El curso histórico

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Dentro de la publicación en nuestra Web de artículos antiguos de nuestra Revista Internacional, sometemos a la consideración de nuestros lectores el texto El curso histórico adoptado por nuestro Tercer Congreso Internacional (1979). Este texto se planteó como respuesta los debates desarrollados por las Conferencias Internacionales de la Izquierda Comunista (1977-80)[1].

El documento resume los análisis del marxismo para considerar como evoluciona la relación de fuerzas entre las clases, es decir, como y cuando es posible para el proletariado lanzarse a hacer su revolución mundial. Estos análisis siguen siendo plenamente válidos.

No obstante, el texto fue escrito en un periodo histórico dominado por la confrontación imperialista entre los dos grandes bloques: el americano y el ruso. Esta situación cambió radicalmente a partir de 1989 con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición[2] y con la desaparición de los bloques imperialistas y la tendencia a un caos de confrontaciones imperialistas que, si bien ha hecho desaparecer de forma razonable la perspectiva de una Tercera Guerra Mundial (es decir, de lo que podría significar una destrucción generalizada del conjunto del planeta), a cambio estamos asistiendo a una sucesión interminable de guerras localizadas, de atentados terroristas en grandes ciudades, de barbarie sistemática[3], cuyas consecuencias pueden ser tanto o más letales que una guerra mundial. Todo esto ha modificado una serie de aspectos importantes de la lucha de clases que empezamos a tratar en un documento aprobado por nuestro 14º Congreso[4] y que hemos abordado de nuevo en la Resolución sobre la situación internacional de nuestro último congreso[5].

Como en otras ocasiones, estas traducciones de artículos las debemos a compañeros muy próximos a la organización que con su esfuerzo entusiasta permiten tener disponibles en lengua española textos de interés publicados por nuestra Corriente.


 

La segunda Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista (noviembre 1978) puso en evidencia la confusión extrema que reina actualmente en filas revolucionarias sobre el problema del periodo histórico actual, más precisamente:

  • sobre la existencia de una alternativa histórica (revolución proletaria o guerra imperialista generalizada) abierta por la entrada del capitalismo en una fase de crisis aguda (el colmo es evidentemente el de los grupos que no “ven” la crisis);
  • sobre la posibilidad de pronunciarse sobre la naturaleza del curso histórico (guerra o revolución);
  • sobre la naturaleza del curso actual mismo;
  • sobre las implicaciones políticas y organizacionales del análisis que se hace sobre curso;

De manera más general, las incomprensiones giran sobre:

  • la posibilidad y la necesidad de los revolucionarios de realizar previsiones:
  • la existencia de periodos distintos en el curso de la lucha de clases y en la naturaleza de las relaciones de fuerzas entre la burguesía y el proletariado.

El presente texto intenta dar respuesta a este conjunto de preguntas.

1. ¿Pueden y deben los revolucionarios hacer pronósticos?

La naturaleza misma de toda actividad humana supone el pronóstico: el proyecto. Por ejemplo, Marx escribe: “(…) una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera.”[6] Cada acto del ser humano procede de tal manera: de hecho, esta capacidad de prevenir, de proyectar, es un componente esencial de la conciencia humana. Esto es aún más cierto en el proceso científico; es de manera constante que utiliza el pronóstico: es únicamente transformando las hipótesis formuladas en predicciones a partir de una primera serie de experiencias y confrontando estos pronósticos con nuevas experiencias que el investigador puede verificar (o descartar) la veracidad de estas hipótesis y avanzar en el conocimiento.

Basándose en un enfoque científico de la realidad social, el pensamiento revolucionario del proletariado adopta necesariamente dicha forma con la única diferencia de que, contrariamente a los investigadores, los revolucionarios no pueden crear en un laboratorio las nuevas condiciones de experimentación. Es la práctica social, confirmando o invalidando las perspectivas que son definidas, quien viene a validar o invalidar su teoría. De hecho, son todos los aspectos del movimiento histórico de la clase obrera que se apoyan sobre el pronóstico: él permite adaptar las formas de lucha a cada época de la vida del capitalismo, pero, sobre todo, es sobre el pronóstico, y especialmente, sobre la perspectiva de una caída del capitalismo, que se basa el proyecto comunista. Como la celdilla del maestro albañil, el comunismo es primeramente concebido –evidentemente a grandes rasgos– en la cabeza de los seres humanos antes de que sea edificado en la realidad.

Contrariamente a lo que piensa, por ejemplo, Paul Matick, que dice que el estudio de los fenómenos económicos no puede desembocar en ninguna predicción utilizable par la actividad de los revolucionarios, el pronóstico, la definición de perspectivas, son una parte integrante y muy importante de esta actividad.

Esto establecerá la pregunta que se puede formular de la siguiente manera: “¿cuál es el campo de aplicación del pronóstico para los revolucionarios?”

  • ¿la larga duración? Certeramente: el proyecto comunista no se basa en otra cosa;
  • ¿la corta duración? Igualmente. Es lo propio de la actividad humana actual y, por tanto, también, de los revolucionarios;
  • ¿la mediana duración? Por el hecho de que el pronóstico no se puede limitar a generalidades como en la larga duración, y, que, al mismo tiempo, él dispone de menos elementos que el corto tiempo, es, sin duda en este dominio, que el pronóstico es más difícil a realizar para el proletariado, pero, al mismo tiempo, no se puede descuidar porque condiciona directamente su modo de lucha en cada época de la vida del capitalismo.

La pregunta se puede formular más precisamente así: “En el marco de los pronósticos en la mediana duración, ¿se puede y se debe prevenir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado?”, lo que supone que admitimos la posibilidad de una tal evolución y que se ha podido dar respuesta a la siguiente pregunta preliminar:

2. ¿Existen periodos diferentes en el curso de la lucha de clases?

Puede parecer curioso que nos veamos empujados a plantearnos preguntas tan elementales. En el pasado, estas interrogantes ni siquiera llegaron a la mente de los revolucionarios ya que sus respuestas parecían evidentes. Si se planteaba una pregunta no era: “¿existe un curso en la lucha de clases?” o “¿es posible y necesario de analizar?”, sino únicamente “¿cuál es la naturaleza del curso?”. Y de eso se trataban en los debates entre los revolucionarios. Desde 1852, Marx podía describir el curso particularmente convulso de la lucha de la clase obrera: “las revoluciones proletarias (…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo (...), parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines (...)”[7] Hace más de un siglo, la pregunta parecía clara. Pero está claro que la terrible contrarrevolución de la que salimos ha introducido tanta confusión en el medio revolucionario[8] que es necesario hoy reformular este tipo de preguntas.

