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Irak, Afganistán, Líbano, Egipto, Siria, las matanzas no dejan de extenderse. El horror y la barbarie capitalista se propagan, los muertos se acumulan. Un verdadero genocidio en marcha que nadie parece poder parar, la guerra imperialista gana aún más terreno. El capitalismo en plena decadencia y descomposición sumerge el mundo en un caos y en una barbarie generalizados. La utilización de armas químicas actualmente en Siria es desgraciadamente uno más entre otros instrumentos para matar. Pero esta perspectiva de destrucción de la humanidad no es en absoluto irremediable. El proletariado mundial no debe quedarse indiferente ante estas masacres y guerras, producto de un sistema en plena putrefacción Solo el proletariado, en cuanto que clase revolucionaria puede poner fin definitivamente a esta generalización de la barbarie capitalista. Comunismo o barbarie, más que nunca la humanidad se enfrenta a esta única alternativa.
La población de Siria sacrificada en el altar de los intereses imperialistas
El lunes 21 de agosto, un ataque con armas químicas produjo centenares de muertos cerca de Damasco, la capital de Siria. En todos los canales de TV, en todos los periódicos se mostraron insoportables imágenes de niños, mujeres y hombres agonizando. La burguesía, sin ningún escrúpulo, se servía de esta tragedia humana para defender todavía más sus sórdidos intereses. El régimen de Bachar el Assad, un carnicero entre los carniceros, se nos dice que ha rebasado la línea roja: “se puede usar cualquier tipo de armas para asesinar a la gente, pero no las químicas”. Esas son las armas “sucias”, en contraposición a las “limpias” como las bombas y morteros convencionales o incluso las bombas atómicas estadounidenses lanzadas en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki.
Pero la hipocresía de la burguesía no conoce límites. Desde la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 donde por primera vez se emplearon masivamente los gases tóxicos, causando centenares de miles de muertos, el arma química nunca ha dejado de fabricarse, « perfeccionarse » y emplearse. Los aparentes acuerdos en cuanto a su no utilización, sobre todo después de las dos guerras mundiales y en los años 80, no eran más que declaraciones de intenciones que ninguna de los firmantes pensaba aplicar. ¡Y así fue! Muchos de los escenarios bélicos desde esa época han conocido la utilización de tales armas. Al norte del Yemen de 1962 à 1967, Egipto empleó sin vergüenza el gas mostaza. En la guerra Irán-Irak en 1988, ciudades como Halabja fueron bombardeadas con armas químicas causando más de 5000 muertos, bajo la mirada benevolente y cómplice de la 'comunidad internacional', de los EEUU y de Francia, pasando por el conjunto de miembros de la ONU! Pero la utilización de este tipo de armas no es el coto privado de pequeños países imperialistas, como la dictadura de Bachar el Assad, como quiere hacernos creer la burguesía. A día de hoy, la utilización más masiva de armas químicas, junto a los bombardeos con napalm, fue obra de los Estados Unidos durante la guerra del Vietnam. Se trataba de descargar masivamente herbicida contaminado con dioxina para destruir los campos de arroz y los bosques. Había que arrasar todo y reducir a la población vietnamita y al Vietcong a la inanición. Tierras desertificadas y quemadas, población asada y asfixiada... esa es la acción del capitalismo estadounidense en Vietnam, quien ahora con otras potencias occidentales, como Francia, se preparan para intervenir en Siria para supuestamente defender a la población. Desde el principio de esta guerra en Siria ha habido más de 100 000 muertos y al menos un millón de refugiados en los países limítrofes. Más allá del discurso divulgado todo el tiempo por todos los medios de comunicación burgueses, la clase obrera tiene que saber cuáles son las verdaderas causas del estallido de la guerra imperialista en Siria.
En Siria, la responsable es la decadente sociedad capitalista
Siria está actualmente en el corazón del desarrollo de las tensiones interimperialistas y del caos que se extiende desde África del Norte hasta Pakistán. La burguesía de Siria se enfrenta a la guerra en un país actualmente en ruinas pero puede confiar en el insaciable apetito de imperialismos de toda calaña para continuar su juego mortal. En la región, Irán, el Hezbollah libanés, Arabia Saudita, Israel, Turquía..., todos están implicados más o menos directamente en este sangriento conflicto. Los imperialismos más poderosos del mundo defienden igualmente sus intereses más sórdidos. Rusia, China, Francia, Inglaterra y Estados Unidos participan también en la propagación de esta guerra y su extensión en el conjunto de la región. Ante su impotencia creciente para controlar un poco la situación, siembran más caos y destrucción, a veces siguiendo la vieja estrategia de la tierra quemada ("si no puedo dominar esta región, que arda por los cuatro costados").
