necesidad se hace sentir con mayor fuerza por la pobreza de la economía y, por otra parte, los sectores más anacrónicos de la producción, particularmente importantes debido al débil nivel de industrialización. Estos enfrentamientos entre diferentes sectores del capital nacional los amplifica generalmente el peso de las rivalidades Inter imperialistas, cuando no son éstas quienes pura y simplemente las crean, como es el caso hoy en el Líbano y en África Austral.

 Por todas estas razones, los países subdesarrollados constituyen el terreno de predilección de las luchas de “liberación nacional”, sobre todo cuando se encuentran en zonas acechadas por las grandes potencias imperialistas, así como de los golpes de Estado militares, en la medida en que el Ejército es, en general, la única fuerza de la sociedad que tiene un mínimo de cohesión y que dispone de ese elemento esencial en los conflictos entre sectores de la clase dominante de esos países: la fuerza física. Es esa fuerza la que, en estos países en particular, se hacen a menudo el agente más decisivo del capitalismo de Estado en contra de los sectores “democráticos” ligados a intereses privados. En esos países, los enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante son tanto más sistemáticos y duros por el hecho de que la clase obrera, a pesar de las reacciones a veces violentas que opone a una explotación feroz, es relativamente débil, a causa del bajo nivel de industrialización.

-XIV-

Es en los países económicamente más poderosos, en donde la clase dominante controla mejor el conjunto de problemas que hace resaltar la agravación de la crisis, en donde logra mantener mejor cierta estabilidad y dominio del juego político. Al tener una implantación más profunda, la economía de estos países aguanta mejor que aquellos. Lo cual suaviza las contradicciones internas, disponiendo así, por ahora, de medios políticos.

 Concretamente, esto se manifiesta por el hecho que el capital nacional dispone de una gran capacidad para hacer la competencia a sus adversarios a nivel económico y militar, lo que los hace menos dependientes con respecto a los bloques imperialistas. Esta capacidad la deben al peso muy débil de los sectores anacrónicos de la producción, tanto desde el punto de vista numérico, como económico y, por lo tanto, político, por la gran capacidad para mistificar a la clase obrera manejando el “argumento” de la “prosperidad” económica.

 Este último aspecto de la potencia de la burguesía es particularmente evidente en países como EEUU y Alemania occidental en donde la burguesía pudo darse el lujo de agredir oficialmente el nivel de vida del proletariado (baja notable del salario real y aumento masivo del desempleo) sin que éste, que es sin embargo el más poderoso del mundo, haya reaccionado de manera significativa. Por otra parte, en estos países, la tendencia general hacia el capitalismo de Estado que la crisis viene a acentuar de manera muy fuerte, no se traduce, como en los países atrasados, por un choque violento entre el sector estatal y el sector privado de la economía, sino en una fusión progresiva de ambos.

En estas condiciones, la burguesía dispone de un margen de maniobra relativamente grande que limita los enfrentamientos entre sus diferentes sectores (ver, por ejemplo, la similitud de los programas de los candidatos Ford y Carter en los EEUU) o las repercusiones de esos enfrentamientos (ver la facilidad con que la burguesía americana superó y explotó el asunto de “Watergate”). El bajo nivel de contradicciones que en los países ha producido, por ahora, la política capitalista de cada estado y bloque en dos de sus aspectos (1º y 3º que son históricamente los más importantes, es decir, 1º echar la crisis hacia los demás y 3º minar el nivel de vida de cada clase obrera) ha dado lugar, en estos países, a un protagonismo circunstancial de las contradicciones que produce la lucha intestina contra los sectores más anacrónicos de la burguesía (2º aspecto). Es así cómo se puede explicar la derrota de la socialdemocracia en Suecia y el retroceso del SPD en Alemania cuyo mantenimiento en el poder -gracias a la ayuda de los liberales- traduce las necesidades apremiantes de la burguesía alemana de medios que le permitan tomar medidas de capitalismo de Estado y embaucar a la clase obrera.

