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Desde 2011, año en que las potencias de la OTAN (Francia, Reino Unido y Estados Unidos) liquidaron a su difunto "caudillo", Gaddafi, Libia ha estado en primera plana de los medios de comunicación. "Esta desafortunada Libia, que la guerra franco-británica de 2011 transformó en paraíso para los terroristas de Daech y Al-Qaeda, hereda ahora una guerra civil. Los traficantes de armas, drogas y migrantes proliferan y rara vez entran en conflicto con los yihadistas. Lógico, pues, a menudo, van de la mano en los negocios..."[1] Las potencias occidentales declararon la guerra al líder libio en nombre de la "protección de la población civil", tras haber pasado también por Libia la "primavera árabe", brutalmente reprimida por el coronel dictador. Después de aplastar a la población bajo las bombas y matar a Gaddafi, dejaron el país en manos de múltiples bandas sanguinarias que siguen luchando por el control del moribundo Estado libio.
Un territorio preso del caos
"Resuenan otra vez los combates a las puertas de Trípoli, con sus "padrinos" regionales echando más leña al fuego entre los beligerantes, en medio de un torrente de odio propagandístico. Desde el 4 de abril, día del ataque a Trípoli por parte de las tropas del mariscal Haftar, la guerra ha vuelto a prender sus llamas en Libia. Ocho años después de la insurrección contra Gaddafi (apoyada por bombardeos de la OTAN) y cinco años después de la guerra civil de 2014, el gigante norteafricano, convaleciente, ha vuelto a sumirse en el caos, la inestabilidad y el riesgo extremista. (...) Ha vuelto a la casilla de salida.[2]
Hoy, entre las diez milicias implicadas, las dos facciones más importantes afirman ser los interlocutores de las principales potencias y de Naciones Unidas: se trata del "Gobierno de Acuerdo Nacional" (GAN) dirigido por Fayez el Sarraj, respaldado por Naciones Unidas, con el apoyo de Turquía y Qatar, y, en la región cirenaica, del "Ejército Nacional Libio" (ENL) dirigido por Jalifa Haftar, que cuenta con el apoyo de Egipto, Arabia, Emiratos Árabes Unidos y, entre bastidores, Francia, Rusia y Estados Unidos; y, por su parte, el gobierno de la antigua potencia colonial, Italia, apoya a una o la otra facción de las "autoridades" existentes, como hizo recientemente en octubre, renovando, por ejemplo, un infame acuerdo para formar guardacostas libios cazadores de migrantes.
En realidad, lo que predomina en este conflicto es la hipocresía y el sálvese quien pueda. Es un espectáculo criminal que revela la actitud perfectamente falsa y abyecta de las grandes potencias y su doble juego, como la del gobierno francés, y sus cínicas mentiras cuando niega descaradamente los misiles entregados por sus servicios secretos al mariscal Haftar, al tiempo que afirma que "Francia está en Libia para luchar contra el terrorismo".
En cuanto a los dos jefes de guerra libios, sus objetivos también son repugnantes: "Así, uno frente al otro, los dos campos no se atreverán nunca a admitir el verdadero motivo de su enfrentamiento. El uso enfático de la retórica de la justificación externa ("revolución" o "antiterrorismo") oculta mal la brutalidad de una rivalidad por la apropiación de recursos, que adquiere un significado muy particular en el antiguo el Dorado petrolero que es Libia. A pesar de las perturbaciones causadas por el caos posterior a 2011, el petróleo libio sigue generando 70 millones de dólares (62,5 millones de euros) en ingresos diarios. De modo que el control de los canales de distribución de ese petróleo abre muchos apetitos"[3]. De ese aspecto del conflicto nadie dice nada en los discursos oficiales de los líderes del mundo capitalista. Esa carrera por el "botín" petrolero, abierta por el caos generado después de 2011, enfrenta a un gran número de pequeños y grandes gánsteres locales e internacionales en suelo libio.
Más aún, para los grandes buitres capitalistas, Libia representa otro interés ineludible: la existencia, por iniciativa de aquéllos, de monstruosos "campos de acogida" para los migrantes rechazados o que hacen escala en espera de un hipotético y mortal embarque hacia Europa.
