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La tragedia kurda es la enésima demostración de la barbarie sangrienta que constituye la llamada “liberación nacional de los pueblos”.
Estados Unidos, Gran Bretaña, Turquía, Irán, los distintos imperialismos protagonistas del desmán guerrero del Golfo, han alentado a los kurdos a alzarse en armas por “su liberación nacional” y hoy vemos como dejan que Sadam Hussein los aplaste y provoque un nuevo genocidio.
Todos son cómplices de la matanza y todos han utilizado la “liberación nacional” como arma arrojadiza, moneda de cambio y hoja de parra, en su brutal concurrencia imperialista. En esta jauría hay que incluir a los propios líderes kurdos que han llegado a un acuerdo con el carnicero de Bagdad para reducir la “independencia nacional” al “primer paso” de la “autonomía”, ¡“primer paso” que han recorrido en 1970, 1975. 1981… ¡
El capitalismo ha entrado en su fase terminal: la descomposición[1]. En ella van a proliferar cada vez más, guerras como la del Golfo y matanzas étnico-nacionalistas como las de Yugoslavia, URSS o las mutuas entre árabes y kurdos en Irak. Ambas tienen como bandera la “liberación nacional” que, en unos casos, es el disfraz cínico de las ambiciones imperialistas de los Estados, y especialmente las grandes potencias, y en otros es una borrachera irracional que arrastra a masas embrutecidas y desesperadas. En ambos casos, es expresión de la quiebra mortal del orden capitalista, de la amenaza que representa para la supervivencia de la humanidad[2].
Frente a ello, sólo el proletariado puede plantear una perspectiva de reorganización de la sociedad en torno a relaciones sociales basadas en la unificación real de la humanidad, en la producción consagrada a la plena satisfacción de las necesidades humanas, en la comunidad mundial de los hombres libres e iguales que trabajan por y para sí mismos.
Para orientar sus luchas en torno a esta perspectiva, el proletariado debe rechazar planteamientos como la “liberación nacional” que lo atan a la vieja sociedad[3]. Este artículo es la primera parte de una serie de balance histórico de la liberación nacional. Se va a consagrar a la oleada revolucionaria de 1917-23 y quiere ilustrar que, en ella, la liberación nacional representó un factor clave en su fracaso y proporcionó a los Estados capitalistas una tabla de salvación a la que se agarraron para mantenerse en pie con la trágica secuela de guerras y barbarie que ha aportado la supervivencia del régimen capitalista los últimos 70 años.
El segundo Congreso de la Internacional Comunista (marzo 1920) adopta las Tesis y adiciones sobre los problemas nacional y colonial cuya idea básica es: “Todos los acontecimientos de la política mundial convergen en un punto central: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, que de un modo inevitable agrupa en su derredor, por una parte los movimientos soviéticos de los obreros de vanguardia de todos los países, y por otra, a todos los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y de las nacionalidades oprimidas, que se convencen por amarga experiencia que no existe para ellos otra salvación que el triunfo del poder de los Soviets sobre el imperialismo mundial” (Segundo Congreso de la Internacional Comunista).
Esta esperanza fue rápidamente desmentida por los hechos desde el principio de la Revolución Rusa. El apoyo a las luchas de “liberación nacional” practicado por la Internacional Comunista y el bastión proletario en Rusia, constituyó una barrera contra la extensión mundial de la revolución proletaria y debilitó profundamente la conciencia y la unidad del proletariado internacional contribuyendo al fracaso de sus intentos revolucionarios.
Una soga al cuello de la revolución soviética
La Revolución de Octubre era el primer paso en el movimiento revolucionario del proletariado a escala mundial: “lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la Revolución Proletaria Mundial” (Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa).
De acuerdo con este planteamiento donde lo esencial era la extensión internacional de la Revolución, el apoyo a los movimientos de liberación nacional en los países sometidos por las grandes metrópolis imperialistas fue concebido como una táctica para ganar apoyos adicionales a la Revolución Mundial.