-XV-

En el caso de los países desarrollados, pero con un capitalismo más débil que los anteriores, en particular los países de Europa Occidental, las diferentes contradicciones a las que se enfrentan los distintos ejes de la política burguesa tienden en la actualidad a equilibrar sus respectivos pesos y a interactuar hasta conducir a situaciones que a primera vista parecen paradójicas y precarias. Este fenómeno es particularmente claro en la determinación del lugar de los P.C. en la vida política de varios países europeos. Estos partidos constituyen, en estos países, las fracciones del aparato político burgués más capacitadas tanto para tomar las medidas decisivas en la dirección del capitalismo de Estado que la situación requiere como para hacer que la clase obrera acepte los máximos sacrificios. En este sentido, su participación en el poder es cada vez más necesaria. Sin embargo, debido a sus opciones en política internacional y por el temor que inspiran en importantes sectores de las clases poseedoras, su acceso a las responsabilidades gubernamentales tropieza con una decidida resistencia por parte del bloque americano, que encuentra un importante apoyo entre los sectores más anacrónicos de la sociedad. En los últimos años, los PC han tratado de dar al resto de la burguesía el mayor número posible de pruebas de su compromiso con el capital nacional, de su independencia con respecto a la URSS y su voluntad de respetar las reglas democráticas vigentes en sus países; voluntad expresada en particular con el rechazo de la noción de "dictadura del proletariado". Sin embargo, todas estas concesiones no han sido suficientes, por el momento, para vencer esta resistencia, aun cuando la entrada de los PC en el gobierno se ha hecho muy urgente en algunos de estos países. Esto ilustra el hecho, ya señalado, de que la burguesía, sacudida por sus contradicciones a escala nacional e internacional, no se dota necesariamente de los instrumentos más apropiados en los momentos más oportunos. En este sentido es significativo que las situaciones y el equilibrio de poder que prevalece en este momento en un gran número de países europeos, especialmente en Portugal, España, Italia y Francia, es temporal e inestable.

-XVI-

Portugal es el país europeo que, en los últimos años, ha ilustrado más claramente la crisis política de la burguesía. Sus características de país subdesarrollado, que explican el papel fundamental que juega el ejército, junto con sus características de país desarrollado, en particular una fuerte concentración proletaria con una fuerte combatividad desde finales de 1973, están en el origen de las revueltas en este país en los años 1974 y 1975. El empuje inicial de las fuerzas de izquierda, - izquierda militar, izquierda e izquierdistas- que se explicaba tanto por la urgencia de las medidas del capitalismo de Estado en una economía particularmente decadente como por la necesidad de embaucar y desviar a la clase obrera, dio paso a un retorno del péndulo a la derecha gracias a la conjunción de un retroceso de la lucha de clases, una resistencia muy fuerte de los sectores vinculados a la pequeña propiedad contra el capitalismo de Estado y una enorme presión política y económica por parte del bloque americano. La actual orientación de la política portuguesa hacia la derecha (cuestionamiento de aspectos de la reforma agraria, regreso de Spínola, liberación de los agentes de la PIDE), si bien expresa el reflujo de la clase obrera y refuerza su desmoralización, es sin embargo insuficiente para enfrentar el próximo auge de luchas y, por tanto, está cargada de inestabilidad para el futuro

-XVII-

España es uno de los países europeos destinado a sufrir mayores convulsiones en los próximos años. Los rigores de la crisis al mismo tiempo que la senilidad y la impopularidad del viejo régimen franquista han puesto en la agenda importantes transformaciones políticas en dirección a la "democracia", facilitadas por la muerte de Franco. Estas transformaciones son tanto más urgentes para la burguesía en España en tanto que se enfrenta a uno de los proletariados más combativos del mundo y que la simple represión es cada vez menos capaz de contener. Estas transformaciones constituyen el "objetivo" fundamental en cuya dirección el capitalismo puede hoy, en España, desviar la combatividad obrera. Sin embargo, a pesar de la urgencia de la ruptura o de la “transición” democrática, este proceso se enfrenta a una resistencia muy fuerte por parte de los sectores más retrógrados de la clase dominante, cuyos apoyos esenciales son la burocracia estatal, el ejército y especialmente la policía. Además, la burguesía española, al igual que el conjunto de la burguesía occidental, sigue desconfiando enormemente de un PCE que, sin embargo, es de los más "eurocomunistas". Alarmada por la experiencia portuguesa, está especialmente preocupada por evitar que una transición demasiado rápida del poder a la oposición favorezca al PCE, que es la mayor fuerza. En este sentido, la burguesía hace todo lo posible para que, antes de esta transferencia de responsabilidades, se constituya un gran partido de centro, defensor de la burguesía clásica y capaz de hacerle contrapeso.

