Elecciones del 20-D – Una vez más: la mascarada electoral

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Una vez más somos llamados a las urnas. Una vez más, esta vez en las vísperas navideñas, nos repiten hasta la saciedad el cuento de que el voto de los ciudadanos es la única vía posible para decidir nuestro futuro.

Pero el destino que puede depararnos esta sociedad capitalista está más que escrito. Si no eliminamos la producción para la acumulación capitalista, sino liberamos las relaciones entre seres humanos de las leyes de las relaciones mercantiles, sino emancipamos la Tierra entera planeta entero de su sometimiento a los beneficios de la clase explotadora: el futuro no puede ser otro que más miseria y más guerras, más opresión y mayores catástrofes ecológicas.

Todos quienes participantes en esta “gran fiesta” de la democracia quieren convencernos en cambio que sí estamos decidiendo nuestro futuro, que sí es nuestra responsabilidad como gobernados elegir a los gobernantes, para otorgarles así su mandato procedente de la “soberanía popular”. Lo cierto, sin embargo, es que las elecciones suponen una enorme farsa de reclamos publicitarios en forma de promesas que nunca se cumplirán, de abstractas invocaciones a valores brillantes como el “bienestar”, el “cambio”, la “unidad”, que cuando se difuminan dejan el lodo ceniciento de una creciente degradación de las condiciones de vida de los trabajadores.

En las dos últimas legislaturas –la primera (2008-2011) encabezada por el “amable” Zapatero del PSOE, la segunda (2011-2015) dirigida por el “huraño” Rajoy del PP–, los salarios de los obreros españoles han caído un 25%. El “mileurismo” que al principio de la crisis era un síntoma de la escasa capacidad adquisitiva de muchos jóvenes se ha convertido hoy en el sueño inalcanzable para la mayoría de ellos. No es de extrañar. A pesar de todas las reformas laborales, y de todas las subvenciones a los empresarios (lo que no deja de ser un trozo de plusvalía extraída de la explotación que se les regala) para la contratación; el paro alcanza hoy oficialmente a más del 22% de la población activa; y en sectores como los menores de 25 años a más de la mitad. La inmensa mayoría de los contratos son eventuales (por semanas o meses a lo sumo) o a tiempo parcial (remunerando 4 horas diarias o tres días por semana, aunque el trabajador luego regale horas al empresario para “hacer méritos” y con seguir que le mantengan contratado…). De los parados registrados en las oficinas del INEM, el 50% no cobra ningún subsidio de desempleo. El gobierno PSOE dejó esa tasa ya en el 40%. Cuando Zapatero deja el sillón a Rajoy el 22% de los hogares del país vive por debajo del umbral de la pobreza. Rajoy legará a “¿?”, cerca del 30% de la población española en esas condiciones.

En realidad entre los gobiernos del P”S”OE y del PP no hay ninguna contradicción, sino una completa continuidad. La Reforma Laboral del PP es la versión corregida y aumentada de la implementada por Zapatero que abarató el despido en un momento de expulsión masiva de mano de obra. De igual forma el ataque a las pensiones del PSOE (prolongando la edad para la jubilación) se ha visto sucedido con el copago de las recetas o la liquidación del fondo de reserva de las pensiones (que a fecha de hoy no tiene existencia asegurada más allá de 2018). Otro tanto cabe decir de la exclusión de los trabajadores emigrantes de las prestaciones sanitarias decretada por Rajoy que encuentra su antecedente en la “regularización” de 2009 dictada por Zapatero sólo para aquellos que contaban con un contrato de trabajo. Es verdad que Rajoy quiere limitar drásticamente la llegada de refugiados, pero quien puso las alambradas en Ceuta y Melilla fue el gobierno del PSOE. Es cierto que el PP ha sido y es un partido descaradamente belicista, pero no es menos cierto que “Bambi” Zapatero reforzó la presencia de tropas españolas en Afganistán, Líbano en 2006, las costas de Somalia en 2008 o ya en 2011 con la participación en la operación en Libia, saltándose incluso la tradicional autorización parlamentaria. Ninguna de esas operaciones trajo la paz. Todas ellas han contribuido a esparcir el terror y la guerra por más y más regiones del mundo.

