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Con una gran recurrencia los discursos de gobernantes y los tratados de los “especialistas económicos” nos hablan de la necesidad urgente de las reformas estructurales, en tanto, nos dicen, son fuente de vitalidad y potencialidad de las capacidades productivas de los países, y por tanto esperanzas de una mejor salud de la economía nacional y por extensión, de un mejoramiento de la vida de la población, incluso de los asalariados y demás explotados.
De inicio podemos asegurar que tal promesa de mejora es falsa, pero antes de analizar lo que se encuentra en tales proyectos se requiere tomar en consideración que hablar de reformas en el siglo XXI es un argumento falso, porque el período histórico en el que las reformas económicas y políticas tenían un efecto propulsor en el desarrollo de las fuerzas productivas tuvo lugar en los siglos XVIII y XIX, es decir durante el proceso de consolidación y expansión del capitalismo. El conjunto de reformas impulsadas por la burguesía durante esos años tenía un claro objetivo: limitar las fuerzas del viejo régimen de producción y abrir los caminos para imponer el dominio del mercado capitalista.
En la actual fase de decadencia en que vive el sistema capitalista desde las primeros lustros del siglo XX, las denominadas “reformas estructurales” no son sino programas desesperados de la clase en el poder para dar un poco de oxigeno a su sistema, por eso no pueden sino reforzar la explotación y la mayor degradación de la vida de los trabajadores. Explicado ese contexto es que nos hemos de referir a estas medidas como “reformas estructurales” (es decir, acompañada de comillas).
¿Qué buscan y qué efectos tienen las “reformas estructurales”?
Cuando se buscan explicaciones sobre el significado de estas medidas suele encontrarse como explicación de su origen el accionar perverso de los “tecnócratas neoliberales” del PRI, los cuales lo hacen siguiendo el mandato directo de las instituciones financieras internacionales como el FMI y el BM… Si analizamos el problema en su forma superficial, esto puede resultar cierto, pero viendo el problema en mayor profundidad, esta conclusión se muestra como una obviedad, pero inútil, por tanto, para entender la realidad, esto es así en tanto no hace sino ver a los actores finales y presentar entonces el problema como una especie de aberración social, ocultando que a fin de cuentas la existencia de estas medidas responden al significado del capitalismo.
Estos argumentos que se repiten y que se presentan como “críticos”, impiden ver la naturaleza de los ataques porque parten de la afirmación de que se trata de un problema nacional, cuando por todo el planeta estas medidas se vienen aplicando, variando tan sólo algunos rasgos o la profundidad. Pero además, la realidad hace ver que no es una práctica exclusiva del PRI. No importa si el partido que se encuentra en el poder es de izquierda o de derecha, la respuesta es la misma, porque ambas expresiones políticas atienden a las necesidades del capital. Por ejemplo, la “reforma laboral” hemos visto que ha sido aplicada con la misma “convicción” por gobiernos como el de Lula en Brasil, o en México por el gobierno de Calderón, miembro de un partido de derecha.
Por más terribles que sean estas medidas, calificarlas simplemente como creaciones descabelladas de un individuo o de un partido poco ayuda en la comprensión de su origen. Lo que estas “reformas” tienen de común en todo el mundo, es que son medidas instrumentadas por la burguesía con el fin de paliar algunas de las secuelas de la crisis económica.
La clase en el poder no tiene más guía de actuación que lo que dicta la ganancia y la acumulación, por eso, si nota dificultades para la obtención de ganancias, no duda en responder con ferocidad. En este sentido es que ante el avance de la crisis económica con sus diversas y diferentes secuelas, la burguesía busca con desesperación medidas que oxigenen un poco la dinámica del sistema.
La visión de la realidad que tiene la clase en el poder está mistificada, pero se encuentra anclada en el pragmatismo, y es sobre esta orientación que instrumenta medidas que le procuren –por lo menos en un corto plazo– un breve respiro a la economía… De manera que si la ganancia capitalista proviene de la explotación del trabajo asalariado, entonces si quiere recuperar (o aliviar) la corrosión que sufre su sistema, tendrá que aplicar medidas que le permitan extraer una masa superior de plusvalía. Por eso estas “reformas estructurales” tienen en su origen la agudización de la crisis capitalista, por lo que la esencia de su construcción lo conforman ataques directos a los trabajadores.
“Reformas estructurales”:
inútiles remedios a la crisis, pero terribles golpes a los trabajadores
En la década de los 80 del siglo XX, la crisis económica que se había abierto en los últimos años de los años 60, toma una profundidad mayor, marcada de forma particular por la recesión de 1980-82 (y agravada luego con el “crack” del 87), por ello, la preocupación general de la burguesía (y sus economistas) en todo el mundo se concentra en la búsqueda de instrumentos y medidas que les permitan enfrentar algunas de las secuelas más graves de la crisis, pero sobre todo que le den un aliento al proceso de acumulación. Bajo ese escenario es que han surgido las denominadas “reformas”, y de acuerdo a sus objetivos e instrumentaciones las han llamado de primera, segunda o tercera generación.
