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"Los manifestantes, que vinieron de todo el país, lograron uno de sus objetivos: que esta marcha por la "dignidad" entrara en la historia. Esta multitud monumental deseaba encontrarse con otros, bailar al ritmo de los demás y al son de las darbukas para denunciar, en una euforia colectiva, los excesos de un “poder asesino", como lo han estado denunciando a gritos, sin descanso desde el 22 de febrero, fecha de la primera gran movilización. (...) En el cortejo, entre los cientos de miles de hombres que inundaron las calles de Argel, estaban presentes numerosísimas mujeres de todas las edades, clases y generaciones, que fueron llegando a lo largo de las dos últimas semanas. (...) De las 11.00 a las 18.00 horas, era un concentrado de toda Argelia el que desfilaba por los bulevares que serpentean a través de Argel: hombres jóvenes, muchachas jóvenes vestidas a la última moda, hadjas (ancianos), ejecutivos, empleados, muyahidines (viejos combatientes), mujeres envueltas en jaiques (su vestido tradicional"). (Le Monde del 11 de marzo de 2019).
Desde el 22 de febrero, todos los viernes se desarrollan manifestaciones masivas en Argelia, que reúnen a cientos de miles de participantes en todas las grandes ciudades del país. Las del 8 de marzo fueron especialmente concurridas, con una participación récord de más de un millón de personas en Argel. Son millones las personas en las calles cada semana, especialmente estudiantes de instituto y estudiantes de secundaria en huelga.
Las razones de esta inmensa ira son muchas: miseria en todas sus formas, una tasa de desempleo del 11% (oficialmente) de la población activa, más del 26% entre los jóvenes de 16 a 24 años, falta de vivienda, represión y, quizás lo más importante, la corrupción generalizada, empezando por la del clan familiar de Bouteflika y sus fieles aliados: el Jefe del Estado Mayor del Ejército (Ahmed Gaîd Salah), el jefe de la patronal argelina (Ali Haddad), el secretario general del sindicato UGTA (Abdelmadjid Sidi-Saïd) y todo el aparato histórico del FLN; todos estos gánsteres se reparten la parte esencial de los beneficios del petróleo y el gas. El clientelismo es establecido por Bouteflika como el modo arbitrario de gobernar que organiza una gigantesca política de redistribución arbitraria del maná financiero, procedente de los hidrocarburos, que reparte entre todas las categorías sociales: veteranos combatientes, hogares, automovilistas, usuarios del transporte público, agricultores, deudores, inquilinos de HLM[1], jubilados, banqueros, empresarios, etc. Ni que decir tiene que a todos estos ciudadanos “bendecidos” se les pide que reelijan al presidente o a sus partidarios en cada ocasión.
La trampa del interclasismo y el nacionalismo
El movimiento parece nacer en las redes sociales y sin ningún vínculo aparente con un partido, sindicato, grupo o individuo conocido; se autoorganiza, dirige sus propias manifestaciones y se va atrayendo progresivamente a crecientes masas de población. El movimiento también ha demostrado su valentía al desafiar sistemáticamente la prohibición de las manifestaciones, especialmente en la capital, al tiempo que se mantiene en calma y tranquilo ("pacífico", cuentan los medios de comunicación), rechazando la confrontación física con las fuerzas del orden y cualquier provocación que pudiera facilitar la represión policial.
Sin embargo, este movimiento no es de naturaleza proletaria. Podemos decir que es sobre todo interclasista: dentro de éste se agrupan también numerosos obreros (activos, precarios o desempleados), así como muchos elementos de la pequeña-burguesía (ejecutivos, notables, abogados, tenderos, líderes de pequeñas empresas....) que se agrupan en una mezcolanza. El resultado es que predominan en su seno las reivindicaciones propias de la burguesía: democracia, legalismo,... La clase obrera queda así diluida y no se pone a la cabeza de este movimiento.
