Contribución a la discusión sobre el centenario de la Revolución rusa de 1917

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El 11 de noviembre, la CCI será anfitriona de una Jornada de Discusión[1] sobre la Revolución rusa. Varios camaradas han estado ya reflexionando seriamente sobre la importancia de este episodio crucial en la historia de la lucha del proletariado. Un camarada, Link, ha republicado ya una presentación que ha hecho para una reunión previa sobre esta cuestión. Puede verse en nuestro foro[2]

El texto que sigue nos lo ha enviado un simpatizante próximo a la CCI. Lo publicamos con la esperanza de que, de forma previa al encuentro, lo lean cuantos más camaradas mejor para que así se estimule más la discusión y la reflexión.

Animamos a todos los camaradas a asistir al encuentro si pueden y a seguir contribuyendo, ya sea en la forma de textos o participando en nuestro foro.

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Los acontecimientos revolucionarios de Rusia en 1917, ''la entrada forzosa de las masas en el terreno del dominio de su propio destino'' (Trotsky), el levantamiento de millones de proletarios, campesinos pobres y soldados, junto con la oleada revolucionaria que se inició de Finlandia a Sicilia, del Rühr a los Urales, con influencia en Estados Unidos, España, China y Argentina, las esperanzas que hizo nacer en millones de oprimidos del mundo... no puede abordarse desde una afiliación ideológica estrecha. La Revolución rusa y la oleada revolucionaria internacional que desató, su evaluación crítica y sus contribuciones al programa comunista, pertenecen a toda la humanidad oprimida, en su ya antiquísima lucha contra la explotación del hombre por el hombre, y particularmente a la perspectiva de la alternativa comunista, que aún queda por escribir, y que está liderada por el proletariado revolucionario.

Cada vez más incapaz de ofrecer un proyecto positivo que justifique y apoye el mantenimiento de la dominación de las relaciones sociales y productivas capitalistas, la burguesía internacional se concentra sobre todo en repetir que no hay alternativa a su dominio, o que, si la hay, sería incluso peor, llevando necesariamente al ''totalitarismo'' de tipo nazi o estalinista. La identificación (véase denigración y ridículización) de la alternativa histórica del comunismo con diferentes formas especialmente brutales de capitalismo de Estado envuelto en banderas rojas es indudablemente el dogma ideológico principal, junto con aquél de la ''democracia'', que usa la civilización capitalista, corroída por sus contradicciones, para sostenerse. Es en este contexto que uno debe situar las (por supuesto no precisamente nuevas) campañas de ridiculización y denigración de la experiencia revolucionaria de Rusia en 1917, y por extensión, las de la oleada revolucionaria internacional que la siguió.

En esta estrategia de falsificación de la Revolución rusa destaca el papel de la falsa polarización entre los ''partidarios'' y los ''opositores'' de esta mentira dentro del espectro ideológico y político burgués. Los ''partidarios'' serían los que defienden posiciones estalinistas, trotskistas y maoístas, desde la versión paleo-estalinista primitiva a las variaciones más neo-socialdemócratas que ridiculizan la revolución, convirtiéndola en un ejercicio de actitud ''sigue-al-líder'' por parte de las desamparadas masas, de intrigas y maniobras de políticos profesionales y ''jefes geniales'', de mesianismo y culto a la personalidad (ya hacia Lenin, Trotsky o Stalin) y bajo un marco exclusivamente ruso. En otras palabras, que presentan la revolución proletaria como si fuera política burguesa vulgar, de la que estas corrientes forman su ala izquierda, aplicando el patrón de las ''revoluciones'' en China, Cuba, Vietnam o Venezuela (véase, luchas de poder entre facciones burguesas nacionales e internacionales que usan a la población descontenta como carne de cañón para defender intereses que no son los suyos). Su ''defensa'' de la Revolución Rusa es la peor ridiculización.