No nos detendremos en el análisis de esta clasificación, tan solo resaltaremos que la modalidades y el grado que toman es diferente en cada momento e incluso por en cada lugar, no obstante siempre mantiene una línea tendencial que las hace semejantes, y que consiste en buscar limitar los efectos de la crisis económica arreciando la explotación de los trabajadores.
De tal manera que la década de los 80 se encuentra marcada por el avance de la aplicación de estas medidas pretenciosamente llamadas reformas, exponiendo así su ánimo de impulsar la acumulación y la protección de la ganancia. Haciendo un resumen de las características de las “reformas” aplicadas por los Estados de todos los países, podemos presentar tres grandes ejes, a saber:
• Modificación de las condiciones jurídicas de la propiedad (es decir la privatización sistemática). Mediante la privatización de empresas de propiedad estatal, el mismo Estado capitalista busca aparentar un proceso de modernización industrial y sobre todo simular la creación de nuevas áreas de acumulación. No obstante, el Estado al cambiar la forma jurídica de las empresas y permitir la entrada de capitales en el proceso de producción, no hace “renacer al sistema” (como lo sueña), solamente integra capitales privados en una empresa y en un mercado ya existente, que aunque le augura altas ganancias de corto plazo a los capitalistas individuales, no asegura en el plano general que el sistema en su conjunto pueda romper la crisis que lo somete.
La razón es que aunque la acumulación pareciera tomar un ritmo acelerado, este no es duradero, en tanto el crecimiento de la inversión es motivada solamente porque el Estado ha vendido dichas empresas por debajo de su valor, por eso es que no aseguran sino un respiro de corto plazo a la dinámica de acumulación (ya se ha visto que no son pocas las ocasiones que estas inversiones requieren ser “rescatadas”).
• Apropiación del fondo de consumo obrero. A través de la afectación de los salarios directos e indirectos (es decir las remuneraciones que aparecen en la forma de servicios, como la salud, jubilación, educación…) la burguesía, a través de su Estado, se asegura de mantener de forma continua una desvalorización de la fuerza de trabajo, reduciendo así los costos de producción, pero además asegura un mayúsculo despojo de los recursos de los trabajadores, trasladándolo a manos de los capitalistas individuales, procurando sanear así su ganancia. Este mecanismo además se completa con la elevación de las tasas impositivas, de manera que por medio de la aplicación de altos impuestos a las mercancías de consumo diario, el Estado se apropia de una masa de los ingresos de los obreros (en sentido estricto se trata de una apropiación de plusvalía) que luego traslada por transferencias u otros medios a la recuperación de las ganancias capitalistas.
• Intensificación de la explotación de la clase obrera. Ante la evidente dificultad de impulsar la acumulación acompañada de nuevas tecnologías que empujen la productividad, la clase en el poder busca aumentar los ritmos de trabajo, de manera que se ha empeñado en “mejorar” los mecanismos de explotación mediante la llamada flexibilización laboral.
Es sobre este marco que en México (y en el mundo entero) se levantan las “reformas” energética, la fiscal y la laboral (incluyendo su variante aplicada a los profesores de nivel básico y medio superior y denominada “reforma educativa”)…
Gobierno, partidos, patrones y sindicatos,
todos unidos contra la clase obrera
Una lluvia de ataques económicos se dirige sobre los trabajadores y para hacerlos pasar la burguesía lleva a cabo un relevo de sus fuerzas: por delante está el trabajo de la prensa escrita, de radio y TV conduciendo la campaña, ordenada desde el gobierno, de desprestigio en contra de un sector de trabajadores (en este caso le ha tocado a los maestros) y la repetición de promesas de beneficios; en el relevo se encuentra el aparato sindical y de izquierda cumpliendo el trabajo de sometimiento, diluyendo y desviando el descontento.
El coraje y la combatividad no han faltado entre los explotados, los maestros de forma particular han expuesto su descontento, no obstante la estructura sindical (del SNTE como de la CNTE) ha logrado impregnar la idea de que se trata de un problema gremial y así ha impedido que procuren la unidad con otros sectores de trabajadores… ni aún siquiera ha permitido el acercamiento entre los mismos maestros, al imponerles una separación por secciones o por estados ¡Cómo si el problema pudiera tener solución de forma local!
Estas acciones impuestas por el sindicato no han logrado la unidad y menos aún la extensión de la lucha, y si en cambio al aislar, van creando un ambiente de agotamiento y desmoralización, muy aprovechado para asestar un golpe más por parte del aparato de izquierda del capital, como lo es MORENA (acompañada de una diversa fauna izquierdista), presentándose como críticos de la “reformas” para así colar un nuevo distractor que es la defensa de PEMEX, de la soberanía y de la patria, llevando el descontento al marasmo patriotero en donde los trabajadores son asfixiados y encadenados a la defensa de la economía nacional.
Ante esta cascada de ataques, los trabajadores no tienen más camino que la reflexión colectiva, la búsqueda de la unidad y la organización autónoma. La realidad viene mostrando una vez más que colocar el descontento en manos del sindicato y del aparato de izquierda del capital es encaminar la lucha hacia la derrota.
Tatlin, septiembre 2013