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¿En qué prefigura el presente el porvenir de la humanidad? ¿Se puede todavía seguir hablando de progreso? ¿Qué futuro se está preparando para nuestros hijos y las generaciones futuras? Para contestar a esas preguntas que cada cual puede hacerse hoy con inquietud hay que contrastar dos legados del capitalismo de los que dependerá la sociedad futura: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas que contienen por sí mismas esperanzas de porvenir, especialmente los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos que el capitalismo es todavía capaz de aportar; por otro lado, la descomposición del sistema, que amenaza con aniquilar todo progreso e incluso hacer peligrar el propio porvenir de la humanidad, resultado inexorable de sus contradicciones. La primera década de del siglo xxi ha mostrado que los fenómenos resultantes de la descomposición del sistema, putrefacción de raíz de una sociedad enferma ([1]), son cada vez mayores y profundos, abriendo paso a las actitudes más irracionales, a catástrofes de todo tipo, produciendo una atmosfera de “fin del mundo” que los Estados explotan con el mayor cinismo para imponer el terror y mantener así su dominio sobre unos explotados cada vez más descontentos.
Entre esas dos realidades del mundo actual hay un contraste total, una contradicción permanente que justifica plenamente la alternativa propuesta hace ya un siglo por el movimiento revolucionario, señaladamente por Rosa Luxemburg que retomaba la expresión de Engels: o se va hacia el socialismo o nos hundimos en la barbarie.
La potencialidad positiva que contiene el capitalismo es, desde el enfoque clásico del movimiento obrero, el desarrollo de las fuerzas productivas que son la base de la edificación de la futura comunidad humana. Éstas están formadas sobre todo por tres elementos vinculados y combinados entre sí en la transformación eficaz de la naturaleza gracias al trabajo humano: los descubrimientos y progresos científicos, la producción de herramientas y de conocimientos tecnológicos cada vez más sofisticados y la fuerza de trabajo suministrada por los proletarios. Todo el saber acumulado en esas fuerzas productivas podría utilizarse para edificar otra sociedad y además esas fuerzas productivas se multiplicarían si la población mundial entera se integrara en la producción con una actividad y creatividad humanas, en lugar de ser cada día más desechadas por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la transformación, el dominio y la comprensión de la naturaleza no es un objetivo al servicio de la humanidad, al estar la mayor parte de ésta excluida de los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas, sino que es una dinámica ciega al servicio de la ganancia ([2]).
Los descubrimientos científicos en el capitalismo han sido numerosos –e importantes– sólo ya en el año 2012. Y se han realizado verdaderas proezas tecnológicas en todos los ámbitos, lo que demuestra la amplitud del ingenio y el saber humanos.
Los avances científicos:
una esperanza para el porvenir de la humanidad
Vamos a ilustrar lo que decimos con sólo algunos ejemplos ([3]), dejando de lado muchos descubrimientos o realizaciones tecnológicas recientes, pues no se trata de ser exhaustivos, sino de ilustrar hasta qué punto el hombre dispone de posibilidades crecientes en conocimiento teórico y avances tecnológicos, lo que le permitiría dominar la naturaleza de la que forma parte física y mentalmente. Les tres ejemplos de descubrimientos científicos que vamos a dar se refieren a lo más fundamental en el conocimiento, a lo más central de las preocupaciones de la humanidad desde sus orígenes:
- ¿qué materia compone el universo y cuál es el origen de éste?;
- ¿de dónde viene nuestra especie, la humana?;
- ¿cómo curar las enfermedades?