En general, las confusiones en esta área se basan en un desconocimiento de la historia del movimiento obrero (pero, como dijo Marx, la ignorancia no es una excusa). Su estudio nos permite verificar lo que Marx había señalado, es decir, la alternancia de brotes, a menudo brillantes y deslumbrantes, de la lucha proletaria (1848-49, 1864-71, 1917-23) y de su retroceso (a partir de 1850, 1872 y 1923) que llevaron, cada vez, a la desaparición o degeneración de las organizaciones políticas que la clase se dio en el periodo de remonte de las luchas (Liga de los Comunistas: creación en 1847, disolución en 1852; AIT: Asociación Internacional de los Trabajadores: fundación en 1864, disolución en 1876; Internacional Comunistas fundación en 1919, degeneración y muerte en los primeros años de la década de 1920; la vida de la Internacional Socialista 1889/1914, sigue un curso similar pero menos claro). Es probablemente la duración extremadamente larga (medio siglo) de la contrarrevolución que sigue a la ola revolucionaria que culminó en 1917 y durante la cual la clase obrera permanece prácticamente uniforme en una posición de debilidad, lo que hace posible explicar que hoy hay revolucionarios incapaces de comprender que puede haber tal alternancia entre períodos de progreso y de retroceso de la lucha de clases. El estudio sin prejuicios (¡pero es mucho más cómodo no estudiar y no cuestionar!) de la historia del movimiento obrero y los análisis marxistas, hubieran permitido a estos revolucionarios superar el peso de la contrarrevolución, y les habría permitido, también, saber que los brotes de lucha de clases acompañan los periodos de crisis de la sociedad capitalista (crisis económica: 1848; o guerra: 1871, 1905, 1917) por:

  • el debilitamiento de la clase dominante;
  • la necesidad de que los proletarios resistan la degradación de sus condiciones de vida;
  • la toma de conciencia que resulta de exponer las contradicciones del sistema.

3. ¿Podemos predecir el curso histórico de la lucha de clases?

La historia nos muestra que los revolucionarios pueden cometer errores considerables en esta área. Los ejemplos no faltan:

  • tendencia Willich-Schapper de la Liga de los Comunistas, no comprenden el reflujo de las luchas después de 1849 y empujan a la organización hacia acciones aventureras;
  • la corriente bakuninista de la AIT sigue esperando, luego del aplastamiento de la Comuna de 1871, una revolución inminente dándole la espalda a una preparación a largo plazo;
  • KAPD no se dio cuenta del declive de la revolución a principios de la década de 1920 perdiéndose en el voluntarismo e inclusive en el putschismo;
  • Trotsky declara en 1936 que la “revolución comenzó en Francia” y funda en 1938, en una coyuntura muy desfavorable, una “4ta Internacional” nacida muerta;

Sin embargo, la historia también ha demostrado que los revolucionarios tenían los medios para analizar adecuadamente el curso y hacer predicciones precisas sobre el futuro de las luchas de clases:

  • Marx y Engels aprovechando el cambio de perspectiva después de 1849 y 1871;
  • La Izquierda Italiana comprendiendo el reflujo de la revolución mundial después de 1921, sacando conclusiones correctas sobre las tareas del partido y en cuanto al significado de los acontecimientos de la España del 36[9]

La experiencia ha igualmente demostrado que, en general, estas predicciones adecuadas no eran aleatorias, sino que se basaban en un estudio muy serio de la realidad social abarcando un análisis del capitalismo mismo, y en primer lugar, de la situación económica, pero también una evaluación de la dinámica de las luchas sociales tanto en el plano de la combatividad como de la conciencia. Es de esta forma que:

  • Marx y Engels concluyen sobre el declive de la revolución a principios de la década de 1850 a partir del reconocimiento de la recuperación económica tras la crisis de 1847-48;
  • Lenin y los bolcheviques apuestan a un ascenso revolucionario durante la Primera Guerra Mundial basado en el hecho de que la guerra imperialista es una manifestación de la crisis mortal del capitalismo que pone a este sistema en un estado de extrema debilidad.

Pero, como condición necesaria para una reactivación obrera, la crisis del capitalismo no es suficiente, contrariamente a lo que pensaba Trotsky después de la crisis de 1929. De la misma forma, la combatividad obrera no es un indicio suficiente de la recuperación real y duradera si no se acompaña de una tendencia a romper con la mistificación capitalista: esto es lo que desconoce la minoría de la Fracción Comunista Italiana que ve en la movilización y el armamento de los trabajadores españoles en julio de 1936 el comienzo de una revolución cuando, de hecho, están políticamente desarmados por el "antifascismo" y, por lo tanto, incapaces de atacar realmente al capitalismo.

Por lo tanto, podemos constatar que es posible para los revolucionarios predecir la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado y que, lejos de abordar esta tarea como una lotería, tienen criterios extraídos de la experiencia que, sin ser infalibles, les permite caminar sin los ojos vendados. Pero otra objeción surge en algunos revolucionarios: "Aun cuando es posible hacer predicciones sobre el curso histórico, ellas no tienen ningún interés para la lucha de clases ni condicionan de ninguna manera la actividad de los comunistas. Todo eso es especulación intelectual sin impacto en la práctica". Son a estos argumentos a lo que se trata de responder.

4. ¿Es necesario hacer pronósticos sobre el curso histórico?

Para responder a esta pregunta, casi se podría decir que los hechos hablan por sí mismos, pero la contrarrevolución ha hecho tantos estragos en algunos grupos revolucionarios que, bien ignoran totalmente estos hechos, o que ya no son capaces de leerlos. Solo hay que mencionar la difícil situación de la Izquierda Alemana –completamente desorientada, dislocada y finalmente destruida tras su error sobre el curso de la lucha de clases[10], a pesar del valor de todas sus posiciones programáticas– para convencerse de la necesidad para la organización de los revolucionarios de un análisis correcto de la perspectiva histórica. También vamos a recordar el triste vagar de la minoría de la Fracción Italiana alistándose en las milicias antifascistas, o el destino igualmente lamentable de la Unión Comunista practicando desde hace años una política de "apoyo crítico" a los socialistas de izquierda del POUM esperando que surja una vanguardia comunista que tome la delantera en la "revolución española", para constatar el impacto desastroso que puede haber sobre los revolucionarios una incomprensión del problema del curso de la historia.

De hecho, el análisis del curso de la lucha de clases afecta directamente el tipo de organización e intervención de los revolucionarios. Del mismo modo, que, para remontar la corriente de un río, nadamos sobre el borde, y para descender, se nada en el medio, igualmente las relaciones que establecen los revolucionarios con su clase son diferentes en función de si están a la cabeza de su movimiento cuando va hacia la revolución o que están luchando contracorriente en un movimiento que impulsa al proletariado al abismo de la contrarrevolución.

En el primer caso, su principal preocupación será no apartarse de la clase, de seguir cuidadosamente cada uno de los pasos y cada una de sus luchas con el fin de desarrollar, lo más posible, sus potencialidades. Sin descuidar nunca el trabajo teórico, el trabajo de participación directa en las luchas de la clase será, por lo tanto, privilegiado. En el plan organizacional, los revolucionarios tendrán una actitud segura y abierta hacia otras corrientes que puedan surgir en la clase. Si bien se mantienen, como en todas las circunstancias firmes en los principios, se apostará a una evolución positiva de estas corrientes, sobre las posibilidades de la convergencia de sus posiciones respectivas y se enfocará la máxima atención y esfuerzo en la tarea de reagrupamiento.