Es, pues, a través de la extrema fragilidad del equilibrio -traducción de las debilidades del capital nacional- entre el empuje de la lucha de clases, la resistencia de los vestigios del franquismo y los imperativos de la política del bloque occidental como se refleja hoy en España la crisis política de la burguesía.

-XVIII-

La situación del capital italiano se caracteriza también por la extrema precariedad de las soluciones políticas que ha podido encontrar hasta ahora. Ante una de las situaciones económicas más caóticas de Europa, su facción política dominante, la Democracia Cristiana, se ve incapaz de tomar las medidas de "reestructuración económica" y de fortalecimiento efectivo del Estado que son cada vez más urgentes. Aunque, en opinión de una parte creciente de la burguesía, la llegada al poder del PCI es indispensable, esta solución encuentra actualmente resistencias decisivas. Es la misma alianza entre los intereses de la burguesía norteamericana y de los sectores atrasados de la economía nacional (particularmente amenazados por el capitalismo de Estado) que había excluido al PC del poder en Portugal, la que hoy impide su acceso directo al poder en Italia. Ante las urgencias del momento, el PCI asume sus responsabilidades al frente del capital italiano de forma indirecta. Sin embargo, su "apoyo crítico" a la acción del gobierno en minoría de Andreotti sólo puede constituir un parche para salir del paso y que no puede prolongarse mucho tiempo sin graves peligros para ese capital.

En efecto, esta solución bastarda tiene la doble desventaja de no permitir la adopción de medidas enérgicas del capitalismo de Estado y de no poder ser presentada como una "victoria" de los trabajadores -como podría hacerlo una participación directa del PCI en el poder- mientras al mismo tiempo que hace soportar parte de la impopularidad de las medidas de "austeridad". Como en España, el capital en Italia está en la cuerda floja.

-XIX-

En Francia, un largo periodo de estabilidad política está llegando a su fin. Golpeado, como otros países latinos, por la crisis, el país está a punto de sufrir una gran agitación política. Las fuerzas políticas que llevan casi veinte años en el poder están cada vez más desgastadas y son impotentes para tomar medidas enérgicas para "sanear" la economía. Altamente dependientes de los sectores más atrasados de la sociedad, -como han demostrado los enfrentamientos parlamentarios por la "plusvalía"-, estas fuerzas sólo son capaces de realizar ataques relativamente tímidos contra el nivel de vida de la clase trabajadora, como demuestra la moderación del “plan Barre”. En estas circunstancias, "la izquierda unida” segura de sí presentó su candidatura para la sucesión de la derecha, que probablemente tendrá lugar tras las elecciones legislativas de 1978. Por eso, estas elecciones fueron cada vez más el centro de la polarización de la vida política en Francia, sobre todo porque deben permitir, con el oportuno relevo de las elecciones municipales de 1977, que la clase obrera, cuyo descontento e inquietud iban en aumento, por lo que esperara hasta esta "gran victoria".

A la espera de este resultado, la derecha se contentó con "seguir como siempre". Sin embargo, si la situación de Francia se asemeja a las de Portugal, España e Italia por su carácter transitorio, el capital de este país tiene, como traducción de una mayor fortaleza estructural, un mayor margen de maniobra y medios más importantes para hacer frente a sus dificultades políticas en el futuro inmediato.

