La crueldad y la hipocresía de la clase dominante

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Algunos hechos son suficientes para mostrar el horror de la situación que enfrentan los migrantes:

  • El 27 de agosto, en Austria, cerca de la frontera con Hungría, 71 cuerpos (incluyendo los de 8 mujeres y 4 niños) fueron descubiertos en un avanzado estado de descomposición, encerrados en un camión abandonado sobre una calzada;
  • Unos días después, el cuerpo de un pequeño de tres años, al igual que su madre y su hermano, fue arrojado por las olas en una playa de Bodrum, en Turquía.

Estos han sido dos casos de migrantes procedentes de Siria que huyen de la pesadilla de cuatro años de guerra. Este fenómeno de los refugiados se ha globalizado de una manera sin precedentes, que va mucho más allá de los éxodos de los peores años del siglo 20.

La propaganda y la solidaridad

Hay algo que causa sorpresa. Los medios de comunicación no están tratando de ocultar el horror insoportable de la situación. Por el contrario, lo tratan como primera plana y sacan más imágenes impactantes, como la del niño pequeño en la playa.

¿Por qué?

Porque la burguesía está explotando la barbarie de la que ella misma es responsable, los sentimientos de indignación que eso provoca, así como las expresiones espontáneas de solidaridad entre los trabajadores locales y los migrantes que en los últimos meses ha empezado a desarrollarse en varias partes de Europa, con la finalidad de impulsar su propaganda. Esa propaganda tiene por objetivo estrangular, cuando apenas nazca, toda posibilidad de pensamiento independiente e inocular la ideología nacionalista de la forma más artera. A los ojos de la clase dominante, los proletarios de Europa, al actuar por propia cuenta, están actuando de una manera rara e incluso irresponsable: están ayudando y apoyando a los migrantes. A pesar del bombardeo ideológico permanente, vemos que, muy a menudo, cuando estos proletarios están en contacto directo con los refugiados, les llevan lo que necesiten para sobrevivir —comida, bebida, mantas—e incluso, a veces, los llevan a sus hogares. Hemos visto tales ejemplos de solidaridad en Lampedusa en Italia, Calais en Francia y varias ciudades de Alemania y Austria. Cuando, después de haber sido hostigados por el Estado húngaro, trenes cargados de refugiados han llegado a las estaciones, los migrantes agotados han sido bien recibidos por miles de personas que les ofrecen apoyo y ayuda material. Trabajadores ferroviarios austriacos han trabajado horas extras para facilitar el transporte de los refugiados hacia Alemania. En París, miles se manifestaron el 5 de septiembre para protestar contra el trato dado a los refugiados y gritaron consignas como "todos somos hijos de los migrantes".
La clase dominante ha tenido que reaccionar frente a tales expresiones de solidaridad de la población civil, en un momento en el que la principal preocupación del Estado ha sido intimidar a los refugiados y mantenerlos bajo control. Casi en todas partes la burguesía ha tenido que modificar el discurso anti-inmigrante de los últimos años y adaptarse a la situación. En Alemania, el repentino giro de la burguesía le ha ayudado a ésta a reforzar la imagen del país como una democracia muy avanzada, para exorcizar los fantasmas del pasado en respuesta a los de sus rivales que nunca pierden la oportunidad para referirse a la oscura historia de Alemania marcada por la sombra alargada del régimen nazi. Más aún, es el trauma de la Segunda Guerra Mundial lo que explica la sensibilidad del proletariado alemán ante la cuestión de los refugiados. Las autoridades alemanas han tenido que suspender el acuerdo de Dublín, que pide la expulsión de quienes buscan asilo. A los ojos de los migrantes del mundo, Angela Merkel, aparece como campeona de la apertura de Alemania y como modelo de “humanidad”. En Gran Bretaña, David Cameron, ha tenido que modificar su postura de línea dura, junto con los peores periódicos de derecha que hasta ahora habían descrito a los migrantes como una horda amenazante y sub-humana. Para la burguesía, una de las cuestiones clave ha sido la necesidad de ocultar el hecho de que existen dos lógicas totalmente antagónicas en todo esto: por un lado, la exclusión capitalista y el “cada quién a la suya” frente a la solidaridad proletaria; un sistema moribundo hundido en la barbarie, frente a la afirmación de una clase que lleva en sí un futuro para la humanidad. La burguesía no puede evitar reaccionar a los verdaderos sentimientos de indignación y solidaridad que están apareciendo en los países centrales.