Muy diferente será el actuar de los revolucionarios en un período de reflujo histórico de las luchas. Se tratará, entonces, en primer lugar, de concentrar todos los esfuerzo en resistir este flujo adverso y así preservar sus principios de la influencia destructora de la mistificación capitalista que tiende a abrumar a toda la clase, y en segundo lugar, para preparar el futuro resurgimiento de ella, dedicando la mayor parte de sus escasas fuerzas a un trabajo de examen teórico y el balance de las experiencias pasadas y, en particular, las causas de la derrota. Está claro que este enfoque tiende a distanciar a los revolucionarios de la clase, pero debe asumir tal resultado desde el momento en que se ha constatado que la burguesía está por el momento victoriosa y que el proletariado se deja llevar en su terreno, de lo contrario, pueden ser arrastrados también. Del mismo modo, en cuanto al reagrupamiento revolucionario, y sin nunca darle la espalda a este esfuerzo, sería inútil en tales períodos apostar a una perspectiva muy positiva, la tendencia es más bien a un repliegue firme de la organización en torno a sus posiciones, al mantenimiento de los desacuerdos donde su resolución choca con la falta de experiencia viviente de la clase. Esto demuestra que el análisis del curso tiene un impacto en el modo de actividad y de organización de los revolucionarios y que no se trata de "especulaciones académicas." De hecho, como un ejército necesita en cualquier momento conocer la naturaleza precisa de la relación de fuerzas con el ejército enemigo con el fin de saber si debe atacar o retirarse en buen orden, la clase obrera necesita apreciar correctamente la relación de fuerzas con su enemigo: la burguesía. Y pertenece a los revolucionarios, como los elementos más avanzados de la clase proporcionarle el máximo de elementos para tal apreciación. Esta es una de sus razones esenciales de su existencia. Esta responsabilidad los revolucionarios la ejercieron, con diferentes grados de éxito, en el pasado, pero el análisis del curso histórico se vuelve aún más importante con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia en la medida que el desafío en sí de la lucha de clases adquiere una dimensión mayor.

5.  La alternativa histórica en el periodo de la decadencia del capitalismo

Tras la Internacional Comunista, la CCI siempre ha afirmado que con la decadencia del capitalismo se había abierto "la era de las guerras imperialistas y las revoluciones proletarias". La guerra no es una especificidad del capitalismo decadente, ya que no es una especificidad del capitalismo mismo. Pero la función y la forma de guerra cambia si este sistema es progresivo, o se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad:

"En la era del capitalismo en ascenso, las guerras (conquista nacional, colonial e imperialista) expresaron la marcha ascendente de fermentación, fortalecimiento y expansión del sistema económico capitalista. La producción capitalista encontró en la guerra la continuación de su política por otros medios. Cada guerra se justificaba y pagaba sus gastos abriendo un nuevo campo de mayor expansión, asegurando el desarrollo de una mayor producción capitalista.

En la época del capitalismo decadente, tanto la guerra como la paz expresan esta decadencia y contribuyen poderosamente a acelerarla.

Sería un error considerar la guerra como un fenómeno limpio, negativo por definición, destructivo y que se presenta como un obstáculo para el desarrollo de la sociedad, en oposición a la paz, que se presentaría como el curso normal positivo del desarrollo continuo de la producción y de la sociedad. Esto introduciría un concepto moral en un curso objetivo, económicamente determinado.

La guerra era el medio indispensable del capitalismo, abriéndole posibilidades para un mayor desarrollo, en la época en que estas posibilidades existían y solo podían abrirse por medio de la violencia. De manera similar, el colapso del mundo capitalista que históricamente agotó todas las posibilidades de desarrollo encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este colapso que, sin abrir ninguna posibilidad de un mayor desarrollo para la producción, no hace más que sumergir las fuerzas productivas en el abismo y acumular, a un ritmo acelerado, ruina sobre ruinas.

No hay oposición fundamental en el régimen capitalista entre guerra y paz, pero hay una diferencia entre las dos fases ascendentes y decadentes de la sociedad capitalista y, por lo tanto, una diferencia en la función de la guerra (en la relación de la guerra y la paz) en las dos fases respectivas. Si en la primera fase, la guerra tiene la función de asegurar una ampliación del mercado, con miras a una mayor producción de bienes de consumo, en la segunda fase, la producción se dirige esencialmente hacia la producción de medios de destrucción, es decir, en miras de la guerra. La decadencia de la sociedad capitalista encuentra su expresión impactante en el hecho de que, en las guerras para el desarrollo económico (período ascendente), la actividad económica se restringe principalmente con el propósito de la guerra (periodo decadente).

Esto no significa que la guerra se haya convertido en el objetivo de la producción capitalista, el objetivo siempre permanece para el capitalismo en la producción de plusvalor, pero eso significa que la guerra, tomando un carácter permanente, se ha convertido en la forma de vida del capitalismo decadente."

(Informe a la Conferencia de la Izquierda Comunista de Francia de julio de 1945)[11]

De este análisis de la relación entre el capitalismo decadente y la guerra imperialista, se pueden extraer tres conclusiones:

1 - Entregado a su propia dinámica, el capitalismo no puede escapar de la guerra imperialista: todos los chismes sobre la paz, todas las "Sociedades de Naciones" y "Organizaciones de las Naciones Unidas", toda la buena voluntad de algunos de estos "grandes hombres" no pueden hacer nada y los períodos de "paz" (es decir, cuando la guerra no está generalizada) son solo los momentos en que reconstituye sus fuerzas para enfrentamientos bárbaros y aún más destructivos.

2 - La guerra imperialista es la manifestación más significativa de la bancarrota histórica del modo de producción capitalista, ella pone en evidencia la necesidad e incluso la urgencia de sobrepasar este modo de producción antes de llevar a la humanidad al abismo o la destrucción definitiva, ese es el sentido de la fórmula citada de la IC.

3 - Contrariamente a las guerras del período ascendente, que afectaron solo áreas delimitadas del globo y no determinaron la vida social completa de cada país, la guerra imperialista implica una extensión mundial y una sumisión de toda la sociedad a sus requerimientos y en primer lugar, evidentemente, de la clase que produce la mayor parte de la riqueza social: el proletariado.

Es por esta razón que el proletariado lleva consigo el final de todas las guerras y el único futuro posible de la sociedad, el socialismo, pero también la clase que está a la vanguardia de los sacrificios impuestos por la guerra imperialista y que, excluidos de toda propiedad, es la única sin patria, la verdaderamente internacionalista, el proletariado tiene en sus manos el destino de toda la humanidad. Y más directamente de su capacidad de reaccionar en su terreno de clase a la crisis histórica del capitalismo, depende de la posibilidad o no de que este sistema traiga su propia respuesta –la guerra imperialista– y la imponga a la sociedad.

Con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, las implicaciones de la naturaleza del curso histórico son, por lo tanto, casi desproporcionadas con respecto a lo que podrían haber sido en el siglo pasado. En el siglo XX, la victoria capitalista significaba barbarie sin nombre de la guerra imperialista y la amenaza de una desaparición de la especie humana; la victoria proletaria, por otro lado, significa la posibilidad de una regeneración de la sociedad, el "fin de la prehistoria humana y el comienzo de su verdadera historia", la "salida del reino de la necesidad y la entrada en el reino de la libertad". Esto es el meollo que los revolucionarios deben tener en cuenta cuando examinan la cuestión del curso. Pero este no es el caso de todos los revolucionarios, especialmente aquellos que se niegan a hablar de alternativas históricas (o, si hablan de ello, no saben de qué se trata), para quienes la guerra imperialista y la emergencia proletaria son simultáneas o incluso complementarias.