La otra gran característica de este movimiento es su contenido altamente nacionalista, ilustrado por la presencia masiva y permanente de la "bandera nacional argelina" en todas las manifestaciones. En resumen, queda lejos de pensar en unirse o mostrar solidaridad con los proletarios de otros países. Pero, como ejemplo, desde diciembre los movimientos en Sudán también se han pronunciado masivamente contra el terrible plan de austeridad del gobierno sudanés, liderado por otro viejo dictador, Omar Al-Bashir, que acaba de ser "depuesto" por el ejército en un intento de "calmar" la ira en las calles.
De hecho, en lugar de apoderarse de la consigna "proletarios de todos los países, uníos", el movimiento social prefiere en ese momento unirse a todas las fuerzas "democráticas argelinas" (supuestamente "no corruptas"); con lo que, todas las reivindicaciones verdaderamente proletarias contra el desempleo masivo, el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo, etc., han quedan prácticamente disueltas o ahogadas, mientras que las demandas "ciudadanas" de la pequeña-burguesía dominan, especialmente en el medio estudiantil, donde muchos profesores se están aprovechando de las Asambleas Generales para impartir cursos sobre la Constitución, las instituciones y su funcionamiento, con vistas a construir “¡un sistema nuevo y más democrático! ". Cada vez más personas proponen incluso una salida a la "tunecina"; es decir, el establecimiento de elecciones "libres y democráticas". Este es el enfoque que aparece como el favorito para la burguesía argelina "ilustrada", para los "gobiernos amigos" de Argelia (especialmente Francia y la UE) y para todos los demás países que temen enfrentarse a nuevas oleadas de inmigrantes o a incursiones armadas en sus territorios (especialmente en los países del Sahel).
Aunque algunos medios de comunicación hablan unas veces de "nueva primavera árabe" y otras de "revolución", en realidad, el movimiento argelino se encuentra básicamente en la estela de las mayores debilidades de la protesta de 2011/2012. El movimiento argelino actual toma la forma, casi exclusivamente, de grandes manifestaciones con pocas o ninguna huelga: mientras que en Túnez y Egipto, las manifestaciones fueron acompañadas de grandes huelgas que afectaron directamente a la producción, los servicios públicos y el transporte. En 2011, la "primavera árabe" también comenzó en Argelia, e incluso con un vigor extremo: "Lo olvidamos, pero la primavera árabe comenzó en enero de 2011 en las grandes ciudades de Argelia, casi al mismo tiempo que en Túnez. Por una vez, el movimiento abarcó todo el país y no escatimó esfuerzos en ninguna región, desde Argel hasta Annaba. Del 5 al 10 de enero, los jóvenes marcharon, a menudo detrás de una bandera tunecina, por el pan y la dignidad. (...) Un habitante que presenciaba la manifestación rememoraba su sorpresa: "Nací aquí, tengo casi 50 años y nunca he visto esto". (...) Las autoridades lograron contener las manifestaciones lo mejor que pudieron multiplicando las promesas: las legumbres secas se añadieron a los doce productos alimenticios cuyos precios están regulados y/o subvencionados, los salarios se elevaron a menudo hasta en un 80% con dieciocho meses con carácter retroactivo". (“Opinión”, en el Suplemento de Le Monde Diplomatique, marzo de 2012). Por lo tanto, se puede afirmar que en ese momento, el régimen de Bouteflika había logrado sofocar el descontento.
¿Cuáles son las perspectivas para el gobierno actual?
Durante mucho tiempo, las autoridades argelinas se enfrentaron a los movimientos sociales con la conocida como arma de "el palo y la zanahoria”. La “zanahoria”: sacan algunas migajas de las arcas del Estado (obtenidas gracias a los altos precios del petróleo); el “palo”: los reprimen violentamente. Hay que recordar que la "Década Negra"-de los años 1990-2000- (una guerra civil que se cobró 200.000 muertos) se llevó a cabo después del sangriento aplastamiento de las huelgas y manifestaciones de 1988 en las que asesinaron a 500 huelguistas. Hoy en día, ya no existe la "zanahoria": la situación económica es desastrosa: con el precio-mercado del barril de petróleo cayendo bruscamente y con las arcas del Estado expoliadas por el clan mafioso del gobierno. Y… queda el "palo"...