La ignominiosa política de la Unión Europea en Libia
Además del sangriento caos causado por las grandes potencias imperialistas, Libia se ha convertido en mercado y cementerio de migrantes, situación de la que el principal responsable es la UE. El 14 de noviembre de 2017, CNN trasmite imágenes del mercado de esclavos en Libia, donde puede verse a seres humanos subastados como ganado. Se trata de migrantes, cuyo número oscila entre 700.000 y 1 millón, que han caído en las redes delictivas de traficantes de los que son cómplices activos los Estados europeos y africanos. "Lo que está ocurriendo en Libia, un país sin dirigentes y sometido a las milicias armadas, es una tragedia ante la que la Unión Europea hace la vista gorda. Los líderes africanos, que han optado por la hipocresía, siguen a Europa como pollitos tras la gallina. (...) El reportaje de CNN no cambiará mucho la situación en Trípoli, Misrata, Bengasi o Tobruk. En un país diezmado por la guerra civil, donde la inflación va por las nubes, la economía está en ruinas, en el que se llevan a cabo ejecuciones masivas de prisioneros, cada cual se las amaña ya sea en el negocio del contrabando o colaborando con los pasafronteras, ya sea en la lucha contra el contrabando y los pasafronteras. Ese reportaje muestra un caso de servidumbre por deudas, en realidad hay una gran cantidad de migrantes subastados en Libia están detenidos por tráfico relacionado con rescates. Con el cierre de la ruta libia hacia Italia, los migrantes subsaharianos a menudo se encuentran atrapados y no pueden permitirse el lujo de regresar a sus hogares. Los contrabandistas los venden al mejor postor (por ejemplo, una milicia). Los compradores obligan a los migrantes a ponerse en contacto con sus familias y les piden un rescate de entre 2.000 y 3.000 dinares (de 1.200 a 1.800 euros) por persona.[4] Según un informe publicado por UNICEF: "Los centros de detención dirigidos por milicias no son más que campos de trabajos forzados, prisiones donde, a punta de pistola y culatazos, roban a la gente todo lo que lleva. Para miles de mujeres y niños, la vida en esas cárceles es una vida de violación, violencia, explotación sexual, hambre y abusos repetidos.”
Todo esto ilustra el alcance de una barbarie que implica directamente a las grandes potencias imperialistas, las cuales, con sus políticas, echan a los inmigrantes en brazos de esclavistas de otros tiempos. La UE exige una política activa antinmigración a unos Estados, los vecinos de Libia, totalmente en ruinas y corruptos hasta el cuello (Níger, Nigeria, etc.), subvencionándolos para construir muros y campos mortíferos. La UE también participa en el desarrollo de prácticas mafiosas y en el regateo entre bandidos, proporcionando fondos y equipos a la guardia costera libia, que es la responsable de interceptar los barcos de inmigrantes y llevar a estos a unos "centros de detención" espantosos.
Hoy, los migrantes siguen en la misma situación de miseria y angustia, en medio de peligros que los arrastran por miles a la muerte al intentar cruzar el Mediterráneo, como lo muestra este relato: "En la playa de Aghir, en la isla de Yerba, al norte de Túnez, hay más cadáveres que bañistas, a principios de este mes. El lunes 1 de julio, una patera se hundió en la costa, que había zarpado al amanecer de la ciudad libia de Zuara, a 120 kilómetros al oeste de Trípoli, con 86 personas a bordo. Tres fueron recuperadas vivas. El mar va arrojando a las demás, una por una.
"Ya no puedo más. Esto es demasiado." Chemseddin Marzog, el pescador que, desde hace años, ofrece un último lugar de descanso a los cuerpos que el mar abandona en las playas, expresa su hastío. "He enterrado a casi 400 cadáveres y, llegarán docenas más en los próximos días. No es posible, es inhumano y no podemos arreglárnoslas solos", dice, desesperado, el guarda del cementerio de migrantes de Zarzis, ciudad del sudeste de Túnez, cerca de la frontera con Libia. [5]
Mientras tanto, las "democracias occidentales" miran para otro lado, tapándose las narices ante una barbarie tan cruel, a la vez que siguen su lucha por la "seguridad" (es decir, el cierre) de sus fronteras contra los "ilegales" y proclaman a voz en grito su "humanismo universalista" cuando en realidad son ellos quienes organizan tal barbarie activamente, son ellos quienes definen esa infame política.[6]
Amina, noviembre de 2019
[1] Le Canard enchaîné (24/04/2019)
[2] Le Monde, (12-13/05/2019).
[3] Le Monde (3/05/2019).
[4] Courrier international, (7-13/12/2017)
[5] Le Monde (10/07/2019).
[6] A este respecto, cabe añadir que no sólo los países de la UE ejecutan una política brutal hacia los inmigrantes. Pueden contar con la ayuda de su "gran amigo" y cliente saudí. En efecto, Arabia Saudí apalea, encarcela y expulsa a migrantes "indeseables" en su territorio. Según The Guardian: "10.000 etíopes han sido expulsados cada mes de Arabia Saudí desde 2017, cuando las autoridades del país intensificaron su despiadada campaña para repatriar a los inmigrantes indocumentados. Unas de 300.000 personas han regresado desde marzo de ese año, según las últimas cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y semanalmente llegan al aeropuerto de Addis Abeba vuelos especiales cargados de deportados. (...) Cientos de miles de etíopes fueron deportados durante una ola anterior de represión caótica entre 2013 y 2014.” Estas prácticas del carnicero régimen saudí hacia aquellos que intentan huir de la miseria y la muerte en sus propios países son un siniestro ejemplo de cómo participan todos los Estados con el mismo cinismo para garantizar la perpetuación de un sistema deshumanizado.