Desde Octubre 1917, los bolcheviques impulsaron la independencia de los países que el imperio Zarista había mantenido sojuzgados: los países bálticos, Finlandia, Polonia, Ucrania, Armenia, etc. Pensaban que tal actitud granjearía al proletariado revolucionario unos apoyos imprescindibles para resistir en el poder en espera de la maduración y el estallido de la Revolución Proletaria en los grandes países europeos y especialmente en Alemania. Estas esperanzas no se cumplieron en absoluto:
- En Finlandia el gobierno soviético reconoció su independencia el 18 de diciembre de 1917. En ese país el movimiento obrero era muy fuerte, estaba en pleno ascenso revolucionario, mantenía fuertes vínculos con los obreros rusos y había participado de forma activa en la Revolución de 1905 y en la de 1917. Realmente no se trataba de un país dominado por el feudalismo sino de un territorio capitalista muy desarrollado, cuya burguesía utilizó el regalo soviético para aplastar la insurrección obrera que estalló en enero de 1918. La lucha duró casi tres meses y, pese a la ayuda decidida que los Soviets prestaron a los obreros finlandeses, el nuevo Estado consiguió destruir el movimiento revolucionario gracias a las tropas alemanas que llamó en su apoyo.
- En Ucrania el nacionalismo local no representaba un verdadero movimiento burgués, sino que más bien expresaba de manera desviada los vagos resentimientos de los campesinos contra los terratenientes de origen ruso y, sobre todo, polaco. El proletariado de la región provenía de todos los territorios de Rusia y estaba muy desarrollado. En tales condiciones la banda de aventureros nacionalistas que constituyeron la “Rada ucraniana” (los Vinnichenko, Petliura, etc.) buscaron rápidamente el patronazgo del imperialismo alemán y austriaco a la vez que se dedicaban, con todas sus fuerzas, a atacar a los Soviets Obreros que se habían formado en Jarkov y otras ciudades. El general francés Tabouis, ante el derrumbe de los imperialismos centrales, sustituyó la influencia alemana y empleó las falanges reaccionarias ucranianas en la guerra de los guardias blancos contra los Soviets.
“El nacionalismo ucraniano era un mero capricho, una tontería de unas pocas docenas de intelectuales pequeñoburgueses, sin ninguna raíz económica, política o sicológica. No se apoyaba en ninguna tradición histórica, ya que Ucrania nunca fue una nación ni tuvo gobierno propio, ni tampoco una cultura nacional… ¡Se le dio tanta importancia a lo que en sus comienzos fue una simple farsa, que la farsa se transformó en una cuestión política fundamental, no como movimiento nacional serio, sino como flamante bandera de la contrarrevolución¡ En Brest asomaron las bayonetas alemanas de adentro de este huevo podrido”. (Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa).
- En los países bálticos (Estonia, Letonia Lituania) los Soviets Obreros tomaron el poder en el momento de la Revolución de Octubre, la “liberación nacional” fue realizada por ¡la marina británica ¡ “ A la terminación de las hostilidades con Alemania, aparecieron unidades navales británicas en el Báltico y la República soviética de Estonia se derrumbó en enero de 1919; la letona se sostuvo en Riga durante 5 meses para acabar sucumbiendo ante la amenaza de los cañones ingleses” (E.-H. Carr: La revolución bolchevique, tomo 1, p. 330).
- En la Rusia Asiática, “un gobierno baskir bajo el mando de un tal Calidov, que había proclamado el Estado baskir autónomo después de la Revolución de Octubre, se pasó a los cosacos de Oremburgo que estaban en guerra declarada contra el gobierno soviético y esto era caso típico de la actitud dominante de los nacionalistas” (E,-H. Carr, ídem, p. 338).
Por su parte, el gobierno “nacional-revolucionario” de Kokanda (en Asia Central) con un programa que incluía la instauración de la ley islámica, la defensa de la propiedad privada y la reclusión forzada de las mujeres libró una guerra feroz contra el Soviet obrero de Tashkent (la principal ciudad industrial del Turquestán ruso).
- En el Cáucaso se formó una República Transcaucásica cuya tutela se disputaron Turquía, Alemania y Gran Bretaña, lo que la hizo estallar en 3 Estados “independientes” (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) ferozmente enfrentados entre sí por motivos étnicos, azuzados a su vez por cada uno de los imperialismos en liza. Sin embargo, todos coincidieron en el hostigamiento feroz contra el Soviet Obrero de Bakú que durante 1917-20 sufrió los bombardeos y las matanzas de los ingleses.
