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Hace unos meses, el mundo parecía estar a un paso del cataclismo nuclear sobre Corea del Norte, con las amenazas de "fuego y furia" de Trump y las fanfarronadas del Gran Líder de Corea del Norte alardeando ambos de su capacidad de represalias. Hoy los dirigentes de Corea del Norte y Corea del Sur aparecen de la manita en público prometiéndonos avances de verdad hacia la paz. Trump se reunirá personalmente con Kim Jong-un el 12 de junio en Singapur.
Hace sólo unas semanas se hablaba casi de tercera guerra mundial que estallaría a partir de la guerra en Siria, esta vez con Trump advirtiendo a Rusia de que sus misiles inteligentes estaban listos para replicar al ataque con armas químicas sobre la ciudad de Duma. Se lanzaron los misiles, ninguna unidad militar rusa fue alcanzada, y parece que las aguas están volviendo a sus cauces "normales" y cotidianos, unos cauces llenos de sangre y matanzas en Siria.
Luego Trump volvió a soplar en las brasas, anunciando que EE.UU se retiraría del “Bad Deal” (mal acuerdo) firmado por Obama con Irán sobre el programa de armas nucleares de este país. Esto ha creado inmediatamente divisiones entre Estados Unidos y otras potencias occidentales que consideran que el acuerdo con Irán funcionaba, y que ahora se enfrentan a la amenaza de sanciones estadounidenses si continúan comerciando o cooperando con Irán. Y en Oriente Medio mismo, el impacto también ha sido inmediato: por primera vez las fuerzas iraníes en Siria han lanzado misiles contra Israel y ya no sólo por su representante local Hezbolá. Israel, cuyo primer ministro Netanyahu había montado un espectáculo lleno de aspavientos sobre las violaciones iraníes del tratado nuclear, reaccionó con su habitual rapidez y brutalidad, bombardeando varias bases iraníes en el sur de Siria.
Mientras tanto, la reciente declaración de apoyo de Trump a Jerusalén como capital de Israel, ha inflamado la atmósfera en la Cisjordania ocupada, particularmente en Gaza, donde Hamás ha alentado a manifestaciones “martirio”, y solo un día después, Israel aprovechó la oportunidad matando a más de 60 manifestantes (ocho de ellos menores de 16 años) e hiriendo a más de 2500 a balazos por soldados de élite y otros con armas automáticas, metralla de origen desconocido e inhalación de gases lacrimógenos por el “crimen” de haberse acercado a las alambradas fronterizas y, en algunos casos, por la posesión de piedras, hondas y botellas de gasolina colgadas de cometas.
Es fácil sucumbir al pánico en un mundo que parece cada vez más fuera de control, y conformarse luego cuando se alejan nuestros temores inmediatos. Pero para entender los peligros que implica el sistema actual y sus guerras, es necesario dar un paso atrás, considerar dónde nos encontramos en el desarrollo de los acontecimientos a escala histórica y mundial.
En el Folleto de Junius[1], redactado en la cárcel en 1915, Rosa Luxemburgo escribió que la guerra mundial significaba que la sociedad capitalista se estaba hundiendo en la barbarie. "El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente durante una guerra moderna, y para siempre, si se permite que el período de guerras mundiales que acaba de comenzar siga su curso condenable hasta la última consecuencia".
La Internacional Comunista formada en 1919 retomó el pronóstico histórico de Luxemburgo: si la clase obrera no derrocaba a un sistema capitalista que había entrado en su época de decadencia, a la "Gran Guerra" la seguirían guerras mucho peores, más destructivas y bestiales, que pondrían en peligro la supervivencia misma de la civilización. Y de hecho así fue: la derrota de la ola revolucionaria mundial que estalló en reacción a la Primera Guerra Mundial dejó campo libre a un segundo conflicto aún más espantoso. Al cabo de seis años de carnicería, en los que la población civil fue el primer objetivo, el lanzamiento de la bomba atómica norteamericana contra Japón dio forma material al peligro de que futuras guerras llevaran al exterminio de la humanidad.
Durante las cuatro décadas siguientes, vivimos bajo la amenazante sombra de una tercera guerra mundial entre dos bloques con armas nucleares que dominaban el planeta. Pero aunque esa amenaza estuvo a punto de realizarse -como por ejemplo cuando la crisis de Cuba en 1962- la propia existencia de los bloques estadounidense y ruso impuso una especie de disciplina sobre la tendencia natural del capitalismo a funcionar como una guerra de todos contra todos. Ese fue uno de los factores que atenuaron los conflictos locales -que por lo general eran batallas indirectas entre los bloques- impidiendo una espiral descontrolada. Otro elemento fue que, tras el renacimiento mundial de la lucha de clases después de 1968, la burguesía no estaba segura de tener a la clase obrera metida en cintura y poder alistarla para la guerra.