6. La oposición y la exclusión de los dos términos de la alternativa histórica

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial se había desarrollado, en la Izquierda Italiana, la tesis de que la guerra imperialista ya no sería el producto de la división del capitalismo entre Estados y potencias antagónicas luchando, cada una, por la hegemonía mundial. Por el contrario, este sistema recurriría a este fin solo para masacrar al proletariado y obstaculizar el surgimiento de la revolución. Es a este argumento que la Izquierda Comunista Francesa respondió escribiendo:

"La era de las guerras y las revoluciones no significa que el desarrollo del curso de la revolución responda a un desarrollo del curso de la guerra. Sin embargo, estos dos cursos tienen su fuente en la misma situación histórica de crisis permanente del régimen capitalista, son, no obstante, de esencia diferente, no tienen relación recíproca directa. Si el transcurso de la guerra se convierte en un factor directo, precipitando las convulsiones revolucionarias, no es lo mismo con respecto al curso de la revolución que nunca es un factor en la guerra imperialista. La guerra imperialista no se desarrolla en respuesta al flujo de la revolución, pero es exactamente lo contrario que es verdad, es el reflujo de la revolución que sigue a la derrota de la lucha revolucionaria, fue el desalojo momentáneo de la amenaza de la revolución, que le permite a la sociedad capitalista evolucionar hacia el estallido de la guerra engendrada por las contradicciones y los desgarros internos del sistema capitalista".

También han surgido otras teorías más recientes según las cuales "con la agravación de la crisis del capitalismo, son los dos términos de la contradicción que se refuerzan al mismo tiempo: la guerra y la revolución no se excluirían entre sí, sino que avanzarían de manera simultánea y paralela sin que uno sepa cuál llegará a su fin antes que el otro". El principal error de tal concepción es que se descuida por completo el factor de lucha de clases en la vida de la sociedad. La concepción desarrollada por la Izquierda Italiana pecaba por una sobreestimación del impacto de este factor. Partiendo de la frase del "Manifiesto Comunista" siguiente: "la historia de toda sociedad hasta la actualidad es la historia de la lucha de clases", tuvo implicaciones mecánicas en el análisis del problema de la guerra imperialista considerándola como una respuesta a la lucha de clases, sin ver, por el contrario, que solo podría tener lugar en ausencia de ella o debido a su debilidad. Pero por falsa que fuera, esta concepción se basó en un esquema correcto, el error provenía de una delimitación incorrecta de su campo de aplicación. Por otro lado, la tesis del "paralelismo y simultaneidad del curso hacia la guerra y la revolución" ignora por completo este esquema básico del marxismo porque supone que las dos principales clases antagónicas de la sociedad pueden preparar sus respuestas respectivas a la crisis del sistema -la guerra imperialista para uno y la revolución para el otro- completamente independiente entre sí, de la relación entre sus fuerzas respectivas, de sus enfrentamientos. Si ni siquiera se puede aplicar a lo que determina toda alternativa histórica completa, la vida de la sociedad, el esquema del "Manifiesto Comunista" no tiene más razón de existir y podemos clasificar a todo el marxismo en un museo en el estante de los inventos "absurdos de la imaginación humana". En realidad, la historia es responsable de demostrar el error de tal concepción de "paralelismo". De hecho, a diferencia del proletariado que no conoce intereses contradictorios, la burguesía es una clase profundamente dividida por el antagonismo existente entre los intereses económicos de sus diferentes sectores: en una economía donde la mercancía es indiscutible, la competencia entre fracciones de la clase dominante es en general insuperable; ahí reside la causa profunda de las crisis políticas que se abaten en esta clase, así como de las tensiones entre países y entre bloques que se agravan a medida que la competencia aumenta con la crisis. El nivel más alto al que se le puede dar cierta unidad al capital es a nivel nacional, y uno de los atributos esenciales del Estado capitalista es imponer disciplina entre los sectores del capital nacional. En el límite podemos considerar la existencia de una cierta "solidaridad" entre naciones del mismo bloque imperialista: es la traducción del hecho de que, contra todos los demás, un capital nacional no puede hacer nada y que está obligado a ceder parte de su independencia para defender mejor sus intereses globales, pero esto no elimina:

- rivalidades entre países del mismo bloque,

- el hecho de que el capitalismo nunca se puede unir a escala mundial (contrariamente a lo que afirmaba la tesis del "superimperialismo" de Kautsky, por ejemplo), los bloques siempre se mantienen y sus antagonismos solo pueden ir agravándose.

El único momento en que la burguesía puede restaurar la unidad a escala mundial, donde puede hacer callar sus rivalidades imperialistas, es cuando se ve amenazada en su propia supervivencia por su enemigo mortal: el proletariado. Pero entonces, y la historia lo ha demostrado ampliamente, ella es capaz de mostrar esta solidaridad que falta en otras circunstancias. Esto se ilustra:

- ya en 1871, la colaboración entre Prusia y el gobierno de Versalles con respecto a la Comuna (liberación de los soldados franceses que iban a ser utilizados durante la "semana sangrienta");

- en 1918, la "solidaridad" del bloque imperialista de la Entente[12] con la burguesía alemana amenazada por la revolución proletaria (liberación de los soldados alemanes utilizados en la masacre de los Espartaquistas).

Por lo tanto, de una manera que no es paralela e independiente, sino antagónica y mutuamente determinante, se está desarrollando el curso histórico hacia la guerra y hacia la revolución. Además, no es solo en términos del futuro de la sociedad que la guerra y la revolución imperialista se excluyen mutuamente como respuestas de las dos clases históricamente antagónicas, sino que también en sus preparativos respectivos se manifiesta su oposición.

La preparación de la guerra imperialista presupone para el capitalismo el desarrollo de una economía de guerra, de la cual el proletariado, por supuesto, soporta la carga más pesada. Por lo tanto, es ya mediante la lucha contra la austeridad que obstaculiza estos preparativos y que muestra que no está listo para apoyar los sacrificios aún más terribles que la burguesía pediría durante una guerra imperialista. Prácticamente, la lucha de clases, incluso para fines limitados, representa, para el proletariado, una ruptura en la solidaridad con "su" capital nacional, una solidaridad que se le demanda que se manifieste en la guerra. También expresa una tendencia a romper con los ideales burgueses como la "democracia", la "legalidad", la "patria", el falso "socialismo", en defensa de los cuales los trabajadores serán llamados a hacerse masacrar y masacrar a sus hermanos de clase. Ella permite, en fin, que se desarrolle su unidad, condición indispensable de su capacidad para oponerse, a escala internacional, al arreglo de cuentas entre bandidos imperialistas.

La entrada del capitalismo, a mediados de la década de 1960, en una fase de aguda crisis económica significa la inminencia de la perspectiva definida por el IC: "guerra imperialista y revolución proletaria", como respuestas específicas de cada una de las dos clases principales de la sociedad a tal crisis. Pero esto no significa que los dos términos de esta perspectiva se desarrollarán simultáneamente. Es bajo la forma de una alternativa, es decir, de exclusión mutua, que estos dos términos se presentan a sí mismos:

- o el capitalismo impone su respuesta y eso significa que anteriormente ha superado la resistencia de la clase trabajadora,

- o el proletariado trae su solución y huelga decir que ha logrado paralizar la mano asesina del imperialismo.