-XX-

En muchos aspectos, la situación de Gran Bretaña no es fundamentalmente diferente de la de los demás países europeos que hemos considerado. Sin embargo, lo que hay que destacar, acerca de este país, es la paradoja entre la profundidad de la que la crisis y la capacidad de la burguesía para seguir controlando la situación políticamente. De hecho, si tenemos en cuenta los diferentes ejes de la política burguesa, la clase dominante no encuentra grandes problemas con las capas medias y, en particular con el campesinado, que es en proporción el más débil del mundo. Asimismo, su fracción de izquierda dominante, el Partido Laborista, goza de la plena confianza del bloque americano; por último, el capital ha demostrado una gran capacidad política al lograr dominar a uno de los proletariados más combativos del mundo, a través de un aparato sindical experimentado en el que el TUC y los “shop-stewards” se reparten eficazmente el trabajo.

Sin embargo, si la burguesía más antigua del mundo ha sorprendido momentáneamente por la amplitud de sus recursos, todo su "saber hacer" será finalmente impotente ante la gravedad de la situación de una economía que, desde 1967, ha sido una de las afectadas por la crisis mundial.

-XXI-

En los países llamados "socialistas", la situación no es fundamentalmente diferente de la de los países del bloque occidental. Es a través de las contradicciones planteadas por la divergencia entre los intereses de los bloques de tutela y el interés nacional, con la necesidad de reforzar la cohesión de un aparato productivo poco eficaz, con resistencias sordas, pero a veces decisivas, de sectores como el campesinado, con reacciones limitadas en cantidad, pero violentas de la clase obrera, es por lo que la crisis se transmite de la esfera económica a la política. Sin embargo, la gran fragilidad de estos regímenes, ligada a su debilidad económica y a su gran impopularidad, les deja muy poco margen de maniobra, a diferencia de los países "democráticos". En particular, la ausencia de fuerzas políticas de recambio del capital, ligada a su control estatal casi total, impide un "relevo democrático", al estilo español, capaz de canalizar el descontento de los trabajadores. Los únicos cambios que el aparato político de estos países es capaz de hacer es la modificación de las camarillas dirigentes en el seno del partido único, lo que limita significativamente su capacidad de mistificación. Por eso, aparte de la recuperación y de la institucionalización de los órganos que la clase puede darse en el curso de sus luchas y de poner en primer plano los temas "democráticos" agitados por fuerzas limitadas destinadas a permanecer en la oposición, el capital en estos países tiene pocos medios para encuadrar a la clase obrera que no sean la represión sistemática y feroz. En cada uno de estos puntos, la situación en Polonia es particularmente significativa: pone de manifiesto la gran debilidad del capital en estos países, la gran rigidez y las convulsiones de su aparato político que están ligadas a esta debilidad, así como su impotencia para llevar a cabo un ataque en toda regla contra el nivel de vida del campesinado y de una clase obrera particularmente combativa.

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Entre los países "socialistas", China es un caso significativo. Su evolución – que la agravación de la crisis ha puesto de relieve - tanto en la política interior como en política internacional, confirma una serie de análisis ya expuestos para otros países.

En primer lugar, su acercamiento a EE.UU. a finales de los años 60, desmiente la tesis de que existe un "bloque del capitalismo de Estado" con intereses fundamentalmente "unidos" frente al "bloque del capitalismo privado". Este acercamiento ilustra también la imposibilidad de que una verdadera independencia de un país, por poderoso que sea, sea una alternativa a los dos grandes bloques imperialistas que se reparten el planeta, ya que la única "independencia nacional" consiste, en última instancia, en la posibilidad de pasar de la órbita de uno al otro bloque imperialista.

En segundo lugar, las convulsiones que siguieron a la muerte de Mao ponen de manifiesto la gran inestabilidad de este tipo de régimen: el enfrentamiento entre fuerzas políticas más o menos favorables al bloque ruso o estadounidense se combina, como en otras partes, con las oposiciones entre diferentes orientaciones económicas y políticas y entre diferentes sectores de la burocracia estatal, para desembocar en violentos e incluso sangrientos ajustes de cuentas entre las diferentes camarillas que forman el Estado y el Partido.