En 1989-91, el bloque ruso se derrumbó ante el creciente cerco de EE.UU. y la incapacidad del modelo de capitalismo de Estado que prevalecía en el bloque ruso para adaptarse a las exigencias de la crisis económica mundial. Los estadistas del campo victorioso de EE.UU alardeaban de que una vez eliminado el enemigo "soviético", entraríamos en una nueva era de prosperidad y paz. Por nuestra parte, en lo que insistíamos nosotros como revolucionarios era que el capitalismo seguiría siendo tan imperialista, tan militarista, aunque el impulso a la guerra inscrito en el sistema habría de tomar simplemente una forma más caótica e impredecible[2]. Y esto también resultó ser así. Es importante entender que ese proceso, esa zambullida en el caos militar, no ha hecho sino agravarse en las últimas tres décadas.
Aparición creciente de nuevos retadores
En los primeros años de esta nueva fase, la superpotencia restante, consciente de que la desaparición de su enemigo ruso traería consigo tendencias centrífugas en su propio bloque, todavía pudo imponer cierta disciplina sobre sus antiguos aliados. En la primera Guerra del Golfo, por ejemplo, no sólo sus antiguos subordinados (Gran Bretaña, Alemania, Francia, Japón, etc.) se unieron o apoyaron a la coalición liderada por Estados Unidos contra Sadam, sino que incluso EE.UU contó con el respaldo de la URSS de Gorbachov y el régimen de Siria. Muy pronto, sin embargo, las grietas empezaron a aparecer: la guerra en la antigua Yugoslavia vio a Gran Bretaña, Alemania y Francia tomar posiciones que a menudo se opusieron directamente a los intereses de EE.UU., y una década después, Francia, Alemania y Rusia se opusieron abiertamente a la invasión estadounidense de Irak.
La "independencia" de los antiguos aliados occidentales de Estados Unidos nunca llegó a constituir un nuevo bloque imperialista en oposición a Washington. Lo que sí hemos visto en los últimos 20 ó 30 años es el surgimiento de una nueva potencia que lanza un desafío más directo a Estados Unidos: China, cuyo asombroso crecimiento económico ha estado acompañado de una creciente influencia imperialista, no sólo en Extremo Oriente, sino en todo el continente asiático, hacia Oriente Medio y África. China ha demostrado su capacidad para hacer estrategia a largo plazo en pos de sus ambiciones imperialistas, como lo demuestra la paciente construcción de su "Nueva Ruta de la Seda" hacia el oeste y su construcción escalonada de bases militares en el mar de China Meridional.
Por mucha impresión que puedan dar hoy las iniciativas diplomáticas de Corea del Norte y del Sur y la anunciada cumbre americano-coreana de que la "paz" y el "desarme" puedan negociarse, y de que la amenaza de la destrucción nuclear pueda ser frustrada por "líderes que recobran el sentido común", las tensiones imperialistas entre Estados Unidos y China seguirán dominando las rivalidades en la región, y cualquier movimiento futuro en torno a Corea vendrá determinado en última instancia por ese antagonismo.
La burguesía china está, en realidad, involucrada en una ofensiva mundial a largo plazo, socavando no sólo las posiciones de Estados Unidos, sino también las de Rusia y otros países de Asia Central y de Extremo Oriente. Pero, al mismo tiempo, las intervenciones rusas en Europa Oriental y Oriente Medio han puesto a Estados Unidos ante el dilema de tener que enfrentarse a dos rivales a diferentes niveles y en diferentes regiones. Las tensiones entre Rusia y una serie de países occidentales, sobre todo Estados Unidos y Gran Bretaña, han aumentado de forma muy visible últimamente. Así, junto a la ya existente rivalidad entre Estados Unidos y China, su principal rival mundial, la contraofensiva rusa se ha convertido en un desafío directo adicional a la autoridad de Estados Unidos.
Es importante entender que Rusia está participando en una contraofensiva, una respuesta a la amenaza de estrangulamiento por parte de Estados Unidos y sus aliados. El régimen de Putin, su retórica nacionalista que lo define y la fuerza militar heredada de la era "soviética", es el producto de una reacción no sólo contra las políticas económicas de despojo de activos por parte Occidente en los primeros años de la Federación Rusa, sino, aún más importante, contra la continuación e incluso la intensificación del cerco a Rusia iniciado durante la Guerra Fría.