La naturaleza del presente curso hacia la guerra imperialista o la guerra de clases es, por lo tanto, la traducción de la evolución de la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado. Como lo han hecho antes que nosotros la mayoría de los revolucionarios, especialmente Marx, son estas relaciones de fuerzas las que debemos estudiar. Pero esto supone que uno tiene criterios para tal evaluación que no son necesariamente idénticos a los utilizados en el pasado. La definición de tales criterios presupone, por lo tanto, tanto el conocimiento de los del pasado, la distinción entre los que siguen siendo válidos y los que se han vuelto obsoletos en vista de la evolución de la situación histórica, así como la toma de cuenta de nuevos criterios impuestos por esta evolución. En particular, no se puede aplicar mecánicamente los esquemas del pasado a pesar de que es necesario empezar desde el estudio de las condiciones que permitieron la ruptura, es decir, la guerra imperialista en 1914 y 1939.

7. Las condiciones de la guerra imperialista en 1914 y 1939

Con la interrupción de la lucha de clases, o más precisamente, la destrucción del poder de clase del proletariado, la destrucción de su conciencia, la desviación de sus luchas, la burguesía consigue operar a través de sus agentes en el proletariado, vaciando sus luchas de su contenido revolucionario y enrumbándolos en los rieles del reformismo y el nacionalismo, que es la condición última y decisiva para el estallido de la guerra imperialista.

Esto debe entenderse no desde un punto de vista estrecho y limitado del proletariado de un país, sino internacionalmente.

De esta forma, la recuperación parcial, el resurgimiento de las luchas y huelgas observadas en 1913 en Rusia no disminuye nuestra afirmación. Mirando las cosas más de cerca, veremos que el poder del proletariado internacional en vísperas de 1914, las victorias electorales, los principales partidos socialdemócratas y los sindicatos de masas, la gloria y el orgullo de la Segunda Internacional, no eran más que una apariencia, una fachada, que esconde bajo su barniz la profunda decadencia ideológica. El movimiento obrero, socavado y podrido por el oportunismo reinante, debía derrumbarse, como un castillo de naipes, frente al primer soplo de guerra.

La realidad no se traduce como el fotógrafo cronológico de los eventos. Para entenderla, se debe comprender el movimiento interno subyacente, los cambios profundos que ocurrieron antes de que aparecieran en la superficie y sean registradas por fechas. Cometeríamos un grave error al querer permanecer fieles al orden cronológico de la historia y presentar la guerra de 1914 como la causa del colapso de la Segunda Internacional, cuando, de hecho, el estallido de la guerra estuvo directamente condicionado por la degeneración oportunista previa del movimiento obrero internacional. Las frases internacionalistas sonoras y bravuconas eran la apariencia externa que daba una falsa seguridad, en lo interno de los partidos de la 2ª Internacional triunfaba y dominaba la tendencia nacionalista. La guerra de 1914 no hizo más que poner en evidencia, a plena luz del día, el aburguesamiento de los partidos de la Segunda Internacional, la sustitución de su programa revolucionario inicial, por la ideología del enemigo de clase, su apego a los intereses de la burguesía nacional.

Este proceso interno de destrucción de la consciencia de clase ha manifestado su finalización, abiertamente, en el estallido de la guerra de 1914 que él ha condicionado.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial estuvo sujeto a las mismas condiciones.

Podemos distinguir tres etapas necesarias y sucesivas entre las dos guerras imperialistas.

La primera termina con el agotamiento de la gran ola revolucionaria posterior a 1917 y consiste en una serie de derrotas de la revolución en varios países, en la derrota de la Izquierda excluida de la Internacional Comunista donde triunfa el centrismo[13] y el compromiso de la URSS en una evolución hacia el capitalismo a través de la teoría y la práctica del "socialismo en un solo país".

La segunda etapa es la de la ofensiva general del capitalismo internacional llegando a liquidar las convulsiones sociales en el centro decisivo donde se juega la alternativa histórica del capitalismo/socialismo: Alemania, mediante el aplastamiento físico del proletariado y el establecimiento del régimen de Hitler jugando el rol de gendarme de Europa. En esta etapa corresponde la muerte definitiva del IC y la quiebra de la Oposición de Izquierda de Trotsky que, incapaz de reagrupar las energías revolucionarias, se compromete por la coalición y la fusión con grupos y corrientes oportunistas de la izquierda socialista y se orienta hacia prácticas de bluf y aventurerismos proclamando la formación de la Cuarta Internacional.

La tercera etapa fue la desviación total del movimiento obrero de los países "democráticos". Bajo la máscara de la defensa de las "libertades" y "conquistas" de los trabajadores amenazadas por el fascismo, en realidad se intentó y se logró que el proletariado se alistara a la defensa de la democracia, es decir, de la burguesía nacional, de su patria capitalista. El antifascismo era la plataforma, la ideología moderna del capitalismo, que los partidos traidores al proletariado usaban para envolver la mercancía putrefacta de la defensa nacional.

En esta tercera etapa opera el paso definitivo de los llamados partidos comunistas al servicio de su capitalismo respectivo, la destrucción de la conciencia de clase por el envenenamiento de las masas, por la ideología antifascista, la adhesión de las masas a la futura guerra imperialista a través de su movilización en los "frentes populares", las huelgas desnaturalizadas y desviadas de 1936.

La guerra antifascista española, la victoria definitiva del capitalismo de Estado en Rusia se manifestó, entre otras cosas, por la feroz represión y matanza física de cualquier intento de reacción revolucionaria, su adhesión a la Liga de las Naciones; su integración en un bloque imperialista y el establecimiento de la economía de guerra para la guerra imperialista. Este período también se registró la liquidación de muchos grupos revolucionarios y comunistas de Izquierda surgidos de la crisis de la IC y que, a través de la adhesión a la ideología antifascista, a la "defensa del Estado obrero" en Rusia, estaban atrapados en el engranaje del capitalismo y perdidos, definitivamente, en tanto como expresión de la vida de la clase. Nunca antes la historia había registrado tal divorcio entre la clase y los grupos que expresan sus intereses y su misión. La vanguardia estaba en un estado de aislamiento absoluto y se reduce cuantitativamente a pequeñas islas insignificantes.

La gran ola de la revolución que surgió a finales de la primera guerra imperialista sumió al capitalismo internacional en un tal temor, que ha hecho falta este largo período de desarticulación de las bases del proletariado para que se cumplan las condiciones para el estallido de la nueva guerra imperialista mundial". (ídem)

A estas líneas luminosas, podemos agregar, aún, los siguientes elementos:

- la evolución oportunista y la traición de los partidos de la II Internacional fue permitida por las características del capitalismo en su apogeo, que, por su progreso económico, por su aparente falta de convulsiones profundas, por las reformas que fue capaz de conceder a la clase trabajadora, había favorecido la idea de una transformación gradual, pacífica y legal hacia el socialismo desde la sociedad burguesa;

- uno de los elementos esenciales de la confusión proletaria entre las dos guerras era la existencia y la política de la URSS. Esta había ocasionado dos reacciones igualmente negativas en la inmensa mayoría de los trabajadores: o bien, les había asqueado sobre toda perspectiva socialista devolviéndolos a regazo de la socialdemocracia; o bien, los que seguían creyendo que Rusia era la “Patria del Socialismo” sometieron sus luchas a los imperativos de la defensa de sus intereses imperialistas.