Un mejor conocimiento de las partículas elementales
y de los orígenes del universo
La investigación fundamental, aunque no suele contribuir con descubrimientos de aplicación inmediata, es, sin embargo, un componente esencial para el conocimiento de la naturaleza por el hombre y, por consiguiente, para su capacidad de descifrar sus leyes y propiedades. Con este enfoque debemos apreciar el reciente descubrimiento de una nueva partícula, muy próxima en muchos aspectos a lo que se llama el Bosón de Higgs, tras una incansable labor de búsqueda y de experiencias llevadas a cabo en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) de Ginebra para lo que se movilizó a 10 mil personas y se puso en marcha el acelerador de partículas LHC. La nueva partícula posee la propiedad única de conferir su masa a las partículas elementales, mediante su interacción con ellas. De hecho, sin ella, los elementos del universo no pesarían nada. También permite una aproximación más fina en la comprensión del nacimiento y desarrollo del universo. Fue Peter Higgs (al mismo tiempo que dos físicos belgas, Englert y Brout) quien predijo, teóricamente, la existencia de esa “nueva” partícula. Desde entonces, la teoría de Higgs ha sido objeto de debates e investigaciones en el medio científico que han acabado en la puesta en evidencia de la existencia real, y no sólo teórica, de esa partícula.
Un antepasado potencial de los vertebrados que habría vivido hace 500 millones de años
Dos investigadores, un inglés y un canadiense, han demostrado que, cien años después de haberse descubierto uno de los animales más antiguos pobladores del planeta, el Pikaia gracilens, éste era un ancestro de los vertebrados, lo cual es una nueva ilustración de la teoría darwiniana y materialista de la evolución. Procedieron a examinar fósiles del animal mediante diferentes técnicas de imagen, permitiéndoles describir con precisión su anatomía externa e interna. Gracias a un modelo especial de microscopio de barrido, hicieron una cartografía elemental de la composición química de los fósiles en carbono, azufre, hierro y fosfato. Refiriéndose a la composición química de los animales actuales, dedujeron dónde se encontraban los diferentes órganos en Pikaia. ¿Dónde situar a Pikaia en el árbol de la evolución? Si se tienen en cuenta otros factores comparativos con otras especies cercanas descubiertas en otras regiones del planeta, los investigadores concluyen: “en algún lugar en la base del árbol de los cordados” (los cordados son animales que poseen una columna vertebral o una prefiguración de ésta). Este descubrimiento permite así reconstituir uno de los “eslabones desconocidos”, antepasados nuestros, de la larga cadena de especies vivas que han poblado nuestro planeta desde hace miles de millones de años.
Hacia una curación total del Sida
Desde principios de los años 80, el sida es la epidemia principal del planeta. Del sida ya han muerto unos 30 millones de personas y, a pesar de los medios enormes para combatirlo y el uso de triterapias, sigue matando a 1,8 millones de personas por año ([4]), muy por delante de otras enfermedades infecciosas muy mortíferas como el paludismo o el sarampión. Uno de los aspectos más siniestros de esta enfermedad es que la persona víctima de ella, aunque ahora ya no esté condenada a una muerte segura como así era al principio de la epidemia, sigue infectada durante toda su vida, lo cual la somete, además del ostracismo de una parte de la población, a unas medicaciones muy estrictas. Y, precisamente, un equipo de la universidad de Carolina del Norte ha realizado este año un gran avance en la curación de las personas infectadas par le virus del Sida (VIH). Se ha realizado un test a personas seropositivas con un medicamento que no tiene nada que ver con los tratamientos actuales, los antirretrovirales. Éstos bloquean la multiplicación del VIH, reduciendo su concentración en el organismo de las personas seropositivas, hasta hacerlo indetectable. Pero no lo erradican y, por lo tanto, no curan a los enfermos, pues, al principio de la infección, hay ciertos virus que se ocultan en glóbulos blancos de larga vida, evitando así la acción de los antirretrovirales. De ahí la idea de destruir de una vez todos esas “reservas” de VIH gracias a la acción de un medicamento que permitiría al sistema inmunitario localizar esos glóbulos blancos y destruirlos. Parece prometedor que el medicamento probado podría activar la detección de esas “reservas”. Queda por confirmar su destrucción por el sistema inmunitario, e incluso estimularlo con ese fin.
Digamos ya de entrada que si los descubrimientos científicos actuales y el desarrollo de la tecnología se realizaran en otro tipo de sociedad, la sociedad comunista en especial, habrían sido superados con creces. El modo de producción capitalista centrado en la ganancia, la rentabilidad y la competencia, marcado por la desorganización y la irracionalidad, y también por la alteración, la alienación cuando no es la destrucción de las relaciones sociales, es un obstáculo muy serio para el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, un aspecto positivo de la sociedad actual es que sea capaz de producir tales cosas, aunque obstaculice considerablemente su realización. En cambio, la descomposición tal como hoy se presenta es algo exclusivo del capitalismo. Cuanto más dure el capitalismo tanto más pesará la descomposición haciendo peligrar nuestro futuro.