Rusia se vio privada de su antigua barrera protectora occidental a causa de la ampliación de la UE y de la OTAN a la mayoría de los Estados de Europa oriental. En los años 90, con su brutal política de tierra quemada en Chechenia, Rusia demostró cómo reaccionaría ante cualquier indicio de independencia dentro de la propia Federación. Desde entonces ha extendido esa política a Georgia (2008) y Ucrania (a partir de 2014), estados que no formaban parte de la Federación pero que corrían el riesgo de convertirse en focos de influencia occidental en sus fronteras meridionales. En ambos casos, Moscú utilizó fuerzas locales separatistas, así como sus propias fuerzas militares apenas disimuladas, para poner coto a los regímenes pro-occidentales.
Estas acciones ya agudizaron las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, respondiendo éstos con sanciones económicas a aquélla, más o menos secundadas por otros estados occidentales a pesar de sus diferencias con EE.UU sobre la política rusa, generalmente basadas en sus intereses económicos particulares (esto es especialmente cierto en el caso de Alemania). Pero la intervención subsiguiente de Rusia en Siria elevó estos conflictos a un nuevo nivel.
El torbellino de Oriente Medio
De hecho, Rusia siempre ha apoyado el régimen de los al-Asad en Siria con armas y asesores. Siria ha sido durante mucho tiempo su avanzadilla en Oriente Medio tras el declive de la influencia de la URSS en Libia, Egipto y otros lugares. El puerto sirio de Tartús es absolutamente vital para sus intereses estratégicos, pues es su principal salida al Mediterráneo, y Rusia lo ha hecho todo por mantener allí su flota. Pero ante la amenaza de derrota del régimen de Asad por parte de las fuerzas rebeldes y el avance de las fuerzas del Estado Islámico (Daesh) hacia Tartús, Rusia dio el gran paso de comprometer abiertamente tropas y aviones de guerra al servicio del régimen de Asad, sin la menor vacilación para participar en las devastaciones diarias de ciudades y barrios controlados por los rebeldes, lo que ha aumentado significativamente el número de víctimas civiles.
Pero Estados Unidos también tiene fuerzas suyas en Siria con las que atajar el avance de Daesh. Por otra parte, EE.UU no ha ocultado su apoyo a los rebeldes anti-Asad, incluida el ala yihadista que sirvió a la expansión de Daesh. Por lo tanto, la posibilidad de una confrontación directa entre fuerzas rusas y estadounidenses está allí presente desde hace algún tiempo. Las dos réplicas militares de EEUU al probable uso de armas químicas por parte del régimen sirio tienen un carácter más o menos simbólico, sobre todo porque el uso de armas "convencionales" por parte del régimen ha matado a muchos más civiles que el uso de cloro u otros agentes químicos. Hay pruebas fehacientes de que el ejército de EE.UU refrenó a Trump y se aseguró de que se tuviera mucho cuidado de atacar sólo las instalaciones del régimen y no a las tropas rusas[3]. Pero eso no significa que los gobiernos de EE. UU o Rusia puedan evitar en el futuro enfrentamientos más directos entre ambas potencias, pues, sencillamente, las fuerzas favorables a la desestabilización y el desorden están muy arraigadas, y son cada día más virulentas.
Durante las dos guerras mundiales, Oriente Medio fue escenario de conflictos importantes pero todavía secundarios; su importancia estratégica creció con el desarrollo de sus inmensas reservas de petróleo en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Entre 1948 y 1973, el escenario principal de confrontación militar fue la sucesión de guerras entre Israel y los estados árabes circundantes, pero estas guerras tendieron a ser de corta duración y sus resultados beneficiaron en gran medida al bloque USA. Fue una expresión de la "disciplina" impuesta a las potencias de segunda y tercera categoría por el sistema de bloques. Pero incluso durante ese período hubo signos de tendencias más centrífugas - sobre todo la larga "guerra civil" en Líbano y la "revolución islámica" en Irán que socavó la dominación de EE.UU en Irán, precipitando la guerra Irán-Irak (en la que Occidente apoyó principalmente a Sadam como contrapeso a Irán).