- En Turquía, el gobierno soviético apoyó a Kemal Attaturk, el “nacionalista-revolucionario” padre de la “nueva Turquía”. Radek, en nombre de la Internacional Comunista, exhortó al recién formado Partido comunista turco a sostenerlo: “vuestra primera tarea, tan pronto como os hayáis formado como partido independiente, será apoyar el movimiento en pro de la libertad nacional de Turquía” (Actas de los 4 primeros congresos de la IC). El resultado fue catastrófico: Kemal aplastó sin contemplaciones las huelgas y movilizaciones del joven proletariado turco y, cuando las tropas griegas fueron derrotadas y los británicos abandonaron Constantinopla, a cambio de la lealtad turca, rompió la alianza con los Soviets y ofreció a los ingleses la cabeza de los comunistas turcos que fueron ferozmente perseguidos.
- Polonia: Mención aparte merece el caso polaco. La emancipación nacional de Polonia había sido casi un dogma en la Segunda Internacional. Cuando, a fines del siglo XIX, Rosa Luxemburgo demostró que esa consigna era errónea y peligrosa pues el desarrollo capitalista había asociado estrechamente la burguesía polaca a la rusa y a la casta imperial zarista, se levantaron en el seno de la Internacional tempestuosas polémicas. La verdad era, sin embargo, que los obreros de Varsovia, de Lodz, etc., habían estado a la vanguardia de la Revolución de 1905 y de su seno habían salido destacados militantes revolucionarios como la propia Rosa. Lenin había reconocido prácticamente que “La experiencia de la Revolución de 1905 demostró que aún en esas dos naciones –se refiere a Polonia y Finlandia- las clases dirigentes, los terratenientes y la burguesía, renuncian a la lucha revolucionaria en pro de la libertad y buscan el acercamiento a las clases dirigentes de Rusia y a la monarquía zarista por miedo al proletariado revolucionario de Finlandia y Polonia” (Actas de la Conferencia del Partido en Praga, 1912). Desgraciadamente, los bolcheviques, presos del dogma de la “autodeterminación nacional de los pueblos”, favorecieron desde octubre de 1917 la independencia de Polonia. El 29 de agosto de 1918 el Consejo de comisarios del pueblo declaraba: “Todos los tratados y actas firmados por el gobierno del antiguo imperio ruso con los gobiernos del reino de Prusia o el Imperio de Austria-Hungría en relación a Polonia, quedan irrevocablemente rescindidos por la presente, en vista de su incompatibilidad con el principio de autodeterminación de las naciones y con el sentido revolucionario del derecho del pueblo ruso, que reconoce el derecho del pueblo polaco a reclamar su independencia y su unidad”.
Si es justo que el bastión proletario denuncie y anule los tratados secretos de los gobiernos burgueses, en cambio, es un grave error hacerlo en nombre de “principios” que no pertenecen al terreno proletario sino al terreno burgués como el “derecho de los pueblos”. Y esto se vio rápidamente en la práctica: Polonia cayó bajo la férrea dictadura de Pilsudski, veterano social patriota, que aplastó las huelgas obreras, alineó Polonia con Francia y Gran Bretaña y apoyó activamente los Ejércitos Blancos contrarrevolucionarios, invadiendo Ucrania en 1920.
Cuando en respuesta a la agresión, las tropas del Ejército Rojo entraron en territorio polaco y avanzaron hacia Varsovia con la esperanza de que los obreros se sublevarían contra el poder burgués, una nueva catástrofe se produjo para la causa de la Revolución mundial: los obreros de Varsovia, los mismos de 1905, cerraron filas en torno a la “nación polaca” y participaron en la defensa de la ciudad contra las tropas soviéticas. Era la trágica consecuencia de años de propaganda de la Segunda Internacional y después del bastión proletario en Rusia del dogma de la “independencia nacional” de Polonia[4].
El balance de esta política es catastrófico: los proletariados locales fueron derrotados, las nuevas naciones no “agradecieron” el regalo bolchevique y rápidamente se pusieron en la órbita del imperialismo británico o francés, colaborando al bloqueo por hambre del país de los Soviets y sosteniendo por todos los medios a la contrarrevolución blanca que provocó una sangrienta guerra civil.
“Los bolcheviques aprendieron con gran perjuicio para sí mismos y para la revolución, que bajo la dominación capitalista no existe la autodeterminación de los pueblos, que en la sociedad de clases cada clase en la nación lucha por “determinarse” de una manera distinta, y que para las clases burguesas la concepción de la liberación nacional está totalmente subordinada a la del dominio de su clase” (Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa).