Para todos los estratos de la sociedad ha llegado la hora de disolver el gran clan Bouteflika y de arreglarles las cuentas. Para estos últimos, lo que está en juego es muy importante, ya que se trata de una cuestión de vida o muerte para él mismo y para su familia. En efecto, el presidente no quiere sufrir, tras su dimisión, la misma suerte que sus homólogos tunecinos y egipcios, Ben Ali y Mubarak, "liberados" por la "primavera árabe" de 2011, que han conocido la cárcel (o el exilio) y la confiscación de sus bienes (decenas de miles de millones de dólares de cada uno). Es más fácil entender por qué Bouteflika se aferró al poder a toda costa apostando porque se “pudriera” el movimiento y por el apoyo del jefe del ejército, quien finalmente lo derrocó mientras trataba de salvar su cabeza. La cuestión es, por tanto, si los militares preferirán silenciar sus diferencias de clan para preservar sus "intereses comunes" reprimiendo el movimiento actual, con el riesgo de reproducir una "nueva década negra", o apoyar la carta de la democracia y de la renovación con todas las incertidumbres que ello conlleva. En ambos casos, la clase obrera saldrá perdiendo: o aplastada en un baño de sangre o aturdida por la propaganda burguesa que martillea las cabezas de unos y otros con las "virtudes" de la "democracia", para mantener mejor su sistema de explotación.
La responsabilidad del proletariado de los países centrales
Durante la primera "Primavera Árabe" (2011), escribimos: "El proletariado occidental, por su experiencia y concentración, es quien tiene la responsabilidad de dar una verdadera perspectiva revolucionaria. Los movimientos de los Indignados en España y de las Ocupaciones en Estados Unidos y Gran Bretaña se refirieron explícitamente a la continuidad de los levantamientos en Túnez y en Egipto, su inmenso coraje y su increíble determinación. El grito de la "primavera árabe": "Ya no tenemos miedo", debe ser una fuente de inspiración para el proletariado mundial. Pero es sólo el faro de la afirmación de las asambleas obreras contra los ataques del capitalismo en crisis, en el mismo corazón del sistema, lo que puede ofrecer una alternativa que realmente permita el derrocamiento de este mundo de explotación que nos sumerge cada vez más en la pobreza y en la barbarie. La clase obrera no debe minimizar el peso real que tiene en la sociedad, por su lugar en la producción y, también y sobre todo, por lo que representa como perspectiva para toda la sociedad y para el futuro del mundo. En este sentido, para que los obreros de Egipto y Túnez no se dejen engañar por los espejismos de la ideología democrático-burguesa, es responsabilidad de sus hermanos de los países centrales mostrarles el camino. Es concretamente en Europa donde los proletarios tienen la experiencia más amplia de enfrentarse a la democracia burguesa y a las trampas más sofisticadas de las que es capaz. Por lo tanto, deben cosechar los frutos de esta experiencia histórica y acrecentar su conciencia mucho más allá de lo que es hoy en día. Al desarrollar sus propias luchas, como clase revolucionaria, romperá el aislamiento actual de las luchas desesperadas que sacuden a muchas regiones del mundo y reafirmarán la posibilidad de un nuevo mundo para toda la humanidad.
Hoy estamos ante lo mismo: un movimiento social en el que domina la ideología pequeñoburguesa y democrática es una plaga para todo el proletariado mundial e indica exactamente lo contrario del camino a seguir: el de la lucha de la clase obrera en su terreno de clase, sus huelgas, sus asambleas generales, sus consignas. El proletariado europeo tiene la tarea de ser el faro guía de los explotados del mundo.
Amina, abril de 2019
[1] Nota de la Redacción: HLM son las siglas en francés de Habitation à Loyer Moderé que significa Vivienda de alquiler moderado, es la denominación que se daba en Francia y en sus antiguos colonias a las viviendas sociales.