En tercer lugar, la aparición a la cabeza del Estado del antiguo jefe de policía Hua Kuo-Feng, que se apoya en gran medida en el ejército, ilustra a la vez que la represión más sistemática y abierta constituye el medio privilegiado para contener la lucha de clases y que, a pesar de sus características particulares, China no escapa a la regla que asigna al ejército un lugar decisivo en la política interior de los países subdesarrollados.

-XXIII-

Si bien hemos tenido en cuenta no sólo uno, sino los tres ejes de la política burguesa frente a la crisis y el conjunto de contradicciones que provocan en diferentes niveles, para comprender las condiciones de la actual crisis política de la clase dominante, esto no significa que cada uno de estos tres ejes tenga un impacto igual en la evolución de la crisis. Ya hemos puesto de relieve el hecho de que algunos de ellos pueden, en ciertos momentos y de manera circunstancial, ser el elemento determinante de una situación, pero también es cierto que, históricamente hablando, algunos de esos ejes tenderán a tomar más importancia que los demás, de manera definitiva. Se puede establecer así que la importancia de los problemas ligados al ataque capitalista contra las capas medias va a disminuir en favor de los problemas ligados con los intereses fundamentales del capital y que están en la base de la alternativa abierta por la crisis: la guerra de clases generalizada o la guerra imperialista. Por lo tanto, en el período que se avecina asistiremos a un aumento del peso de las cuestiones vinculadas a la competencia entre capitales nacionales, lo que se traducirá por una agravación de las tensiones Inter imperialistas y en un refuerzo de la cohesión en el seno de los bloques, y, por otra parte, a la importancia del factor de la lucha de clases. En la medida en que esta última es la que determina la supervivencia del sistema, acabará `por ponerse progresivamente en el primer plano relegando a la que le precede, según vaya aumentando el cuestionamiento de la supervivencia del sistema. La historia nos ha demostrado, particularmente en 1918, que el único momento en que la burguesía puede olvidarse de sus divisiones entre naciones, es cuando está en juego su propia vida, pero entonces es perfectamente capaz de hacerlo.

Una vez planteadas esas perspectivas globales, el examen de la situación política en la mayoría de los países (con la posible excepción de España y Polonia) lleva a la conclusión de que, en el último año, el factor de la lucha de clases fue relativamente poco importante en comparación con los demás factores, en la determinación de la manera de dirigir sus asuntos por parte de la burguesía. Y, de hecho, si a diferencia de los años 30, la perspectiva general no es la guerra imperialista sino la guerra de clases, hay que señalar que la situación actual se distingue por la existencia de un gran desfase entre el nivel de la crisis económica y política y el nivel de la lucha de clases. Este desfase es especialmente llamativo si nos fijamos en el país que, desde 1969, ha visto el mayor número de movimientos sociales: Italia. Si, en este país, los primeros ataques de la crisis habían provocado reacciones obreras tan potentes como la del "mayo rampante" de 1969, la verdadera agresión real contra la clase obrera, producto de la degradación de la situación económica, así como el caos político también resultante de esta situación, sólo encuentran frente a ellos una respuesta proletaria muy limitada, sin punto de comparación con la del pasado. No sólo hay que hablar del estancamiento de la lucha de clases, sino también de su retroceso, que afecta tanto a la combatividad del proletariado como a su nivel de conciencia, ya que hoy, y particularmente en Italia, el aparato sindical -que ha sido zarandeado y denunciado por un gran número de trabajadores en el pasado- ha restablecido un control bastante eficaz sobre ellos.

-XXIV-

Independientemente de las explicaciones que puedan darse para la actual disminución de la lucha de clases, este fenómeno ha dado un golpe de gracia a todas las teorías que veían en la lucha de clases la causa del desarrollo de la crisis. Tanto si son obra de los economistas burgueses, generalmente los más estúpidos y reaccionarios, como si intentan esconderse detrás del "marxismo", estas concepciones son hoy bastante incapaces de explicar cuál es el mecanismo que hace que un repliegue de la lucha de clases pueda provocar tal agravamiento de la crisis económica. El "marxismo" de los situacionistas, que vieron en mayo de 1968 la causa de las dificultades económicas que sólo descubrieron con varios años de retraso, al igual que el de la GLAT, que se pasa el tiempo haciendo juegos malabares con montones de cifras, no les vendría mal una cura de salud.