El final definitivo del sistema de bloques aceleró profundamente esas fuerzas centrífugas, y la guerra siria las ha llevado a un punto crítico. Así, en Siria o en su entorno, está ocurriendo toda una serie de contiendas contradictorias:
- entre Irán y Arabia Saudí: a menudo encubiertas bajo la ideología de la escisión chií-sunní, las milicias libanesas de Hezbolá apoyadas por Irán han desempeñado un papel clave en la consolidación del régimen de Asad, especialmente contra las milicias yihadistas apoyadas por Arabia Saudí y Qatar (los cuales ya por su parte “disponen” de su propio conflicto particular). Irán ha sido el principal beneficiario de la invasión estadounidense de Irak, que casi ha llevado a la desintegración del país y a la imposición de un gobierno proiraní en Bagdad. Sus ambiciones imperialistas se han desplegado también en Yemen, escenario de una guerra brutal entre intermediarios de Irán y Arabia Saudí (ayudada ésta sin límite por la entrega de armas británicas)[4];
- entre Israel e Irán. Los recientes ataques aéreos israelíes sobre objetivos iraníes en Siria son la continuación de una serie de incursiones destinadas a reducir las fuerzas de Hezbolá en ese país. Israel parece seguir informando de antemano a Rusia sobre esas incursiones y, en general, ésta hace la vista gorda ante ellas, aunque el régimen de Putin ha empezado a criticarlas más abiertamente. Pero no hay garantías de que el conflicto entre Israel e Irán no vaya más allá de esas réplicas controladas. El "vandalismo diplomático"[5] de Trump sobre el acuerdo nuclear iraní está alimentando tanto la postura agresivamente anti-iraní del gobierno de Netanyahu como la hostilidad de Irán hacia el "régimen sionista", el cual, no hay que olvidarlo, posee desde hace mucho tiempo sus propias armas nucleares saltándose los acuerdos internacionales. Mientras tanto, la reciente declaración de apoyo de Trump a Jerusalén como capital de Israel ha inflamado el ambiente en la Cisjordania ocupada, y en particular en Gaza, donde las tropas israelíes han matado a múltiples manifestantes y herido a muchos más en las zonas fronterizas;
- entre Turquía y los kurdos, los cuales han establecido enclaves en el norte de Siria. Turquía apoyó encubiertamente a Daesh en la lucha por Rojava, pero ha intervenido directamente contra el enclave de Afrin[6]. Estados Unidos, en cambio, ha apoyado con firmeza a las fuerzas kurdas por ser la barrera más fiable para frenar la propagación de Daech y, como consecuencia, Turquía se ha acercado a Rusia, a pesar de la rivalidad de aquélla con el régimen de Asad;
- ese cuadro de caos se enriquecido aún más con el surgimiento de numerosas bandas armadas que pueden formar alianzas con determinados estados, pero que no están necesariamente subordinadas a ellos. Daech es la expresión más patente de esa nueva tendencia hacia el bandidaje, el caudillismo y demás “señores de la guerra”, pero ni mucho menos es la única.
El impacto de la inestabilidad política
Ya hemos visto cómo las declaraciones impulsivas de Trump han contribuido a la imprevisibilidad general de la situación en Oriente Próximo. Son sintomáticas de profundas divisiones dentro de la burguesía estadounidense. El presidente está siendo investigado actualmente por la Seguridad del Estado porque Rusia habría participado (mediante sus muy desarrolladas técnicas de guerra cibernética, de irregularidades financieras, de chantaje, etc.) en la campaña electoral de Trump; hasta hace poco Trump no ocultaba su admiración por Putin, algo así como una posible opción de alianza con Rusia como contrapeso al ascenso de China. Pero la antipatía hacia Rusia en la burguesía norteamericana es muy profunda y, cualesquiera que sean sus motivos personales (como la venganza o el deseo de demostrar que no es un títere ruso), Trump también se ha visto obligado a subir el tono para acabar echando peroratas contra Rusia. Lo que evidencia el acceso de Trump al poder es la subida del populismo y la creciente pérdida de control por parte de la burguesía sobre su propio aparato político, o sea, las expresiones directamente políticas de la descomposición social[7]. Y tales tendencias en la maquinaria política no pueden sino aumentar la inestabilidad en el plano imperialista, un plano en el que es tanto más peligrosa.
En un contexto tan tornadizo, es imposible descartar el peligro de actos repentinos de irracionalidad y agresión. La clase dominante no se ha sumergido todavía en la locura suicida; todavía entiende que el desencadenamiento de su arsenal nuclear corre el riesgo de destruir su propio sistema capitalista. Sin embargo, sería de imbéciles confiar en el buen sentido de las pandillas imperialistas que actualmente gobiernan el planeta, pues incluso hoy están investigando cómo podrían usarse las armas nucleares para ganar una guerra.
Como así insistió Luxemburgo en 1915, la única alternativa a la destrucción de la cultura por el imperialismo es “o triunfa el socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado.”