La perspectiva letal del capitalismo
amenaza con sepultar a la humanidad
La realidad de este mundo en lo más cotidiano es que la crisis del capitalismo que ha vuelto a surgir violentamente, aunque, en realidad, se ha ido agravando cada vez más desde hace décadas, es la causa de unas dificultades de la vida cada día mayores. Al no haber conseguido ni la burguesía, ni la clase obrera proponer una perspectiva para la sociedad, las estructuras sociales, las instituciones sociales y políticas, el marco ideológico que permitían a la burguesía mantener la cohesión de la sociedad, se van desmoronando más y más. La descomposición, en todas sus dimensiones y manifestaciones actuales, ilustra toda la potencialidad mortífera de este sistema que amenaza con sepultar a la humanidad. El tiempo no juega a favor del proletariado. Es una “carrera contra reloj” la que ha emprendido el proletariado en su combate contra la burguesía. Del resultado de ese combate entre las dos clases determinantes de la sociedad actual, de la capacidad del proletariado para dar los golpes decisivos a su enemigo antes de que sea demasiado tarde, depende el futuro de la especie humana.
Detrás de las matanzas realizadas por desequilibrados está la irracionalidad
del capitalismo que nos condena a vivir en un mundo que ha perdido su sentido
Una de las expresiones más espantosas y espectaculares de tal descomposición ha sido la reciente matanza en la escuela primaria de Sandy Hook en Newtown (Connecticut, EE.UU) el 14 de diciembre de 2012. Igual que en los dramas anteriores, el horror de tal masacre de 27 niños y adultos perpetrado por una sola persona sin el menor móvil hiela la sangre de horror. Y fue el tercer suceso de este tipo en EE.UU para ya sólo el año 2012.
La matanza de vidas inocentes en esa escuela es como un siniestro toque de alarma de la necesidad de una transformación revolucionaria total de la sociedad. La propagación y la profundidad de la descomposición del capitalismo seguirán engendrando más actos tan bestiales, dementes y violentos. Nada, absolutamente nada en el sistema capitalista podrá dar una explicación racional a semejante acto y menos todavía dar seguridad para el futuro de semejante sociedad.
Tras la masacre en el colegio de Connecticut, como ya ocurrió con otros actos violentos, todos los partidos de la clase dirigente se hicieron la pregunta: ¿cómo es posible que en Newtown, ciudad conocida como “la más segura de Estados Unidos”, un individuo perturbado haya podido desencadenar tanto horror? Sean cuales sean las respuestas, lo primero que preocupa a los media es proteger a la clase dirigente ocultando su propio modo de vida asesino. La justicia burguesa reduce la masacre a un problema estrictamente individual, sugiriendo las causas del acto de Adam Lanza, el asesino, son sus preferencias, su voluntad personal de sembrar el mal, una inclinación que sería inherente a la naturaleza humana. La justicia pretende que nada explica la acción de ese matarife haciendo caso omiso de todos los progresos realizados desde hace décadas por la ciencia sobre el comportamiento humano, unos progresos que permiten comprender mejor la interacción compleja entre individuo y sociedad y lo único que propone como solución es que renazca la fe religiosa y dedicarse a la oración colectiva…
Y también justifica así su propuesta de encerrar a todos aquellos que tienen comportamientos anómalos, identificando sus actos inmorales como crímenes. No se puede entender lo que define la violencia si se la disocia del contexto social e histórico en que se expresa, pues se basa, precisamente, en las relaciones de explotación y de opresión de una clase dominante sobre el conjunto de la sociedad. Las enfermedades mentales existen desde siempre, pero ocurre que han llegado a su paroxismo en una sociedad en estado de sitio, donde predominada la tendencia de “cada cual a lo suyo”, donde desaparece la solidaridad social y la empatía. La gente piensa que hay que protegerse, sí, pero ¿contra quién? Todo el mundo aparece como enemigo potencial, una imagen, una creencia reforzada por el nacionalismo, el militarismo y el imperialismo de la sociedad capitalista.