Por otra parte, la situación actual parece llevar agua al molino de las teorías que consideran que la crisis es el enemigo de las luchas obreras y que el proletariado sólo puede hacer su revolución contra un sistema que funciona "normalmente". Esta concepción, que encuentra argumentos históricos en el periodo que siguió a la lucha de clases después de 1929, es una de las expresiones, cuando la desarrollan los revolucionarios, de la desmoralización engendrada por la terrible contrarrevolución que ha marcado la mitad del siglo XX. No toma en cuenta el conjunto de la experiencia histórica y siempre ha sido combatida por el marxismo. Del mismo modo, hoy en día, tampoco hay que examinar la situación de manera estática e inmediata (lo cual puede llevar efectivamente a la conclusión de que el retroceso de las luchas es consecuencia de la agravación de la crisis) sino tomar en cuenta el conjunto de las condiciones y características del desarrollo del movimiento proletario. Solo así se puede comprender las causas de ese repliegue y, de este modo, sacar a la luz las perspectivas a las que conduce esta situación. De todos los factores que determinan la situación actual, hay que tener en cuenta, particularmente, tres:

- las características del desarrollo histórico de los movimientos revolucionarios de la clase;

- la naturaleza y el ritmo de la crisis actual;

- la situación creada por medio siglo de contrarrevolución.

-XXV-

Desde hace más de un siglo, los revolucionarios han demostrado que, a diferencia de las revoluciones burguesas que "iban de éxito en éxito", las revoluciones proletarias "interrumpen a cada instante su propio curso, (...) parecen vencer a su adversario sólo para permitirle sacar nuevas fuerzas de la tierra y volver a levantarse con más fuerza frente a ellas" (K. Marx, El 18 Brumario). Este curso, lleno de altibajos, de la lucha de clases, que se manifiesta tanto en grandes ciclos históricos de flujo y de reflujo, como fluctuaciones dentro de estos grandes ciclos, está vinculado al hecho de que, a diferencia de las clases revolucionarias del pasado, la clase obrera no tiene ninguna base económica en esta sociedad. Sus únicas fuerzas son su conciencia y su organización, constantemente amenazados por la presión de la sociedad burguesa; cada uno de sus tropiezos no se traduce en una simple interrupción momentánea de su movimiento, sino en un reflujo que tira por los suelos tanto a la una como a la otra y sume, a la clase, en la desmoralización y la atomización.

Este fenómeno se acentúa aún más con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, en la cual la clase obrera ya no puede tener organizaciones permanentes basadas en la defensa de sus intereses como clase explotada, como pudieron hacerlo los sindicatos en el siglo pasado. Hoy, tras la contrarrevolución más terrible de su historia, esos altibajos del desarrollo de las luchas de clase se refuerzan aún más debido a la profunda ruptura entre las nuevas generaciones obreras y las experiencias pasadas del proletariado. El proletariado debe, por tanto, repetir toda una serie de experiencias antes de poder sacar lecciones válidas de ellas, para volver a conectar con su pasado y de extraer de sus experiencias las lecciones que deberá integrar en sus luchas futuras.

Este largo camino de la lucha de clases se alarga aún más hoy, por las condiciones en que tiene lugar la recuperación de esas luchas: el lento desarrollo de la crisis económica del sistema. Los anteriores movimientos revolucionarios del proletariado se han desarrollado todos tras las guerras, lo que los situaba de manera inmediata frente a las convulsiones más violentas que puede experimentar la sociedad capitalista y los ponía rápidamente frente a problemas políticos, y en particular, frente al problema de la toma del poder. En las condiciones actuales, la toma de conciencia de la bancarrota total del sistema, sobre todo allí donde el proletariado está más concentrado, es decir, en los países más desarrollados, es necesariamente un proceso lento que sigue el ritmo de la propia crisis. Esto permite el mantenimiento, durante un largo período, de toda una serie de ilusiones sobre la capacidad del sistema para superar la crisis, gracias a diferentes fórmulas que los equipos de recambio de la burguesía ponen en primer plano.

