Cultura de la teoría y cultura de debate: necesidades para la lucha contra el capitalismo

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Nota introductoria: publicamos una contribución de un compañero con la que nos sentimos muy de acuerdo. Este texto responde a un debate organizado por simpatizantes y militantes de la CCI sobre la primera guerra mundial y donde un grupo de elementos actuó de forma agresiva interrumpiendo, amenazando, insinuando…, entorpeciendo con ello la necesaria clarificación. CCI

No es una novedad histórica en el transcurso del movimiento obrero contra el capitalismo, pero conviene recordarlo: la cultura de la teoría y el debate son esenciales para luchar contra las relaciones sociales capitalistas. Más si cabe en el período histórico actual, en el que la burguesía a nivel internacional trata de coordinarse en la medida de lo posible en la gestión de la bancarrota de su aparato económico para mejor atacar al proletariado y dificultar el desarrollo de la conciencia política de este; en el que, especialmente bajo la fachada “democrática”, la clase dominante adapta su aparato político, sindical e ideológico para confundir y canalizar el descontento a callejones sin salida; y en el que la atomización, la destrucción de tejido social y el paro galopante, dificultan sobremanera la reagrupación y la lucha. Vivimos una situación histórica donde se acentúan las visiones inmediatistas, que solo ven un eterno presente desligado tanto de sus raíces pasadas como de lo que puede encerrar para el porvenir, donde un pensamiento teórico con perspectiva se hace muy difícil de desarrollar. «La conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época».[1]

 Es algo que se muestra evidente: el margen para el “espontaneísmo” en el paso del malestar y la protesta a la lucha eficaz contra la clase capitalista es nulo. Habrán, no hay duda, explosiones más o menos profundas de malestar (como la “primavera árabe”, o los distintos tipos de movimiento de protestas masivas que han tenido lugar los últimos años en España, Israel, Grecia, Brasil, Turquía o EEUU[2]), pero sin una claridad política de las tendencias existentes en el sistema (muy especialmente la naturaleza sistémica e histórica de la crisis del modo de producción capitalista, y la necesidad y la posibilidad de superarlo por una civilización superior: el comunismo) y la superación de ilusiones sobre un supuesto “capitalismo de rostro humano”, de las estrategias que la burguesía emplea para canalizar y esterilizar el malestar creciente, y sin la recuperación de las enseñanzas históricas respecto a las características de la lucha proletaria (la necesidad de la extensión y masificación de la lucha, y la creación de órganos centralizadores de reagrupamiento y unificación), la derrota y esterilización de las luchas, y el consecuente hundimiento de mayores zonas del mundo en la miseria y la barbarie militarista, es una tendencia inevitable.

Un siglo después del inicio de la Primera Guerra Mundial, que abría el periodo de decadencia capitalista de crisis, guerras y revoluciones, el proletariado y la humanidad no explotadora se encuentra ante el mismo desafío: sólo la acción directa de masas y la conciencia política pueden hacer frente, y en última instancia derrotar, al poder del capital y su Estado. Los viejos métodos e ideologías que pudieran jugar un papel útil en el siglo XIX, como el parlamentarismo y el sindicalismo, son un obstáculo para la lucha proletaria, convirtiéndose desde entonces en armas predilectas de la burguesía para el mantenimiento de su dominación.

 Esta conciencia política necesariamente se desarrolla sobre todo en minorías, por el peso de la ideología de la clase dominante sobre el conjunto de la población, incluso en los propios períodos revolucionarios. Es la vanguardia política del proletariado. Sin esa labor de vanguardia, el proletariado está desarmado frente a la burguesía, y especialmente frente a los agentes de esta en su seno: la izquierda del capital.

 La necesidad de la teoría, de tratar de conocer lo más exactamente posible el terreno que se pisa, no es pues un lujo, sino una necesidad para la lucha. El proletariado es la única clase de la sociedad capitalista que no tiene ningún interés en esconder y falsificar la realidad, todo lo contrario; necesita la claridad y la teoría. Y la teoría requiere necesariamente de un pensamiento crítico, científico; es decir, basado en evidencias, no en anteojos ideológicos. Y un método para llevarlo a cabo, el método científico aplicado a los fenómenos sociales e históricos: el marxismo, en honor a Marx y Engels que lo desarrollaron y sistematizaron.

 “El concepto materialista de la historia, descubierto por Marx poco antes y aplicado con consumada habilidad en el Manifiesto, ha resistido perfectamente la prueba de los hechos y los golpes de la crítica hostil. Constituye hoy uno de los instrumentos más valiosos del pensamiento humano.

Las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido toda significación científica. Podemos decir con certeza que en nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante revolucionario sino aún un observador versado en política, sin asimilar la interpretación materialista de la historia” ([3]).