La clase dirigente, sin embargo, se presenta como garante de la “racionalidad”, poniendo mucho cuidado en desviar la cuestión de su propia responsabilidad en la propagación de comportamientos antisociales. Esto es más flagrante todavía durante los juicios ante los tribunales militares de los ejércitos estadounidenses a soldados que cometieron actos atroces, como Robert Bales que asesinó a 16 paisanos en Afganistán, entre los cuales 9 niños. Ni una palabra, evidentemente, sobre su consumo de esteroides y somníferos para apaciguar sus dolores físicos y emocionales, ni sobre el hecho de que lo destinaron a uno de los campos de batalla más mortíferos de Afganistán ¡por cuarta vez!
Estados Unidos no es el único país en conocer semejantes abominaciones: en China, por ejemplo, el mismo día de la matanza de Newtown, un hombre hirió a cuchilladas a 22 críos en una escuela. Durante los últimos 30 años se han perpetrado numerosos actos similares. Muchos otros países, Alemania por ejemplo, en el corazón del capitalismo, también han conocido ese tipo de tragedias entre las cuales la masacre de Erfurt en 2007 y sobre todo el tiroteo ocurrido el 11 de marzo de 2009 en un colegio de Winnenden en Bade-Wurtemberg, que hizo 16 muertos incluido el autor de los disparos. Este suceso tiene muchas similitudes con el drama de Newtown.
La extensión internacional del fenómeno demuestra que atribuir esas matanzas a la posibilidad legal de poseer armas es, más que nada, propaganda mediática. En realidad, hay cada vez más individuos que se sienten tan aplastados, aislados, incomprendidos, ninguneados, que las masacres perpetradas por individuos aislados o los intentos de suicidio entre los jóvenes son cada vez más numerosos; y el hecho mismo del desarrollo de esa tendencia muestra que ante la dificultad del vivir no ven ninguna perspectiva de cambio que les permita esperar una evolución positiva de sus condiciones de vida. Muchas trayectorias pueden desembocar en semejantes horrores: en los niños, la presencia insuficiente de los padres al estar éstos sobrecargados de trabajo o carcomidos y debilitados moralmente por la ansiedad que acarrea el desempleo y los bajos ingresos, y, en los adultos, el sentimiento de odio y frustración acumulado ante la impresión de haber “fracasado” en su existencia.
Todo eso acarrea tantos sufrimientos y tales trastornos en algunos que acaban haciendo responsable a la sociedad entera y especialmente a la escuela, una de las instituciones esenciales mediante la cual se supone que los jóvenes realizan su integración en la sociedad, y que por lo tanto es la que normalmente abre la posibilidad de encontrar un empleo pero que sobre todo, hoy, suele abrir las puertas del desempleo. Esta institución, que se ha convertido de hecho en el lugar donde se cuecen múltiples frustraciones y se abren múltiples heridas, se ha vuelto una diana privilegiada al ser el símbolo del porvenir atascado, de la personalidad y los sueños destruidos. El asesinato ciego en el medio escolar –seguido por el suicidio de los asesinos–, les aparece así como el único medio de mostrar su sufrimiento y afirmar su existencia.