La corriente anarquista basa sus supuestas ''críticas'' a la experiencia rusa en el mismo dogma y pautas burguesas que sus ''defensores'' del ala izquierda del capital: la Revolución Rusa fue un ''putsch'' liderado por elementos manipuladores que usaron a las masas para sus propios intereses, identificando el método marxista y la perspectiva histórica comunista con el estalinismo y regímenes similares. Por añadidura, en un ejercicio de cinismo típico de la política burguesa, esta corriente, mientras que denigra el marxismo y el comunismo, esconde o manipula su colaboración con el estalinismo en los años 30 en España, su ''orgullosa'' participación en la ''resistencia francesa'' bajo las banderas de la burguesía y el estalinismo en la Segunda Guerra Mundial, o su apoyo a facciones burguesas bajo el discurso del ''confederalismo democrático'' de las milicias kurdas. El anarquismo se empeña en una obra de falsificación histórica, reivindicando fraudulentamente a los marinos revolucionarios de Kronstadt (partidarios resueltos del ''golpe autoritario'' liderado por los bolcheviques en octubre de 1917) o la insurrección obrera de Mayo de 1937 en Barcelona (contra el Estado republicano del que la CNT era parte, y con el que colaboró en su ''pacificación''). De hecho, a quienes deberían reivindicar es a Kropotkin y su Manifiesto de los Dieciséis[3], a los ministros anarquistas españoles o al cripto-estalinista Abdullah Öcallan, como miembro legítimo que es de la extrema izquierda del espectro político e ideológico del capital.

Los elementos más clara y sinceramente revolucionarios del anarquismo, como Víctor Serge o algunas de las facciones más combativas del anarquismo obrero español, asumieron el camino de la necesidad de la insurrección y la dictadura revolucionaria concretada por el Bolchevismo[4].

Esta estrategia de la burguesía, de negar la posibilidad de una alternativa viable a la dictadura del capital, encuentra un medio históricamente fértil en la actual incapacidad del proletariado para plantear una alternativa política y social. Los fenómenos que muestran objetivamente la crisis histórica de la sociedad burguesa a través de su incapacidad para resolverlos (crisis económicas crónicas, desempleo masivo, guerras imperialistas interminables, terrorismo y gansterismo, etc.), se convierten en elementos que apuntalan el dominio de la clase capitalista, que hace un uso consciente de ellos en ausencia de una alternativa social y política. La burguesía golpea, conscientemente, el metal candente. De hecho, para la burguesía es ''cuanto peor, mejor'', dentro de los límites de un cierto mantenimiento del ''orden público'', de la propiedad burguesa, la circulación de bienes y la existencia de una fuerza de trabajo capaz y dispuesta, dada su incapacidad de resolver las contradicciones de este sistema. La clase capitalista no tiene problema alguno en refugiarse en bunkers blindados rodeados de pobreza, como en las mega-ciudades de América Latina. Sin una alternativa revolucionaria, el modo de producción capitalista hundirá la sociedad en la barbarie.

Los órganos de unión y unificación de la lucha proletaria no van a encontrarse en el feliz reino de la ''democracia obrera'', sino en un nuevo campo de batalla, a un nivel histórico superior, entre, de un lado, las posiciones de la burguesía y sus agentes, y de otro, aquéllas que llevan a la dictadura del proletariado. Son [estos órganos] una condición necesaria, pero insuficiente, para romper el poder de la burguesía. Cualquier ilusión acrítica en la formalidad de la ''democracia obrera'' en sus diferentes formas (asamblearismo, consejismo, etc.) desarma políticamente a la alternativa proletaria.