-XXVI-

Es el conjunto de esta situación lo que permitió al capital recuperar parte del terreno perdido al principio de la crisis, frente a las súbitas reacciones de clase que había provocado, y que, al principio, habían sorprendido a la clase dominante. En particular, las fracciones izquierdistas del capital y sus aparatos sindicales sabotearon sistemáticamente las luchas, ya sea cuando estaban en el poder, agitando la amenaza de un "retorno de la derecha o de la reacción", o, aún más a menudo, presentando la llegada de la izquierda -que en todo caso se hacía cada vez más necesaria para imponer medidas de capitalismo de Estado a los sectores vinculados a la propiedad individual- como una forma de superar la crisis y proteger los intereses proletarios. En esta tarea, los izquierdistas jugaron un papel muy importante a través de sus políticas de "apoyo crítico", arrastrando hacia el terreno electoral y sindical a los elementos de la clase que empezaban a desencantarse de la izquierda clásica.

Esta perspectiva de victoria de la izquierda se vio facilitada por la decepción que una serie de derrotas en sus luchas económicas podía suponer para la clase: sintiendo la necesidad de una "politización" de su acción, pero sin tener aún suficiente experiencia, se vio conducida al terreno de una "politización" burguesa. Esta decepción también tuvo como consecuencia el desarrollo de cierto fatalismo entre los trabajadores que los incita a no reaccionar de nuevo ante un agravamiento mucho más violento de la crisis.

-XXVII-

Todas estas condiciones permiten explicar las causas del actual desconcierto del proletariado y de la relativa debilidad de sus luchas. Pero con el irremediable agravamiento de la crisis económica y el hecho de que, a diferencia de 1929, la clase de hoy no ha sido vencida, estas condiciones que permitieron momentáneamente a la clase dominante restablecer su dominio sobre la clase obrera van a ir agotándose.

En efecto, con la profundización de la crisis y el violento agravamiento que implica contra las condiciones de vida del proletariado, éste se verá obligado una vez más a reaccionar, cualesquiera que sean las mistificaciones que tiendan a impedir su toma de conciencia. Esta reacción obligará a la izquierda y a sus acólitos izquierdistas a desenmascararse un poco más en donde todavía no lo ha hecho.

Su acceso a la cabeza del Estado, cada vez más indispensable, constituirá probablemente, en un primer momento, un factor adicional de contemporización. Pero, al mismo tiempo, van a aparecer las condiciones que permitirán al proletariado comprender la única salida a su lucha: el enfrentamiento directo con el Estado capitalista. Finalmente, la acumulación de experiencias de clase le permitirá adquirir los medios para sacar las lecciones de ellas, transformándose a partir de entonces la desmoralización y las mistificaciones sufridas anteriormente en elementos adicionales de combatividad y de toma de conciencia.

Por el momento, las maniobras mistificadoras desplegadas por la burguesía siguen dando sus frutos y el papel de los revolucionarios es continuar denunciándolas con la máxima energía, y especialmente las promovidas por las corrientes de "izquierdistas". Pero la propia existencia de la actual brecha entre el nivel de la crisis y el de la clase pone al orden del día importantes resurgimientos de esta última que tenderán a borrar ese desfase. La relativa calma de la clase mientras la crisis asestaba golpes cada vez más violentos, sobre todo en 1974-75, y que en un principio la dejó aturdida, no puede interpretarse como una inversión de la tendencia general a la reanudación de las luchas que apareció a finales de los años 60. La calma actual es como la que precede a las tempestades. Tras un primer asalto a finales de los años 60 y principios de los años 70, la clase obrera se prepara y concentra sus fuerzas para un segundo asalto, a menudo de manera todavía inconsciente. Los revolucionarios deben anticiparse a este próximo asalto para no dejarse sorprender por él y poder asumir plenamente su función en la lucha que se avecina.

31/10/76

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