Tras la campaña en EE.UU de poner un policía apostado a la puerta de los colegios, lo que se inculca es la idea de la desconfianza hacia todo el mundo, lo que intenta impedir o destruir es todo sentimiento solidario en la clase obrera. Esas ideas eran la base de la obsesión de la madre de Adam Lanza por las armas y de su costumbre de llevar a sus hijos, incluido el asesino, a los puestos de tiro. Nancy Lanza era una “survivalista”. La ideología del “survivalismo” (survivalism, en inglés) se basa en la de “cada uno por su cuenta” en un mundo pre o post apocalíptico. Preconiza la supervivencia individual, haciendo de las armas el medio de protección que permita apoderarse de los escasos recursos vitales. En previsión del hundimiento de la economía de Estados Unidos, que está a punto de verificarse según los survivalistas, éstos almacenan armas, municiones, alimentos y enseñan cómo sobrevivir en estado salvaje. ¿Será entonces tan extraño que Adam Lanza estuviera impregnado de ese sentimiento de “no future”? Y, por otra parte, todo eso significa que sólo se puede confiar en el Estado y la represión que ejecuta cuando, en realidad, es él el guardián del sistema capitalista que es la causa de violencia y de los horrores que estamos viviendo. Es de lo más comprensible sentir horror y emoción ante la masacre de víctimas inocentes. Es natural buscar explicaciones a un comportamiento totalmente irracional. Eso expresa la necesidad profunda de darse seguridad, de controlar su propio sino y de liberar la humanidad de la espiral sin fin de la violencia extrema. Pero la clase dirigente saca provecho de las emociones de la población, utilizando su necesidad de confianza para llevarla a aceptar una ideología en la que sólo el Estado sería capaz de resolver los problemas de la sociedad.
En Estados Unidos, no son sólo las franjas fundamentalistas del campo republicano, sino toda una serie de ideologías religiosas, creacionistas y demás que pesan fuertemente en el funcionamiento de la burguesía y en las conciencias del resto de la población.
Hay que afirmarlo sin ambages: son el mantenimiento de la sociedad dividida en clases y la explotación del capitalismo los únicos responsables del desarrollo de comportamientos irracionales que el capitalismo es incapaz de eliminar, ni siquiera de controlar.
Se mire hacia donde se mire, el capitalismo está automáticamente dirigido hacia la búsqueda de ganancia. La izquierda podrá creer que el capitalismo contemporáneo tiene una base racional, pero lo que la experiencia nos enseña de la sociedad actual revela una descomposición agravada con una parte de esta sociedad que se expresa con una irracionalidad creciente en la que los intereses materiales ya no son el único guía de comportamiento. Las experiencias de Columbine, de Virginia Tech y de todas las matanzas perpetradas por individuos aislados demuestran que no se necesitan motivos políticos para dedicarse a matar al azar a cualquiera de nuestros semejantes.
La generalización de la violencia: delincuencia, bandolerismo,
narcotráfico y costumbres gansteriles de la burguesía
Una oleada de delincuencia y de bandidaje agitó varias ciudades de Brasil durante los meses de octubre y noviembre de 2012. La más afectada fue el Gran São Paulo donde 260 personas fueron asesinadas en esos dos meses. Pero en otros lugares también, pues otras ciudades donde la criminalidad suele ser menor también fueron escenario de violencias.
La amplitud de la violencia es incontestable, al igual que sus consecuencias en la población: “La policía mata tanto como los criminales. Es una guerra lo que hemos contemplado todos los días en la televisión”, declaraba el director de la ONG “Conectas Direitos Humanos”. Esta calamidad viene a añadirse a la miseria general de una gran parte de la población.
Entre las explicaciones de tal situación algunos cuestionan el sistema penitenciario, que fabrica criminales cuando dicen que debería servir para la reinserción social. Pero el sistema penitenciario es también un producto de la sociedad y funciona a su imagen. En realidad, ninguna reforma del sistema, del sistema penitenciario o de otro, podrá poner coto al fenómeno del bandolerismo y de la represión policial, o sea del terror bajo todas sus formas. Y el gran problema es que eso no podrá sino agravarse con la crisis mundial del sistema. Y eso puede comprobarse fácilmente con solo fijarse en el caso del propio Brasil. Hace treinta años, São Paulo, que hoy aparece como la capital del crimen, era entonces una ciudad tranquila.