La visión izquierdista (coherente con su enfoque burgués) de los bolcheviques, y más concretamente, de sus líderes, como un cuerpo triunfal y homogéneo, aclamado por las masas a la moda de los discursos burgueses en los circos electorales, es de nuevo una completa falsificación de las condiciones en las que tiene lugar la actividad revolucionaria. Los bolcheviques, hasta unas cuantas semanas antes de la insurrección de Octubre, están en una clara minoría, en algunos casos en situación de clandestinidad, con profundas discusiones y confrontaciones en sus filas, encontrando rechazo si no hostilidad por parte de amplios sectores del proletariado y los campesinos pobres, sin mencionar por supuesto a los ''respetables'' demócratas y socialistas quienes, como en Alemania al año siguiente con los espartaquistas, incitaron a su exterminio una vez supusieron una amenaza.

La gran fuerza de los bolcheviques radicaba en la comprensión de que la actividad revolucionaria no es la adaptación a la ideología burguesa y a las debilidades del proletariado, ni diluirse de forma oportunista en ellas, sino al contrario: significa mantenerse firme, ser paciente, e intentar ser un factor activo en la elevación de la consciencia política comunista del proletariado revolucionario. Y esto solo puede tener lugar en el marco de las posiciones y la actividad teórico-práctica que se opone a la ''respetabilidad'' del orden burgués.

Otro gran mérito y contribución al programa comunista por parte de los Bolcheviques es su reconocimiento de que la lucha de clases es ante todo una relación de fuerzas entre dos proyectos de sociedad, entre dos poderes. La revolución proletaria no es un bello ideal democrático de ''todo el pueblo'', ni la realización de la ''democracia obrera''. Aunque la formación de órganos unificadores (asambleas de masas y consejos obreros) son un paso necesario para romper la normalidad capitalista de la atomización de los proletarios y su des-politización, no son suficientes en sí mismos para aislar a la burguesía y su Estado, para destruir su poder. Sin el programa comunista, sin la teoría revolucionaria, el esfuerzo, la combatividad y el heroísmo de las masas es en vano. Incluso en una situación revolucionaria, los consejos obreros pueden cometer hara-kiri y cavar su propia tumba dando el poder al Estado burgués, a través de sus ''representantes'', como quedó claro en Alemania cuando los consejos dominados por el SPD y el USPD rindieron su poder a la Asamblea Nacional, o en España en 1936 con la renuncia al poder de la CNT en favor de la colaboración con el Estado republicano.

Como una ironía de la historia, fue precisamente en las condiciones del atraso ruso que se perfiló un desafío al materialismo vulgar presente en una buena parte de las organizaciones de la II Internacional, que defendían la necesidad de atravesar una fase de democracia burguesa (con sus parlamentos, sindicatos legales, etc.) antes de que pudiera introducirse el socialismo. Lo que era crucial en 1917 eran las condiciones históricas generales de la lucha proletaria en el momento que atravesaba entonces el capitalismo mundial. Y estas condiciones señalaban que el proletariado, como fuerza social y política, solo podía tomar forma y expresarse en la ruptura con la normalidad capitalista que lo atomiza y divide. Un año después, al final de 1918, la misma cuestión se plantea en Alemania: o los consejos obreros o la Asamblea Nacional. O lo que, es decir: o el mantenimiento de la movilización permanente del proletariado a través de sus órganos de poder unificadores, o la extinción de estos órganos y la disolución del proletariado en una masa atomizada e impotente.

Se abre un nuevo periodo para la lucha de clases. Un periodo en el que la clase proletaria solo puede existir como una fuerza política y social ''de ruptura''. Un periodo en el que hay que reconocer que la lucha de clases se encuentra a un nivel histórico cualitativamente superior, un nivel al que el proletariado, para existir como una fuerza social y política antagónica al orden existente, como clase, debe enfrentarse a lo que cada día la niega e impide como tal. Esto significa que los métodos y las dinámicas que la clase proletaria necesita para afirmar sus condiciones de vida y su naturaleza humana, para afirmarse como una fuerza colectiva contra la burguesía y las relaciones productivas y sociales capitalistas, exige en este periodo histórico una confrontación profunda con la ''normalidad cotidiana'', un profundo cuestionamiento de su posición; en definitiva, una ruptura con la dominación diaria de las relaciones sociales capitalistas, una ruptura social, organizacional y política. O en otras palabras: bajo el capitalismo decadente, el proletariado, como fuerza social y política colectiva, sólo puede existir rompiendo con todo lo que lo niega, precisamente, como fuerza social y política colectiva. Es en la ''atrasada Rusia'', precisamente porque no encajaba en los esquemas del materialismo vulgar de la época, porque no atravesó una fase de legalidad, de organizaciones de masas estables y legales, de mistificación democrática, por la necesidad del proletariado y los campesinos pobres de defenderse contra la clase capitalista y terrateniente, donde tiene lugar el gran primer acto (tras 1905) de la lucha de clases del futuro.