Todo ese sufrimiento acumulado y acrecentado en la población no es obra de unos políticos especialmente incompetentes o corruptos, como quieren hacernos creen quienes aspiran a relevarlos en las mismas poltronas del Estado capitalista. Es el resultado de la dominación de las leyes del capital sobre la supervivencia de la humanidad, dominación asegurada por el Estado, y más eficazmente por el Estado democrático. Por ello en otros países con gobiernos aparentemente más “decentes” o menos “señalados” por la corrupción, la situación de la población trabajadora también empeora. En el último año hemos visto al gobierno de un partido de nuevo tipo como Syriza en Grecia aplicar, en lo sustancial, el mismo programa que los viejos políticos de Nueva Democracia. Y hoy mismo vemos al futuro gobierno “socialista” portugués - respaldado por el Partido (anti) Comunista de Portugal y por ese otra “gran esperanza blanca” de los ultraizquierdistas en los últimos años, el llamado Bloco de Esquerdas –jurar lealtad al programa de rescate de la economía nacional portuguesa.

Pero si, gane quien gane las elecciones, no va a cambiar en lo sustancial el programa de gobierno de la clase explotadora los trabajadores: ¿para qué sirven entonces las elecciones?

Le sirven, en primer lugar, para sacar algo de lustre al aparato político del Estado democrático, intentando compensar el desgaste de sus partidos tradicionales. En las próximas elecciones del 20 de Diciembre, el capitalismo español, va a reforzar insistentemente esa campaña con la supuesta superación del “bipartidismo” mediante los supuestos proyectos “renovadores” de Ciudadanos y de Podemos. Los primeros, una organización que languidecía defendiendo el españolismo en Cataluña, han sido catapultados a segunda fuerza política del país como una especie de “PP sin corrupción”. En cuanto a Podemos y sus múltiples y poliédricas expresiones (Ganemos, En Común, Mareas,…), es el resultado de una operación de la burguesía española, gestada en los “laboratorios de ideas” de las universidades y con el apoyo de importantes sectores del Estado (entre otros de poderosos medios de comunicación), con el objeto de desfigurar y descarrilar todo lo que en el 15-M había de cuestionamiento al Estado democrático, del sistema de explotación, de inquietud por un futuro estremecedor,… (ver artículo sobre Podemos en este mismo número de AP). Pretenderán aparecer como “nueva política” pero representan la más vieja y rancia política de los explotadores. El liberalismo de Ciudadanos y su “ley invisible del mercado” es un principio burgués del siglo XVIII que ha servido de justificación de todos los recortes en materia de salario social en los últimos 30 años. En cuanto al “proyecto podemita”, y más allá de su lenguaje extraído de los manuales de autoayuda más pedestres, se trata del viejo engaño fundamental de la contrarrevolución estalinista: la identificación del socialismo con la propiedad estatal de los medios de producción. No es de extrañar que la “nueva política” haya caído rápidamente en los vicios de la vieja política: la reducción de ésta a un mero marketing publicitario en el que se utilizan todos los trucos (desde la presencia en los programas televisivos de máxima audiencia sea cual sea su contenido al airamiento de escándalos sobre consumos de drogas de sus rivales, etc.) para activar el botón de compra de la mercancía, en este caso del voto; la sustitución de los debates y las asambleas por el “quitaté tú para ponerme yo”, etc.

Le sirve también para retumbar con fuerza los tambores ideológicos con que aturdir a los explotados. La burguesía española recuerda con gratitud cómo este ruido sirvió para que el formidable movimiento de luchas que, en los años 70, puso contra las cuerdas al franquismo, pudo ser desviado con el famoso soniquete de “Libertad, Amnistía y Estatut de Autonomía” hacia los pactos de la Moncloa, la aceptación de las reconversiones industriales, y el levantamiento del hoy denostado régimen del 78. Y también de cómo, 35 años después, esas mismas mistificaciones democráticas de “Democracia Real Ya” han servido para descarrilar el “¡Que no nos representan!” del 15 M en el “Iglesias presidente” de nuestros días. De igual modo que se esfuerzan en rentabilizar hoy las divisiones en el seno de los explotadores para recabar la adhesión del proletariado a su propia burguesía nacional. No dudan para ello en presentar como el culmen del “anticapitalismo” a formaciones como las CUP en Cataluña que en realidad hacen bandera de las dos instituciones esenciales de la explotación capitalista: el Estado democrático y la Nación, reeditando el nauseabundo lema de la contrarrevolución estalinista: “el socialismo en un solo pais”.

El futuro de la humanidad no pasa por más Estado democrático que supuestamente nos protege de la barbarie que “otros” (los terroristas, los especuladores financieros, los belicistas…) generarían. Los Estados democráticos son los principales agentes del terror, la miseria y la guerra. Tampoco pasa por reforzar la unidad nacional entre los explotados y los explotadores de un país, sino por la disolución de todas las fronteras y todos los países, por la solidaridad de todos los explotados, por una lucha de clases internacional contra todos los explotadores.

Valerio, 2 de diciembre de 2015

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