En México, por su parte, los grupos mafiosos y el propio gobierno alistan, para la guerra que los enfrenta, a gente perteneciente a los sectores más pauperizados de la población. Los choques entre unos y otros, que disparan a voleo en medio de la población, dejan cientos de víctimas a las cuales gobierno y mafias consideran como “daños colaterales”. Las mafias sacan provecho de la miseria para sus actividades de producción y comercio de drogas; convirtiendo, entre otras cosas, a los campesinos pobres, como así ocurrió en Colombia en los años 1990, en cultivadores de droga. En México, desde 2006, han sido asesinadas unas 60.000 personas tiroteadas por los cárteles de la droga o por el ejército “oficial”; una gran parte de esos muertos se debe a los ajustes de cuentas entre cárteles, pero eso no le quita ninguna responsabilidad al Estado, por mucho que diga el gobierno. Cada grupo mafioso surge vinculado a una fracción de la burguesía. A las mafias, su colusión con estructuras estatales les permite “proteger sus inversiones” y sus actividades en general ([5]).
Los desastres humanos que engendra la guerra de los narcos están presentes por toda América Latina, pero el fenómeno de la violencia que ilustran Brasil o México es mundial y también afecta a América del Norte o Europa.
Catástrofes industriales a gran escala
Catástrofes que no perdonan a ninguna región del mundo y cuyas víctimas en primera fila suelen ser los obreros. La causa no es el desarrollo industrial en sí, sino el desarrollo industrial de hoy, en manos de un capitalismo en crisis, en el cual todo debe sacrificarse en aras de una rentabilidad inmediata para hacer frente a la guerra comercial planetaria.
El ejemplo más emblemático es la catástrofe nuclear de Fukushima cuya gravedad será mayor que la de Chernóbil (un millón de muertos “reconocidos” entre 1986 y 2004). El 11 de marzo de 2011, un gigantesco tsunami inundó las costas orientales de Japón, saltando por encima de los diques construidos supuestamente para proteger la central nuclear. La inundación mató a más de 20.000 personas, y la población en torno a la central tuvo que ser evacuada: dos años más tarde, más de 300.000 siguen viviendo en campamentos improvisados. Ante semejante desastre, la clase dominante ha vuelto a hacer alarde de su incuria. La evacuación de la población empezó con mucho retraso y el área de seguridad resultó ser insuficiente. Lo que más interesaba al gobierno era minimizar al máximo el peligro real, de modo que lo que quiso evitar fue la necesaria evacuación a gran escala y, por si acaso, entorpeció el acceso a la zona a los periodistas independientes.
Más allá del debate en Japón sobre los fallos de la compañía Tepco, o sobre los informes más que complacientes que el organismo de vigilancia de la industria nuclear hacía de las empresas que debía controlar, es el hecho mismo de haber desarrollado la industria nuclear en Japón lo que es un verdadero desatino en un país situado en el cruce de cuatro grandes placas tectónicas (eurasiática, norteamericana, la de Filipinas, y la del Pacífico) y que, ya sólo él, sufre el 20 % de los seísmos más violentos del globo.
En un país de alta tecnología y superpoblado como lo es Japón, los efectos son todavía más dramáticos para la población. La contaminación irreversible del aire, de las tierras y del océano, los montones de basura radioactiva, los sacrificios permanentes de quienes trabajan para la protección y la seguridad en aras de la rentabilidad echan una luz muy cruda sobre la dinámica irracional del sistema a nivel mundial.
Las catástrofes “naturales” y sus consecuencias
Es evidente que al capitalismo no se le puede achacar ser la causa de un terremoto, de un ciclón o de la sequía. En cambio, lo que sí puede achacársele es que cómo esos cataclismos, fenómenos naturales, se convierten en inmensas catástrofes sociales, en tragedias humanas descomunales. El capitalismo dispone de medios tecnológicos gracias a los cuales es capaz de mandar hombres a la luna, producir unas armas monstruosas capaces de destruir cantidad de veces el planeta, y al mismo tiempo es incapaz de proporcionar los medios para proteger a la población de los países expuestos a los cataclismos naturales donde podrían construirse diques, desvíos de aguas, edificios resistentes a terremotos o huracanes. Pero eso no cabe en la lógica capitalista de la ganancia, de la rentabilidad y de reducción de costes.
Sin embargo, aunque no podemos aquí desarrollar este tema, la amenaza más dramática que pesa sobre la humanidad es la catástrofe ecológica ([6]).