Como se dijo más arriba, en coherencia con su visión de la lucha de clases como una confrontación y una relación de fuerzas entre dos proyectos históricos antagónicos, y no la realización de un ''bello ideal'' o de la ''democracia obrera'', viene la audacia y el reconocimiento coherente de los Bolcheviques de las consecuencias naturales de la revolución proletaria: la destrucción del Estado burgués, la abolición de la democracia burguesa, y la preparación y asunción de la necesidad histórica de la expansión internacional de la revolución y la guerra civil. La abolición de la Asamblea Constituyente burguesa y el desprecio por la mística del poder y los resultados de las elecciones ''democráticas'' (en la que ni los bolcheviques ni los eseristas de izquierda tenían bajo ningún concepto una mayoría matemática) en favor del poder armado de los soviets, bajo la influencia bolchevique y en un contexto de relaciones favorables a la toma del poder... todo ello  figurará en adelante como uno de los puntos más importantes de la revolución comunista. La alternativa a esto habría sido dejar el poder en manos de las fuerzas de la ''democracia'' y el Estado burgués, preparando el terreno para la contrarrevolución. Si los Bolcheviques hubieran actuado así en 1917, se habrían encontrado en la misma posición histórica contrarrevolucionaria que el SPD alemán o la CNT española, en lugar de ocupar un lugar de honor en el programa histórico por el comunismo.

Para entender la degeneración de la Revolución Rusa, de bastión de la revolución comunista mundial a Estado capitalista, vanguardia teórica y práctica de la contrarrevolución internacional, es necesario entender la naturaleza y las fuerzas actuantes de la revolución proletaria. Para entender las causas y la naturaleza de una contrarrevolución, es necesario entender la revolución. El ''misterio'' de la degeneración de la Revolución Rusa no puede comprenderse sin entender que el combustible de la revolución se había agotado: los destacamentos más avanzados y combativos del proletariado (la espina dorsal y fuerza dirigente de la revolución) fueron física y moralmente exterminados y atomizados por una sangrienta guerra civil contra un ejército de mercenarios de la burguesía internacional, por la terrible miseria causada por ocho años de guerra y estrangulación económica causadas por la burguesía mundial y por la estrangulación de la revolución mundial. Con el fracaso de las tentativas revolucionarias en el resto de Europa, que podrían haber roto este bloqueo y haber dado oxígeno al fuego revolucionario, el combustible y el momentum revolucionario se apagaron poco a poco. La declaración de Karl Marx de que ''la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos o no será'' no es una consigna vacía o un elogio a la auto-gestión, sino que expresa entre otras cosas la idea de que solo el proletariado en lucha puede proporcionar el catalizador social y político necesario para liderar una lucha y una alternativa al capitalismo.              