Pero el marxismo como método científico es lo contrario a un dogma, a una repetición acrítica de consignas sin ser sometida a la criba de la crítica y su confrontación con el desarrollo histórico y la lucha de clases:

 “Contrariamente a la corriente bordiguista, la CCI nunca ha considerado el marxismo como una “doctrina invariante”, sino como un pensamiento vivo para el que cada acontecimiento histórico importante es una ocasión de enriquecimiento. En efecto, tales acontecimientos permiten, ya sea confirmar el marco y los análisis elaborados con anterioridad, reforzándolos, o bien poner en evidencia la caducidad de ciertos de ellos, imponiendo un esfuerzo de reflexión con el fin de ampliar el campo de aplicación de los esquemas previamente válidos pero superados, o la necesidad de elaborar otros nuevos, capaces de abordar la nueva realidad. Recae sobre las organizaciones y militantes revolucionarios la responsabilidad específica y fundamental de llevar a cabo este esfuerzo de reflexión teniendo cuidado, tal y como hicieron nuestros predecesores (Lenin, Rosa Luxemburgo, la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista Internacional –Bilan–, la Izquierda Comunista de Francia, etc.), de avanzar a la vez con prudencia y audacia:

  •  apoyándose firmemente en las adquisiciones fundamentales del marxismo;
  •  analizando la realidad sin anteojos y desarrollando la teoría sin “ninguna prohibición ni ostracismo” (Bilan).

De forma particular, frente a acontecimientos históricos de tal magnitud, es importante que los revolucionarios sean capaces de distinguir claramente los análisis que se han vuelto caducos de aquellos que se mantienen válidos, con el fin de evitar un doble error: ya sea el de caer en la esclerosis, o el de “tirar el bebé con el agua sucia”. De forma más precisa, es necesario poner claramente en evidencia lo que en estos análisis es esencial, fundamental, y conserva toda su validez en circunstancias históricas diferentes, a diferencia de lo que es secundario y circunstancial. O dicho de otro modo: saber establecer la diferencia entre lo esencial de una realidad y sus diferentes manifestaciones particulares” ([4]).

El modo de vida atomizado y alienante bajo el capitalismo, y el teatro de la política burguesa, incluyendo sus tentáculos izquierdistas y sindicalistas, son un obstáculo al que es necesario enfrentarse para el desarrollo de la conciencia y la teoría. En concreto, la política burguesa de seguidismo ciego a “líderes”, de las intrigas y estrategias electorales, de la manipulación y la mentira, del activismo estéril, es lo contrario a la claridad política y la auto-organización y solidaridad que requieren la lucha contra el capitalismo.

La cultura de debate

En ese marco, la cultura del debate va ligada a la necesidad de la teoría, de una manera general en las minorías más combativas de la clase trabajadora, y de manera muy particular en la vanguardia política proletaria. La conciencia y la teoría sólo pueden desarrollarse de forma colectiva, aunque sea minoritaria. Las tareas de vanguardia sólo pueden ser un factor activo en el desarrollo de la conciencia y la lucha proletaria realizando un esfuerzo por comprender las dificultades y evoluciones del periodo histórico. Y ese esfuerzo únicamente puede darse bajo la forma de un intercambio y confrontación colectiva y honesta de posiciones, a nivel público e internacional.

 “La cultura del debate sólo puede desarrollarse a contracorriente de la sociedad burguesa. Como la tendencia espontánea en el capitalismo no es, ni mucho menos, el esclarecimiento de las ideas, sino la violencia, la manipulación y la lucha por obtener una mayoría (cuyo mejor ejemplo es el circo electoral de la democracia burguesa), la infiltración de esa ideología en las organizaciones proletarias siempre lleva gérmenes de crisis y de degeneración” ([5]).

De la misma forma, las crecientes contradicciones de las relaciones sociales capitalistas, y los efectos nefastos que el mantenimiento de estas tiene para el conjunto de la vida humana a todos los niveles, exigen una profundización teórica y una visión científica, y más concretamente, un esfuerzo de comprensión del conjunto de causas que explican el retraso histórico de la conciencia política en el seno del proletariado en relación a la gravedad de la crisis histórica del modo de producción capitalista.

 “¿Cuál es el origen de esa preocupación en la nueva generación? A nuestro parecer, es el resultado de la crisis histórica del capitalismo, hoy mucho más grave y más profunda que en 1968. Esta situación exige la crítica más radical posible del capitalismo, la necesidad de ir a la raíz más profunda de los problemas. Uno de los efectos más corrosivos del individualismo burgués es la manera con la que destruye la capacidad de discutir y, especialmente, de escucharse y aprender unos de otros. Al diálogo se le sustituye el "parloteo", donde el que gana es el que más vocifera (como en las campañas electorales burguesas). La cultura del debate es el medio principal de desarrollar, gracias al lenguaje humano, la conciencia, arma principal del combate de la única clase portadora de un porvenir para la humanidad. Para el proletariado es el único medio de superar su aislamiento y su impaciencia y de encaminarse hacia la unificación de sus luchas.