La liberación nacional no cura las opresiones nacionales.
Los bolcheviques pensaban que “para afirmar la unidad internacional de los obreros primero hay que desarraigar todo vestigio de la pasada desigualdad y discriminación entre naciones”. ¿No habían estado sometidos los obreros de estos países al nacionalismo reaccionario del imperio zarista?, ¿no suponía ello un obstáculo a su unidad con los obreros rusos que podían ser vistos como cómplices del chauvinismo gran ruso? De una manera más general ¿los jóvenes proletariados de los países coloniales y semicoloniales no estarían enfrentados con sus hermanos de las grandes metrópolis mientras no alcanzaran sus países la independencia nacional?
Es cierto que el capitalismo ha creado el mercado mundial de forma anárquica y violenta, sembrando por todas partes una secuela de opresiones y discriminaciones de toda índole, especialmente de orden nacional, lingüístico, étnico, etc., que pesan duramente sobre los obreros de los distintos países, dificultando su proceso de unificación y toma de conciencia.
Sin embargo, es erróneo y peligroso pretender curar esas secuelas animando la formación de nuevas naciones que, además de no ser viables económicamente –dada la saturación del mercado mundial-, lo único que hacen es reproducirlas a una escala más vasta.
La experiencia de la “liberación nacional” de los pueblos periféricos del imperio zarista fue concluyente. Los nacionalistas polacos utilizaron la “independencia” para perseguir a las minorías judías, lituanas y alemanas; en el Cáucaso, los georgianos persiguieron a los armenios y a los absajios, los armenios a los turcomanos y los azeríes, estos últimos a los armenios…; la Rada ucraniana declaró su ojeriza contra rusos, polacos y judíos…Y, verdaderamente, aquéllos enfrentamientos han sido un pálido anuncio de la horrible pesadilla que ha venido después en el capitalismo decadente: recordemos, simplemente, la orgía sangrienta de los hindús contra los musulmanes en 1947, la de los croatas contra los serbios durante la ocupación nazi y la venganza de estos contra los primeros una vez “liberada” Yugoslavia por Tito. ¿Qué decir del sangriento aquelarre de pogromos nacionalistas que está encharcando en sangre actualmente todo el Este europeo y la Rusia asiática? Seamos claros: la “liberación nacional” no cura las opresiones nacionales, sino que las reproduce aún más irracionalmente. Es como apagar el fuego con gasolina.
Solo en el proletariado, en su ser y en su lucha revolucionaria, se hallan las bases para combatir y superar todas las discriminaciones de tipo nacional, lingüístico o étnico que engendra el capitalismo. “La gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado destruida ya toda nacionalidad; una clase que se ha desentendido realmente de todo el viejo mundo y que, al mismo tiempo, se enfrenta a él” (Marx-Engels, La Ideología Alemana).
La liberación nacional empuja a las capas no explotadoras a los brazos del capital
Los bolcheviques, siempre desde un planteamiento de reforzar la Revolución Mundial, pensaban poder ganar a las capas no explotadoras de esas naciones –campesinos, ciertas clases medias, etc., - mediante el apoyo a la “liberación nacional” y a las otras medidas clásicas del programa de las revoluciones burguesas (reforma agraria, libertades políticas…).
Esas capas ocupan en la sociedad burguesa una posición inestable, son básicamente heterogéneas y no tienen ningún porvenir como tales. Aunque oprimidas por el capitalismo carecen, sin embargo, de un interés propio y, de tenerlo, está ligado claramente a la conservación del capitalismo. El proletariado no puede ganarlas ofreciéndoles una plataforma basada en la “liberación nacional” y otras reivindicaciones situadas en el terreno burgués. Con tales propuestas las empuja a los brazos de la burguesía que puede manipularlas con promesas demagógicas para lanzarlas después contra el proletariado.
Es cierto que los puntos del programa burgués al que son más sensibles las capas campesinas y pequeñoburguesas (la reforma agraria, las libertades en el terreno nacional, lingüístico, etc.), jamás han sido totalmente cumplidos por la burguesía. Más aún, en el período de decadencia del capitalismo, las nuevas naciones son incapaces de cumplir tales puntos que constituyen, evidentemente, una utopía reaccionaria, imposible bajo un capitalismo que no tiende a la expansión sino a convulsiones cada vez más violentas.