Privada de este catalizador, lo que quedaba de la Revolución rusa era su Estado y la estructura institucional dedicada a la gestión del territorio, que se mostraba como algo cada vez más antagónico a los intereses y necesidades de la población, y que asumía irremediablemente una vida autónoma en pos de su propia supervivencia y desarrollo en un mundo gobernado por las relaciones sociales capitalistas de producción. Todo tipo de carreristas sin escrúpulos y arribistas, el ecosistema natural del Estado y el aparato político burgués, ocupan el aparato de Estado y el Partido Comunista, tanto en la URSS como en las organizaciones de la Internacional Comunista estalinizada. Este régimen, antes heredero y al mismo tiempo expresión de la derrota y muerte por asfixia de la Revolución rusa, echaría mano de la mayor brutalidad para su preservación interna y externa (empezando por la eliminación de militantes revolucionarios) y del mayor cinismo, usando todo tipo de fraseología pseudo-marxista y pseudo-revolucionaria, para mantener su influencia y prestigio entre los oprimidos de todo el mundo. La burguesía internacional (con la colaboración de su ala izquierda) hará uso ad nauseam de este irrepetible regalo histórico de la identificación de las diferentes formas de capitalismo de Estado con la alternativa comunista a la sociedad burguesa. De hecho, como decimos más arriba, junto con la farsa ''democrática'', esto se ha convertido en uno de los argumentos ideológicos principales para justificar su dominio. La perspectiva de la superación revolucionaria del capitalismo tendrá que romper con ambos dogmas, o nunca tendrá lugar.

Es necesario tener presente que, a pesar del gran valor de las lecciones de la Revolución rusa y el hecho de que, como decíamos antes, expresan las condiciones generales de la lucha de clases en la decadencia del capitalismo, estas condiciones históricas nunca se darán de nuevo de la misma forma exacta. Primero, porque en aquel momento la burguesía internacional subestimó la amenaza proletaria comunista: no habrá más trenes blindados para revolucionarios, ni se deportará simplemente a revolucionarios ''extranjeros'' al bastión revolucionario. Las condiciones de un Trotsky acorralado y finalmente asesinado con la complicidad de la burguesía mundial serán la norma.

Las revoluciones del futuro, más que probablemente, no se enfrentarán a un aparato político o ideológico de mistificación y canalización tan poco desarrollado como el de Rusia en 1917: se enfrentarán con todo un abanico de organizaciones de izquierda y extrema izquierda directa o indirectamente al servicio de la burguesía y su Estado, organizaciones cuyo principal objetivo será desarmar teórica y prácticamente al proletariado revolucionario.

D. August, 2017

Nota de la publicación en español por parte de la CCI

En primer lugar, agradecemos a un simpatizante muy próximo la rápida traducción de este texto que nos parece excelente, no solo por la defensa de posiciones muy claras sobre lo que pasó en Rusia, tanto en 1917 como posteriormente, sino también por dos puntos que nos parecen muy necesarios:

1)      Distingue claramente entre la actividad modesta, paciente y buscando siempre la claridad por parte de los bolcheviques y el mito de unos bolcheviques líderes, “aclamados por las masas”, “sedientos de poder”, que han acreditado tanto sus defensores burgueses (estalinistas y demás canalla) como sus impugnadores demócratas.

2)      Señala con precisión que las condiciones de una revolución proletaria en nuestra época no serán tan favorables como lo fueron en un principio para la revolución en Rusia: existía un régimen zarista especialmente torpe e incapaz de ir más allá de la represión y el Gobierno Provisional de Kerenski cometió el error de intentar prolongar a toda costa la guerra lo que enardeció a una gran parte de la población.

Hay, sin embargo, un tema de debate que se desprende del texto del compañero. Este parece equiparar los Consejos y Asambleas obreras con una forma de “democracia obrera”. La democracia es una forma estatal y que contiene en sí misma el engaño de la igualdad y la “participación” de “todo el pueblo”. Los Consejos Obreros no tienen nada que ver con ese engaño[5].



[3] En 1916, Kropotkin y otros 16 destacados anarquistas firmaron un manifiesto de apoyo a la Primera Guerra Mundial expresando con ello una capitulación de una parte del anarquismo ante el capitalismo. Hay que notar que otro sector anarquista criticó esta postura, destacando Emma Goldman y Rudolf Rocker [Nota aclaratoria de la CCI]

[5] Ver nuestra Serie sobre los Consejos Obreros. https://es.internationalism.org/series/486

 

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