La espectacular explosión del número de refugiados

La situación no es para nada nueva. En 2012, el Alto Comisionado para los Refugiados[1] ya contabilizaba 45,2 millones de personas “desplazadas” y estaba haciendo sonar la señal de alarma frente este creciente desastre humano. En 2013, 51,2 millones de personas habían huido de diversos tipos de horrores. Se había cruzado, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el umbral de los 50 millones. La ACNUR explicó esto como el resultado de “la multiplicación de nuevas crisis” y “la persistencia de viejas crisis que nunca parecen apagarse”. El año 2015 está a punto de marcar un nuevo récord: 60 millones de refugiados tan sólo en Europa. Desde enero, las solicitudes de asilo se han incrementado en un 78%. En Alemania, según el ministro del Interior, estas solicitudes se han cuadruplicado, alcanzando la cifra récord de 800 000. Macedonia ha declarado el estado de emergencia y cerró sus fronteras. Oficialmente, más de 2800 de estos exiliados, hombres, mujeres y niños, se han ahogado en el Mediterráneo en los últimos meses. En Asia, el fenómeno también es masivo. Por ejemplo, un número creciente de personas han estado huyendo de la represión y la persecución en Myanmar y buscando desesperadamente refugio en otros países del sudeste asiático. En América Latina, la criminalidad y la pobreza han alcanzado tales niveles que cientos de miles de personas están tratando de llegar a los EE.UU. Un tren de mercancías que va desde el sur de México hasta el norte, apodado 'La Bestia', lleva tiempo transportando regularmente miles de migrantes. Corren el riesgo no sólo de caerse del techo del vagón y quedarse abandonados en los túneles, sino también de ser asaltados por las autoridades, y ante todo, de caer en manos de las bandas de narcotraficantes u otros bandidos que capturan, violan, secuestran mujeres para la prostitución, y que a menudo los asesinan. Y aquellos que tienen la suerte de sobrevivir a todo esto, a lo largo de toda la frontera de Estados Unidos, se enfrentan a un muro de alambre de púas vigilado por guardias armados que no dudan en disparar contra ellos.

De hecho, los hipócritas y civilizados discursos de los Estados democráticos se acoplan perfectamente con las diatribas más denigrantes y xenófobas. Lo primero alienta sentimientos de impotencia; lo segundo, el miedo. Ambos elementos obstruyen toda reflexión real y cualquier auténtico desarrollo de la solidaridad.

Un fenómeno acentuado por la realidad de la descomposición

Regiones enteras del planeta están siendo devastadas y se están volviendo inhabitables. Este es el caso particular de regiones que van de Ucrania a África pasando por Oriente Medio. En algunas de estas zonas de guerra, la mitad de la población huye en desbandada y/o es retenida en campos de refugiados gigantescos, a merced de los más desaprensivos traficantes, ya organizados a escala industrial. La causa real de este infierno es la decadencia del sistema mundial de explotación. La envergadura del fenómeno de los refugiados es una clara expresión de la espiral descendente del capitalismo que deja en su estela pogromos y violencia de todo tipo, pauperización creciente ligada a la crisis económica y catástrofes ecológicas. Por supuesto, las guerras, la crisis y la contaminación no son nuevas, todas las guerras han llevado desde siempre a la gente a huir para salvar la vida. Sin embargo, la intensidad de este fenómeno no para de aumentar de forma indiscriminada. Hasta la Primera Guerra Mundial, el número de refugiados era, regularmente, bastante limitado. Fue el nombrado conflicto el que trajo el comienzo de los desplazamientos masivos, los “traslados de población”, etc. Y la espiral entró en toda una nueva fase con la Segunda Guerra Mundial, cuando el número de refugiados llegó a niveles nunca vistos. De este modo, durante la Guerra Fría, las numerosas guerras estratégicas entre el este y el oeste generaron un significativo número de refugiados, como lo hicieron las hambrunas del África subsahariana en los 70 y los 80.

Pero desde el colapso del Bloque del Este en 1989, se abrió lo que podría llamarse la caja de Pandora. El antagonismo entre los dos bloques imperialistas impuso un cierto orden y disciplina en ese sentido: la mayoría de los países obedecían los dictados de sus respectivos líderes de bloque, Estados Unidos o Rusia. Las guerras de este periodo seguían siendo brutales e inhumanas, pero en cierto sentido lo eran de forma “ordenada” y “clásica”, se podría decir. Desde el colapso de la URSS, la inestabilidad creciente ha dado lugar a la multiplicación de conflictos locales, de todo tipo de alianzas inestables y cambiantes. Los conflictos han seguido estallando, cada vez más, llevando a la desintegración de Estados enteros y a la aparición de señores de la guerra y mafias producto de la dislocación de todo el tejido social.