La descomposición ideológica del capitalismo
La descomposición no se limita a que el capitalismo, a pesar del desarrollo de las ciencias y de la tecnología, esté cada día más sometido a las leyes de la naturaleza, a que sea incapaz de controlar los medios que puso en acción para su propio desarrollo. La descomposición no sólo llega hasta las bases económicas del sistema, sino que repercute también en todos los aspectos de la vida social con una disgregación ideológica de los valores de la clase dominante y el desmoronamiento de los valores que hacen posible la vida en sociedad, lo cual se manifiesta en una serie de fenómenos como:
- el desarrollo de ideologías de tipo nihilista, expresiones de una sociedad cada día más arrastrada hacia la nada;
- la profusión de sectas, el rebrote del oscurantismo religioso, incluso en los países avanzados, el rechazo del pensamiento racional, coherente, construido, incluso en algunos medios “científicos”, que, en los medias, ocupa un lugar preponderante tanto en publicidades como en emisiones embrutecedoras;
- el incremento del racismo y de la xenofobia, del miedo y, por lo tanto, del odio hacia “el otro”, hacia el vecino;
- la tendencia a “cada uno para sí”, la marginalización, la atomización de los individuos, la destrucción de las relaciones familiares, la exclusión de las personas mayores.
La descomposición del capitalismo refleja la imagen de un mundo sin futuro, un mundo al borde del abismo, que tiende a imponerse a toda la sociedad. Es el reino de la violencia, de querer arreglárselas cada cual por su cuenta, de la exclusión que gangrena a toda la sociedad, y en particular a las capas más desfavorecidas, con su porción cotidiana de desesperanza y de destrucción: desempleados que se suicidan para huir de la miseria, niños violados y asesinados, ancianos a los que se tortura por unas cuantas monedas...
Sólo el proletariado puede sacar a la sociedad de este atolladero
Respecto a la cumbre de Copenhague de finales de 2009 ([7]), se dijo que estábamos en un atolladero, que se sacrificaba el futuro al presente. Porque el único horizonte de este sistema es la ganancia (no siempre a corto plazo), pero la ganancia es cada vez más limitada (como lo ilustra la especulación). El sistema capitalista va hacia el abismo pero no puede dar marcha atrás. ¿Era sincero el excandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Al Gore, cuando en 2005 presentó su documental Una verdad incómoda que mostraba las consecuencias dramáticas del calentamiento climático en el planeta? En todo caso, si fue tan “sincero” fue porque ya no estaba en el gobierno después de ocho años de vicepresidencia de los Estados Unidos. Eso significa que esas gentes que dirigen del mundo podrán a veces comprender los peligros, pero sea cual sea su conciencia moral, siguen haciendo lo mismo porque son prisioneros de un sistema que va hacia el abismo. Hay un engranaje que sobrepasa la voluntad humana cuya lógica es más fuerte que la voluntad de los políticos más poderosos. Los propios burgueses de hoy tienen hijos cuyo porvenir les preocupa es de suponer… Las catástrofes que se anuncian van a afectar primero a los más pobres, pero también los burgueses se van a ver cada más afectados. La clase obrera no es únicamente portadora futuro para sí misma, sino para la humanidad entera, incluidos los descendientes de los burgueses actuales.
Tras todo un período de prosperidad durante el cual fue capaz de hacer dar un salto gigantesco a las fuerzas productivas y los bienes de la sociedad, creando y unificando el mercado mundial, el sistema alcanzó desde principios del siglo pasado sus propios límites históricos, marcando así la entrada en su período de decadencia. Balance: dos guerras mundiales, la crisis de 1929 y de nuevo la crisis abierta a finales de 1960 que no cesa de hundir al mundo en la miseria.
El capitalismo decadente es la crisis permanente, insoluble, de este sistema; una crisis que es una catástrofe sin límites para la humanidad, como lo demuestra, entre otras cosas, el fenómeno de pauperización creciente de millones de seres humanos condenados a la indigencia, a la mayor de las miserias.
Al prolongarse, la agonía del capitalismo da una nueva índole a las expresiones extremas de la decadencia, al haber provocado su descomposición, algo que es visible desde hace unos treinta años.
