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La crisis no da tregua y no sabemos adonde nos lleva esta dinámica interminable de desempleo, miseria, recortes… Los tambores de guerra siguen resonando desde el Próximo Oriente (Siria) hasta el Lejano Oriente (Corea). La destrucción medioambiental continúa pudriendo en la raíz el planeta entero. El modo de vida que configura esta sociedad dominada por la sumisión a la mano invisible del mercado y sometida al control totalitario del Estado (cualquiera que sea el disfraz que se ponga: democrático o no) hace la vida cada vez más cruel e insoportable. Se hace necesario pensar, comprender, orientarse. Frente al activismo desaforado e inútil que nos proponen partidos de izquierda, sindicatos, las famosas “mareas”, la PAH, los que se presentan como “herederos” del 15 M, hay otros compañeros que buscan una reflexión de fondo sobre esta sociedad, la lucha de clases, sus medios y sus fines, la posibilidad de otra sociedad, los medios de llegar a ella… Una expresión de este esfuerzo vital son los 2 documentos (un más de reflexión y el otro de intervención) que nos envían unos compañeros que firman “Internacionalistas de Palencia”. Saludamos su esfuerzo que junto a otros como el de los Talleres de Alicante [1] constituyen una verdadera aportación a la maduración de futuras luchas.
CCI
El 1 de Mayo ha pasado de ser el Día Internacional de los Trabajadores, de la clase obrera mundial, a ser la “Fiesta del Trabajo”. Nos han educado para adorar el trabajo. Nos han enseñado a amar la explotación. Nuestro trabajo es lo que mueve todo. Pero bajo el capitalismo lo único peor que dejarse la vida trabajando es no poder hacerlo.
El trabajo no es algo repulsivo de por sí. El trabajo supone la relación del hombre con la naturaleza. La capacidad de modificar la naturaleza para cubrir nuestras necesidades es lo que distingue a nuestra especie de otros animales. Pero bajo el capitalismo impera el trabajo asalariado. Los bajos sueldos y la inseguridad laboral no son más que expresiones superficiales de las relaciones de producción capitalistas. Estas relaciones se basan en que solo una pequeña parte del tiempo que estamos trabajando se nos retribuye con un salario. El resto del tiempo lo pasamos trabajando para el capitalista (sea un empresario particular o el Estado). De este trabajo impagado, que constituye la plusvalía, proceden las ganancias del capitalista.
Todos los proletarios, privados de los medios de producción, somos esclavos asalariados. Las palancas que mueven todo las accionamos nosotros pero las gestionan solo unos pocos. Unos pocos cuya actividad está orientada a buscar el máximo beneficio y encontrar las mejores tácticas para optimizar la competencia y las ganancias. Nunca para alguna actividad útil para la humanidad. Eso si no se dedican meramente a poseer, a poseer los medios de producción, nada más.
La sociedad del Capital nos hace libres: libres de elegir entre morir de necesidades insatisfechas o trabajar. Esa es la libertad burguesa. Somos libres de poder vender nuestra fuerza de trabajo, y el burgués es libre de comprarla. Nuestro llamado “tiempo libre” es destinado a la compra de mercancías y a reponer nuestra fuerza de trabajo (comer, ejercitarse, relajarse, etc). Nuestro “tiempo libre” es también necesario pues, para dar continuidad al capitalismo.
La principal contradicción que existe se presenta en las crisis de sobreproducción, que atacan al capitalismo desde que su desarrollo pasó a estar enfocado a su propia autodestrucción. A pesar de producirse en torno al doble de los recursos necesarios para cubrir las necesidades de los seres humanos del planeta, la gran mayoría no puede adquirirla nadie. Las fuerzas productivas están muy desarrolladas, pero la división de la sociedad en clases, y todo lo que esto implica, impide satisfacer las necesidades humanas más elementales.
Esto solo sería posible en una sociedad sin clases, donde con mucho menos o ningún trabajo humano (gracias al gran desarrollo de la tecnología y la ciencia) no existan trabas que impidan abastecer a todo el mundo. Todo el resto del tiempo que no sea estrictamente necesario para mantener la producción, que es la base para nuestra vida, quedaría verdaderamente libre para nuestra realización personal.
La destrucción del planeta y de nuestras vidas tiene como causa principal el mantenimiento de unas relaciones de producción caducas, de un modo de producción decadente, que ya no se ajusta al increíble desarrollo de las fuerzas productivas que se produjo en su propio seno.
Para acabar con esta miseria diaria, para destruir el sistema que nos acerca día a día a la barbarie y que frena el progreso humano, lo primero y más importante es organizarnos. Organizarnos implica ver nuestros intereses reflejados en los órganos que usemos para ello. Si el objetivo principal es tomar los medios de producción (no solo fábricas y empresas, también escuelas, centros culturales...) para su gestión colectiva, esos órganos deberán ser NUESTROS, rechazando todas las barreras nacionales. La nación representa los intereses de la burguesía de tal o cual país, no los intereses de la clase obrera. Los partidos y los sindicatos no son nuestros. En otro momento, en el que el capitalismo aún no había alcanzado su expansión por todo el globo, el mercado no se había aún unificado a nivel mundial y todavía quedaban mercados rentables y suficientes para la realización de la plusvalía, la participación en sindicatos y en el parlamento sirvió para mejorar ligeramente las condiciones de vida de los trabajadores.
Ahora, y ya desde la primera guerra mundial, que es posible la solución revolucionaria, no sirven más que para justificar la explotación. Los partidos “muy de izquierdas” no quieren más que aumentar el poder del Estado en consonancia con lo que fue el capitalismo de Estado de la URSS y otros países cuya burguesía se ha autodenominado “comunistas”. Los sindicatos, por muy horizontales que se consideren, impiden que los proletarios nos auto-organicemos, en asambleas en el trabajo y en todas las facetas de nuestras vidas. Ponen una barrera a nuestros propósitos y a nuestros intereses, nos sacan a pasear por las calles para desmovilizarnos, nos enjaulan y hacen que deleguemos en ellos, cuando la caótica producción capitalista es imposible de regular ni reformar. Va directa al abismo, de las formas más contradictorias y absurdas que nos podamos imaginar. La función de los partidos y los sindicatos es conservadora de la sociedad de clases. Justifican la explotación que acaba por anularnos como seres humanos.
Los proletarios conscientes de todo el mundo no celebran el trabajo, no ponen flores a su jaula, sino que luchan por su destrucción.
¡Abajo los partidos y sindicatos!
¡Ante la atomización capitalista, el cada uno a la suya, autoorganización!