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Durante el mes de septiembre de este año, dos grandes huracanes entraron al territorio de México causando destrozos en la zona costera del sureste, afectando principalmente las áreas más pauperizadas de los estados de Oaxaca y Chiapas. La situación de la población de esa misma zona, principalmente de Oaxaca, se agravó por la cadena de sismos que inician el 7 de septiembre. Desde ese día decenas de viviendas se colapsan y miles más quedan afectadas, siendo lo más grave la pérdida de vida de una treintena de personas. Esos acontecimientos son aprovechados por el gobierno para lanzar hipócritas lamentaciones en sus discursos que acompañan de promesas y la distribución de algunos alimentos y cobertores, lo que permite a los personeros del Estado (y a sus familias) sean filmados y fotografiados por la prensa, para luego ser reproducidos con morbosidad en periódicos y noticieros de TV, tal como si se tratara de un evento de celebración. El presidente Peña Nieto aprovecha la oportunidad para exaltar el patriotismo y hacer campaña a favor de su partido, el PRI; con este fin visita Chiapas el 16 de septiembre para hacer primero el “grito de independencia” en ese estado antes que en el Zócalo como muestra de “solidaridad” con los afectados por el terremoto.
La frivolidad y la hipocresía de la burguesía crecía conforme pasaban los días, casi en la misma proporción en que crecían las penurias de los trabajadores, campesinos y artesanos habitantes de las zonas rurales y semi-rurales de Oaxaca y Chiapas que vieron quebrarse los muros de sus casas y morir a sus familiares, cuando la fuerza de un nuevo terremoto se deja sentir el 19 de septiembre. Esta vez el movimiento de las placas continentales afectaba principalmente a los estados de la zona central: Puebla, Morelos y la Ciudad de México. La fuerza de la naturaleza golpeaba ahora a urbes con mayor densidad poblacional, multiplicándose por ello los destrozos de casas y edificios, así como en el número de vidas perdidas (la macabra contabilidad expuesta por las cifras oficiales presentadas cuando se redactaba este artículo, indica que el número de muertos asciende a 360, sin embargo, hay una cantidad de cuerpos que seguirán encontrándose en los siguientes días y algunos otros decesos no serán registrados, por lo que quedarán para sus familias como “desaparecidos”).
Los sismos hicieron notar, sin duda, la fuerza de la naturaleza, pero permitieron también verificar que al capitalismo no le interesa la vida humana, por más que los discursos de los voceros de los Estado destilen frases hipócritas de congoja por la desgracia que se vive, no buscan sino utilizar el dolor para afianzar el poder del Estado, imponiendo la idea de que este es la única fuerza con que cuentan la sociedad para asegurar su protección… el sismo ha puesto al desnudo que la ganancia es lo que mueve a este sistema.
La catástrofe natural tiene raíces sociales
Pareciera que es un asunto normal que la exposición de la fuerza de la naturaleza genere destrozos y muertes; que terremotos y huracanes cambien el entorno geográfico, como ha sucedido desde la formación de los mares y continentes. Es cierto que no es posible evitar o controlar las manifestaciones explosivas de la naturaleza, pero lo que la ciencia y la tecnología aplicada pueden hacer ya, es crear las condiciones para prevenir y limitar los efectos desastrosos. El mismo desarrollo de las fuerzas productivas, impulsadas por el capitalismo, ha permitido la creación de sistemas preventivos, sin embargo, son medidas usadas solo para proteger las construcciones de la burguesía, pero ni los Estados ni los capitalistas individuales están dispuestos a financiarlas con el fin de generalizar su aplicación. Como en 1990 lo exponíamos en las Tesis sobre la descomposición: “[ante] los efectos cada día más devastadores, en lo humano, social y económico, de las catástrofes ‘naturales’ (…), los hombres parecen estar cada día más desarmados, a la vez que la tecnología no para de progresar…”[1]
En ese mismo sentido, las catástrofes naturales encuentran un espacio adecuado para su concreción en las áreas pobladas que no cuentan con las prevenciones necesarias. La creciente miseria que el sistema impone a enormes masas de asalariados y demás explotados, los obliga a habitar en lugares de inestabilidad geográfica (cercanía de ríos, laderas o áreas de ciudades colocadas sobre fracturas sensibles). Las habitaciones que se levantan en estos lugares no pueden ser sino frágiles y expuestas a la fuerza de la naturaleza. Pero lo más siniestro del capitalismo es que estas “zonas peligrosas” se extienden cada vez más porque el mismo capital, en su empeño por proteger la ganancia, limita los gastos para los servicios urbanos y de mantenimiento de la infraestructura pública, ampliando la desprotección ante la naturaleza y haciendo de amplias regiones verdaderas trampas para la vida humana. Ejemplos claros que confirman esto que decimos, son los hechos vividos por los habitantes de New Orleans (EUA) en 2005 por efecto del huracán Katrina, o por los acontecimientos recientes sufridos por los habitantes de Texas o de Puerto Rico.