Mientras que en las sociedades precapitalistas las relaciones sociales al igual que las relaciones de producción de una nueva sociedad en gestación, podían eclosionar en el seno mismo de la antigua sociedad que se estaba desmoronando, como así fue con el capitalismo que pudo desarrollarse en el seno de la sociedad feudal en declive, hoy, en cambio, no ocurre lo mismo.
La única alternativa posible es la edificación, sobre las ruinas del sistema capitalista, de otra sociedad –la sociedad comunista– la cual, al liberar a la humanidad de las leyes ciegas del capitalismo, podrá satisfacer las necesidades humanas gracias al desarrollo y el dominio de las fuerzas productivas que las propias leyes del capitalismo hacen imposible.
La evolución del capitalismo es la responsable de la caída actual en la barbarie, lo cual significa que en su seno, la clase que produce lo esencial de las riquezas, una clase que no tiene ningún interés material en que el sistema perdure, porque es la clase explotada principal, es la única que puede llevar a cabo una lucha revolucionaria, llevándose tras ella al conjunto de la población no explotada, de echar abajo el orden social y abrir la vía a una sociedad verdaderamente humana: el comunismo.
Hasta ahora, los combates de clase que ha habido desde hace cuarenta años en todos los continentes, han sido capaces de impedir que el capitalismo decadente dé su propia respuesta al atolladero en que está inmersa su economía, o sea, dar rienda suelta a la forma postrera de su barbarie, una nueva guerra mundial. Sin embargo, la clase obrera no es todavía capaz de afirmar, mediante sus luchas revolucionarias, su propia perspectiva ni tampoco presentar al resto de la sociedad el futuro de que es portadora. Es precisamente esa situación de atasco transitorio, en la que ni la alternativa burguesa, ni la proletaria pueden afirmarse plenamente, lo que origina ese fenómeno de putrefacción de la sociedad capitalista, lo que explica el nivel particular y extremo alcanzado hoy por la barbarie de la decadencia del sistema. Y esa putrefacción se amplificará con la agravación constante e inexorable de la crisis económica.
A la desconfianza que infunde la burguesía, hay que oponer explícitamente la necesidad de la solidaridad, o sea la confianza entre los obreros; a la mentira del Estado “protector”, hay que oponerle la denuncia de ese órgano guardián de este sistema que engendra la descomposición social. Ante la gravedad de lo que está en juego en la situación actual, el proletariado debe tomar conciencia de la amenaza de aniquilamiento. La clase obrera debe extirparse de toda la putrefacción que sufre cotidianamente, además de los ataques económicos contra sus condiciones de vida, razón suplementaria y mayor determinación para desarrollar sus combates de clase y forjar su unidad de clase.
Las luchas actuales del proletariado mundial por su unidad y solidaridad de clase son la única esperanza en medio de un mundo que supura putrefacción. Son lo único que puede prefigurar un embrión de comunidad humana. La generalización internacional de esos combates podrán por fin hacer brotar las semillas de un mundo nuevo y podrán surgir nuevos valores sociales.
Wim/Silvio, febrero de 2013
[1]) "La descomposición: fase última de la decadencia del capitalismo" (1990), publicado en la Revista Internacional no 107.
[2]) Nótese que cuando empezó el desarrollo de la informática, los ordenadores más potentes estaban al servicio exclusivo de los ejércitos. Es menos cierto hoy en los sectores punteros, aunque la investigación militar sigue absorbiendo y orientando la mayoría de los avances de la tecnología.
[3]) Las informaciones de los ejemplos propuestos están, en su mayoría, extraídas de artículos de la revista francesa La Recherche sobre descubrimientos realizados en 2012.
[4]) Cifras de ONUSIDA para 2011.
[5]) Léase el artículo “México: entre crisis y narcotráfico”, Revista Internacional no 150,
https://es.internationalism.org/revistainternacional/201211/3561/entre-c....
[6]) Puede leerse al respecto el libro de Chris Harman, A People’s History of the World (1999). Que sepamos no existe edición en español.
[7]) Léase: “¿Salvar el planeta?: No, they can’t! [No, no pueden]” Revista internacional no 140, 1er trimestre 2010), https://es.internationalism.org/rint/2010s/2010/140_nopueden