8. Criterios para la evaluación del curso histórico

Del análisis de las condiciones que llevaron al estallido de las dos guerras imperialistas, podemos extraer las siguientes lecciones comunes:

- la relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado solo puede juzgarse de manera mundial y no puede tener en cuenta las excepciones que pueden afectar a las zonas secundarias: es esencialmente la situación de un cierto número de países grandes de lo que se puede deducir la verdadera naturaleza de esta relación de fuerzas;

- para que la guerra imperialista pueda estallar, el capitalismo necesita imponer previamente una profunda derrota al proletariado, sobre todo, una derrota ideológica y física, si el proletariado ha mostrado anteriormente una fuerte combatividad (caso de Italia, Alemania y España entre las dos guerras);

- para esta derrota no basta una pasividad de la clase, si no que se necesita la adhesión entusiasta de ella a ideales burgueses ("democracia", "antifascismo", "socialismo en un solo país");

- la adhesión a estos ideales supone:

(a) que ellas tengan una apariencia de realidad (posibilidad de un desarrollo infinito y sin problemas del capitalismo y la "democracia"; el origen obrero del régimen que se establece en la URSS),

(b) que ellas estén asociadas de una forma u otra con la defensa de intereses proletarios,

(c) que tal asociación sea defendida entre los trabajadores por organizaciones que tienen la confianza de haber sido en el pasado los defensores de sus intereses, es decir, que los ideales burgueses tienen como defensores a las organizaciones anteriormente proletarias que han traicionado.

Estas son, en términos generales, las condiciones que han permitido el estallido de guerras imperialistas en el pasado. No se dice a priori que una posible guerra imperialista futura necesite condiciones idénticas, pero en la medida en que la burguesía toma conciencia del peligro que podría representar para ella un brote prematuro de hostilidades (a pesar de todos estos preparativos preliminares, incluso la Segunda Guerra Mundial provoca una reacción de los trabajadores en 1943 en Italia y en 1944/45 en Alemania), no vamos demasiado lejos al considerar que se lanzaran en una confrontación generalizada solo si es consciente de controlar igual de bien la situación como en 1939, o al menos como en 1914. En otras palabras, para que la guerra imperialista sea posible nuevamente, debe haber al menos las condiciones enumeradas anteriormente y si no es el caso, debe haber otras capaces de compensar las que faltan.

9. La comparación de la situación presente con las de 1914 y 1939

En el pasado, el terreno principal en el que se decidió el curso histórico fue Europa, especialmente sus tres países más poderosos, Alemania, Inglaterra y Francia, y países en un segundo orden como España e Italia. Hoy, esta situación sigue siendo parcialmente similar en la medida en que es este continente el que sigue siendo el objetivo esencial del choque entre los dos bloques imperialistas. Cualquier evaluación del curso pasa por el examen de la situación de la lucha de clases en estos países, pero, al mismo tiempo, no podría completarse si no se tuviera en cuenta la situación en la URSS y en China.

Si examinamos todos estos países, podemos ver que, en ninguna parte, durante varias décadas, el proletariado ha sido derrotado físicamente; la última de las derrotas en este orden ha llegado a un país tan marginal como Chile. Del mismo modo, no podemos encontrar en ninguno de estos países una derrota ideológica comparable a la de 1914, es decir, permitiendo una adhesión entusiasta de los proletarios al capital nacional:

- las viejas mistificaciones como "antifascismo" o "socialismo en un país" han fracasado incluso si se enfrenta a la ausencia de un "fascismo aterrador" y la exposición de la realidad de este "socialismo",

- la creencia en un progreso permanente y pacífico del capitalismo ha sido severamente sacudida por más de medio siglo de convulsiones y barbarie, y las ilusiones que se desarrollaron con la reconstrucción de la segunda posguerra ahora son maltratadas por el desarrollo de la crisis,

- el chovinismo, incluso si se mantiene de manera no despreciable entre un cierto número de países del Tercer Mundo, no tiene el mismo impacto que en el pasado:

- sus fundamentos están siendo socavados por el desarrollo del capitalismo, que cada día suprime un poco más las diferencias y especificidades nacionales,

- con la excepción de las dos grandes potencias, la URSS y los EEUU, existe la necesidad de la movilización, no detrás de un país, sino detrás de un bloque,

- en la medida en que es en nombre del interés nacional que cada vez se exigen más sacrificios a los trabajadores frente a la crisis, este "interés nacional" aparecerá cada vez más como el enemigo directo de sus intereses de clase, de hecho, en la actualidad el chovinismo, disfrazado de independencia nacional, encuentra verdadero refugio solo en los países más atrasados.

- la defensa de la "democracia" y la "civilización", que hoy ha tomado la forma de campañas de Carter sobre "derechos humanos"[14] y tiene la ventaja de garantizar una unidad ideológica para el conjunto del bloque occidental, encuentra un éxito significativo solo entre las peticiones habituales del medio intelectual y de "nuevos filósofos", pero muy pocas entre las nuevas generaciones de proletarios que no ven mucho qué relación pueda existir entre sus intereses y esos "derechos humanos" que sus promotores burlan cínicamente,

- los antiguos partidos obreros socialdemócratas y "comunistas" han traicionado durante demasiado tiempo a su clase para que puedan tener un impacto comparable al del pasado: los primeros han sido, durante más de 60 años, gerentes leales del capitalismo, su función anti-proletaria es probada y reconocida por muchos trabajadores. Por último, son ellos quienes en los últimos años han tenido la tarea, en la mayoría de los países de Europa Occidental, de dirigir gobiernos que son sinónimo de austeridad y medidas antiobreras, y si ayuda a restaurar un poco su escudo, su cura de oposición actual, no puede darles un entusiasta apoyo de los proletarios. En cuanto a los partidos estalinistas, se puede decir que los proletarios no les muestran ninguna confianza dónde gobiernan: los odian, y en los países en donde la pertenencia al campo occidental los confina en la oposición y donde pueden tener un cierto impacto en la clase, este impacto no es directamente utilizable para una movilización detrás del bloque estadounidense presentado por ellos como "el principal enemigo del pueblo". Globalmente, para ser verdaderamente eficaz, la traición de un partido obrero debe ser reciente y servir, como los fósforos, solo una vez para una movilización masiva detrás de la guerra imperialista: este es el caso de la socialdemocracia, cuya abierta traición se remonta a 1914, en menor medida a los partidos "comunistas", que traicionaron en la década de 1920 antes de desempeñar su papel de promotores de la guerra en la década de 1930, el peso de la brecha entre las dos fechas se ven parcialmente compensadas por el hecho de que es precisamente, lo que reclaman bien fuerte, contra la traición socialdemócrata que se había formado. En la actualidad, la burguesía ya no tiene esta ventaja considerable que en el pasado había hecho la decisión: los izquierdistas, y especialmente los trotskistas, han solicitado su candidatura a la sucesión de los socialdemócratas y estalinistas para este trabajo sucio, pero enseguida, tienen dos limitantes importantes, por un lado, su impacto está lejos del de sus maestros, y por otro lado, antes de que este impacto pueda desarrollarse de manera significativa, revelan abiertamente su naturaleza burguesa al especializarse en el papel de gancho para los partidos de izquierda.