En regiones como México (y en particular su capital) hay una tendencia a que ocurran fuertes movimientos de tierra porque se levanta sobre una zona sísmica. Esto es sabido por científicos, pero también por los habitantes que han sufrido grandes sismos a lo largo de los años. El de 1985 en México fue particularmente fuerte y demoledor, destrozando la ciudad y cobrando más de 10 mil vidas. Esa circunstancia obligó al mismo Estado a establecer las mínimas medidas preventivas, definidas en modificar los reglamentos de construcción y el apuntalamiento de algunos edificios. Estas medidas a pesar de ser tan limitadas son consideradas por la burguesía como “cargas costosas”, por lo que busca de forma sistemática esquivarlas, violando sus propias reglamentaciones. En esta práctica participan en complicidad capitalistas especuladores de la tierra, constructores, expertos en bajar los costos mediante el uso de materiales endebles y de técnicas “ahorradoras” y por supuesto el Estado, que, alimentado por la corrupción, avala y deja pasar esos proyectos arquitectónicos. Nada les importa las vidas que se perderán por esas construcciones si aseguran un beneficio pecuniario. Para el capitalismo la vida humana nada importa, la misma producción y la generación de la ganancia se sustenta en la explotación, lo que significa el consumo de la vida del trabajador. Por esta razón, en el capitalismo, la vida de un trabajador tiene una importancia menor que la máquina con la que labora. Un ejemplo que confirma de forma cruda esta afirmación se presentó en el sismo de 1985: en el barrio de san Antonio Abad se sucedieron una serie de derrumbes de fábricas de costura, por lo que decenas de obreras quedaron bajo los escombros, los gritos de auxilio de algunas de ellas se escuchaban, ante lo cual los trabajadores sobrevivientes y vecinos del lugar quisieron intervenir en el rescate, sin embargo el ejército se apresuró a colocar vallas para impedir el paso y asegurar la protección de las cajas fuertes y la maquinaria antes que las vidas de esos trabajadores.
La solidaridad se extiende a pesar del sabotaje del Estado
A diferencia de 1985, esta vez el Estado se ha cuidado de no actuar tan descarada y brutalmente en la contención de la solidaridad. Su actuación ha sido más sutil y sobre todo ha desarrollado una campaña publicitaria sobredimensionando el actuar de las fuerzas militares y escondiendo que sus órdenes eran de finalizar rápidamente con la imagen de desastre y así impedir, diluir o controlar la solidaridad.
Mientras la burguesía y miembros del Estado hacían discursos “lamentándose” por la desgracia provocada por el sismo del 7 de septiembre en Oaxaca y Chiapas, y de forma frívola se presentaban como sufridos y preocupados benefactores (como lo hizo la esposa del gobernador de Chiapas, posando y filmándose para luego subirlo a sus “redes sociales”), ya había grupos de la sociedad organizando la ayuda para esos pobladores. Cuando se presenta el terremoto del 19 de septiembre son miles de brazos de jóvenes (principalmente) los que se aprestan a mover escombros, a organizar el tráfico urbano, a hacer colectas y a transmitir información, mediante Twitter y WhatsApp, sobre las necesidades de instrumentos de trabajo en las zonas de derrumbe, pero también esos mismos medios electrónicos sirvieron para denunciar el bloqueo que militares y marinos de forma continua hacían para eliminar o limitar la fuerza de la solidaridad espontánea. Es cierto que muchos rumores, especulaciones y argumentos no verificados también se expusieron sobre estas redes electrónicas, aunque hacen notar gran irresponsabilidad (y en los hechos un sabotaje al trabajo solidario), se explica un poco su existencia por la desconfianza generalizada al Estado.
Con una gran fuerza se ha expresado la solidaridad y aunque no ha tenido una articulación organizada ni ha logrado romper la condición de ciudadanos que el mismo Estado difunde para impedir el surgimiento de una fuerza solidaria con carácter proletario, ha logrado asegurar un apoyo inmediato a los sectores más afectados. Hay que resaltar que el Estado (mediante sus instituciones militares, de gobierno o empresariales) se empeñó (y sigue empeñado en este momento) en inyectar el veneno nacionalista y así transformar, mediante la imposición de cantos, símbolos y campañas publicitarias, a toda esa fuerza solidaria en un fuerza domada y sumida en el patriotismo.