Pero ¿quiere eso decir que el proletariado debe recoger esas reivindicaciones, que la evolución histórica ha echado al cubo de la basura, para, por así decirlo, “demostrar que es más consecuente que la burguesía”? ¡En manera alguna ¡Este enfoque, que pesó indiscutiblemente sobre los bolcheviques y otras fracciones revolucionarias, era un residuo mal eliminado de los planteamientos gradualistas y reformistas que habían acabado llevando al traste a la Socialdemocracia! Es una visión especulativa e idealista del capitalismo pensar que tiene que cumplir su “programa” al 100% y en todos los países para que la humanidad esté lista para el comunismo. Eso es una utopía reaccionaria que no se corresponde con la realidad de un sistema de explotación cuya finalidad no es cumplir un supuesto proyecto social sino obtener plusvalía. Si ya en el período ascendente, la burguesía, una vez alcanzado el poder, dejaba a medias su “programa” pactando con frecuencia con las viejas clases feudales, una vez formado el mercado mundial y entrado en su declive histórico, tal “programa” se ha convertido en una burda mistificación.
El proletariado abre una grieta en su alternativa revolucionaria si se plantea realizar el “programa inacabado de la burguesía” y a esa grieta se agarra el poder burgués como tabla de salvación. La mejor forma de ganar a su causa a las capas no explotadoras o, al menos, de neutralizarlas en el enfrentamiento decisivo con el Estado burgués, es afirmar plena y consecuentemente su propio programa: la perspectiva de abolición de los privilegios de clase, la esperanza de una nueva organización de la sociedad que asegure la existencia humana, su afirmación clara y resuelta como clase autónoma, como fuerza social que se presenta abiertamente como candidato a la toma del poder, su organización masiva en Consejos Obreros.
“No pudiendo asignarse como objetivo el de constituir nuevos privilegios, el proletariado no puede establecer su base de lucha más que sobre posiciones políticas que resultando de su programa particular de clase –el proletariado representa entre las diversas clases de la sociedad capitalista, la única que puede construir la sociedad del mañana- puedan arrastrar, en la lucha, las capas sociales medias… Estas clases no se unirán al proletariado más que en circunstancias históricas particulares donde las contradicciones del régimen capitalista alcanzan su eclosión y el proletariado pasa al asalto revolucionario; entonces sentirán la necesidad de mezclar su lucha desesperada a la lucha consciente del proletariado” (Bilan No 5, “Los principios: arma de la revolución”).
La “liberación nacional” factor de disgregación de la conciencia proletaria
La Revolución proletaria no es una fatalidad producto de las condiciones objetivas por lo que cualquier expediente táctico sería válido con tal de alcanzarla. Aunque sea una necesidad histórica y sus bases objetivas hayan sido aportadas por la formación del mercado mundial y del proletariado, la revolución comunista es esencialmente un acto consciente.
Por otra parte, el proletariado, a diferencia de las clases revolucionarias del pasado, no posee ningún poder económico previo en la vieja sociedad, es una clase explotada y revolucionaria a la vez. Todo ello hace decisivas y únicas en la historia, sus armas para destruir la vieja sociedad: la unidad y la conciencia, armas que, a su vez, constituyen los fundamentos de la nueva sociedad.
Por consiguiente, es vital para el avance de su lucha que “en cada ocasión, el problema que el proletariado debe plantearse no es el de obtener la mayor ventaja o el mayor número de aliados, sino el de ser coherente con el sistema de principios que rige su clase… Las clases deben darse una configuración orgánica y política, sin la cual, a pesar de haber sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, corren el riesgo de permanecer por largo tiempo aprisionadas por la vieja clase que, a su vez, -para resistir- aprisionará el curso mismo de la evolución económica” (Bilan No 5, Ídem).
Desde ese punto de vista el apoyo a las “luchas de liberación nacional” durante el período revolucionario de 1917-23 tuvo desastrosas consecuencias para el conjunto del proletariado mundial y para su vanguardia –la Internacional Comunista-.
En la época histórica de la lucha decisiva entre el Capital y el Trabajo, abierta por la Primera Guerra Mundial, donde no hay más alternativa que Revolución internacional del proletariado o sumisión del proletariado al interés nacional de cada burguesía, el apoyo a la “liberación nacional”, aunque se conciba como elemento “táctico” conduce a la disgregación, corrupción y descomposición de la conciencia proletaria.