Como se puede ver, ninguna de las condiciones que permitieron el enrolamiento en los conflictos imperialistas del pasado existe hoy en día, y no vemos por cual nueva mistificación podría tomar el relevo en el futuro inmediato de aquellos que fracasaron. Es este análisis que ya estaba en la base de la toma de posición de los camaradas de Internacionalismo cuando ellos saludaron el inicio del año 68, que venía lleno de promesas de lucha de clases, frente a la crisis que se estaba desarrollando. Es este mismo análisis el que permitió a RI escribir en 68, antes del caluroso otoño italiano de 69, la insurrección polaca de los 70 y toda la ola de luchas que dura hasta 1974:

"El capitalismo tiene cada vez menos temas de mistificación capaces de movilizar a las masas y lanzarlas a la masacre... En estas condiciones, la crisis aparece desde sus primeras manifestaciones por lo que es: desde sus primeros síntomas, aparecerá en todos los países reacciones cada vez más violentas de las masas... Mayo de 68 aparece en toda su significación por ser una de las primeras y una de las reacciones más importantes de la masa de trabajadores frente a una situación económica global en vías de deterioro." (RI N ° 2, serie antigua)

Es este análisis, basado en las posiciones clásicas del marxismo (la inevitabilidad de la crisis y la provocación por ella misma, de confrontaciones de clase), así como sobre la experiencia de más de medio siglo, que ha permitido a nuestra corriente, mientras que muchos otros grupos hablaban solo de contrarrevolución y no veían nada venir, predecir la recuperación histórica de la clase a partir de 1968, así como el remonte actual, luego de un declive entre 1974 y 1978.

Pero hay revolucionarios que, más de 10 años después de 1968, aún no han entendido su significado y pronostican el curso hacia una tercera guerra imperialista. Veamos sus argumentos:

10. Crítica de las ideas que defienden un curso hacia una tercera guerra mundial

(a) La existencia actual de conflictos Inter imperialistas localizados:

Algunos revolucionarios han comprendido perfectamente que detrás de las llamadas luchas de liberación nacional están ocultos conflictos Inter imperialistas (cada vez peor, es cierto, hasta el punto de que incluso una corriente tan miope como el bordiguismo, de vez en cuando, está obligada a reconocerlo). De la persistencia de tales conflictos durante décadas, no han concluido cabalmente en un "aumento de la revolución", siguiendo la expresión trotskista. Los seguiremos en este punto. Pero van más lejos y concluyen que la mera existencia de tales conflictos y su reciente intensificación significa que la clase está golpeada mundialmente y no podrá oponerse a una nueva guerra imperialista. La pregunta que no plantean, lo que demuestra la naturaleza errónea de su enfoque, es: "¿por qué la multiplicación y el agravamiento de los conflictos locales no han degenerado en un conflicto generalizado?" A esta pregunta, algunos, como la Organización de Trabajadores Comunistas (OTC) (ver la Conferencia de noviembre de 78) responden: "porque la crisis aún no es lo suficientemente profunda", o "los preparativos militares y estratégicos no se han completado". La historia misma niega estas interpretaciones:

- en 1914, la crisis y los armamentos eran mucho más escasos cuando el conflicto de Serbia degeneró en una guerra mundial.

- en 1939, después del New Deal y la política económica nazi, que había restaurado parcialmente la situación de 1929, la crisis no se sintió más violentamente que hoy, del mismo modo, en ese momento, los bloques no estaban completamente constituidos ya que la URSS estaba prácticamente al lado de Alemania y los EEUU todavía eran "neutrales".

De hecho, las condiciones están más que maduras para una nueva guerra imperialista, el único dato militar que falta es la adhesión del proletariado ... Pero eso no es lo menos importante.

(b) Los nuevos datos tecnológicos del armamento:

Para algunos, siguiendo el ejemplo de los que habían declarado la guerra imposible en el pasado debido al gas venenoso o la aviación, la existencia del arsenal atómico prohíbe, en adelante, el recurso a una nueva guerra generalizada que significaría la amenaza de una destrucción total de la sociedad. Ya hemos denunciado las ilusiones pacifistas contenidas en tal concepción. Por otro lado, otros creen que el desarrollo de la tecnología prohíbe toda posibilidad para el proletariado, de intervenir en una guerra moderna porque utiliza armas, principalmente, sofisticadas manejadas por especialistas y muy pocas masas de soldados. La burguesía tendría las manos libres para conducir su guerra atómica sin temor a ninguna amenaza de motín, como fue el caso en 1917-18. Lo que ignora tal análisis es que:

- el armamento atómico no es, por mucho, el único disponible para la burguesía; el gasto en armas convencionales es aún mucho más elevado que el de las armas nucleares.

- si esta clase hace la guerra, no es a priori, para hacer un máximo de destrucción, sino para apoderarse de los mercados, los territorios y la riqueza del enemigo; en este sentido, incluso si este es el recurso extremo, no tiene ningún interés en utilizar el arma atómica desde el principio, y el problema de la movilización de los hombres para la ocupación de territorios conquistados continua formulándose: así, como en el pasado, se mantiene la necesidad de reclutar a decenas de millones de proletarios como condición de la guerra imperialista.

(c) La guerra-continente:

Está en el proceso de la generalización del conflicto imperialista un aspecto del engranaje involuntario que escapa a todo control de cualquier gobierno. Tal fenómeno hace que algunos digan que, sea cual sea el nivel de la lucha de clases, el capitalismo puede hundir a la humanidad en la guerra generalizada "por accidente", después de esa pérdida de control de la situación. Obviamente, no existe una garantía absoluta de que el capitalismo nunca nos sirva tal menú, pero la historia ha demostrado que es menos probable que este sistema vaya a este tipo de "inclinaciones naturales" que se sienta amenazada por el proletariado.

d) La insuficiencia de la reacción proletaria:

Algunos grupos, como "Battaglia Communista", creen que la respuesta proletaria a la crisis es insuficiente para constituir un obstáculo al curso hacia la guerra imperialista, creen que las luchas deben ser de "naturaleza revolucionaria" para que realmente puedan contrarrestar a este curso y basan su argumento en el hecho de que en 1917-18 fue solo la revolución la que puso fin a la guerra imperialista. De hecho, cometen un error al tratar de transponer un esquema en sí mismo en una situación que no encaja. Efectivamente, un ascenso del proletariado en y contra de la guerra toma desde el comienzo la forma de una revolución:

- porque la sociedad está entonces inmersa en la forma más extrema de su crisis, la que impone a los proletarios los más terribles sacrificios,

- porque los proletarios en uniforme se encuentran armados,

- porque las medidas excepcionales (ley marcial, etc.) que prevalecen hacen que cualquier enfrentamiento de clase sea más violento y frontal,

- porque la lucha contra la guerra adquiere inmediatamente una forma política de confrontación con el Estado que lidera la guerra sin pasar por la etapa de las luchas económicas que, ellas, son mucho menos frontales.

Pero todo lo demás es la situación cuando la guerra aún no se ha declarado.