No obstante, la lección que hay que resaltar es que la fuerza solidaria logró un tejido tan fuerte que incluso pudo parar los planes de los soldados y marinos de usar maquinaria pesada para remover escombros, aún antes de las 72 horas, lo que implicaba abandonar precipitadamente la búsqueda de personas atrapadas con vida. Es una lección que debe ser recuperada y alimentada con elementos reflexivos que permitan reconocer el trasfondo de las campañas nacionalistas y de la falsa solidaridad que promueve el Estado para desnaturalizar las expresiones espontáneas.
Las lágrimas de cocodrilo de la burguesía
En desastres como el que se ha desatado por efecto de los sismos en México, tienen siempre una afectación mayoritaria en la vida de los trabajadores y sus familias. Como hemos expuesto, el desplome de edificios no es por un simple efecto de la naturaleza o por accidentes fortuitos. No resulta raro que la masa mayor de víctimas se haya concentrado en construcciones utilizadas como oficinas, escuelas y fábricas, en los que se hace notorio que hubo un descarado uso de trampas y corrupción para hacer pasar como seguro a un inmueble inadecuado, o bien contar con un hacinamiento tal que impedía definir espacios y condiciones que posibilitara un ordenado desalojo.
Los muertos y heridos como siempre los han aportado los trabajadores y demás explotados, pero la burguesía no desaprovecha la ocasión para intentar sacar provecho presentándose hipócritamente como consternada por los hechos. El propio Trump, que ha declarado su odio contra los mexicanos y ha afirmado: “México no es nuestro amigo…”, ahora cambia el tono y con una gran hipocresía lanza bendiciones: “Que dios bendiga a la gente de México…”
Pero más hipócrita resultan las condolencias de los gobernantes, altos burócratas del Estado y las campañas de recaudación de donaciones que realizan los capitalistas, cuando son ellos los responsables directos de la mayor penuria de la humanidad: la explotación y la miseria. Se evidencia aún más la hipocresía de la burguesía cuando luego de simular preocupación por la suerte por los afectados por los derrumbes, ahora obligan a los trabajadores a retornar a sus actividades en edificios que han quedado dañados. Los trabajadores del hospital la Raza, que es uno de los mayores centros de salud del país, controlado por el gobierno, han paralizado sus actividades en algunas áreas (durante los 10 días que siguieron al sismo) intentando que se revise el edificio, se tomen medidas de seguridad y se evite una tragedia de presentarse nuevamente un movimiento de la tierra. El Estado en una alianza clara con la estructura sindical ha minimizado los daños y de forma sutil presiona día con día para que retornen a las labores. Y como ese caso hay otros hospitales y edificios que ocupan oficinas gubernamentales y privadas que están dañados, pero se ha declarado ya la “vuelta a la normalidad”, lo que significa volver al trabajo en condiciones de riesgo mayor.
El llamado a olvidar la tragedia y dejar en manos de los capitalistas y su Estado la “reconstrucción”, es otro intento por hacer olvidar que son ellos los responsables de las pérdidas de vidas y viviendas, pero además al llamar a otorgarles la confianza para que ahora sean ellos los que organicen y distribuyan las recaudaciones concentradas de productos y dinero, significa abrir un nuevo negocio. La corrupción que ha estado presente en la vida de la burguesía, toma hoy tal magnitud, que no se detiene en encubrir o actuar con sutileza, para hacer a partir de esta tragedia grandes negocios. A partir de estos manejos descaradamente corruptos pretenden, en el corto plazo, apropiarse de recursos, recuperar beneficios fiscales, cerrar acuerdos con los banqueros, instrumentar créditos que les aseguren intereses y luego esperar que en un plazo más amplio se alcance la insolvencia y se amplié el despojo de propiedades y se alimente la especulación con las tierras urbanas…
Los partidos de la burguesía también buscan sacar tajada de la situación de desgracia que vive la población, al presentarse como desinteresados “donadores” de una proporción de los ingresos que reciben como pago por ser parte de la estructura de dominio estatal, todo eso lo hacen con el fin de limitar el gran desprestigio que cargan, e inician así, aprovechando la tragedia, la campaña presidencial de 2018 y sobre todo el reforzamiento de la campaña que presenta a la democracia como el único camino.
El capitalismo no tiene preocupación por la vida humana, por eso la ciencia y tecnología está muy alejada de ser aplicada en defensa del hombre. La solidaridad que logró surgir espontáneamente para enfrentar la destrucción originada por el sismo fue importante pero solo fue una pequeña expresión de la fuerza que puede generar y que puede potenciarse cuando tiene objetivos claros, proletarios, para enfrentar al capital.
Estas movilizaciones sociales cargadas de solidaridad, llaman a reflexionar sobre la fuerza que las masas pueden imponer y la necesidad histórica que existe de construir una verdadera comunidad humana, sustentada sobre la solidaridad, en la que la ciencia permita mejorar la vida del hombre. Hoy sin duda el capitalismo es el mayor peligro que enfrenta la humanidad.
Revolución Mundial / 1-octubre-2017