Deceso de Diego Maradona: icono de un mundo capitalista sin porvenir

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El 25 de noviembre, la noticia del deceso de la muerte de Maradona viajó por todo el mundo y sumió a Argentina en un “duelo” sobre publicitado. La travesía de este “niño de oro”, que salió de los barrios bajos de los suburbios de Buenos Aires, ha inspirado a más de una generación de hijos de trabajadores, especialmente en los barrios del centro de la ciudad. Viniendo de una familia muy pobre, Diego Maradona rápidamente se hizo un nombre, por su legendaria habilidad con el balón, así como por su combatividad, su franqueza al hablar y sus demandas de “libertad” y una vida sin trabas. Pero la vida de este colorido personaje se hundió muy rápidamente en una espiral destructiva, atrapada por un medio a imagen de la sociedad actual: deporte espectáculo, negocios, mafia, drogas y escándalos.

Nacido en plena Guerra Fría entre la URSS y Estados Unidos, alimentó a lo largo de su vida un fuerte sentimiento antinorteamericano y una marcada simpatía por los regímenes estalinistas de Centro y Sudamérica[1]. En 2005, luego de un encuentro con el presidente venezolano, declaró: “Amo a las mujeres, pero salí completamente enamorado [del almuerzo] porque he conocido a Fidel Castro, Muamar Gadafi y, ahora, conozco a un gigante como Chávez”. El jugador “dorado” se había convertido así en el embajador “dorado” de los dirigentes estalinistas que no dejaron de utilizarlo y de aparecer a su lado para mejorar su popularidad. A principios de la década de 2000 se mudó a Cuba (entre otras cosas para someterse allí a un infructuoso tratamiento de desintoxicación) y permaneció cerca de Fidel Castro. En Argentina, los Videla, Kirchner y otros también se beneficiaron con el apoyo del célebre futbolista.

Al hacerlo, también estaban explotando otro peso ideológico muy pesado que el deporte alimenta en gran medida: el patriotismo y el nacionalismo. Si Maradona dijo que tenía dos sueños de niño: “participar en el Mundial de futbol y ganarlo con Argentina”, estaba lejos de tener conciencia que sus logros deportivos alimentarían el fervor nacionalista, llegando incluso a servir a los intereses imperialistas de Argentina como en el Mundial de 1986 en México y en los cuartos de final contra Inglaterra, apenas cuatro años después de la guerra entre estos dos Estados por la soberanía de las islas Malvinas, de Georgia del Sur y de Sándwich del Sur. El fracaso militar argentino en este conflicto llenó el estadio Azteca de México de un ambiente de venganza: “Todo un pueblo está esperando una victoria argentina sobre el ‘imperialismo’ británico y obviamente cuenta con Maradona para lograrlo[2]. Durante este partido y fuera de la vista del árbitro Maradona marcará su famoso gol con la mano: “la mano de Dios”, comentó más tarde. Este reflejo, ampliamente publicitado hasta hoy, fue tanto una expresión de un supersticioso deseo de gloria como de un nacionalismo vengativo.

No era la primera vez que el deporte ha servido como vector de este tipo de ideología nauseabunda para avivar conflictos y agudas tensiones entre Estados: “En 1969, el partido de fútbol entre Honduras y El Salvador por la clasificación a la Copa del año siguiente fue un preludio de la guerra que pronto estalló entre estos dos países. También podemos recordar el partido entre el Dynamo de Zagreb y Red Star de Belgrado en 1990 que desembocó en una batalla campal que dejó cientos de heridos y varios muertos, contribuyendo a agravar las tensiones nacionalistas ya existentes que desembocarían en la guerra en la ex Yugoslavia. Entre los partidarios serbios más radicales estaba el señor de la guerra Arkan, un especialista en la ‘depuración étnica’, ¡un nacionalista más tarde buscado por la ONU por ‘crímenes contra la humanidad’![3]. Podríamos multiplicar las historias de este tipo para las que el deporte es un terreno fértil.

Tal reclutamiento ideológico no podría funcionar sin la exageración ensordecedora que acompaña a cada encuentro “importante” de la “selección nacional”. Ya sea fútbol, rugby o muchos otros deportes populares, cada evento adquiere la apariencia de una ceremonia religiosa, con sus protocolos, sus himnos y sus seguidores fanáticos. En un mundo que se está agotando, asfixiado por sus propias contradicciones y en plena descomposición, esto permite a millones de trabajadores explotados encontrar una “salida excitante”. Frente a las dificultades de la vida cotidiana, la falta de perspectiva y la atomización de los individuos, los eventos deportivos crean una falsa impresión de unidad, o, se podría decir, de “comunión” detrás de “su” equipo y “su” bandera. ¡Esta solemnidad cuasi religiosa y nacionalista es un verdadero veneno para la clase obrera!

A lo largo de su carrera deportiva y hasta el final de su vida, Maradona no solo encarnó la “grandeza nacional” de Argentina, también fue objeto de un fanatismo llevado al paroxismo. Un verdadero “dios” viviente cuyo culto ilimitado se expresaba a través de imágenes, de capillas, pero también de ceremonias nupciales. Esta idolatría, nuevamente expresada en su funeral, es el sello más llamativo de una sociedad sin perspectiva y sin futuro que busca esperanza y consuelo en las hazañas de un futbolista talentoso y carismático.

Si el mito forjado en torno a la figura de Maradona es síntoma de un mundo sin futuro, lo es también su vida extradeportiva, marcada por los excesos del Star-system que lo llevan poco a poco a una auténtica ruina personal: “Si hubiera sido un narcotraficante, me hubiera muerto de hambre”, declaró con ironía Maradona, reconociendo su adicción a la cocaína.

El mundo del deporte hiper mediatizado es una verdadera guarida de mafiosos donde la corrupción es la regla[4]. A principios de la década de 1990, mientras jugaba para el club italiano Napoli, se vio implicado en un caso de tráfico de drogas entre Francia y el sur de Italia. “Las intervenciones telefónicas revelan que reclamaba ‘mercancía y mujeres’ a los matones locales. Sus relaciones con Luigi Giuliano, padrino de un supuesto clan camorrista de reputación violenta, aparecieron en los periódicos.”[5] De ahí surge su adicción a las drogas y luego al alcohol, contra la que intentará luchar el resto de su vida.

Marius, 23-diciembre-2020

 

[1] En particular, lució un imponente tatuaje en el hombro con la efigie del Che Guevara, una de las figuras emblemáticas y sanguinarias del estalinismo. Ver Correo del lector: Guevarismo, una ideología contrarrevolucionaria https://es.internationalism.org/RM/89_Guevarismo.html

[2] “Diego Maradona, ‘dios’ del fútbol, ha muerto”, Le Monde (25-noviembre-2020).

[3] “El deporte, un concentrado de nacionalismo”, Revolution Internationale n ° 413 (junio-2010).

[4] Último ejemplo: la investigación sobre el voto de Platini para atribuir el Mundial de 2022 a Qatar, en beneficio de la contratación de su hijo...

[5] “Diego Maradona, ‘dios’ del fútbol, ha muerto”, Le Monde (25-noviembre-2020).

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