Otra preocupación actual estriba en la voluntad de superar la pesadilla del estalinismo. En efecto, muchos militantes que hoy están en busca de posiciones internacionalistas proceden de un medio influido por el izquierdismo o directamente procedente de sus filas; presentar caricaturas de la ideología y del comportamiento burgués decadentes como si fueran "socialismo" es el objetivo del izquierdismo. Esos militantes han tenido una educación política que les ha hecho creer que intercambiar argumentos es "liberalismo burgués" y que "un buen comunista" es alguien que "cierra el pico" y hace acallar su conciencia y sus emociones. Los camaradas que están hoy decididos a rechazar los efectos de ese producto moribundo de la contrarrevolución comprenden cada día mejor que, para ello, no solo hay que rechazar las posiciones de ese producto sino también su mentalidad. Y así contribuirán a restablecer una tradición del movimiento obrero que podía haber acabado por desaparecer a causa de la ruptura orgánica provocada por la contrarrevolución” ([6]).

En este sentido, nos parece interesante señalar aquí, como expresión de métodos izquierdistas burgueses en medios que se reclaman de posiciones revolucionarias, la intervención de algunos elementos de tendencia bordiguista en el debate abierto organizado por el Foro de discusión internacionalista (animado por simpatizantes y militantes de la CCI) el pasado mes de septiembre en Madrid , sobre la Primera Guerra mundial y su significado histórico en la vida del capitalismo y en la perspectiva de su derrocamiento revolucionario.

Aunque al debate asistieron en su mayoría simpatizantes y algún militante de la CCI, también fueron invitados y acudieron personas en la esfera de otras corrientes ajenas a la Izquierda Comunista, como el anarquismo o el maoísmo. El propósito de debate era honesto, puesto que pese a reclamarse la mayoría de posiciones similares, existían divergencias y dudas sinceras en cuestiones como las características y causas del proceso de degeneración de las organizaciones de la II Internacional, o de si la alternativa histórica actual seguiría siendo “Guerra o Revolución”, o se adecuaría más a la realidad la fórmula “Hundimiento paulatino del capitalismo en la barbarie o Revolución”, etc. Esto es una expresión sana de divergencias partiendo de la honestidad, ya que al contrario de la burguesía, el debate político proletario no tiene otro fin que la obtención de la mayor claridad posible, y no la defensa de intereses particulares frente grupos o fracciones rivales. La propia CCI, por ejemplo, ha hecho público los últimos años una serie de debates internos sobre “Las causas del período de prosperidad consecutivo a la II Guerra mundial”, así como análisis de crisis internas. La duda, las divergencias y las dificultades, dentro de un marco teórico firme y argumentado, son expresión de un pensamiento científico vivo. La “certeza” absoluta acrítica pertenece más bien al terreno del dogma.

Estos elementos (que en ningún caso se identificaron como militantes o simpatizantes de alguna corriente bordiguista, aunque es evidente que lo eran), acudieron como bloque no con el ánimo de debatir honestamente, ya fuera apasionadamente y ya fueran las diferencias, sino con el de hacer “reinar” sus posiciones a base de elevar la voz y ningunear las posiciones e interrumpir las exposiciones de los demás, al más puro estilo del circo parlamentario burgués y de la telebasura. Su fin estaba muy alejado de la búsqueda de clarificación colectiva, lo que se evidenció de forma caricaturesca en algún punto, por ejemplo cuando en algún momento del debate surgió alguna discrepancia entre estos mismos “contertulios” (dos ejemplos: sobre si el objetivo del proletariado es únicamente liberarse a sí mismo, o al conjunto de la humanidad no explotadora y sobre los sindicatos donde andaban divididos ya que uno de ellos denunciaba el sindicalismo mientras que los otros lo defendían a ojos cerrados), y rápidamente se le dio al discrepante la consigna de “en casa hablamos”, lo que puso fin a la discrepancia. Pura mentalidad y actitudes de política burguesa e izquierdista.

Una mentalidad que busca, repetimos, no la claridad, sino el rebatir de forma impulsiva, ansiosa y agresiva, incluso irracional, haciendo alusiones a la testosterona, aquellas posiciones que se consideran enemigas, en machacar al rival. Afortunadamente, la claridad política ni se decreta, ni está basada en la interpretación interesada de supuestos textos sagrados. Es el desarrollo histórico y la lucha de clases quien la determina.

E insistimos, no se trata de divergencias de posiciones programáticas en sí, sino de señalar la absoluta necesidad de la cultura de la teoría y del debate para la lucha proletaria, y de combatir las mentalidades y actitudes que son obstáculo para el desarrollo de esta.

Stan, 1-11-14


[1] “Tesis sobre la Descomposición”, Revista Internacional no 62, Corriente Comunista Internacional. Ver /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo

[2] Para un balance de los movimientos de 2011 ver nuestra hoja internacional “De la indignación a la esperanza”. https://es.internationalism.org/node/3349

[3] “A 90 años del Manifiesto Comunista”, León Trotski.

[4] “Texto de orientación: militarismo y descomposición”, Revista Internacional no 64.

Ver /revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion

[5] “La cultura del debate: un arma de la lucha de clase”, Revista internacional no 131.

/revista-internacional/200711/2088/la-cultura-del-debate-un-arma-de-la-lucha-de-la-clase

[6] ídem.

 

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Cultura del debate