Por añadidura, las contradicciones entre las potencias imperialistas (marcadas por el desarrollo del “cada uno a la suya”, en el que cada nación juega su propia carta imperialista jugando al corto plazo sin tener claros objetivos estratégicos), ha llevado a las mismas a realizar intervenciones militares a un ritmo cada vez más regular y casi permanente. En la defensa de esos intereses imperialistas de corto alcance, cada una de las grandes potencias apoya a una u otra banda mafiosa o caudillo local, a esta u aquella camarilla de fanáticos cada vez más irracionales. Lo que domina la sociedad capitalista actualmente es la desintegración de regiones enteras donde reinan las más flagrantes expresiones de descomposición social: territorios enteros controlados por cárteles de la droga, el surgimiento del Estado Islámico y sus bárbaras atrocidades, etc.

La bunkerización de las grandes potencias

Los Estados que cargan con buena parte de responsabilidad por todo este caos social, militar y ecológico se han convertido al mismo tiempo en auténticas fortalezas. En un contexto de desempleo y crisis crónica, las medidas de seguridad se han elevado a niveles drásticos. Estados enteros se encierran en su propio búnker. Sólo a los migrantes más cualificados se les permite entrar para ser explotados y para tirar para abajo el precio de la fuerza de trabajo y crear divisiones entre los proletarios.

La mayoría de los refugiados y migrantes, los ''indeseables'' que han quedado reducidos a la miseria y el hambre, son cínicamente impelidos a quedarse donde están y a morir sin estorbar a nadie. Los Estados del Norte, literalmente, los han acosado hasta arrinconarlos, como es el caso de Francia y su ''Jungla'' cerca del Túnel del Canal de Calais. Gangrenada por una crisis de sobreproducción, la sociedad capitalista no puede ya ofrecerles ninguna perspectiva. En vez de abrirse al público, las puertas se cierran a cal y canto: los Estados blindan las fronteras, electrifican sus verjas y construyen más y más muros. Durante la Guerra Fría, la época del Muro de Berlín, había unos 15 muros franqueando fronteras. Hoy día más de 60 han sido o están siendo construidos. Desde el “muro del apartheid” levantado por Israel en frente de los palestinos, a las 4000 millas de alambre de espino que separan la India de Bangladesh, numerosos gobiernos se dejan llevar por una auténtica paranoia sobre su seguridad. En Europa, el frente mediterráneo está plagado de muros y barreras. El pasado mes de julio, el gobierno húngaro comenzó la construcción de un vallado de alambre de púas de 4 metros de alto. En lo que respeta al “espacio Schengen” en Europa, y al trabajo de agencias fronterizas como Frontex o Triton, su efectividad industrial-militar es pavorosa: una flota permanente de barcos de vigilancia y de combate está desplegada en el mencionado frente para persuadir a los refugiados de cruzar el Mediterráneo. Una máquina militar similar ha sido desplegada a lo largo de la costa australiana. Todos estos obstáculos aumentan seriamente la mortalidad entre los refugiados, que se ven obligados a asumir cada vez más riesgos para superarlos.

El cinismo de la burguesía

Por un lado, el Estado burgués se atrinchera lo máximo posible. Lleva a su máximo las advertencias catastróficas, enunciadas por los partidos más xenófobos y populistas, agudizando el odio, el miedo y la división. Sufriendo el deterioro de sus condiciones de vida, las secciones más débiles del proletariado reciben de lleno el impacto de esta propaganda nacionalista y son el blanco de campañas contra los extranjeros que supuestamente amenazarían “nuestro bienestar y nuestro estilo de vida”. Ha habido marchas anti-inmigración en numerosos países, ataques físicos y ataques incendiarios contra centros de refugiados. El Estado legitima todo esto levantando campos de internamiento (más de 400 en Europa) para deportar a todos los que pueda y patrullando las fronteras.

Por otro lado, esa misma burguesía finge su indignación de la mano de políticos que hablan sobre el “desafío moral” planteado por los refugiados y les ofrece apoyo y asistencia ficticios. En definitiva, el Estado capitalista, el archi-criminal, se presenta como su salvador.

Pero mientras exista el capitalismo, no puede haber una solución real para los migrantes y refugiados. Si no combatimos contra este sistema, si no vamos a la raíz del problema, nuestra indignación y solidaridad no irá más allá del nivel de la ayuda básica, y los más profundos y nobles sentimientos humanos serán recuperados por la burguesía, convirtiéndolos en actos de caridad intensamente publicitados que serán utilizados para azuzar formas más disimuladas del nacionalismo. Por tanto, debemos intentar entender qué está ocurriendo realmente. El proletariado debe desarrollar su propio punto de vista crítico y revolucionario sobre estas cuestiones.

En futuros artículos, volveremos a tratar con más profundidad esta cuestión histórica.

WH, 6/9/2015


[1] ACNUR, una oficina de la ONU, organismo sucesor de la Sociedad de Naciones al que los revolucionarios identificaron como una “cueva de ladrones” (n. de T.)]

 

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Migrantes y refugiados