En estas circunstancias, cualquier tendencia, incluso limitada al aumento de las luchas en el terreno de la clase, es suficiente para controlar el engranaje en la medida que:

- ella refleja una falta de adherencia de los trabajadores a las mistificaciones capitalistas,

- la imposición a los trabajadores de sacrificios mucho más grandes que aquellos que causaron las primeras reacciones puede desencadenar una respuesta proporcional de parte de ellos.

Así, mientras las amenazas de una guerra imperialista generalizada continúan surgiendo a principios del siglo XX, que las oportunidades de su estallido no faltan (guerra ruso-japonesa, enfrentamientos franco-alemanes sobre Marruecos, conflicto en los Balcanes, invasión de Tripolitania por Italia), el hecho de que hasta 1912 la clase obrera (manifestaciones masivas) y la Internacional (mociones especiales a los Congresos de 1909 y 1910, Congreso Extraordinario en 1912 sobre la cuestión de la guerra) se movilizan durante cada conflicto local no es ajeno a la no generalización de estos conflictos. Y es solo cuando la clase trabajadora, dormida por los discursos de los oportunistas, deja de movilizarse contra la amenaza de la guerra (entre 1912 y 1914), que el capitalismo puede desencadenar la guerra imperialista desde un incidente (el atentando en Sarajevo) aparentemente benigno en comparación con los precedentes.

En la actualidad, no es necesario que la revolución golpee la puerta antes de que se bloquee el curso hacia la guerra imperialista.

(e) La guerra, una condición necesaria para la revolución:

La observación de que, hasta el presente, las grandes oleadas revolucionarias del proletariado (la Comuna de 1871, Revoluciones de 1905 y 1917/18) surgieron como resultado de guerras, llevaron a ciertas corrientes, incluida la Izquierda Comunista de Francia, a considerar que solo de una nueva guerra podría surgir una nueva revolución. Si bien este enfoque, aunque falso, era defendible en 1950, su mantenimiento en la actualidad es un apego fetichista y no crítico al esquema del pasado. El papel de los revolucionarios no es recitar catecismos bien aprendido en los libros de historia al considerar que se repite de manera inmutable. En general, la historia no se repite y si es necesario conocerla bien para comprender el presente, el estudio de este presente, con todas sus especificidades, es aún más necesario. Tal esquema de revolución surgido únicamente de la guerra imperialista ahora es doblemente erróneo:

- hizo caso omiso de la posibilidad de un levantamiento revolucionario después de una crisis económica (de acuerdo con el esquema previsto por Marx, si esto puede tranquilizar a los fetichistas),

- se pone en una perspectiva que no tiene nada ineludible (como lo demostró el resultado de la guerra imperialista de 1939/45) y que presupone una etapa - una tercera guerra generalizada - que es muy probable, dado los medios actuales de destrucción, para privar permanentemente a la humanidad de cualquier posibilidad de realizar el socialismo o incluso de su existencia.

En fin, tal análisis puede tener consecuencias desastrosas para la lucha, como veremos.

11. Implicaciones de un análisis erróneo del curso

Los errores en el análisis de los cursos tienen, como hemos visto, siempre consecuencias graves. Pero el nivel de esta gravedad es diferente según el tipo de rumbo: hacia el ascenso de la lucha de clases o hacia la guerra imperialista. Cometer errores cuando la clase retrocede puede ser catastrófico para los propios revolucionarios (por ejemplo, el KAPD) pero tiene poco impacto en la clase misma en la que, de todas formas, tienen poca audiencia. Por otro lado, un error en la reanudación de la lucha de clases, en un momento en que la influencia de los revolucionarios aumenta en su seno, puede tener consecuencias trágicas para toda la clase. En lugar de empujarla a la lucha, alentar sus iniciativas, de permitir el desarrollo de sus potencialidades, un lenguaje de "doctores asiduos" actuará en este momento como un factor de desmoralización y se convertirá en un obstáculo para la reanudación del movimiento.

Por eso, a falta de criterios decisivos que demuestren la realidad de un retroceso, los revolucionarios siempre han apostado por el término positivo de la alternativa, ante la perspectiva de un aumento de las luchas y no sobre una derrota: el terror del médico que abandona el cuidado de un paciente que aún tiene la oportunidad de vivir es mucho peor que el del médico que se esfuerza por tratar a un paciente que no tiene ninguno mal.

Es por eso que hoy no es tanto para los revolucionarios, que prevean un curso de reactivación, de aportar la prueba irrefutable de su análisis, sino para aquellos que anuncian un curso hacia la guerra.

En la hora actual, decir a la clase trabajadora, aunque no del todo seguro, que la perspectiva que tiene ante sí es "la de una nueva guerra imperialista” en la que, tal vez, pueda resurgir, es irresponsable. Si existe la posibilidad, incluso la más pequeña posible, de que sus luchas puedan evitar el estallido de un nuevo holocausto imperialista, el papel de los revolucionarios es apostar con todas sus fuerzas en esta oportunidad y alentar tanto como sea posible las luchas de clase al resaltar la apuesta por ella y por la humanidad.

Nuestra perspectiva no predice la inevitabilidad de la revolución. No somos charlatanes y sabemos muy bien, a diferencia de algunos revolucionarios fatalistas, que la revolución comunista no es "tan cierta como si ya hubiera tenido lugar". Pero cualquiera que sea el resultado final de estas luchas, que la burguesía intentará escalonar para infligir a la clase una serie de derrotas parciales, que preludia su derrota definitiva, el capitalismo no puede, a partir de ahora, imponer su propia respuesta a la crisis de sus relaciones de producción sin enfrentar directamente al proletariado.

Es en parte la capacidad de los revolucionarios para hacer sus tareas, y en particular para definir las perspectivas correctas para el movimiento de clase, que depende que estos combates sean victoriosos, y que conduzcan a la revolución y al comunismo.

 

[6]Karl Marx, El Capital: Tomo I, vol.1 (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2008), pág. 216.

[7]Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 14.

[8] Ver la carta del grupo FOR (Fomento Obrero Revolucionario) aparecida en Révolution Internationale números 56 y 57. Révolution Internationale es el órgano de la CCI en Francia. Los textos correspondientes a los artículos mencionados puede encontrarse en francés en https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197901/9395/revolution-internationale-n-57-janvier y https://fr.internationalism.org/revolution-internationale/197902/9396/revolution-internationale-n-58-fevrier

[9] Ver nuestro libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado

[10] Para un análisis global, que incluye la visión del curso histórico, del principal exponente de la Izquierda Comunista Alemana -el KAPD- ver Fundación del KAPD de nuestra Serie sobre la Revolución Proletaria en Alemania (1918-23). https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2782/vii-la-fundacion-del-kapd

[11] Publicado en Revista Internacional nº 59: Las verdaderas causas de la segunda guerra mundial, https://es.internationalism.org/revista-internacional/198910/2140/internationalisme-1945-las-verdaderas-causas-de-la-segunda-guerra-

[12] Formado por Gran Bretaña y Francia al que se sumó desde 1917 Estados Unidos.

[13] El estalinismo se presentó como un “centro” entre la izquierda de la Oposición y las Izquierdas Comunistas (muy diferentes entre sí) y la derecha que propugnaba Bujarin.

[14] El presidente estadounidense Carter (1976-80) propugnó como ideología de preparación de la guerra imperialista generalizada la “defensa de los derechos humanos”, aunque no tuvo mucho éxito.

 

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