Ya hemos visto que la “liberación” de los pueblos periféricos del viejo imperio zarista no aportó ninguna ventaja a la Revolución rusa, sino que contribuyó a crear un cordón sanitario a su alrededor: un grupo de naciones, con proletariados combativos y vieja tradición, se cerraron a cal y canto a la penetración de las posiciones revolucionarias y cavaron un abismo infranqueable entre los obreros rusos y los obreros alemanes. ¿Cómo fue posible que los obreros de Polonia, de Ucrania, de Finlandia, de Bakú, de Riga, que habían estado a la cabeza de las revoluciones de 1905 y 1917, que habían engendrado militantes comunistas de la claridad y la entrega de Rosa Luxemburgo, Piatakov, Jogiches…, fueran rápidamente derrotados y aplastados en 1918-20 por sus propias burguesías y se opusieran, incluso, con rabia, a las consignas bolcheviques?
En ello influyó, decisivamente, el veneno nacionalista: “El simple hecho de que la cuestión de las aspiraciones nacionalistas y tendencias a la separación fuera introducida en medio de la lucha revolucionaria, incluso puesta sobre el tapete y convertida en santo y seña de la política socialista y revolucionaria como resultado de la paz de Brest, produjo la mayor confusión en las filas socialistas y realmente destruyó las posiciones ganadas por el proletariado en los países limítrofes” (Rosa Luxemburgo, Ídem).
La “liberación nacional” con la misma fuerza con la que empujó a los obreros de esos países al cebo ilusorio de la “independencia y el desarrollo del país, liberado del yugo ruso”, los alejó más y más del proletariado ruso, con el que habían compartido tantas y tantas luchas y que en esos momentos daba el primer paso en el combate decisivo.
La Internacional, el Partido Comunista Mundial, es el factor clave en la conciencia de clase del proletariado, por lo que su claridad y coherencia política son vitales. El apoyo a la liberación nacional tuvo un papel decisivo en la degeneración oportunista de la Internacional Comunista.
La Internacional Comunista se constituyó sobre un principio central: el capitalismo ha entrado en su decadencia histórica, debido a ello, la tarea del proletariado ya no puede ser la de reformarlo o mejorarlo, sino, la de destruirlo: “Una nueva época surge. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado”. Sin embargo, el apoyo a la “liberación nacional” abría una grieta muy peligrosa en esa claridad de base, constituía una puerta abierta al oportunismo pues introducía una tarea que pertenecía al viejo orden social dentro del programa de destrucción de ese viejo orden. La táctica de combinar la lucha revolucionaria en las metrópolis y la lucha de “liberación nacional” en las colonias y semicolonial, llevaba a concluir que la hora de la destrucción del capitalismo no había llegado todavía: bien, ya sea admitiendo que el mundo estaría dividido entre dos áreas (una “madura” para la revolución proletaria y otra donde el capitalismo no se había desarrollado aún) o bien, reconociendo palmariamente que aún existían posibilidades de expansión del capitalismo (ninguna otra cosa implica para los marxistas la posibilidad de “luchas de liberación nacional”).
Este germen de confusión, esta puerta abierta al oportunismo se fue desarrollando más y más con el reflujo de las luchas revolucionarias del proletariado en Europa.
El partido no es un producto pasivo del movimiento de la clase, sino un factor activo en su desarrollo. Si su claridad y determinación son cruciales para el éxito de la Revolución proletaria, sus confusiones, ambigüedades e incoherencias contribuyen poderosamente a la confusión y derrota de la clase. La involución de la Internacional Comunista en su postura sobre la cuestión nacional así lo testimonia.
El primer Congreso, situado en plena alza de las luchas plantea como tarea la abolición de las fronteras nacionales: “El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos, y ese caos solo puede ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Ella es la que debe instituir el orden verdadero, el orden comunista. Debe quebrar la dominación del capital, imposibilitar las guerras, borrar las fronteras entre Estados, transformar el mundo en una vasta comunidad que trabaje para sí misma, realizar los principios de la solidaridad fraternal y la liberación de los pueblos”.