Durante la guerra fría, este período que va oficialmente de 1947 a 1991 con la caída de la URSS, se oponían dos bloques, el Este y el Oeste, a su cabeza, respectivamente, Rusia y EEUU. Estas dos superpotencias dirigían con mano de hierro sus “aliados” o “países satélites”, forzados a la obediencia contra el ogro enemigo.
El término que calificaba este orden mundial se denominaba la disciplina de bloque. Este período histórico fue muy peligroso para la humanidad, ya que si la clase obrera no hubiera sido capaz de resistir, incluso pasivamente, al adoctrinamiento ideológico bélico, se podría haber llegado a una tercera guerra mundial. Desde el hundimiento de la URSS, ya no existen los bloques, no hay riesgo de una tercera guerra mundial generalizada. También la disciplina de voto se ha hecho añicos. Cada nación juega sus propias cartas, las alianzas imperialistas son cada vez más efímeras y circunstanciales…. Así, los conflictos se multiplican sin que ninguna burguesía pueda al final controlar nada. Es el caos, la descomposición creciente de la sociedad[1].
Así pues, el acelerado debilitamiento de la primera potencia imperialista mundial, los Estados Unidos, participa activamente en el hundimiento de todo el Medio y Próximo Oriente en la barbarie. Al día siguiente del ataque químico en los alrededores de Damasco, los burgueses franceses e ingleses, seguidos mucho más tímidamente por la burguesía americana, declararon de forma altisonante que tal hecho no podía quedar impune. La respuesta militar era inminente y sería proporcional al crimen que acababa de producirse. Pero he aquí que la burguesía americana y de paso algunos burgueses occidentales acaban de sufrir dos fracasos rotundos en las guerras de de Afganistán e Irak, países en total descomposición. ¿Cómo intervenir en Siria sin encontrarse en la misma situación? Pero más aún: estos burgueses han de enfrentarse con lo que ellos llaman opinión pública, al mismo tiempo que Rusia envía nuevos buques de guerras a la región. ¡La población no quiere esta intervención! La mayoría no se cree ya las mentiras de su propia burguesía. La opinión pública es contraria a esta intervención, incluyendo el bombardeo limitada en el tiempo, y ello plantea un problema para la burguesía occidental.
Esto es lo que finalmente obligó a la burguesía inglesa a renunciar a intervenir militarmente en Siria, al precio de contradecirse y rechazar sus primeras declaraciones belicistas! Es también la prueba de que la burguesía occidental no tiene una “buena solución”, solo “malas soluciones”: tanto si no interviene (como ha elegido gran Bretaña) y entonces es una patente admisión de debilidad, como si lo hace (como parece lo que probablemente decidan los Estados Unidos y Francia) y entonces no se conseguirá nada más que un aumento del caos, inestabilidad y tensiones imperialistas incontrolables
Solo el proletariado puede, destruyendo el capitalismo, poner fin a la barbarie
El proletariado no puede permanecer indiferente ante toda esta barbarie. Son los explotados los que son las primeras víctimas de las camarillas imperialistas. Que sean chiítas o sunnitas, laicos o cristianos los masacrados no supone ninguna diferencia. Es una reacción humana natural y saludable querer hacer algo al respecto de inmediato, para poner fin a estos crímenes abominables. Es precisamente este sentimiento el que las grandes democracias están tratando de explotar, para justificar sus aventuras bélicas en nombre de causas “humanitarias”. Y cada vez que esto ocurre, la situación mundial empeora. Se trata claramente de una trampa.
La única forma que tiene la humanidad de expresar su verdadera solidaridad hacia todas las víctimas del podrido capitalismo, es derribar este sistema que produce estos horrores. Esta transformación no se producirá en un día. Pero aunque el camino es largo, es el único que llevará realmente a un mundo sin guerra ni patria, sin miseria ni explotación. Pues la clase obrera no tiene banderas nacionales que defender. El país donde vive la clase obrera es el lugar de su explotación y para algunos, el lugar de su muerte, abatidos por las armas de la clase capitalista. Es responsabilidad de la clase obrera oponer su internacionalismo al nacionalismo guerrero burgués. Por muy difícil que sea el camino ¡es necesario, y es posible! La clase obrera de hoy debe recordar que la Primera Guerra Mundial no finalizó por la buena voluntad de los beligerantes, ni tampoco por la derrota de Alemania. Fue la revolución proletaria iniciada en Rusia 1917, y solamente ella quien le puso fin[2].
Tino, 31 agosto
[1] Hemos desarrollado un análisis detallado en las Tesis sobre la Descomposición, Revista Internacional nº 62. Ver /revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo