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El 150 aniversario de la Comuna permitió una vez más a la burguesía presentarnos a los Comuneros como “alborotadores” sedientos de sangre y destructores nihilistas: ¿no mataron a los rehenes? ¿No destruyeron casi todo París con fuego? Siempre es interesante ver que, a un siglo y medio de distancia, la burguesía todavía tiembla ante el ejemplo de la Comuna. Y lástima que las ejecuciones de unas pocas decenas de rehenes respondieran solo a miles de ejecuciones sumarias, si, dentro de la Comuna, la toma de rehenes estuvo muy lejos de lograr la unanimidad, si la liberación de los eclesiásticos capturados por la Comuna, como el arzobispo Darboy, fue de hecho rechazado por el Versalles, prefiriendo dejar a cientos de prisioneros y rehenes en lugar de liberar, solamente, a Auguste Blanqui.
Una represión peor que en 1848
La represión de las Jornadas de junio de 1848 estaba todavía en la memoria de todos; El general Galliffet guardó tal recuerdo de ello que eligió preferentemente a los presos comuneros ancianos, que hubiesen podido participar. En 1871, la burguesía francesa desató una potencia de fuego mucho mayor cuando los soldados bombardearon París, independientemente del daño y las bajas que esto causaría. Distritos enteros fueron pasados por las armas, y si los comuneros prendieron fuego a edificios y símbolos del poder burgués, como el Palacio de las Tullerías, ¡fue para cubrir su retirada y frenar el avance de las hordas de Versalles! Los asesinatos y ejecuciones sumarias alcanzaron cotas inimaginables durante el episodio final de la Comuna, la famosa “Semana Sangrienta”, que tuvo lugar entre el 21 y el 28 de mayo de 1871, durante el cual las tropas de Versalles emprendieron una salvaje represión, ejecutando continuamente a hombres, mujeres y niños, cuya única culpa fue haberse rebelado contra su condición de explotados. Al menos 15.000 personas recibieron disparos en tan solo unos días.
El trágico aislamiento de la Comuna de París
Marx, desde el comienzo de la insurrección, había advertido a los comuneros contra el aislamiento de París frente al resto de Francia; el lamentable intento aventurero de Bakunin en Lyon, las pocas insurrecciones surgidas en Marsella o Toulouse en solidaridad con París son rápidamente aplastadas por el gobierno. Otros movimientos proletarios surgen en Narbonne, Béziers, Perpignan, Sète, Limoges (cuyos trabajadores de la porcelana intentarán bloquear los trenes que traen refuerzos de Versalles), Rouen, Le Havre, Grenoble, Nîmes, Périgueux, en Nièvre, Cher y Ariège. Los trabajadores de provincias intentan acudir en ayuda de la Comuna obstaculizando el movimiento de tropas, armas y alimentos destinados a Versalles, pero, como escribe Lissagaray, “las revueltas de las ciudades se extinguieron así una a una como los cráteres laterales de volcanes agotados”.
La burguesía alemana y su gobierno socialdemócrata mostrarán el mismo salvajismo durante el levantamiento de Berlín en enero de 1919: levantados por una provocación de los socialdemócratas gobernantes, los trabajadores de Berlín liderarán, solos, una insurrección frente al ejército del Régimen republicano de Weimar. Tan aislados del resto del país como los comuneros parisinos, los espartaquistas enfrentaron una represión despiadada que culminó con los asesinatos apresurados de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, pero también de miles de espartaquistas y simpatizantes obreros entre el 5 y el 12 de enero de 1919. Tanto en París como en Berlín, estas matanzas masivas fueron perpetradas por los regímenes más “democráticos” de su tiempo, recordándonos así que siguen siendo los defensores del orden social capitalista.
En París como en Berlín, el miedo que las masas trabajadoras hacen pesar sobre el orden social capitalista, provocó la “unión sagrada” de la burguesía mundial. Así, los líderes burgueses de Francia, así como los alemanes, frenaron sus rivalidades bélicas e imperialistas y se unieron para volverse con el mismo odio de clase y salvajismo contra su principal enemigo: ¡el proletariado!
H. G. 8 de mayo de 2021