La fase actual de descomposición capitalista, de espiral de caos imperialista, es el precio pagado por la humanidad por la incapacidad de la clase obrera para realizar la promesa de 1968 y de la ola de lucha de clases internacional que siguió, o sea, una lucha consciente por la transformación socialista del mundo. Hoy la clase obrera se enfrenta a una carrera hacia la barbarie, con la forma de una multitud de conflictos imperialistas, de desintegración social y de devastación ecológica; y, a diferencia de 1917-18 cuando la revuelta obrera puso fin a la guerra, es mucho más difícil oponerse a las actuales formas de barbarie. Ciertamente son más fuertes en áreas donde la clase obrera tiene poco peso social (Siria es el ejemplo más evidente), pero incluso en países como Turquía, donde la cuestión de la guerra se enfrenta a una clase obrera con una larga tradición de lucha, hay pocos signos de resistencia directa al esfuerzo bélico. En cuanto a la clase obrera de los países centrales del capital, sus luchas contra lo que ahora es una crisis económica más o menos permanente están actualmente en un fuerte reflujo, y no tienen ningún impacto directo en las guerras que, aunque geográficamente en la periferia de Europa, están teniendo un impacto sobre todo negativo en la vida social, con del aumento del terrorismo y la manipulación cínica de la cuestión de los refugiados.[8]
Pero la guerra de clases dista mucho de haberse terminado. Aquí y allá da señales de vida: en las manifestaciones y huelgas en Irán, que mostraron una reacción determinada contra las aventuras militaristas del Estado; en las luchas en el sector de la educación en Reino Unido y Estados Unidos; en el creciente descontento con las medidas de austeridad del gobierno en Francia y España. Esto sigue estando muy por debajo del nivel necesario para responder a la descomposición de todo un orden social, pero la lucha defensiva de la clase obrera contra los efectos de la crisis económica sigue siendo la base indispensable para un cuestionamiento más profundo del sistema capitalista.
Amos
[1] Su título es La crisis de la socialdemocracia, https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf
[2] Ver en particular nuestro texto de orientación "Militarismo y descomposición", Revista internacional 64, 1991, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion.
[3]“El secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, logró frenar al presidente en cuanto a la magnitud de los ataques aéreos contra Siria. (...) Fue Jim Mattis quien salvó la situación. El secretario de Defensa de EE.UU, jefe del Pentágono y almirante retirado, tiene fama de ser un duro. Su antiguo apodo era "Perro loco". Cuando la semana pasada, Mattis, y no el Departamento de Estado ni el Congreso, se encaró a un Donald Trump que exigía sangre, Mattis le dijo a Trump, que la tercera guerra mundial no iba a desencadenarse bajo su patrocinio. Cuando comenzaron en la madrugada del sábado los ataques aéreos, Mattis parecía más presidencial que el propio presidente. El régimen de Assad, dijo, “había vuelto a desafiar las normas de la gente civilizada... usando armas químicas para asesinar a mujeres, niños y otros inocentes. Nosotros y nuestros aliados consideramos inexcusable esas atrocidades” A diferencia de Trump, que utilizó un discurso televisado para fustigar a Rusia y a su presidente, Vladimir Putin, en términos muy personales y emocionales, Mattis se mantenía firme y frío. EE.UU estaban poniendo fuera de servicio las capacidades de armas químicas de Siria, dijo él, para eso servían, ni más ni menos, los ataques aéreos. Mattis también tenía un mensaje más tranquilizador para Moscú: “Quiero subrayar que estos ataques están dirigidos contra el régimen sirio... Hemos hecho todo lo posible para evitar víctimas civiles y extranjeras” En otras palabras, las tropas y las instalaciones rusas en tierra no eran un objetivo. Además, los ataques no se repetirían, añadió. No habrá más” (Simon Tisdall, The Guardian 15/04/2018)
[4] ‘‘Yemen: una guerra clave en la lucha por la influencia en Oriente Medio” (2018), https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201802/4273/yemen-una-guerra-clave-en-la-lucha-por-la-influencia-en-oriente-medio
[5] Cf, https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/may/09/europe-trump-wreck-iran-nuclear-deal-cancel-visit-sanctions
[6] Ver https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201804/4295/denuncia-internacionalista-de-la-guerra-turca-en-afrin-por-una-lucha-i
[8] Para una evaluación del estado general de la lucha de clases, véase “22º Congreso de la CCI: Resolución sobre la situación internacional”, en la Revista Internacional nº 159 (2017), https://es.internationalism.org/revista-internacional/201711/4256/22-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internacional.