Del mismo modo, pone en evidencia que los pequeños Estados no pueden romper el yugo del imperialismo y no pueden sino someterse a su juego: “en los Estados vasallos y en las Repúblicas que la Entente acaba de crear (Checoslovaquia, países eslavos meridionales, a los que hay que agregar Polonia, Finlandia, etc.), la política de la Entente apoyada en las clases dominantes y los social-nacionalistas, apunta a erigir centros de un movimiento nacional contrarrevolucionario. Ese movimiento debe estar dirigido contra los pueblos vencidos, debe mantener en equilibrio a las fuerzas de los Estados nuevos y someterlos a la Entente, debe frenar los movimientos revolucionarios que surgen en las nuevas repúblicas “nacionales” y finalmente proporcionar guardias blancos para la lucha contra la revolución internacional y, sobre todo, contra la revolución rusa”. Y, en fin, demuestra que “el Estado nacional, luego de haber dado un impulso vigoroso al desarrollo capitalista, se ha tornado demasiado estrecho para el desarrollo de las fuerzas productivas”.
Vemos, pues, como el primer Congreso de la Internacional Comunista sienta las bases para corregir los errores iniciales sobre la cuestión nacional, pero estos jalones de claridad no se desarrollarán sino que serán, a causa de las derrotas proletarias y de la dificultad de la mayoría de la Internacional Comunista para avanzar en la clarificación, poco a poco liquidados por la negra sombra del oportunismo. El IV Congreso (1922) con sus Tesis sobre la cuestión de Oriente, marcará un importante paso en esta regresión pues “proletarios y campesinos son invitados a subordinar su programa social a las necesidades inmediatas de una lucha nacional común contra el imperialismo extranjero. Se daba por supuesto que una burguesía o, incluso, una aristocracia, ambas de mentalidad nacional, estarían dispuestas a encabezar una lucha de liberación nacional frente al yugo del imperialismo extranjero, aliándose con proletarios y campesinos potencialmente revolucionarios, que solo esperaban el instante de la victoria para volverse contra ellos y derrocarlos” (E.-H. Carr: La Revolución bolchevique, tomo 3, p. 493).
En los acontecimientos posteriores, con la proclamación del “socialismo en un solo país”, con el bastión proletario en Rusia definitivamente derrotado e integrado en la cadena imperialista mundial, la “liberación nacional” se convertirá, lisa y llanamente, en un vil taparrabos de los intereses del Estado ruso. Pero no será el único en utilizar esa bandera, el resto de los estados concurrentes la adoptarán también, con múltiples variantes, siempre para un solo fin: la guerra a muerte por el reparto de un mercado mundial definitivamente saturado. Estas innumerables guerras imperialistas disfrazadas de “liberación nacional” serán objeto de la segunda parte de este artículo.
Sistematizando el proceso de clarificación que ante la degeneración de la Internacional Comunista, llevaron a cabo las Fracciones de la Izquierda Comunista, Internationalisme, órgano de la Izquierda Comunista de Francia, adoptaba en enero de 1945 una Resolución sobre los movimientos nacionalistas que concluía así: “Dado que los movimientos nacionalistas en razón de su naturaleza de clase capitalista no presentan ninguna continuidad orgánica e ideológica con los movimientos de clase del proletariado, éste para ganar sus posiciones de clase debe romper y abandonar todo lazo con los movimientos nacionalistas”.
Adalen, 20-05-1991.
[1] Ver nuestras Tesis sobre la Descomposición https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[2] Ver La barbarie nacionalista https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2116/la-barbarie-nacionalista
[3] Ver nuestro folleto Nación o Clase ( https://es.internationalism.org/cci/200606/968/nacion-o-clase ) y artículos en la Revista Internacional. Particularmente los números: 4, 19, 34, 37, 42 y 62
[4] Por otra parte, la revolución proletaria no puede extenderse jamás por métodos militares como había dejado muy claro el propio Comité Ejecutivo de los Soviets: “Nuestros enemigos y los vuestros os engañan cuando os dicen que el gobierno soviético ruso desea implantar el comunismo en territorio polaco con las bayonetas de los soldados del Ejército Rojo. Un orden comunista sólo es posible cuando la inmensa mayoría de los trabajadores están convencidos de la idea de crearlo con su propia fuerza” (“Llamamiento al pueblo polaco” 28-01-1920). El Partido Bolchevique, cada vez más devorado por el oportunismo, en un viraje hacia una falsa comprensión del internacionalismo, alentó –pese a una importante oposición en su seno: Trotski, Kírov, etc.- la aventura del verano de 1920 que, radicalmente, olvidaba ese principio.